Riña de gatos es una entretenida novela de Eduardo Mendoza que transcurre en la primavera madrileña de 1936, justo en el momento en el que se está gestando lo que será la más cruel y sanguinaria de las contiendas civiles habidas entre españoles a lo largo de su historia. Me la regaló una amiga y excompañera de profesión. No me gustó en la primera ojeada que le dí y la dejé aparcada ad calendas graecas, pero como soy escéptico hasta sobre mis propias decisiones, unos meses después volví a ella. Y reconozco que me equivoqué: la disfruté. Se la recomiendo a ustedes. Mea culpa...
Pero vamos a lo que vamos... No parece que la Real Academia Española sea, en principio, una institución proclive a las "riñas de gatos", y mucho menos a las guerras civiles, pero de vez en cuando se producen enfrentamientos académicos que no suelen llegar a lo personal y se mantienen en el nivel de desencuentro profesional sobre algún aspecto concreto de sus actividades habituales. El escritor y académico Javier Marías deja a veces constancia de ellos en sus siempre agudos, irónicos y a veces, solo a veces, sarcásticos artículos.
El escritor y periodista Jesús Ruiz Mantilla publicaba en El País del pasado día 12 un artículo titulado Los académicos y académicas discuten sobre sexismo lingüístico en el que abordaba la creciente tendencia política y social a diferenciar masculino y femenino y prescindir de nombres genéricos y el debate que la cuestión estaba provocando en el seno de la la RAE.En los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, comentaba en él, Jorge Dueñas, el entrenador de la selección femenina española de balonmano, sorprendía al realizar sus declaraciones en televisión después de cualquier partido. A cada paso, con una voz varonil de aúpa, soltaba: “Nosotras…”. Se trataba de una situación natural, aunque lingüísticamente extraña. En los ámbitos donde existe una mayoría preponderante de mujeres, ¿conviene seguir utilizando el masculino?
Dentro de su contexto, , seguía diciendo, Dueñas y otros muchos entrenadores, ante sus chicas, se diluyen en un pronombre femenino. Es una de las cuestiones que desde hace años preocupa de una manera creciente en la Real Academia Española (RAE), donde las tendencias sociales y políticas partidarias de eliminar lo que consideran un uso sexista del lenguaje ponen en jaque la estructura del idioma.
No es que quite el sueño este caso específico, añadía más adelante, si no que en aras de una corrección política o de apoyar a colectivos que dicen sentirse discriminados, se propongan usos de género diferenciados: compañeros y compañeras; candidatos y candidatas... La cuestión entre los académicos es candente: ¿deben entrar como institución en una creciente tendencia pública alimentada por movimientos políticos y sociales o deben mantenerse al margen?
Hace cuatro años, continuaba, el lingüista y académico Ignacio Bosque publicó un informe, firmado por todos los miembros de la RAE, titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. Desde entonces, el debate no ha cesado. En la calle, en las instituciones y, dicen, en menor intensidad pero a veces con virulencia, dentro de la misma institución. Un artículo firmado por el escritor y también académico Arturo Pérez-Reverte el 2 de octubre en su sección Patente de Corso, del XL Semanal, lo ponía de manifiesto e invitaba a no permanecer pasivos ante las peticiones “de amparo ante unas normas que pueden obligar a los profesores, en clase, a utilizar el ridículo desdoblamiento de género”. Le respondió en una carta abierta un compañero de la institución, el filólogo Juan Gil, quien le dijo que la RAE no es “el Constitucional” y no puede dar “amparo a nadie”. “La cuestión que se debate es política, y la respuesta, si es que se le debe dar respuesta, debe ser asimismo política”, añadía.
En tiempos que tienden a la síntesis, seguía diciendo Ruiz Mantilla, las tesis de la doble utilización de género añade otro problema. En opinión de Pedro Álvarez de Miranda, “los desdobles van en contra de la economía de lenguaje”. Para el catedrático y lexicógrafo resultan agotadores. “Otra cosa”, añade, “es que, en ciertos ámbitos y contextos se realicen matices conscientes. Algún alumno mío me apuntaba que en su clase del colegio había profesores que, ante una mayoría de número femenina en su aula, se dirigía a todos como: ‘niñas…’. Puede ser una solución, aunque nunca impuesta”.
En Colombia, añadía, algunos profesores han hecho pruebas concretas sobre documentos bien calientes. Es el caso del profesor y filólogo Rodrigo Galarza. Según la revista Semana, éste se dedicó a examinar las 297 páginas del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana y a eliminar todos los adjetivos tendentes a dejar patente un lenguaje incluyente. Después de prescindir de un buen número de “guerrilleros y guerrilleras” a la par, el texto del acuerdo quedó en 204 páginas, 93 menos.
