domingo, 4 de mayo de 2025

De los moros inocentes. Especial único de hoy domingo, 4 de mayo de 2025

 






¿Cómo vamos a sentirnos tan de “aquí” como el que más si sabemos que la discriminación puede llegar hasta la Audiencia Nacional?, comenta en El País [A nadie le importa un moro inocente, 02/05/2025] la escritora Najat El Hachmi, sobre la negativa de la Audiencia Nacional a indemnizar a Ahmed Tommouhi. Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib, comienza diciendo El Hachmi, fueron condenados por varias violaciones que no cometieron. El segundo murió en la cárcel, y el primero ha pasado en ella 15 años de su vida, aunque su inocencia fue demostrada cuando ya había cumplido seis de condena. Ahora la Audiencia Nacional le ha negado la indemnización que pedía por ese terrible error judicial. Cinco magistrados han decidido que este hombre cuya vida cambió para siempre no merece que le sea restituida la inocencia y que el Estado compense el daño que le ha causado. Y no solo eso. También lo condenan a pagar las costas del proceso. Cuesta mucho comprender esta decisión y más cuesta no atribuirla a factores que no sean judiciales. ¿Cómo pueden afirmar sus señorías que no fue un fallo no tener en cuenta otra prueba que la del reconocimiento? ¿Acaso se puede privar de libertad a una persona inocente y que no pase nada? Margarita Robles, que fue una de las juezas que dictó la sentencia de Tommouhi, no ha pedido perdón por tan craso error. Y, por supuesto, esa derecha antifeminista que se pasa el día diciendo que las denuncias por violación son falsas tampoco ha salido en defensa de ese moro, que por moro algo haría.

Es perturbador darnos cuenta de que la judicatura parece tener un sesgo por procedencia. Es difícil no acordarnos de cuántas veces se ha confundido a un moro con otro moro (es que a mí me parecéis todos iguales, me han llegado a decir, como los chinos) y no relacionar este trato injusto con la construcción del estereotipo del moro como salvaje violador. No parecen atender los jueces a cómo perjudican casos como este el proceso de integración de los nuevos españoles en un país que ya consideran suyo. ¿Cómo vamos a sentirnos tan de aquí como el que más si sabemos que la discriminación puede llegar hasta la Audiencia Nacional? ¿Y por qué este caso, que es un escándalo, una flagrante injusticia, no está estremeciendo de indignación a la opinión pública? ¿Cambiaría algo si en vez de Tommouhi el damnificado se llamara García o Fernández? En todo el tiempo que ya se sabía que los dos hombres eran inocentes, ¿por qué nadie movió un dedo por ellos? Las vidas de los moros, se diría, no valen igual que las vidas de los ciudadanos patrios. Eso sí, luego vendremos a expresar nuestra indignación por la muerte de George Floyd y el racismo en Estados Unidos y que si Donald Trump es de lo peor. De lo peor es la indiferencia ante el maltrato continuado a un inocente.
















sábado, 3 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy sábado, 3 de mayo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 3 de mayo de 2025. Los partidos políticos añoran hoy en sus rivales las mismas ideas y nombres que denostaron con dureza en el pasado escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Manuel Cruz. En la segunda del día, un archivo del blog de marzo de 2017, el politólogo Víctor Lapuente escribía que no asistimos a una lucha global entre fascismo y liberalismo, sino entre verdad y mentira. El poema del día, en la tercera, de la poetisa lituana Greta Ambrazaité, se titula "El mundo termina así", y comienza con estos versos. "No con un estruendo, sino con un susurro./Alguien dice: basta./Y todo se disipa/como la niebla matutina sobre los campos". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











Del futuro que se nos viene encima

 






Los partidos políticos añoran hoy en sus rivales las mismas ideas y nombres que denostaron con dureza en el pasado escribe en El País [Cuerpo a tierra, que viene el futuro, 28/04/2025] el filósofo Manuel Cruz. En el debate político de nuestro país se ha instaurado poco menos que como una costumbre el hecho de que los partidos reprochen a sus adversarios no lo perverso de su ideario sino justamente lo contrario, esto es, el incumplimiento de —cuando no la traición a— sus principios doctrinales básicos, comienza diciendo Cruz. Así, la izquierda lleva mucho tiempo declarando que lamenta profundamente que la derecha no se conduzca como una fuerza auténticamente liberal-conservadora y que, en lugar de ello, haya sustituido tan respetable convencimiento por una querencia de matriz cavernícola que la aproxima a la extrema derecha, cuando no hace que se confunda con ella. Otro gallo nos cantara, se nos dice, desde el punto de vista del buen funcionamiento de la esfera pública, si los responsables de la derecha abandonaran esos inquietantes coqueteos y se decidieran a comportarse como sus mejores homólogos europeos.

