Mi amiga María Victoria Embid, laureada autora de relatos cortos, de los que ha tenido este blog el honor de publicar algunos de ellos, ha escrito, sin "animus iniuriandi", un nuevo relato irónico-festivo preñado de actualidad política,
Es un cambio de registro al que no nos tiene habituados. Lo suyo son los dramas rurales intensos, de amores apasionados nunca satisfechos, de sueños incumplidos y desgracias que se materializan contra todo pronóstico convirtiendo las vidas de sus protagonistas en fantasmales espectros que deambulan sin rumbo. Nada que ver con este de hoy.
Que el cuento se inicie con los primeros versos de la famosa
"Sonatina" (1) del poeta nicaragüense Rubén Dario, viene que ni al pelo, y desde luego, supongo que es absolutamente intencionado por su parte:
"La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor"...
Espero que lo disfruten. Gracias, de nuevo, querida Vicky. Un beso muy grande para tí. Las fotografías y el vídeo que acompañan la entrada son responsabilidad exclusiva del editor del blog y no de la autora del relato.
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
"LA PRINCESA ESTÁ TRISTE"
¿La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?... Había una vez una princesa llamada Mariana que siempre había anhelado el poder de su reino, sobre todo desde que su hermana mayor, de la cohorte neperiana, se lo pusiera en bandeja allá por el 2004. Al parecer, su hermana apodada la princesa del bigote, tuvo algunos deslices con amantes extranjeros, que junto con algún engaño y ardid, urdido por ella y su cohorte de damas bobas, dieron al traste con los deseos de poder de la princesa Mariana, en su lugar, ocupó el trono del reino una princesa que siempre fue vista por Mariana y su cohorte peperiana, como advenediza y con cierta mala reputación por no cumplir con los preceptos eclesiásticos como correspondía a una princesa de su posición.
Aquellos años de oposición, en los que deseara ocupar el trono, fueron unos años difíciles para el reino, que comenzó a adolecer de mala salud, y su princesa regente fue perdiendo progresivamente el juicio hasta que terminó por perderlo del todo.
Ante la grave situación, todos en el reino terminaron por repudiar a la princesa advenediza y fijaron la fecha para la subida al trono de la princesa Mariana quien, al parecer, se jactaba por palacio de disponer de soluciones mágicas y milagrosas para salvar al reino de su delicado estado de salud.
Conforme se aproximaba la fecha de su coronación, la princesa Mariana, que en otra hora se relamía de un sabor dulce y azucarado, cambiaba ahora los jugos de sus bilis por el sabor ácido y amargo de sus glándulas que impedían la degustación de poder.
Ella sabía que no había formulas milagrosas, ni pociones mágicas que pudieran salvar al reino, ni siquiera mejorar levemente su lamentable estado de salud y, por si esto fuera poco, el reino se veía constantemente amenazado por múltiples incursiones de ejércitos de emisarios venidos de fuera de los dominios. Los consejeros del reino en lugar de reaccionar y, espantados ante los continuos derrumbes de sus territorios, preferían agasajar de dádivas a los emisarios extranjeros, quienes en el nombre de mercados financieros y, cada vez más agasajados, fueron tomando posiciones más fuertes frente a la debilidad del reino para seguir especulando e imponiendo sus criterios. Los consejeros del reino, en el seno del linaje capitalista, ante la pérdida de territorios pedían prestado más territorios a cambio de pagar unos intereses altísimos convirtiendo estos diezmos en una verdadera crisis de deuda Por otra parte, las entidades bancarias eran voraces y cada vez necesitaban más dinero para sus trueques, dinero del reino, dinero de los plebeyos. ¿Qué podía hacer el reino ante las severas incursiones y ataques?
Podían aumentar los impuestos reales a los grandes señores feudales del reino y así poder financiar los servicios que el reino ofrecía y restaurar su status de bienestar en el que los futuros súbditos estuvieran felices y contentos, pero no había voluntad en ninguno de los grandes señores.
Podían aumentar los impuestos y presiones fiscales a los artesanos independientes que habían declarado los últimos años tener menos ingresos de los que habían tenido o, podían hacerlo con los pequeños gremios artesanales que, antaño, con sus triquiñuelas, lograran despistar a los recaudadores del reino, pero estos estaban igualmente endeudados a causa de un reino de arcas vacías.
Los consejeros encontraron entonces, como única solución, robar al campesinado y gremios de artesanos los pocos bienes que tenían despojándoles de los servicios que el reino le ofrecía: instrucción y servicios de asistencia gratuita a chamanes y curanderos y, no contentos con esto, por edicto real se les dijo que tenían que trabajar más y comer menos.
- ¿Hasta cuándo? – preguntaron.
- Hasta caer en el lecho de muerte.
- Mire que mis hijos no encuentran tierras que cultivar.
- No importa. Reformaremos, sin más, la carta magna – Obtuvieron por respuesta.
Al principio a la plebe le costó despertar del profundo letargo. Ciertos grupos propagandísticos mediáticos de los señoríos y del propio reino, ex consejeros, trovadores y charlatanes de mercado, no se habían cortado en realizarles lobotomías y trepanaciones para seguir idiotizando a la muchedumbre. Que había que decir que estábamos ante un nuevo revés económico a escala mundial y que la culpa era toda de la princesa advenediza, se decía sin el menor movimiento capilar, que había que decir que seguirían robándoles hasta las entrañas: a todos les parecía bien.
Pero pronto la plebe, despojados muchos hasta de sus chozas, comenzó a sufrir. Los más jóvenes se indignaron y salieron a la calle. Ante esta situación extramuros, ni incursores ni consejeros hacían nada, solo pendientes de los ataques de los mercados y de la recuperación de territorios por parte de otros reinos.
Hubo otros muchos indignados, los representantes de jornaleros y campesinado, quienes eran despreciados por los indignados jóvenes aduciendo que eran unos vendidos a los intereses reales, aunque bien mirado, muchos de ellos habían perdido la vida en anteriores contiendas para que ellos pudieran ejercer ese derecho, pero los más jóvenes, ya se habían apropiado de la bandera de “los auténticos, los genuinos indignados”.
Volviendo a la princesa Mariana, aquella que ya desde el 2004 añorase el poder de su reino y próxima a su coronación real, comenzó a estar triste. No había atajos ni recetas milagrosas en cuanto ella subiera al trono, como ella misma había profetizado y, presa de todas sus charlatanerías y confianzas infundadas, comenzó a llorar. Había sido una tonta al pensar que los peores ataques habían pasado ya y que solo restaría apuntarse el tanto como ya hiciera su hermana, la princesa de los bigotes, que se hartó de repetir aquello de que su reino iba bien. Pero siete años más tarde de aquella sucesión frustrada, la salud del reino había empeorado hasta límites que la propia princesa Mariana desconocía y, la amenaza de recesión en todos los territorios dentro y fuera de sus dominios, acabó de rematarla. Supo entonces que al igual que les sucediera a otras princesas después de su llegada al trono, sufriría los niveles más bajos de popularidad, como le ocurriera a la vecina princesa Cameron.
Todo esto empezó a preocupar a la princesa incluso algún consejero dijo que la vio llorar por los jardines de de palacio. Su antecesora había perdido el juicio y todos en el reino lo sabían. Ya no podría seguir acusándola de todos los males del reino. Por otra parte, el reino no tendría suficiente con tener una princesa “como dios mandaba”. Sus recetas mágicas no tenían contenido y finalmente todo el mundo lo sabría.
María Victoria Embid
Septiembre 2011
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Entrada núm. 1403 -
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