martes, 23 de abril de 2024

Del tiempo para leer. Y Feliz Día del Libro

 






Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz martes y feliz Día del Libro. Entre el 4 de febrero de 2016 y 23 de abril de ese mismo año, coincidiendo con el 500 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, fui subiendo al blog toda la obra cervantina, con enlaces a sus textos completos y resúmenes a modo de índice de lectura de cada una de ellas. Pueden acceder a las mismas accediendo a las fechas señaladas o poniendo en el buscador del blog el título de la obra en cuestión. En la entrada de hoy la escritora Llucia Ramis también reflexiona sobre el placer de la lectura, aunque nos advierte de la necesidad de "buscar" los tiempos para ello, porque si no lo hacemos los libros se amontonan en una pila de lecturas pendientes que crece con la tristeza y la culpa. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Tiempo para leer
LLUCIA RAMIS
19 ABR 2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

Lo dicen con una mezcla de tristeza y culpa: “Ya no leo tanto como antes”. Les gustaría hacerlo. De hecho tienen la determinación de conseguirlo más adelante: cuando los hijos sean mayores, cuando no vayan tan a tope de trabajo, tal vez en verano. Pero es que al llegar a casa solo les apetece ver un capítulo de algo y desconectar, solo quieren engancharse a las tonterías que aparecen en el móvil para no pensar. Salvo por estas fechas (Sant Jordi es el 8-M de los libros), en los medios se habla más de cine y de series; bueno, sobre todo se habla de fútbol.
No creen que ese sea el problema. Compran libros habitualmente. Se van amontonando en la mesita de noche, en una pila de lecturas pendientes que crece con la tristeza y la culpa. Casi siempre se les cierran los ojos en el intento, al cabo de unas páginas, porque les vence el sueño. O consultan en internet algo referido a lo que están leyendo y se quedan enganchados a la pantalla. Eso me dicen. Amigos míos, familiares, personas a las que entrevisto, compañeros de profesión o que decidieron dedicarse a la edición precisamente para leer. Gente que leía mucho, apasionada por la literatura y el conocimiento, y que ahora siente cómo se les atrofia el hábito. No pueden concentrarse, les cuesta mantener la atención, tienen que esforzarse para acabar un artículo; por ejemplo este.
Además, cuando leen, les inquieta la sensación de que deberían de hacer otra cosa. Ya no se dejan llevar. Porque hay una lavadora por poner, unas facturas por hacer, una entrega inaplazable, el aviso de un nuevo mensaje, mails por contestar o comentarios en Twitter que no pueden quedar sin respuesta, mil cosas en las que ocuparse (o por las que preocuparse) y que impiden que el texto te arrastre a otra parte. En Después del trabajo, publicado por Caja Negra, la filósofa Helen Hester apunta que hemos interiorizado que, si no hacemos algo productivo, estamos perdiendo el tiempo; cuando, en realidad, deberíamos dedicar más tiempo a implicarnos en lo que tiene sentido para nosotros. Al fin y al cabo, el tiempo es vida. O dicho de otro modo: la vida está determinada por el tiempo.
Añadámosle el hecho de que formamos parte de la célebre “sociedad del cansancio”, acuñada por Byung-Chul Han (Herder), y que padecemos esa “enfermedad del espíritu” que investigó Johann Hari en El valor de la atención (Península). Él creía que el problema estaba en la tecnología, que no para de distraernos e interrumpirnos. Pero la alimentación, la contaminación, la cultura laboral, la educación escolar, también alteran la capacidad de concentrarse. Y de pensar.
Desde la política hasta las emociones más íntimas, desde un tuit hasta las medidas contra la sequía, todo parece responder a un impulso reactivo e irreflexivo al que no se le ha dado el tiempo suficiente. Por lo tanto, inmaduro. Cuando lees, el tiempo se expande. No es casualidad que el programa de Anna Guitart se llame ‘Tot el temps del món’. Porque leer te transporta a siglos de distancia. Y porque el tiempo de lectura es tiempo dedicado a uno mismo.
La semana que viene es Sant Jordi y se venderán muchos libros que no se leerán nunca. Algunos formarán parte de esas pilas pendientes para cuando los hijos ya sean mayores, o no haya tanto trabajo, ni tantas entregas, tanta fatiga. Para cuando el tiempo libre lo sea realmente. Pero, como cualquier otra libertad, esta también hay que conquistarla. No viene dada. Mucho menos si nos resignamos, y no nos permitimos priorizarla. Llucia Ramis es escritora.































