viernes, 4 de noviembre de 2022

Del precio de la civilización

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del precio de la civilización, de ahí que como dice en ella el escritor Javier Cercas, el diagnóstico de Piketty nos parezca acertado; la solución, también: que los milmillonarios paguen un 90% de impuestos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







El precio de la civilización
JAVIER CERCAS
29 OCT 2022 - El País


No se puede decir mejor: “Los impuestos son el precio de la civilización”. Lo dijo Claudi Pérez en este diario; o, más bien, Claudi Pérez dijo que lo dijeron “los clásicos”. Los clásicos de la economía, claro está. Pero apenas hace falta saber de economía para entender que, como los otros, estos clásicos también llevan razón. ¿Para qué sirven los impuestos? Para pagar escuelas, hospitales, pensiones y toda la serie de servicios indispensables en la única sociedad donde merece la pena vivir: aquella que ha sido diseñada no para las personas excepcionales, las más fuertes y capacitadas, sino para las comunes y corrientes, las que no son nada del otro mundo (aunque esa sociedad también deba reservar un espacio y una función para las excepciones). En resumen: imposible ser una persona civilizada sin pagar a tocateja los impuestos que te corresponden. Es verdad que, en una tradición como la nuestra, donde el catolicismo mató de raíz al protestantismo, donde el espíritu picaresco derrotó al caballeresco y Quevedo a Cervantes, a la mayoría de la gente le trae al pairo ser civilizada o no, y quien paga sus impuestos pudiendo escaquearse es un panoli. Es verdad, pero no por ello los clásicos dejan de ser clásicos.
Dicho esto, ¿son sólo el catolicismo, la picaresca y Quevedo los responsables de que haya tan poca gente entre nosotros que obre conforme al criterio impositivo de los clásicos, o como mínimo de que haya mucha menos gente que en algunos países escandinavos, que no son el paraíso terrenal, pero tienen una ética fiscal más firme que la nuestra? La respuesta es no. Porque, además de cobrar impuestos, nuestros gobernantes deben gastarlos bien, o por lo menos no derrocharlos. Tranquilos: evitaré la demagogia antipolítica (aunque algunos chiringuitos, algunos sueldos de sátrapas y algunas trapacerías más no sean exactamente demagogia); me limitaré a recordar un par de cifras. Según el FMI, en 2019 la corrupción le costaba a España del orden de 60.000 millones anuales, lo que equivale a 4,5 puntos de nuestro PIB; según la OCDE, en 2017 entre el 10% y el 30% de la inversión en un proyecto de construcción financiado con fondos públicos podía llegar a malgastarse a causa de la mala gestión y la corrupción. ¿Es comprensible o no que haya tantos españoles que consideran un tonto del bote a quien paga impuestos pudiendo no pagarlos? La ética fiscal y el buen gobierno son dos caras de la misma moneda: uno paga impuestos menos a disgusto si sabe que el Gobierno no los va a malgastar, o si, al menos, como ocurre en los susodichos países nórdicos, los índices de corrupción figuran entre los más bajos del planeta. Por lo demás, la pregunta del millón es por supuesto quién debe pagar los impuestos, y cuántos y cómo debe pagarlos. Mientras escribo estas líneas, las comunidades autónomas (y no sólo las del PP) se han lanzado a un sprint fiscal a la baja, mientras el Gobierno prepara un alza de impuestos de algo más de 3.000 millones, obtenidos de los patrimonios de más de tres millones y de las grandes empresas. Lo primero me parece una locura en un país cuya presión fiscal está 6 puntos por debajo de la media europea; en cuanto a lo segundo, me parece insuficiente: el problema no son las personas que tienen tres millones de euros, sino las que acumulan miles. Por eso me gusta mucho la propuesta del economista Thomas Piketty, quien aboga por una sociedad en la que todos podamos disponer de algunos centenares de miles de euros, y en la que algunos que crean riqueza y gozan de éxito tengan unos millones, quizá unas decenas de millones. “Pero, francamente,” añade, “tener varios centenares o miles de millones no creo que contribuya al interés general”. El diagnóstico me parece acertado; la solución, también: que los milmillonarios paguen un 90% de impuestos. “Un 90% a quien tenga 1.000 millones de euros significa que le quedarán 100 millones de euros”, razona Piketty. “Con 100 millones uno puede tener un cierto número de proyectos en la vida”.
Yo creo que eso es muy civilizado. Piketty no debe de computar como clásico, pero a veces lo parece. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

















No hay comentarios: