Fotograma del film "Los muertos", de John Huston.
"Hacía mucho frio. Su rostro, fragante del aire fresco, estaba cerca del suyo; y de repente, le gritó al hombre que estaba junto al horno: -Señor, ¿está el fuego muy caliente? Pero el hombre no la podía oir con el rugido del fuego. ;Mejor era así. Tal vez la habría contestado con brusquedad. Una oleada de una alegría aún más tierna se le escapó entonces del corazón y, como una cálida corriente, corrió por sus arterias. Como dulces relampagueos de estrellas, momentos de su vida en común que nadie conocía ni conocería nunca centellearon súbitamente en su memoria y la iluminaron. Sentía un deseo irresistible de recordarle esos momentos, de hacerle olvidar los años monótonos de la vida que compartían, para acordarse sólo de sus momentos de éxtasis. Porque los años, pensó, no habían colmado la sed de su alma ni la de ella. Sus hijos, los escritos de él, las labores del hogar de ella, no habían logrado extinguir el fuego de sus almas. En una carta que le había escrito a ella entonces, le había dicho: "¿Cuál es la razón de que palabras como ésta me resulten tan torpes y tan frías? ¿Será que no hay palabra suficientemente tierna para describirte?" Como una música distante, estas palabras que le había escrito hacía años acudieron a su memoria desde las sombras del pasado. Deseaba ardientemente quedarse a solas con ella. Cuando los otros se hubieran ido, cuando ella y él estuvieran solos en la habitación del hotel, entonces estarían solos, juntos. Pronunciaría dulcemente su nombre: -¡G...!"
"Rocío cayendo. No te sentará bien, guapa, estar sentada en esa piedra. Da flujo blanco. Nunca tendrás un nenito luego a menos que sea grande y fuerte como para abrirse paso para arriba peleando. Podría darme almorranas a mi también. Se pega también como un catarro de verano, una pupa en el labio. Cortarse con hierba o papel lo peor. Fricción de la posición. Me gustaría ser la piedra en que ella se sentó. Ah guapina no sabes lo mona que estabas. Empiezan a gustarme de esa edad. Manzanas verdes. Echar mano a todo lo que ofrece. Imagino que es la única vez que cruzamos las piernas, sentados. También en la biblioteca hoy: aquellas chicas graduadas. Felices la sillas debajo de ellas. Pero es el influjo del atardecer. Ellas notan todo eso. Abiertas como flores, saben sus horas, girasoles, alcachofas de Jerusalén, en salones de baile, arañas, alamedas bajo las farolas. Damas de noche en el jardín de M.D. donde le beséel hombro. Me gustaría tener un retaro al óleo de ella entonces en tamaño natural. Junio era también cuando la cortejé. Vuelve el año. La historia se repite. Oh cumbres y montañas, con vosotras estoy de nuevo. Vida, amor, viaje en torno a tu propio mundillo. ¿Y ahora? Lástima que sea cojita claro pero hay que estar en guardia y no sentir demasiada compasión. Se aprovechan."
¡Que distintos ambos textos!, ¿verdad?... Y sin embargo hablan de lo mismo: del amor. El sentimiento más poderoso del universo. Y si lo quieren ver desde un punto de vista más prosaico, del sexo. Hasta nuestro viejo conocido Michel de Montaigne, tan citado por mi últimamente, lo asevera: "Todo el movimiento del mundo se reduce a este ayuntamiento y gira en torno a él: es una materia infusa por todas partes, es el centro hacia el que todo apunta", ("Ensayos", Libro III, capítulo V: Sobre unos versos de Virgilio). Ni Freud lo hubiera dicho mejor..
En el primer fragmento, el protagonista está ansioso por quedarse a solas con su mujer. Vienen de una cena de Navidad familiar y han decidido pasar la noche en un hotel para no tener que volver bajo la nevada a su hogar. Mientras ella se desviste el rememora los tiempos de juventud de ambos y su pasión se despierta... En el segundo texto es ella la protagonista, pero no la vemos. Ha estado observando en la playa, mientras cae la tarde, al hombre cuyos pensamientos leemos. Los de ella, han girado en torno a un hipotético romance con el desconocido al que observa, piensa, sin que él lo sepa; él, casado, y mucho mayor que ella, sólo ve una joven que despierta su deseo carnal y que le lleva a ensoñaciones lujuriosas...
Ocho años separan los textos transcritos más arriba. El primero es un fragmento de uno de los relatos cortos más hermosos de la historia de la literatura: "Los muertos" (Alianza, Madrid, 1994), de James Joyce, el último de los quince relatos incluidos en su libro "Dublineses", publicado en 1914, y llevado al cine magistralmente en 1987 por el director norteamericano John Huston; el segundo lo es, con toda seguridad, de la obra cumbre literaria del siglo XX, también de Joyce: "Ulises" (Lumen, Barcelona, 1989), publicado en 1922. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt.
Trinity College, Dublín (Irlanda)
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Entrada núm. 1320 -
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