[ARCHIVO DEL BLOG] Ulises, Greta Garbo y compañía. [Publicada el 27/08/2019]











El poeta catalán Antoni Puigverd escribe sobre el viaje y los grandes viajeros de la historia, tanto reales como literarios. La moda de visitar un país para hacer turismo comenzó en el siglo XVIII, dice Puigverd. Por supuesto: viajeros por razones de comercio, peregrinaje, migración, descubrimiento o colonización los hubo siempre. Podríamos decir, por ejemplo, que Ulises es uno de los primeros turistas, aunque él no tenía previsto visitar la isla del Cíclope, de la que se escapó por los pelos, ni tampoco el país de los lotófagos (quien probaba la melosa pulpa del loto perdía la voluntad y no quería volver a casa; sentimiento que, por cierto, embarga también estos días a los que terminan vacaciones, hayan probado o no el loto homérico).
Eso sí: a Ulises le encantó pasar un año en la isla de la maga Circe, mujer fatal que convertía a sus amantes en cerdos. Felizmente, gracias a un antídoto que le regaló un dios olímpico, pudo irse a la cama con ella sin despertarse al día siguiente en un establo. Devueltos los compañeros a sus formas humanas, Ulises decide pasar una larga temporada entre las sábanas de Circe, ya que, como dice Sylvain Tesson, “ya puestos, sería de tontos largarse de una isla en la que se broncea Greta Garbo” ( Un verano con Homero, Ed. Taurus, libro amenísimo, modesto, recomendable).
También en la Biblia abundan los viajes: empezando por Adán y Eva, que, al ser expulsados del Edén, descubren el sudor en el mundo real; y continuando con Noé, quien, cargando las bestias en su nave, se desplaza por un mar infinito causado por un desastre que hoy llamaríamos climático. La lejana circunstancia de Noé conecta con la actualidad: si queremos salvar nuestra descendencia, no hay más remedio que proteger, no sólo las bestias, sino la entera vida natural.
El viaje bíblico por antonomasia es el de Moisés, quien guía el pueblo de Israel, a través del desierto, hasta la tierra prometida. Según Steiner, este viaje fundacional de la cultura judeocristiana inspira la obra de tres pensadores de la modernidad. Marx, Freud y Lévi-Strauss, quienes, por caminos muy distintos, habrían creado una mitología sustitutoria de la visión religiosa del mundo, al recrear, curiosamente, y quizá por el origen judío de los tres, grandes horizontes finales: la tierra prometida de la igualdad humana (Marx); la tierra prometida de la estabilidad emocional (Freud); y más inquietante es la visión de Lévi-Strauss: la relación de poder que los humanos ejercemos sobre el entorno y sobre nuestros orígenes animales desembocaría en una promesa de apocalipsis. (Steiner, Nostalgia del absoluto, Siruela). Perdonen, amables lectores, la comprimida síntesis.
Pero yo quería hablarles de los viajeros del siglo XVIII, inventores del turismo que ahora nosotros imitamos en agobiados viajes de agosto. Tendrá que ser mañana. El verano de Goethe en Roma es instructivo. En cambio, los espectáculos que se procura el caballero Hamilton en Nápoles recordarán al lector malévolo los que organizaba en su isla el millonario Jeffrey Epstein, pederasta que se suicidó el otro día en la cárcel de Nueva York.
Quien quiera seguir leyendo la serie de Antoni Puigverd sobre viajes y viajeros puede hacerlo en La Vanguardia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












lunes, 22 de abril de 2024

Del peligroso pacifismo

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Como ha sucedido otras veces a lo largo de la historia, escribe en El País la socióloga Olivia Muñoz-Rojas, hoy es preciso un liderazgo fuerte que cuestione seguir alimentando el ciclo de la guerra y busque alternativas. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Tiempos para el peligroso pacifismo
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
17 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

El exdiplomático estadounidense Philip Marshall Brown se quejaba en 1915 en la prestigiosa revista The North American Review de que su país estaba siendo “bombardeado por panfletos, discursos, sermones y artículos en la prensa que tratan de demostrar que la presente guerra es el resultado del militarismo”. Brown quería denunciar los peligros del pacifismo, esencialmente su ingenuidad y falta de realismo a la hora de analizar las razones de la Gran Guerra, predicar el internacionalismo y oponerse a la intervención de Estados Unidos en ella. A juzgar por la suerte de algunos de sus coetáneos que terminaron en la cárcel por defender la paz, el pacifismo genera algo más que incomodidad en tiempos de guerra, percibiéndose como un peligro por parte de los gobiernos. La historia se repitió durante la II Guerra Mundial, la guerra de Vietnam y otros conflictos más recientes y de nuevo hoy, en una Europa que varios líderes políticos definen como “prebélica”, merced al expansionismo ruso y las reverberaciones del conflicto en Oriente Próximo. Quienes plantean la necesidad de encontrar una solución diplomática al conflicto entre Rusia y Ucrania ya no son calificados solamente de ingenuos, sino de estar a favor del enemigo, en este caso el Gobierno ruso. De un modo similar, en muchos países quienes se han manifestado por la paz en Gaza han sido percibidos como cómplices del terrorismo de Hamás.
Un somero repaso a la historia contemporánea del pacifismo muestra cómo la efervescencia pacifista que vivieron Europa y Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX fue sustituida por la “glorificación” de la guerra, “sola higiene del mundo”, que declaraba la vanguardia futurista en la década de los 1910, en los albores de la Primera Guerra Mundial. Los esfuerzos de las numerosas sociedades y periódicos pacifistas fundados en las décadas anteriores por librepensadores y hombres de negocios, motivados por el hartazgo tras las guerras napoleónicas, la de Crimea, la guerra civil norteamericana y otros conflictos, sirvieron de poco. La intensa labor de personalidades como la austríaca Bertha von Suttner tampoco logró detener la enésima deriva belicista que iniciaron las potencias europeas. Von Suttner, activista pacifista y autora de la influyente novela ¡Abajo las armas!, se cruzó con el inventor sueco Alfred Nobel en París, iniciando con él una correspondencia que muy probablemente le animó a legar una parte de su patrimonio a premiar anualmente la labor pacifista. Las llamadas a los trabajadores a abrazar la causa internacionalista y no alinearse con los proyectos imperialistas de sus respectivos gobiernos nacionales fracasaron. El pacifismo, muy asociado a la causa obrera y el feminismo, pasó a ser perseguido por los gobiernos. Sirva de ejemplo la popular anarquista y feminista estadounidense Emma Goldman, que fue enviada a prisión por conspirar contra el servicio militar obligatorio en 1917 en su país. O la militante feminista y pacifista francesa Hélène Brion, encarcelada ese mismo año por distribuir “propaganda derrotista” en el suyo.
Por otra parte, el mismo año en que Marshall Brown firmaba su artículo y decenas de miles de jóvenes se desangraban en las trincheras europeas, Mohandas Karamchand Gandhi regresaba a la India junto a su esposa, Kasturba Makhanji, tras una larga estancia en Sudáfrica. Allí emprendería la mayor campaña de resistencia pacífica de la historia moderna y contemporánea. Paso a paso, a lo largo de tres décadas y sin utilizar la violencia, condujo a la nación asiática hacia la independencia del Imperio británico. Inspirado en el primer cristianismo que conoció a través de los escritos de autores pacifistas como el ruso Léon Tolstói, pero igualmente en el concepto hindú de ahimsa o no violencia y respeto a la vida, supo convencer a millones de indios para poner en práctica los principios de lo que denominó satyagraha o ‘fuerza de la verdad’. Bajo la premisa de que la enemistad termina desvaneciéndose ante la justicia y la no violencia, el movimiento implementó un conjunto de acciones de desobediencia civil: desde la negativa a acatar el monopolio de las autoridades británicas sobre la sal, recogiendo sal ilegalmente, hasta el boicot de los textiles importados de la metrópolis, tejiendo sus propias telas.
La victoria de Gandhi y su movimiento sobre la ocupación británica suele considerarse una victoria del pacifismo. Durante décadas, esta proeza, con todas sus posibles sombras, sirvió de ejemplo a otras naciones oprimidas e inspiró a otros líderes emancipadores del siglo XX como Martin Luther King Jr., Thích Nhất Hạnh o Nelson Mandela. Teniendo en cuenta el resurgir del nacionalismo y el belicismo que experimentamos, no sólo en Europa, sino en otras regiones del mundo, no debe sorprender que el actual Gobierno indio trate de restar protagonismo a Gandhi para dárselo a figuras como Subhas Chandra Bose. Fundador del Ejército Nacional Indio, Bose solicitó la ayuda de las potencias del Eje para liberar a la India por la vía militar, aunque no logró materializar esta intervención.
Desde determinada perspectiva nacionalista, y todavía más en un contexto prebélico o bélico, el pacifismo poco tiene de noble o loable y se asocia más bien a la cobardía y la traición a la patria. Así lo vivió también el monje vietnamita Thích Nhất Hạnh, fundador del budismo comprometido, que ejerció su activismo pacifista durante la guerra de Vietnam. La negativa de Nhất Hạnh a tomar partido por uno u otro bando mientras realizaba labores humanitarias en ambos, le valió la condena tanto del régimen pro-estadounidense de Vietnam del Sur como de los comunistas del Norte, obligándolo eventualmente a refugiarse en Francia. En Sintiendo la paz, escribe: “Debe haber personas que puedan relacionarse con ambas partes, comprender el sufrimiento de cada una, y contarle a cada parte sobre la otra [… y así] ayudar a promover el entendimiento, la meditación y la reconciliación entre naciones en conflicto”.
El reverendo y activista Martin Luther King Jr., a quien Nhất Hạnh dirigió una carta conminándole a denunciar abiertamente la guerra en Vietnam, vio su popularidad seriamente mermada cuando expresó su condena de la intervención estadounidense en su famoso discurso en la iglesia Riverside de Nueva York en 1967. Diarios como The New York Times y The Washington Post, que lo habían apoyado hasta ese momento en su lucha por los derechos civiles de la población afroamericana, lo criticaron por ligar dos causas presuntamente distintas: los derechos civiles y la guerra en Vietnam. Para King, el racismo, el militarismo y la pobreza se habían convertido en parte del problema. Al igual que Gandhi, que murió asesinado a manos de un nacionalista hindú en 1948, King pagó con su vida por sus ideales pacifistas y universalistas. Su asesino confeso, James Earl Ray, un exconvicto supremacista blanco, reivindicó posteriormente su inocencia, dando lugar a todo tipo de especulaciones sobre la implicación del gobierno de Estados Unidos en el magnicidio. Una controversia similar a la que sigue generando el asesinato del pacifista y primer ministro sueco Olof Palme en 1986, a pesar de su resolución formal.
Buscar la paz es una actividad tan arriesgada como indispensable. Urge en estos momentos un liderazgo pacifista fuerte que cuestione la necesidad de seguir alimentando el interminable ciclo de la guerra y evoque, por lo menos, la posibilidad de encontrar otros cauces para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania y el que atenaza a Oriente Próximo. Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente. 






















[ARCHIVO DEL BLOG] La condición humana. [Publicada el 30/04/2020]











Cada vez que alguien pretende crear un país nuevo o un hombre nuevo, comenta en el A vuelapluma de hoy jueves [Lo nuevo es muy viejo. La Vanguardia, 22/4/2020] el escritor Lluís Foix, no sé si asustarme o sonreír. Desde que Herodoto escribió sus nueve libros de historia -comienza diciendo Foix- hace unos veinticinco siglos hasta hoy la condición humana tiene unas constantes que se repiten atravesando civilizaciones, imperios, revoluciones y los espectaculares progresos que ha experimentado la humanidad. El historiador británico Arnold Toynbee (1889-1975) tiene una amplia obra que estudia el paso cíclico de las civilizaciones que llegan y se van dejando las huellas que imprimieron quienes fueron sus protagonistas intelectuales y políticos.
Otro historiador británico, Paul Kennedy, escribió un magnífico libro sobre el auge y la caída de las grandes potencias, desde el imperio español hasta los Estados Unidos del ­siglo XX, en el que sitúa los cambios de ­hegemonías en factores económicos, la fuerza militar y la capacidad del buen gobierno por parte de los dirigentes de cada momento histórico.
Un hilo conductor de cualquier viaje por la historia humana demuestra que pueden cambiar las circunstancias pero las pautas del comportamiento humano son muy viejas, son las de siempre.
El exrector Josep Maria Bricall reacciona con irónico escepticismo cada vez que oye la expresión del independentismo de que “hay que hacer país”, recordando la respuesta de Tarradellas cuando decía que el país ya está hecho y lo que hay que hacer es gobernarlo y gobernarlo bien. Causan una cierta vergüenza las palabras de la consellera Budó al decir que “con la independencia habríamos actuado antes y no tendríamos tantos muertos ni tantos infectados”.
La tendencia del independentismo a gobernar en un país imaginario es cansina. Lo que es exigible es que en las dramáticas circunstancias actuales gobiernen para resolver las cosas que pasan y no sobre las que habrían podido pasar. En la pandemia que todavía nos tiene confinados ni la Generalitat ni el Gobierno de Pedro Sánchez han sido capaces de contar a los muertos ni de facilitar el material necesario al personal sanitario. La tan anunciada entrega de mascarillas para todos está todavía en fase de tramitación. Por mucho que Sánchez hable de nueva situación después de la pandemia y de los pactos de reconstrucción nacional que se anuncian, lo que más urge ahora es gestionar el presente con profesionalidad y solvencia. Quizás con unas cuantas ruedas de prensa menos ya pasaríamos.
El país y sus gentes son muy viejos y difícilmente se convertirán en nuevos por mucho que se insista desde un gobierno o desde las ideas que lo inspiran. No hay nada nuevo bajo el sol, decía Cohélet en el Eclesiastés.
Cuando Hitler proyectó crear una Alemania radicalmente nueva ya sabemos por desgracia cómo acabó la novedad. Y cuando Lenin, Trotski y Stalin quisieron fabricar el hombre nuevo, el homo sovieticus , pusieron en marcha un régimen que quiso cambiar el mundo negando las libertades más elementales y causando la muerte a millones de rusos. Al final del itinerario se desintegró el imperio soviético y sus soportes ideológicos cayeron por su propio peso hasta aparecer el viejo hombre ruso tan bien dibujado por Tolstói, Dostoyevski y más recientemente por Vasili Grossman.
No hay duda de que la sacudida del coronavirus constituirá un antes y un después desde muchos puntos de vista. La tecnología nos ha permitido trabajar de otra manera, relacionarnos desde la distancia y vivir en el miedo que produce el desconcierto. Pero quienes administren el futuro lo tendrán que hacer con el rigor, la solvencia, la decencia y la justicia con que se aspira a construir las sociedades a medida humana. El hecho de que la distopía sea un concepto más utilizado que la utopía indica hasta qué punto la sociedad ficticia, virtual o simbólica, se ha apoderado de muchas mentes que han olvidado la realidad de los hechos.
Zygmunt Bauman confesaba al final de sus días que “la modernidad nació bajo el signo de una confianza inédita: podemos conseguirlo y, por lo tanto, lo conseguiremos, es decir, podemos refundar la condición humana y convertirla en algo mejor de lo que ha sido hasta ahora”.
Recuerdo el grito triunfal de Barack Obama en la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca en el otoño del 2008. Era el “Yes, we can” que resonaba en todos los ­estados que visité desde California hasta Nueva York durante dos meses. Aquel “sí, podemos”, tan sugestivo y tan humano, tropezó con las dificultades habituales en cualquier presidencia. No olvide, amigo, me dijo un sargento de la policía de Houston du­rante la campaña, que la Casa Blanca por ­algo se llama blanca.
Luego ha venido el periodo más desconcertante de la historia contemporánea de Estados Unidos con un presidente Trump que se empeña en ignorar la realidad y gobierna desde el desprecio a cuantos le discuten una hegemonía de la que ya no dispone. Aquel poder blando norteamericano que conquistó el mundo desde 1945 hasta hace muy poco ha dado paso a una “América primero” que también es atacada por un virus que no se detiene en las fronteras".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













domingo, 21 de abril de 2024

Del futuro de la verdad

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. ¿Qué podemos esperar de este nuevo título de George Steiner?, comenta en Nueva Revista el filólogo Miguel Ángel Garrido. Su biografía, su formación, los más de treinta libros publicados en vida parecerían que anuncian un desarrollo, una summa metafísica de referencias ya bien delimitadas. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Del futuro de la verdad (I)
MIGUEL ÁNGEL GARRIDO
05 ABR 2024 - Nueva Revista - harendt.blogspot.com 

Reseña del libro ¿Tiene futuro la verdad. El hombre al norte del mañana, de George Steiner. Almuzara, 2022.
En cuanto a la biografía de George Steiner, ya la hemos recordado en otras ocasiones. Una madre, vienesa y un padre, judío, alto empleado de la banca austriaca, que, con certera intuición de lo que venía, abandona Austria en 1924 (George nace en París en 1929). En 1940 marcha la familia a Nueva York. Viene más tarde la carrera académica en EE. UU., su ingreso en Yale (1949), después en Harvard, desde donde conecta con el equipo editorial de The Economist. En 1956 lo encontramos en Princeton y a la muerte del mítico crítico literario Edmund Wilson (1966) le sucede en la revista The New Yorker. Escribe en The Times Literary Supplement. Con todo, su vinculación académica más constante ha sido con Gran Bretaña: Cambridge (también con Oxford). Pero no acaba esto aquí. «Soy una “persona de montaña”, diferente de aquella que encuentra eco y espejo en el mar. Me encuentro verdaderamente en mi piel cuando estoy cerca de las montañas, o rodeado de ellas. Esto, junto con su natural multilingüismo, ha hecho que para mí Ginebra y su universidad sean una felicísima sede. Las montañas las tengo a la puerta. Estoy convencido de que existen vínculos de conciencia entre el amor a las montañas y las elecciones que hace un individuo entre las opciones filosóficas, musicales y estéticas». Así, Ginebra, también tuvo su lugar, aunque Cambridge fuera su último domicilio.
Steiner tiene como lenguas maternas francés, inglés y alemán. Maneja italiano y otras lenguas, desde luego latín y griego, que forman parte indescontable de la exquisita formación de humanista que recibió. No sé cómo andaba de hebreo, siendo así que la Biblia y las referencias a la religión judía fueron fundamentales en su obra. Tampoco conocía el ruso ni el español. Sobre nuestro idioma tienen sentido las alusiones que se encuentran a Borges y a san Juan de la Cruz, pero poco más. De todas maneras, la imponente preparación de George Steiner se pone al servicio de una lectura de su tiempo, que ha destacado por el sentido común y que deja en evidencia el carácter superficial, inhumano, de lo políticamente correcto y la palabrería tecnocrática que en el siglo XX se ha apoderado de la educación. Este es el autor.
Por lo que hace al tema, el diccionario contiene dos acepciones principales para la palabra verdad: a) conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa, b) juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. En el fondo, no se puede practicar la verdad en la primera acepción, si no se acepta de alguna manera la segunda. Si nos encogemos de hombros ante la posibilidad de saber con seguridad algo, clave de bóveda de la cultura posmoderna, ¿qué significará la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa? Es el momento de la posverdad, según el diccionario, distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Siendo así, no parece especialmente nuevo el fenómeno especificado, por más que la dimensión que proporcionan los medios de comunicación social en el siglo XX, a la que se añaden las redes sociales en el XXI, lo doten de una amplitud, esa sí, verdaderamente nueva.
En todo caso, la crítica de esta situación que hace Steiner, devoto de los clásicos antiguos, arquetipo del humanismo liberal y lector de la Biblia, aparece por doquier en su bibliografía. Por ejemplo, un párrafo en uno de sus archiconocidos estudios sobre la tragedia:
«Dios se cansó del salvajismo del ser humano. Tal vez Él ya no fuera capaz de controlarlo y ya no pudiera reconocer su imagen en el espejo de la creación, ha dejado al mundo en manos de sus inhumanas invenciones y mora ahora en algún rincón del universo, tan remoto que sus mensajeros ni siquiera pueden llegar hasta nosotros. He supuesto que Él se alejó en el siglo XVII, momento que ha sido la constante divisoria en nuestra argumentación. En el siglo XIX Laplace anunció que Dios era una hipótesis que en adelante le resultaría innecesaria al espíritu racional. Dios le tomó la palabra al gran astrónomo. Mas la tragedia es la forma del arte que exige la intolerable carga de la presencia de Dios. Ahora está muerta porque su sombra ya no cae sobre nosotros como caía sobre Agamenón, Macbeth o Atalía».
Steiner pertenece sin duda al club de quienes tienen por lema que «la verdad os hará libres». Y lo dejamos dicho, porque es así y para que se entienda, sin embargo, que la obra que presentamos trata de otra cosa.
Empecemos por el principio. El libro consiste en medio centenar de textos de reseñas y comentarios de lo más variado, publicados en la revista The New Yorker y aquí recopilados, más la intervención de Steiner en el homenaje a Jacob Bronowski (1908-1974) cuyo título le da nombre también al libro entero.
Bronowski fue un matemático polaco de origen judío nacionalizado  británico, célebre sobre todo por su serie de divulgación científica para televisión El ascenso del hombre a partir de la cual se publicó luego un libro con el mismo título. Esta obra, que describe la historia del desarrollo intelectual del ser humano, sus ganancias y sus pérdidas, sus dolores y sus aciertos, lo convirtió en uno de los más importantes divulgadores de la ciencia y, a la vez, en uno de los pocos representantes de un humanismo renacentista del que Steiner también es buen ejemplo. Con motivo de la aplicación de los avances teóricos de la física atómica durante la Segunda Guerra Mundial (las bombas atómicas arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima), cambió sus intereses, como lo hicieron también otros físicos de su época, por las ciencias humanas y sociales, y por la biología.
Como es sabido, las palabras significan en contexto y situación y, en el contexto ahora mencionado, verdad tiene que ver con /realidad/ más que con /sentido/, mientras que, me parece, en la opera omnia de Steiner verdad aparece casi siempre más comprometida con el sema /sentido/ que con el sema /realidad/. No sería extraño que escoger este trabajo de este título para nombrar el volumen entero tenga en su origen una causa consciente o inconscientemente propagandística: situar al lector de Steiner en una perspectiva consabida, aunque sus expectativas no se vayan a ver totalmente cumplidas en la lectura. En el fondo, se trata de preguntarse por la verdad, entendida como el objetivo del conocimiento práctico. Comienza Steiner con una parábola:
«Dice la leyenda que Tales se cayó a un pozo. El mago matemático que, según cuentan, predijo el eclipse solar del año 585 a. C., no vio bien el suelo que tenía delante de los pies. Cuando Siracusa fue conquistada en el año 212 a.C., los soldados invasores irrumpieron en el jardín de Arquímedes. Sus dispositivos mecánicos habían mantenido a raya a los agresores. Esta vez querían sangre, pero, inclinado sobre un problema de geometría de secciones cónicas, Arquímedes no oyó llegar a sus asesinos. Murió, por así decirlo, en un arrebato de abstracción». (p.25).
Steiner señala cuatro concepciones de la verdad que difieren de esta categoría de verdad como conocimiento científico y que, e veces, ponen en jaque su futuro.
1. Mística. Los criterios de lo auténtico provienen de una luz inmediata y visionaria que se apodera del alma.
2. Religiosa-dogmática, que no se identifica con la mística porque, basándose en la revelación sobrenatural,  con frecuencia invoca una lógica, una racionalidad como la de cualquier otra ciencia.
3. Romántico-existencialista. «Para Tolstoi, la sagacidad del ser humano iletrado, la inocente clarividencia del anciano campesino vino a pesar infinitamente más – por lo que se refiere a la ética y la cordura mental—que la jerga del filósofo y las promesas huecas del científico o del ingeniero». ( p.32).
4. Relativista o dialéctica. Steiner la refiere a la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno y Marcuse). Se trata de un nuevo escepticismo: «la objetividad, las leyes científicas, el concepto de verdad y falsedad, la propia lógica no son ni eternos ni neutrales». (p.33).
En este clima, podría pensarse que la búsqueda de la verdad inmediata, técnica, revisable  se pueda a veces retrasar o diferir por el bien de la igualdad, por el bien inmediato de las personas. Aunque no parece que los seres humanos tengamos ni siquiera por esa vía asegurado el futuro, teniendo en cuenta la cita de Bertrand Russell que aduce Steiner a este propósito:
«La segunda ley de la termodinámica apenas hace posible dudar de que el universo se está agotando, y de que en definitiva nada del más mínimo interés será posible en ningún lugar. Desde luego, podemos afirmar, si así lo queremos que cuando llegue el momento, Dios volverá a dar cuerda otra vez a la maquinaria: pero si decimos esto, basaremos nuestra afirmación solo en la fe, en absoluto en ninguna prueba científica. Hasta donde llega el conocimiento científico, el universo se ha deslizado a través de lentas etapas hasta un resultado un tanto lastimoso en esta Tierra, y se deslizará por etapas todavía más lastimosas hasta la condición de la muerte universal».
Aunque ese aniquilamiento esté muy lejos y quede, según cita del poeta Paul Celan, «al norte del futuro», ¿seguirán las investigaciones de la biotecnología y de la infotecnología adelante sin cortapisas ni reparos?
¿Todo lo que sea posible hacer, se hará inevitablemente?
Aunque pusiésemos solamente objeciones económicas. ¿Debemos gastar con seguridad el 2% del PIB en I+D cuando hacen faltas hospitales mínimamente dotados que eviten las muertes por gripes y que atajen las enfermedades endémicas en tantos lugares? ¿Debemos gastar cientos de millones de dólares para investigaciones sin consecuencias inmediatas en partículas subatómicas? ¿Cómo defender el gasto de grandes masas dinerarias en radiotelescopios, sondas y satélites para estudiar las galaxias, mientras  las ciudades miserias y poblados de chabolas ocupan una enorme superficie de nuestro planeta?
¿Y las objeciones morales? Recientemente, la oscarizada película Oppenheimer ha recordado una vez más el dilema moral de descubrir la fusión nuclear para disponer a continuación de la bomba atómica. Claro que eso saca a relucir la cita bíblica de que las criaturas sufren dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rom. 8,22-23). La verdad de la ciencia puede llevar a hacer el mal o el bien: de determinadas conclusiones se pueden derivar bombas atómicas y medicina nuclear.
Pues bien, en ¿Tiene futuro la verdad? Se propone la pregunta de si se podrá poner freno en algún momento a la verdad del progreso científico y técnico. Steiner cree que no. Esa es la experiencia a pesar de los pesares.
«Pero también es posible la otra respuesta. La escuchamos insaciable desde la oscuridad del pozo de Tales, y desde el jardín manchado de sangre de Siracusa. Nos dice que la verdad importa más que el hombre. Que es más interesante que él, incluso cuando, también especialmente cuando, pone en cuestión su propia supervivencia. Creo que la verdad tiene futuro. Que lo tengamos nosotros es algo que está menos claro». (p. 44).
Este libro del humanista Steiner no es un tratado metafísico sobre la verdad, sino una colección de reseñas más un ensayo sobre el futuro que cabe atribuir al progreso de la verdad científica. No se trata de indagar sobre el mártir (el que entrega su vida para dar testimonio de la verdad). Eso es otra cosa. El ensayo da, como hemos dicho, título al libro, pero ni trata de lo que un lector de Steiner espera a priori, según lo que hemos recordado al principio, ni tiene que ver con la colección de reseñas del The New Yorker que lo acompañan. Eso sí. Todo lo que encontraremos de temas varios y ocasionales es ajeno a la superficialidad de cierto periodismo. En ese sentido, cualquiera de los trabajos recopilados tiene relación con verdad en cuanto que, en determinado campo semántico, es antónimo de superficialidad. Miguel Ángel Garrido es filólogo.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Cabezazo contra un árbol. [Publicada el 29/11/2019]










A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. En el A vuelapluma de hoy en el que la actriz Clara Sanchis Mira nos alerta con fina ironía de los peligros de caminar con los ojos en el móvil, y perdernos, de paso, los maravillosos colores del otoño en los árboles de nuestras ciudades.
Iba con prisa y agachando la ca­beza -comienza diciendo Clara Sanchis-, como es normal, cuando me estrellé contra el tronco de un ­árbol, como es lógico. El golpe me nubló la vista y me dejó dando tumbos, pero no solté el móvil. Al ­contrario, lo apreté con fuerza, como ­bebé a pezón, mientras me palpaba la ­cabeza con la mano libre para calibrar la en­vergadura del golpe. En esas, em­pecé a oír voces. Una voz, para ser exacta, se abría paso entre el bullicio de mi ­cráneo magullado. Hola, dijo, soy el árbol de la vida. Me pareció bastante exage­rado. ­Pero no estaba en situación de po­lemizar, así que fingí normalidad, tratando a duras penas de mantener el equi­librio, abriendo las piernas como un compás. Soy el árbol de la vida, repitió la voz, dándose im­portancia, gustándose en su frase. Pues qué interesante, alcancé a decir antes de abrazarme a su tronco ­como un koala, ­para no caer a tierra mareo abajo. Así ­estuvimos un rato en si­lencio. Un silencio denso, de esos que se ve a la legua que ­sólo son el repliegue ame­nazante de la ola que está a punto de ­engullirte en su ­amasijo de espuma y arena: la antesala de un soliloquio a tu costa.
Ahora que no tienes más remedio que estar aquí quieta, abrazada a mí como un koala, como quien dice chupando mi sabia, voy a ser sincero. Lo del árbol de la vida es una licencia poética que se me ha ocurrido sin más. En realidad, soy un plátano de sombra, de la familia de las platanáceas. Del mismo modo que tú eres una Homo sapiens , de la familia de los homínidos –vale igual aunque seas mujer; haber inventado tú el latín en vez de coser botones obsesivamente–. A lo que iba. Tú no tienes ni idea de cómo me llamo, aunque pases a mi lado cada día. Lo de las platanáceas te suena como a comer plátano. Qué lástima. Y si te digo aligustre japonés, o incluso castaño de Indias, te caes de un guindo aunque tampoco sepas qué hoja tiene exactamente. Disculpa que te hable con la simplicidad de un plátano, no doy para más. Pero aquí pasa una cosa muy clara. Sin entrar en matices intelectuales, desde mis ramas más altas, últimamente lo que se ve es a los sápiens corretear agachando la cabeza. Inclinados sobre el dispositivo. Ni una sola mirada hacia lo alto. O hacia el horizonte. Este es el paisaje, el dibujo, conlleve lo que conlleve. Una pena, con lo que os costó a vosotros erguir el tronco. Lo de menos es que estos días nosotros no paremos de desplegar colores, del ocre al rojo pasando por el cobrizo, el amarillo y el dorado, dando un espectáculo que, por cierto, no mira ni Dios.Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt