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miércoles, 1 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Las tres vidas del socialismo español





El PSOE tiene tantos motivos para celebrar un pasado rico en experiencias como para sentir desasosiego por encontrar un rumbo claro. Es dudoso que el equipo dirigente actual pueda aclarar qué quieren decir cuando dicen “somos la izquierda”, comenta en El País el historiador y sociólogo Santos Juliá, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense, catedrático del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED, y autor de numerosos trabajos sobre historia política y social de España durante el siglo XX, así como de historiografía.

Llegaron al poder, hoy hace 35 años, comienza diciendo, cabalgando sobre las expectativas levantadas por la convicción de que todo, a partir de ese momento, iba a cambiar. Comenzaron ellos mismos, o mejor, culminaron el cambio iniciado desde el congreso extraordinario de 1979, cuando Felipe González llegó a la conclusión de que había sido un error para el PSOE haberse declarado marxista. En el socialismo francés, Michel Rocard reconocerá lo mismo cuando escriba que, en 1981, la cuestión principal era de qué modo romper con el capitalismo y que, dos años después, de lo que todo el mundo hablaba era de modernización. La experiencia francesa fue clave para todo el socialismo del sur, que de anticapitalista se convirtió en modernizador.

En España, con la memoria aun fresca del intento de golpe de Estado, con ETA en la cima del terror y en medio de una crisis general de los partidos políticos, el discurso de transición al socialismo, de sociedad sin clases y de nacionalización de la banca y de las industrias estratégicas, fue desplazado por el de consolidación de la democracia, vertebración de España, ajuste económico, incorporación a Europa. Tuvieron éxito y diez años después de su llegada al poder, en 1992, pudieron contar la reciente historia como un logro en todos los sentidos, mostrándola al mundo en los fastos de Sevilla y Barcelona. España funcionaba.

Presumieron además de ser los portadores de una nueva ética política, de un proyecto de regeneración moral del Estado y de la sociedad. Y aquí fue donde perdieron la batalla, porque al cabo de una década en el poder, los escándalos de corrupción derivados de la financiación irregular y de las redes clientelares crecidas al calor de la fuerte expansión económica, escindieron al partido desde la cima a la base: González, personificación del Gobierno, dimitió como secretario general y arrastró con su marcha a Guerra, personificación del Partido. La frustrada candidatura de Josep Borrell a la presidencia del Gobierno y su sustitución por el perdedor de aquellas primarias, Joaquín Almunia, culminó, como era previsible, en el peor resultado de la reciente historia socialista, favoreciendo así, con la huida del voto joven y urbano, el primer triunfo por mayoría absoluta del Partido Popular.

La doble derrota de Borrell, ante el aparato de su partido, y de Almunia, ante los electores, abrió en el PSOE una brecha generacional, con la formación de Nueva Vía, un grupo de cuadros que llevó en volandas a José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general en junio de 2000. Todo era nuevo en el primer programa elaborado por este grupo generacional: los tiempos, la política, los retos, las respuestas, los derechos, las ciudades, los municipios. Nada de extraño que procedieran al ritual de la muerte del padre proclamando bien alto que se sentían libres de ataduras con el pasado y disolvieran la identidad socialdemócrata de sus mayores en la nueva gramática con que expresaron sus ideas políticas, el republicanismo cívico, capaz de atraer al electorado perdido.

Lo atrajeron, rebasando de nuevo la cota del 40%, como en los mejores tiempos de la socialdemocracia europea. Y como la economía, y España entera, iban bien, el foco comenzó a proyectarse, y las leyes a sucederse, sobre cuestiones relacionadas con los derechos y la cultura: la mujer, los homosexuales, las personas dependientes, los discapacitados, el divorcio, los plazos para el aborto, la memoria histórica, la violencia de género y tantas otras. Éramos ricos y crecíamos a tasas superiores a la media europea, con un sistema financiero envidiado por su solidez en Berlín y en Washington, con una economía asentada en firmes cimientos, solo nos quedaba dar un paso más para superar a la vieja Alemania.

En el marco de este republicanismo cívico habría de encontrar también su respuesta definitiva la cuestión territorial, con las clases políticas de las comunidades autónomas, ya consolidadas, transformando en los estatutos de nueva planta las nacionalidades en naciones y las regiones en nacionalidades o comunidades nacionales. Al cabo, nación era un término tan polisémico que nadie podía concretar qué diferencia existía entre ella y nacionalidad: todo cabía en la España Plural, un sintagma del que se esperaban maravillas tanto en Madrid como en Barcelona, un talismán que transmutaría las comunidades autónomas en naciones sin tocar la Constitución.

Y en esas estábamos cuando, súbitamente, se acabó la fiesta. En un reportaje que sonó como una enmienda a la totalidad, The Economist reprochaba al presidente del Gobierno haber despilfarrado su primera legislatura en guerras culturales contra la derecha olvidando acometer la reformas de fondo por miedo a que los sindicatos se le echaran encima. Y lo que se echó encima fue la gran recesión que dejó literalmente mudo al Gobierno: si en enero de 2010 Zapatero anunciaba que ese sería el año de la recuperación, en mayo no supo qué decir después de la noche triste en las que se vio obligado a someterse al dictado de la famosa troika, reconociendo en la práctica que carecía de una política socialdemócrata para salir de la crisis. Ya no volvería a levantar cabeza.

El recurso al político mejor dotado de la vieja guardia, un superviviente cargado de méritos entre los que sobresalía su papel en la derrota de ETA, Alfredo Pérez Rubalcaba, profundizó la amenazante catástrofe electoral, con la pérdida, en noviembre de 2011 de 4,3 millones de votos, la peor de la reciente historia. Agonizaba así la segunda vida del PSOE, sin que apareciera en el horizonte nadie capaz de insuflar al paciente la energía necesaria para no seguir cediendo terreno en un campo que, mientras tanto, había experimentado un cambio radical, con la eclosión de dos nuevos fenómenos políticos: la transformación del catalanismo conservador en soberanismo independentista y la irrupción de dos nuevos partidos que mordían en el espacio electoral del PSOE tanto por la izquierda como por la derecha.

Desde entonces, todo ha sido como un quiero y no puedo recuperar el terreno perdido. Quemados los programas modernizador y republicano-cívico, y finiquitado el sistema de partidos en el que siempre ocupó el PSOE un espacio bien definido, el nuevo secretario general, Pedro Sánchez, ha identificado, en su segunda navegación, socialismo con izquierda, pero es algo más que dudoso que el actual equipo dirigente esté en condiciones de aclarar qué quieren decir cuando dicen “somos la izquierda” sin utilizar palabras vacías de sentido. En todo caso, a los 35 años de su llegada al Gobierno, el PSOE tiene tantos motivos para celebrar un pasado rico en experiencias y realizaciones políticas, pero también en frustraciones y derrotas, como para sentir cierto desasosiego por encontrar un rumbo claro y una unidad de propósito en estos tiempos turbulentos, cuando el Estado que tanto debe a sus años de gobierno y oposición sufre el doble asalto de una “voluntad colectiva nacional-popular” (que diría Gramsci) desde el interior de sus propias instituciones.




Dibujo de Eduardo Estrada para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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miércoles, 16 de agosto de 2017

[A vuelapluma] ¿España federal o plurinacional?





Entre las resoluciones aprobadas por el PSOE en su último Congreso figura la defensa del carácter “plurinacional” del Estado y la propuesta de modificar la Constitución para incluir esa fórmula en el artículo 2 en el marco de una reforma en clave federal, pero la plurinacionalidad puede desembocar en el caos; no está en las constituciones europeas y es un concepto extraño a la democracia occidental. Pedro Sánchez y el PSOE deberían aclarar si pretenden una España federal o una España plurinacional, defiende Javier Tajadura Tejada, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco y exmagistrado del Tribunal Superior de Justicia de Navarra.

Los partidarios de la opción plurinacional, comienza diciendo, se basan en la distinción entre dos conceptos de nación (cultural y político). La nación política es soberana mientras que las naciones culturales no lo son. Junto a la única nación política existente —dotada de soberanía— que es España, habría que reconocer la existencia de un número indeterminado de naciones culturales. Para defender esta interpretación del Estado Constitucional vigente no hace falta ninguna reforma. El actual artículo 2 ya menciona junto a la “indisoluble unidad de la nación española”, titular de la soberanía indivisible, la existencia de “nacionalidades y regiones” a las que se les reconoce el derecho a la autonomía política. La introducción del concepto de “nacionalidades” en el artículo segundo de la Constitución supuso ya reconocer la existencia de “naciones culturales”.

Nación cultural es el significado que hay que dar al término “nacionalidad” del artículo 2. Inicialmente no eran muchas, pero el jardín de las naciones ha ido floreciendo. Aragón, por ejemplo, al constituirse en comunidad autónoma no se consideró nacionalidad sino región, pero con el tiempo, a los dirigentes políticos de la comunidad, región les supo a poco y optaron por convertir la región en nacionalidad. Lo mismo hicieron otras. Según el artículo 2, España ya es una nación política que reconoce la autonomía de las naciones culturales (nacionalidades). Si esto es lo que defiende el PSOE, no se comprende que reclame una reforma del artículo 2. La reforma que se propone tiene otro significado y alcance.

Aunque la Constitución reconozca la existencia de una serie de naciones culturales, España no es un “Estado plurinacional”. Y no puede serlo porque como Estado democrático es un Estado de ciudadanos y no de naciones. La fórmula propuesta por el PSOE para contentar a las fuerzas nacionalistas supone considerar a las naciones como elementos constitutivos del Estado. En esto consiste el verdadero alcance del término “Estado plurinacional”. La existencia de naciones culturales ya está reconocida por la Constitución, lo que no lo está es la consideración de las mismas como elementos constitutivos del Estado.

Esta es la contradicción intrínseca de la propuesta. Cuando sus promotores subrayan que defienden la concepción de España como una única nación política, parecen olvidar el significado ideológico de la nación política. La nación política no es solo la nación soberana, sino sobre todo la “nación cívica”, es decir, compuesta por ciudadanos libres e iguales en derechos. Esa nación cívica —el presupuesto del Estado constitucional— es incompatible con cualquier definición del Estado como plurinacional. El Estado constitucional está integrado por ciudadanos (iguales) y no por naciones (diversas). No es la soberanía, sino la libertad y la igualdad lo que está en juego. La defensa del “plurinacionalismo” supone sacar del desván de la historia uno de los artilugios del pensamiento reaccionario: la noción romántica de nación, definida por elementos culturales y sentimentales, que ha sido siempre combatida por la izquierda consecuente preocupada por la igualdad y por construir Estados (más que naciones) de ciudadanos libres.

El Estado federal es incompatible con la lógica de la plurinacionalidad. Está basado en la igualdad sustancial de los entes que lo componen mientras que el Estado plurinacional presupone la desigualdad. La definición constitucional del Estado como plurinacional obligaría a precisar el número de naciones que lo integran. Hoy esto no es necesario porque, al no ser las nacionalidades (y regiones) elementos constitutivos del Estado, su número puede variar sin consecuencias prácticas. Y exigiría determinar que consecuencias jurídicas se derivan para los ciudadanos de una entidad territorial que esta sea calificada como nación. Si suponen algún tipo de ventaja, los ciudadanos de Cartagena podrían también querer definirse como “nación”. Y los de León, y los de La Gomera, etcétera.

