lunes, 24 de marzo de 2025

Del poema de cada día. Hoy, El primer amor. Canto X, de Giacomo Leopardi

 






EL PRIMER AMOR

Canto X



Vuelve a mi mente el día en que el combate

sentí de amor por vez primera, y dije:

«¡Ay de mí, si es amor, cómo acongoja! »


Con los ojos clavados en la tierra,

yo contemplaba a aquella que, inocente,

mi corazón hizo vibrar primero.


¡Ay, amor, y cuán mal me gobernaste!

¿Por qué tan dulce amor debió consigo

llevar tanto dolor, tanto deseo,


y ni sereno, ni íntegro y sencillo,

mas lleno de lamentos y de afanes,

bajó a mi corazón tanto deleite?


Y dime, tierno corazón, ¿qué espanto,

qué angustia era la tuya al pensamiento

junto al cual era hastío todo goce?;


el pensamiento aquel, que, lisonjero,

se te ofreció en la noche, cuando todo

quieto en el hemisferio aparecía.


Tú, infeliz venturoso e intranquilo,

me fatigabas el costado sobre

el lecho, fuertemente palpitando.


Y cuando triste, exhausto y afanoso,

yo los ojos cerraba, delirante

como por fiebre, el sueño no acudía.


¡Oh, qué viva surgía en las tinieblas

la imagen dulce, y los cerrados ojos

la contemplaban bajo de los párpados!


¡Qué latidos suavísimos sentía

recorrerme los huesos, qué confusos,

mudables pensamientos en el alma


alzábanse, lo mismo que en las copas

de antigua selva el céfiro soplando

arranca un largo y trémulo murmullo!


Mientras callaba, sin luchar, ¿qué hiciste,

¡oh corazón!, cuando partía aquella

por quien pensando y palpitando vivo?


Me sentía quemado lentamente

por la llama de amor, cuando la brisa

que la avivaba se extinguió de pronto.


El nuevo día me encontró sin sueño,

y al corcel que debía dejarme solo

piafar oía ante el paterno albergue.


Y yo, tímido, quieto e inexperto,

en el balcón oscuro, inútilmente

aguzaba la vista y el oído


esperando escuchar la voz que de unos

labios debía salir por vez postrera;

aquella voz que el cielo, ¡ay!, me vedaba.


¡Cuántas veces el vacilante oído

plebeya voz hirió, y heló mis venas

e hizo latir el corazón con fuerza!


Y cuando al corazón bajó el acento

de aquella voz amada, y se escucharon

de carros y caballos los rumores,


me quedé ciego, me encogí en el lecho

palpitando, y, cerrados ya los ojos,

oprimí el corazón entre mi mano.


Luego, arrastrando las rodillas trémulas

por la callada estancia, tontamente,

decía: «¿Qué dolor puede ya herirme?»


Amarguísimo entonces, el recuerdo

se me emplazó en el pecho, y se oprimía

a toda voz, ante cualquier semblante.


Largo dolor mi mente iba minando,

cual lluvia que al caer del vasto Olimpo

melancólicamente, el campo baña.


No sabía de ti, garzón de nueve

y nueve soles, a llorar nacido,

cuando en mí hiciste la primera prueba.


Y el placer desdeñando, no me era

grato el reír de un astro, ni el silencio

de la aurora, ni el verdecer del prado.


También faltaba el ansia de la gloria

del pecho, al que inflamar tanto solía,

pues la borró el amor por la belleza.


Desatendí el estudio acostumbrado

y lo creía vano, porque vano

cualquier otro deseo imaginaba.


¿Cómo pude cambiar de tal manera

y que un amor borrara otros amores?

En verdad, ¡ay de mí!, cuán vanos somos.


Mi corazón tan sólo me placía,

y de un perenne razonar esclavo

espiaba el dolor que lo embargaba.


La vista fija en tierra o abstraída,

insoportable me era ver un rostro

fugitivo, ya fuese hermoso o feo,


pues temía turbar la inmaculada,

cándida imagen en mi mente fija,

cual la onda del lago turba el aire.


Y aquel no haber gozado plenamente

—que de arrepentimiento llena mi alma

y el placer que pasó cambia en veneno—


en los huídos días, a mi mente

estimula; que de verguenza el duro

freno mi corazón ya no sujeta.


Juro a los cielos ya las nobles almas

que nunca un bajo anhelo entró en mi pecho,

que ardí en un fuego inmaculado y puro.


Vive aquel fuego aún, vive el afecto,

alienta en mi pensar la bella imagen

de quien, si no celestes, otros goces


jamás tuve, y sólo ella satisface.



