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lunes, 27 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Los hijos que Pablo y Santi no tuvieron



Niños sevillanos. Fotografía de Paco Fuentes


Pienso en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales, comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Nuria Labari a cuenta de la polémica levantada por el tema del Pin parental.

"Tengo la sensación de que últimamente no hablamos de otra cosa que de los hijos de Pablo Casado y Santiago Abascal, -comienza diciendo Labari- dos políticos que han confundido el grupo de WhatsApp de padres del cole con la agenda política de sus respectivos partidos. “Mis hijos son míos y no va a venir un socialista o un comunista a decirme cómo educarlos”, sentencia Pablo Casado. Y la expresión se le derrite en la boca, como si se le fuera a caer la baba. “A mis hijos no los va a educar tu secta comunista”, escupe Santi Abascal vía Twitter a Pablo Iglesias. Como si el pin parental fuera el resultado de un ego paterno mal digerido.

Lo que yo me pregunto es cuándo llegará el momento de hablar de todos los niños que no son hijos de Santi Abascal ni de Pablo Casado. Quién defenderá los derechos de todos esos menores en medio de un debate colapsado por el linaje de estos dos sementales. Pienso, por ejemplo, en quién defenderá los derechos de la niña de 9 años que quiere casarse con su mejor amiga. O los del niño homosexual de 12 que se cría en una aldea de 150 habitantes heterosexuales y necesita conocer su cuerpo y entender su subjetividad. Pienso en el derecho de sus compañeros a respetar la igualdad y celebrar la diferencia.

Me pregunto también quién hablará del niño transgénero que intenta sentirse a gusto en su cuerpo si es que ese niño trans no tiene la suerte de ser hijo de Pablo Casado. Que entonces sí, entonces seguro que Pablo se sacaba de la manga algún programa diseñado para los intereses de “su hijo trans”. Y pienso en todas las niñas, claro está. Porque hasta ahora Pablo y Santi solo han nombrado a sus hijos, a pesar de que también tienen hijas. Pero ellos son los padres y nombran a su prole como quieren y en sus términos, que para eso son suyas. De todas formas, los discursos de Pablo y Santi me recuerdan el derecho de todas las niñas a ser nombradas en femenino. También pienso en el derecho de todas a crecer en un mundo sin violencia ni agresión sexual. En que todas tengan herramientas para identificar la agresión siempre que les roce. Porque en este país, eso ya lo sabemos, les rozará a casi todas y les tocará a muchas. A algunas hasta las matará.

Como madre puedo decir que, cuando te pones a pensar en todos los hijos que no son tuyos la realidad se hace cada vez más grande, el horizonte cada vez más amplio y complejo. A lo mejor por eso he pensado estos días en todos los niños y niñas que fueron violados en escuelas franquistas por curas pederastas. Me he acordado de cuando la ignorancia y el oscurantismo sexual favorecía los abusos sexuales en este país. Y he sentido el peso del silencio de años sobre los hombros de todos esos niños, hoy ya viejos. Son ellos quienes me han llevado a pensar en todos los niños que han sido víctimas de abusos sexuales en España en lo poco que llevamos de 2020. En todos esos niños invisibles que están siendo violados aquí y ahora. Los pienso haciendo su mochila para ir al colegio, poniéndose la bufanda, saltando los charcos. Me pregunto si entienden lo que les ha pasado, si saben ya que ninguna caricia puede ser secreta por mucho que un adulto les haya pedido que no digan nada. Pienso si alguien les ha explicado ya en casa o en el colegio cómo defenderse de algo así. Pienso si saben que pueden (y deben) hablar para salvarse.

Y estoy segura de que Santi y Pablo cambiarían su discurso si estuvieran hablando para todos estos niños, para todos los niños. Pero ellos solo cuidan de su prole. Ellos son machos muy machos y han tenido los mejores hijos. Ellos sienten que con una herencia genética (y fiscal) como la suya, sus hijos lo tienen ya todo hecho. Y solo les queda trabajar para que el sistema los respete y no los estropee.

Los pobres Santi y Pablo no han entendido nada. Porque el hecho cierto es que sus hijos, también los suyos, tienen el derecho a ser educados en igualdad de oportunidades solo por el hecho de haber nacido en España. La educación va justo de eso en nuestro país. Es lo que está por encima de la herencia y del linaje. Es lo que garantiza la igualdad de oportunidades y por tanto lo que sostiene la esencia misma de la democracia. Sin igualdad de oportunidades no hay democracia posible. Por eso la ultraderecha quiere colocar ahí su dichoso pin, justo en la línea de flotación del sistema. Ellos saben que no podemos vivir en democracia si las oportunidades se conceden en el nombre del padre. Y eso es justo lo que a ellos les gustaría. De nosotros dependerá que lo hagan posible".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









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viernes, 24 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Infancia eterna





"Pasé mi infancia y adolescencia intentando comprender ese gran misterio de la vida, -comenta en el A vuelapluma de hoy la escritora Laura Freixas-. A ese misterio, por ­entonces –años sesenta, ­setenta– se le llamaba “de dónde vienen los niños”. Un día mi padre, de­cidido a ­pasar el mal trago, se sentó con­migo y me lo explicó en diez minutos.

Lo entendí perfectamente, como habría entendido el funcionamiento de un destornillador o un abrelatas; sólo que no era eso lo que yo quería saber. Estaba muy bien, sí, conocer la mecánica del asunto, pero lo que yo quería entender era otra cosa. Algo tan complicado como ordenar el puzle desconcertante que componían Simplemente María, Playboy , el barrio chino, el mandato de virginidad para las chicas, el miedo a la violación, el consultorio de Elena Francis, La vie en rose, los cursillos prematrimoniales, las bodas de penalti, los guiños de los hombres cuando se les preguntaba cuántos hijos tenían y contestaban “dos... que yo sepa”... y así, hasta un millar de piezas. Lo que yo quería entender, en suma, era qué sentido tenía todo aquello. Y por cierto, si había alguien que yo no quería que me lo explicara, era mi padre. O mi madre. Entre otras cosas, porque tenía clarísimo –antes de saber formularlo con palabras– que la sexualidad es lo que nos hace personas adultas, autónomas, desgajadas de nuestra familia.

Y todo eso que yo necesitaba entender, ¿dónde aprenderlo? La escuela habría sido lo mejor: un entorno neutro, aséptico, con adultos ajenos a nosotras. Pero parece que no hay manera de que se implante en España, con normalidad, la educación afectiva y sexual. En vez de avanzar en ese campo, como habría sido de esperar, resulta que retrocedemos: ahora la derecha quiere dar a los padres el poder de impedir, mediante el pin parental , que sus hijas e hijos reciban esa enseñanza. Curiosamente, no se atreven a discutir sus contenidos –¿será que no quieren reconocer lo que de verdad piensan del tema? ¿será que sus ideas les avergüenzan?...– y prefieren rechazarlo sin explicaciones, esgrimiendo un supuesto derecho de los padres a elegir la educación de sus hijas e hijos. Como si estos no fueran personas con sus propios derechos: el derecho a saber, el derecho a entender una dimensión fundamental de su persona, el derecho a escoger cómo desarrollarla. En vez de eso algunos padres quieren, por lo visto, una inocente escuela Pin y Pon que mantenga a sus criaturas en una eterna infancia".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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martes, 21 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Sobre el arte de no escuchar



El diputado Santiago Abascal, en el Congreso


Tendría que enseñarse en las escuelas el arte de aprender a no escuchar. Y es que frente a la nube de banalidad de muchos discursos políticos, señala el escritor Andrés Barba en el A vuelapluma de hoy, tal vez no prestar atención sea una solución.

"El escritor y editor inglés J. R. Ackerley -comienza diciendo Barba- consignó en una entrada de su diario una de esas pequeñas epifanías domésticas que a veces nos hacen comprender súbitamente el carácter de un familiar. Él, que siempre se había quejado de la incapacidad crónica para escuchar de una hermana con la que convivía, se dio cuenta durante una cena de que el ensimismamiento de su hermana estaba acompañado —como en el caso de esos animales minúsculos que se ven obligados a sobrevivir en un entorno hostil— de un don de proporciones equiparables: el de ser capaz de repetir las últimas palabras que se habían dicho y a las que, por supuesto, no había prestado ninguna atención. De ese modo, cada vez que él la acusaba de no escuchar, ella era capaz de repetir —como si recogiera del aire una especie de reverberación— la información necesaria para hacerle creer que sí lo había hecho, cosa que era evidentemente falsa. Esa pequeña epifanía, curiosamente, le hizo ser indulgente con ese defecto que hasta entonces le había sacado de sus casillas.

