La Cámara de Representantes aprueba la reforma sanitaria de Obama
"La fe en América, la fe en nuestra tradición de responsabilidad personal, la fe en nuestras instituciones. la fe en nosotros mismos nos pide que reconozcamos los nuevos términos del viejo contrato social. Hemos de llevarlo a cabo, lo mismo que hemos llevado a cabo la aparente utopía que Jefferson imaginó para nosotros en 1776, y que Jefferson, Roosevelt y Wilson trataron de llevar a la práctica. Hemos de hacer eso para que no nos devore a todos una ola de miseria, engendrada por nuestro fracaso común. Pero el fracaso no es una costumbre americana, y con la fuerza que da una gran esperanza todos nosotros hemos de llevar nuestra carga común".
Parece Obama, ¿verdad? Pero no, no son palabras del actual presidente de los Estados Unidos de América, aunque no desmerecen en absoluto de las pronunciada por él con ocasión de la aprobación de la ley de reforma de la sanidad norteamericana, que reproduzco más adelante. Están pronunciadas con ocasión de una conferencia que en plena campaña electoral. el 23 de septiembre de 1932, diera el candidato demócrata Franklin Delano Roosevelt en el Commonwealth Club de San Francisco,cuatro meses antes de convertirse en el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos (1933-1945), y las he tomado del libro "Lecturas de Historia de las ideas políticas" (Unión Editorial, Madrid, 1989), del profesor Fernando Prieto.
Roosevelt hizo "Historia", así, con mayúsculas, con un programa político que recibió el nombre de "New Deal", (en español y literalmente "Nuevo trato"), una política intervencionista puesta en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión en Estados Unidos. Este programa se desarrolló entre 1933 y 1938, con el objetivo de mantener a las capas más pobres de la población, de reformar los mercados financieros y de redinamizar una economía estadounidense herida desde el crack del 29 por el desempleo y las quiebras en cadena. Recibió el rechazo radical de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad norteamericana de su tiempo. Incluso del propio Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que boicoteó sin pudor alguno muchas de las medidas legislativas y ejecutivas del programa. Algo muy parecido a lo que los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad española, con el PP de Mariano Rajoy al frente, y buena parte de la judicatura y el gran empresariado español como acompañamiento, le están haciendo al presidente Zapatero y a sus propuestas, cualquier propuesta, para relanzar la maltrecha economía española.
Algo muy parecido a lo que le ocurrió a Roosevelt con el "New Deal" le ha pasado ahora al presidente Obama con su propuesta de reforma del sistema sanitario norteamericano, cuya ley votó favorablemente el domingo pasado la Cámara de Representantes, por sólo cinco votos de diferencia, y que hoy martes ha ratificado y promulgado solemnemente en la Casa Blanca.
Para las sociedades democráticas europeas, con sistema sanitarios de salud universales y generalizados para todos o casi todos los segmentos de la población toda esta cuestión parece un tanto surrealista. No lo es si partimos del punto de vista tradicional de la individualista sociedad norteamericana para la que la intervención del Estado, cualquier intervención, en la vida social, económica o política de la sociedad es nociva para la libertad individual de sus conciudadanos.
Los datos que siguen a continuación los he tomado y refundido de informaciones de prensa de estos días, especialmente de El País.
Estados Unidos carece de un sistema de cobertura universal. Los empresarios garantizan la cobertura de la mayoría de los estadounidenses mientras que otra parte de la población elige aseguradoras privadas. Los términos de casi todos los planes incluyen el pago periódico de cuotas, pero a veces se exige el adelanto de cierta cantidad del coste del tratamiento, cuyo importe depende del tipo de plan concertado.
Sólo a partir de los 65 años, los ciudadanos pueden acceder al programa Medicare, gestionado por el Estado. De la misma manera, Medicaid se hace cargo de familias con sueldos modestos, niños, mujeres embarazadas y personas con discapacidades.
A pesar de ello, los costes de sanidad para el individuo están subiendo de modo dramático. Las cuotas para los sistemas basados en el pago parcial del empresario han crecido cuatro veces más deprisa que los sueldos de los empleados, de manera que su coste se ha duplicado con respecto a hace nueve años. En 2007, el país gastó 1,5 billones de euros en sanidad. Esta cantidad equivale a un 16,2% del PIB, lo cual constituye casi el doble de la media de otros países de la OCDE.
46 millones de habitantes no están asegurados, y otros 25 millones reciben una cobertura insuficiente para sus necesidades. Cuando alguien sin seguro alguno se pone enfermo está obligado a pagar los costes médicos de su propio bolsillo. La mitad de todas las bancarrotas privadas en EE UU se deben en parte a los gastos médicos. Su explosión obligó al Gobierno a inyectar cada vez más dinero en Medicare y Medicaid, y los gastos en ambos programas subieron de un 4% del PIB en 2007 a un 19% en 2008, convirtiendo así los costes de sanidad en el factor más decisivo para el crecimiento vertiginoso del déficit presupuestario norteamericano.
¿Qué ha querido cambiar el presidente Obama? El presidente formuló tres principios que cualquier borrador debía cumplir para poder contar con su apoyo: la reducción de los costes, la garantía de que todos los estadounidenses podrán escoger su propio plan de sanidad, incluido un plan público, y la calidad y la accesibilidad del sistema. Desde las distintas comisiones en el Senado y en la Cámara de Representantes salieron varias propuestas. La primera se decantaba por un sistema de seguro obligatorio en el cual el Estado apoyaría con subvenciones a las personas necesitadas, con que la sanidad pública sólo estaría abierta a los que no tienen cobertura a través de un empleador. Otras dos rechazaban la opción pública y prefieren una solución mixta de aseguradoras privadas y cooperativas médicas sin ánimo de lucro.
La reforma sanitaria, con un coste de 938.000 millones de dólares (700.000 millones de euros) en 10 años, se centra en ayudar económicamente a las familias que no pueden pagar las primas de los seguros y en frenar los abusos de las aseguradoras. Éstas son las 10 claves del proyecto:
1. La ley obliga a todos los ciudadanos estadounidenses y residentes legales a disponer de un seguro médico a partir de 2014 o pagar una multa si no lo hacen. Para ayudar a las personas de rentas más bajas, el Estado subvencionará a todas aquellas familias con ingresos anuales inferiores a 88.200 dólares o individuos con ingresos hasta 29.300 dólares anuales.
2. La Oficina de Presupuesto del Congreso calcula que 32 millones de personas sin seguro contarán con asistencia sanitaria en los próximos años.
3. Entre 15 y 20 millones de personas, en su mayor parte inmigrantes irregulares quedarán fuera del sistema. El Gobierno puede eximir también de la obligación del seguro a ciertos colectivos por razones religiosas o étnicas, como los indios americanos. Se calcula también que un grupo significativo quede sin cobertura por vivir en la marginalidad.
4. ¿Ventajas para los posedores actuales de pólizas de cobertura sanitaria?: Mejorará las condiciones de sus actuales pólizas con las aseguradoras privadas. Entre otras cosas, las compañías no podrán rechazar a un cliente por sus condiciones médicas preexistentes o expulsarlo al contraer una enfermedad de larga duración. Esto permitirá, por ejemplo, asegurar a miles de enfermos de sida o de mujeres que tuvieron una cesárea en el parto.
5. La idea original de Barack Obama era la de incluir en la reforma la opción de un seguro público (para un 5% de la población, aproximadamente), pero eso fue rechazado durante el debate en el Congreso. Un seguro exclusivamente público al estilo europeo es de difícil implantación en un país de las dimensiones de éste y no cuenta en estos momentos con suficiente apoyo popular por razones de carácter cultural, histórico y político.
6. Con esta reforma el Gobierno asume el papel de intermediario entre el público y las compañías privadas y se responsabiliza de que la cobertura sea adecuada y lo más universal posible.
7. Algunas medidas aprobadas por la nueva ley entrarán en vigor inmediatamente. Pero las más relevantes, como las subvenciones a los no asegurados o la obligación de las aseguradoras a aceptar a todos los enfermos, empezarán a aplicarse en 2014. Técnicamente, es imposible que el sistema asuma de repente 32 millones de nuevos usuarios.
8. Entre las medidas que entrarán en vigor ahora mismo hay algunas muy importantes, como la prohibición a que las aseguradas rechacen por condiciones médicas preexistentes a los menores de 19 años, la autorización a que los hijos puedan permanecer en el seguro de sus padres hasta los 26 años o las ayudas a los jubilados para pagar las medicinas.
9. La mayor parte de los trabajadores norteamericanos son asegurados por la empresa en la que trabajan. Hasta ahora, cuando perdían el trabajo, perdían también el seguro. Con esta ley, los desempleados recibirán ayuda para comprar un seguro en una bolsa que se creará para ese fin.
10. A partir de ahora todas las empresas están obligadas a ofrecer seguro a sus trabajadores. Habrá ayudas para las pequeñas empresas que no puedan afrontar este gasto por peligro de quiebra.
En El País de hoy martes, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía y profesor en la Universidad de Princeton. escribe un interesante artículo titulado titulado "El fracaso del miedo", que me parece sintetiza muy bien la sensación del "por qué" cabe considerar que estamos ante un hecho histórico, casi sin precedentes en la vida norteamericana, y que marcará -sin duda para bien- la presidencia de Obama. Es la diferencia entre hacer "política" y "politiquear". Lo reproduzco más adelante. Espero que les resulte interesante. Y en la sección de vídeos, en la columna derecha del blog, he puesto uno bajado de YouTube sobre lo que significó el "New Deal" del presidente Roosevelt en los años 30 del pasado siglo. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
"Discurso del presidente Obama tras la aprobación de la ley de reforma de la sanidad norteamericana".
El País - Internacional - 22-03-2010
Buenos días, a todos. Esta noche, después de cerca de 100 años de negociación y frustración, después de décadas de intentos, y de un año de constante esfuerzo y debate, el Congreso de Estados Unidos ha aprobado finalmente que los trabajadores estadounidenses y las familias estadounidenses y los pequeños empresarios estadounidenses merecen la seguridad de saber que aquí, en este país, ni una enfermedad ni un accidente debería poner en peligro los sueños por los que han trabajado toda la vida.
Esta noche, en un momento en que los críticos dijeron que ya no era posible, nos sobrepusimos al peso de nuestra política. Hicimos retroceder la influencia excesiva de intereses particulares. No caímos en el recelo ni el cinismo ni el miedo. En lugar de eso, demostramos que aún somos gente capaz de hacer grandes cosas y enfrentarnos a nuestros más grandes retos. Probamos que este Gobierno -un Gobierno del pueblo y para el pueblo- todavía trabaja para el pueblo.
Quiero dar las gracias a cada miembro del Congreso que se levantó esta noche con coraje y convicción para hacer realidad la reforma del sistema sanitario. Y sé que éste no fue un voto sencillo para mucha gente. Pero fue el voto correcto. Quiero agradecer a la presidenta Nancy Pelosi su extraordinario liderazgo, y al líder de la mayoría Steny Hoyer y al coordinador Jim Clyburn su dedicación para conseguir acabar el trabajo. Quiero agradecer a mi excepcional vicepresidente, Joe Biden, y a mi maravillosa secretaria de Sanidad y Servicios sociales, Kathleen Sebelius, su fantástico trabajo en este asunto.
Quiero dar las gracias a los muchos trabajadores en el Congreso, y a mi increíble equipo en la Casa Blanca, que han trabajado sin descanso durante el último año con estadounidenses de todas las clases sociales para forjar un paquete de reformas que finalmente sea digno del pueblo al que fuimos enviados a servir.
La votación de hoy responde a los sueños de tantos que han luchado por esta reforma. A cada estadounidense anónimo que se tomó un momento para sentarse y escribir una carta o redactar un correo electrónico con la esperanza de que su voz sería escuchada, ha sido escuchada esta noche. A los incalculables ciudadanos que llamaron a las puertas e hicieron llamadas de teléfono, que se organizaron y movilizaron con la firme convicción de que el cambio en este país no viene de arriba, sino desde abajo, déjenme reafirmar su convicción: este momento es posible gracias a ustedes.
Lo más importante, la votación de hoy responde a las plegarias de cada estadounidense que tenía la honda esperanza de que se hiciera algo con un sistema de sanidad que funciona para las compañías de seguros, pero no para la gente corriente. Para la mayoría de estadounidenses, este debate nunca ha girado sobre abstracciones, sobre la lucha entre derecha e izquierda, republicanos o demócratas, siempre ha sido sobre algo más personal. Es sobre cada estadounidense que conoce el impacto de abrir un sobre y comprobar que las primas se han disparado de nuevo en una época que ya es suficientemente dura. Es sobre cada padre que sabe lo que es la desesperación de intentar conseguir cobertura para un niño con una enfermedad crónica y sólo escuchar "no", una y otra y otra vez. Es sobre cada pequeño empresario autónomo obligado a elegir entre asegurar a sus empleados o mantener el negocio abierto. Nos hemos entregado a esta causa por ellos.
Esta noche no es una victoria para el partido de cada uno, es una victoria para ellos. Es una victoria para el pueblo estadounidense. Es una victoria para el sentido común.
Ahora, ni que decir tiene que la votación de esta noche levantará un frenesí de análisis inmediatos. Habrá comentarios sobre los ganadores y perdedores en Washington, predicciones sobre qué significa para los demócratas y los republicanos, para mi saldo electoral, para mi Administración. Pero después de que el debate se desvanezca y los pronósticos se desvanezcan y el polvo se asiente, lo que permanecerá en el recuerdo no es el sistema puesto en marcha por el Gobierno que algunos temían, o el status quo que sirve a los intereses de la industria aseguradora, sino un sistema sanitario que incorpora las ideas de ambas partes, un sistema que funciona mejor para el pueblo estadounidense.
Si tiene un seguro médico, esta reforma sólo le da más control para frenar los peores excesos y abusos de la industria aseguradora, con algunas de las más severas medidas de protección que este país ha conocido, de modo que consiga aquello por lo que paga.
Si no tiene un seguro, esta reforma le da la oportunidad de acudir a un sistema centralizado para comprarlo, que le dará opciones, competencia y precios más baratos. Y eso incluye la mayor bajada en la historia del coste de la asistencia sanitaria para familias y pequeños negocios, así que si pierde su empleo y cambia de trabajo, o comienza un nuevo negocio, será finalmente capaz de comprar asistencia de calidad y asequible, y la seguridad y la tranquilidad de espíritu que conllevan.
Esta reforma es lo que había que hacer por nuestros mayores. Hace Medicare más fuerte y solvente, y extiende su vigencia casi una década. Y es lo que había que hacer por nuestro futuro. Reducirá nuestro déficit en más de 100.000 millones de dólares en la próxima década, y en más de un billón en la década siguiente.
Así que no es una reforma radical. Pero es una reforma muy importante. Esta ley no arreglará todo lo que funciona mal en nuestro sistema sanitario. Pero nos mueve decisivamente en la dirección correcta. Así es el verdadero rostro del cambio.
Pero por muy crucial que sea este día, no es el fin de este viaje. El martes, el Senado tomará las enmiendas a esta ley que la Cámara ha adoptado, y son enmiendas que han fortalecido esta ley y eliminado disposiciones que no cabían en ella. Algunos han predicho otro asedio con maniobras parlamentarias para retrasar la aprobación de estas mejoras. Espero que no suceda. Es tiempo de llevar este debate a su fin y comenzar la dura labor de llevar a la práctica de forma adecuada esta reforma por el bien de los estadounidenses. Este año, y los años siguientes, tenemos la solemne responsabilidad de hacerlo bien.
Este día tampoco supone el final de la tarea a la que se enfrenta nuestro país. La tarea de revitalizar nuestra economía continúa. El trabajo de promover la creación de empleo en el sector privado continúa. La tarea de volver los sueños de las familias estadounidenses a su alcance continúa. Y seguimos marchando, con renovada confianza, con la energía que da esta victoria en su nombre.
Finalmente, este día representa otro cimiento firmemente colocado en la fundación del sueño americano. Esta noche, respondimos a la llamada de la historia como hicieron muchas generaciones de estadounidenses antes que nosotros. Cuando nos enfrentamos a la crisis, no rehuimos el desafío, lo superamos. No evitamos nuestra responsabilidad, la aceptamos. No temimos nuestro futuro, le dimos forma.
Buenos días, a todos. Esta noche, después de cerca de 100 años de negociación y frustración, después de décadas de intentos, y de un año de constante esfuerzo y debate, el Congreso de Estados Unidos ha aprobado finalmente que los trabajadores estadounidenses y las familias estadounidenses y los pequeños empresarios estadounidenses merecen la seguridad de saber que aquí, en este país, ni una enfermedad ni un accidente debería poner en peligro los sueños por los que han trabajado toda la vida.
Esta noche, en un momento en que los críticos dijeron que ya no era posible, nos sobrepusimos al peso de nuestra política. Hicimos retroceder la influencia excesiva de intereses particulares. No caímos en el recelo ni el cinismo ni el miedo. En lugar de eso, demostramos que aún somos gente capaz de hacer grandes cosas y enfrentarnos a nuestros más grandes retos. Probamos que este Gobierno -un Gobierno del pueblo y para el pueblo- todavía trabaja para el pueblo.
Quiero dar las gracias a cada miembro del Congreso que se levantó esta noche con coraje y convicción para hacer realidad la reforma del sistema sanitario. Y sé que éste no fue un voto sencillo para mucha gente. Pero fue el voto correcto. Quiero agradecer a la presidenta Nancy Pelosi su extraordinario liderazgo, y al líder de la mayoría Steny Hoyer y al coordinador Jim Clyburn su dedicación para conseguir acabar el trabajo. Quiero agradecer a mi excepcional vicepresidente, Joe Biden, y a mi maravillosa secretaria de Sanidad y Servicios sociales, Kathleen Sebelius, su fantástico trabajo en este asunto.
Quiero dar las gracias a los muchos trabajadores en el Congreso, y a mi increíble equipo en la Casa Blanca, que han trabajado sin descanso durante el último año con estadounidenses de todas las clases sociales para forjar un paquete de reformas que finalmente sea digno del pueblo al que fuimos enviados a servir.
La votación de hoy responde a los sueños de tantos que han luchado por esta reforma. A cada estadounidense anónimo que se tomó un momento para sentarse y escribir una carta o redactar un correo electrónico con la esperanza de que su voz sería escuchada, ha sido escuchada esta noche. A los incalculables ciudadanos que llamaron a las puertas e hicieron llamadas de teléfono, que se organizaron y movilizaron con la firme convicción de que el cambio en este país no viene de arriba, sino desde abajo, déjenme reafirmar su convicción: este momento es posible gracias a ustedes.
Lo más importante, la votación de hoy responde a las plegarias de cada estadounidense que tenía la honda esperanza de que se hiciera algo con un sistema de sanidad que funciona para las compañías de seguros, pero no para la gente corriente. Para la mayoría de estadounidenses, este debate nunca ha girado sobre abstracciones, sobre la lucha entre derecha e izquierda, republicanos o demócratas, siempre ha sido sobre algo más personal. Es sobre cada estadounidense que conoce el impacto de abrir un sobre y comprobar que las primas se han disparado de nuevo en una época que ya es suficientemente dura. Es sobre cada padre que sabe lo que es la desesperación de intentar conseguir cobertura para un niño con una enfermedad crónica y sólo escuchar "no", una y otra y otra vez. Es sobre cada pequeño empresario autónomo obligado a elegir entre asegurar a sus empleados o mantener el negocio abierto. Nos hemos entregado a esta causa por ellos.
Esta noche no es una victoria para el partido de cada uno, es una victoria para ellos. Es una victoria para el pueblo estadounidense. Es una victoria para el sentido común.
Ahora, ni que decir tiene que la votación de esta noche levantará un frenesí de análisis inmediatos. Habrá comentarios sobre los ganadores y perdedores en Washington, predicciones sobre qué significa para los demócratas y los republicanos, para mi saldo electoral, para mi Administración. Pero después de que el debate se desvanezca y los pronósticos se desvanezcan y el polvo se asiente, lo que permanecerá en el recuerdo no es el sistema puesto en marcha por el Gobierno que algunos temían, o el status quo que sirve a los intereses de la industria aseguradora, sino un sistema sanitario que incorpora las ideas de ambas partes, un sistema que funciona mejor para el pueblo estadounidense.
Si tiene un seguro médico, esta reforma sólo le da más control para frenar los peores excesos y abusos de la industria aseguradora, con algunas de las más severas medidas de protección que este país ha conocido, de modo que consiga aquello por lo que paga.
Si no tiene un seguro, esta reforma le da la oportunidad de acudir a un sistema centralizado para comprarlo, que le dará opciones, competencia y precios más baratos. Y eso incluye la mayor bajada en la historia del coste de la asistencia sanitaria para familias y pequeños negocios, así que si pierde su empleo y cambia de trabajo, o comienza un nuevo negocio, será finalmente capaz de comprar asistencia de calidad y asequible, y la seguridad y la tranquilidad de espíritu que conllevan.
Esta reforma es lo que había que hacer por nuestros mayores. Hace Medicare más fuerte y solvente, y extiende su vigencia casi una década. Y es lo que había que hacer por nuestro futuro. Reducirá nuestro déficit en más de 100.000 millones de dólares en la próxima década, y en más de un billón en la década siguiente.
Así que no es una reforma radical. Pero es una reforma muy importante. Esta ley no arreglará todo lo que funciona mal en nuestro sistema sanitario. Pero nos mueve decisivamente en la dirección correcta. Así es el verdadero rostro del cambio.
Pero por muy crucial que sea este día, no es el fin de este viaje. El martes, el Senado tomará las enmiendas a esta ley que la Cámara ha adoptado, y son enmiendas que han fortalecido esta ley y eliminado disposiciones que no cabían en ella. Algunos han predicho otro asedio con maniobras parlamentarias para retrasar la aprobación de estas mejoras. Espero que no suceda. Es tiempo de llevar este debate a su fin y comenzar la dura labor de llevar a la práctica de forma adecuada esta reforma por el bien de los estadounidenses. Este año, y los años siguientes, tenemos la solemne responsabilidad de hacerlo bien.
Este día tampoco supone el final de la tarea a la que se enfrenta nuestro país. La tarea de revitalizar nuestra economía continúa. El trabajo de promover la creación de empleo en el sector privado continúa. La tarea de volver los sueños de las familias estadounidenses a su alcance continúa. Y seguimos marchando, con renovada confianza, con la energía que da esta victoria en su nombre.
Finalmente, este día representa otro cimiento firmemente colocado en la fundación del sueño americano. Esta noche, respondimos a la llamada de la historia como hicieron muchas generaciones de estadounidenses antes que nosotros. Cuando nos enfrentamos a la crisis, no rehuimos el desafío, lo superamos. No evitamos nuestra responsabilidad, la aceptamos. No temimos nuestro futuro, le dimos forma.
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008
"EL FRACASO DEL MIEDO", por Paul Krugman
EL PAÍS - Opinión - 23-03-2010
La víspera de la votación del domingo sobre la reforma de la sanidad, el presidente Barack Obama pronunció un discurso improvisado ante los demócratas de la Cámara de Representantes. En él explicó por qué su partido debía aprobar la reforma: "A veces llega un momento en el que tenemos la oportunidad de justificar todas las esperanzas que teníamos sobre nosotros mismos y sobre nuestro país, de cumplir las promesas que hicimos... Y éste es el momento de hacer realidad esa promesa. No estamos obligados a ganar, pero sí a ser sinceros. No estamos obligados a triunfar, pero sí a hacer que la luz que tengamos, por poca que sea, brille".
Desde el otro bando, Newt Gingrich, el republicano que fue presidente de la Cámara -y al que muchos consideran un líder intelectual en su partido- dijo que, si los demócratas aprobaban la reforma, "destruirán su partido como lo dejó destrozado Lyndon Johnson durante 40 años" al aprobar las leyes sobre los derechos civiles.
Me atrevo a decir que Gingrich se equivoca en eso: las propuestas para mejorar la sanidad suelen ser polémicas antes de entrar en vigor -Ronald Reagan decía que Medicare significaría el fin de la libertad en Estados Unidos-, pero, una vez aprobadas, son siempre populares.
Sin embargo, no es eso de lo que quiero hablar aquí. Lo que quiero es llamarles la atención sobre el contraste entre un bando, cuyo alegato final apelaba a lo mejor de nosotros mismos, exhortaba a los políticos a hacer lo debido, aunque perjudicara sus carreras, y el otro, en el que no hubo más que un cinismo despiadado. Piensen lo que significa condenar la reforma sanitaria comparándola con la Ley de Derechos Civiles. ¿Quién puede decir hoy en Estados Unidos que Johnson se equivocó al impulsar la igualdad racial? (La verdad es que sabemos quién: los que, durante la manifestación del Tea Party, en vísperas de la votación, se dedicaron a utilizar epítetos raciales como insultos contra los demócratas del Congreso).
Y ese cinismo ha caracterizado toda la campaña contra la reforma.
Algunos ideólogos conservadores fingieron que habían reflexionado mucho y afirmaron que les preocupaban las repercusiones fiscales de la reforma (sin tener en cuenta, curiosamente, la aprobación fiscal de la Oficina Presupuestaria del Congreso), o que querían que se controlasen más enérgicamente los costes (pese a que esta reforma controla los costes sanitarios más que todas las leyes anteriores). Sin embargo, en su mayoría, los opositores no se molestaron en fingir que iban a estudiar ni el sistema de salud existente ni el plan moderado y centrista -muy parecido a la reforma introducida por Mitt Romney en Massachusetts- que proponían los demócratas.
La oposición consistió fundamentalmente en utilizar el miedo y las emociones, sin atenerse a los hechos ni mostrar la más mínima decencia.
No fue sólo el infundio de los comités de la muerte. Fue la utilización del odio racial, como en el artículo de Investor's Business Daily que declaró que la reforma sanitaria era "discriminación positiva con esteroides, decidir todo, desde quién llega a médico hasta a quién se trata, en función del color de la piel". Fueron las afirmaciones disparatadas sobre la financiación de los abortos. Fue la insistencia en que era dictatorial dar a los jóvenes trabajadores estadounidenses la garantía de que dispondrían de seguro de salud cuando lo necesitaran, una garantía de la que las personas mayores disfrutan desde que Johnson -a quien Gingrich considera un presidente fracasado- impulsó Medicare pese a los aullidos de los conservadores.
Debe quedar claro que esta campaña del miedo no la ha llevado a cabo un sector radical al margen del aparato republicano. Al contrario, el aparato ha intervenido y la ha autorizado desde el principio. Políticos como Sarah Palin -que fue, recordémoslo, la candidata republicana a la vicepresidencia- se apresuraron a difundir la mentira de los comités de la muerte, y otros supuestamente razonables y moderados como el senador Chuck Grassley se negaron a decir que no era verdad. En la víspera del gran día, los congresistas republicanos dijeron que "la libertad muere un poco hoy" y acusaron a los demócratas de "tácticas totalitarias", que me parece que quería decir el proceso denominado "votación".
Es indudable que la campaña del miedo fue eficaz: la reforma sanitaria pasó de ser muy popular a tener muchas opiniones en contra, aunque las encuestas mejoraron en los últimos días. Ahora bien, lo importante era saber si bastaría para impedir la reforma.
La respuesta es no. Los demócratas lo han logrado. La reforma sanitaria aprobada por el Senado va a convertirse en ley, con un texto mejorado después de que se limen las diferencias entre las dos versiones. Es una victoria política para Obama y un triunfo para Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara. Pero es también una victoria para el alma estadounidense. Al final, una ofensiva cruel y sin principios no fue capaz de obstruir el camino. Esta vez, el miedo fracasó.
EL PAÍS - Opinión - 23-03-2010
La víspera de la votación del domingo sobre la reforma de la sanidad, el presidente Barack Obama pronunció un discurso improvisado ante los demócratas de la Cámara de Representantes. En él explicó por qué su partido debía aprobar la reforma: "A veces llega un momento en el que tenemos la oportunidad de justificar todas las esperanzas que teníamos sobre nosotros mismos y sobre nuestro país, de cumplir las promesas que hicimos... Y éste es el momento de hacer realidad esa promesa. No estamos obligados a ganar, pero sí a ser sinceros. No estamos obligados a triunfar, pero sí a hacer que la luz que tengamos, por poca que sea, brille".
