sábado, 26 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Halle: vergüenza y náusea


Dibujo de Eulogia Merle para El País


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"No hubo incredulidad ni indignación. Cuando llegó la primera noticia de que un hombre blanco había matado a una mujer delante de la sinagoga y a un hombre dentro de un local de kebab en la ciudad de Halle, mis reservas de incredulidad e indignación estaban ya vacías -escribe la filósofa alemana Carolin Emcke-. Lo único que quedaba era el doble dolor de la vergüenza y la náusea. Vergüenza porque, para mi generación, la reflexión crítica sobre la Shoah fue el principal punto de referencia de nuestra educación moral y política y había dado forma a nuestra ansia de una sociedad (y una Europa) democrática, antinacionalista, incluyente y antirracista. La realidad del antisemitismo descarado y brutal en este país me llena de vergüenza. No hemos sabido crear una sociedad en la que los judíos no tengan que vivir con miedo.

Y a esa vergüenza se une la náusea. La repugnancia ante la incredulidad con la que reaccionan muchos ante los ataques de Halle. Como si la muestra pública de sorpresa pudiera disimular el hecho de que todo el mundo habría podido verlo venir. Lo llaman “impensable” (el presidente Frank-Walter Steinmeier), como si fuera la primera vez que unos judíos sufren una agresión pública, como si no hubiera todo el tiempo ataques brutales contra refugiados o incendios provocados en sus centros de acogida. Lo llaman una “señal de alarma” (Annegret Kramp-Karrenbauer, la líder del partido cristiano conservador CDU), como si el criminal de Halle no hubiera conseguido disparar a un hombre y una mujer, como si lo único importante fuera que no logró entrar en la sinagoga, una “señal de alarma”, como si el pasado mes de junio no hubiera muerto asesinado su colega Walter Lübcke, un político conservador de Kassel que había sido blanco del odio de la derecha radical y murió por un disparo de un extremista de derechas, como si no hubiera sido la red terrorista de extrema derecha de la NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista) la que mató a nueve inmigrantes y un policía entre los años 2000 y 2007.

Este simulacro de sorpresa es repugnante porque pretende hacer del ataque de Halle algo inesperado, una excepción. No ofrece protección a los judíos ni a ninguno más de los señalados como “otros”; únicamente protege el estado de negación de la realidad de que no solo existe un terrorismo violento de extrema derecha, sino también una ideología supremacista blanca, misógina, homófoba y antisemita. Existen redes de extrema derecha con “listas de enemigos” en las que figuran los nombres y direcciones de intelectuales y activistas de los derechos humanos, abogados que representan a refugiados, políticos locales, judíos, personas LGTBI; existen cacerías xenófobas como la del pasado agosto en Chemnitz, existen declaraciones revisionistas e islamófobas de miembros de AfD. ¿Y todos estos fenómenos son casos aislados?

Es como dibujar siguiendo los puntos: hemos trazado todas las líneas, podemos ver las grandes orejas y el tronco, las cuatro patas, pero, si alguien se atreve a decir que es un “elefante” —se atreve a llamar “redes” a las redes de extrema derecha o a decir que el racismo es “estructural”—, todos se muestran sorprendidos y escandalizados y dicen que es un “moralista” o un “elitista cosmopolita”. Como si el respeto a los judíos o a las mujeres fuera un accesorio de lujo, solo al alcance de los privilegiados. Como si la igualdad de derechos fuera una demanda absurda. Como si odiar a los musulmanes y a los LGTBI fuera más “natural” que no odiarlos. Ha habido un deseo público de mantener separados todos los síntomas de racismo estructural y de conexión entre la derecha radical, y eso ha creado un bucle en el que nos encontramos con criminales aislados y con unas autoridades y unos comentaristas que, ante cada caso, estudian la biografía, la familia, el proceso de radicalización, reconstruyen el atentado y despolitizan los actos y la forma de inspirarse unos a otros.

Pero el odio no sale de la nada: se fabrica. La dirección en la que se vierten el odio y la violencia, a quién apuntan, está manipulada. El supremacista blanco de Halle no salió a matar a “alguien” sin más. Quería asesinar a “antiblancos”, preferiblemente judíos, pero también pensó en atacar un centro cultural de izquierdas o una mezquita. Estaba lleno de odio a las “feministas” porque son “responsables de la baja tasa de natalidad” y, “por tanto”, de la “inmigración masiva”. Puede que actuara solo, pero estaba conectado mediante la cámara de su casco y dispuesto a comunicarse en directo con todos los demás supremacistas blancos y misóginos que están solteros a su pesar y cuyo mundo cultural es el de los memes en los tablones de imágenes.

En toda Europa, y también en Alemania, hemos podido ver en años recientes la (re)aparición de un discurso de la “pureza”, un relato revisionista que fantasea con un supuesto “antes”, un pasado inventado con otro orden: familias tradicionales, naciones homogéneas a salvo de cualquier cosa que se considere “de fuera”. Judíos, inmigrantes, feministas, trans,gente de otras razas, pasan a ser “otros”. La diferencia se vuelve peligrosa e infecciosa para el cuerpo político nacional.

Es evidente que siempre ha habido en esta sociedad cierto segmento con rencores antisemitas y racistas. Lo que ha cambiado en los últimos años no es la cantidad, sino la calidad del odio: la obscena alegría de romper los tabúes, la actitud exhibicionista de las declaraciones xenófobas y misóginas. Los mensajes de correo cargados de odio ya no son anónimos, sino a menudo firmados con nombre y domicilio. Parte del discurso político ha querido centrarse en el fanatismo y la violencia de los yihadistas radicales mientras ignoraba el fanatismo y la violencia cada vez mayores de la derecha radical. Se suponía que el racismo y el antisemitismo debían estar lejos, en la periferia, ser extraterritoriales. No en medio de nuestra sociedad y en nuestro Parlamento. Durante muchos años, la imagen del “cabeza rapada borracho y estúpido” dominó la percepción pública del entorno neorracista y antisemita. Ahora, se han unido elementos que antes estaban separados: un entorno de escritores de extrema derecha intelectuales y muy sofisticados, una red ultraviolenta de bandas criminales, alborotadores, terroristas y una representación política en los Parlamentos y, sobre todo, en programas de televisión —es el caso de AfD— forman hoy una amalgama aterradora de radicalismo de derechas. Son una minoría, pero reciben una atención y una representación desproporcionadas.

Por desgracia, el antisemitismo y la misoginia son más fáciles de reconocer cuando pueden atribuirse a los musulmanes. Sin embargo, también existe antisemitismo entre los inmigrantes de Oriente Próximo, existe machismo misógino entre los inmigrantes, y es necesario afrontarlo y combatirlos. Pero, mientras solo veamos y luchemos contra el antisemitismo que consideramos “importado”, mientras solo nos preocupe la violencia contra las mujeres cuando el autor es un refugiado o un musulmán, no comprenderemos el carácter universal de los derechos humanos.

Eso es lo que Halle podría y debería cambiar: no es posible seguir negando la violencia de los supremacistas blancos, ni fingir que solo puede haber antisemitismo en otros lugares. Ya no valen las sorpresas simuladas, ni seguir negando los vínculos de una internacional racista que inspira a personajes como Stephan B. Ni siquiera necesitan ya una estructura organizativa. Lo más importante es quizá que no puede seguir existiendo una jerarquía de víctimas, no se puede seguir diciendo que el dolor o el miedo de unos es más doloroso y más grave que el de otros. El de Halle fue un atentado terrorista cometido por un nihilista. Tal vez actuó solo, pero su odio lo crearon y cultivaron todos los que niegan la igualdad de derechos y protecciones para todos los seres humanos. Lo que hace falta es disentir y protestar contra todos aquellos que dictan qué sufrimiento es importante y el de quién no, qué piel, qué cuerpo, qué fe, qué deseo se pueden rechazar, a quién se puede humillar o herir y a quién no. Es una vergüenza que haya que volver a explicar todo esto".







La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5385
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[ARCHIVO DEL BLOG] El día de la ignominia (Publicada el 22 de febrero de 2009)



El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, se enfrenta a los golpistas


Mañana se cumplen 28 años del intento de golpe de Estado conocido en España con el nombre de "23-F". A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el Rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él, terminaba la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra.

Aquella tarde, estaba esperando en la biblioteca de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en Las Palmas, a que fuera la hora del coloquio programado en una asignatura de la licenciatura en Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del centro, y me puse a oir emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional del Banco para el que ella, y yo, trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años, que estaban con mi suegra. Mi mujer volvió poco después, no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oir la radio. Llamamos, sin problema en las líneas, a mis padres y mis dos hermanos, que vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos nos embargaron en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en la Federación de Banca de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al Rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a los guardias civiles que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reir o llorar.

Hace unos días RTVE (TVE1) puso una mini serie de ficción de dos capítulos titulada 23-F: el día más difícil del Rey,  dirigida por Silvia Quer, que ha batido todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la han tildado de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer.

¿Recuerdan ustedes que pensaron o sintieron durante esas horas entre el 23 y 24 de febrero de hace 28 años? Si quieren contarlo tienen esta página a su disposición. HArendt



Manifestación en defensa de la Constitución. Madrid, febrero de 1981



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5384
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 26 de octubre




El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 5383
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 25 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Activistas de sofá



Fotograma de "Years and years"


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"Imposible no acordarme de la sensación que me causó El planeta de los simios, -comenta la escritora Elvira Lindo-. Fue tan impactante como el descubrimiento de la muerte a los cinco años. Era, si cabe, un hallazgo más perturbador: de pronto, los adolescentes vislumbrábamos la posibilidad de que una civilización, la nuestra, pudiera estar abocada a un trágico final. Ahí estaba, surgiendo de la arena de la playa, esa antorcha de la Estatua de la Libertad que Charlton Heston observaba estremecido. Los adultos contenían el aliento; a los jóvenes nos provocaba una sacudida mental. Fue mi bautismo en el género distópico. Luego ya llegaron las lecturas clásicas, H. G. Wells y Orwell. La ciencia ficción, y, en concreto, ese derivado que es la literatura de la anticipación, ha contribuido a que los lectores o los espectadores pudiéramos imaginar un futuro en el que la capacidad destructiva del ser humano hubiera borrado la huella de nuestra existencia en el planeta reduciéndola a meros fósiles. Cada vez que hemos estado sometidos a una crisis, la literatura o el cine han reaccionado activando la idea de hecatombes planetarias. La crisis del petróleo, la amenaza nuclear o el cambio climático han producido obras de gran altura como El incidente, Hijos de los hombres, Inteligencia artificial o The Road,por poner algunos ejemplos memorables, pero también se ha rendido a las exigencias comerciales de la cultura pop transformando un género que algo tiene de función social en un despliegue fabuloso de efectos especiales encaminado al consumo masivo. La excusa de lo apocalíptico alimenta a menudo historias de irreflexivo entretenimiento, a veces muy ridículas por la proliferación abrumadora de catástrofes espectaculares.

En esta época en la que cunde el pesimismo, por razones que confirma la comunidad científica, el género del desastre inminente está viviendo un gran momento. Es indudable que El cuento de la criada despertó muchas conciencias. Aunque curiosamente la idea de Atwood estuviera inspirada por los regímenes totalitarios de los años ochenta en el este de Europa, la ficción obró el milagro y los lectores (lectoras mayoritariamente) actualizaron esta distopía casi treinta años después, ya que cuadraba a la perfección con los miedos del presente: el deterioro ambiental, la amenaza totalitaria, la baja natalidad y el uso de las mujeres como meros sujetos reproductivos. La coincidencia de la nueva corriente feminista y el despertar de la conciencia ecológica confluyeron para que la novela, vista ahora en televisión, se convirtiera en una bandera a favor de la igualdad que enarbolaron mujeres muy jóvenes.

Vemos también la inglesa Years and Years, que anticipa un futuro inmediato, cuyo aliento sentimos ya en la nuca, en el que habrá cundido el caos, la guerra, el racismo de los que sienten sus privilegios amenazados y la huida de los desarrapados de lugares de conflicto o contaminados medioambientalmente; al mismo tiempo, seguimos, expectantes y alucinados, el deterioro de la vieja democracia británica, su insensato descenso a un negro porvenir. El presente está dando mucha tarea a los guionistas, que se han convertido en los traductores de situaciones que nos resultan difíciles de comprender, protagonizadas por líderes brutales, temerarios. Pero mi temor es que nos engolfemos en lo distópico, que nos refugiemos, fatalistas y aturdidos, en la placidez del sofá, y enganchados a argumentos bien escritos y magníficamente interpretados, consideremos que nuestro activismo empieza y termina en ver una serie y recomendarla en las redes. Y es que esa conversión de la distopía en el género del momento, su arrasador atractivo popular, puede provocar, paradójicamente, una indeseable desmovilización".






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 5382
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[NUESTRA EUROPA] Una política sin complejos



Parlamento europeo, Estrasburgo


"La Unión Europea está nerviosa -escribe el periodista de Le Soir, especializado en temas económicos, Dominique Berns-. Acaba de salir de 10 años de crisis y crecimiento larvado y ya está afrontando una desaceleración económica. Los europeos observan, asombrados, la disputa comercial entre Washington y Pekín y la frecuencia con la que cambia de opinión el inquilino de la Casa Blanca. Y lo ven como un problema. Lógico. Todo lo que puede obstaculizar el crecimiento del comercio internacional se percibe desde este lado del Atlántico como una amenaza casi existencial, que se añade a la perspectiva de un Brexit sin acuerdo y de elecciones anticipadas en Italia, que pueden dar plenos poderes a la Liga y a su líder, Matteo Salvini.

Nos gusta detestar a Trump, entre otras cosas, porque no tiene ningún respeto a sus aliados europeos. Hace planear la amenaza de los aranceles a los coches alemanes y ya ha advertido que su Administración consideraría la flexibilización de la política monetaria europea, prevista a partir de septiembre, como un intento de manipular el tipo de cambio del euro. 

Casi parece que olvidamos que tenemos en común los mismos motivos de queja contra China: las subvenciones a las empresas y la estrategia de dumping, las transferencias de tecnologías impuestas a las empresas occidentales, la negativa a abrir los mercados públicos... Pero, por más que la UE califique a China de “rival estratégico”, no está claro que eso cambie nada.

Queda bien oponer el multilateralismo europeo al “proteccionismo” del presidente estadounidense. Pura retórica. Lo que pasa es que nosotros no tenemos medios para aplicar el método Trump.

¿Quiere eso decir que, frente a China, la UE no tiene más remedio que perseguir el diálogo constructivo en marcha desde hace 20 años, pero que ha dado escasos resultados, muy alejados de la reciprocidad que reclaman los europeos?

No nos engañemos: Pekín ha jugado con inteligencia, aprovechando la globalización comercial para acelerar su desarrollo económico y tecnológico. Y cuesta creer que los europeos puedan convencer a China de que abandone un modelo económico que le ha ido tan bien.

Por su parte, el método Trump, el de la coacción, no parece tampoco más eficaz. Aunque la situación actual pueda recordar a la Guerra Fría, China se ha hecho demasiado fuerte para acabar excluida, como acabó la URSS hace 30 años.

No vamos a ser tan ingenuos como para creer que la imposición de aranceles basta para revitalizar la industria estadounidense, tal como promete Trump a sus electores del Cinturón Oxidado.

Para la UE, atrapada entre una China que airea abiertamente su poderío y los Estados Unidos de Donald Trump, la firma de tratados de libre comercio a diestro y siniestro no constituye una solución estratégica creíble. Al contrario, la Unión debe plantearse la relevancia de su propio modelo económico.

En primer lugar, porque la ralentización de las transacciones internacionales es anterior a los conflictos comerciales de los dos últimos años. Esta tendencia denota, según un estudio reciente del Banco de Pagos Internacionales, una “disminución de las cadenas de valor”. ¿Pero será duradera? Probablemente. En la duda, más vale suponer que sí. En otras palabras: que, incluso aunque Washington y Pekín acordasen rápidamente un armisticio, habría pocas probabilidades de asistir a un nuevo auge del comercio mundial.

Sobre todo, los europeos deben reconocer que, para garantizar la futura prosperidad del Viejo Continente, el eje de la política económica no debe ser la reducción de los déficits presupuestarios ni la flexibilización del mercado de trabajo, sino la renovación industrial.

Las políticas de devaluación interna condenan a Europa a un crecimiento débil durante mucho tiempo y a una mayor dependencia respecto al resto del mundo. Y, si no se ofrecen perspectivas a las empresas europeas, estas no invertirán aquí, sino que irán a buscar el crecimiento en otras partes del mundo.

Lo que necesita Europa es una política industrial ambiciosa y sin complejos, que aúne el apoyo a la investigación y el desarrollo, la preferencia en los mercados públicos, la fiscalidad y, en caso necesario, la protección comercial o el accionariado público.

No se trata de emprender una guerra, ni contra Estados Unidos ni contra China, sino de dotarnos de los medios necesarios para asegurar nuestra independencia económica, tecnológica y política y, de esa forma, defender y promover nuestros valores. Si no lo hacemos, la Unión se hundirá inexorablemente en la insignificancia. Y en Viejo Continente, en la dependencia".



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5381
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 25 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 5380
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)