Si es cierto que es molesto que no nos escuchen, no lo es menos que la gente lo hace por distintos motivos. Resulta extraño, por ejemplo, que la incapacidad para escuchar sea el defecto compartido de dos perfiles de personas tan distintas como los ensimismados y los egomaniacos. Cada uno por sus motivos, los dos acaban en el mismo lugar. Unamuno, que odiaba particularmente a la segunda categoría, se quejaba en su Diario íntimo de esas personas que conversan sin escuchar a su interlocutor “impacientes por decir siempre lo suyo” y concluía que ese fenómeno es “síntoma de una enfermedad dolorosísima” a la que no pone nombre, pero que no nos cuesta reconocer como propia. Podríamos preguntarnos qué habría pensado Unamuno, por poner un caso, del debate televisivo previo a las últimas elecciones en el que no solo era evidente que los candidatos no se escuchaban entre sí, sino que ni siquiera parecían entender las preguntas que les hacían los moderadores, porque contestaban —bordeando el autismo— lo que ya habían preparado sus asesores de prensa. Tal vez añadiría que se trata de un círculo vicioso: quien habla sin saberse escuchado cada vez se preocupa menos por no decir estupideces ya que, al fin y al cabo, todo da lo mismo. Lo que nos llevaría a sumar una tercera observación: la de que en ese estado de cosas resulta inevitable que cada vez tenga menos consecuencias haber dicho una estupidez. Pero dejémoslo ahí.

Ante el vicio de pedir, la virtud de no dar, solía decir mi abuela con sadismo castizo cada vez que le pedía dinero para un helado. Frente a la nube de banalidad de muchos de los discursos políticos, tal vez el arte de no escuchar sea, al fin y al cabo, una solución posible. Y es que el tan cacareado “arte de escuchar” también puede llegar a rozar lo siniestro. La última publicación que he encontrado al respecto, el libro de la norteamericana Kate Murphy, tiene un título que es, en sí, una reprimenda: You’re not Listening: What You’re Missing and why it Matters (No escuchas: lo que te pierdes y por qué es importante). ¿Cómo confiar en un libro que te echa la bronca antes de abrir la primera página? Murphy comienza su aleccionamiento con un párrafo más que revelador: ¿cuándo fue la última vez que escuchaste a alguien?

Me refiero a escuchar de verdad, sin pensar en lo que quieres añadir a continuación, sin mirar el celular cada tres segundos o saltar para decir lo que opinas. Y todo bien con la atención, pero esa escena que describe como el epítome de la felicidad podría interpretarse también de una forma aterradora: la de imaginarnos, como en una pesadilla afiebrada, que esa persona a la que hay que atender es, imaginemos, Santiago Abascal hablando sobre violencia de género y que, frente a cada una de esas palabras, debemos abrir las compuertas de nuestra mente de manera completamente rendida, sin pensar en lo que queremos añadir a continuación, sin saltar para decir lo que opinamos.

En su pequeña epifanía doméstica, J. R. Ackerley acaba concluyendo que, si bien cometen la impertinencia de no atender, algunas de las personas que no escuchan al menos tienen la dignidad de no exigir una atención tan inmisericorde, lo que no deja de ser signo de grandeza en este mundo de bebés chillones.

No escuchar es, al fin y al cabo, un sistema de defensa tan elemental como cualquier otro. Y no menos eficaz. Si no nos empeñáramos en combatir algunas de las estupideces que nos empeñamos en oír, tal vez dejaríamos de oírlas antes de lo que imaginamos. Hasta del bicho más pequeño del bosque, sigue diciendo Ackerley, puede aprenderse algo. Podemos perdonarle que llame bicho a su hermana. La lección, al menos, está clara: no siempre es razonable indignarse, el invierno es largo; la energía, limitada".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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sábado, 18 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Querrás tragártela enterita



Fotograma de la serie Sex Education, de Netflix


'Sex Education', comenta la escritora Nuria Labari en el A vuelapluma de hoy,   es una serie de televisión mucho más moderna que la burda y zafia publicidad que la promueve, y es una pena, porque no se la merece. 

"El Círculo de Bellas Artes de Madrid -comienza diciendo Labari- ha amanecido cubierto con esta ocurrente frase de la campaña para la serie de Netflix Sex Education. El juego de palabras es muy divertido porque no sabemos si se refiere a una serie o a una polla. Y eso hace gracia.

Yo paseo por la calle y recibo esta sentencia desde mi cuerpo de mujer como una orden. No solo desde la acera por la que camino sino también desde mi smartphone, porque la frase corre como la pólvora en las redes sociales. Me llega en media hora por cuatro grupos de WhatsApp distintos. Debo confesar que no me queda claro si la palabra “querrás” funciona en esta oración como imperativo o como presagio sobre mi voluntad. En todo caso, en ambos escenarios termino tragando. Eso es muy de mujer. Lo de tragar, digo. Primero en la cama y luego donde toque. Tragar series, digo.

La ocurrencia no es casual y tiene que ver con una concepción muy arraigada respecto de qué actitud sexual se presupone de un hombre y de una mujer. A nosotras se nos supone pasivas y a ellos, nuestros opuestos complementarios, sujetos activos siempre dispuestos para la acción. Y por acción, en este obsoleto modelo, entendemos penetración. Por eso el anuncio funciona, porque conecta con el imaginario sexual colectivo. Que, si bien empieza en la cama, se ha extendido, durante siglos, a muchas otras esferas. Así, las mujeres hemos sido excluidas de muchas actividades culturalmente inapropiadas para nuestra condición. Igual que los hombres han sido obligatoriamente incluidos en otras en nombre de su hombría, como ir obligatoriamente a la guerra durante siglos, por ejemplo. Porque un hombre lo ha de ser de la batalla a la cama.

Por eso marchito cuando asisto al éxito de la última campaña de Netflix, bañando de viejas convenciones sexuales las modernas redes sociales. Hay muchas más frases ocurrentes, a parte de la ya citada, en esta campaña de marketing. Todas, eso sí, basadas en el mismo y obsoleto modelo. Aquí va otra buena. “La realidad supera a la fricción”. ¿Qué realidad? ¿Qué clase de sexo es el que supera la fricción? Poca realidad conocen los que han redactado esta sentencia.

El problema es que según esta gramática sexual, los hombres avanzan siempre hacia la penetración y nuestra es la responsabilidad de pararlos cuando sea menester. Por eso es tan importante gritar no muy alto y muy claro cuando no queramos ser penetradas, no vaya a ser que nos violen sin querer.

Sin embargo, el hecho cierto es que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres no son como nos venimos imaginando. En realidad, nuestros sexos son física y científicamente bastante parecidos y se comportan de manera semejante. Por desgracia, la investigación que lo demuestra no comenzó hasta 1998 y sus resultados no se publicarían hasta 2005. Fue entonces cuando el estudio de la doctora Helen E. O’Connell descubrió al mundo que el clítoris de una mujer mide entre 7 y 10 centímetros siendo la parte visible, el glande del clítoris, el vértice de donde parten dos pilares que se extienden hacia atrás y abrazan los costados vaginales. O’Connell demostró cómo todo el órgano se hincha y aumenta de tamaño con la estimulación, dado que el clítoris tiene erecciones cuando una chica se excita y se mantiene duro hasta el orgasmo. Es decir, que funciona exactamente igual que un glande. Deberíamos imaginar el acto sexual como el cuello de dos cisnes que se abrazan y se tensan y estallan cuando no pueden más, de placer. Imaginemos nuestras propias actitudes sexuales si pensáramos el sexo desde esta nueva imagen. La vida cambiaría mucho porque, tal y como señala Michu M. Sayal en su libro “Violación”: “La forma en que imaginamos algo influye en la forma en que existe en el mundo”. Así imaginamos el sexo, así será.

Y la campaña de Netflix ha venido a echar leña al fuego patriarcal. Una verdadera pena siendo que la serie va dirigida a un público adolescente, del que caben esperar nuevas actitudes y lenguajes. Mención especial merecen los mupis instalados en el metro de la capital en los que podemos leer “Cuidado para no introducir el _____ entre ______ y _______”. Otra vez el pene como centrito del mundo. O la frase de inicio de campaña que implica también a un macho empotrador: “Cuenca, te vamos a poner mirando a Netflix”.

Que moderno todo ¿no? Después de mucho buscar, encuentro una sola valla protagonizada por dos chicas. Suya es la frase más soft de toda la campaña, la más cursi. Ellas dicen: “Vamos a pasarlo genital”. Chupi, pirata, que es a lo máximo donde podemos llegar las chicas sin ayuda de un buen _____. Lo peor de todo es que la serie es mucho más moderna que esta burda publicidad que no merece. Una pena. Ahora ya solo pueden arreglarlo con lonas del mismo tamaño impresas con un mensaje claro: "El sexo patriarcal me como el _____".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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lunes, 28 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Animalesca



La escritora Patricia Highsmith


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"Me interesan los animales que hablan, -comenta la escritora Marta Sanz-. No me refiero a mi gato que hace uyuyuyuy o mi gata que, al sorprenderme preparando la maleta, emite un sonido de abierta contrariedad. No me refiero al loro amaestrado que suelta palabrotas. Cuando enseñamos a hablar a los pájaros ponemos en su boca lo que diría el Mr. Hyde que cada cual lleva dentro. Ese es el punto significativo: cómo se expresan los animales dentro de narraciones y fábulas; Cipión y Berganza y La gatomaquía; Dingo de Mirbeau o Mr. Bones en Tombuctú; los ratoncitos y Aristogatos de Disney; los dibujos animados de leones e hipopótamos —algunos mudos, pero muy humanos: la pantera rosa o el coyote—; Babe, el cerdito valiente, que para huir de su destino como costilla asada se recicla como perro pastor; el zorro que sermonea en Anticristo de Von Trier; la hormiga hija de puta y la cigarra estupenda, reinventados en Los lunes al sol, y El Roto, superándose a sí mismo cuando una cría de pingüino pregunta: “Mamá, ¿dónde está el hielo?”. “En la nevera”. En los Crímenes bestiales de Patricia Highsmith —omnipresente en mis neuronas—, las fábulas, género didáctico por antonomasia, se escapan de sus límites y “desenseñan” atacando la médula civilizatoria y revelando que la educación puede ser una práctica que nos convierte en animales amaestrados. 

En el extremo opuesto, ciertas educaciones duelen al reivindicar frente al sistema un lado salvaje y subversivo, o crítico y racional, que agota y termina destruyendo a quien lo practica. Es más cómodo comer unos chipsy beber un refresco azucarado mientras se ve un concurso en la televisión y se asume que Trump ha querido comprarse Groenlandia. Highsmith denuncia el ordenamiento social y sus codificaciones. Incluyendo las literarias. Frente a la ejemplaridad de los animales de las fábulas —antítesis del animal fabuloso—, presenta ratas, elefantas, chivos que, con sus acciones violentas, expresan rencor de clase, raza, género, especie. Niega la posibilidad moral porque nuestra condición de seres vivos nos incapacita para desarrollar conductas convivenciales que atenten contra instintos básicos; a la vez, la represión de esos instintos básicos, en códigos de Hammurabi, ceba a los poderosos y agrede a los débiles. Esa es la bestia. Ahí duerme. En compras a crédito y en la elección “libre” de colegios y hospitales privados. En su legitimación de ciertos crímenes, Highsmith impugna violencias más profundas. En su amoralidad, Highsmith es una escritora moral que escribe fábulas deformadas para preguntarnos cosas que no nos hemos preguntado nunca porque nos da miedo…

Los animales parlanchines, desde su mirada extrañada, nos ponen en contacto con nuestra naturaleza bestial y a la vez subrayan la delgada línea que divide domesticación de educación. Mientras tanto, el leopardo que se mimetiza con el paisaje pone en juego nuestra agudeza visual en Internet y, por morbo o mala conciencia franciscana, contemplamos la escualidez de los osos del Canadá, los perros con el hocico atado, los linces abatidos y los gatos abrasados con salfumán por propietarios que cuidan la limpieza de sus chalés en Bunyola. Cuando leo estas noticias, pienso que merecemos ataques coordinados de pájaros en formación. Gaviotas, cuervos. No sería una mala respuesta a la pregunta política que el acalorado pingüinito le formula a su mamá". 






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miércoles, 18 de septiembre de 2019

[PENSAMIENTO] El oasis contaminado de la educación



Dibujo de Javier Olivares para El Mundo


Las tecnologías en el campo educativo, afirma el filósofo José Sánchez Tortosa, deben aplicarse sin olvidar, sino reforzando, numerosos hábitos de estudio desterrados por "superados y represivos", como la escritura, la memoria, la capacidad de comprensión y la reflexión.

Bien pudiera ser que, comienza diciendo, más allá de las circunstancias biográficas del Sócrates histórico, su figura paradójica desempeñara un papel literario crucial en la obra de su discípulo. Eso habría permitido a Platón jugar con varios Sócrates (efebo, adulto, anciano y en el trance de morir) y desvelar, a su través, los matices de cuestiones teóricas cuyo eco es valioso para clarificar problemas actuales. Una de ellas es la del papel de las tecnologías en la enseñanza, como artesanía institucional capaz de garantizar la continuidad y desarrollo de saberes propios de sociedades civilizadas. Entre ellas, hay un artificio peculiar, que compromete la noción de verdad: la escritura. En Fedro, Sócrates alerta sobre el riesgo, acaso inexorable, de que la escritura acabe siendo la muerte del pensamiento, cuyo soporte es la memoria (anámnesis), superflua en adelante gracias a esa técnica. La soberbia pretensión de fijar lo verdadero en piedra, tablilla, papel ("el periódico de hoy envuelve el pescado de mañana"), disco de computadora o nube puede llevar al fetichismo de la palabra escrita, a reducir el pensamiento, vivo y en incansable tensión, en algo yerto, rígido, inerte, mera repetición. Y, sobre todo, producir en los jóvenes la renuncia a pensar, es decir, a recordar, fiándolo todo al soporte tecnológico, que pensará por ellos. Hoy Google, Wikipedia y, en general, el conjunto de datos accesibles en red, son usados como pretexto contra una presunta enseñanza memorística que, sin embargo, es la única posible, pues aprender es reconocer (recordar) semejanzas y diferencias según criterios comunes, que preceden al individuo, y lo desbordan. La amnesia cacofónica de las televisiones y el vértigo instantáneo de las redes sociales constituyen la exasperación de los temores socráticos.

Pero ¿es que ha de quedar la escuela de espaldas al mundo? La respuesta más tentadora y obvia parece ser negativa. ¿Qué buen demócrata progresista defendería una escuela ajena a los problemas de la sociedad de su tiempo? Sin embargo, como suele suceder con las convicciones acuciantes que no consienten la paciencia del análisis, puede quedar oculto algo esencial. La enseñanza académica es la preparación para la comprensión de realidades complejas y su administración, manipulación y modificación en determinados ámbitos. Si el mundo es ruido y furia, estupidez y ceguera, la escuela tiene la obligación de defender a los estudiantes de esa realidad a la que, sin ella, estarían condenados. Dejar que la brutalidad caótica de lo mundano contamine los procesos de aprendizaje es delito de alta traición a ese oasis de conocimiento y estudio que un aula habría de ser y que, en la mayoría de los casos, ya apenas es. Esa exigencia de una escuela abierta al mundo reclama introducir indiscriminadamente las redes sociales en las aulas de enseñanza primaria y secundaria. Y, en este punto, los catecismos de la pedagogía dominante recurren a los tópicos habituales, deslumbrantes en su falsa novedad, pero vacíos y envejecidos en el acto mismo de ser enunciados. Uno de ellos es beligerantemente antisocrático: la memoria es innecesaria para aprender; los contenidos están en la Red. Y se remata, como no podrá sorprender a estas alturas, con el correspondiente anglicismo. El e-learning condensa mitos recurrentes a los cuales los adalides de las redes sociales en la educación se aferran (o venden): aprendizaje colaborativo (horizontalidad) y socialización, fomento de la creatividad, aprender haciendo, búsqueda de información no aburrida, enseñanza basada en los intereses del alumno (constructivismo), autoaprendizaje, romper con la enseñanza unidireccional... Se dice, además, que los alumnos actuales son nativos digitales por lo que la educación ha de hablar su lenguaje y formar en la llamada competencia digital.

De modo que el maestro resulta obsoleto, fósil arcaico y extranjero digital que ha de convertirse (reciclarse) en simple facilitador de las herramientas que los púberes (todos ellos Leonardos o Mozarts reprimidos) usarán para su despliegue liberador. Se dice desde hace tiempo que se avecina un nuevo paradigma en el cual el profesor ya no es el único poseedor del conocimiento, que está al alcance de todos en la red. El reclamo de la innovación educativa se alimenta de la eficacia publicitaria de las nuevas tecnologías y las redes sociales y de su vacuo formalismo, pues los contenidos científicos y académicos, de los cuales depende que aquello que se conecta sea provechoso, estéril o pernicioso para el aprendizaje, quedan confinados en la irrelevancia. Cómo aprender es la clave, sin importar qué, dice el dogma. Destrezas, competencias y procedimientos son lo decisivo, pues los contenidos, datos, referencias, hechos, conceptos están a disposición del usuario y consumidor, que no es ya propiamente alumno. Y, de modo tan eficaz y atractivo, se perpetúa la ignorancia e incompetencia de los sujetos con menos respaldo familiar, económico y cultural, más expuestos a las luces de neón de la pseudofelicidad barata de los dispositivos electrónicos y las aplicaciones de consumo inmediato, desarmados ante las exigencias del mundo real. Tal política educativa no implica darles la oportunidad de usar las nuevas tecnologías para su provecho. Supone, por el contrario, arrebatarles la tradición, sin la cual, a partir de ella y en contra de ella, no es posible el conocimiento y, por tanto, un mínimo de independencia personal.

Las redes sociales son herramientas. Ofrecen posibilidades de estudio e investigación de enorme potencia, abolidos técnica y virtualmente los obstáculos de espacio y tiempo. Y, a la vez, genera la tentación de enviar al mundo virtual la verbalización de sentimientos, creencias y opiniones propias, sin reflexión sosegada y disciplinada, donde no hay margen para el conocimiento. 

Cuando los principios de la lógica y del rigor científico y filosófico están asentados y la autoridad del magisterio reconocida y aceptada, esas tecnologías enriquecen e impulsan el aprendizaje y la divulgación del saber. Cuando esos principios fallan o son débiles y están expuestos a las nieblas de lo ideológico y lo moral, trasuntos de lo teológico, avivan la sacralidad de la opinión indiscriminada, una suerte de doxolatría (lo que Lucien Morin llama opinionitis), y refuerzan, en lugar de poner en cuestión, los prejuicios, en un ruidosa convulsión de narcisismo infantil. Los sesgos cognitivos, que sólo pueden ser advertidos gracias a una implacable autocrítica, para la cual casi nadie tiene tiempo ni fuerzas, hallan en las redes su celebración más desvergonzada. Lo banal se exhibe sin rubor en cuentas, perfiles y muros. La fiesta de la ignorancia encuentra su sede en ese magma indiferenciado y estrepitoso que venera las ocurrencias más solemnes de los adolescentes de todas las edades.

Sería posible un uso de las nuevas tecnologías al servicio de un aprendizaje que arrastre procedimientos clásicos y afiance los rudimentos atemporales que capacitan para aprender si la escuela pública gozara de una firmeza institucional enfocada al conocimiento científico, académico y técnico y estuviera limpio de interferencias ideológicas y contaminaciones pseudocientíficas. La omnipresencia de las nuevas tecnologías es, precisamente, la que hace urgente reforzar esos rudimentos de estudio tenidos en ciertos ambientes por superados y represivos: hábitos de trabajo, repetición regulada, entrenamiento del razonamiento por medio de la atención y la discusión, por medio de la redacción y de la lectura, investigación sistemática.

La seca realidad, impermeable a la espectacularidad de los montajes audiovisuales, es que no hay enseñanza sin lectura. Y es la lectura, con todo lo que ello implica, la que está en peligro de extinción cuando desde la escuela misma se exime de ella a los estudiantes. ¿Para qué dedicar tiempo y esfuerzo en leer La Odisea, La Divina Comedia o Don Quijote si hay resúmenes, adaptaciones o tutoriales en Youtube que pueden hacerlo por uno? La escuela ya no enriquece en conocimientos a los que no tienen otros medios para prosperar. Se les priva de acceder a las cimas de la inteligencia y de la belleza. Se les debilita felizmente. Sin sintaxis, sin ortografía, sin disciplinados hábitos repetitivos, pacientes, rutinarios, que permitan la comprensión de lo leído, es imposible no ser presa fácil de las distorsiones de los medios y de la vanidosa tentación de tener demasiada fe en uno mismo.

Absorbido por el uso trivial de los dispositivos móviles, el tiempo de mucho estudiantes y jóvenes se encoge y se acaba disipando en la nada no porque la vida sea breve, sino porque, como Séneca formula, la hacemos breve nosotros acelerando su ritmo a base de dar valor a lo más insignificante y efímero.



La escuela de Atenas, Rafael (1512). Museos Vaticanos



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 17 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Tsunami



Fotografía de Sonny Tumbelaka, AFP. Indonesia, Diciembre, 2018


La educación no sirve para identificarnos narcisistamente con nuestra casa, sino para volver a ella sanos y salvos, afirma el filósofo Fernando Savater. Llevo tanto tiempo escribiendo sobre y, en general, contra las mismas cosas (infructuosamente) que a veces me tienta acudir al archivo y reestrenar un artículo de hace meses o años que conviene impecablemente a la actualidad. Algo por ejemplo sobre la manía autonómica de excluir del currículo escolar cuanto no tiene label de autenticidad local. O sea, no enseñar en Aragón más que los afluentes del Ebro que recorren tierra aragonesa y cosas parecidas. O el problema que tuvieron hace tiempo unos editores amigos con el manual de historia: ilustraron la lección sobre el románico con una foto de San Martín de Frómista, lo que suscitó una reconvención de la consejería andaluza porque esa bella iglesia no está en Andalucía. Ellos arguyeron que no había fotos equivalentes de románico andaluz (?) y no sé cómo acabó la cosa. Yo les aconsejé que pusieran el patio de los Leones de la Alhambra con un pie explicando que precisamente eso no era románico pero ayudaba a hacerse una idea a sensu contrario.O algo así...

Mi heroína escolar predilecta, que quisiera ver convertida en santa patrona de la escuela moderna, es una chica de Liverpool de 12 o 13 años, que pasaba sus vacaciones en una playa de Indonesia con sus padres. Leyó en el mar burbujeos, en el aire ráfagas inquietantes y les dijo: “¡Tsunami! Mejor nos vamos”. Los papás la sabían aplicada e hicieron caso. Y el resto de los bañistas de la playa también. Fue de los pocos lugares donde no hubo víctimas durante la terrible catástrofe.

En Liverpool no hay tsunamis, claro, pero conviene saber reconocerlos por si uno viaja. Porque la educación no sirve para identificarnos narcisistamente con nuestra casa, sino para volver a ella sanos y salvos.





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martes, 6 de agosto de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Filosofía vital, en versión de la familia Simpson



Los filósofos "simpsonianos"


Puede parecer pueril que inmersos en una crisis económica que afecta a más de la mitad (precisamente la más rica..., hasta ahora) del planeta, de una disputa territorial (Rusia-Georgia) que tiene todos los visos de irse calentando gradualmente, de unas olimpiadas perfectas en lo material pero que están dejando mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos... Sí, absolutamente pueril, que alguien, aunque ese "alguien" sea tan representativo del mundo de la inteligencia como la Universidad de Berkeley, en la ciudad de San Francisco de California, se ocupe de estudiar y organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados como la de la familia Simpson. Pero al parecer la serie da para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explican hoy con todo lujo de detalles en El País. Espero que no se lo tomen a broma, porque no lo es. Y merece la pena leer lo que nos dicen... Personalmente, voy a retomar la serie y mirarla con otros ojos. Y aprender... HArendt



Los Simpson, al completo


"Pienso, luego... ¡mosquis!", por Jordi Soler

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares. La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".

Y aquí, una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson:

- Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...

- Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida.

- Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso.

- Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles.

- ¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!.

- Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda.

- Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena.

- Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, cúbreme; dos, jefe, qué gran idea; tres, ¿así estaba cuando llegué?

- Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer.



http://www.elpais.com/recorte/20080816elprdv_1/LCO340/Ies/Homer_Simpson.jpg
Homer Simpson


"Esta niña está en mi cabeza", por Eloy Fernández Porta

El único personaje indispensable de Los Simpson es Lisa. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. La niña modélica como imagen del futuro nacional: esta idea ha sido elaborada en el marco de la teoría política queer y desarrollada por comentaristas como Laurent Berlant o Mariano Rajoy. Sin embargo, Lisa es una "primera de la clase" más europea que norteamericana. En la escuela de Estados Unidos no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental".

Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. En cada episodio nos reímos 10 veces de asuntos anecdóticos y sólo una o dos de cosas trascendentales. Por eso Los Simpson es crítica cultural punk en estado puro: no porque haga mofa de lo más sagrado, sino porque nos dice que el fin de la civilización es menos grave que la suspensión del programa de Krusty.




Universidad de Berkeley, California



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Entrada núm. 5130
Publicada el 20/8/2008
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