miércoles, 1 de junio de 2011

De olores y sabores






Botella de La Casera





Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Así empieza el retrato que hace Antonio Machado de su vida, uno de mis poemas favoritos; y la poesía no es algo que me apasione. Si hablamos de infancia se me vienen muchas cosas a la cabeza; pero será por la ilusión del viajar, recuerdo sobre todo las vacaciones en Madrid.

Hoy en día, te encuentras las mismas cosas en Madrid, Las Palmas o Cuenca pero antes no. Para mí era toda una experiencia culinaria las visitas a casa de la abuela. Empezaba nada más abrir el portal de la calle Chile. Todo estaba impregnado de un intenso olor a cocido, que se te metía hasta los pulmones y para mi entender era el olor de la Península; eso y el olor a frío, porque sí, el frío huele para la gente cálida. Después estaba La Casera, que hasta hace poquito ni se encontraba en las islas, y sigue sin tener mucho éxito por aquí, y como no, las botellas de leche Clesa. Oh!! ¡Qué gran maravilla! Sólo por la leche me merecía la pena el viaje y encima en botella de cristal, para mí eso era mágico. Ahora pruebas la leche y no sabe a nada, como la mayoría de las cosas, ha ido perdiendo el sabor. El puesto de patatas fritas de la calle Príncipe de Vergara, ¡sólo de papas y frutos secos!, ¡qué ciudad tan rara! La hamburguesería Wendy con sus mesas pintadas con periódicos viejos, Rocas Blancas, y la juguetería Pumba. Esto último no tiene que ver con la comida pero estaba en la ruta de paseo diario.

Ya en el paseo al centro, toda una aventura coger el metro e ir diciendo todas las estaciones de memoria, incluyendo transbordos, y llegábamos al paraíso: a comer las tortillas, los mejillones y las bravas. Peculiar era mi cara de asco cuando veía los dibujos que tenían en las paredes de Las Bravas de los platos de oreja a la plancha y rabo de toro, todavía la cara sigue siendo la misma. Y me hacía mucha gracia oír a mi tía Mari pidiendo una clara. ¿Qué era eso de clara? Sonaba gracioso.

Y como casi siempre íbamos en Navidad, también está por medio el turrón de coco, que siempre estaba guardado por si venía la tía Alfonsi. Mi hermana y yo robando bombones de la despensa, y las lentejas que ponía la abuela, y yo odiaba, y que mi madre se comía a escondidas. Casi se me olvida, ¡las barras de pan! Suena raro, pero aquí las barras de pan empezaron a estar de moda cuando llegaron los grandes supermercados, aquí siempre hemos sido de pan pequeño. ¡Oh, esa barra de pan, como la colocaba el abuelo en el radiador para que estuviera calentita!....

En fin, que lo mío no es tan poético como lo de Machado pero seguro que era igual o más sentido. Nos vemos. Ruth






Barra de pan





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Entrada núm. 1380
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