Desde el otro bando, Newt Gingrich, el republicano que fue presidente de la Cámara -y al que muchos consideran un líder intelectual en su partido- dijo que, si los demócratas aprobaban la reforma, "destruirán su partido como lo dejó destrozado Lyndon Johnson durante 40 años" al aprobar las leyes sobre los derechos civiles.
Me atrevo a decir que Gingrich se equivoca en eso: las propuestas para mejorar la sanidad suelen ser polémicas antes de entrar en vigor -Ronald Reagan decía que Medicare significaría el fin de la libertad en Estados Unidos-, pero, una vez aprobadas, son siempre populares.
Sin embargo, no es eso de lo que quiero hablar aquí. Lo que quiero es llamarles la atención sobre el contraste entre un bando, cuyo alegato final apelaba a lo mejor de nosotros mismos, exhortaba a los políticos a hacer lo debido, aunque perjudicara sus carreras, y el otro, en el que no hubo más que un cinismo despiadado. Piensen lo que significa condenar la reforma sanitaria comparándola con la Ley de Derechos Civiles. ¿Quién puede decir hoy en Estados Unidos que Johnson se equivocó al impulsar la igualdad racial? (La verdad es que sabemos quién: los que, durante la manifestación del Tea Party, en vísperas de la votación, se dedicaron a utilizar epítetos raciales como insultos contra los demócratas del Congreso).
Y ese cinismo ha caracterizado toda la campaña contra la reforma.
Algunos ideólogos conservadores fingieron que habían reflexionado mucho y afirmaron que les preocupaban las repercusiones fiscales de la reforma (sin tener en cuenta, curiosamente, la aprobación fiscal de la Oficina Presupuestaria del Congreso), o que querían que se controlasen más enérgicamente los costes (pese a que esta reforma controla los costes sanitarios más que todas las leyes anteriores). Sin embargo, en su mayoría, los opositores no se molestaron en fingir que iban a estudiar ni el sistema de salud existente ni el plan moderado y centrista -muy parecido a la reforma introducida por Mitt Romney en Massachusetts- que proponían los demócratas.
La oposición consistió fundamentalmente en utilizar el miedo y las emociones, sin atenerse a los hechos ni mostrar la más mínima decencia.
No fue sólo el infundio de los comités de la muerte. Fue la utilización del odio racial, como en el artículo de Investor's Business Daily que declaró que la reforma sanitaria era "discriminación positiva con esteroides, decidir todo, desde quién llega a médico hasta a quién se trata, en función del color de la piel". Fueron las afirmaciones disparatadas sobre la financiación de los abortos. Fue la insistencia en que era dictatorial dar a los jóvenes trabajadores estadounidenses la garantía de que dispondrían de seguro de salud cuando lo necesitaran, una garantía de la que las personas mayores disfrutan desde que Johnson -a quien Gingrich considera un presidente fracasado- impulsó Medicare pese a los aullidos de los conservadores.
Debe quedar claro que esta campaña del miedo no la ha llevado a cabo un sector radical al margen del aparato republicano. Al contrario, el aparato ha intervenido y la ha autorizado desde el principio. Políticos como Sarah Palin -que fue, recordémoslo, la candidata republicana a la vicepresidencia- se apresuraron a difundir la mentira de los comités de la muerte, y otros supuestamente razonables y moderados como el senador Chuck Grassley se negaron a decir que no era verdad. En la víspera del gran día, los congresistas republicanos dijeron que "la libertad muere un poco hoy" y acusaron a los demócratas de "tácticas totalitarias", que me parece que quería decir el proceso denominado "votación".
Es indudable que la campaña del miedo fue eficaz: la reforma sanitaria pasó de ser muy popular a tener muchas opiniones en contra, aunque las encuestas mejoraron en los últimos días. Ahora bien, lo importante era saber si bastaría para impedir la reforma.
La respuesta es no. Los demócratas lo han logrado. La reforma sanitaria aprobada por el Senado va a convertirse en ley, con un texto mejorado después de que se limen las diferencias entre las dos versiones. Es una victoria política para Obama y un triunfo para Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara. Pero es también una victoria para el alma estadounidense. Al final, una ofensiva cruel y sin principios no fue capaz de obstruir el camino. Esta vez, el miedo fracasó.
El presidente Franklin D. Roosevelt (1933-1945)
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Entrada núm. 1285 -
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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)