sábado, 5 de julio de 2008

*Educación sentimental




Edith Piaf


No tengo la menor idea de quién es ese (o esa) C. Galilea que firma el reportaje titulado "Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX" en la revista Babelia, uno de los suplementos semanales de El País. Da lo mismo quién sea, me ha emocionado con ese recorrido sentimental por la canción francesa de la última mitad del pasado siglo: Brel, Gainsbourg, Brassens, Gréco, Ferré, Hardy (mi musa), Piaf, Nougaro..., siempre comprometida (con la vida, el amor, el arte...), y siempre hermosísima. Ante tantos hechos y tantas gentes que profanan diariamente la vida, nada como la música para reconciliarnos con nosotros mismos, con la existencia, con los demás y con cuanto nos une como humanos... Y gracias especialísimas a Francoise Hardy: ella, su voz y su "Tous les garçons et les filles" encandilaron y encendieron mi juventud... Nunca la olvidaré... HArendt



El cantautor belga Jacques Brel


"Los elegidos. La memoria sentimental del siglo XX", por C. Galilea

Jacques Brel: Viaje a la libertad. Era belga como Tintín. Se fue hace treinta años aunque ya había abandonado los escenarios en 1967. Compró un velero para surcar los mares cálidos con su última compañera, viaje iniciático de quien se sabía ya enfermo de cáncer. Y halló la libertad en las Marquesas, esas islas donde "el mar se rasga y el tiempo se inmoviliza", y donde él descansa cerca de la tumba de Gauguin. Contradictorio -"sólo los imbéciles no cambian nunca de opinión"-, Brel despreció a los burgueses, asustó a las beatas, lloró por sus amigos, se enfadó con los flamencos... Supo retratar las miserias, miedos y maldades del ser humano con una lucidez perturbadora y una delicada ternura: Ne me quitte pas -"un hombre no debería cantar esas cosas", llegó a decir Piaf-, La valse à mille temps, Quand on n'a que l'amour, Le plat pays...

Serge Gainsbourg: El feo más 'sexy'. Decía: con mi careto no voy a hacer de crooner así que voy a provocar. Solitario y misógino, de su brazo andaban las mujeres más deseadas de París, y sus canciones -un patchwork de sonidos inteligentemente reciclados- las grabaron desde Brigitte Bardot, Isabelle Adjani o Catherine Deneuve hasta Vanessa Paradis, France Gall (la eurovisiva -1965- Poupée de cire, poupée de son) o Françoise Hardy. Envuelto en el humo de sus Gitanes, Gainsbourg era el personaje seductor, dandi cínico y desengañado, que fue creando Lucien Ginzburg, hijo de rusos judíos. Recibió amenazas de militares cuando puso ritmo de reggae a La Marsellesa y levantó ampollas al grabar Lemon incest con su hija Charlotte. Antes ya había escandalizado con Je t'aime, moi non plus a dúo con Jane Birkin. Murió con 62 años en su piso de la calle de Verneuil.

Georges Brassens: Un hombre libre. En su pasaporte, como profesión, ponía "hombre de letras". Sólo voz, guitarra y contrabajo: para no distraer de la palabra. Decía mierda o puta, con crudeza y ternura, porque la obra del autor de La mauvaise réputation o Chanson pour l'Auvergnat es un canto contra la autoridad, una denuncia del puritanismo y la falsedad. Hace dos años, a los 25 de su muerte, se editaron Elle est à toi cette chanson -su obra de estudio en 15 discos- y Oeuvres complètes -las letras de todas sus canciones-. Ya hay más de 50 libros sobre Brassens, que da nombre a calles, parques, escuelas o bibliotecas de más de 500 poblaciones de Francia. Hombre libre, no le importaron dinero ni honores: quiso ser invisible para los poderosos. Está enterrado en Sète, su ciudad natal, en el cementerio conocido como "de los pobres".

Juliette Gréco: La musa existencialista. Uno de los grandes mitos de la canción francesa: musa del Saint-Germain-des-Près de los existencialistas, en el que ella cantaba Si tu t'imagines o Je hais les dimanches. Aquella joven delgada, de ojos oscuros y profundos, y rostro muy pálido, cuyos largos jerséis y pantalones negros inspiraron entonces a tantas chicas, representaba el personaje de la mujer que asume su libertad, distante, provocadora, misteriosa... Juliette Gréco (Montpellier, 1927), que a mediados de los años sesenta aterrorizó a los telespectadores franceses paseando de noche como un fantasma por los pasillos del Museo del Louvre, logró ser popular a través de un repertorio refinado escrito por Prévert y Kosma, Vian, Ferré, Brel, Sagan, Gainsbourg, Desnos, Queneau. La Gréco actuó también en obras de teatro y películas de Jean Renoir, Otto Preminger o John Huston.

Léo Ferré: Corazon anarquista. El autor de canciones tan hermosas e intensas como Avec le temps musicó a Rimbaud y Baudelaire, dirigió obras de Ravel o Beethoven, deseó a los hombres no tener dios ni amo y cantó Franco, la muerte. Manuel Vázquez Montalbán escribió que fue uno de los cantautores que han contribuido a hacer de la canción popular la huella moral y sentimental del siglo XX. Verbo ácido y ojos bondadosos, la anarquía era una forma de vida y él la hacía rimar con amor. "No llegan al uno por ciento y sin embargo existen / la mayoría, españoles, vaya usted a saber por qué" (Les anarchistes). El viejo luchador se había refugiado desde los años setenta en las colinas de la Toscana, en las que hacía su vino y su aceite de oliva, hasta su muerte, en julio de 1993.



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La cantante francesa Francoise Hardy (en 1962)


Françoise Hardy: Cantante modelo. Tenía 18 años cuando grabó Tous les garçons et les filles. Era el verano de 1962 y miles de adolescentes europeas se identificaban con la belleza tímida de Françoise y aquellas suaves canciones sentimentales, algunas de las cuales había escrito ella misma. Muchos la consideran hoy la figura femenina del pop francés. Su rostro delicado y su figura delgada ocupaban las principales revistas y llevó las creaciones de los más famosos diseñadores franceses: Courrèges, Paco Rabanne o Yves Saint Laurent. El año pasado se publicó la caja 100 chansons, resumen de más de cuarenta años de carrera y cinco millones de discos vendidos. En los 12 dúos de su compacto Parenthèses, esta mujer que se deja ver más bien poco -desde que existe, aspira a desaparecer, escribieron en Le Monde- ha grabado con Jacques y Thomas Dutronc, marido e hijo.

Edith Piaf: La Môme. La actriz Marion Cotillard se llevó el oscar por su interpretación de Piaf en La vida en rosa. El guión tenía los ingredientes que interesan a Hollywood: honores y fastos, decadencia y resurrección, amores desgraciados, muertes violentas... La vida de una pequeña mujer que nació el 19 de diciembre de 1915, según la leyenda, en una acera de París, y que pasó hambre y sufrió miserias antes de convertirse en un mito de la canción. El alma de la calle. "No sería Edith Piaf si no hubiera vivido todo eso", llegó a decir. Difícil no emocionarse cuando canta con su voz única Hymne à l'amour o Non, je ne regrette rien. Lo escribió Jean Cocteau: "Cada vez que canta, parece que se arranca su alma por última vez". El 14 de octubre de 1963 fue enterrada en el Père Lachaise.

Claude Nougaro: Alma de 'swing'. Unía la canción francesa al jazz (Le jazz et la java, Nougayork...), que descubrió con 12 años en la radio tras haberse educado con Puccini, Massenet y Fauré. Hombre de escenario, era capaz de hacer que el francés tuviera swing. Amaba las palabras y su ritmo: se definía como "motsicien". Jazz, Brasil y África, ya fuese acompañado por metales de Nueva Orleans, músicos de Nueva York, el piano de Maurice Vander o el acordeón de Richard Galliano. Hijo de un cantante de ópera y de una profesora de piano, Nougaro era del sur -había nacido en Toulouse en 1929- y nunca renegó de sus raíces. Cantaba C'est une Garonne evocando las aguas que cruzan su ciudad: "Mi mar Egeo / es este río liso / del que soy el Ulises / sin exagerar". Falleció en marzo de 2004, con 74 años. (Babelia, 05/07/08)



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Francoise Hardy, ahora ( ¡sigue bellísima!...)




viernes, 4 de julio de 2008

*Cine, televisión, series...

















Sí, de acuerdo que no hay nada como la magia de la pantalla grande, la oscuridad de la sala, los efectos especiales, el sonido envolvente... y el ruido de las "palomitas" en sus bolsas al ser devoradas compulsivamente por los espectadores, pero visto lo visto, donde estén las series de televisión... Que la televisión le está comiendo el terreno al cine a pasos agigantados no lo discute ya nadie. Y menos dentro de ese mundillo profesional que engloba productoras, directores, actores, guionistas (sobre todo guionistas)... Si quieren seguir el día a día de las series de televisión en todo el mundo, no dejen de visitar el magnífico blog ("Espoiler", se llama) que el periodista Hernán Casciari mantiene diariamente en El País.

Del centenar más que largo de series que se emiten en las televisiones privadas y públicas (nacionales, autonómicas y locales), hoy por hoy me declaro seguidor incondicional de menos de media docena. Entre las que no me pierdo: "El Ala Oeste de la Casa Blanca", la serie más premiada de la historia de la televisión; "Weeds"; "Mad men"; y el culebrón de TVE1 "Amar en tiempos revueltos". Desde esta semana estoy viendo "The Riches" y la mítica "The Wire". Y en lista de espera, intensa e interesada, a partir del 9 de agosto próximo, "John Adams", una recreación histórica de la vida del que fuera segundo presidente de los Estados Unidos. Disculpen las prisas, me voy a ver mi "Weeds" de hoy... HArendt



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Los protagonistas de "El Ala Oeste"




*Religiones



¿Otros tiempos?


La escritora y pintora tunecina afincada en España, Nicole Muchnik, escribe hoy en "La Cuarta" de El País un artículo muy crítico con la iglesia católica española: "La excepción religiosa española", se titula, que comparto plenamente. Se equivoca quien piense que el fenómeno religioso me resulta ajeno; por el contrario, me interesa muchísimo y no sólo por conocerlo para combatirlo, cuestión esa es la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo. ¿Permitiría la jerarquía católica española la impartición de una asignatura que enseñara científicamente la historia del fenómeno religioso y de las religiones como una más del currículo académico por profesores no-confesionales? Lo dudo...Sin la menor intención de molestar y mucho menos de ofender, a mi, cualquier confesión religiosa -la católica entre ellas- me parece un peligro público. Y sin embargo respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles, y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Que la iglesia católica española goza de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo -acaso- la excepción italiana o polaca creo que está fuera de duda. Y que no se me diga que el 99,99 por ciento de la población española es católica para justificarlos. Primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad. Sin acritud, y con cierta dosis de irónico escepticismo, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resulte tan irrelevante a efectos sociales o morales para los ajenos a la respectiva fe, como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club... Mientras no sea así, seguiré siendo beligerante con las iglesias, -con todas-, hasta que demuestren con sus actos que las personas somos para ellas más importantes que sus dioses... HArendt



La escritora y pintora Nicole Muchnik


"La excepción religiosa española", por Nicole Muchnik


Los privilegios políticos, sociales, simbólicos y económicos de los que disfruta la Iglesia católica en un país supuestamente aconfesional como España no tienen parangón en el mundo democrático.

Cuenta Avraham Burg, ex presidente de la Knesset, el Parlamento israelí: "Mi padre enseñaba el Talmud con la kipá. Pero, cuando enseñaba historia, se la quitaba. Con ello señalaba la separación física entre lo sagrado y lo laico". Hay muchas definiciones de la laicidad, pero ésta es tan buena como cualquiera. Lo cual no permite deducir que Israel sea un modelo de democracia laica.

Considerando Europa desde el punto de vista histórico, hay que reconocer que el hecho religioso forma parte de los cimientos de nuestras sociedades. Con una salvedad, aunque importante: en estos cimientos no están sólo las creencias cristianas, sino también la judía y la musulmana, aunque en menor medida.

Siendo así, es incontestable que todas las conquistas de la modernidad democrática se han logrado contra las iglesias y no con ni gracias a ellas: el principio democrático contra la autoridad de derecho divino; la libertad de pensar y de debatir contra el dogma; la igualdad de sexos contra la ley de todas las iglesias y los usos y costumbres que de ello derivaron; el desarrollo de la ciencia y el estudio de la naturaleza, en particular de la medicina, contra los tabúes religiosos hostiles a toda experimentación; la tolerancia general contra la intolerancia hacia otros cultos o hacia diferencias dentro del mismo culto, por no hablar de las convicciones agnósticas o ateas.

Hoy día, todas las leyes de carácter liberalizador e igualitario, como las que regulan los derechos a la contracepción, al aborto y al matrimonio entre individuos que consienten libremente, así como el derecho a una muerte digna, se han logrado o se logran en reñida lucha contra todas las iglesias. Es lícito concluir que una buena enseñanza de las religiones sería sin duda útil a la causa de la libertad de conciencia, una libertad que, curiosamente, aún hoy es necesario defender con la máxima vigilancia.

Es un hecho, por otra parte, que las democracias europeas son cada vez más multirreligiosas. Ningún Estado europeo puede referirse a una sola religión común como argamasa social. Al contrario, las sociedades democráticas modernas sólo pueden organizarse en base a valores universales nacidos de la ética, como la justicia, la igualdad y la libertad de conciencia. Este conjunto de valores lleva directamente a la autonomía de la esfera política y social de la esfera religiosa, en la cual lo sobrenatural y la fe cierran todo posible debate. En cambio, la democracia pretende dar a cada uno la posibilidad de dar libremente un sentido a su propia vida.

La condición mínima para que una sociedad sea democrática es el reconocimiento de la libertad de expresión y el respeto a las opiniones ajenas. ¿Gozan de esta libertad los ateos en España? Recientemente, mientras el alcalde de Toledo -ciudad de un Estado aconfesional según la Constitución- consagraba el Ayuntamiento de la ciudad a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, un encuentro de Ateos Españoles era considerado como "una mancha" para el buen nombre de esa ciudad.

Para tomar como ejemplo el caso francés, el primer artículo de su Constitución define el Estado como una república indivisible, laica, democrática y social. Y, según una ley de 1905, "la república asegura la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio de los cultos", al tiempo que "no reconoce, ni paga ni subvenciona culto alguno". Lo que significa que la religión es una institución que goza de plena libertad en cuanto a su funcionamiento interno. Sus principios, creencias y leyes jamás serán combatidos, pero la libertad de conciencia, tal como la libertad de culto, forma parte de las libertades públicas garantizadas por el Estado. De ello nace la institución del Estado civil. En realidad siempre se ha considerado implícitamente que la laicidad es la garantía de los derechos humanos o, por lo menos, que es el marco legislativo neutro más propicio para la aplicación de estos derechos.

España alberga hoy una multitud de confesiones o convicciones diferentes, entre las cuales la protestante y la musulmana reúnen ya tres millones de personas, a las que habría que añadir budistas, judíos, no creyentes y ateos. Dicho sea de paso, el ateísmo está considerado aquí más bien como "ausencia de convicción".

La Constitución de 1978 (10.2) se refiere explícitamente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en todos sus extremos y, en particular, a la referencia a la Declaración de 1948 sobre la libertad de conciencia que vale la pena citar: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia". En 1981, Naciones Unidas juzgó oportuno volver al asunto: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión". ¿Puede progresarse hacia el respeto de estos valores sin la laicidad?

La Constitución española es aconfesional y ofrece un espacio neutro para todos. Entonces, ¿dónde está el problema?, ¿cuál es la excepción española comparada con la mayor parte de las democracias laicas occidentales? Es la financiación, no generosa sino pródiga, de la Iglesia católica por el Estado, entre exenciones fiscales, ayudas económicas y subvenciones a los centros escolares concertados. Es el que toda alusión a la laicidad sea considerada blasfema.

El problema -la excepción- es también el que las altas autoridades de la Iglesia católica se pronuncien políticamente sobre las decisiones gubernamentales y den consignas de voto. Es el que los obispos bajen a la calle para manifestarse políticamente contra un Gobierno elegido democráticamente por la mayoría de los ciudadanos. Es el que escuelas construidas para ser públicas se conviertan por arte de magia en escuelas privadas o concertadas. Es el que los presidentes de Gobierno y los ministros de este Estado aconfesional juren o prometan el acatamiento a la Constitución ante la Biblia y un crucifijo.

Y también es el que la Conferencia Episcopal financie -¿con el dinero del Estado?- y apruebe los planteamientos casi golpistas de una radio nacional, portavoz de una ultraderecha que cabalga alegremente sobre el lema de que España se rompe, y practica una estrategia de la tensión en lugar de lo que debería ser el papel de una iglesia: ayudar al consenso.

Y así, cuando la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, anuncia la intención gubernamental de revisar la Ley de Libertad Religiosa durante la actual legislatura, la reacción de ciertos comentaristas especializados en la deformación y el insulto en una radio que en Gran Bretaña "llevarían a los tribunales y tendría difícil defensa", según Paul Preston, sea la de deducir, sin vergüenza, que "excluir las convicciones religiosas del ámbito público es como mutilar la condición humana".

Tranquilos, no es para tanto. Por una parte, uno puede preguntarse con qué derecho las iglesias -en este caso, la católica- se erigen en los únicos defensores de la condición humana. Y, por otra parte, no parece que la condición humana haya sufrido mucho históricamente al pasar de la ciega obediencia a los "diktats", abusivamente cambiantes, de la denominada "ley de Dios", al libre ejercicio de la conciencia.

En todo caso, no es respetando lo que también podría llamarse "costumbres" como una sociedad democrática puede hacer frente con pleno derecho a los fundamentalismos de todo signo que constituyen uno de los problemas importantes de nuestro tiempo. (El País, 04/07/08).




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Romeu (El País, 05/07/08)







miércoles, 2 de julio de 2008

*Treinta años no son nada..., para una Constitución







El próximo 29 de diciembre se cumplen treinta años de la promulgación de la Constitución española. Y pasado mañana, 4 de julio, hace treinta años que el Congreso de los Diputados iniciaba el debate del dictamen elaborado por la Comisión Constitucional sobre el proyecto de texto constitucional durante los meses de mayo y junio anteriores. A algunos les parecerá historia pasada, pero la realidad es que, como dice el tango, treinta años no son nada... Son fechas propicias para el recuerdo y la rememoración. De ahí que se multipliquen artículos y libros que con mayor o menor fortuna recrean e intentan explicar acontecimientos y situaciones que tienen que ver con ese momento histórico. Uno de ellos es el papel jugado en la transición del régimen franquista a la democracia por algunos de los que, desde dentro de ese mismo régimen, se manifestaron por eso que se llamó en su día "reformismo".

El catedrático de Historia Social y Pensamiento Político de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, el profesor Santos Juliá, comenta en un interesante artículo que se publica en el último número de Revista de Libros correspondiente al bimestre julio-agosto, titulado "Lo que a los reformistas debe la democracia española" (y que reproduzco más adelante) lo relatado al respecto en varios libros de reciente publicación de Gabriel Elorriaga ("El camino de la concordia. De la cárcel al Parlamento", Debate, Barcelona), Pablo Hispán ("La política en el régimen de Franco entre 1957 y 1969. Proyectos, conflictos y luchas por el poder". Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid), Carme Molineros y Pere Ysàs ("La anatomía del franquismo. De la supervivencia a la agonía, 1945-1977". Crítica, Barcelona), Cristina Palomares ("Sobrevivir después de Franco. Evolución y éxito del reformismo, 1964-1977". Alianza, Madrid), y Salvador Sánchez Terán ("La Transición. Síntesis y claves". Planeta, Barcelona).

Con muy buen acierto a mi modesto juicio, el profesor Santos Juliá crítica algunas de las afirmaciones expuestas en los libros citados, argumenta que el "género memorial" no es precisamente el más idóneo para "justificar" algunas actuaciones, y que frente a la reinvención del pasado está la incontrovertible realidad de los documentos... Merece la pena leerlo. HArendt



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El rey promulga la Constitución de 1978


"Lo que a los reformistas debe la democracia española", por Santos Juliá

Al comentar las «Cenas de los Nueve», iniciadas en 1957 por un gupo de monárquicos de diversa procedencia, Cristina Palomares recoge en Sobrevivir después de Franco el testimonio de uno de los asistentes, Alfonso Osorio, según el cual «la causa común» de todos los reunidos, con la única excepción de Jesús Fueyo, era la evolución del régimen hacia un sistema democrático. Naturalmente, la autora de un libro en el que Manuel Fraga aparece calificado en múltiples ocasiones como progresista, muestra en esta ocasión su escepticismo: es difícil de creer –escribe– que un grupo conservador como aquel propugnase un sistema democrático a finales de los años cincuenta.

¿Difícil? Bueno, es una manera amable de decirlo, sobre todo si se tiene en cuenta que en aquellas cenas compartían mantel Federico Silva, Florentino Pérez Embid y Gonzalo Fernández de la Mora, tres personajes del régimen que nunca destacaron por su apego a la democracia. Pero que fuera Alfonso Osorio el origen de la confidencia muestra bien la propensión de la memoria a reinventar el pasado. De los participantes en esas cenas ninguno había dejado en 1957 el más mínimo resquicio para creer que su causa era la democracia. Más aún, todos pensaban que en España un sistema democrático al estilo occidental significaría un desvío suicida de su verdadera esencia. España estaba destinada a consolidar un sistema propio de gobierno que no tenía más relación con el sistema democrático que la representación orgánica: bastantes desgracias había ocasionado el liberalismo y la democracia a la nación española para intentarlo de nuevo.

¿Cuándo comenzaron a cambiar las cosas? ¿Cuándo puede hablarse de un reformismo que implicara, si no un cambio de régimen, al menos algunos cambios en el régimen que posibilitaran su apertura? La respuesta dependerá de las fuentes que se utilicen. Si se trata de memorias y recuerdos personales, lo más habitual es encontrar lo que nos cuenta Gabriel Elorriaga en El camino de la concordia cuando traza una línea recta entre los días de la rebelión universitaria de 1956 y la transición que se pondrá en marcha veinte años después. Conocido por formar parte de la primera lista de detenidos que la Dirección General de Seguridad tuvo la delicadeza de publicar anteponiendo el tratamiento de «don» a sus nombres y apellidos, Elorriaga recuerda que todo lo ocurrido entre 1956 y 1976 –nombramiento de Manuel Fraga como delegado nacional de la Familia, batalla entre el Movimiento Nacional y los tecnócratas del Opus Dei, interminable debate en torno a las asociaciones, creación de Reforma Democrática y su casi inmediata incorporación a Alianza Popular– fueron fases de un proceso que, como el río va a la mar, vino a desembocar en la Constitución de 1978.

Y es que el género memoria tiende a establecer, por la necesidad de reconstruir una continuidad psicológica que sirva como fundamento a la identidad personal, un hilo rojo entre lo que se fue ayer y lo que se es hoy, proyectando anacrónicamente lo que se ha llegado a ser en el presente sobre lo que se fue en el pasado. Si se lee lo que por entonces escribían, demócratas, dentro del régimen, no los había en 1956: los que se acercaban a la democracia, como Dionisio Ridruejo, sólo comenzaron a romper vínculos en torno a esa fecha y enseguida pasaron a la oposición. Ni siquiera Ruiz-Giménez, que perdió el ministerio por los mismos días en que Elorriaga conoció la cárcel, trabajaba entonces por la democracia. No hay más que ver la correspondencia que mantuvo con su amigo Alfredo Sánchez Bella –consultada por Pablo Hispán– para tomar la medida de los proyectos acariciados por el ya ex ministro cuando se acercó a José Solís con el propósito de hacer frente desde las instituciones del Movimiento al imparable avance de los tecnócratas.

No fiarse de la memoria y hurgar en la correspondencia: ésta es la principal aportación de Hispán Iglesias de Ussel al conocimiento de la política en el interior del régimen desde la llegada de distinguidos socios del Opus Dei al Gobierno en la crisis de 1957 hasta la formación del llamado Gobierno monocolor en la de 1969. Para saber qué fueron, qué defendieron, con quiénes y para qué se aliaron, las cartas constituyen una fuente incomparablemente superior a las memorias, tan edulcoradas por lo general, tan autocondescendientes. Y a la vista de lo investigado en los archivos personales de destacadas figuras políticas del régimen, depositados hoy en la Universidad de Navarra, Hispán tiene toda la razón cuando califica de luchas por el poder los diferentes proyectos de reforma que surgieron entre la clase política del franquismo a partir de la remodelación del Gobierno de 1962. Luchas por el poder cuyo objetivo no era en absoluto echar los fundamentos para una ordenada transición a la democracia, sino garantizar la continuidad del mismo régimen.

No es muy afortunada, sin embargo, su sugerencia de calificar de tradicionalistas los dos principales proyectos entonces enfrentados, el defendido por el grupo Fraga-Solís-Castiella para reforzar el Movimiento Nacional y el elaborado por Carrero Blanco-López Rodó para culminar la institucionalización del régimen con la Ley Orgánica del Estado. Pero definirlo con un nombre u otro, aunque no carezca en sí mismo de importancia, es un elemento algo marginal al extraordinario interés de la documentación manejada. Serían más o menos aperturistas, querrían llevar más o menos lejos las reformas, se agruparían en clubes o asociaciones, se mostrarían más o menos liberales en políticas económicas, cenarían con unos o con otros, pero el caso es que todos estaban convencidos de que el sistema, convenientemente reformado o abierto, estaba llamado a perdurar. Por eso, no tiene mucho fundamento afirmar que la reforma, «en los últimos tiempos del régimen» –como escribe Sánchez Terán en La Transición. Síntesis y claves– pretendía la evolución desde el mismo régimen para llegar a una «nueva y verdadera situación democrática».

Tal vez nada exprese mejor los límites o, más exactamente, los propósitos de ese reformismo dentro del sistema que la trayectoria política de Manuel Fraga, que ocupa un lugar central en los recuerdos de Elorriaga y a quien Palomares dedica la parte del león de un libro necesitado de revisión en algunos datos y conceptos. Si Ruiz-Giménez fue aperturista en los cincuenta, Fraga lo será en los sesenta. Pero aperturista, ¿de qué? Pues del traje del Movimiento Nacional, que con el tiempo había encogido y se había quedado estrecho para quienes tanto gustaban de vestirlo en las ceremonias oficiales. En aquel entonces, ser aperturista equivalía a dejar correr un aire muy dosificado por las habitaciones de un caserón que olía a humedad. Abrir algunas ventanas, cambiar el mobiliario, ensanchar la base, reforzar los cimientos. Y para eso, si no se quería emprender el camino a la democracia, como Ridruejo en los cincuenta, como Ruiz-Giménez metido ya en los sesenta, los reformistas no veían más que un camino: el que pasaba por las asociaciones.

Así comenzó la más larga, enconada y, en sus tramos finales, patética lucha en las entrañas del régimen para dilucidar si el Movimiento Nacional podía abrirse con la legalización de asociaciones de... Primer combate: no pudieron ponerse de acuerdo en torno al arduo problema metafísico sobre la naturaleza de las asociaciones de las que cada cual hablaba, y así lo dejaron, sin calificar, o dándole nombres risibles: asociaciones para la ordenada concurrencia de pareceres; otros, en lugar de concurrencia, decían contraste, pero el resultado era idéntico. En ese fantástico combate, en el ir y venir de la concurrencia al contraste, perdió la facción Movimiento frente a la facción Opus-Tecnocracia. Un triunfo pírrico, pues los vencedores gastaron en la batalla todas las defensas para una guerra que se anunciaba larga. El desconcierto y la confusión que se instalaron en el régimen con el Gobierno de 1969 obligaron al almirante Carrero a proceder a una nueva remodelación en junio de 1973 para reequilibrar la balanza. Y vuelta a empezar: otra vez las asociaciones, segundo asalto. Cuando por fin terminó la lucha, ya con Arias de presidente tras el asesinato de Carrero, todos quedaron exhaustos, y las asociaciones, inservibles. Nadie las quería, ni los del Opus, ni los católicos oficiales, ni siquiera los del Movimiento. Un fiasco que ponía de manifiesto no ya el agotamiento de una fórmula que nunca fue practicable, sino del mismo régimen.

Para seguir esa marcha hacia la nada no hay más elocuente documentación que las actas de los debates mantenidos en los plenos del Consejo Nacional del Movimiento, rescatadas para la historia por Carme Molinero y Pere Ysàs en su Anatomía del franquismo. Como la correspondencia archivada en Navarra es imprescindible para entender las luchas de los sesenta, estas actas, conservadas en el Archivo General de la Administración, son documentos de excepcional importancia para seguir paso a paso la agonía del régimen. Tal vez nunca se haya gastado tanta palabra y tan inútilmente como la que dilapidaron los consejeros nacionales del Movimiento en su intento de encontrar una salida al régimen frente a la subversión, que por todas las esquinas veían acechante. Además de plúmbeo, lo que transcriben los autores es desolador. ¡Qué gente tan obcecada! ¡Lo que les costó entender que el armatoste al que se aferraban desesperadamente estaba condenado al naufragio y el hundimiento! Una y otra vez dando la vuelta sobre lo mismo, cegando a conciencia cualquier salida que no fuera la represión de la ululante subversión.

¿Y Fraga? ¿Qué fue del príncipe de los reformistas mientras giraba la noria del Movimiento? Derrotado sin paliativos en 1969, bebió durante un tiempo los aires y esponjó el espíritu con las lluvias de Londres mientras elaboraba un plan diseñado para responder al enigma que, por derecho, había planteado Santiago Carrillo: Después de Franco, qué. Situándose en el centro de un espacio político en el que faltaba la izquierda, Fraga se tomó por un Cánovas redivivo: después de Franco, había que mantener firmemente las riendas del poder mientras se ampliaba el campo de la participación política a aquellos que el poder, fortalecido, decidiera. Autoritarismo seguido de turno pacífico, con exclusión de la tríada formada por terroristas, separatistas y comunistas: éste era el plan de alguien que se creyó ungido por el destino para ser algún día presidente del Gobierno. Y como instrumento, y puesto que las asociaciones por fin aprobadas en diciembre de 1974 no servían, inventó una especie de partido vergonzante, un partido que no dice su nombre, aunque pretenda cumplir su función: primero GODSA y luego Reforma Democrática.

Casi montándose sobre esta primera opción, aparece en todos los relatos un político autoubicado en el centro, pero dispuesto a sumergir su partido recién nacido en una coalición de grupos y asociaciones lideradas por viejas glorias de la derecha más inmovilista. ¿Fue la creación de Alianza Popular en octubre de 1976 un «radical giro político», como sostiene Palomares? ¿Fue, más que una derechización, «una necesidad estratégica», como pretende Elorriaga? Podría ser cualquiera de esas dos cosas o ninguna: depende de cómo se mire. Unos meses antes, la reforma Fraga había encallado en las aguas que bajaban algo embravecidas de las Cortes. De resultas, el Rey prescindió de una sola tacada del aperturismo y del reformismo o, dicho de otro modo, del Estatuto de Asociaciones y del plan de reformas de las Leyes Fundamentales; en resumen, y por personalizar, prescindió a la vez de Arias y de Fraga y, en passant, de Areilza, y de lo que representaron como encarnación, en sucesivos momentos, de la apertura y de la reforma del régimen.

Nadie, ni los mismos afectados, pudo sospechar lo que vendría a continuación: un Gobierno presidido por el secretario general del Movimiento, Adolfo Suárez, no especialmente acreditado como reformista, con una fórmula nueva que consistía, por una parte, en la convocatoria de elecciones generales por sufragio universal de un Congreso y un Senado que serían los encargados de proceder a la consabida «reforma constitucional», y, por otra, en el desmantelamiento de las instituciones del régimen, empezando por la Organización Sindical, cuyos funcionarios fueron reabsorbidos a principios de octubre de 1976 en una llamada Administración Institucional de Servicios Socioprofesionales. Si reformismo significaba, como así era desde que tal concepto salió a la superficie, abrir el sistema reformando sus Leyes Fundamentales, lo que el nuevo Gobierno traía en sus albardas no era exactamente un reformismo: era desmantelar el Movimiento con toda su parafernalia mientras se preparaba una convocatoria de elecciones generales. Con esa iniciativa, el dilema ruptura-reforma dejaba, como apunta oportunamente Sánchez Terán, de ser capital.

La respuesta de Fraga a la iniciativa del Gobierno fue inmediata: reforzar su posición en las agonizantes instituciones del régimen para que el control de la nueva fórmula no se le escapara del todo de las manos. Apeado del poder ejecutivo, y sin moverse de donde estaba, Fraga apareció encabezando a los mismos que antes había combatido por inmovilistas. Y eso fue así porque el campo político se amplió a medida que la reforma de las Leyes Fundamentales se desvanecía en el horizonte. Pero en esa ampliación del campo no tuvo nada que ver ni el último pleno del Consejo Nacional, por más que Sánchez Terán le rinda un sentido homenaje, ni el voto favorable de las Cortes al proyecto de ley presentado por Suárez. El campo se amplió porque las huelgas, las manifestaciones por la libertad, la amnistía y los estatutos de autonomía, las movilizaciones de miles de trabajadores, de asociaciones de vecinos, de colegios profesionales, de funcionarios y de artistas empujaron decisivamente en esa dirección. La salida de la clandestinidad, antes de la conquista de la legalidad, de sindicatos y partidos desbordó, como puede comprobarse en las actas de los plenos del Consejo Nacional, las últimas trincheras en las que era fuerte la derecha inmovilista. Y así, con la izquierda en movimiento, a la derecha de Fraga, y sin haberse movido él del centro, sólo se abría un abismo. Por eso se convirtió en flamante secretario general de una coalición de partidos en la que se refugiaron Fernández de la Mora, Thomas de Carranza o López Rodó, por una u otra razón adversarios suyos cuando él se definía como aperturista a la búsqueda del centro.

Por los días en que Fraga encontraba nuevo acomodo en la Alianza Popular de los «Siete Magníficos», el Consejo Nacional aprobaba el preceptivo informe sobre el proyecto de ley para la reforma política presentado por el Gobierno. En la jerga particular que revela la investigación de Molinero e Ysàs –democracia como método, no como fin; inserción del proyecto dentro del desarrollo político iniciado el 18 de julio–, los consejeros no podían ya aspirar a otra cosa que a poner puertas al campo: el Gobierno no hizo caso al informe y los licenció prometiéndoles un hueco en las nuevas instituciones. Y por lo que a las Cortes se refería, con un despliegue de promesas y advertencias, Suárez y los suyos se aseguraron el voto mayoritario de los procuradores, entre los que no faltaron voces proféticas de inminentes catástrofes. José María Fernández de la Vega, citado también por Molinero e Ysàs, fue de lo más apocalíptico: «¿Qué tormenta ideológica, qué revolución solapada o qué golpe de Estado se ha producido para que, un año después de que las instituciones políticas españolas entronizaran la continuidad, estemos asistiendo ahora a sus funerales con el corpore insepulto del Régimen entre los cirios de este proyecto de ley?». Ni el más ardiente libreto de una ópera escrita en una borrascosa noche de invierno habría producido semejante escena: en el centro del hemiciclo, el catafalco del régimen entre los cirios de la reforma.

¿Triunfo entonces del reformismo, como asegura en español el subtítulo del libro de Palomares, que en el original inglés define el proceso como lento camino hacia a las urnas? Hay motivos para dudarlo. El reformismo a lo Fraga había naufragado cuando los procuradores en Cortes cortaron en seco la reforma del Código penal que habría permitido la legalización de los partidos políticos. Meses después, triunfaba el proyecto de Suárez para la reforma política, que atribuía la iniciativa de «reforma constitucional» al Gobierno con otras Cortes, elegidas por sufragio universal. El Tribunal de Orden Público fue disuelto, el Movimiento Nacional y las Cortes orgánicas desaparecieron y las elecciones se celebraron, pero de la «reforma constitucional» que el Gobierno y las nuevas Cortes debían acometer nunca más se supo. La última trinchera del reformismo quedó desarbolada cuando las Cortes elegidas en junio de 1977, en el ejercicio de su soberanía, decidieron encerrar las Leyes Fundamentales bajo siete llaves e iniciar un proceso constituyente que el Gobierno, por carecer de mayoría absoluta o porque entendió los signos de los tiempos, o por ambas cosas, no pudo o no quiso bloquear. Hoy, todos los que en su día fueron aperturistas o reformistas nos certifican que ésa era precisamente su meta desde los años sesenta y hasta desde los cincuenta. Pero lo que en realidad les debe la democracia no es que hayan trabajado por ella desde su juventud, sino que, en la hora de su madurez, empujaran al régimen exactamente hasta el punto en que se hizo evidente para todo el mundo que aquello que pretendían reformar era, por su propia naturaleza, irreformable. (Revista de Libros, núm. 139-140, julio-agosto de 2008)




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Madrid, 6 de diciembre de 1978. Los reyes, votando en el Referéndum





Cronología de la Constitución de 1978


* 1975, 20 de noviembre. Muerte del general Franco
* 1975, 22 de novimebre. Don Juan Carlos es proclamado Rey de España.
* 1976, 18 de noviembre. Las Cortes aprueban la Ley para la Reforma Política
* 1977, 15 de marzo. Aprobación del Decreto-ley Electoral
* 1977, 15 de junio. Realización de las primeras elecciones generales desde la II República
* 1977, 1de agosto. Se constituye la ponencia de la Comisión Constitucional
* 1978, 5 de enero. Publicación del Anteproyecto de la Constitución
* 1978, 10 de abril. La Ponencia Constitucional firma y hace entrega del proyecto de Constitución
* 1978, 5 de mayo. Se inician los debates públicos de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados
* 1978, 4 de julio. Comienzan en el Congreso de los Diputados las sesiones plenarias para el proyecto constitucional
* 1978, 18 de agosto. Comienza el debate del proyecto constitucional en la Comisión Constitucional del Senado
* 1978, 25 de septiembre. Comienza el debate constitucional en el Pleno del Senado.
* 1978, 11 de octubre. Se constituye la Comisión Mixta Congreso-Senado para el examen del Texto Constitucional
* 1978, 31 de octubre. Las Cortes aprueban el Texto Constitucional
* 1978, 17 de noviembre. Las Cortes aprueban el proyecto de Constitución
* 1978, 6 de diciembre. Aprobada la Constitución en referéndum
* 1978, 29 de diciembre. Promulgación y publicación de la Constitución española.

Fuente: Jorge de Esteban: "Las Constituciones de España". Madrid : Boletin Oficial del Estado, 1998 / Luis Sánchez Agesta: "Historia del constitucionalismo español : (1808-1936)". 4ª ed. rev. y ampl. Madrid : Centro de Estudios Constitucionales, 1984.









!Íngrid Betancourt, liberada!







Las agencias de prensa internacionales, Le Monde y El País lo reproducen en sus mensajes de urgencia, anuncian la liberación, confirmada por el Ministerio de Defensa colombiano, de Íngrid Betancourt. Es, indudablemente, la noticia del día. Me sumo a ella con alegría y emoción. ¡Felicidades, Íngrid! HArendt





http://sonandolarevolucion.files.wordpress.com/2008/03/ingrid23102007.jpg

La senadora colombiana Íngrid Betancourt





lunes, 30 de junio de 2008

*Excusatio non petita,...





Hay una antigua locución latina de origen medieval, muy utilizada por los letrados en el momento de interrogar a los testigos de la parte contraria con ánimo de confundirles, que proclama que "excusatio non petita, accusatio manifesta"... No creo que necesite traducción porque parece bastante clara, pero en "verso libre" podría traducirse por "excusa no pedida, acusación reconocida"... Le ha tenido que doler mucho al poeta astur-leonés y Premio Cervantes 2006, Antonio Gamoneda, la utilización que de su firma en el famoso Manifiesto en Defensa de la Lengua Castellana han hecho algunos medios de difusión y algunos políticos e intelectuales "bienintencionados", como no, entre ellos El Mundo, la COPE, Rosa Díez o Fernando Savater, para tener que presentar "excusatios non petitas". Lo hace en un duro,crítico e irónico artículo que hoy publica el diario El País y que reproduzco más adelante. Y es que, lamentablemente, la guerra del idioma en España es una guerra única y exclusivamente política, que no tiene traslación alguna a la realidad del país. Y desde esa óptica tiene difícil solución... Lo siento por Gamoneda, que no se lo merecía. Ni tantos otros que de buena fe han caído en la cainita manipulación de los que pretenden enfrentar a los españoles por motivo de "sus lenguas", todas ellas españolas también... ¿O es qué no lo son?... P.S.: Soy "miembro", a mucha honra y con orgullo, de la Fundación Pro Real Academia Española. Excusatio non petita... HArendt





http://www.elpais.com/recorte/20061125elpbabens_5/XLCO/Ies/Antonio_Gamoneda_Bilbao_2005.jpg
Antonio Gamoneda


"El Manifiesto ya no es razonable", por Antonio Gamoneda

Aunque el documento por la lengua común, que reclama reformas para defender el castellano, es razonable en su literalidad, lo han averiado los ideólogos y la política enmascarada

Excepción en mis costumbres. Hoy, día canicular, quiero asomar mi opinión -y las modulaciones que puedan haberse producido en ella- al balconaje, también de la opinión, pero pública. Me gustaría que este asomo (cursiva para la polisemia) fuese breve, pero no, no voy a conseguirlo, ya que se dará acompañado de numerosos entrecomillados que llevarán en cercanía alguna admiración o extrañeza.

El Mundo, siendo el 26 de junio, dedica el 50% de su primera página al inicio de un artículo cuya negrita titular en cuerpo respetable dice: "Grandes nombres de la cultura se suman al Manifiesto (sic para la eme mayúscula) del castellano", y, encima de los titulares, va un mosaico de cabezas, cuatro con cuatro, que, visto de izquierda a derecha, otorga el primer lugar a la mía, aun siendo (y esto es referencia al texto que sigue) más "insignes" las cabezas que suceden a la que a mí me concierne. Bien puede tratarse de un sinmotivo, de un casual, pero no sé, no sé...

Comienza la letra normal citando el Manifiesto y diciendo: "A los escritores y académicos que impulsaron la iniciativa junto a Fernando Savater, se sumaron ayer insignes (cursiva mía) nombres como el del poeta Antonio Gamoneda...". Siguen otros, más claramente insignes, como digo.

Continúa el artículo en la pág. 12, que empieza así: "Asturiano de nacimiento, aunque leonés de adopción, Antonio Gamoneda ha sido reivindicado en diversas ocasiones por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, como su poeta favorito". Y añade recogiendo correctamente mis palabras: "Me resulta una iniciativa razonable (el manifiesto) siempre que haya también un respeto implícito a las lenguas cooficiales".

En esta misma pág. 12, con letra grandecita en el subtítulo y negrita en una mancheta amarilla (nadie vea en el dato cromático raras intenciones, que la mancheta es de verdad amarilla), vuelvo a aparecer (otras dos veces, ya digo) encabezando listados.

Retrocedo a la pág. 3 y veo más negrita titular, en articulillo sin firma y con aire de editorial menor. Dice el titular: "El mundo de la cultura defiende el castellano". Bajo por la columna y leo en Times normal (no estoy seguro; pudiera no ser Times ni normal): "... y escritores de la talla de Delibes, Brines, Pérez Reverte o Gamoneda -este último poeta de cabecera del presidente Zapatero- se suman...". ¡Vaya por Dios!, ahora el último. ¿A santo de qué? ¿Tendrá que ver esta "santidad" con la presidencia?

Abandono la ironía. Es cierto, yo no se lo he oído pero sí me lo han dicho, que el Sr. Rodríguez Zapatero ha hablado alguna vez de mí con elogio. Tiene mi agradecimiento por ello, pero no a causa de su condición presidencial, sino como lector que me valora.

Por la casual concordancia de los hechos, voy a dejar dicho que, en dos ocasiones (y de una de ellas es testigo el Rey de España), doña Esperanza Aguirre me ha dicho: "¿Sabes que eres el poeta preferido de Aznar?". Dado que no tengo por qué dudar de la veracidad de doña Esperanza, yo se lo agradezco al Sr. Aznar por idénticas razones que al Sr. Rodríguez Zapatero.

Y, ahora, me pregunto: El Mundo del 26, en sus págs. 1, 12 y 3, ¿estará diciendo "bajo solapa" que incluso alguien -y está claro que "alguien" soy yo- que tiene cierta deuda de gratitud con Zapatero, se ve obligado a mostrarse desafecto con la voluntad política del jefe del Ejecutivo y cabeza del PSOE? Luego, la implícita ("bajo solapa") explicación (fatalidad lingüística: tengo que concordar lo "implícito" con lo "explícito"): ese "alguien" juzga que, ante la cerrazón democrática presidencial, hasta él tiene que etc.

La conexión reiterada de mi nombre con el del presidente es políticamente tendenciosa, aunque el articulillo de la 3 diga que "... estamos ante una reivindicación transversal (?), en absoluto ideológica".

La página prosigue afirmando que la ministra de Educación "insistió ayer en cerrar los ojos a la evidencia" y "trató de sacudirse el problema (...) asegurando que el manifiesto puede alimentar 'una batalla política'. Pero al Gobierno no se le invita a la guerra, sino a que dé la cara (...), y yerra si quiere dar un portazo al clamor social sólo con palabrería".

Srs. de El Mundo: tienen ustedes el derecho -constitucional, creo- a manifestarse según estos entrecomillados, pero, su caricatura del Ejecutivo, ¿de verdad es (no es) "en absoluto ideológica?". No hablo del manifiesto sino del uso que Vds. hacen de él.

Ahora, un inciso que, personalmente, me es necesario: yo no estoy contra Vds. Tengo -pero prácticamente no mantengo- algún recuerdo de que acogieron expresiones, insultantes o casi, referidas a mi persona o escritura, pero lo mismo ocurre con el medio que publica este texto y, desde mi carácter y mi lejanía provinciana, ¡pelillos a la mar! Prosigo.

Voy a la pág. 4 y, a la izquierda (es un decir), el texto de "Comentarios liberales" cuelga de unos titulares que dicen: "El simio crítico". Es la columna del Sr. Jiménez Losantos (apellidos emblemáticos, cierto) que, en un alarde de "humanismo" (¿liberal?), parafrasea un libro de Octavio Paz preguntándose: "¿Respetarían más en Cataluña, Baleares, Galicia o el País Vasco el derecho de los padres a escolarizar en español (sic) a sus hijos si se declaran simios lingüísticos? No tengo duda alguna". Comentaré esta "perla" en plan suave y abstracto: la "materia política" puede declarar lo que es, en el corte vejatorio de una mueca que se le escapa.

Abajo y a la derecha, El Mundo pone en la página sus titulares a una simple carta al director: "Es el momento de defender el castellano". (Cursiva mía). En la simple carta al director (sé que el periódico no se responsabiliza etc., aunque las recoja y priorice), se dice: "Ha llegado el momento de luchar". (Cursiva mía).

Veo El Mundo en el también canicular día 27, y, otra vez en pág. 3, sin firma, tras hablar recio sobre la vicepresidenta De la Vega (insisto: El Mundo tiene derecho a etc.), se dice que "El gobierno tiene dos opciones: seguir fingiendo que el problema no existe o encararlo con medidas concretas". Y añade: "No desistiremos hasta lograr lo segundo".

"Desistir" de qué. ¿De una acción "en absoluto ideológica", expresión, esta, perfeccionada, por la afirmación de que "es evidente que estamos (cursiva mía) ante una reivindicación transversal", y por brincos conceptuales que, dentro del magma envolvente del manifiesto, resultan prodigiosos? Pienso que lo más prodigioso sería encontrar claridad y no encontrar astucia política en este laberinto sin ventanas visibles (puede que, invisibles, existan) con marco moral y abiertas a la lógica.

La persistencia de El Mundo en mostrar al Gobierno de España como responsable del "problema de las personas"; la persistencia en no contemplar los componentes históricos y culturales, consuetudinarios y heredables, ¿es o no es una operación ideológica y, por tanto, una maniobra política?

En la pág. 4 del mismo día 27, el Sr. J. L., desde su columna y mirando al pasado, se refiere a "lo que me decían entonces Savater, Javier Marías y otras criaturas del aire paisoso" (cursivas mías), reconfortándose, tras dos líneas, con "lo mucho que, afortunadamente, ha cambiado Savater ...", y añadiendo misteriosamente que "el sectarismo progre, base de la legitimación de la política histórica discriminatoria, sigue incólume". ¿Será pues, pienso, el sectarismo progre y no el Gobierno el responsable del desaguisado?

Pero lo portentoso incompresible es la opinión que sigue a "incólume": "Peor aún: sigue imperando (el sectarismo progre, está claro) hasta en los manifiestos que combaten esa discriminación". (Cursiva mía).

Tras otra alusión a los "simios" de difícil interpretación, advierte el Sr. J. L., con desconsuelo, que "La Lengua Común ha sido convertida automáticamente en 'lengua castellana' o 'castellano'. Y no sólo en EL PAÍS, que podría tomarse como arteria para llevar a portada la causa por la que a algunos viene linchándonos la jauría prisaica desde hace décadas". Y añade: "Hasta los medios más antiprogres han perpetrado ese cambio...". No tengo clave para este lenguaje; hago las citas a causa, precisamente, del atractivo de su impenetrabilidad. Impenetrabilidad para mí, quiero decir.

Algo más arriba, el Sr. J. L. deja "a otros menos machacados ('menos machacados', se supone, que el Sr. J. L.) el estudio de la preponderancia izquierdista y la genuflexión (empiezo a notarme genuflexo, con lo mal que tengo la rodilla derecha) ante la izquierda de los distintos manifiestos en defensa de la libertad lingüística (...), desde el primero, el de los 2.300, hasta este último". (Cursiva mía).

No entiendo, pero cito porque me resulta hipnótico. ¿Qué mosca me habrá picado?, ¿el tse-tse, creador de sueños amarillos, o la tarántula visionaria, que el propio Kratevas Rizotomo, servidor venéfico de Mitrídates, mantenía en respeto?


Dije y digo que el manifiesto era razonable. En su literalidad lo sigue siendo, pero ya no en sus potencias. Lo ha desconcertado la política enmascarada. Así que, Srs. ideólogos de El Mundo, su Manifiesto ha sufrido seria avería en sus propias manos. Lo siento, pero tengo que rectificar: NO. El manifiesto ya no es razonable. (El País, 30/06/08)









domingo, 29 de junio de 2008

*Un domingo cualquiera...

Un domingo cualquiera, a estas horas, estaría probablemente en la autopista GC-1 a medio camino entre Maspalomas y Las Palmas, ... Pero no, hoy no ha sido un domingo cualquiera... No. Hoy, cuarenta y cuatro años después (tenía 18 años aquel domingo en que Marcelino metió el gol a la URSS, y aún lo recuerdo...), hoy, la selección española de fútbol es campeona de Europa. Y hay que ser muy mezquino para no alegrarse y emocionarse con esos jóvenes que han devuelto a millones de españoles, de golpe, con algo que a fin de cuentas no es más que un juego, el orgullo de serlo. Benditos sean. HArendt





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¡¡¡Campeones, campeones, ohé, ohé, ohé!!!