La fórmula “plurinacional” puede desembocar fácilmente en el caos y no aparece en ninguna Constitución democrática de Europa, concluye diciendo el profesor Tajadura. Solo la recogen las de Bolivia y Ecuador. El PSOE debe aclarar si su modelo territorial es Alemania (como paradigma del federalismo) o Bolivia.





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martes, 31 de enero de 2017

[A vuelapluma] El PSOE, camino de la irrelevancia política





Decía Norberto Bobbio en Derecha e Izquierda que las elecciones se ganan en el centro del espectro político. Creo que tenía razón, y el PSOE las ha ganado solo cuando ha girado al centro, desde la izquierda, sí, pero mirando al centro y no más a su izquierda. Con una hipotética victoria de Sánchez en las primarias el PSOE va de cabeza a la irrelevancia política. Y con López a la división y la guerra civil dentro del partido. ¿Mejor con Díaz?: Tampoco, nunca lo ha sido, al menos para mí. Observen donde están los laboristas con Corbyn. Y los socialistas franceses, ahora, sin Valls. Todos camino del populismo más rancio, lugar que entre nosotros ocupa Podemos, que no deja hueco para nadie más después de laminar a Izquierda Unida con la complicidad del inefable Garzón.

Yo creía en las primarias. Ya no. Las primarias funcionan en un régimen de tipo presidencialista en el que los cargos, todos los cargos, son elegidos por los electores, no solo por los afiliados, y en los que los elegidos deben su puesto a esos electores, no a los aparatos de los partidos. No es nuestro caso, no en un régimen parlamentario. Y por supuesto, los elegidos aquí piensan más en sus leales y en sus amigos que en los ciudadanos, sean del partido que sean. Camino del exilio interior me refugio en mi familia, mis amigos y mis libros sin esperanza alguna de que el PSOE recupere la cordura. "Alea iacta est". Por desgracia.

El profesor Xosé Luis Barreiro publica hoy en La Voz de Galicia un interesante artículo que titula, premonitoriamente, Sánchez inicia la revolución pendiente. Dice en él que "convencido de que el PSOE es una unidad de destino en lo universal, que no puede abdicar del socialismo izquierdista y anticapitalista del siglo XIX; imbuido de la idea modernista (principios del siglo XX) de que España solo tiene futuro como república popular, laica, multinacional, desmilitarizada y obrera; y sintiéndose el líder providencial que está llamado a limpiar el partido de traidores, mencheviques, jacobinos y burgueses agazapados, el gran Pedro Sánchez, de triste y aciaga memoria, acaba de asumir el reto de culminar la revolución pendiente. Con el «Grito de Dos Hermanas» -eco melancólico del Grito de Yara-, cuyo resumen ideológico es: «Será un honor liderar vuestro proyecto colectivo», Pedro Sánchez le traspasó a la militancia la iniciativa y las responsabilidades de su audaz regreso, para abocar al PSOE a un delirio populista y cortoplacista en el que todos los intereses del partido y de España, y el futuro del partido, quedan supeditados al romanticismo militante, a darle gusto a una parroquia desencantada e indignada, y a impedir -¡como sea!- el Gobierno de Rajoy. Yo comprendo este regreso vengativo y enrabietado. Porque, cuando uno se da a conocer empecinándose en el error, acaba confundiendo la dignidad con la contumacia, y prefiere ser despedazado por estupidez antes que ser salvado por las dulces caricias de la rectificación. También es cierto que si yo fuese amigo de Pedro, le aconsejaría que buscase trabajo, abandonase la política durante una década, y se hiciese un hombre de provecho. Pero todas estas reflexiones ya son inútiles, porque Pedro se ha convertido en un héroe de tragedia cuya desmesura generó su fatalidad: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». El daño ya está hecho. Y todas las ansias de un congreso catártico, que diese al PSOE unidad y liderazgo, ya están muertas. Y no solo porque el enfrentamiento entre el currículo de López y el «no es no» de Pedro Sánchez aboca a los militantes a una fragmentación estéril, sino porque Susana Díaz ya no puede ser aclamada ni tiene clara su victoria, y porque, en el supuesto de que un puñado de votos le permitiesen cubrir el expediente, ya no es posible crear el «partido ganador» -unificado en un fuerte liderazgo y ansioso de recuperar el modelo político y de Estado nacido de la transición- en el que la presidenta andaluza está resumiendo todo su programa, toda su ideología, y toda su enferruxada ilusión.Pedro Sánchez solo puede hundirse, más aún, en el pozo de su ofuscación. Pero no tengo ninguna duda de que los militantes aún le pueden dar el poder que necesita para destruir al PSOE, llevar al límite la crisis política de España y salvar a Podemos de las arenas movedizas. Porque ese es, me temo, el destino del antihéroe que inició hace tres días su revolución pendiente". Yo, también.


Pedro Sánchez



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lunes, 3 de octubre de 2016

[A vuelapluma] La travesía del PSOE





Mis amigos, al menos aquellos que me conocen bien, se habrán extrañado de mi relativo silencio sobre el penoso espectáculo dado por los dirigentes del PSOE en su dramático Comité Federal del pasado domingo. Algo dije en las redes sociales, por ejemplo, que me negaba a condenar a ninguno de los dos grupos enfrentados porque consideraba a ambos igualmente culpables de la situación. A algunos eso les parecerá situarse au dessus de la mêlée para no comprometerme. Nada más lejos de la verdad porque como no soy ni militante ni afiliado al PSOE no tengo miedo alguno ni compromiso con nadie para decir lo que pienso, pero sí respeto profundo por aquellos que sí lo son y a quienes corresponde decidir el futuro de su partido. Les deseo valor y acierto, porque muchos españoles que confiamos y seguimos confiando en el proyecto socialdemócrata, ese que aúna libertad individual, igualdad política y solidaridad social y económica, y no en aventuras y quimeras populistas de izquierdas y de derechas, les necesitamos más que nunca.

En ese sentido, comparto la opinión que hoy expresa en El País el profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE por Teruel, Ignacio Urquizu, de que el principal problema del Partido Socialista no es tanto ideológico como de conexión con sectores representativos de los valores de progreso, conexión que entre las clases medias y medias-altas se sitúa ahora en tercera o cuarta posición. 

La calidad de cualquier democracia, señala Urquizu,  está muy relacionada con la calidad de su debate público. Ello exige que cuando se inicie una discusión, los argumentos que se pongan sobre la mesa sean rigurosos y certeros, y no un conjunto de lugares comunes, obviedades o consignas. El PSOE está inmerso en una discusión interna que, si no acertamos a resolver, puede dejarnos un largo tiempo en la oposición. Por ello, la salida del secretario general hace aún más urgente descifrar qué nos está pasando. La cuestión, dice, no es cómo solventamos nuestro trilema (Gobierno del PP, Gobierno alternativo y terceras elecciones). Este escenario, como el resto de fracturas por las que estamos pasando, es consecuencia de una dificultad mayor: los socialistas estamos encadenando sucesivas derrotas electorales.

Para muchos, añade más adelante, todo se reduce a una cuestión ideológica: “No somos suficientemente de izquierdas”. De ahí que se concentre nuestra energía en situar a Podemos como nuestro principal adversario y en justificar unos malos resultados con mantener la segunda posición y evitar el temido sorpasso. Siguiendo este hilo argumental, desbloquear la actual situación política se podría interpretar como una traición más a esos principios y valores. 

Aquellos que aceptan esta hipótesis, sigue diciendo, sitúan el origen de los problemas en la gestión de la crisis a partir de mayo de 2010. Pero esto es cuestionable. En primer lugar, eso significa obviar algunas realidades como que muchas de las medidas que se decidieron entonces eran el resultado de los desequilibrios que sufría la economía española durante la última década. De no haberse tomado, nuestro país estaría ahora en una situación peor.

En segundo lugar, añade, incluso medidas tan controvertidas como la reforma del artículo 135 de la Constitución contaban con más apoyo popular de lo que se dice. Los datos de Metroscopia de septiembre de 2011 muestran que un 62% de los españoles habría apoyado esta reforma constitucional en el caso de que se les hubiese consultado. Y si miramos por partidos, este porcentaje era del 60% para el electorado socialista. La crítica estaba en el procedimiento: el 61% consideraba que habría sido preferible celebrar un referéndum y solo el 32% justificó la urgencia para calmar a los mercados. En tercer lugar, es difícil que alguien que no se respeta a sí mismo y a su pasado sea respetado por los demás. En definitiva, aquellos años de gestión se han simplificado en exceso sin trazar un relato comprensible para el electorado de izquierdas.

Es cierto que en las grandes victorias electorales del Partido Socialista, señala, cuando superó los 10 millones de votos (1982, 2004 o 2008), el 50% de la extrema izquierda y como mínimo el 70% de la izquierda apoyaba al PSOE. Estos datos están muy alejados de las elecciones de 2015 y 2016. El 20 de diciembre, los apoyos socialistas en la extrema izquierda fueron del 18%, mientras que en la izquierda la intención directa de voto se situó por debajo del 40%. El 26 de junio, estos porcentajes fueron todavía inferiores y se situaron en el 14% y el 30% respectivamente.

Pero el principal problema del PSOE, dice, es algo más que ideológico. Es decir, reducir todo a una cuestión de izquierda y derecha es una simplificación excesiva de la realidad. Cuando se miran con detalle algunos datos más, se descubre una falta de conexión con las capas más avanzadas de la sociedad. Dicho de otra forma, la dificultad del PSOE va más allá de que no sea percibido como un partido progresista.

Si analizamos los apoyos electorales según el tamaño de nuestros municipios, añade, vemos que en las ciudades de más de 50.000 habitantes el Partido Socialista viene siendo, como mucho, la tercera fuerza política en las dos últimas elecciones generales. En urbes tan significativas como Madrid o Valencia, el PSOE se situó como la tercera fuerza. Por no hablar de lugares como Barcelona o Bilbao, donde caímos a la cuarta posición el 26-J. En las recientes elecciones vascas, en dos de las tres capitales de provincia el PSE ocupó la quinta posición. Las comunidades autónomas con mayor renta per cápita mostraron un cuadro parecido. En la Comunidad de Madrid, en el País Vasco y en Navarra, el PSOE fue la tercera fuerza política el 26-J. En Cataluña caímos a la cuarta posición.

Al mismo tiempo, continúa diciendo, cuando pasamos a mirar los datos de las encuestas del CIS, vemos que el Partido Socialista solo es capaz de ser una alternativa al PP entre los ciudadanos que tienen, como mucho, los primeros años de educación secundaria. En cambio, entre aquellos que declaran tener estudios superiores, el PSOE cae a la cuarta posición. Si analizamos los datos de todas las elecciones, nunca el Partido Socialista había tenido tan pocos apoyos entre la gente con estudios universitarios. Por clases sociales, el PSOE solo obtiene un amplio apoyo entre los obreros, mientras que en las clases medias y en las clases medias-altas se sitúa en tercera o cuarta posición. Esto no siempre ha sido así. En los años ochenta y en las dos victorias electorales de José Luis Rodríguez Zapatero, las clases medias depositaron su confianza de forma mayoritaria en el Partido Socialista.

Todos estos indicadores, dice más adelante, apuntan a que el PSOE ha perdido el apoyo de los sectores más avanzados de nuestra sociedad. Las grandes ciudades, las clases medias o las personas con estudios superiores suelen ser muy representativas de la modernidad. No es casual que Podemos haya tenido mayores niveles de confianza.

En definitiva, el principal problema del Partido Socialista no es tanto ideológico, sino de conexión con sectores de la sociedad que son muy representativos de los valores de progreso. Así, añade, el PSOE debe comenzar a pensar cómo vuelve a conectar con unos grupos sociales en los que sí fue un referente en el pasado. Pero para saber qué nos está pasando, no podemos precipitarnos. Esta reflexión, si queremos que sea certera y profunda, requiere más tiempo que el mes que la dirección saliente defendía.

Seguramente, concluye diciendo, deberemos abrirnos a nuevas ideas, ser valientes en los debates, quitarnos muchos prejuicios y ser conscientes de que los retos de la sociedad del futuro exigen medidas audaces. Así, combatir la desigualdad exige modernizar nuestro Estado de bienestar, o tener una economía más competitiva implicará una mayor racionalización de nuestro sistema productivo. Lo que cambia el mundo no son los golpes de efecto o los tuits, sino las ideas. En este aspecto, el Partido Socialista tiene una amplia tarea por delante. Solo así dejaremos de perder las elecciones ante el peor Gobierno de nuestra democracia.




Imagen de Eulogia Merle para El País




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miércoles, 28 de septiembre de 2016

[A vuelapluma] Guerra a muerte en el PSOE. ¿Y los huérfanos a quién apelamos?





No soy militante del Partido Socialista Obrero Español. Ni siquiera "simpatizante" estatutario. Fui afiliado hace muchos años. Y hasta en una ocasión fui candidato a concejal de mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, en un puesto de la lista del PSOE que podía salir, pero que no salió. No me importó porque nunca he tenido ambiciones por ocupar puesto alguno en política. Ya he estado metido en esos berenjenales y sé lo que es tragarse sapos un día sí y otro también y mi estómago ya no funciona sin su ración diaria de omeprazol. He votado ininterrumpidamente por el PSOE desde las elecciones generales de 1982. Sin fisuras, en todas las elecciones generales, regionales y locales. Muchas veces, lo reconozco, tapándome la nariz porque no me gustaban los candidatos, pero los votaba porque eran los candidatos del partido que para mí representaba la ideología con la cual me siento más identificado: la socialdemocracia.

Hoy me siento más huérfano que perdido, quizá por que mi escepticismo no es más que reflejo de un optimismo empedernido chamuscado por la realidad de unos hechos que se me escapan y que me niego a enjuiciar echando la culpa a los "pedristas" o a los "susanistas" y porque al no ser miembro del partido no me encuentro calificado para opinar sobre quién o quiénes son los responsables directos de esta marxista (de Groucho Marx) situación. Pero me duele, me duele hasta los tuétanos y lo único que me gustaría decirles a unos y otros es que son una panda de golfos, pero no puedo decirlo porque no sé sin son, todos, una panda de golfos o una pandilla de chiquilluelos irresponsables.

De toda la sarta de estupideces, insultos y acusaciones que unos y otros miembros del partido socialista se están diciendo hoy, quizá, solo quizá, me reconforta el editorial de la directora de El Huffington Post, Montserrat Domínguez, que hago mío de la primera a la última frase. 

Que inmensa tristeza, dice, produce contemplar los cuchillos envenenados sobrevolando Ferraz, con unos parapetados dentro y otros improvisando ruedas de prensa en la calle. Quizás era inevitable que esta batalla -que lleva larvándose desde que Pedro Sánchez llegó a la secretaría general hace dos años- saliera a la superficie. Quizás era hasta bueno que dejara de dirimirse en los pasillos, los grupos de Whatsapp y reservados, a golpe de murmullos e indirectas. Lo que no era previsible y no puede ser bueno es la virulencia con la que ha estallado, la aceleración que está tomando en las últimas 72 horas y la amenaza cierta que supone de dejar al partido hecho unos zorros durante mucho tiempo. De momento, invalida al PSOE para ofrecer a los ciudadanos una solución al impasse político en el que llevamos instalados desde el 20 de diciembre de 2015.

El PSOE ha implosionado, añade, y ni el bando de Pedro Sánchez ni el de los críticos -si utilizamos la tremenda palabra que ha usado el propio Sánchez para hablar de sus compañeros- está en condiciones de atender a otra cosa que no sea la batalla interna por el poder. Los votantes que fueron fieles al PSOE el pasado 26 de junio tienen razones de sobra para pasar del estupor al cabreo.

En 72 horas, sigue diciendo, se ha desatado la tormenta perfecta. El mal resultado de los socialistas en las elecciones vascas y gallegas del domingo -dos territorios históricos en los que ha llegado a gobernar- empujó a varios dirigentes del sector crítico a enseñar los dientes. Sánchez, que juega en casa, dió un triple mortal para evitar hacer autocrítica por la derrota de sus candidatos y el lunes soltó el órdago: congreso ordinario en octubre y antes primarias, con voto de los militantes, para escoger al secretario general. Si quieren mi puesto, vino a decir, que den un paso adelante: ¡fuera las caretas! Pero hizo algo más: repartir los papeles. "Quienes quieran ser subalternos de Rajoy (absteniéndose en su investidura) que lo digan y que se enfrenten a mí. Y como no quiero terceras elecciones, voy a intentar un gobierno alternativo con Podemos y Ciudadanos."

El relato, añade, es letal para sus críticos, y tramposo porque no es un auténtico trilema. La idea fuerza -"intentaré un gobierno transversal" resulta inverosímil: Podemos sólo dará su apoyo si entra en un gobierno de coalición, y Ciudadanos jamás lo apoyará. La opción de contar con los votos de nacionalistas e independentistas, difícil pero no imposible, no es tal para buena parte del socialismo. Mucho menos desde este mismo miércoles, cuando el president Puigdemont ha puesto fecha para un segundo referéndum de independencia: lo convocará, con o sin acuerdo con el gobierno, en septiembre de 2017. La agenda del govern catalán para construir un estado propio es la que es, el apoyo de la CUP tiene el precio que tiene, y no ha lugar para compromisos. La cuestión catalana no desaparece porque en La Moncloa siga un gobierno en funciones y el PSOE esté en sus cosas.

El puñetazo en la mesa de Sánchez y lo endeble de su oferta, continúa la directora de El Huffington Post, sumado al miedo a unas terceras elecciones que pueden dejar más noqueado aún al partido, ha empujado a los críticos a salir a la luz. Notablemente, a Susana Díaz, dispuesta a estar en la cabeza o en la cola (sic) de la alternativa a Sánchez. Su labor de zapa a lo largo de estos años es imprescindible para entender la exasperación de Sánchez, pero también es una burda caricatura dividir al PSOE en dos bandos, pedristas y susanistas. Hay muchas más figuras de peso en el partido que no entienden a su secretario general ni comparten sus estrategias, y eso no les convierte en palmeros de la presidenta andaluza. Desde luego, no son subalternos de Rajoy, sino líderes que han derrotado al PP en las urnas y llevan sus espaldas una larga experiencia política. Tampoco son los políticos del IBEX, como trata de desacreditarlos Podemos. Son voces como la de Felipe González. Hoy en la SER mostró su estupor por un Sánchez que le consultaba unos planes -la abstención en la investidura de Rajoy- para luego hacer exactamente lo contrario.

La maniobra de dimisión de 18 miembros de la ejecutiva con intención de desalojar a Sánchez, añade, parece una chapuza y un despropósito: poco menos que anunciaron el nombre de la gestora que sustituía al líder, mientras este se atrincheraba en Ferraz y metía la quinta marcha hacia el congreso extraordinario, sin convocar la comisión de garantías que aclare esta absurda situación. Todo anticipa una batalla cruenta y absolutamente estéril para los ciudadanos. Eso sí, el secretario general cuenta con que ganará de mano una votación entre los militantes, lo que es más que probable. Llega tarde la pedagogía sobre cuál es el auténtico sentido de una abstención que permita gobernar a Rajoy, sobre el precio que tendría esa abstención y sobre el papel de un PSOE en la oposición frente un gobierno débil y necesitado de pactos. Demasiado tarde. Los leales a Sánchez están manejando bien la simplificación de la era de Twitter: o congreso extraordinario ya o es que no quieres oír a los militantes. O estás conmigo, o estás con Rajoy. ¿Lo ven? Cabe perfectamente en un tuit.

La guerra civil en el PSOE, concluye, no ha hecho más que empezar. Gane quien gane, mande quien mande difícilmente podrán recomponer la profunda desconfianza que sus batallas provocan entre quienes más les necesitan.



Pedro Sánchez, esta tarde


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martes, 29 de septiembre de 2015

[Política] Ciudadanos: ¿Una marca blanca del PP?




Albert Rivera, líder de Ciudadanos



No tengo vocación de Casandra, la princesa troyana a la que los dioses maldijeron con el castigo de que nadie creyera sus certeras profecías, así que me importa más bien poco que me hagan caso o pasen de mí, pero presumo de tener buen olfato para algunas cosas, y tengo la impresión de que señalar a Ciudadanos como la "marca blanca" del PP comienza a resultar pueril, aparte de equivocado y peligroso. Al paso que van, pueden acabar fagocitando a más de uno a ambos lados de esa línea imaginaria que señala el centro político... De momento, le disputan, con acierto como acaba de verse en las elecciones catalanas, ese centro político al PSOE más que al PP, que más que a la derecha parece encontrarse al borde del abismo. Quizá habría que ir aceptando que uno, PSOE, es la izquierda del centro y, Ciudadanos, la derecha del centro, pero ambos centristas, y guste o no guste, las elecciones se ganan en el centro. Si tienen visión de futuro y generosidad mutua, pueden ser el primer gobierno de coalición de la historia reciente de España.

Dos semanas después de publicada esta entrada, un editorial de El País, analizando la última encuesta de Metroscopia, lo dejaba meridianamente claro, en el centro está la clave.

Hace unos días la prestigiosa Revista de Libros publicó un interesante artículo, firmado por el profesor de sociología de la Universidad de Zaragoza Pau Marí-Klose titulado "Génesis de un movimiento ciudadano", en el que este profesor aragonés reseñaba tres recientes libros que hablan del nacimiento, desarrollo y primeros triunfos del partido político Ciudadanos, escritos respectivamente por Antonio Robles: "La creación de Ciudadanos: un largo camino"Jordi Bernal: "Viajando con Ciutadans"; y José Lázaro y Jordi Bernal (eds.): "Ciudadanos. Sed realistas: decid lo indecible", los tres publicados por la editorial madrileña Triacastela entre 2007 y 2015.

A tan solo unos días de las elecciones autonómicas catalanas, dice al comienzo de su artículo el profesor Marí-Klose, los sondeos preelectorales pronostican, con un buen margen de confianza, que Ciudadanos está a punto de convertirse en la segunda fuerza política de Cataluña, sólo por detrás de una amplia coalición de partidos y entidades sociales que abogan por la independencia (Junts pel Sí). A tres meses de las elecciones generales, todo parece indicar que Ciudadanos será también una pieza imprescindible para formar nuevo gobierno en la próxima legislatura. Y todo ello, añade, en algo menos de diez años desde el congreso fundacional del partido, y poco más desde que sus promotores cobraran conciencia de la necesidad de gestar un nuevo proyecto político en un entorno que era absolutamente hostil a la emergencia de un partido de esa naturaleza.

Los tres libros que reseñamos, sigue diciendo, ofrecen un relato de primera mano de la forja de un partido político a partir de un movimiento social, que recogen testimonios directos, declaraciones y documentos fundacionales. El lector encontrará muchas claves sociológicas para entender los primeros pasos de un movimiento social y su transformación en un actor político. En este sentido, como pone de manifiesto la literatura académica sobre movimientos sociales, en el relato aparecen tres elementos cruciales para entender su gestación: 1) unas visiones intelectuales que proporcionan un «encuadre» (framing) para entender la realidad y empujan a la «insurgencia»; 2) una cierta capacidad organizativa y de movilización de recursos preexistentes; y 3) una estructura de oportunidades políticas propicia.

En el nacimiento de Ciudadanos, continúa diciendo, desempeña un papel de primer orden una visión intelectual singular sobre la realidad catalana, que entra en contradicción con la que se predica desde espacios hegemónicos. Su principal reivindicación es la llamada a construir una sociedad posnacionalista, en la que los elementos de adscripción étnica puedan seguir siendo constitutivos de las identidades personales de los ciudadanos, pero, en acertada expresión de Fernando Savater, «no salpiquen» y «no provoquen un lío con eso», aspirando a una nueva política en la que las principales cuestiones que entren en el debate y en la agenda gubernamental no conciernan a dimensiones de la identidad nacional que, a juicio de estos intelectuales, estarían eclipsando y postergando la atención a otros problemas más urgentes.

Al igual que sucede en la gestación de muchos movimientos sociales y partidos, los intelectuales desempeñan un papel crucial de vanguardia ilustrada. El éxito inicial de Ciudadanos es inconcebible sin el impulso de un grupo de escritores, dramaturgos, periodistas y profesores universitarios que aportan, en un momento propicio, elementos motivadores al discurso con el fin de arrastrar a colectivos más amplios a la acción política. Ciudadanos es, en buena medida, producto de artículos periodísticos, pequeños opúsculos, charlas públicas y manifiestos de una indudable calidad argumental y eficacia instigadora. Los quince intelectuales que intervienen en la gestación de Ciudadanos se reúnen periódicamente, mantienen correspondencia electrónica, contemplan diversas opciones de movilización y, en algún caso, se comprometen directamente en la articulación de las estructuras del partido (incluso, a tenor del testimonio de Antonio Robles, intervienen activamente en la elección de los primeros líderes). Muchos de ellos participan en los primeros actos de agitación y las actividades de campaña electoral tras la constitución del partido.

Son un grupo indudablemente eficaz, añade, que atesora grandes dosis de talento y carisma. Pero no están solos. Gracias al testimonio de Antonio Robles, sabemos que Ciudadanos es producto de la confluencia de estas energías intelectuales con otras de carácter más prosaico, pero absolutamente necesarias para articular el proyecto. El libro de Antonio Robles es un extraordinario recordatorio del papel de pequeños agitadores sociales, casi anónimos, integrados en estructuras organizativas precarias, que permanecen semilatentes durante largos períodos, pero que pueden cobrar un protagonismo inusitado cuando entran en contacto con esas energías intelectuales catalizadoras y, en el espacio político, aparecen «ventanas de oportunidad». En esas células se gestan ideas, pero, sobre todo, se reclutan y coordinan activistas, se captan recursos, se desarrollan actividades de divulgación y propaganda, y se diseñan estrategias de acción política.

La gestación de Ciudadanos, sigue diciendo, no es un proceso lineal ni exento de tensiones. No todos los promotores comparten el mismo proyecto ideológico y estratégico. El libro de Robles, añade el profesor Marí-Klose, nos ofrece interesantes estampas de enfrentamientos y refriegas derivados del choque de proyectos personales, talantes y visiones programáticas. Especialmente destacable es el dualismo ideológico, que a veces desemboca en conflicto abierto, entre promotores de corte «liberal» (con Arcadi Espada a la cabeza) y socialdemócratas (capitaneados por Francesc de Carreras). En palabras de Robles, los primeros querían diseñar una plataforma política fuera de las coordenadas izquierda/derecha, donde encontraran acogida ciudadanos que se sintieran abandonados o traicionados por las opciones políticas en el mercado, ya fueran de izquierda o de derecha; los segundos ponían el acento en construir un alternativa progresista al Tripartito, pero sin renunciar a sus valores sociales y su estética. La verdadera ambición de estos últimos, de acuerdo con Robles, era ofrecer una alternativa en el espacio político desocupado por el Partido Socialista de Catalunya una vez comprobado –fehacientemente– que los socialistas habían traicionado los valores ilustrados que se le presuponían.

Ciudadanos no podía haber aparecido en el panorama político en cualquier momento. Como nos relata Robles, antes de la gestación de Ciudadanos se habían producido diversos intentos de articular instrumentos políticos para hacer frente al nacionalismo, pero ninguno se había materializado en una opción electoral con posibilidades de alcanzar representación parlamentaria. Robles los califica como «años perdidos» y relata cómo muchos de los promotores posteriores de Ciudadanos (comenzando por Francesc de Carreras) tenían depositadas sus esperanzas en la llegada del Partido Socialista de Catalunya a la Generalitat. En este sentido, dice, el triunfo electoral de Pasqual Maragall en las elecciones autonómicas de 2003 provocó el entusiasmo de muchos militantes de la causa antinacionalista. Un entusiasmo que no tardó en tornarse en frustración y toma de conciencia sobre la necesidad de abandonar cualquier expectativa de que el Gobierno del PSC (junto a sus socios ecosocialistas e independentistas) iba a representar un cambio de rumbo drástico respecto al nacionalismo pujolista.

Los movimientos sociales son algo más que ideas y promotores que tienen la capacidad de propagarlas. Los movimientos cristalizan cuando aparecen espacios de oportunidad política. Sin esas ventanas que se abren de manera muchas veces inesperada, el embrión de cualquier movimiento social está abocado a una vida generalmente corta. El principal hito que precipita el cambio de estrategias políticas dice, es el resultado electoral del PSC en 1999: victoria en votos, derrota en escaños. En ese contexto, señala, el PSC lanza la propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía para favorecer el acuerdo con ERC y dificultar la relación entre independentistas y nacionalistas de CiU, sin que existiera realmente una demanda social transversal a favor de esta iniciativa.

La formación del Tripartito en 2003, continúa diciendo, consolida este cambio de la dinámica de competición partidista, que otorga un protagonismo creciente al eje centro-periferia y provoca la radicalización de programas y estrategias. En este proceso, todos los partidos van a verse empujados a catapultar al primer plano el eje identitario. Las tensiones en torno al intento de reforma del Estatut terminan provocando la salida de ERC del gobierno tras una rebelión interna contra la postura de la dirección. 

En este marco de radicalización nacionalista de la oferta partidista y exacerbación de las tensiones territoriales, Ciudadanos encuentra rápidamente un nicho electoral que no existía. Se trata de un espacio vacío, desalojado por el PSC, donde se atrinchera una bolsa importante de votantes, activistas anónimos e incluso militantes y cuadros políticos frustrados y dispuestos a pasar página. Los promotores de Ciudadanos, sin duda, se atreven a «decir lo indecible», y los pequeños héroes casi anónimos que colaboran en la logística realizan un esfuerzo ímprobo por dar a conocer y suscitar simpatías por el nuevo partido, pero sin esa «ventana de oportunidad política» que aparece, Ciudadanos no se habría convertido en la maquinaria política que alcanza representación parlamentaria en Cataluña en 2006 y hoy aspira a convertirse en opción de gobierno en el conjunto del Estado.

Ciudadanos vuelve a reclutar fundamentalmente segmentos que se sienten traicionados por las políticas del Gobierno, concluye diciendo. Pero, esta vez, el relato es mucho más prosaico. No abanderan causas marginalizadas, ni pretenden cultivar retóricas de resistencia y asedio. Los destinatarios de sus mensajes regeneracionistas son, a tenor de lo que nos dicen los sondeos, votantes centrados, de predisposición crítica y lealtades hasta hace poco volátiles a los dos partidos mayoritarios. Ciudadanos es una nueva criatura política. A diferencia de lo que sucedía en Cataluña en 2005, sus discursos y propuestas no provocan rechazo. Hasta donde podrán llegar lo dirán los electores y el tiempo. De momento, por lo que parece, llevan buen rumbo.

Pocos días después de publicada esta entrada, Albert Rivera hacía unas declaraciones al diario El País que merece la pena leer con interés. A la vista de ellas reconozco que me parece imposible que alguien pueda seguir considerando a Ciudadanos una marca blanca del PP. Y si es así, tengo claro que estoy sordo y ciego, sin remisión.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




Congreso de los Diputados (Madrid)




Entrada núm. 2454
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domingo, 20 de julio de 2014

Mi cita dominical con Elvira Lindo: ¿Quedamos para hablar del nuevo PSOE?




La escritora Elvira Lindo



Buenos días, Elvira. Feliz domingo. ¿Cómo estás? Hacía mucho tiempo que no charlábamos un ratito. Tú, con tus viajes o escribiendo; yo, con las vacaciones, ejerciendo de abuelo a tiempo completo casi más que en época escolar... 

Acabo de leer en El País, como hago siempre los domingos de madrugada, tu columna, que hoy dedicas al nuevo-próximo secretario general del PSOE Pedro Sánchez, que titulas "Qué grande es ser joven". Sí, tienes razón; yo no añoro la juventud, pero tiene ciertos privilegios, como el de equivocarse, que me da cierta envidia.

Pero hablábamos de tu artículo... Veo con gusto que seguimoslos los dos en la misma línea. Hace unos días le expresé al señor Pedro Sánchez en su página de Facebook casi palabra por palabra las mismas cosas que hoy le dices tú. Claro, tú se lo dices mucho más literaria, elegante e irónicamente: que por la izquierda-izquierda ya no va a ninguna parte; que ha dejado con el trasero al aire a los diputados europeos españoles socialistas; que "eso" que el dice defender no es la socialdemocracia que los europeos y españoles necesitamos; que si no pacta ni en Europa ni en España con el centro-derecha con quién va a pactar, ¿con el señor Pablo Iglesias?; que o "centra" el partido o no va a ganar; que pensara en los votantes y no solo en los "militantes": ¡qué palabra tan rancia: militantes; como si fueran un ejército en marcha!...

¿Te ha contestado? A mí tampoco. Y la verdad, lo de ser joven (yo voy ya para 69) es una enfermedad que se pasa con el tiempo, no un valor que de calidad al producto y menos en política. Y era, de los tres, el que más me gustaba. Mal empieza... ¡Toma ya claridad de ideas! Esto último lo digo por mí, no por él. Es un placer saludarte de nuevo. Nos vemos el domingo próximo a la misma hora y en el mismo sitio. Un beso. Tu amigo, HArendt.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez




Entrada núm. 2113
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