Ingles sudorosas: Dibujo de Eva Vázquez
Ni siquiera la dimisión más o menos forzada (¿o quizá voluntaria?) de nuestro ínclito y nunca bastante bien ponderado don Francisco Camps, expresidente del gobierno de la Comunidad Autónoma de Valencia, son capaces de animarme. Será el tiempo frio, ventoso y con lluvia, o la "panza de burro", que desde hace varias semanas cubre la ciudad de Las Palmas sin dejarnos ver el sol apenas... No son tiempos propicios para la reflexión serena; más bien, la tentación es la de mandarlo todo a tomar por culo y mudarse a otra galaxia. Pero como eso resulta imposible, lo mejor es volver a los clásicos: Sófocles y Eurípides, que estoy releyendo, o tomar la vía contraria y disfrutar de la nueva serie de relatos cortos: "Ficciones. Mi primera vez", que el diario El País ha comenzado a publicar para animar el verano. Pienso que es una buena combinación. Les dejo con el titulado "Ingles sudorosas", de la escritora Maruja Torres, publicado el pasado día 18. Fue mi hija Ruth quien me lo recomendó, y yo se lo recomiendo encantado a ustedes. Leánlo despacito, sin saltarse los renglones... Disfruten del calorcillo que se les va a despertar entre los muslos... Y sean felices, por favor: a pesar de los pesares, merece la pena intentarlo. Tamaragua, amigos. HArendt
Ficciones. Mi primera vez: Ingles sudorosas
Maruja Torres
EL PAÍS - 18-07-2011
Caminé por el pasillo. Cuando llegué al cuarto de baño de las chicas escuché sus voces aturulladas. Estaba segura de que a ellas les había ocurrido antes, por eso parecían tan tranquilas, incluso indiferentes. Charlando de sus trivialidades, como si nada.
Aspiré hondo, empujé la puerta y entré, toqueteándome la tripa. Cosa de disimular. Quería quedarme un buen rato encerrada en el WC, haciéndolo. "No me encuentro bien", expliqué, para redondear la coartada. Necesitaba que se marcharan, necesitaba quedarme sola. A solas conmigo.
"¿Has tomado Sal de Eva?". "Una ginebra con menta te aliviará". Callé. ¿Qué sabían aquellas estúpidas, aquellas tontas que venían haciéndolo con regularidad, que ni siquiera le daban importancia a lo que hacían? A mí me temblaban las piernas. Enferma, sí. Pero de emoción. Me dolían los pechos, mis pezones se disparaban contra la blusa de nylon barato, y el sudor manaba de mis ingles como si, verdaderamente, tuviera ese día la visita del mes, y fuera otro líquido lo que fluía.
Pero no, esta era una ocasión gozosa. Esta era la transpiración feliz que mi cuerpo entero enviaba al exterior. Allí, encerrada, sentada en la tapa del inodoro, emitiendo falsos gemidos, aguardé. Astuta, cautelosa. Y con las ingles empapadas. Para entretenerme, imaginé lo que iba a suceder después. ¿Se me notaría físicamente el cambio? ¿Alguien más que yo se percataría de que a partir de entonces iba a empezar a convertirme en una mujer independiente, una mujer que agarraría a cachitos su libertad hasta convertirla en una cerca, en una muralla, en una barricada de la que nadie podría arrancarme?
Poco a poco se marcharon las otras. Les escuché hacer planes, echar risas, criticar a las ausentes. Se habían olvidado de mí. Mejor. Ya en silencio -podía sentir que me había quedado sola en la planta- calculé el tiempo que me quedaba para hacerlo. Por entonces aún no tenía reloj de pulsera y me había acostumbrado a leer el paso del tiempo en los sonidos que escuchaba. No, no me iba a quedar encerrada en el edificio, haciéndolo. Entre otras razones, porque algo así sólo se hace una vez por primera vez.
Relajé mi cuerpo. Abrí las piernas, las extendí -chop, chop, musitaron mis ingles al despegarse-, puse los pies mirando al techo -recuerdo que los zapatos eran de suela dura, baratos- y con delicadeza tanteé la abertura.
No, no iba a comportarme con prisas. Levanté la cabeza y la luz del fluorescente -un único tubo para un aseo de seis servicios-, que me llegaba amortiguada, me pareció única, sensual.
Ensalivé con delectación mi dedo índice y lo pasé por la abertura, que simplemente se ablandó un poco, pero no cedió. Me metí el dedo medio en la boca y lo empapé. De nuevo froté el punto objeto de mis deseos. Se ablandó más, pero tampoco se abrió.
De pronto me puse frenética y utilicé todos los dedos de las dos manos.
Rasgué el sobre. Mi primera paga. Allí estaba. 535 pesetas, 1957.
La escritora Maruja Torres
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Entrada núm. 1389 -
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