Son las cinco y media de la mañana, suena la inoportuna alarma del móvil y comienza otro tedioso día. Café con tostadas y mantequilla, cepillado de dientes y una ducha rápida para comenzar a sudar 10 minutos después. El niño se ha despertado y comienza la carrera. Cambio de pañal, un body limpio, los pantalones y calcetines y por supuesto unos doscientos besos. El niño con los abuelos, mi marido a su trabajo y yo al mío.
Uno de los mejores momentos del día, aunque suene extraño es el viaje al trabajo, el único momento del día que estoy sola, para mí. No soy madre, ni esposa, ni empleada, solo yo. El aire frío me termina de despertar y me relaja camino al autobús. Me siento a esperar, abro el libro de turno y me olvido de todo. El trayecto es corto unos 15 o 20 minutos según la prisa que lleve el conductor, rara vez hay tráfico. La vista del mar y la playa dan ganas de parar y quedarse ahí en el tiempo. Los pies en la arena aún fría y húmeda, los primeros rayos de sol en la cara, respirar, cerrar los ojos y sonreír. Vuelvo la vista al libro y sigo con la lectura. Ya hemos llegado, parada obligatoria para el segundo café del día, siempre para llevar. Todavía quedan 20 minutos para que empiece la jornada pero me gusta llegar temprano, disfrutar del café tranquilamente e ir preparando todo. El día como todos, teléfono y más teléfono, números, cuentas, urgencias y dolores, impertinencias varias y alguna cara agradable que te hace no mandar todo a la mierda.
Dentro de esas caras está la de las pocas argentinas que conozco que me cae bien, de hecho diría que adoro. Siempre he visto a los argentinos un poco pedantes, sin contar a Mafalda a la cual admiro profundamente, pero ella me explicó el porqué: ”los repelente son los de Buenos Aires, los demás son buena gente”. Tiene que ser así, todos los conocidos eran porteños, menos los que me caían bien. Tras seis años viviendo aquí es la única persona a la que considero realmente amiga. Tengo buen trato con el resto de compañeros, nos reímos, nos contamos las cosas pero.. falta algo. Menos mal que
apareció la pibita y nos ha dado buena onda.
En estos momentos se agudiza la mente y se intenta buscar dinero por todos los lados y como lo de meterme a puta no me convence y hay mucha competencia, espero que me venga una idea estupenda que me haga forrarme como al que creó la página de facebook. Lo de la lotería tengo claro que no me toca, ni jugando. Será el karma que tengo, tiene vocación de arruinado y derrochador.
Así que pensemos en las cosas que más o menos se me dan medianamente bien: escribir, aunque ando desentrenada, sin contar las escasas apariciones que hago en el blog de mi padre y la fotografía. Vaya por dios, dos cosas que hace medio mundo de hobby, así no vamos a ningún lado. A no ser que alguno quiera comprarme una foto, montarme una exposición o contratarme en “El País” como columnista de opinión o de desastres varios. Los blogs han sido la salida editorial de todos aquellos que quieren publicar un libro pero no llegan a escribir media página; también los hay que les encanta exhibir toda su intimidad y te cuentan hasta cuando van al retrete. Hay de todos los gustos y sabores, existe más variedad que en los helados de Häagen Dazs. Siempre podría darme por la vena escatológica, lo guarro vende mucho incluso aquellos que lo repelen hablarán de ti. Y eso es lo bueno, ¿no? ¡Qué hablen, qué hablen!
Viajando por la memoria, que afortunadamente sale gratis, estuve repasando todos esos felices y no tan felices momentos fuera de casa.
Florencia, ¿quién no se enamora de ella? Toda la ciudad me recuerda a los recortables que tenía de pequeña, la catedral, el baptisterio, esos blancos y verdes, geometría pura, simple y bella. Dos veces he ido, y las dos me hubiera quedado a vivir. Y sin contar Madrid, no me ha pasado con más ciudades. Hay muchos lugares en los que no me importaría vivir pero, solo no me importaría. Paraíso del arte, museo abierto son sus calles, rincones inolvidables y sorpresas en cada soportal. La cuna del renacimiento es un orgasmo arquitectónico en todos sus sentidos. Escuadra, cartabón y muchas líneas, todo perfecto, no hay fallos, no se ven los ladrillos por debajo, ni la decadencia encantadora de Roma. Unos de los lugares más mágicos de Florencia es la diminuta iglesia de Santa Margherita dei Cerchi. Casi parece lógico que Beatriz Portinari, la joven que fue el amor de Dante, ideal del amor platónico, descanse en esa pequeña capilla: No hay nada en ella, paredes en blanco, dos bancos o poco más, música de fondo, luz tenue, y paz. Allí el místico encuentra a dios y el ateo se sosiega. Será la historia romántica, la oscuridad, el silencio que deja hablar a las fantasmas pero el caso es que allí, me sentí en casa. Saben, esa sensación cuando eres pequeño, te encuentras mal, te abrazabas a tu madre y todo era bueno; yo lo sigo haciendo. Pues eso mismo. Si van a Florencia busquen esa capilla.
Y el Arno ohhh, un río. Para mi todo lo que sea agua fluyendo es síntoma de felicidad, hay que tener en cuenta que en mi tierra los ríos no existen. Agua de mar sí, y mucha, pero dulce nada de nada. Por mísera que sea la corriente de un riachuelo siempre dibuja una sonrisa. Lo mismo le pasará a un manchego al ver el mar, digo yo.
Además del arte, Florencia, Italia en general, es un vicio para los amantes del helado. Hay que reconocer que la pasta y las pizzas están buenas pero los helados saben bien hasta en pleno febrero con 5 grados.
Siempre que empiezo a contar algo, termino hablando de los lugares que he visitado. No puedo evitarlo. Tengo claro que mi profesión ideal es la de reportero de viajes, por ejemplo para Pilot Guides, encima con gastos pagados. Ya si fuera la versión hoteles de lujo sería la gloria. Esos programos siempre están pensados para viajar solo, como mucho en pareja y casi siempre al estilo universitario, sin remilgos. Por ahora no he visto ninguno enfocado a las familias, o a viajes por hoteles de tres estrellas que es lo normal, por lo menos en mi economía los de cinco estrellas son innombrables. Lo mejor en lo que he estado es el Mena House, en El Cairo. Cuando decidimos irnos a Egipto, lo tenía claro, yo quería quedarme en él. Y no porque fuera el mejor ni el más bonito, simplemente porque aparecía en la novela Las arenas de Saqqara. Y vaya si mereció la pena. Darse una baño en la piscina viendo las pirámides es para experimentarlo. El Cairo es un gran caos, coches y más coches sin ley alguna; intentar cruzar una calle, es jugarse la vida, más o menos como en Roma. La verdad, no me gustó. Seguramente porque no me la enseñaron bien, sólo vi el museo correspondiente, las pirámides y el río de noche. Lo que sí me cautivó fue el Nilo, sus orillas, sus silencios, las puestas de sol y la llamada a la oración.
Seguiremos contando otro día. El vídeo que acompaña la entrada es un bellísimo recorrido por la Florencia de los Medici. Nos vemos. Ruth Campos
Seguiremos contando otro día. El vídeo que acompaña la entrada es un bellísimo recorrido por la Florencia de los Medici. Nos vemos. Ruth Campos
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Entrada núm. 1401 -
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco" (Hegel)