GIACOMO LEOPARDI (1798-1837)

poeta italiano






















De las viñetas de humor del blog de hoy lunes, 24 de marzo de 2025

 





































domingo, 23 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy domingo, 23 de marzo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 23 de marzo de 2025. La preparación inicial para ingresar en la judicatura y en la Fiscalía presenta en España serias deficiencias de base, afirma críticamente en la primera de las entradas del blog de hoy el magistrado emérito del Tribunal Supremo, Perfecto Andres Ibáñez. La segunda del día es un archivo del blog fechado el 31 de marzo de 2013 en el que HArendt afirmaba contundemente que no tenía muy buen concepto de la clase política actual, ni de la nuestra, la española, ni de la europea, y que creía, sinceramente, que no dan la talla ni por aproximación. La tercera es un poema titulado Exilio, de la poetisa española de origen sefardí Kiku Adatto, que comienza así: Al principio caminamos/entre los álamos y los robles/los viñedos y los olivares. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












De las deficiencias formativas de la carrera judicial

 








La preparación inicial para ingresar en la judicatura y en la Fiscalía presenta en España serias deficiencias de base, afirma críticamente en El País [El irracional sistema para ser juez, 20/03/2025] el magistrado emérito del Tribunal Supremo, Perfecto Andres Ibáñez. Si para entender en qué consiste la jurisdicción, comienza diciendo, bastase saberse los preceptos legales que la rigen —escribe Glauco Giostra parafraseando a G. B. Shaw— “ser estúpidos no sería necesario, pero ayudaría mucho”. Con tal punzante observación, el jurista italiano hace crítica referencia a una actitud de método con un antecedente autorizado en el Bonaparte del “mon Code est perdu”. Una exclamación pronunciada al saber que su famosísimo texto legal sería interpretado. Pero el dicho del emperador no era una ocurrencia: condensaba sentenciosamente un modo de entender el derecho —el propio del primer positivismo— como una suerte de ideal normativo autosuficiente, dotado de inequívoca plenitud de sentido ya solo en la expresión literal y, por ello, susceptible de una aplicación mecánica o casi.

Pues bien, aunque cueste creerlo, este es el retroparadigma que, desde hace más de un siglo, rige, invariable, en España el régimen de acceso al ejercicio de las funciones judiciales: el conocido sistema de oposiciones, que se resuelve en el veloz recitado de temas memorizados ante una comisión examinadora que lo sigue reloj en mano e incluso con los textos legales abiertos para verificar la literalidad de la exposición: valor por excelencia a efectos de puntuación.

La oposición se prepara durante unos cuatro años y pico de media, en riguroso aislamiento (“en casa sin salir más que a misa los domingos y demás fiestas de guardar”, se lee en las memorias del magistrado Ríos Sarmiento). Un régimen interrumpido un par de veces por semana para cantar los temas a un preparador. Y el aprendizaje consiste en asimilar mecánicamente algunos cientos de estos, elaborados con ese fin en las llamadas “contestaciones”, por el procedimiento de desnudar a las instituciones jurídicas de toda referencia histórica o doctrinal —cultural, para entendernos— reduciéndolas a una suerte de nociones-píldora drásticamente desproblematizadas. Algo que da sentido a un expresivo consejo de preparador al alumno que empieza: “Ahora a estudiar, que de pensar ya tendrás tiempo”.

A lo largo de este periodo, a más de una cierta disciplina de trabajo, solo se cultiva la memoria. Tanto es así que en el prólogo de un clásico texto usado por miles de aspirantes a jueces podía leerse: “La oposición es (…) la ejecución en el acto del examen de los ‘discos’ previamente impresionados en el cerebro del opositor con arreglo al programa”. Todo cuando para Montaigne, ya en el siglo XVI, “saber de memoria” era “no saber”. Una técnica denostada por él porque dejaba “totalmente hueco el juicio” y que, es curioso, rige entre nosotros, precisamente, en la supuesta formación de futuros profesionales del oficio de juzgar.

Esta es una función pública que impone decidir con imparcialidad sobre casos problemáticos, hoy en una sociedad plural en el orden de los valores y muy conflictiva, aplicando un ordenamiento multinivel a situaciones no siempre bien reguladas por el legislador. Y, en este marco, la tarea del juez consiste en caracterizar adecuadamente el supuesto de hecho sometido a su consideración, para luego aplicar las disposiciones atinentes al caso atribuyendo a sus términos el significado más correcto. Un cometido que demanda de sus protagonistas cierta tensión moral y, además de dominio del orden jurídico, destreza técnica para obtener buen conocimiento empírico. Esto exige rigor en el tratamiento del material probatorio, mediante el control del propio proceso cognoscitivo, para que solo accedan a la decisión datos bien adquiridos cuya valoración pueda justificarse expresamente. Es el modo de hacer que lo decidible coincida siempre y solo con lo motivable, y que queden fuera de aquella esas peligrosas certezas subjetivas más propias de la adivinación que del enjuiciar racional.

Pero, inevitablemente, la irracionalidad del régimen de selección irradia y se hace patente en el plano de la formación resultante. Ya lo pone de manifiesto el propio diseño del programa, del que está por completo ausente la epistemología del juicio de hecho, asunto central de la experiencia jurisdiccional, de cuya relevancia informa el dato de que la obra capital de Michele Taruffo, La prueba de los hechos, excede de 500 páginas y no habla de derecho. Y también lo acredita el sorprendente descuido de un deber constitucional, la motivación de las decisiones, a la que solo se dedica una quinta parte de tema en el caso de la sentencia civil y una octava en el de la penal; y el prácticamente nulo espacio dedicado a la interpretación de la ley.

Lo que acaba de aludirse expresa una deficiencia de diseño, que refleja algo mucho más profundo: una opción relativa al modelo (mejor antimodelo) de juez que objetivamente se busca: aquí, el decimonónico decisor “en conciencia íntima”, para el que resolver en cuestión de hechos no es operar metódicamente con hipótesis, sino decidir por una suerte de pálpito, como tal injustificable. Así se explica que, en la obra de “contestaciones” seguramente utilizada en su preparación por la mayoría de jueces y fiscales actualmente en ejercicio, se postule como función de la prueba: “Formar la convicción psicológica del juez”. Obsérvese, no el convencimiento imprescindible con un porqué racional y explicitable, sino una suerte de sensación que, lo propio de los fenómenos psíquicos, se experimenta de forma subliminal y, naturalmente, intransferible. Algo semejante ha escrito Cordero, a lo que sucede en la experiencia religiosa de los misterios, cuando “sobreviene un instante pánico en el que la razón queda en suspenso”.

De lo expuesto se sigue que la preparación inicial de los jueces (y de los fiscales) presenta serias deficiencias de base. Cierto que al ingreso sigue un curso en la Escuela Judicial. Pero ocurre que, según el Plan de Formación del curso 2022-2023, en ella, “el estudio” se hace “desde una perspectiva eminentemente práctica”, porque “el juez/a (sic) en prácticas” ya tiene los conocimientos precisos “desde una perspectiva eminentemente teórica”, en virtud de la oposición. De modo que el bagaje para un ejercicio profesional tan delicado es el que acaba de apuntarse, salvo aquellos casos (por fortuna, bastantes) en los que la autoevidencia del déficit formativo lleve a la voluntaria realización de un personal esfuerzo para compensarlo. Algo ciertamente no fácil, dada la carga de trabajo.El problema es serio y repercute en la calidad de la justicia que se imparte, así en resoluciones preocupantes como las de la Sala Segunda contra el fiscal general, de un llamativo vacío de justificación; en las inclasificables providencias-ucase del juez Juan Carlos Peinado; en ciertas actuaciones del juez Joaquín Aguirre. También —en muy otro plano— en una pobre sensibilidad a los valores constitucionales de la jurisdicción, como la expresada por los jueces Carlos Valle (pintoresco interlocutor del humorista Quequé) y Manuel Ruiz de Lara (el del imaginativo “Barbigoña” y el patético narcisismo agresivo). O en aquellas pintorescas concentraciones “con togas y a lo loco” (escribe bien Julio Picatoste), ante las sedes judiciales, de la misma impregnación político-partidista que la mayoritaria aquiescente pasividad con el secuestro golpista del Consejo General del Poder Judicial, exhibida durante un quinquenio. Perfecto Andrés Ibáñez es magistrado emérito del Tribunal Supremo.


















[ARCHIVO DEL BLOG] La ley de Transparencia y la responsabilidad de los políticos. Publicado el 31/03/2013












No tengo muy buen concepto de la clase política actual. Ni de la nuestra, la española, ni de la europea. Creo, sinceramente, que no dan la talla ni por aproximación. Hace unos días, revolviendo papeles, me encontré con un informe de gestión que hice en noviembre de 1999 para el órgano de control del sindicato en el que militaba. Lo encabezaba con una frase del profesor de la Universidad de Stanford (EUA) y actualmente de la European University Institute de Fiésole (Italia), P.C. Schmitter, que decía lo siguiente: "Sin individuos que inviertan en democracia hasta el punto de orientar sus trayectorias vitales alrededor de la aspiración de ocupar sus puestos claves, existen serias dudas para la supervivencia de cualquier democracia. La cuestión central no es si existirá o no una élite política o incluso una clase política, sino la composición de ese grupo de representantes y si después se les podrá hacer responsables de sus acciones". Y es que resulta que esa es la clave de la democracia: la exigencia de responsabilidades, y no solo políticas, a los que nos gobiernan, por los actos que realizan o dejan de realizar en nuestro nombre mientras ocupan el cargo para el que han sido elegidos o designados.
El mundo es un pañuelo, dicen, y la clase política los mocos que lo infestan. Conviene lavarlos, el mundo y el pañuelo, a menudo para retirar la podredumbre, o mejor, tirarlos a la basura (solo el pañuelo), como los clínex, y comprarse unos nuevos... Espero que se me perdone la ordinariez de la expresión, pero es lo más suave que se me ocurre decir sobre los políticos a la luz de los últimos acontecimientos.
No creo que el anteproyecto de ley de transparencia sometido a información pública por el gobierno español del partido popular vaya a dar para mucho. En el acceso al mismo que figura en la página electrónica de La Moncloa solo dan para opinar a los ciudadanos un espacio de 1024 carácteres. Por generosidad y espacio que no quede..., y espero que no se bloqueen los mensajes posteriores que se envíen desde una misma dirección de correo electrónico. En honor a la verdad confieso que no lo he leído todavía, aunque pienso hacerlo con detenimiento y opinar sobre él en la medida que me dejen. Si he leído la referencia al informe sobre el mismo presentado por la vicepresidenta del gobierno al Consejo de Ministros del pasado día 23 de marzo, pero no he llegado a ninguna conclusión salvo la de la buena voluntad o una cierta dosis de cinismo por su parte dado el grado de cumplimiento que el partido y el gobierno del PP hacen de su palabra dada. Ahí lo dejo, de momento.
Curiosamente, y de nuevo deformación profesional como historiador, la lectura del informe me ha hecho recordar una vieja institución del Derecho de Indias español que, con las actualizaciones pertinentes, podría tener cabida en la elaboración del anteproyecto de ley citado. Me refiero al denominado "Juicio de Residencia", un procedimiento que consistía en que al término del desempeño de sus funciones todos los cargos públicos, incluidos los virreyes, y antes de abandonar la residencia del lugar en el cual habían ejercido sus cargos, estaban obligados a someterse a un proceso en el que se analizaba el grado de cumplimiento de sus obligaciones a lo largo del mandato, reuniendo cuanta información fuera precisa a través de diferentes testigos, documentos, denuncias y pruebas aportadas en su contra. Terminado el juicio, si era positivo, la autoridad podía ascender en el cargo; en cambio, si había cometido errores o ilegalidades, podía ser sancionado con una multa o la prohibición de por vida de ejercer de nuevo un cargo. Interesante, ¿no es verdad?
¿Cómo aplicar esta añeja institución española a la época actual? Una posibilidad sería la de recurrir, ahora, a otra antigua institución del derecho anglosajón, y más específicamente estadounidense, que aún funciona a pleno rendimiento como instancia judicial en la gran república norteamericana: el Gran Jurado. ¿Cómo?, haciendo que todo cargo público de relevancia: alcaldes, parlamentarios regionales, diputados y senadores nacionales; miembros de la administración de libre designación por los gobiernos respectivos, cualquiera que sea su ámbito territorial, etc., etc.; y todos los responsables de empresas sostenidas o subvencionadas con fondos públicos se sometan a un proceso informativo ante un Gran Jurado popular conformado al respecto, elegido al azar entre las listas de ciudadanos con derecho a voto, y ante los cuales, durante el plazo que se determinara, y en audiencia pública, se sometería a su escrutinio la labor desempeñada por el mismo durante el ejercicio de su mandato, una vez concluido éste, o cuando en el ejercicio del mismo se presentara contra él una petición en tal sentido avalada por un determinado número de ciudadanos.
Es solo un esbozo y aparco los detalles de la propuesta para otro momento, pero dejo la exposición a juicio de los amables lectores del blog por si estiman interesante comentarla. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 














Del poema de cada día. Hoy, Exilio, de Kiku Adatto

 









EXILIO



Al principio caminamos

entre los álamos y los robles

los viñedos y los olivares.


Hicimos un pacto con la tierra

las montañas y el mar

los ríos y las raíces

que contaban nuestras historias.


Cuando nuestra sangre

corría por las calles, no huimos.

Rechazamos la memoria de masacres

y recordamos el sol de Sefarad

sobre las cabezas de nuestros hijos.


De nosotros surgieron filósofos

mercaderes y poetas

médicos y diplomáticos

aún nuestros líderes tenían que besar

las manos de los reyes

que siempre y nunca nos protegieron.


Siempre y nunca

estas palabras las llevamos

a nuestro exilio

y guardamos las llaves

de nuestras casas

para el día del retorno.


En el crepúsculo violeta

de nuestra partida

sólo probamos el polvo

de nuestros deseos.




KIKU ADATTO (1947)

poetisa española