El ejemplo colombiano, continuaba diciendo, resume perfectamente otra de las tesis de Ignacio Bosque. "Los partidarios de doblar el género lo son en situaciones muy formales. Son asuntos que se esgrimen en forma de banderas, el problema con eso es que no puedes andar con una bandera puesta por la calle todos los días". Y el lenguaje supone un uso permanente y cotidiano que no cae en la cuenta de determinadas posturas, por muy buenas intenciones que lleven. En eso, se rige por una ley propia, tan lógica como insondable.
Frente a quienes desean llevar la discusión al campo de la esfera pública, añadía más adelante, están los que se centran en un debate lingüístico. Bosque insiste: “Con el pasado informe queríamos dejar clara nuestra postura, pero sabíamos perfectamente que no se resolvería el asunto. Más cuando algunos se empeñan en llevarlo al plano político. Simplemente digo que, antes de pasar al mismo, antes de saber en qué campos o situaciones se producen discursos sexistas frente a los que todos estamos en contra, por supuesto, hay que entrar en los detalles lingüísticos”.
Para empezar, seguía diciendo, la estructura de las lenguas románicas. Todas utilizan el masculino plural como genérico para ambos sexos. Por motivos atávicos, patriarcales, antropológicos… Los que se quieran esgrimir, pero así es. ¿A qué precio se puede cambiar ese uso que se ha convertido desde hace siglos en natural? A un precio político, creen muchos de los que observan con preocupación que se quiera revertir de una forma impuesta y un tanto artificial. “Va a ser imposible. Si alguien intenta así forzar la lengua está abocado al fracaso”, advierte Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE, filólogo, lexicógrafo y catedrático de la Autónoma de Madrid.
El debate dentro de la academia, añadía, se centra en responder ante ciertas iniciativas públicas –sobre todo una promovida por la Junta de Andalucía en varios ámbitos— enviando cartas de recomendación o no ante determinadas propuestas. Pero entre sus miembros existen diferentes sensibilidades, dentro del consenso que supuso el informe elaborado por Bosque. Aunque no existan discrepancias dramáticas, apuntan, sí se presentan matices. La filóloga Inés Fernández-Ordóñez, la más joven de los miembros de la institución, los pone de manifiesto: “Existen numerosos colectivos que consideran al masculino un modo no inclusivo. Entre ellos, algunos proponen soluciones que no coinciden con los usos clásicos del español. Por ejemplo, utilizar un término neutro como profesorado en vez de los profesores”. Y prosigue: “Es difícil. En las lenguas, una vez que una estructura se fosiliza no es fácilmente reversible. En ciertos contextos, yo no usaría la diferenciación candidatos y candidatas, pero no por eso desde la RAE debemos censurarlo”.
Inés Fernández-Ordóñez, continuaba explicando, se muestra partidaria de abrazar y no rechazar: “Las estructuras lingüísticas son heredadas y no se pueden cambiar por decreto. A dichos colectivos se les ha hecho ver que la estructura de nuestra lengua funciona así, pero proponen cambiarla y, es más, lo practican. Deben ser respetados. La lengua supone cambio permanente y lo mismo que si antes no se podía convivir fuera del matrimonio y hoy solo el 20% de la población se casa, debemos mostrarnos abiertos”.
¿Tantos como para que se abandone el masculino como uso genérico?, concluía su artículo: “No ha pasado y no creo que vaya a pasar”, apunta la filóloga. “Pero, lo mismo que en los últimos años, en pos del panhispanismo, desde la academia se han aceptado como válidos usos de cada país de habla hispana, debemos permanecer atentos y abiertos a todo cambio”.
Hasta ahí, el relato de una de las discusiones académicas en las que, a pesar del enfrentamiento de opiniones la sangre no llega al río. Pero a veces, solo a veces, hay algunos doctos académicos que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ajustan cuentas que más parecen rencillas personales que divergencias profesionales sobre el léxico o la ortografía. Y ese parece el caso del profesor e insigne cervantista Francisco Rico que, solo dos días después del artículo de Ruiz Mantilla le daba la vuelta al título del publicado por este último y en el mismo diario, El País, respondía con otro titulado Las académicas y los académicos, en el que criticaba con ironía no exenta de mala leche a su colega de Academia, el también escritor Arturo Pérez-Reverte, reprochándole que use sexismos y desdoblamiento de género cuando pretende combatirlo.
Con un título de soterrada elegancia irónica, dice Francisco Rico, Los académicos y las académicas Jesús Ruiz Mantilla da cuenta del enésimo episodio en “la más que civil batalla” (diría Juan de Mena) de quienes rechazan por sexista el uso natural y espontáneo del castellano y se empecinan en introducir especificaciones tan artificiales, tan insensatas como “nosotros y nosotras”.
La cosa arranca ahora, dice Rico, de una pieza publicada en la prensa y en la Red, en la que Arturo Pérez-Reverte embiste contra los miembros de la Academia que se negaron a hacer suya la petición que unos supuestos profesores le habían enderezado a él a título personal: se trataría de pedir amparo (?) frente a la sugerencia surgida en la Junta de Andalucía de imponer en las aulas los “todos y todas”, “los madrileños y las madrileñas” y demás prevaricaciones por el estilo.
Aunque con obvia base lingüística, añade, una cuestión política, en la que la Real Academia Española (RAE) no tiene por qué entremeterse, por más que nunca sobre recordar por quien sea cuál es la realidad del idioma que la institución se limita a registrar en su Gramática. Ahora bien, es el caso que el alatristemente célebre productor de best sellers no deja de incurrir a su modo en “el ridículo desdoblamiento de género” que con razón denuncia. Cito a la letra: “En la RAE —escribe— hay de todo. Gente noble y valiente y gente que no lo es. Académicos hombres y mujeres de altísimo nivel, y también, como en todas partes, algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla”. (Gloso en latín el último sustantivo: pudienda muliebris.) En ese contexto, advertimos que el primer “gente” es un rodeo del mismo tipo que “la ciudadanía” para evitar “los ciudadanos” y que en seguida viene el palmario desdoblamiento “hombres y mujeres”.
Con todo, añade, le sigue otro aun más pintoresca y penosamente sexista. Podía haber hablado de académicos tontos y talibanes, pero le parece preferible discriminar soezmente: “tonto del ciruelo” y “talibancita tonta de la pepitilla”. Pero nótese que “alguno” tiene ahí un valor genérico, inespecífico, funcionando de hecho como un ambiguo plural: “alguno” no quita que haya más de uno, casi lo postula. A falta de cualquier precisión de nombres, no sé cómo habrán recibido el maltrato los miembros de la docta casa, y en especial todas las dignísimas señoras académicas, de la veterana Margarita Salas a la novel Clara Janés. La conclusión, en palabras del propio Reverte: “Hay académicos que dan lustre a la RAE, y otros a los que la RAE da lustre”.
Eso fue el día 14. El 18 de octubre Arturo Pérez-Reverte lanza una andanada a su colega de institución, Francisco Rico, tan demoledora como las que relata en su novela Cabo de Trafalgar, también en El País -faltaría más- a la que da el título de Paco Rico, autor del Quijote, en la que fija la clave del enfrentamiento entre ambos a cuenta de la versión que él (Pérez-Reverte) hizo de la obra maestra de Cervantes para uso escolar.
El profesor Paco Rico, comienza diciendo Pérez-Reverte, conspicuo cervantista y académico de la RAE (personaje que aparece, por cierto, con expreso agrado por su parte, en mi novela Hombres buenos), publicó hace poco un artículo en El País que a algunos lectores y amigos, e incluso a mí, sorprendió sobremanera. No por la confusa sintaxis y ortografía del texto ni por citar mal en latín pudienda muliebris en vez de pudendum muliebre o pudenda muliebria (extremos ambos inexplicables en alguien de la enorme, casi desaforada, talla intelectual del profesor), sino por la biliosa virulencia con la que se pronunciaba sobre mi persona. Y más sorprendente aún, habiendo tenido como tuvimos Paco Rico y yo, en otro tiempo, una razonable amistad y un mutuo y público respeto, con flores mutuas y comentarios elogiosos hacia el trabajo de cada cual, salvando las naturales distancias, incluido algún artículo firmado y publicado por Rico, también en El País, donde elogiaba con entusiasmo (espero que sincero en ese momento, pues nadie se lo pidió por mi parte) las novelas del capitán Alatriste; para alguna de las cuales, por cierto, escribió incluso un magnífico soneto, publicado en El puente de los asesinos, séptimo volumen de la serie. Ése que empieza: "No picaré en el cebo de la vida / turbio nombre que Dios puso a la muerte..."