El argumento es simétrico al utilizado por la derecha que, en especial cuando critica a los socialistas, lo que también les reprocha es precisamente el abandono de las posiciones que en el pasado habían defendido hasta el punto de que constituían sus más genuinas señas de identidad. Es en este contexto en el que se escenifica una sobrevenida y repentina añoranza de aquellos líderes progresistas que gobernaron este país en los primeros compases de la democracia, aunque en su momento, por cierto, eran objeto de despiadados reproches por parte de quienes tanto declaran añorarles ahora. Tal es el caso de figuras enormemente denostadas entonces, como Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, Alfonso Guerra y algunos otros de la misma sintonía política. Pues bien, sería la ausencia de este tipo de figuras, remata la derecha su razonamiento, lo que se encontraría en el origen de todos los bandazos y desvaríos erráticos que andan cometiendo sus adversarios de izquierda de un tiempo a esta parte.

Como doy por descontado que ambos sectores son conocedores de la célebre máxima de Napoleón (“cuando el enemigo se equivoca no hay que distraerle”), me permitirán que ponga en duda la sinceridad de sus lamentaciones y tienda a pensar que en el fondo de su corazoncito celebran lo que de puertas afuera proclaman lamentar. Sobre todo si tenemos en cuenta que las mencionadas críticas suelen ir acompañadas de un consejo que difícilmente podría merecer otro adjetivo que el de farisaico. Me refiero al recurrente: “les iría mucho mejor a ustedes si se comportaran como…”, y a continuación la reivindicación del pasado del adversario que en cada caso convenga al crítico. Pero quizá lo importante aquí no sea tanto la sinceridad de tales planteamientos (francamente cuestionable) sino lo que en sí mismos tienen de síntoma.

Porque está lejos de ser obvia una crítica al adversario consistente en reconocer las virtudes y potencialidades de su propuesta política y en censurar a los representantes actuales de la misma que se aparten de su inspiración fundacional. De hecho, uno de los enfoques más recurrentes en el debate político era, desde bien antiguo, de signo opuesto. Era el que denunciaba hasta qué punto los errores del adversario en el pasado, lejos de ser casuales, podían ser considerados como estructurales y, en esa misma medida, resultaban premonitorios de sus desaciertos presentes. Pues bien, no solo parece haberse renunciado a impugnar la totalidad de las propuestas teórico-políticas del rival, sino que, simultáneamente, parece haberse renunciado a presentar las propias como remedio futuro para los desaciertos actuales.

De forma sutil, con la boca pequeña, casi por defecto, se ha ido deslizando hasta generalizarse la idea de que tal vez lo mejor (o, si más no, lo menos malo) sea intentar traer al presente algo de lo que en un momento anterior demostró ser de utilidad, en ocasiones incluso con independencia de que lo ahora reivindicado hubiera sido promovido en su momento por los predecesores de los actuales adversarios. Tanto se ha generalizado el convencimiento que no constaría poner ejemplos de signo completamente opuesto. Por un lado, es lo que se viene haciendo últimamente desde el govern socialista de la Generalitat de Cataluña con la figura de Josep Tarradellas, presentada como modélica desde el punto de vista político, a pesar de pertenecer a otra formación, distinta al PSC. Pero también es lo que, del otro lado, se ha comentado que está ocurriendo en Andalucía, donde el actual presidente de la Junta, el conservador Moreno Bonilla, parece estar convencido que la mejor estrategia para mantenerse en el gobierno andaluz es, en ausencia de un específico modelo propio para gestionar su autonomía, no abandonar el grueso de políticas que le permitieron a la izquierda mantenerse en el poder durante décadas.

Sin duda gran parte de tales reacciones se dejan interpretar en términos de resaca tras la extraordinaria agitación de la década pasada, tan presuntamente inaugural. A lo largo de la misma, tuvimos la oportunidad de asistir a una auténtica explosión de discursos marcadamente rupturistas tanto en lo político-social como en lo territorial, los cuales impugnaban la totalidad de la herencia colectiva recibida en nombre de un proyecto de futuro ilusionante para muchos —no debería haber el menor inconveniente en reconocerlo— a pesar de su imprecisión. Pues bien, lejos de convertirse en hegemónicos, como su inicial éxito electoral podía hacer pensar, tales discursos fueron incapaces de cristalizar en ninguna específica propuesta.

Pero la resaca, por más que haya existido, no lo explicaría todo. Por idéntico motivo, constituiría un severo error centrar en quienes ocuparon durante un tiempo el centro del escenario público la completa responsabilidad tanto de lo sucedido como, sobre todo, de lo no sucedido. Porque la estéril inanidad en la que han terminado desembocando determinadas actitudes políticas, que se presentaban como regeneradoras de todo lo precedente, más allá de que resulten en parte comprensibles a partir de las condiciones subjetivas de sus actores principales, tiene una base objetiva, un fundamento in re. Aquellos fugaces protagonistas de la obra toparon, por así decirlo, con la dureza de lo real. La misma dureza que empuja a quienes, resacosos, les han sucedido en el ejercicio del poder o en la representación a volver la vista atrás, a dirigir su mirada hacia aquellos momentos del pasado que todavía parecen conservar alguna virtualidad para el presente.

Ahora bien, esa mirada, en caso de resultar inevitable, tendrá que ser necesariamente crítica. Porque no se trata de buscar en un pasado que, por definición, no puede regresar el refugio ante las inclemencias del presente. Si en un momento determinado conviene retroceder a lo anterior ha de ser para intentar detectar el momento en el que pudimos tomar el camino equivocado o en el que dimos lugar con nuestro obrar a unos efectos que ahora valoramos como indeseables, por más bienintencionadas que fueran las causas que los generaron. Porque no cabe olvidar que también somos eso: productores de incertidumbre cuando no, directamente, de nuevos y constantes errores. Con un añadido insoslayable, y es el de que nos podemos equivocar no solo en lo que hacemos, sino también en lo que pensamos, esto es, en las teorías que elaboramos para entender lo que nos pasa.

Así las cosas, tal vez las fuerzas políticas deberían de una vez por todas abstenerse de producir ese ruido confuso, consistente en recomendar a sus rivales a qué etapa anterior (más o menos mítica) les convendría regresar para, en lugar de eso, aplicarse a analizar ellas mismas no sólo qué errores prácticos cometieron en el pasado sino también qué pensaron mal, esto es, hasta qué punto las herramientas conceptuales y discursivas con las que iban pretendiendo interpretar la realidad no conseguían explicarla adecuadamente. Quizás así conseguirían abrir alguna grieta en ese futuro que ahora tiende a percibirse como impenetrable. Deberían tenerlo presente sobre todo quienes tanto gustan de externalizar la tarea y endosar al adversario político una responsabilidad que en realidad solo a ellos compete (por más que se empeñen en esquivarla). Manuel Cruz es catedrático de Filosofía y expresidente del Senado.




















[ARCHIVO DEL BLOG] 1984. Publicado el 07/03/2017

 






No asistimos a una lucha global entre fascismo y liberalismo, sino entre verdad y mentira, escribe en El País [1984, 07/03/2017] el politólogo Víctor Lapuente. Se han disparado las ventas de 1984, comienza diciendo Lapuente, la novela de George Orwell sobre la vida en un régimen totalitario. Quieren convertirla en un musical de Broadway. Y es que el pasatiempo intelectual de moda es encontrar paralelismos entre la política actual, con sus Trump, Le Pen o Putin, y el fascismo. Es un error.

El mundo no está viviendo una deriva totalitaria, sino autoritaria. No es una diferencia semántica, sino de sustancia. Los regímenes totalitarios, como el fascismo, el nazismo o el comunismo, tienen un objetivo positivo. Quieren unos ciudadanos comprometidos con la causa. Para ello montan sistemas propagandísticos, como el Ministerio de la Verdad descrito por Orwell, que transmiten sus mentiras. Los líderes totalitarios necesitan la credulidad de los súbditos. Consecuentemente, tratan de controlar los intercambios de información.

Por el contrario, los líderes autoritarios tienen un objetivo negativo. No quieren que los ciudadanos crean noticias falsas, sino que no crean nada. Ni sus mensajes ni los de la oposición. Anhelan que los ciudadanos desconfíen de cualquier fuente de información y así no abracen causa política alguna. Para ello es bueno que la información circule de forma contradictoria y descontrolada.

Los autócratas más longevos cultivan la desafección. La base social del franquismo no eran unos ciudadanos comprometidos, sino apáticos. Que no se creían las mentiras del régimen, pero tampoco las verdades de la oposición. Así consiguió Franco durar más que todos los dictadores totalitarios de entreguerras. Y morir en la cama.

Ese es el peligro al que nos enfrentamos. No asistimos a una lucha global entre fascismo y liberalismo, sino entre verdad y mentira. No ha sido la polarización ideológica, sino las mentiras (conspiraciones sobre el 11-S, terrorismo o inmigración) lo que ha traído a los líderes del nuevo autoritarismo. No les venceremos intentando persuadir a los ciudadanos de las bondades de un mundo democrático, abierto y liberal, sino confrontando sus mentiras con verdades neutras y asépticas. No es el liberalismo, sino la verdad la que nos hará libres. Victor Lapuente es politólogo.

















Del poema de cada día. Hoy, "Pasaulis baigiasi sitaip" / "El mundo termina así", de Greta Ambrazaité

 







PASAULIS BAIGIASI SITAIP



Ne trenksmu, o šnabždesiu.

Kažkas pasako: gana.

Ir viskas išsisklaido

kaip rytinis rūkas virš laukų.


Lieka tik vėsus oras

ir keistas jausmas,

kad kažko labai trūksta,

nors nežinai ko.


Tai lyg pabudus sapne,

kurio nepamename,

bet žinome, kad buvo kažkas svarbaus,

kas dabar dingo be pėdsakų.




***




EL MUNDO TERMINA ASÍ 



No con un estruendo, sino con un susurro.

Alguien dice: basta.

Y todo se disipa

como la niebla matutina sobre los campos.


Solo queda el aire fresco

y una extraña sensación

de que falta algo mucho,

aunque no sepas qué.


Es como despertar de un sueño

que no recordamos,

pero sabemos que hubo algo importante,

que ahora se ha ido sin dejar rastro.



***



GRETA AMBRAZAITÉ (1993)

poetisa lituana























De las viñetas de humor de hoy sábado, 3 de mayo de 2025

 



































viernes, 2 de mayo de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 2 de mayo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 2 de mayo de 2025. Las formaciones políticas han de reaccionar, desactivar los discursos de odio, recuperar el respeto institucional y construir espacios para el entendimiento, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy la expresidenta del Congreso de los Diputados Meritxell Batet. En la segunda, un archivo del blog de junio de 2008, HArendt escribía sobre la malhadada Directiva Europea de Retorno aprobada por el Parlamento y decía en ella que, aunque se defina a la la política como el arte de lo posible, y que por tanto era "posible" que la decisión adoptada en aquel momento con el voto favorable de la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo fuera la correcta, esa decisión no dejaba de producirle un enorme desasosiego e incomodidad. El poema del día, en la tercera, se titula "Oh", es de la poetisa letona Agnese Krivade, y comienza con estos versos: "tengo algo que decir/pero no hablaré/me callaré y miraré/cómo comes tu sándwich". Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt






De la necesidad de los partidos políticos

 







Las formaciones han de reaccionar, desactivar los discursos de odio, recuperar el respeto institucional y construir espacios para el entendimiento, escribe en El País [En defensa de los partidos políticos: sin ellos, no hay democracia, 28/04/2025] la expresidenta del Congreso de los Diputados Meritxell Batet.

Pleno Congreso Cataluña. Criticar a los partidos políticos se ha convertido en una costumbre generalizada, comienza diciendo Batet, sea desde el desencanto, desde la desconfianza, o desde la simple renuncia a la implicación. Pero entre la crítica legítima y el rechazo absoluto hay un abismo que no deberíamos cruzar. En Cataluña las cifras de afiliación a los partidos, tan discutibles como se quiera, muestran una caída de 140.000 a 40.000 personas en los últimos 20 años. Llegados a este punto, conviene recordar con toda solemnidad que sin partidos políticos no hay democracia. A los partidos podemos también aplicar las palabras de Churchill sobre la democracia: son el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. Así que no podemos caer en la trampa de pensar que cuanto peor les vaya a los partidos, mejor nos irá a nosotros. Es justo al revés.

En muchos países el descrédito de los partidos ha impulsado el crecimiento de alternativas: movimientos, asambleas y, sobre todo, partidos nuevos que se presentan como la superación del sistema: movimientos personalistas que no tienen más ideología ni posición que la estrategia del líder, la negación de la política y su sustitución por una “sabiduría” que, sin embargo, no es capaz de dar respuesta ni soluciones a intereses sociales distintos y contrapuestos.

Tres males se ciernen sobre nuestras democracias: el populismo, la polarización extrema y la desinformación. Entre ellos se retroalimentan y amenazan con vaciar de contenido el debate público. En este contexto, los partidos políticos tienen la responsabilidad de reaccionar, de desactivar los discursos de odio, de recuperar el respeto institucional y de construir espacios para el entendimiento. Pero no pueden hacerlo solos. Necesitan aliados e incentivos.

Es fundamental el compromiso de la sociedad civil organizada, del mundo académico, de los expertos, de los profesionales. Pero, a la vez, es clave el papel de los medios de comunicación. Necesitamos medios rigurosos, comprometidos con la verdad, que no vivan de la polarización, sino que trabajen por la calidad democrática.

Y necesitamos ciudadanos exigentes con los partidos, sobre todo con el más cercano ideológicamente. Implicarse políticamente es, quizás más que cualquier otra cosa, ejercer la crítica al propio partido desde la identificación de valores y posiciones ideológicas.

Es imprescindible que como sociedad rechacemos los incentivos al insulto, al bulo, al ruido vacío. Valoremos el diálogo, la responsabilidad y el respeto. Los partidos responderán, porque siguen siendo la única institución que se somete periódicamente a la decisión de los ciudadanos y que, por lo tanto, persiguen su satisfacción. Podemos sacar lo mejor de los partidos políticos. Pero requiere un cambio de actitud general.

Defender a los partidos hoy es ir a contracorriente, pero es necesario. Porque sin ellos, lo que colapsa no es solo un sistema, sino la propia posibilidad de construir democracia. Reivindiquemos su valor, empujémoslos a mejorar, y asumamos también nuestra parte. Porque la política no es solo de los políticos; para ser política democrática debe ser de todos y nos necesita a todos. Meritxell Batet ha sido presidenta del Congreso de los Diputados entre 2019 y 2023 y ministra de Política Territorial entre 2018 y 2019 en el Gobierno de Sánchez.











[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre equilibrios dialécticos. Publicada el 25/06/2008











Sigo sin tenerlo claro... Hace unos días escribía en el blog la entrada titulada "Equlibrios dialécticos y decepciones" sobre la malhadada Directiva Europea de Retorno aprobada por el Parlamento europeo en junio de 2008, y decía en ella que, aunque se defina a la la política como el arte de lo posible, y que por tanto era "posible" que la decisión adoptada en aquel momento con el voto favorable de la mayoría de nuestros diputados socialistas en el Parlamento europeo fuera la correcta, esa decisión no dejaba de producirme un enorme desasosiego e incomodidad. Que tanta renuncia a la utopía y tanto canto al realismo podrían acabar por desencantar a un gran número de votantes. A mi entre ellos... 
Así sigo. Lo que no entiendo es porqué explicaciones tan sensatas sobre el asunto como las que dieron entonces en El País, en "Algunos derechos para quienes no los tenían", el parlamentario europeo, Ignasi Guardans, y el diputado del Congreso, Carles Campuzano, ambos de CiU, no se dieron antes y no a toro pasado, como decimos en España, cuando la tormenta ya ha quedado lejos. Muy español, eso de acordarse de Santa Bárbara sólo cuando truena... Nos ahorraríamos todos bastantes desasosiegos si de vez en cuando los políticos dieran explicaciones en su momento, cuando corresponde darlas, y no cuando les conviene a ellos... Les dejo con el artículo en cuestión. Dice así: 
Desde hace unas semanas, creadores de opinión con reputación intachable, políticos respetables y otros de verbo menos controlado, defensores de los derechos humanos de impecable trayectoria y presidentes de regímenes con democracia muy discutible, todos se han revuelto con pasión descontrolada para descargar su ira y su conciencia contra la llamada Directiva de Retorno. Este fenómeno ha sido particularmente intenso en España.

Sin duda, todos han hablado y escrito tras leer detalladamente el texto que hemos votado una amplia mayoría en el Parlamento Europeo, y conociendo cómo se ha forjado una norma que refleja en cada párrafo, en cada coma, tres años de negociaciones entre los Gobiernos democráticos que representan a 500 millones de ciudadanos y los representantes del Parlamento Europeo.

Y, a juzgar por cuanto se ha dicho y escrito, un grupo de intelectuales se conserva hoy, al estilo del pueblo de Astérix, como el último reducto de democracia en Europa, mientras los demás -incluso con el apoyo de los ahora degenerados socialistas españoles-, hartos ya de lo que hemos creído y defendido durante años, aplastamos al emigrante ilegal y lo reducimos a su más ínfima condición.

O a lo mejor no es así. A lo mejor se pueden recolocar las cosas en su justa y razonable medida con unas breves reflexiones de quienes no sentimos vergüenza alguna por haber dado un paso adelante en la protección de los derechos de miles de inmigrantes en situación irregular.

Ante todo, algunas premisas. Se supone que la mayoría aceptamos que deben existir unas reglas (las que sean: ése no es ahora el debate) para determinar quiénes y en qué condiciones pueden residir legalmente en nuestro país. Y aceptaremos entonces que habrá que prever cómo reacciona el Estado frente a quienes las incumplan. Y hay que suponer que aceptamos que eso puede incluir el retorno forzoso a su país de origen.

Aceptadas esas premisas sencillas, se trata de fijar para el caso de detención y retorno forzoso (que España aplica hace ya largos años, aunque algunos parezcan descubrirlo ahora) unas reglas de mínimos que garanticen en toda Europa algunos derechos básicos a quien no los tenía, sin impedir en ningún caso que Parlamentos y Gobiernos establezcan en cada Estado garantías y derechos superiores.

Y en este tira y afloja negociador para fijar esa base mínima, el Parlamento ha arrancado de muchos de esos Gobiernos democráticos una protección de la que "sus" ilegales carecían, y ahora tendrán: excluir del retorno forzoso al solicitante de refugio o asilo; precisar por ley en qué casos concretos es posible restringir la libertad de quienes están pendientes de ese retorno forzoso; fijar garantías para el retorno de menores no acompañados y garantizar sus condiciones de internamiento separado de los demás (con educación incluida); forzar un procedimiento escrito y reglado lejos de toda arbitrariedad; garantizar derechos procesales básicos (como la lengua, o la asistencia jurídica gratuita); definir las obligaciones de atención sanitaria, o velar por la revisión judicial de todas esas decisiones.

Y, cuando en muchos países no hay límite alguno, fijar un máximo de seis meses de detención en casos concretos, prorrogable por 12 más en condiciones muy determinadas (algo muy lejos de esos supuestos 18 meses de retención que tantos dan por asumido).

Nada de todo ello es "un paso atrás" para ni un solo inmigrante irregular en toda Europa. Al revés: hoy es la ley europea, también el Tribunal de Justicia, quien les dará la protección que en muchos Estados no tenían. Es esa ley europea el límite que esos Estados no podrán ya franquear. Mientras en otros, como el nuestro, y porque así lo quiere nuestro Parlamento, esos inmigrantes podrán tener algunos derechos más.

Claro que a algunos nos gustaría que en este tema hubiera en los Parlamentos nacionales de toda Europa, y en las sociedades que los eligen, una sensibilidad política como la que aquí es mayoría. Pero no es así. Y por eso Europa legisla con directivas de mínimos, sin impedir a cada Estado ir más allá si así lo desea.

Debatir cómo se cambian mayorías en Europa es una cosa. Plantear una especie de rabia colectiva porque otros no reconocen aún lo que aquí tenemos y pretender bloquear toda votación en Europa mientras no hagan lo que hemos hecho aquí es simplemente irresponsable.

Porque la realidad política, democrática y jurídica es que la alternativa a este texto no era en ningún caso un texto mejor. Era simplemente bloquear la aprobación de esta norma durante años y dejarla en el limbo frente a 27 sistemas de retorno distintos. Y así quizá algunos nos habríamos ahorrado críticas e insultos en España. Pero sin haber mejorado la protección de ni un solo inmigrante ilegal en toda Europa. Sean felices por favor. Y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt