miércoles, 18 de octubre de 2017

[A vuelapluma] La agitación de las langostas





"Solo hay que hacerles cosquillas a las panterillas para convertirlas en monstruos", comentaba antes de ayer en el diario El Mundo Felipe Fernández-Armesto, Felipe Fernández-Armesto, historiador y titular de la cátedra Príncipe de Asturias de la Tufts University en Boston (EEUU), en relación con la crisis de Cataluña.

En mi seminario de la Universidad de Notre Dame, comenzaba diciendo, no solemos comentar el comportamiento de las langostas del desierto, ya que el tema de la clase son los documentos indígenas mesoamericanos de la época colonial y nuestro propósito es intentar comprender por qué tantas comunidades nativas colaboraban libremente con la Monarquía española. Como reza textualmente una petición, dirigida a Felipe II, de parte de los nahua de Huexotzinco, en Nueva España, en 1560, "Dios, en su misericordia, nos iluminó para que aceptáramos a Vuestra Majestad como nuestro rey (...) y nadie nos intimidó ni nos esforzó, sino que Dios quiso que mereciéramos presentarnos voluntariamente ante V. M.". 

"Pero no pudo ser así", expresa Nicolás, un estudiante de ascendencia indígena norteamericana. "¿Lo que ocurrió no fue que los españoles masacraron y torturaron a miles de indígenas?". Con esa pregunta se inició nuestro debate sobre los motivos de comportamientos irracionales, inusitados y a menudo violentos que surgen de situaciones provocadoras. "Junto a las influencias culturales y las circunstancias concretas del momento histórico" -respondí- "hay que pensar en las condiciones biológicas y en los procesos químicos que afectan el cerebro cuando nos encontramos involucrados en movimientos masivos, con las emociones suscitadas a niveles anormales. No somos la única especie que se transforma en agentes destructoras que, individualmente, sería inconcebible que fuéramos". De allí pasamos a lo de las langostas. Por regla general, son bichitos amables, placenteros, complacientes, que se dedican a comer la poca verdura que encuentran en sus entornos áridos, sin molestar a nadie. "Pero de vez en cuando" -prosiguió mi alocución en el aula- "si se congrega un número relativamente elevado de langostas, digamos que cuando se unen unas 30 de ellas, se hace activo ese nervio en la pierna que suelta una cantidad sicotrópica de serotonina por los cerebros de los ortópteros. Hasta cambian de forma y de color. Los músculos de las patas se vuelven enormes. Las cabezas se hinchan. El tono marrón del cuerpo se torna negro y amarillo. Y se ponen en marcha campo a través, atrayendo a otras langostas, destruyendo todo que se les pone por delante, convirtiéndose en una masa depredadora e irresistible y terminando comiéndose unas a otras".

Termino el discurso sobre las langostas. Hay un momento de silencio reflexivo en la aula. "¿Y quién hace cosquillas a las panterillas de los catalanes y demás españoles?", pregunta Cristina, una especialista en Ciencias Políticas que se apuntó a mi clase por capricho.

Tengo la sospecha de que en Estados Unidos, como en el resto del mundo, se ha abandonado todo intento por comprender la crisis catalana. Desde aquí, España parece un desierto lleno de langostas enloquecidas por un exceso de serotonina. No es que escasee la irracionalidad en EEUU: la de quienes votaron a Donald Trump; la locura de los manifestantes que quieren derribar monumentos de muertos de una guerra civil que terminó hace casi siglo y medio; la insensatez de legisladores que no consienten que se conceda la ciudadanía, por ser hijos de inmigrantes, a personas cabales que han pasado casi toda la vida en el país; la indiferencia de las instituciones ante casos de desigualdad tan extremos como el de Equifax, una compañía que sigue sacando cientos de millones de ganancias a pesar de haber fracasado en sus compromisos más básicos con el público... Pero al lado de la locura en España todo esto parece obedecer por lo menos a una lógica de intereses particulares, mientras que el gran misterio del órdago español es que casi todos están actuando en contra de su propio bien. 

He aquí las instancias más incomprensibles: Primera, la de los políticos burgueses independentistas. A cada paso del proceso, la antigua Convergència y los partidos sucesores o afines han ido perdiendo apoyo electoral. Si Cataluña acabara siendo un territorio independiente, el PDeCAT habría perdido su razón de ser y acabaría eliminado del escenario político, tal como le sucedió a la UCD durante la Transición al verse abandonada por casi todos sus votantes. Por su propia supervivencia, más les valdría a los líderes del PDeCAT pactar con los ángeles del Estado que con los demonios de Esquerra y de la CUP.

Segunda, la del Govern en general. La teoría de que Puigdemont y los suyos siguen aferrados a esta alocada huida hacia adelante para mantenerse en el poder por temor a las persecuciones judiciales por corrupción y otros delitos si pierden sus actuales privilegios, es atractiva. Pero lo más seguro es que, tarde o temprano, quedarán sin amparo. Lo más conveniente para ellos sería mantener la tensión, al estilo Pujol, sin llegar a provocar una crisis incontrolable para prolongar su okupación del Palau de la Generalitat.

Tercera, la de los votantes independentistas. Entiendo la frustración que sienten millones de catalanes ante la falta de progreso sobre el problema planteado. Yo siempre he mantenido la tesis de que el bien común exige reformas constitucionales para respetar las discrepancias y encontrar un mejor acomodo de todas las minorías. Pero no se mejora la Constitución española optando por un futuro económicamente insostenible y apoyando a Esquerra, la CUP y la facción que queda alrededor de Puigdemont y Forcadell, quienes han dejado clara su falta de fiabilidad. Los que hoy son capaces de violar las leyes de España lo harían igual con las de una Cataluña independiente.

Cuarta, la del Gobierno de España. Encargar a los agentes de las Fuerzas de Seguridad -Policía y Guardia Civil- desplazados a Cataluña en vísperas del pseudo referéndum una tarea imposible carecía de todo sentido. Estaba claro que agentes desarraigados y aislados enfrentados a un populacho agresivo iba a tener unas consecuencias que proyectarían una imagen poco apetecible de España a través de los medios de todo el mundo. Hubiera sido más sensato permitir que tuviera lugar la consulta ilegal, sometiéndola a un escrutinio pormenorizado por parte de observadores calificados y objetivos para demostrar que no existe en Cataluña una mayoría a favor de la independencia. En cambio, la estrategia del Gobierno ha dado una victoria propagandística a Puigdemont. Siento decirlo, porque admiro mucho el liderazgo del PP, y creo que dentro de lo que cabe ha cumplido con sus responsabilidades. 

Quinta, la del PSOE. El gran problema del partido, y el motivo de sus sucesivos fracasos electorales, es que no tiene una política coherente. Se deshizo del programa de la izquierda, que está en manos de los populistas. No quiso apoderarse del centro, que se divide entre los populares y Ciudadanos. No representa exclusivamente a la democracia social que ya es más o menos propiedad común, ni se siente capaz de abordar el capitalismo. Apuesta retóricamente por la unidad nacional, pero sigue insistiendo en negociar con el separatismo aunque está más claro que nunca que los cómplices del 1-O no tienen interés en tal cosa. Como siempre, no sabemos a qué intereses sirve el PSOE ni qué defiende.

Entre todas las bandas irracionales de langostas desérticas lanzadas en sus carreras autodestructoras, los únicos que están a salvo son los listos: los de Esquerra y los de la CUP. Son partidos revolucionarios a los que no les interesa construir economías fuertes, ni estados estables, ni paz social, ni convivencia con sus opositores, sino socavar las instituciones, deshacerse del Derecho, provocar violencia, quemar la Constitución, destruir España y fomentar la lucha de clases. Se han apoderado del Govern y sometido a Puigdemont y a los señoritos de la arruinada Convergència. Con la crisis actual, solo ganan ellos. Si fracasa su movimiento serán lo que más les conviene: una minoría que se proclama víctima de represión y héroe de la resistencia. Si se agarran de la soberanía de Cataluña, podrán disfrutar arruinando un país entero. Ya sabemos quiénes están haciendo cosquillas a las panterillas de los catalanes, concluye diciendo el profesor Fernández-Armesto. Más claro, el agua.



Dibujo de LPO para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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[Píldoras literarias] Hoy, con "Lengua de víbora", de Jaime Valdivieso






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Lengua de víbora, de Jaime Valdivieso (1929)Profesor de Literatura y escritor. Ha sido profesor en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional de México (UNAM) y titular de la cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Houston, Texas. Galardonado con los premios Gabriela Mistral y Alerce, ha publicado más de veinticinco libros.

Les dejo con su Lengua de víbora, publicado por Juan Armando Epple en Brevísima relación del cuento breve de Chile. Tiene catorce palabras y dice así: 



LENGUA DE VÍBORA
por 
Jaime Valdivieso



No tuvo que apretar 
el gatillo: bastó que lo forzara 
a morderse la lengua.








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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 18 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 17 de octubre de 2017

[A vuelapluma] ¿Francoland? ¿Y por qué no Hitlerland, Petainland, o Mussoliniland?





En Europa o América, les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro "atraso" que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado, comenta en El País el escritor Antonio Muñoz Molina. Nos ven aún como "la tierra de Franco", lo que no deja de resultar irónico en un país donde la extrema derecha cabe en un taxi, sin contar el conductor. ¿Pueden decir lo mismo franceses, alemanes o italianos? No, ¿verdad? Pues eso... No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refranero. Y tiene razón.

Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, comienza diciendo, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.

Fuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula.

Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes.

La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.

Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.

De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.

Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles, concluye diciendo.




"Estiu, 1993". La película en catalán que representa a España en los Óscar



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[Poesía y pintura] Hoy, con José Manuel Caballero Bonald y Gustave Courbet






Retomo la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al "Tema de España" en la poesía española contemporánea, que tuvieron tan buena acogida de los lectores hace años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. 

En estos momentos en que hijos espurios reniegan de ella, la insultan, la mancillan, y pretenden acallar las voces de aquellos otros que nos alzamos orgullosos de pronunciar su nombre, nada mejor que la poesía para reivindicarla como se merece. Si como dijo Walt Whitman la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz, también es, en palabras de ese gran poeta y gran español que fue Gabriel Celaya, un arma cargada de futuro. Empuñémosla, entonces, en su defensa.

Hoy traigo al blog al poeta José Manuel Caballero Bonald  y su poema Blanco de España, y junto a la gravedad serena de la poesía, el contrapunto gozoso y sensual del pintor Gustave Courbet y su cuadro Mujer en las olas. Disfrútenlos.

José Manuel Caballero Bonald (1926) es un escritor español que ha sobresalido principalmente como poeta. La cuidadosa utilización del lenguaje y el barroquismo caracterizan su obra. También es un reconocido flamencólogo. De padre cubano —republicano del Partido Reformista— y madre de ascendencia aristocrática francesa —de la familia del vizconde de Bonald—, estudió Filosofía y Letras en Sevilla y comenzó a relacionarse con los cordobeses de la revista Cántico, como Pablo García Baena. En 1950 gana el Premio Platero de poesía. Fue profesor universitario en Bogotá, Colombia, donde escribe su primera novela, Dos días de septiembre, con la que gana el Premio Biblioteca Breve en 1961. En 2009 publica La noche no tiene paredes, compuesto por 103 poemas, en los que reivindica la incertidumbre, porque, en sus propias palabras, «el que no tiene dudas, el que está seguro de todo, es lo más parecido que hay a un imbécil.» En 2012 fue galardonado con el Premio Cervantes.


BLANCO DE ESPAÑA

Escribo la palabra libertad,
la extiendo
sobre la piel dormida de mi patria.
Cuántas salpicaduras, ateridas 
entre sus letras indefensas, mojan
de fe mis manos, las consagran
de olvido.
¿Quién se sacrificó 
por quién?

Tarde llegué a las puertas
que me abrieron, tarde llegué
desde el refugio maternal
hasta el lugar del crimen,
con la paz aprendida
de memoria y una palabra pura
yerta sobre el papel atribulado.

Blanco de España, ensombrecido
de púrpura, madre y madera
de odio, olvídate
del número mortal, bruñe y colora
los hierros sanguinarios
con las ciegas tinturas de amor
para que nadie pueda recordar
las divididas grietas de tu cuerpo,
para escribir tu nombre sobre el mío
para encender con mi esperanza
la piel naciente de tu libertad.

***

Gustave Courbet (1818-1877) fue un pintor francés, fundador y máximo representante del realismo, y comprometido activista republicano, cercano al socialismo revolucionario. En un primer momento, pinta el paisaje, especialmente los bosques de Fontainebleau y retratos, con algunos rasgos románticos. Pero a partir de 1849 es decididamente realista. Courbet es de hecho el «fundador» del realismo y se le atribuye la invención de dicho término. Escoge temas y personajes de la realidad cotidiana, sin caer en el «pintoresquismo» o «folclorismo» decorativo. Su técnica es rigurosa con el pincel, con el pincel plano y con la espátula, pero su mayor innovación es la elección de temas costumbristas como motivos dignos de los grandes formatos, que hasta entonces se reservaban a «temas elevados»: religiosos, históricos, mitológicos y retratos de las clases altas. Reivindicaba la honestidad y capacidad de sacrificio del proletariado y afirmaba que el arte debía plasmar la realidad. En 1867 expone nuevamente en la Exposición Universal de París. Influye y aconseja a los primeros impresionistas. Su naturalismo combativo es patente en sus desnudos femeninos, donde evita las texturas nacaradas e irreales tomadas de la escultura neoclásica. Plasma formas más carnales e incluso el vello corporal que habitualmente se omitía en los desnudos académicos. Sus referencias son los maestros del pasado como Velázquez, Zurbarán o Rembrandt. Su realismo se convierte en modelo de expresión de muchos pintores, contribuyendo a enriquecer la obra de Cézanne.



Mujer en las olas, 1868
The Metropolitan Museum of Art, New York



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[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 17 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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lunes, 16 de octubre de 2017

[A vuelapluma] El discurso del rey Felipe





Rafael Narbona, profesor de filosofía, escritor y crítico literario, publicaba el 6 de octubre en su blog "Viaje a Siracusa" un durísimo alegato en defensa del discurso del rey Felipe VI del día anterior, y en contra del gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña y de Podemos y sus compañeros de viaje hacia la nada de IU, a los que acusaba de sectarios. También se llevaba su crítica el PSOE por el anuncio de reprobar a la vicepresidenta del gobierno por la actuación de las fuerzas de orden público en Cataluña el pasado 1 de octubre. Con muy buen criterio, a mi juicio, el PSOE ha rectificado su postura y se ha posicionado, como no podía ser menos, del lado de la defensa de la Constitución, de la legalidad, de la democracia y del gobierno de la nación, que por muchas críticas que se merezca, y a mi juicio, se las merece, en este momento debe contar con el apoyo de todos los españoles de bien, que son muchos más de los que los independentistas catalanes, las mareas y meandros de la izquierda radical de Podemos & Cía, y los nacionalismos ombliguistas de todo pelaje y condición se creen.

El discurso de Felipe VI, comienza diciendo el profesor Narbona, no ha defraudado a quienes aún creen en España como nación y en la democracia como sistema de gobierno. El rey se ha limitado a constatar lo evidente: la «deslealtad inadmisible» de la Generalitat, la flagrante violación de la legalidad vigente, el ataque contra la armonía y la convivencia, la apropiación ilegítima de las instituciones. Los independentistas, con un absoluto desprecio por el resto de la sociedad española, han ejecutado un golpe de Estado que atenta contra la libertad, la paz y la estabilidad. El Gobierno no tiene otra alternativa que adoptar las medidas necesarias para restaurar el orden constitucional, el imperio de la ley y el normal funcionamiento de las instituciones: «Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son momentos muy complejos, pero saldremos adelante», ha afirmado el Rey, intentando transmitir esperanza y serenidad.Se ha dicho que el rey no ha ofrecido diálogo, que su discurso es una incitación a la guerra, que sólo ha arrojado gasolina al conflicto. Estas objeciones carecen de fundamento, pues ya no hay margen para la negociación. Las turbas que se han apoderado de las calles, hostigando a las fuerzas y cuerpos de seguridad y a los políticos de signo contrario, no aceptarán ninguna alternativa que no sea la independencia. Lo único que podría negociarse son las condiciones de la separación, lo cual significaría ceder al chantaje y a la violencia. Quienes defienden la ley y la unidad de España tienen un miedo absurdo a ser tildados de «fachas». De nuevo circulan las consignas que sembraron el terror en la retaguardia republicana durante nuestra desdichada contienda civil. Todo el que no está con ellos es un «fascista» y sólo merece ser acosado, vituperado, marginado y silenciado. Antoine de Saint-Exupéry visitó Barcelona y Lérida en agosto de 1936 y comprobó con sus propios ojos cómo se aplicaba esta fórmula en un contexto de guerra: «Aquí se fusila como quien tala árboles [...]. Con cal o con petróleo queman a los muertos como abono para los campos. No hay ningún respeto hacia el hombre». En un pueblo de montaña, las milicias populares hablan con el escritor y admiten que han fusilado a diecisiete personas: «Al cura, a la criada del cura, al sacristán y a catorce notables del pueblo». Saint-Exupéry también menciona la represión en el otro bando, lamentando que unos y otros hayan «acorralado las conciencias como si fuera una enfermedad». No estamos en un contexto de guerra, pero sí en un momento prebélico donde se tiende a deshumanizar al adversario. Los independentistas no ocultan su odio a lo español, y los españoles, perplejos por los agravios, comienzan a perder la paciencia. El desgraciado y muy minoritario «¡A por ellos!» podría sumar adeptos en un futuro cercano, cuando el cúmulo de ofensas adquiera una dimensión insoportable.

El comportamiento del PSOE no puede ser más deplorable. Pedir la reprobación de Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, por las cargas policiales sólo es un ejercicio de oportunismo inspirado por el deseo de complacer a Unidos Podemos, cuyo objetivo ya ha quedado claro: desmantelar la nación española, liquidar quinientos años de historia e instaurar el socialismo bolivariano que tanto sufrimiento está causando en Venezuela. Afortunadamente, han surgido voces críticas dentro de las filas de la socialdemocracia, recordando que no se negoció con el coronel Tejero y advirtiendo que en Cataluña se vive «una situación prefascista». No es una exageración. Puigdemont no esconde sus intenciones: «Les damos miedo y más miedo les daremos». Esas palabras serían previsibles en un terrorista, pero resultan inadmisibles en un cargo público. El Estado de derecho se enfrenta a una rebelión que podría desembocar en la balcanización, con España dividida en varios cantones de dudosa viabilidad política y económica. Pienso que se trata de una amenaza mucho más grave que el 23-F, pues entonces los sublevados no contaban con unas masas instruidas para ocupar las calles y apoyar su desafío. La sedición de los Mossos, planificada y alevosa, agrava aún más el problema, pues no puede descartarse que actúen como una fuerza paramilitar si se suspende la autonomía y se recurre al artículo 8 de la Constitución. No es una medida deseable, pero el Estado de derecho ha desaparecido en Cataluña y ya se han agotado los recursos judiciales y policiales. Los independentistas son los dueños de las calles. Barcelona ya no parece una ciudad europea, sino un enclave tercermundista, con una multitud ciega y furiosa, imponiendo su fuerza con la vergonzosa complicidad de las autoridades locales.

El discurso del rey representa un llamamiento a la realidad, con grandes dosis de valentía. Ya no hay otro camino que aplicar la ley. Con todas las consecuencias. Sin complejos, ni vacilaciones. La fuerza legítima del Estado es la última línea defensiva de una democracia amenazada. En estos casos, como escribió José Ortega y Gasset en España invertebrada (1922), «la fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual». Podríamos sustituir «fuerza espiritual» por «civilización» sin alterar el sentido de la frase. Sin una fuerza legítima y efectiva, con los recursos necesarios para garantizar los derechos y las libertades de los ciudadanos, desaparece la civilización, la racionalidad, la sensatez. Los ciudadanos que creen en el Estado de derecho deberían prepararse para apoyar a esa «hueste ejemplar» –por utilizar las palabras de Ortega‒ que cada vez parece más inevitable movilizar. No es una perspectiva alegre, pero sería mucho más lúgubre que un nacionalismo intolerante y excluyente convirtiera en extranjeros a ciudadanos españoles. Las multitudes que han tomado Barcelona repiten desafiantes: «Nosotros somos catalanes. Ellos no saben lo que son». Y no les falta razón. Una izquierda demagógica e irresponsable ha fomentado el desprecio a España durante generaciones. No es algo reciente. Ese clima ya existía en los años ochenta. Yo lo viví como estudiante universitario en Madrid y asimilé ese discurso, que recobró bríos con el 15-M. Mi viaje a Siracusa empezó hace tres años, cuando rompí definitivamente con esa ideología, lo cual no me convierte en «fascista», sino en un verdadero demócrata y un español orgulloso de su historia y sus grandes aportaciones en el terreno de la cultura. Lo que caracteriza al fanático, según Winston Churchill, es su incapacidad para cambiar de opinión. Sólo un necio sería leal a sus equivocaciones. Eso sí, al mirar hacia atrás y recordar algunas compañías, me viene a la cabeza una frase de Gregorio Marañón: «Y aún es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos», concluye diciendo.






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