jueves, 27 de febrero de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 27 de febrero

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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 26 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] La insoportable dimensión del ruido



Obreros trabajando en Londres


"Vayas a donde vayas, hay una radial esperándote -comenta en el A vuelapluma de hoy martes la escritora Flavia Company-. Una hormigonera. Un martillo neumático. Avionetas que sobrevuelan. Un equipo de música –­hasta en la playa­­; pero por todos los santos, ¿se sabe que existe una maravilla llamada sonido del mar, y que resulta relajante escucharlo?–. Individuos que gritan. Un taladro. Un cortacéspedes. Un minipimer. Máquinas de todas las clases, algunas indescriptibles. Engendros que producen una infinidad de ruidos, ensordecedores, que cubren el sonido del mundo. Y no sólo el del mundo, no, también el nuestro. La radial nos corta los pensamientos, el martillo machaca nuestros sentimientos, los equipos de música desvirtúan nuestra melodía in­terior, los gritos nos abruman, los cortacéspedes nos aturden, el minipimer se adentra en nuestro apabullado cerebro y las avionetas lanzan ráfagas de inquietud sobre nuestras cabezas.

Los transportes públicos y privados –autocares, metros, barcos, aviones– y sus andenes o estaciones disponen de sistemas audiovisuales con volumen. De altavoces que emiten mensajes que nadie comprende. Los espacios comunes –grandes superficies, hospitales, clínicas, ascensores– presumen de hilo musical. Casi todo el mundo enciende algo que suena al llegar a su coche o a su casa –y muchas de esas personas se han dirigido hasta allí con unos auriculares en funcionamiento, en numerosas ocasiones a volúmenes que permiten que los oiga alguien que esté cerca de ellos–.

La dimensión del ruido es planetaria. Pocos rincones quedan en los que pueda disfrutarse de una paz exterior que sea reflejo de la interior. O que convoquen la paz, si no se tiene. Y lo peor de todo es que nos estamos acostumbrando –ya estamos acostumbrados– y, por esa razón, creemos escuchar silencio en lugares llenos de ruido. Motores que arrancan, puertas que golpean, coches que corren, aires acondicionados, sierras eléctricas, depuradoras de piscinas, helicópteros, motos terrestres o acuáticas. Vecinos de asiento, en el cine o en el teatro, que comen palomitas o que contestan al móvil y mantienen una conversación.

¿Qué nos pasa? ¿Y si empezamos a darnos cuenta? ¿Y si intentamos hacer menos ruido? Lo que daría por que alguien tuviera una voz tan fuerte como para llegar al mundo entero y soltar un enorme, largo y efectivo sssssssssshhhhhhhhhhhhhhhhh".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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[TEORÍA POLÍTICA] Una enorme y frágil esperanza



Dibujo de Raquel Marín para El País


"El Gobierno de Sánchez-Iglesias representa para todos los demócratas europeos una enorme y frágil esperanza -escribe el filósofo y director de la revista MicroMega, Paolo Flores d’Arcais-. También supone una oportunidad de aprendizaje, si es que de la historia y de la crónica se sabe aprender algo (por lo general, en cambio, suelen repetirse los errores cometidos por otros).

Es una esperanza porque va a contracorriente respecto a la marea de revanchismo de derechas, rayano en el prefascismo, que desde hace ya demasiados años parece extenderse incontenible por Occidente, con Orban en Hungría, Kaczynski en Polonia, Vox en España (propiciado por los años de Rajoy), AfD en Alemania, Salvini+Meloni en Italia, una Le Pen ya permanentemente competitiva en Francia, por no hablar de Holanda y de los países nórdicos, donde hasta ayer mismo estas derechas eran simplemente impensables (y sin mencionar a Trump, por supuesto).

Es una esperanza porque el programa acordado entre el PSOE y Podemos trata de afrontar la raíz de la marea derechista: la creciente desigualdad de ingresos y de estatus que desde hace décadas no ha dejado de crecer en las sociedades occidentales, con los pobres cada vez más pobres, los muy ricos cada vez más cresos, y las clases medias cada vez más en peligro, con la estela de ansiedad y miedo que la falta de políticas de izquierda ha regalado a las derechas más extremas. Unas derechas antidemocráticas que reemplazan tradicionalmente los problemas con los chivos expiatorios, la omnipotencia de la finanza sin regulación y del empresariado desenfrenado, que es la causa principal de los problemas que están doblegando a las democracias occidentales, con el miedo a los inmigrantes, un chivo expiatorio perfecto, dado que bucea en las profundidades psíquicas del nosotros/ellos presentes en cada Homo sapiens y que solo el bienestar, la igualdad y la educación pueden mantener bajo control, pues de lo contrario resurge la pulsión premoderna de la identidad de “fe, sangre, suelo”.

El programa de Gobierno es muy detallado, los defensores del statu quo lo tacharán de mera “lista de sueños”, demasiado ambicioso, demasiado radical. Muy al contrario, se trata de un preciso catálogo de todo lo que resulta absolutamente necesario hoy para poder hablar de reformismo. Si parece radical es solo porque en Europa nos hemos acostumbrado durante décadas a considerar que el reformismo no es lo opuesto al conservadurismo sino lo contrario a la revolución, y nada más.

El programa Sánchez-Iglesias, por el contrario, vuelve a vincularse con la tradición reformista, y a situar en el centro no la “empresa” en abstracto sino a los trabajadores, poniendo entre paréntesis de manera significativa la “reforma laboral”, es decir, las leyes contra los trabajadores de Rajoy, y anunciando al contrario un nuevo Estatuto de los trabajadores que represente una garantía para todo el variado mundo del trabajo posfordista que, privado de la gran fábrica como un lugar de agregación y organización, se encuentra cada vez más a menudo a merced de una indecente hiperexplotación, a la que la desregulación liberalista y la globalización han dado legitimidad hasta ahora.

También trata de dar una centralidad no declamatoria, sino concretamente operativa, de manera gradual pero partiendo de hoy mismo, a la urgencia ecológica, a la que en los foros internacionales muchos Gobiernos hacen zalamerías para no tomar después las medidas energéticas (¡radicales!) que la emergencia climática en el acto exige. E intenta revertir esa tendencia que ha visto crecer enormemente en el último medio siglo la brecha entre ricos y pobres a través de medidas como el aumento del salario mínimo (¿hasta 1.200 euros? Un sueño, en Italia), el incremento significativo de los impuestos para los ingresos más altos y las grandes empresas, la ampliación de las prestaciones del servicio de salud pública (con la introducción del dentista), el control del aumento de los alquileres, la extensión de la educación a la franja de cero a tres años y una vuelta de tuerca a las escuelas privadas, una fuente de desigualdad muy a menudo subestimada.

Por último, la derogación de la ley mordaza indica una voluntad de defensa de las libertades que alimenta esperanzas de que el aumento de las libertades civiles involucre también a otros sectores, incluido el tan acuciante como arduo, especialmente en países donde ha resultado sofocante el peso del poder católico, de las cuestiones bioéticas: el derecho de cada persona a decidir sobre nacimiento, vida sexual, muerte.

Sin embargo, es una esperanza frágil, como hemos subrayado. La mayoría que la sustenta se basa en una “nimiedad” en términos de votos. Un par de ausencias en el Parlamento la pondrían en peligro. O el chaqueteo de un par de parlamentarios, propiciado acaso por el poder de la máquina corruptora o intimidatoria del que siempre dispone el establishment económico y sus ramificaciones políticas.

Y aquí llega, inevitable, la primera enseñanza. Hace solo unos meses, en las elecciones de abril de 2019, la misma coalición de hoy habría tenido, y de hecho tenía, una mayor consistencia y, por lo tanto, menos fragilidad. Pero Sánchez optó en ese momento por el egoísmo de partido, el espejismo de ganar votos sustrayéndoselos a Podemos, en lugar de dar coherencia a la vocación reformista, con la que además había derrotado en el seno del PSOE a Susana Díaz, el alma del establishment, la Blair del partido.

La enseñanza es aquí doble. Errare humanum est, perseverare autem diabolicum, y, por lo tanto, cuando se comete un error, ha de tenerse el valor de admitirlo para remediarlo. Afortunadamente, Sánchez lo ha hecho (lo cual es raro entre los políticos) e Iglesias no se lo ha hecho pesar (tampoco este generoso realismo es habitual en la izquierda, por desgracia). Pero la enseñanza de fondo es que carece de sentido una izquierda que no actúe como tal, que compita con la derecha en su terreno, que considere la “moderación”, es decir, someterse al estado de cosas vigente para administrarlo, como la más alta virtud de reformismo.

Debería ser obvio, lo es incluso etimológicamente, que reformismo significa re-formar, dar una forma nueva a las relaciones de poder político, económico y cultural. Inyectar dosis masivas de igualdad (MASIVAS), allá donde los automatismos del mercado impulsan el crecimiento del privilegio y la hybris de la explotación. Para una política democrática, redistribuir la riqueza es tan importante como producirla, a menudo incluso más importante.

Al fin y al cabo, solo una política de justicia y libertad, fuertemente social en lo económico y fuertemente liberal (por lo tanto, estrictamente laica) en términos de derechos civiles individuales, podrá evitar que la cuestión nacional, principalmente la de Cataluña, se imponga como el problema dominante y, de hecho, único, para celebrar elecciones/plebiscitos que oscurezcan los problemas sociales, como esperan los reaccionarios y los privilegiados.

La cuestión catalana merece obviamente un análisis por separado. Aquí, sin embargo, es de rigor subrayar al menos la lucidez y el coraje político (y también personal) de Oriol Junqueras, que ha conducido a Esquerra Republicana por una ruta de colisión con los conservadores independentistas de Puigdemont con tal de evitar el fantasma del regreso de las derechas al poder.

La permanencia en prisión de Junqueras y de todos los demás condenados sigue siendo una vergüenza y un obstáculo, y es de esperar que un Gobierno capaz de acrecentar rápidamente los consensos mediante su política social y de defensa de las libertades sepa encontrar las herramientas legales para ponerle fin. De lo contrario, la fragilidad podría derivar en desplome".



El filósofo Paolo Flores D'Arcais


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 26 de febrero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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martes, 25 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Cuatro reglas





"Por lo que pueda pasar -afirma en el A vuelapluma de hoy martes el escritor Manuel Vicent-, no te olvides de los cuatro puntos cardinales que aprendiste en la escuela, norte, sur, este y oeste, porque, tal como vienen los telediarios, algún día no lejano, los podrías necesitar. Bastará con que se produzca una tormenta solar más bestia de lo normal para que todas las ondas de orientación electro-magnética queden anuladas. En ese caso, perdidos en la tierra o en el mar, para orientarse habría que volver a mirar el sol y las estrellas, como hacían los antiguos hace miles de años. A fin de cuentas, lo sustancial en esta vida consiste en no meterse en más charcos de los necesarios, en no ir pisando mierdas por doquier y en corregir el camino de perdición por el que nos lleva alguna vez el azar de los zapatos. Y para eso no se necesita el GPS ni ninguna nueva aplicación del 5G. Por otra parte, tampoco conviene olvidar las cuatro reglas de las matemáticas, sumar, restar, dividir y multiplicar, porque si la economía del mercado global se viene abajo, como anuncian los profetas, habrá que volver al mercado de la esquina y allí ningún logaritmo, cálculo diferencial, mecánica cuántica nos servirá para discutir con el tendero el precio de la fruta, de la carne o del pescado. Bastará con saber los números de la balanza. Tampoco los políticos deberían desconocer las cuatro reglas esenciales del buen gobierno. De hecho, por 40 euros tienen a su alcance el conocimiento necesario. Para que su ignorancia no nos humille deberían leer El arte de la guerra, de Sun Tzu, El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, El arte de la prudencia, de Baltasar Gracián, y añadir como aderezo a Karl Marx, Adam Smith y Karl Popper, si quieren sacar nota. Encontrar el norte de la vida sin GPS, contar con los dedos de las manos, saber el valor del dinero de bolsillo, y no votar a ningún político idiota, con eso basta para ir tirando si vienen mal dadas".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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[ARCHIVO DEL BLOG] Hans Küng. (Publicada el 8 de agosto de 2009)




El teólogo Hans Küng



Creo que ya he comentado anteriormente que mis dos personajes favoritos de ficción, ambos femeninos, son los de Ifigenia (Eurípides: "Ifigenia en Áulide", Cátedra, Madrid, 2004), y el de Antígona (Sófocles: "Antígona", ibíd.). En cuanto a personajes de la vida real, entre mis contemporáneos más admirados, y por sólo citar dos, están la politóloga norteamericana de origen judeo-alemán, Hannah Arendt (1906-1975), y el teólogo suizo, católico, Hans Küng (1928).

De Küng estoy leyendo en estos días con inmenso placer el segundo tomo de sus memorias: "Verdad controvertida. Memorias" (Trotta, Madrid, 2009), que abarca el período 1968-2007, con episodios tan relevantes como su enfrentamiento con el Santo Oficio romano (la Inquisición actual), la prohibición de enseñar dictada contra él por el papa Juan Pablo II, y las relaciones primero amistosas y luego tirantes, pero siempre respetuosas, con su ex-compañero de cátedra en la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger, ahora papa con el nombre de Benedicto XVI.

No estoy intentando crear un paralelismo entre ellos, pero si el personaje de Ifigenia cautiva por su inocente voluntad de entrega a los dioses, hasta el sacrificio, los de Antígona, Arendt y Küng, son paradigmas de la voluntad de defender contra todos y frente a todos, su libertad de criterio y opinión, en búsqueda de la verdad.

Mi primera lectura de Hans Küng fue "Ser cristiano" (Cristiandad, Madrid, 1974), hace más de treinta años, que me impresionó sobremanera, y que devoré durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Luego, más tarde, y a lo largo de estos años, vendrían las lecturas de otros libros suyos como "¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo" (1978), "Proyecto de una ética mundial" (1990), "El judaísmo. Pasado, presente, futuro" (1991), "El cristianismo. Esencia e historia" (1994), "Libertad conquistada. Memorias" (2002), y "Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo" (2007). También durante muchos años estuve suscrito y fui lector fiel de la edición española de la revista internacional de teología "Concilium", fundada por él.

Ninguna de estas lecturas, ni de otras muchas sobre el cristianismo y las religiones de la tierra, ha hecho tambalear mi falta de fe en Dios o la vida eterna. Sigo sin creer en ninguno de los dos, pero que nadie confunda falta de fe con falta de respeto por el fenómeno religioso, que no sólo no me es ajeno, sino que me interesa profundamente. Les recomiendo la lectura de estas memorias del gran teólogo suizo Hans Küng, estoy seguro de que disfrutarán de ellas y aprenderán lo que "vale un peine" cuando alguien se rebela contra la autoridad despótica de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana en búsqueda y defensa de la verdad esencial del cristianismo.

Justo un mes después de su muerte, en febrero de 2006, la revista de filosofía "El Ciervo" publicaba un hermoso artículo del teólogo español Casiano Floristán, compañero de Hans Küng en la Universidad de Tubinga, en homenaje a su colega, titulado "Hans Küng, un teólogo muy generoso", que es un estupendo resumen de las vicisitudes teológicas, personales y vitales del gran teólogo suizo. Les dejo con él. HArendt



Portada de El Ciervo. Febrero, 2006


"Hans Küng, un teólogo muy generoso", por Casiano Floristán
Revista El Ciervo, febrero 2006


Vi por primera vez a Hans Küng en junio de 1960, en el patio del seminario católico Wilhelmstift de Tubinga con su pelo ondulado, tupé rubio, gafas “Truman”, tez curtida por los aires y soles del montañismo y la natación, mirada socarrona, sonriente y apuesto. Iba con sandalias sin calcetines, más parecido a un franciscano de Asís que a un jesuita de Roma. Sospecho que sus zapatos los dejó en el Colegium Germanicum et Hungaricum de Roma, donde cursó tres años de filosofía y cuatro de teología (1948-1955). Llamativo contraste: mientras que algunos españoles subíamos a Alemania a estudiar teología, un suizo-alemán bajaba a cursarla en la Gregoriana de Roma. Dice Küng en sus memorias con ironía: “La Roma católica me convirtió en un católico frente a la Roma de la curia”. Ejemplar conversión.

Hans se ordenó sacerdote diocesano el 9 de mayo de 1955 y celebró su primera misa en la cripta de San Pedro, debajo de la cúpula vaticana, sin que se conmovieran sus cimientos. Sin duda, hubo amigos y familiares sólidamente cristianos que rezaron para que el misacantano saliese airoso de sus futuros combates con los responsables de la curia romana. Ese día le rodearon sus padres y hermanos. Todos han hecho piña a su alrededor cuando ha recibido un premio académico o un monitum de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora Santo Oficio, vigilado por los cardenales, Ottaviani primero, y Ratzinger después.

Al volver de estudiar en Roma y pasar por su casa familiar de Sursee, pueblo suizo donde había nacido en 1928, camino de París para obtener su doctorado, se puso unos zapatos ecuménicos del almacén de su padre, comerciante de calzados, con cuya compraventa se ganaba el pan y las salchichas para su familia numerosa.

En los dos años de París redactó brillantemente su tesis sobre la justificación en Karl Barth, teólogo protestante suizo, con quien trabó gran amistad. La publicación de su trabajo causó sensación, tanto en los medios teológicos católicos como en los protestantes. Empezó a ser conocido en toda Europa, a repensar la teología de arriba abajo y a ser vigilado por monseñores germanos y romanos. Los guardias suizos del Vaticano –por respeto a su paisano– quedaron al margen.

Entonces recibió la llamada de la Universidad de Tubinga. Se hizo cargo a sus 32 años de la cátedra de teología fundamental en la Facultad de Teología Católica. Justamente en enero de 1959, un año antes, había convocado Juan XXIII el Vaticano II. Casualmente yo había aprobado en diciembre de 1959 mi tesis sobre las relaciones entre la pastoral alemana y la sociología religiosa francesa, bajo la dirección del pastoralista Arnold. Por Arnold supe que el claustro de la Facultad católica de Tubinga había aceptado en 1959 a Hans Küng como catedrático en lugar de Urs von Balthasar, exquisito teólogo de la estética, la dramática y la música celestial.

Por cierto, yo regresé de Tubinga a mi diócesis de Pamplona con mi doctorado en pastoral. Al parecer era el primero que obtenía este título en España. Un cura navarro guasón, amigo mío, me presentó a los sacerdotes diocesanos así: este es Casiano, primer pastoralista de España y quinto de Alemania.

Volvamos a Tubinga. Los profesores Küng y Ratzinger, de la misma edad, coincidieron amigablemente tres años en la Facultad de Teología de esa preciosa ciudad, de 1965 a 1968. La revuelta estudiantil del 68 ahuyentó a Ratzinger de la Tubinga liberal a la Babiera conservadora y afianzó a Küng en su cátedra, tapizada de libertad y de verdad. Uno llegó a ser el vigilante de la fe y otro el vigilado. Ratzinger se apuntó a las decisiones inquisitoriales y Küng a las preguntas inquisitivas.

En poco tiempo se hizo Hans con el dominio de las principales lenguas europeas. Lo pude comprobar anualmente en las reuniones de la revista internacional Concilium, durante la semana de Pentecostés, a lo largo de dieciocho años, a partir de 1973, en cuyo consejo editorial ingresé con Gustavo Gutiérrez. La revista Concilium había sido fundada en 1964 por los teólogos Rahner, Congar, Schillebeeckx y Küng. Las discusiones de Küng con los colegas germanos, franceses y angloamericanos sobre cualquier tema, en cualquier idioma, eran admirables. En 1975 fui a la reunión anual de Concilium, aquel año en Nimega, con la encomienda –por parte de unos curas de Vallecas– de traer una buena suma de marcos o dólares para pagar las homilías multadas de aquellos clérigos inquietos y ayudar a los curas que estaban en la cárcel concordataria de Zamora jugando al mus. Pasé la gorra y obtuve el equivalente de lo que entonces costaba un Seat 600. No sólo fue Küng el más generoso, sino que me dijo: “Si no basta, me lo dices”.

Al final del encuentro nos predicaban Rahner o Congar –uno sordo y otro en silla de ruedas–, pero maestros espirituales indiscutibles de la eucaristía final, celebrada en gregoriano y en latín. Menos mal que nunca se asomó por allí un grupo de progres del 68 para increparnos de reaccionarios. Definitivamente quedé admirado de aquellos grandes teólogos: eran piadosos y cantaban bien el gregoriano. Hans Küng sabía más latín que los demás, ya que lo había perfeccionado en Roma a base de silogismos.

Soy testigo del cambio que, por influencia de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, hicieron los teólogos de Concilium respecto de la teología de la liberación, reconocida con magnanimidad. Hubo quienes aprendieron castellano para leer directamente los textos básicos latinoamericanos, editados en España, que yo me encargué de que los recibieran.

Las críticas de Küng sin pelos en la lengua a la curia romana han sido siempre claras y contundentes. “La nueva teología conciliar y posconciliar –afirma– apenas ha entrado en la curia”, en la que “se mantienen los privilegios y prerrogativas romanos usuales desde la Edad Media”. No cede Hans a los chantajes, huye de los aduladores y no se considera un “lobo solitario” ni un teólogo con “afecto antirromano”.

Nombrado en 1962 por Juan XXIII “perito conciliar”, trabajó activamente en el Vaticano II. Vivió paso a paso las cuatro sesiones conciliares, examinó los esquemas y los juzgó con lucidez singular. Como sabía escribir muy bien en latín, redactó muchas propuestas para que los obispos amigos renovadores las llevasen al aula conciliar. “No pongas mi intervención en un latín demasiado culto –le dijo una vez el cardenal belga Suenens– porque los obispos del Concilio no lo entienden. Hazlo en un latín macarrónico”.

Küng reconoce que el Concilio aceptó una serie de propósitos reformadores centrales. “A pesar de todas las decepciones –afirma–, el Concilio ha merecido la pena”.

Describe en el primer tomo de sus memorias los rasgos de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI con vigor y sin acritud, con seriedad y una buena dosis de humor. Esperamos su juicio sobre Juan Pablo II en el segundo tomo. Retrata a los grandes teólogos que ha conocido, valora y pondera sus contribuciones, admira a los exégetas seriamente documentados y muestra sintonía con los métodos histórico-críticos, que conoce y utiliza. Perito oficial del Vaticano II, ha sido discutido por sus escritos. Propuesto en una consulta popular como candidato al obispado de Basilea, la Congregación de la Doctrina de la Fe le retiró en 1979 la misión canónica de enseñar en la Facultad de Teología de Tubinga. No podía ser considerado teólogo católico. Pienso que esto le ocurrió, no sólo por sus consideraciones teológicas, sino por sus desconsideraciones respecto del Papa y del Opus.

No obstante, siguió en esta prestigiosa universidad estatal como profesor interfacultativo de teología ecuménica por decisión del rectorado. Su lema es “decir una palabra clara, con franqueza cristiana, sin miedo a los tronos de los prelados”. Cuando le dicen “siempre fue así”, contesta: “¿Fue siempre así? ¿Y tiene que ser siempre así?” Le han acusado de que ha hecho todo “demasiado pronto”, como si esto fuera un desvarío. “Los teólogos –sentenció en una ocasión– no producen las crisis; simplemente las señalan”.

Al acabar la segunda sesión del Vaticano II en 1963, fue retirado de la circulación un libro suyo sobre el Concilio. Al terminar el Vaticano II provocaron muchas discusiones sus obras sobre la Iglesia y sus estructuras. En 1970 levantó una gran polvareda su reflexión sobre la infalibilidad. Son incisivos sus últimos libros sobre la Iglesia Católica y sobre la mujer. Permanentemente crítico frente al “sistema romano", ha mantenido con coraje su pertenencia activa a la Iglesia o –como él mismo señala–, a su “terruño espiritual”, que es el cristianismo.

Hans conoce los problemas culturales de nuestra época, la tradición cristiana, la situación espiritual de cada momento, el presente de las Iglesias y las grandes religiones hoy activas. Es maestro como expositor, tiene antenas para captar la modernidad y la posmodernidad, sintetiza investigaciones exegéticas e históricas y acuña brillantemente nuevas interpretaciones teológicas. Ha dado la vuelta al mundo por lo menos dos veces. Por eso escribe –como lo recalca él mismo– desde un “horizonte universal”.

Uno de los grandes temas que ha tratado Hans Küng es la esencia del cristianismo. Su respuesta es contundente: “No hay cristianismo sin Cristo”. Por eso el cristianismo como religión no es meramente una idea (justicia o amor, por ejemplo), ni unos dogmas (cristológicos o trinitarios), ni una cosmovisión (frente a visiones ateas), sino la persona de Cristo Jesús. Jesucristo es la figura básica viviente de los cristianos, el centro del cristianismo. Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo, ni reunión de cristianos.

Creó la Fundación Ética Mundial, de la que es director desde 1995, dedicada al fomento del diálogo interreligioso sobre postulados éticos. Ha logrado en poco tiempo que su Proyecto de ética mundial se extienda por todo el mundo, traducido a quince idiomas.

Vino a Madrid en la primavera de 1957 a estudiar español, vivió en la Mutual del Clero y asistió a una corrida de toros y decidió no volver más. Como a mí me gustan los toros y estamos en España, me atrevo a decirle a Hans que sabe torear divinamente astados escolásticos, brinda desde el centro del ruedo a un gentío universal sentado democráticamente en la plaza, pone banderillas a miuras que saben latín, da naturales con la izquierda a victorinos curialistas y ejecuta la suerte de matar a la primera, después de haber recibido algunas volteretas y cornadas clericales. Al final, ovación, dos orejas, vuelta al ruedo y salida a hombros por la puerta grande conciliar.




El teólogo Casiano Floristán



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