El otro día leí, en este mismo periódico, un análisis donde se denunciaba un supuesto linchamiento a Íñigo Errejón que, en mi opinión, no ha sucedido, comenta en El País [Lo de Errejón no es linchamiento, 09/11/2024] la escritora Nuria Labari. Un linchamiento es cuando un grupo numeroso de personas se toma la justicia por su mano sin esperar al proceso legal y prescindiendo por tanto de la autoridad legal. La RAE precisa en su definición que linchamiento es “ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un reo”. Por eso digo que Errejón no ha sido linchado. No solo porque no ha sido ejecutado sino porque ninguna de las críticas o testimonios que se han publicado en las redes sociales pretendían sustituir un proceso legal.
Hablaba el análisis de la “muerte civil” de Errejón, pero como tal cosa tampoco ha sucedido, el texto tenía que inventarla. En concreto se afirmaba que “nadie se atreverá a darle trabajo ni a frecuentar su trato, pues su baldón irreparable se contagiará a todo el que se le acerque, como las miasmas de la peste”. Y digo que inventa porque la realidad contradice la profecía. El caso más sonado de acoso sexual en la política española fue el de Nevenka Fernández, y todos sabemos cómo acabó. La que tuvo que irse de España y no encontró nadie que quisiera contratarla fue ella. Ismael Álvarez, el agresor, fue juzgado y condenado: dimitió en 2003 y en 2010 estaba de nuevo en política. Y si quieren uno más reciente, ahí tienen a Donald Trump, que volverá a ser presidente de Estados Unidos después de haber sido condenado a pagar 83 millones de dólares a la columnista E. Jean Carroll por abuso sexual y difamación.
Lo que la realidad nos dice es que debería preocuparnos más el futuro civil de Elisa Mouliaà, la mujer que ha denunciado en la policía a Íñigo Errejón, que el de su supuesto agresor. Ella, igual que todas las víctimas de agresiones sexuales que eligen denunciar, sabe que va a ser duramente juzgada por ello. Es por esta razón por la que muchas víctimas prefieren el testimonio a la denuncia, no porque confundan una cosa con otra sino por lo bien que conocen la diferencia entre una cosa y otra. Durante años, las víctimas de abusos sexuales han sido juzgadas por haber hecho algo mal: llevar la falda demasiado corta, por ejemplo. Ahora, las expertas del texto del linchamiento sugieren que las víctimas, aun no haciendo nada mal, han podido entender algo mal: la diferencia entre mal sexo y violencia sexual. Y sugieren, de paso, que su deficiente comprensión podría dañar la salud democrática de un país. Los argumentos parecen nuevos pero el esquema es viejo: concentrarse en el comportamiento de la víctima y no en el del agresor. Un esquema que es precisamente el que miles de mujeres pretenden desterrar desde que empezaron a contarse (sin cuestionarse) allá por 2017, cuando estalló el #MeToo.
Concentrémonos entonces en el comportamiento del acusado Íñigo Errejón y no en el de las mujeres que lo cuestionan. La policía lo está investigando porque hay indicios de delito y porque el acusado confesó que se estaba pasando de la raya. Quien ha dimitido es él, quien tenía previsto hacerle dimitir era su partido. Y el testimonio que ha despertado tanta indignación ha sido la carta que él mismo escribió. Aun así, un grupo de expertas viene a contarnos que ha sido linchado por un grupo de mujeres feministas confundidas. Venga ya.
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