Mostrando entradas con la etiqueta M.V.Embid. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta M.V.Embid. Mostrar todas las entradas

lunes, 19 de septiembre de 2011

La princesa está triste. Un relato de M.V. Embid




Mi amiga María Victoria Embid, laureada autora de relatos cortos, de los que ha tenido este blog el honor de publicar algunos de ellos, ha escrito, sin "animus iniuriandi", un nuevo relato irónico-festivo preñado de actualidad política, 


Es un cambio de registro al que no nos tiene habituados. Lo suyo son los dramas rurales intensos, de amores apasionados nunca satisfechos, de sueños incumplidos y desgracias que se materializan contra todo pronóstico convirtiendo las vidas de sus protagonistas en fantasmales espectros que deambulan sin rumbo. Nada que ver con este de hoy. 

Que el cuento se inicie con los primeros versos de la famosa "Sonatina" (1) del poeta nicaragüense Rubén Dario, viene que ni al pelo, y desde luego, supongo que es absolutamente intencionado por su parte: 

"La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? 
Los suspiros se escapan de su boca de fresa, 
que ha perdido la risa, que ha perdido el color. 
La princesa está pálida en su silla de oro, 
está mudo el teclado de su clave sonoro, 
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor"...

Espero que lo disfruten. Gracias, de nuevo, querida Vicky. Un beso muy grande para tí.  Las fotografías y el vídeo que acompañan la entrada son responsabilidad exclusiva del editor del blog y no de la autora del relato. 

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




"LA PRINCESA ESTÁ TRISTE"

¿La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?... Había una vez una princesa llamada Mariana que siempre había anhelado el poder de su reino, sobre todo desde que su hermana mayor, de la cohorte neperiana, se lo pusiera en bandeja allá por el 2004. Al parecer, su hermana apodada la princesa del bigote, tuvo algunos deslices con amantes extranjeros, que junto con algún engaño y ardid, urdido por ella y su cohorte de damas bobas, dieron al traste con los deseos de poder de la princesa Mariana, en su lugar, ocupó el trono del reino una princesa que siempre fue vista por Mariana y su cohorte peperiana, como advenediza y con cierta mala reputación por no cumplir con los preceptos eclesiásticos como correspondía a una princesa de su posición.

 Aquellos años de oposición, en los que deseara ocupar el trono, fueron unos años difíciles para el reino, que comenzó a adolecer de mala salud, y su princesa regente fue perdiendo progresivamente el juicio hasta que terminó por perderlo del todo. 

Ante la grave situación, todos en el reino terminaron por repudiar a la princesa advenediza y fijaron la fecha para la subida al trono de la princesa Mariana quien, al parecer, se jactaba por palacio de disponer de soluciones mágicas y milagrosas para salvar al reino de su delicado estado de salud.

Conforme se aproximaba la fecha de su coronación, la princesa Mariana, que en otra hora se relamía de un sabor dulce y azucarado, cambiaba ahora los jugos de sus bilis por el sabor ácido y amargo de sus glándulas que impedían la degustación de poder. 

Ella sabía que no había formulas milagrosas, ni pociones mágicas que pudieran salvar al reino, ni siquiera mejorar levemente su lamentable estado de salud y, por si esto fuera poco, el reino se veía constantemente amenazado por múltiples incursiones de ejércitos de emisarios venidos de fuera de los dominios. Los consejeros del reino en lugar de reaccionar y, espantados ante los continuos derrumbes de sus territorios, preferían agasajar de dádivas a los emisarios extranjeros, quienes en el nombre de mercados financieros y, cada vez más agasajados, fueron tomando posiciones más fuertes frente a la debilidad del reino para seguir especulando e imponiendo sus criterios. Los consejeros del reino, en el seno del linaje capitalista, ante la pérdida de territorios pedían prestado más territorios a cambio de pagar unos intereses altísimos convirtiendo estos diezmos en una verdadera crisis de deuda Por otra parte, las entidades bancarias eran voraces y cada vez necesitaban más dinero para sus trueques, dinero del reino, dinero de los plebeyos. ¿Qué podía hacer el reino ante las severas incursiones y ataques? 

Podían aumentar los impuestos reales a los grandes señores feudales del reino y así poder financiar los servicios que el reino ofrecía y restaurar su status de bienestar en el que los futuros súbditos estuvieran felices y contentos, pero no había voluntad en ninguno de los grandes señores. 

Podían aumentar los impuestos y presiones fiscales a los artesanos independientes que habían declarado los últimos años tener menos ingresos de los que habían tenido o, podían hacerlo con los pequeños gremios artesanales que, antaño, con sus triquiñuelas, lograran despistar a los recaudadores del reino, pero estos estaban igualmente endeudados a causa de un reino de arcas vacías. 

Los consejeros encontraron entonces, como única solución, robar al campesinado y gremios de artesanos los pocos bienes que tenían despojándoles de los servicios que el reino le ofrecía: instrucción y servicios de asistencia gratuita a chamanes y curanderos y, no contentos con esto, por edicto real se les dijo que tenían que trabajar más y comer menos.

- ¿Hasta cuándo? – preguntaron.  

- Hasta caer en el lecho de muerte.

- Mire que mis hijos no encuentran tierras que cultivar.

- No importa. Reformaremos, sin más, la carta magna – Obtuvieron por respuesta.

Al principio a la plebe le costó despertar del profundo letargo. Ciertos grupos propagandísticos mediáticos de los señoríos y del propio reino, ex consejeros, trovadores y charlatanes de mercado, no se habían cortado en realizarles lobotomías y trepanaciones para seguir idiotizando a la muchedumbre. Que había que decir que estábamos ante un nuevo revés económico a escala mundial y que la culpa era toda de la princesa advenediza, se decía sin el menor movimiento capilar, que había que decir que seguirían robándoles hasta las entrañas: a todos les parecía bien.

Pero pronto la plebe, despojados muchos hasta de sus chozas, comenzó a sufrir. Los más jóvenes se indignaron y salieron a la calle. Ante esta situación extramuros, ni incursores ni consejeros hacían nada, solo pendientes de los ataques de los mercados y de la recuperación de territorios por parte de otros reinos.

Hubo otros muchos indignados, los representantes de jornaleros y campesinado, quienes eran despreciados por los indignados jóvenes aduciendo que eran unos vendidos a los intereses reales, aunque bien mirado, muchos de ellos habían perdido la vida en anteriores contiendas para que ellos pudieran ejercer ese derecho, pero los más jóvenes, ya se habían apropiado de la bandera de “los auténticos, los genuinos indignados”.

Volviendo a la princesa Mariana, aquella que ya desde el 2004 añorase el poder de su reino y próxima a su coronación real, comenzó a estar triste. No había atajos ni recetas milagrosas en cuanto ella subiera al trono, como ella misma había profetizado y, presa de todas sus charlatanerías y confianzas infundadas, comenzó a llorar. Había sido una tonta al pensar que los peores ataques habían pasado ya y que solo restaría apuntarse el tanto como ya hiciera su hermana, la princesa de los bigotes, que se hartó de repetir aquello de que su reino iba bien. Pero siete años más tarde de aquella sucesión frustrada, la salud del reino había empeorado hasta límites que la propia princesa Mariana desconocía y, la amenaza de recesión en todos los territorios dentro y fuera de sus dominios, acabó de rematarla. Supo entonces que al igual que les sucediera a otras princesas después de su llegada al trono, sufriría los niveles más bajos de popularidad, como le ocurriera a la vecina princesa Cameron.

Todo esto empezó a preocupar a la princesa incluso algún consejero dijo que la vio llorar por los jardines de de palacio. Su antecesora había perdido el juicio y todos en el reino lo sabían. Ya no podría seguir acusándola de todos los males del reino. Por otra parte, el reino no tendría suficiente con tener una princesa “como dios mandaba”. Sus recetas mágicas no tenían contenido y finalmente todo el mundo lo sabría.

María Victoria Embid
Septiembre 2011



--
Entrada núm. 1403 -
http://harendt.blogspot.com
Tanto como saber, me agrada dudar (Dante)
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco (Hegel)

jueves, 5 de mayo de 2011

Determinismo






Un basural en la República Dominicana




Me gusta cultivar las relaciones con mis amigos, sobre todo -perdónenme los caballeros- con mis amigas. No creo que haya muchas personas tan sumamente orgullosas como yo de sus amigas, orgullo que me es deparado por el inmerecido aprecio que ellas me dispensan y no por mis propios méritos. Mis otras grandes pasiones son mi familia, la teoría política, la historia y la literatura. La mayor parte de las veces van entrelazadas tan estrechamente, que me resulta difícil separar unas de otras. 

Hoy vuelvo a referirme a una de esas amigas entrañables, y en esta ocasión la cito con nombre y apellidos: María Victoria Embid, que me honra con su amistad y su cariño desde hace muchos años. Madrileña, madre, trabajadora, que además escribe, y muy bien, relatos cortos de contenido social, con lo que ha ganado ya varios premios. Uno de ellos: "Desierto y mar"  me permitió publicarlo en el blog en Febrero del pasado año.

Hace unas semanas, ganó otro premio en el XI Certamen de Relatos Cortos "Únete", (en la foto, situada junto al Secretario General Confederal de UGT, Cándido Méndez) que convoca dicha central sindical, con un relato triste, intimista y desesperanzado. escrito en primera persona, por el protagonista del mismo, un muchacho dominicano que sobrevive a duras penas en uno de los innumerables basurales que rodean muchas ciudades de la América hispana y del tercer mundo. Se titula "Determinismo", un término que en la definición que da del mismo el Diccionario de la Real Academia, designa a la teoría que supone que la evolución de los fenómenos naturales está completamente determinada por las condiciones iniciales. 

Es un honor para mi blog y para mí publicarlo, con su consentimiento, y con la esperanza de que les resulte lectura interesante. Y espero que sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




DETERMINISMO 
María V. Embid

Desde que Enrique, el cooperante, no está, aquí todo nos va muy mal, como dice mi abuela, vamos “de mal en peor”. Hace unos meses mi padre murió. Mi madre también murió hace algunos años. Estábamos enterrando a mi padre y sus huesos aún no habían tocado tierra, cuando comenzó a hacer un viento de esos que nubla la visión y le dejamos allí con el cuerpo a medio enterrar.  Dicen que ese viento viene del Interior. Yo nunca he estado allí, bueno en realidad nunca he salido del batey. Sé que aquí vivo y aquí moriré, eso dice mi abuela. Ella vino a este país desde Haití y se quedó en la ribera del río, al resguardo de las basuras de República Dominicana. Las basuras nos dan para vivir, lo peor es la enfermedad. Yo tengo deformados los pies y apenas puedo caminar. A mi me gusta bailar y cuando lo hago otros chicos se ríen de mí. Yo lo sé, pero no me importa, me gusta hacer reír, al menos, Wilson, el niño bailón,  como me llaman, sirve para algo.  El viento del interior se convirtió en  huracán y éste atrajo a las  tormentas y se puso a llover como nunca había visto, y eso que yo no he visto mucho, pero mi abuela decía que nunca había visto llover así, decía que esos vientos calientes vienen de África, los mismos que había cuando sus antepasados esclavos estaban allí, y que ahora, sus almas contrariadas vienen en forma de viento atrayendo a los aguaceros. Yo no sé donde puede estar ese lugar, creo que está al sur del batey, pero son suposiciones mías porque, ni siquiera la abuela, sabe donde puede encontrarse. 

Dicen que en la ciudad, cuando el cielo se pone así de revoltoso,  sacan a las personas de sus casas para que nada malo les pase, pero a nosotros no nos dicen nada, quizás porque aquí somos tan pobres que ni el viento puede golpearnos. Mi abuela dice que para ellos no existimos porque las basuras nos hacen invisibles. Ella a veces nos habla así. Todos lo primos que vivimos con ella nos reímos cuando lo hace. La tía nos dice que no le hagamos mucho caso, que desde que le “pasó el agua” la santera, anda diciendo tonterías, pero a mi me parece que tiene razón.

Cuando empezó a llover las chabolas comenzaron a quebrarse. El aguacero llegó de repente, como grandes olas de agua, no tuvimos tiempo de esconder nada, lo único que pudimos hacer fue escondernos nosotros mismos, allí acurrucados entre las basuras. Estoy tan acostumbrado a las basuras que me encuentro a gusto entre ellas, forman parte de mí o yo formo parte de ellas. Mi abuela dice que estamos entre lo que somos y que, cuando alguien entra en el batey, no distingue cuando empieza la basura y cuando empezamos nosotros. Mi tía ríe cuando mi abuela habla así, pero yo creo que a veces la basura y nosotros somos como la misma cosa.

Cuando el río comenzó a crecer y rebosar los campos a eso de la media noche, yo estaba muy dormido y me despertó el estruendo y el agua que ya me calaba los huesos. La abuela comenzó a hablar al cielo. Mi tía chillaba y le decía que se dejara de llamamientos,  que había que despertar a los chicos, pero mis primos y yo ya estábamos despiertos, nos despertó el agua en las camisas ya caladas como cuando nos bañamos en el río. Me levanté y seguía lloviendo sin parar. El cielo estaba negro como un montón de basura quemada. Me asomé al río pero había perdido sus orillas y ya la basura flotaba en el agua. En la chabola, el agua sonaba a chorros como cuando nos cae un cubo para darnos de restregones. Entre mi primo el grande y yo, tratamos de parapetarla, pero para entonces, ya caía con tanta fuerza que “a pocas” no se nos lleva  también. Por él, por mi primo, supe que la riada se había llevado a Patosa, nuestra gallina, era ya vieja pero ponía huevos muy grandes, en más de una ocasión le había salvado de hacer puchero para varios días o meses. 

Las noticias nos llegaron días después, cuando nos dijeron a los que estamos abajo, que la riada se había llevado la nave central de nuestra escuela y que las cosechas del huerto fueron desperdiciadas a causa del gran chapoteo. Mi abuela decía que tal cantidad de lluvia nunca podría ser tragada por la tierra y parece ser que así fue, porque en los meses que siguieron, las montañas de basura se habían encogido como cuando se nos encoge el estómago de no comer.  La abuela nos decía que eso sería nuestro final. Y algo de razón llevaba porque al poco tiempo comenzamos a enfermar por beber de aquella agua parduzca. De “aquellas”, mi primo el chico se murió y la abuela lo enterró una mañana. 

Cuando los cielos se abrieron y  la lluvia pareció templarse, mis primos y yo intentamos ir a la escuela, lo hicimos cruzando el lodazal que cubría los caminos hacia la vereda. La nave central de la escuela estaba anegada, el huerto encharcado bajo el lodo y el invernadero, llenito de semillas, había corrido con la riada, como Patosa. 

Las semillas las había traído Enrique desde España. En el suelo solo quedaba una parte del papel del embalaje en el que se podía ver “ISCOD”. Yo no conozco muy bien las letras pero las recordaba porque mis primos y yo habíamos arrastrado los sacos desde la camioneta cuando Enrique las trajo de Almería. 

En la escuela nos daban los desayunos por las mañanas. Por eso íbamos. Y lo hacíamos limpitos y con nuestras camisetas blancas. Yo tardaba mucho en atravesar el huerto para llegar a la nave de la leche y, cuando llegaba, a veces se había acabado, pero el señor que manda, siempre tenía un poco más, para los que como yo, íbamos a empellones y algo trastabillados. Venían muchos señores por aquí, de España nos decían. Nos regalaban camisetas blancas que usábamos para venir a la escuela. Esos hombres nos cogían afectos y nosotros a ellos también, pero siempre se terminaban yendo. Yo, la última vez que vino Enrique, pensé en irme con él, al menos eso me dijo, que me llevaría con él a España, decía que allí me curaría pero eso fue antes de los aguaceros. La mañana que se iba, yo llegué con mi zurrón y fui a pedir a la abuela una zamarra pues me habían dicho que fuera del batey hacía frío. 

- Me voy a España abuela.  

- ¿Dónde está eso?

 - No lo sé abuela, supongo que está a la vuelta de África. 

- Está bien no te tardes. El cielo anda revuelto.

Aquella mañana me levanté temprano, el último tramo, lo hice casi volando. Jamás pensé que mis piernas pudieran correr tanto apenas sostenidas por un solo pie en el suelo. Cuando llegué, Don Rafael, estaba trabajando en el huerto y las escuelas estaban vacías. Era temprano, casi no había amanecido, lo supe porque el sol todavía no había echado sus rayos sobre el batey. Pensé que había llegado demasiado pronto y esperé hasta que Enrique llegara, y lo hice allí, sentado en el alféizar de la entrada.  No supe cuanto tiempo estuve allí, ni cuanto tiempo había pasado, no escuché el murmullo de los niños al entrar, ni el ruido de los peroles de leche chocando contra el suelo, porque cuando la nave central estuvo repleta, yo todavía seguía sentado en el poyete con mi zurrón y la zamarra colgados de mis piernas. A eso de la media tarde don Rafael me encontró. Sé que era media tarde porque el sol ya casi se había volteado del todo.   

  -¿Qué haces aquí todavía? - me preguntó -  Espero a Enrique. Me voy del batey. Me acarició con su mano blanca y pude adivinar que, Enrique, ya no vendría a buscarme. Me encontraron días más tarde al atardecer. Las sombras se inclinaban hacia el lado oeste de las basuras, por eso supe que el sol estaba cayendo. Yo estaba encogido de hambre y sería por lo de las basuras y eso de que te hacen invisible, como decía la abuela, porque tardaron varios días en encontrarme, eso me contaron cuando me llamaron  – Nos manda la tía a buscarte – me dijo mi primo el grande. Yo me quedé un poco más entre las basuras, en esos momentos y por primera vez, sentí el viento cálido y húmedo sobre mi cuerpo, ese mismo viento que, una vez estuvo todo encima de nosotros, no nos traería nada bueno. Cuando llegué a casa busqué los brazos de la abuela, ella miraba las nubes, decía que estaban preñadas de almas negras y que tarde o temprano el cielo las escupiría todas. Y no le faltó razón.

Después de la marcha de Enrique, seguí yendo a la escuela. Don Rafael me dijo que no me preocupara, que volvería en otra ocasión. Pero no lo hizo. Aún así yo le esperé a la mañana siguiente y a la otra también, hasta que no quise esperar más. Días más tarde, fue cuando el río comenzó a perder sus orillas y  las aguas a rebosar los campos.

Un día, por Don Rafael, me enteré que Enrique había desaparecido. Poco después nos llegaron noticias de que se le había llevado la riada en la capital. Se le llevó como a mi gallina. Yo pensé que eso solo nos pasaría a nosotros por eso de ser invisibles, quizás,   Enrique también lo era, un invisible de piel blanca. Y algo de eso tuvo que ser, porque un día alguien le trajo en un puchero repleto de cenizas. Le habían quemado como a un montón de basura y las arrojaron en un montículo que hay detrás de la escuela.  Allí, todos los niños rezamos al cielo, ese cielo que un día furioso se nos llevó lo que teníamos. En esos momentos me acordé de mi padre al que habíamos dejado con el cuerpo a medio enterrar, quizás su cuerpo también se lo llevó la riada, mejor que ya estuviera muerto y no penara esa travesía, porque como dice la abuela, la vida es un camino que nos adentra entre las basuras. 

A veces miro a la abuela. Ya no mira al cielo. Está triste. En realidad creo que siempre lo ha estado. Esta mañana, después de la escuela he ido a las basuras. Allí he vuelto a notar el viento, ese viento cálido y húmedo. Le he seguido. Me ha llevado hasta el mar. Allí he bailado entre las olas, he bailado hasta dejar de sentir el agua bajo mis pies. Entre todas las almas negras contrariadas. Entre la envoltura del viento y del mar. Allí me he fijado en ese trozo de cielo que ha vuelto a ser azul y, con la mano, he dicho adiós a ese viento cálido y húmedo que dicen viene de África.




Vicky Embid (centro de la foto) junto a Cándido Méndez





-- 
Entrada núm. 1373 
http://harendt.blogspot.com
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

Una mirada a la pobreza