miércoles, 11 de diciembre de 2024

De las viñetas del blog de hoy miércoles, 11 de diciembre de 2024

 

























martes, 10 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy martes, 10 de diciembre de 2024, 76º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 10 de diciembre de 2024, 46º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sí, ya sé que muchas veces despotricamos de nuestro país; que se nos llevan los demonios cuando vemos conductas miserables que nos parecen históricamente repetitivas, como, por ejemplo, la falta de unidad política ante la brutal tragedia de la dana, pero ¿es que ni siquiera somos capaces de colaborar ante una catástrofe semejante?, dice en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Rosa Montero. En la segunda, un archivo del blog de junio de 2015, el autor del blog comentaba como había comenzado a pasarle factura el sentimiento de náusea escuchando el lenguaje que utilizaban y utilizan algunos -o casi todos- los políticos y los tertulianos habituales televisivos -estos, todos- aunque haya gradaciones entre unos y otros. El poema del día, en la tercera es del poeta Michel Gaztambide y comienza con estos versos: Quedan los amaneceres, queda la luz./Queda el calor de las sábanas/o su frío intolerable y enfermo. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt














Del civismo de los ciudadanos y el incivismo de sus representantes

 






Sí, ya sé que muchas veces despotricamos de nuestro país. Que se nos llevan los demonios cuando vemos conductas miserables que nos parecen históricamente repetitivas, como, por ejemplo, la falta de unidad política ante la brutal tragedia de la dana. Por todos los santos, nos decimos (o al menos yo me digo), pero ¿es que ni siquiera somos capaces de colaborar ante una catástrofe semejante?, dice en El País [Orgullo, 01/12/2024] la escritora Rosa Montero. Ese Feijóo ladrando y fastidiando desde el primer momento me abrió las carnes y me hizo recordar el proverbial sectarismo español, nuestra tradición individualista y feroz, reseñada desde hace siglos por los estudiosos de lo hispano, como Gerald Brenan. Nunca nos ha cabido en la cabeza el bien común, nunca nos hemos educado en el respeto a lo social, me repetí. Somos un país anclado a la tribu, a la horda, al clan; somos ese tipo de sociedad que mantiene su casa impoluta pero tira la lavadora estropeada a la calle, porque lo que no es propio y personal es enemigo y ajeno.

Eso volví a decirme, atrapada por el fatalismo nacional. Pero, a ver, un momento: ¿es así de verdad? Hace algunas semanas cené con amigos franceses e italianos. En un momento determinado, ya no recuerdo a cuento de qué, uno de los franceses comentó: “Es que los españoles sois tan obedientes”. Esta frase abrió una conversación en torno al tema. Por ejemplo: es verdad que en España se respetan más los pasos de peatones que en ningún otro sitio. Intenta cruzar en París por un paso de cebra sin mirar: es posible que te atropellen. Por no hablar de Italia, en donde te espachurrarán sin duda alguna. ¿Te parece un detalle baladí? La verdad, no lo creo. Es educación cívica, conciencia de los derechos del otro, cierta confianza en el Estado. Una de las poquísimas cosas buenas de envejecer es que conoces el pasado; y así, recuerdo la Alemania dividida, y cómo en el Oeste se respetaban los pasos de peatones y los semáforos, mientras que en el Este era un maldito caos, porque los ciudadanos no creían en el sistema e imperaba la supervivencia del individuo frente a una sociedad hostil. Otro buen ejemplo es la pandemia. Fuimos una de las naciones que menos cayó en el negacionismo científico y que, por consiguiente, se vacunó de forma más completa. En noviembre de 2021 éramos el tercer país de la UE en número de vacunados (un 79,1%), solo por debajo de Portugal y Malta (87,78% y 83,61% respectivamente) y muy por encima de la media europea del 66,69%.

“¿Por qué sois tan obedientes?”, me preguntaron esa noche. Mis amigos son cultos y estupendos, y además gente muy amable, pero advertí en ellos cierto desprecio hacia nuestra supuesta docilidad, una suerte de satisfacción gamberra por el hecho de no respetar los pasos de cebra en Roma y en París, cosa por otra parte comprensible porque hay un saludable mecanismo psicológico que fomenta que a todos nos guste nuestra manera de ser. “Somos así porque lo hemos escogido. Porque estábamos hartos de ser feroces y caóticos. Porque venimos de una tradición cainita y asocial y hemos decidido convertirnos en otra clase de país. Y, con mucho esfuerzo, lo hemos conseguido”, me descubrí contestando. Y me quedé pasmada.

Ya digo, soy mayor y recuerdo. Tengo la clarísima memoria de una España de tramposos y listillos en la que jamás se respetaba una cola, la gente se burlaba de las regulaciones públicas, se intentaba engañar al vecino en provecho propio y las neveras rotas se arrojaban en efecto a la cuneta. Todo eso lo he vivido. Hoy quienes se cuelan son las excepciones, y hasta recogemos mayoritariamente los excrementos de los perros: no hay comparación con la marea de mierda que cubría las aceras hace 30 años, y eso que el número de animales se ha centuplicado. Habrá quien lea este artículo y diga: no es verdad, sigue habiendo guarros y energúmenos, y tiene razón, pero es que su número es incomparable con el pasado. Si crees eso es que no viviste esos años, o no los recuerdas. Hoy somos otros. ¿Cuándo hemos hecho ese cambio, cómo ha sucedido? Ha sido tan gradual que no me he dado cuenta, pero está ahí, sin duda. Rememoro ahora a mis amigos, alardeando de insubordinación ante el país que hasta hace poco fue el más insubordinado del mundo, y me producen un poco de risa y de ternura, como quien escucha las baladronadas de un niño. Perdón, pero no somos obedientes, sino, por fin, civilizados. Educados en lo social. Respetuosos del otro y del bien común. Qué orgullo. Ahora solo falta que los políticos estén a la altura de los ciudadanos.











[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Hasta la náusea!.. Publicado el 10/06/2015








"Ad náuseam" es una locución adverbial latina que significa, literalmente, "hasta la náusea", y que se utiliza para dejar constancia de algo cuyo exceso resulta molesto o produce profundo desagrado... Nada que ver con la gran novela del creador del existencialismo, el filósofo francés Jean-Paul Sartre ("La náusea", 1938). 
A mí comenzó a pasarme factura el sentimiento de náusea escuchando el lenguaje que utilizaban y utilizan algunos -o casi todos- los políticos y los tertulianos habituales televisivos -estos, todos- aunque haya gradaciones entre unos y otros... Me pasó con Julio Anguita, José María Aznar, Juan José Ibarretxe, Paulino Rivero, Josep-Lluís Carod-Rovira, Iñaki Anasagasti, José Luis Rodríguez Zapatero, José Manuel Soria, por citar algunos.... Y ahora me pasa con Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Artur Mas, Oriol Junqueras, Cayo Lara, Willy Toledo, Miguel Ángel Rodríguez, Fernando Sánchez Dragó, Paco Marhuenda, Eduardo Inda, Pedro J. Ramírez, Federico Jiménez Losantos y los monseñores Rouco y Cañizares, por citar unos cuantos otros, casi-casi al azar, y según me vienen los retortijones de estómago al pensar en ellos... Evidentemente, no están todos los que son en la cita, pero sí lo son todos los citados. 
Decía la escritora y novelista Almudena Grandes en un artículo de hace unos años titulado "Equivocaciones", que habíamos convertido la política en la profesión de unos señores que nunca se sienten obligados a reconocer que se han equivocado, y que ésa es la mayor de las equivocaciones. No quiero ni pensar lo que pensará ahora mismo...
Creo que tenía toda la razón del mundo. En tiempos más oscuros, y no me refiero a los que relató John Ronald Reuel Tolkien en "El Señor de los Anillos", los procuradores en Cortes de las ciudades castellanas que volvían de las mismas sin conseguir la aprobación real a las propuestas emanadas de ellas, solían ser colgados, sin más trámites, de las almenas. No propongo yo que se llegue a tanto con nuestros representantes políticos, pero visto lo visto y lo que vamos a ver a raíz de lo votado por los españoles el pasado 24 de mayo, sí es cierto que deberíamos comenzar a exigir a nuestros representantes que respondan con un poco más de rigor de aquello que dicen y de aquello que hacen. Y más, cuando pretenden hacernos creer que lo que dicen y hacen lo dicen y hacen en nuestro nombre... Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt

















Del poema de cada día. Hoy, Poso, de Michel Gaztambide (1959)

 






POSO


Quedan los amaneceres, queda la luz.

Queda el calor de las sábanas

o su frío intolerable y enfermo.

Quedan los transportes públicos.

Las miradas obscenas

de los desconocidos,

las historias que tal vez

y las que ya jamás.


Quedan los horarios.

Y el tiempo sin tiempo de la nada.

Queda el apetito. Queda la sed.


Quedan las carcajadas.

Los gritos detrás de esa ventana.

Queda la esperanza

y la muerte espantosa. Queda el dolor.

Y la náusea.


Quedan las sirenas de la policía.

Los aullidos de las ambulancias.

Los besos, quedan.



Michel Gaztambide (1959) 

poeta franco-español















De las viñetas de humor de hoy martes, 10 de diciembre de 2024

 




























lunes, 9 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy lunes, 9 de diciembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos feliz lunes, 9 de diciembre de 2024. Unos jóvenes recorrían las empinadas calles del pueblo golpeando los tambores, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Elvira Lindo; el mismo recorrido de los pasacalles, de las albadas, de las procesiones, fue tomado este 25 de noviembre por chavalas y chavales que querían sacarnos del amodorramiento de la noche prematura. La segunda del día es un archivo del blog de febrero de 2017 en la que el autor, hablando de sí mismo reconocía que a punto de cumplir los 71 años no le avergonzaba reconocer que había sido un niño con una infancia muy feliz. El poema de hoy, en la tercera, es del poeta Jorge Enrique Adoum y comienza con estos versos: Ante todo, es preciso ordenar la infancia/como un país disperso, hallar las fechas/de su límite: la dulce iniciación/en la desobediencia, la cerradura/que por necesidad puse a mi alcoba. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









De mujeres maltratadas y algún juez que otro

 






Unos jóvenes recorrían las empinadas calles del pueblo golpeando los tambores. El mismo recorrido de los pasacalles, de las albadas, de las procesiones, fue tomado este 25 de noviembre por chavalas y chavales que querían sacarnos del amodorramiento de la noche prematura, comenta en El Pais [No me olvides, 01/12/2024] la escritora Elvira Lindo. La furiosa percusión no precedía a una fiesta como suele, sino a una marcha de mujeres que portaban en sus manos fotos de las asesinadas por violencia de género en lo que va de 2024. No sé si había tantas manifestantes como asesinadas han caído en las hojas de este calendario negro. A esas horas del lunes aún no sabíamos que Cristian, criatura de dos años, sería asesinado en Linares a manos de la pareja de la madre, y que su gemelo Yeray quedaría ingresado para recuperarse de los golpes recibidos, víctima de un trauma que solo podrá superar si tiene quien le ayude a desarrollar la milagrosa resiliencia de los críos. Cristian es el noveno niño asesinado en lo que va de año dentro de esa denominación para mí discutible que es la violencia vicaria, una manera de describir el contexto pero que acaba diluyendo la insustituible identidad de una vida truncada, al igual que los niños palestinos asesinados, como dice la jurista especializada en derechos humanos Adilia de las Mercedes, no son daños colaterales de un conflicto.

Cristian, Cristian, su nombre ha de caer sobre nuestra conciencia. Algo en la cadena de apoyo que ha de recibir una madre vulnerable no ha funcionado, como tampoco en el caso de Chloe, de 15 años, muerta a manos de un chico de 17. Hay una necesidad urgente de trabajo social a través de la sanidad, de la educación, de la conciencia ciudadana. Hay una responsabilidad nuestra en rebajar el nivel de agresividad que la política está alimentando. Las expertas en violencia de género aprecian cómo la Guardia Civil y la Policía se han esforzado en ponerse al día en este ámbito, cómo han aprendido en materia de respeto y perspicacia. En cambio, me pareció desolador que el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, con una soberbia inaceptable, asegurara que en materia de consentimiento los destinados a impartir justicia lo saben todo desde el derecho romano. Enhorabuena. Qué lástima que todo lo que saben no les haya servido a lo largo de la historia para mostrar empatía y respeto hacia las víctimas, y que haya sido la sociedad civil la que desde la calle presionara para modificar un derecho caduco.

Es realmente extraordinario afirmar que a ti nadie puede enseñarte en tu oficio y menos una ministra que fue cajera cuando estudiaba. Sería aconsejable que quien puede decidir sobre nuestra inocencia o culpabilidad hubiera probado en su juventud alguna tarea básica, ingrata y mal pagada. Al grosero comentario hubo quien salió en defensa de Montero diciendo que el insulto era improcedente dado que la exministra tenía un título y un expediente notable. Algo estamos perdiendo para que los argumentos que hayas de presentar contra el clasismo sean clasistas en sí. Poco queda de aquella sociedad civil que tras la dictadura se vio representada en el Congreso por sindicalistas, poetas, obreros, economistas, abogados y exiliados que habían carecido de oportunidades para titularse. Este es el tiempo en el que se aplaude el mérito del que empezó desde arriba. Pero quien es humilde aprende; solo quien es sensible puede ejercer el poder con justicia. No debería estar acreditado para juzgar un caso de violencia machista el que exhibe sin pudor su desprecio. Pero hay hombres que aseguran saberlo todo, aunque la tozuda realidad demuestre que es la misoginia la que alimenta esa violencia.

Un grupo de mujeres se reunió este 25 de noviembre en un pequeño pueblo para condenar los asesinatos. Los retratos de las víctimas se quedaron iluminados por la luz de una farola, espectrales. Cada una de ellas parecía decirnos, como en aquellos colgantes de entonces, “no me olvides”.

















[ARCHIVO DEL BLOG] Una infancia feliz. Publicado el 01/02/2017












A punto de cumplir los 71, no me avergüenza reconocer que fui un niño con una infancia muy feliz. Nacido en el seno de una familia de militares sin muchos posibles (como todas las familias de militares), y con dos hermanos mayores que yo en 11 y 13 años, mi infancia transcurrió en cuarteles de Andalucía, Asturias, Castilla-La Mancha y Madrid hasta cumplir los nueve años y en viviendas militares hasta los veintiuno. Antes de cumplir los cuatro, ya asentado en Madrid, me echo mi primera novia, Merceditas; aprendo las primeras letras (nunca me acordaba de la "y") en el parvulario del cuartel, y luego, hasta los 9, hago la primaria en un colegio público de la misma calle. Mi juego, nuestros juegos (pues somo varios los niños que estamos en la misma situación) son cazar gorriones con escopetas de perdigones, martirizar gatos callejeros (quizá por eso ahora los quiero con locura), jugar a "Diego Valor" y sus compis en el espacio exterior (dibujando con tizas naves espaciales en los pasillos y patios del cuartel), entrar a escondidas en los pabellones de los oficiales (nadie cerraba con llave sus viviendas) a buscar galletas, dulces y chucherías, hacer hogueras en las cuadras donde descansaban los caballos de las unidades móviles, jugar a escondidas con las armas (las reales, no las de mentirijillas) de nuestros padres, o bajar tres pisos hasta el suelo descolgándonos como Indianas Jones minúsculos por los cables de los pararrayos. Todo ello, entre los cuatro y nueve años de edad. Después, en la pubertad, leyendo a escondidas la erótica versión de Las Mil y Una Noches de Blasco Ibáñez de la biblioteca familiar, ojeando las revistas de chicas desnudas de mis hermanos, devorando (a un par por día) las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, los tebeos (ahora comics) de Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar, El príncipe Valiente, Supermán y El capitán Trueno, o leyendo con fruición La isla del Tesoro, Tarzán de los monos o la edición de la Divina Comedia de Editorial Juventud. No me quedó ningún trauma de aquella época. Pero reconozco que recordarlo me provoca una risa tonta que tiene bastante de asombro por una infancia que parece sacada de la ficción aunque fuera absolutamente real. Los niños de ahora ya no juegan en las calles: porque no saben o porque no les dejamos (que es peor). 
La escritora argentina Leila Guerriero (1967), columnista habitual de El País, escribía hace unos días en ese diario un artículo titulado Infectada, que suscribo de principio a fín, en el que criticaba con ironía y cierto punto de sarcasmo ese mundo aséptico, y como de cuarentena permanente, que estamos creando y en el que estamos educando a nuestros niños sin querer darnos cuenta de que con ello estamos empobreciendo hasta límites casi castrantes su experiencia vital.
Me gusta mi mundo sucio, contradictorio, mugriento y bajo, dice en su artículo Leila Guerriero. No lo cambio por el lugar desinfectado que, dentro de poco, será. Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, comenta, fueron retirados de los programas escolares de un condado de Virginia por quejas de una madre cuyo hijo adolescente se perturbó ya que incluían “insultos raciales y palabras ofensivas”. Sucede en Estados Unidos pero, como allí empieza todo (del nacionalismo recio al blanqueamiento dental), hacia allí vamos. Por eso quiero dejar expuesto mi pecado, del que no me arrepiento: para recordarme a mí misma, cuando los adolescentes sean almas tan sensibles que no puedan leer Platero y yo sin ir al psiquiatra, cómo era este mundo cuando podía lastimarte pero valía la pena. No me pesa, señor, ni me arrepiento de haber hojeado, siendo pequeña, libros que mis padres me pedían que no leyera porque tenían escenas de sexo o de violencia, ni de haber leído los cuentos bestiales de Horacio Quiroga donde nenitas preciosas eran degolladas por sus hermanos con deficiencias mentales, ni del chorro de entrañas de Santiago Nasar. No sé qué de todo eso me hizo lo que soy, alguien que era feliz incluso cuando creía que no lo era, que alguna vez leyó, asociada con Jack London, la frase “ningún hombre sobre mí” y la hizo su escudo. Pero no me arrepiento. De chica leí libros que me destrozaron —Los niños terribles, de Cocteau—, que me produjeron pesadillas —El país de octubre, de Bradbury—, o que no entendí —Muerte en Venecia, de Thomas Mann—. Y no estuve en el infierno pero sé cómo es porque leí El pozo y el péndulo, de Poe. Cuando este sea un mundo repleto de adolescentes hipersensibles que no puedan comer un pollo sin echarse a llorar, yo seguiré con mi presa entre los dientes, viviendo de la forma en que los libros me enseñaron a vivir. Me gusta mi mundo sucio, contradictorio, mugriento y bajo. No lo cambio por el lugar desinfectado que, dentro de poco, será, termina diciendo. Yo, tampoco. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














Del poema de cada día. Hoy, Resumen de la infancia, de Jorge Enrique Adoum (1926-2009)

 






RESUMEN  DE LA INFANCIA



Ante todo, es preciso ordenar la infancia

como un país disperso, hallar las fechas

de su límite: la dulce iniciación

en la desobediencia, la cerradura

que por necesidad puse a mi alcoba

o la primera mujer que se guardó la noche

entre sus telas estériles, sus párpados.


Y descubrí de pronto que nadie compartía

mis costumbres: la muerte había entrado

antiguamente al patio, a la bodega,

y yo crecía sobre un osario familiar.

No sé por qué, porque sí, por pura

gana, cambié las órdenes para la cena,

el sitio de los adornos, el precio

de las plumas; odié el muro

que cercaba la viña y el camino de orina

a los establos. Y ya no pude vivir más,

no podía establecer mi edad, mi oficio,

destruir la seguridad de cada día

o levantar los párpados hacia la luz

de afuera: un hombre pasaba sin llorar

bajo la lluvia, las aldeanas

completaban su cuerpo entre la hierba,

pero debía conservar la herencia intacta,

conocer los secretos del ganado,

calcular la distancia entre mi seca

seguridad y la aventura.


Así empecé

a soñar solamente con la llave,

con la bahía donde nadie hubiera

a despedirme, con migraciones de pájaros

azules. No era la pegajosa soledad

lo que buscaba sino una familia

diseminada en la distancia, una

hora de paz bajo los árboles, una hoja

sin odio entre mis manos.



Jorge Enrique Adoum (1926-2009)

poeta ecuatoriano