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sábado, 21 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Mejor juntos





Mejor juntos, pero se han dinamitado tantos puentes que la única salida es emocional y decir lo mucho que queremos a Cataluña. Desde fuera era el ejemplo de nuestras aspiraciones, un modelo, una ventana de aire fresco hacia la modernidad, dice en El País Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE por Teruel en el Congreso.

La crisis territorial, comienza diciendo, se ha corrompido tanto que en estos momentos se encuentra en su última y más dolorosa fase, que es la más difícil: la emocional. Se han dinamitado tantos puentes, se han producido tantas heridas que en el imaginario muchos catalanes ya han desconectado del resto del país. Sus sentimientos hacia España son tan negativos que la tarea que tenemos por delante es titánica, aunque no imposible. Solo tenemos una salida aquellos que queremos seguir viviendo juntos: decir lo mucho que queremos a Cataluña.

Me siento orgulloso de pertenecer a una zona de Aragón limítrofe con Cataluña. Desde que soy pequeño, he oído en muchos de esos pueblos aragoneses hablar catalán. Es parte de su cultura, una cultura que se ha pasado de padres a hijos durante siglos y que ha resistido a monarquías absolutistas o a dictaduras. No concibo la cultura catalana sin la poesía de Desideri Lombarte (Peñarroya de Tastavins, Teruel). De la misma forma que el cardenal y arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, se puede dirigir a sus feligreses en catalán gracias a que nació en Cretas (Teruel).

Pero si desde fuera de Cataluña hemos sido capaces de traspasar las fronteras imaginarias que algunos tratan de levantar, desde Cataluña ha llegado en muchas ocasiones el aire fresco que necesitaba España. Juntos hicimos frente a los que querían imponer una dictadura en nuestro país. No tuvimos mucho éxito en frenar la llegada del franquismo. No obstante, no es casualidad que una de las batallas donde más combatientes participaron en la defensa de la República fue la batalla del Ebro. Entre la Tierra Alta de Tarragona y la zona oriental de la provincia de Zaragoza, 100.000 hombres del Ejército del Ebro, entre los que estaban los más jóvenes, la quinta del biberón, trataron de impedir la caída de Cataluña. Es difícil cuantificar el número de bajas, pero decenas de miles de españoles perdieron la vida en aquellos meses de 1938.

Cuando años después la democracia llegó, dos de los siete padres de la Constitución fueron catalanes. Ellos sentaron las bases de nuestro sistema político. Fueron capaces de llegar a acuerdos y establecer unas reglas del juego que han permitido la convivencia durante casi cuarenta años. Pero no solo eso: tras un intento de derribar la incipiente democracia por parte de militares golpistas el 23 de febrero de 1981, fue un catalán, Narcís Serra, quien modernizó y democratizó nuestras Fuerzas Armadas. Y cuando decidimos construir un Estado del bienestar como el resto de países desarrollados, fue también un catalán y socialista, Ernest Lluch, quien sentó las bases del sistema nacional de salud.

La modernización de nuestro país llegó tarde, pero no se entendería el salto de calidad que dio España en la esfera internacional si no es gracias a la Barcelona de Pasqual Maragall y los Juegos Olímpicos de 1992. Muchos dicen que han sido los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Lo cierto es que el mundo nos miró con admiración y vio un país moderno y abierto, muy distinto a la imagen que había construido el franquismo de nosotros. Es indudable que, de nuevo, Cataluña contribuyó a que España fuera respetada y apreciada más allá de sus fronteras.

Nunca podremos entender nuestra cultura sin las canciones de Joan Manuel Serrat o Lluís Llach, sin las novelas de Juan Goytisolo o sin las películas de Vicente Aranda. Fue un catalán, Pere Portabella, quien produjo una de las obras maestras del cine español: Viridiana, de Luis Buñuel. Pero la aportación de Cataluña a nuestra cultura es impagable, y no solo por la gran cantidad de cantantes, escritores o directores de cine catalanes que producen sus genialidades, sino porque su lengua, el catalán, es ya parte de nuestra riqueza cultural. Somos un país que es capaz de sentir, amar, soñar o emocionar en varias lenguas. Frente a la homogeneidad de otras sociedades, nosotros siempre hemos vivido en la diversidad cultural y emocional. Será por ello por lo que los españoles aparecemos en muchas encuestas internacionales como los más tolerantes en valores.

Cada vez que debatimos sobre investigación, desarrollo y universidad, siempre aparece Cataluña en el horizonte. Programas como ICREA, centros como la Pompeu Fabra o la Universidad de Barcelona y académicos como Andreu Mas-Colell o Joan Massagué son ejemplos a seguir. Si queremos transformar nuestro modelo económico y fundamentarlo en la innovación, debemos mirarles con mucha atención y aprender de lo que están haciendo.

En definitiva, desde fuera de Cataluña somos muchos los que la hemos admirado, puesto que representaba lo que queríamos para el resto de nuestro país. La veíamos como un ejemplo de nuestras aspiraciones, como un modelo a seguir, como una ventana de aire fresco hacia la modernidad. Quizás, por estar más próximos a Europa, sabíamos que muchas de las soluciones a nuestros males vendrían desde Cataluña. Y como se ha visto en estas líneas, así ha sido en innumerables ocasiones.

Nosotros también hemos contribuido modestamente a una parte del éxito catalán. Aquello que más valor tiene en un territorio, las personas, emigraron a tierras catalanas en busca de un futuro mejor. Muchos de ellos encontraron lo que buscaban, un proyecto de vida, y se quedaron. Mientras en la España del interior perdíamos nuestra mayor riqueza, nuestra población, seguíamos mirando a Cataluña como ese lugar que aspirábamos a emular.

Somos muchos los que queremos y admiramos lo que Cataluña representa para España. Pero en unos momentos donde la fractura social ha alcanzado una brecha inimaginable, es cierto que va a ser necesaria una alta dosis de emoción y afecto. Aquellos que creemos en sociedades abiertas y plurales, no vamos a descansar hasta restaurar la convivencia. Creo en una sociedad donde puedan compartir el espacio público personas tan distintas como Gabriel Rufián y Rafael Hernando. Y no es una quimera. Lo que algunos tienen que empezar a entender es que se puede querer a España sin ser de derechas, de la misma manera que se puede querer a Cataluña sin ser independentista. Es cierto que el desenlace pasa por defender el orden constitucional, pero la solución no es solo jurídica. La fractura social es tan seria que va a ser necesario algo más que la aplicación de las leyes. La empatía, la tolerancia y la concordia son valores ahora muy necesarios. Las sociedades son fuertes cuando gentes que piensan de formas muy diversas conviven juntas, concluye diciendo Urquizu.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 3 de octubre de 2016

[A vuelapluma] La travesía del PSOE





Mis amigos, al menos aquellos que me conocen bien, se habrán extrañado de mi relativo silencio sobre el penoso espectáculo dado por los dirigentes del PSOE en su dramático Comité Federal del pasado domingo. Algo dije en las redes sociales, por ejemplo, que me negaba a condenar a ninguno de los dos grupos enfrentados porque consideraba a ambos igualmente culpables de la situación. A algunos eso les parecerá situarse au dessus de la mêlée para no comprometerme. Nada más lejos de la verdad porque como no soy ni militante ni afiliado al PSOE no tengo miedo alguno ni compromiso con nadie para decir lo que pienso, pero sí respeto profundo por aquellos que sí lo son y a quienes corresponde decidir el futuro de su partido. Les deseo valor y acierto, porque muchos españoles que confiamos y seguimos confiando en el proyecto socialdemócrata, ese que aúna libertad individual, igualdad política y solidaridad social y económica, y no en aventuras y quimeras populistas de izquierdas y de derechas, les necesitamos más que nunca.

En ese sentido, comparto la opinión que hoy expresa en El País el profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE por Teruel, Ignacio Urquizu, de que el principal problema del Partido Socialista no es tanto ideológico como de conexión con sectores representativos de los valores de progreso, conexión que entre las clases medias y medias-altas se sitúa ahora en tercera o cuarta posición. 

La calidad de cualquier democracia, señala Urquizu,  está muy relacionada con la calidad de su debate público. Ello exige que cuando se inicie una discusión, los argumentos que se pongan sobre la mesa sean rigurosos y certeros, y no un conjunto de lugares comunes, obviedades o consignas. El PSOE está inmerso en una discusión interna que, si no acertamos a resolver, puede dejarnos un largo tiempo en la oposición. Por ello, la salida del secretario general hace aún más urgente descifrar qué nos está pasando. La cuestión, dice, no es cómo solventamos nuestro trilema (Gobierno del PP, Gobierno alternativo y terceras elecciones). Este escenario, como el resto de fracturas por las que estamos pasando, es consecuencia de una dificultad mayor: los socialistas estamos encadenando sucesivas derrotas electorales.

Para muchos, añade más adelante, todo se reduce a una cuestión ideológica: “No somos suficientemente de izquierdas”. De ahí que se concentre nuestra energía en situar a Podemos como nuestro principal adversario y en justificar unos malos resultados con mantener la segunda posición y evitar el temido sorpasso. Siguiendo este hilo argumental, desbloquear la actual situación política se podría interpretar como una traición más a esos principios y valores. 

Aquellos que aceptan esta hipótesis, sigue diciendo, sitúan el origen de los problemas en la gestión de la crisis a partir de mayo de 2010. Pero esto es cuestionable. En primer lugar, eso significa obviar algunas realidades como que muchas de las medidas que se decidieron entonces eran el resultado de los desequilibrios que sufría la economía española durante la última década. De no haberse tomado, nuestro país estaría ahora en una situación peor.

En segundo lugar, añade, incluso medidas tan controvertidas como la reforma del artículo 135 de la Constitución contaban con más apoyo popular de lo que se dice. Los datos de Metroscopia de septiembre de 2011 muestran que un 62% de los españoles habría apoyado esta reforma constitucional en el caso de que se les hubiese consultado. Y si miramos por partidos, este porcentaje era del 60% para el electorado socialista. La crítica estaba en el procedimiento: el 61% consideraba que habría sido preferible celebrar un referéndum y solo el 32% justificó la urgencia para calmar a los mercados. En tercer lugar, es difícil que alguien que no se respeta a sí mismo y a su pasado sea respetado por los demás. En definitiva, aquellos años de gestión se han simplificado en exceso sin trazar un relato comprensible para el electorado de izquierdas.

Es cierto que en las grandes victorias electorales del Partido Socialista, señala, cuando superó los 10 millones de votos (1982, 2004 o 2008), el 50% de la extrema izquierda y como mínimo el 70% de la izquierda apoyaba al PSOE. Estos datos están muy alejados de las elecciones de 2015 y 2016. El 20 de diciembre, los apoyos socialistas en la extrema izquierda fueron del 18%, mientras que en la izquierda la intención directa de voto se situó por debajo del 40%. El 26 de junio, estos porcentajes fueron todavía inferiores y se situaron en el 14% y el 30% respectivamente.

Pero el principal problema del PSOE, dice, es algo más que ideológico. Es decir, reducir todo a una cuestión de izquierda y derecha es una simplificación excesiva de la realidad. Cuando se miran con detalle algunos datos más, se descubre una falta de conexión con las capas más avanzadas de la sociedad. Dicho de otra forma, la dificultad del PSOE va más allá de que no sea percibido como un partido progresista.

Si analizamos los apoyos electorales según el tamaño de nuestros municipios, añade, vemos que en las ciudades de más de 50.000 habitantes el Partido Socialista viene siendo, como mucho, la tercera fuerza política en las dos últimas elecciones generales. En urbes tan significativas como Madrid o Valencia, el PSOE se situó como la tercera fuerza. Por no hablar de lugares como Barcelona o Bilbao, donde caímos a la cuarta posición el 26-J. En las recientes elecciones vascas, en dos de las tres capitales de provincia el PSE ocupó la quinta posición. Las comunidades autónomas con mayor renta per cápita mostraron un cuadro parecido. En la Comunidad de Madrid, en el País Vasco y en Navarra, el PSOE fue la tercera fuerza política el 26-J. En Cataluña caímos a la cuarta posición.

Al mismo tiempo, continúa diciendo, cuando pasamos a mirar los datos de las encuestas del CIS, vemos que el Partido Socialista solo es capaz de ser una alternativa al PP entre los ciudadanos que tienen, como mucho, los primeros años de educación secundaria. En cambio, entre aquellos que declaran tener estudios superiores, el PSOE cae a la cuarta posición. Si analizamos los datos de todas las elecciones, nunca el Partido Socialista había tenido tan pocos apoyos entre la gente con estudios universitarios. Por clases sociales, el PSOE solo obtiene un amplio apoyo entre los obreros, mientras que en las clases medias y en las clases medias-altas se sitúa en tercera o cuarta posición. Esto no siempre ha sido así. En los años ochenta y en las dos victorias electorales de José Luis Rodríguez Zapatero, las clases medias depositaron su confianza de forma mayoritaria en el Partido Socialista.

Todos estos indicadores, dice más adelante, apuntan a que el PSOE ha perdido el apoyo de los sectores más avanzados de nuestra sociedad. Las grandes ciudades, las clases medias o las personas con estudios superiores suelen ser muy representativas de la modernidad. No es casual que Podemos haya tenido mayores niveles de confianza.

En definitiva, el principal problema del Partido Socialista no es tanto ideológico, sino de conexión con sectores de la sociedad que son muy representativos de los valores de progreso. Así, añade, el PSOE debe comenzar a pensar cómo vuelve a conectar con unos grupos sociales en los que sí fue un referente en el pasado. Pero para saber qué nos está pasando, no podemos precipitarnos. Esta reflexión, si queremos que sea certera y profunda, requiere más tiempo que el mes que la dirección saliente defendía.

Seguramente, concluye diciendo, deberemos abrirnos a nuevas ideas, ser valientes en los debates, quitarnos muchos prejuicios y ser conscientes de que los retos de la sociedad del futuro exigen medidas audaces. Así, combatir la desigualdad exige modernizar nuestro Estado de bienestar, o tener una economía más competitiva implicará una mayor racionalización de nuestro sistema productivo. Lo que cambia el mundo no son los golpes de efecto o los tuits, sino las ideas. En este aspecto, el Partido Socialista tiene una amplia tarea por delante. Solo así dejaremos de perder las elecciones ante el peor Gobierno de nuestra democracia.




Imagen de Eulogia Merle para El País




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domingo, 28 de octubre de 2012

La socialdemocracia y la crisis




Viñeta de Erlich en "El País"


Este vídeo complementa la entrada del blog de esta misma fecha titulada "Capitalismo y Estado de Bienestar, ¿son incompatibles?". Es una grabación de la sesión introductoria del seminario impartido en abril pasado en la Universidad de Gerona por el profesor de la UCM Ignacio Urquizu, dedicado a analizar el papel de la socialdemocracia tras la gran recesión.

Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno.Tamaragua, amigos. HArendt







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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)

Capitalismo y Estado de Bienestar, ¿son incompatibles?





El profesor Norberto Bobbio (1909-2004)



Cada día me cuesta más ponerme a escribir, tal vez por que cada día tengo menos cosas que decir. Me vencen el desánimo y la desesperanza. Todo es análisis económico y yo, lo reconozco, de economía no entiendo nada. La padezco, pero no la entiendo. Como la mayoría de los españoles y de los ciudadanos y personas de allende los Pirineos y el mar. 

Hace escasos días leía en el último número de Revista de Libros un demoledor artículo, titulado "Los esclavos felices", que constituye todo un alegato contra la socialdemocracia y su incapacidad para gestionar eso que hemos venido en llamar "Estado de Bienestar". Está escrito por un reconocido economista, Raimundo Ortega, y comenta y crítica con enorme dureza el libro de otro economista, José V. Sevilla, titulado El declive de la socialdemocracia (RBA, Barcelona, 2012), que defiende todo lo contrario de nuestro articulista sobre la gestión de la crisis económica que nos asola.

Hay en el texto de Ortega dos afirmaciones con las que resulta difícil no estar de acuerdo: la primera, que "la socialdemocracia está varada en un dilema angustioso"; la segunda, que "la redistribución de la renta no es un derecho político que no imponga obligaciones a sus beneficiarios". Todo lo demás se me escapa, así que les remito al enlace de más arriba. Por cierto,  para mayor profundización académica al respecto, les invito a leer las voces "capitalismo" y "estado de bienestar", respectivamente, en el Diccionario de Política, tomo I, de Noberto Bobbio y otros (Siglo XXI, México, 1994).

De Norberto Bobbio y su libro Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política (Taurus, Madrid, 1995), escribe hoy en El País el profesor de la UNED, Santos Juliá, citando a ambos en un interesante artículo que lleva el sugestivo título de "Desigualdad como antesala de la ruina", que como resulta casi obvio, no comparte los criterios economicistas de Raimundo Ortega. Les remito, igualmente, a su lectura.

Les recomiendo igualmente leer la entrevista que el diario "Público" realizaba en sus páginas el pasado día 22 a los economistas y profesores Vicenç Navarro y Juan Torres López, titulada "El capitalismo cada día más incompatible con la democracia", en la que comentan su libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero (Espasa-Calpe, Madrid, 2012). Merece la pena.

Personalmente no creo en el valor ni la dignidad de las personas según su clasificación ideológica. Tampoco en que los que se clasifican como de "derechas" sean mejores ni más listos que los que nos ubicamos políticamente en la "izquierda", aunque es cierto que a los primeros parece irles mucho mejor que a los segundos en la situación actual. Tampoco tengo excesiva confianza en esa izquierda utópica que todo lo confía a la revolución social y política. Supongo que es cuestión de temperamento (hablo del mio, por supuesto), pero coincido en que "algo" y "pronto", por no decir "ya mismo", hay que hacer. ¿Pero dónde está la propuesta de la "izquierda"? Avísenme si la vislumbran, por favor.

En la siguiente entrada del blog, la 1750, pueden acceder a un vídeo sobre la socialdemocracia y la crisis, con la grabación de la sesión introductoria del seminario impartido el pasado mes de abril en la Universidad de Gerona por el profesor de la UCM, Ignacio Urquizu, bajo el título de "El futuro de la socialdemocracia tras la gran recesión".  

Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt




Portada de "Derecha e Izquierda", de N.Bobbio




Entrada núm. 1749
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