De ahí la sorpresa de propios y extraños, como digo, señala, ante el texto irrespetuoso y agresivo, venenoso incluso (acabo de confirmar la acepción exacta de venenoso en nuestro diccionario de la RAE), con que en la sección de Cultura de este diario se descolgó el otro día nuestro más destacado cervantista contra el arriba firmante; quien, de pronto, en insólita pirueta de gustos y afectos, se le antojaba alatristemente célebre (feliz hallazgo, debo reconocerlo) escritor de bestsellers. El pretexto aparente, que lo confuso del texto, insisto, no permitía deslindar con nitidez, era un artículo mío titulado No siempre limpia y da esplendor, publicado en otro lugar, sobre ciertas actitudes pasivas de la RAE que personalmente desapruebo, y que también Paco Rico, al menos hasta ahora y delante de mí, ha desaprobado toda su vida. En ese artículo, por supuesto, yo no mencionaba ningún nombre, y mucho menos el del profesor; que, sin embargo, se creyó en el deber de afear públicamente forma y contenido de mi texto. O, para ser más exacto, de apoyarse en mi texto para ajustar cuentas. Para subirse, como apunta el viejo dicho, en los trenes baratos.
Y es aquí donde parece oportuno que mencione, continúa diciendo, para dar claridad al asunto, un suceso todavía reciente que tal vez ilumine el misterio. Hace dos años, de forma desinteresada y cediendo todos los derechos editoriales a la RAE, hice, con la muy valiosa colaboración del excelente filólogo Carlos Domínguez Cintas (que participó, también, en la conocida y soberbia edición de El Quijote anotada por los colaboradores de Paco Rico), una versión del texto cervantino adaptada para uso escolar, aligerada de ciertos pasajes, relatos y digresiones. Mi intención natural era utilizar para ese Quijotillo académico el texto tan magníficamente fijado por el profesor y su equipo, y así se lo dije. Sin embargo, y para mi estupefacción, Paco Rico me preguntó qué pasaba con sus derechos de autor. Le dije que no había derechos a cobrar por parte de nadie, que se trataba de aportar ingresos a la Academia, y él se negó. "Ya hablaremos", dijo. Hasta hoy. Decidí, por tanto, mandarlo a paseo y utilizar el texto de nuestra edición cervantina de 1780, con su agradable aroma dieciochesco, enriqueciéndolo con los bocetos originales de las ilustraciones que acompañaron aquella edición. El éxito fue enorme, nuestro Quijotillo ha vendido hasta la fecha unos 80.000 ejemplares, y los derechos de traducción han sido adquiridos por varios editores extranjeros, produciendo unos modestos ingresos que a la RAE le vienen muy bien, habida cuenta del vergonzoso abandono económico en que la tienen las altas instituciones del Estado.
En lo que acabo de contar radican, añade, lamentablemente, las principales claves del asunto. Desde que el Quijotillo académico vio la luz, Paco Rico se embarcó ante terceros, cada vez que tuvo ocasión, en una ácida campaña de desprestigio de la obrita y de quienes la alumbraron. Cualquier pretexto lo caza al vuelo. Cosa comprensible, por otra parte, habida cuenta de que el profesor, que asiste a muy pocos plenos de la Academia y sólo atiende en ella a lo que le conviene al bolsillo, ha hecho de su famoso texto cervantino, reeditado una docena de veces en distintos lugares con distintos patrocinadores y nunca gratis et amore, que yo sepa, un rentable medio de vida. Nada tengo que objetar a eso, pues cada cual se busca las lentejas como puede. Unos publicamos novelas con más o menos fortuna y otros manosean Quijotes sin rubor y a destajo. Pero en el caso de Paco Rico, en mi opinión, eso ha terminado por hacerle creer que posee una especie de derecho exclusivo, o de propiedad intelectual, sobre las palabras Cervantes y Quijote. Y lleva fatal el intrusismo de quienes, aunque sea sin cobrar y para beneficio de la Academia, dentro o fuera de ella, interfieren en su negocio. Aunque, en este caso, la palabra exacta debe ir en plural: negocios. Quizá en otro artículo, más adelante, si es que el profesor Rico me anima a ello, pueda extenderme con espantables y jamás imaginados detalles sobre el asunto.
En una escueta nota en El País del día 19, Francisco Rico ponía, de momento, nota final a la reyerta: "Cuanto escribe Pérez-Reverte en El País de ayer es un mero intento de ocultar con cortinas de humo lo que era la clave del artículo mío [del viernes, 14] al que finge contestar: salir al paso del soez insulto de “talibancita tonta de la pepitilla” que en una entrega de XL Semanal Pérez Reverte había dirigido a “alguna” académica no nombrada, y por ende a todas las académicas de la Española. Punto final".
Bueno, pues ya está. No les invito a pronunciarse al respecto, pero reconozco que yo lo he pasado muy bien leyendo a unos y otros, y dicho sea de paso, y sin animus injuriandi que decían los latinos, me siento más cercano de Arturo Pérez-Reverte que de Francisco Rico. Al menos en esta riña de gatos tan poco académica. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt