jueves, 6 de noviembre de 2025

DEL ARCHIVO DEL BLOG. MITOS. PUBLICADO EL 11/05/2008

 







Hay un famoso libro de Claude Lévi-Strauss titulado "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (Fondo de Cultura Económica, México, 1968), todo un clásico de la antropología y la etnografía, en el que se analiza y desmenuza con absoluto rigor científico el mito de referencia de los "bororo", una tribu indígena del Brasil central, a la que el insigne investigador francés dedicó la mayor parte de su vida.

Con toda seguridad no es la pretensión del escritor Gustavo Martín Garzo la misma que la del profesor Lévi-Strauss, aunque su artículo de hoy en El País, "Las enseñanzas de Sherezade", (11/05/2008) se inicie con una definición bastante académica del concepto de mito, sino que se centra en la contraposición paradojica entre el mundo del "mito" y el de las "historias inventadas" con la conclusión de que el mundo del mito -y con él, el de la "verdad" de "su historia"- da a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños. Dice así: Un mito es una historia que, afectando a toda una comunidad, es juzgada por sus miembros como verdadera. Según esto, frente a las historias inventadas, con las que los hombres entretienen su tiempo y avivan su fantasía, existirían las historias verdaderas, que nos hablarían de lo que íntimamente son.

Por ejemplo, las historias que se refieren al origen de las cosas son míticas. La historia del paraíso lo es para el universo cristiano y judío porque en ella se habla de la causa por la que empezó el exilio del hombre en la tierra. Y, en el mundo griego, la historia de Prometeo o la de Demeter y Proserpina son míticas, ya que en ellas se habla, respectivamente, del descubrimiento del fuego y de los ciclos productivos asociados a las estaciones.

Las historias míticas abarcan un espectro muy amplio y pueden referirse desde a grandes dramas del espíritu humano, como la expulsión o el éxodo, hasta a asuntos menores como la creación del vino o el origen de las flores. El narciso surge de la metamorfosis de un joven y bello pastor que se enamora de su reflejo en el agua; el heliotropo, que siempre mira al sol, es la forma que toma la ninfa Clitia al languidecer de amor; el laurel oculta el cuerpo tembloroso de Dafne; y los lirios son gotas de leche vertidas por la diosa Hera cuando alimentaba al pequeño Hércules.

Las historias verdaderas se oponen a las historias inventa-das en que, mientras que aquellas dicen la verdad de lo que somos, éstas no serían sino fórmulas complacientes que nos ayudarían en la tarea de hacer más gratas nuestras horas de soledad.

En nuestro universo cristiano, la conmemoración del nacimiento de Jesús es una historia verdadera, mientras que el cuento de La Bella Durmiente es una inventada. La primera afecta a toda la comunidad de creyentes; la segunda, pertenece a ese ámbito de la intimidad que es el espacio de la crianza de los niños. Pero no siempre es fácil distinguir unas de otras. Nada diferencia, por ejemplo, la historia de la Anunciación de las historias de Rapónchigo o de Blancanieves. Una muchacha que recibe la llegada de un ángel, y que concibe un niño llamado a ser el rey de los hombres, ¿no es el comienzo de un cuento de hadas?

Pero el niño posee un pensamiento mágico en que realidad y ficción se compenetran y fecundan y no tiene claro los límites que separan los dos mundos. Un niño pequeño cree con naturalidad pasmosa la historia de Noé, pero también la de San Jorge y el Dragón o la de Peter Pan, que es ese malicioso personaje que vive anclado en la infancia; por lo que esa distinción entre lo real y lo ficticio siempre le será extremadamente difícil de llevar a cabo, y sólo la intervención del adulto podrá ayudarle en esa tarea.

Al hombre arcaico le pasaba algo parecido. Pensemos, por ejemplo, en las historias de aparecidos. Nuestros antepasados tenían que enfrentarse al enigma de la muerte y aquellas his-torias de familiares que regresaban de sus tumbas a intervenir en el mundo de los vivos, lejos de ser un mero entretenimiento, tenían el carácter de historias verdaderas que estaban en la base de la constitución misma de lo real. Walter Benjamin dijo que nuestro mundo es rico en información pero pobre en historias memorables, queriendo advertir, según creo, del empobrecimiento que había supuesto para el mundo del relato la pérdida de su sustrato mítico.

Curiosamente, la falta de referencias a esas historias verdaderas que constituyen la base del mito ha provocado un empobrecimiento tanto de la realidad como de la ficción. De lo que es sin duda un ejemplo ese mundo tan comentado de las leyendas urbanas, que en el mejor de los casos apenas sirven para otra cosa que para hacernos más grata la sobremesa. La ficción entendida como mero entretenimiento, como mundo paralelo que nos permite sortear el aburrimiento y el cansancio de lo real, termina por convertirse en un juego banal que apenas es capaz de provocarnos algún que otro estremecimiento. O dicho de otra forma, las ficciones nos pertenecen; las historias verdaderas no. Aún más, son ellas las que nos dicen lo que somos y lo que cabe esperar de nosotros. Es la misma diferencia que existe entre el mundo del secreto y el del misterio. El mundo del secreto pertenece al ámbito de la ficción, el del misterio al de la verdad. Somos dueños de nuestros secretos, pero es el misterio el que nos posee.

Pero el mito y el misterio han desaparecido de nuestras vidas, y el hombre contemporáneo ha dejado de creer que existan historias verdaderas. ¿Quiere decir esto que su vida se ha hecho más real? Más bien sucede lo contrario. Es la paradoja de los mitos, que a su manera son dadores de realidad. En los evangelios se nos dice que uno de los discípulos descubre al Jesús resucitado por la forma en que éste parte el pan en la mesa. Los restaurantes actuales entregan cartas de panes a sus clientes, pero es difícil que el pan llegue a tener para ellos la materialidad que tenía para los creyentes que escuchaban aquel relato. Incluso unas simples lentejas nunca serán las mismas para quien, tras crecer bajo el influjo misterioso de la Biblia, haya escuchado la historia de la traición de Jacob a Esaú. Es la paradoja del mundo del mito, y de sus historias verdaderas, que dan a los sueños la solidez de lo real, y a la realidad la intensidad de los sueños.

El planteamiento de una obra como El Decamerón no es, en el fondo, distinto al de estos concursos en que un grupo de hombres y mujeres jóvenes se ven obligados a permanecer ais-lados frente a las cámaras de televisión. En El Decamerón era la peste la que les hacía huir, y entonces daban en contarse historias con las que trataban de distraerse de sus angustias, pero en las que también se preguntaban por el mundo del deseo, por el significado de la dicha y del dolor, y con las que trataban, en definitiva, de conjurar a la muerte. Lo que no sucede en absoluto en los programas aludidos, en los que asistimos a un cúmulo de despropósitos y tópicos que ratifican el radical descrédito de lo real que padece el mundo actual.

Sherezade visitaba al sultán cada noche y gracias al arte de sus relatos no sólo logró salvarse, sino salvar la vida de cuantas muchachas habrían tenido que sucederle en su lecho. El mundo del relato siempre ha ido unido a la pregunta por el poder de la muerte, y a la necesidad de encontrar una manera de burlarla. Y es cierto que el mundo de la ficción no pertenece exactamente al mundo del mito, pero aspira a reflejar una parte de su verdad. Y así el mito vuelve a nosotros y, al hacerlo, la realidad se abre y nos entrega sus frutos más sabrosos. Bien mirado, ¿no es ésa la aspiración del narrador? Un puente entre la verdad y el mundo real, eso son todas las historias que merecen la pena. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, INTENTA EXPLICARME MI SUICIDIO, DE JUAN COBOS WILKINS

 








INTENTA EXPLICARME MI SUICIDIO




I. 


Hazlo discretamente,

sin señales cifradas, sin mensajes ni símbolos.

Sin énfasis. Que el ángel

o Louis Armstrong no toquen la trompeta.

Que el aire que aquí muevas

no sobresalte a la mariposa de Hong Kong.


II.


Tampoco

elijas una ciudad hermosa y literaria.

Ni Trieste ni Macondo.

En tu casa

-si es que tienes-,

tal vez

una tarde suave y elegante igual que un galgo afgano

o un alba inescrutable igual que un galgo afgano.

Quizás tras demorarte en una larga ducha muy caliente

y en el cristal de vaho escribir un secreto

que ha de borrarse pronto. Acaso

tras caer unas cerezas en tu boca

y recordar

qué misteriosos, mágicos, eran los gusanos de seda.


III.


Evita releer cartas de amor, escuchar

el cuarto movimiento de la Quinta de Mahler,

ver fotos de familia y amigos.

Sí puedes

resbalar lentamente la yema de tu dedo

por la caligrafía nublada ya, difusa, de tu madre,

y pedir que a la memoria venga

el color indefinible de los hermosos ojos de papá.


IV.


Ponte ese olvidado suéter de cachemir azul, aún te favorece,

y unas gotas de la colonia fresca.

Y no hay más.

En la nada, esto es todo.

El suicidio como una de las bellas artes.





JUAN COBOS WILKINS (1957)

poeta español

























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY JUEVES, 6 DE NOVIEMBRE DE 2025

 


























miércoles, 5 de noviembre de 2025

EL GIGANTE DORMIDO HA DESPERTADO. ESPECIAL ÚNICO DE HOY MIÉRCOLES, 5 DE NOVIEMBRE DE 2025

 








La historia de hoy: El gigante dormido despierta, escribe en Substack (5 de noviembre de 2025), el profesor y economista Robert Reich. Amigos, comienza diciendo, es un desastre total. Mamdani arrasa en Nueva York con más del 50 por ciento de los votos, a pesar del torrente de dinero corporativo que apoya a Cuomo, quien obtuvo solo el 41,6 por ciento.

En Virginia, Spanberger obtiene el 57,1 % (frente al 42,7 % del republicano). Los demócratas consiguen una mayoría significativamente mayor en la Cámara de Delegados. Prácticamente todos los condados de Virginia se inclinaron hacia la izquierda. En Nueva Jersey, Sherril obtiene el 56 % (frente al 43,4 % del republicano). En California, se aprueba la Proposición 50. La cuestión es que los estadounidenses se están expresando — alto y claro. El gigante dormido de América ha despertado y ruge con fuerza.

El 18 de octubre, más de 7 millones de nosotros nos manifestamos contra la tiranía. Hoy, defendemos la democracia. ¿Acaso lo sucedido hoy hará que Trump y sus aduladores republicanos estén aún más decididos a aferrarse al poder en las elecciones de mitad de mandato del próximo año a cualquier precio? ¿O se darán cuenta de la gravedad de la situación y moderarán su ataque contra la democracia y el estado de derecho? Espero que ocurra lo segundo. Temo lo primero. Pero por ahora, celebremos todos este día extraordinario.

Que estés bien. Sé fuerte. Abraza a tus seres queridos. Saldremos adelante. Robert Reich.























DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 5 DE NOVIEMBRE DE 2025





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 5 de noviembre de 2025. El cansancio contemporáneo no es casual, es estructural; somos herederos de un sistema que necesita cuerpos extenuados, se lee en la primera de las entradas del blog de hoy. En la segunda, un archivo del blog de febrero de 2019, se hablaba de que en buen número de países dominan los simuladores de lo popular que se presentan como políticos de un nuevo comienzo, pero que, en realidad, quieren un retroceso a una situación de orden autoritario. El poema del día, en la tercera, es de un poeta cubano nacido en 1910 que comienza con estos versos: Mi corazón, un día, tuvo un ansia suprema,/que aún hoy lo embriaga cual lo embriagara ayer;/Quería aprisionar un alma en un poema,/y que viviera siempre... Pero no pudo ser. Y la cuarta y última son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt














DE LOS PRIVILEGIADOS E INFELICES HUMANOS

 







El cansancio contemporáneo no es casual, es estructural; somos herederos de un sistema que necesita cuerpos extenuados, comenta en El País (28/10/2025) la escritora Mariza Perezagua. Desde la ventana, mientras fregaba los platos, vi algo moverse en el agua, comienza diciendo. Se agitaba con desesperación. Vivo cerca del Estrecho de Gibraltar, así que lo primero que pensé fue que era un hombre. Cogí una toalla y le dije a mi hija de tres años que nos íbamos a la playa. Mientras bajábamos a toda prisa, iba pensando en cómo sacarlo sola, en que un cuerpo al borde del ahogo puede hundirte con él. Recordé que en algunas zonas de Japón los socorristas, cuando no tienen otra opción, golpean la cabeza del ahogado para desmayarlo antes del rescate.

Pero no era un hombre. Era un buitre. Unos pescadores me dijeron que llevaba dos horas luchando contra la corriente. Por fin lograron sacarlo con una red.

Ya en tierra, me impresionó su forma de ángel caído: las alas enormes plegadas sobre el cuerpo, como omóplatos desterrados del paraíso. El animal estaba aterido, tiritaba, y desde el pico le caía un hilo de baba espesa, mezcla de bilis y jugos gástricos que los buitres usan para eliminar bacterias. Sabía que ese ácido, inocuo para ellos, es corrosivo para la piel humana. Le eché la toalla por encima. Un ser hecho para los aires recién salido del mar. Mientras me fijaba en su temblor pensé que aquel buitre no había caído del cielo, sino del desastre de nuestro tiempo. También nosotros, desde el privilegio del primer mundo, nos estamos ahogando en un medio que ya no nos pertenece. Intentamos batir las alas contra un peso invisible: el cansancio, la burocratización de cada gesto.

Mis días, la mayoría, se parecen a una sucesión de absurdos: correos electrónicos que exigen registrarse en plataformas solo para pagar un recibo; asistentes virtuales que te obligan a atravesar menús infinitos antes de llegar a una voz humana; certificados digitales que fallan justo cuando los necesitas; contraseñas que minan la memoria; burócratas que rebotan tu paciencia como si fuera una pelota. No son problemas técnicos: son mecanismos de desgaste. Es una de las enfermedades del privilegio: la pérdida del tiempo propio. Simone Weil escribió que “la atención es la forma más pura de la generosidad”. Pero vivimos distraídos hasta la mutilación, y sin atención no puede haber pensamiento, ni compasión, ni mundo compartido.

El tiempo, lo único que tenemos en cantidad finita. No es el hambre ni la guerra; es una pobreza silenciosa que define a la clase media global. Hemos escapado —por ahora— de la escasez física, pero vivimos atrapados en una penuria de horas perdidas, en una miseria que no mata el cuerpo, pero aplasta el sentido de existir. Y aun así, el sentimiento de no tener derecho a la queja: porque el tiempo que yo pierdo en contraseñas, en un Occidente cebado de exceso y colesterol, lo pierde otra persona en esperanza de vida, en guerras, en hambre. Lo que para nosotros es un trámite para otros es un destino. Lo que aquí se desgasta en minutos, allí se extingue en cuerpos. Aquí lo llamamos estrés. Demasiado ocupados para pensar. Allí lo llaman supervivencia. Demasiado débiles para resistir.

En los llamados países avanzados el tiempo es una cuestión de jerarquías. El tiempo de gestión se ha convertido en un marcador de clase. Quienes menos tienen son quienes más pierden resolviendo trámites que otros pagan por delegar. Nos drenan la vida mediante un expolio diario, un saqueo sistemático de minutos irrecuperables. Nos llaman usuarios, pero somos mano de obra no remunerada. Recepcionistas de nosotros mismos. Secretarios de nuestra vida.

El buitre permanecía con el cuello inclinado hacia abajo, el pico apuntando al suelo, con el aire del anciano más triste, más solo. No me muero de hambre, y doy gracias a la vida por ello, pero otros hombres, otras mujeres, otros niños se extinguen cada segundo, mientras yo tengo que demostrar que no soy un robot seleccionando ridículas fotos de semáforos. La sostenibilidad, la eficiencia, la transición verde: etiquetas al servicio de la versión amable de un colonialismo que continúa drenando horas humanas y recursos ajenos para mantener la infelicidad de la mayoría y la desatención al Otro.

En los peores días llego a la noche exhausta sin haber hecho nada que sienta mío ni útil, ni para mí ni para nadie. Un día perdido. El cansancio contemporáneo no es casual: es estructural. Somos herederos de un sistema que necesita cuerpos extenuados para mantener la fatiga, la insolidaridad y la muerte del espíritu.

El buitre mueve, de manera casi imperceptible, un ala. Me conmueve ese intento: el instinto de seguir batiendo el aire incluso cuando ya no queda cielo.

Quizá eso sea lo único que nos salve: la obstinación animal de vivir no sólo para nosotros, sino para que otros también sigan viviendo. Recordar que la atención es la forma más pura de generosidad. Y para mantenerla, necesitamos reclamar la devolución de nuestro tiempo. Por nuestro bienestar. Por la recuperación y el ejercicio de la bondad humana. Marina Perezagua es escritora. Su último libro es La playa (Pre-Textos).



























DEL ARCHIVO DEL BLOG. EL RITUAL DE LOS BUENOS PROPÓSITOS. PUBLICADO EL 06/02/2019

 










En un buen número de países dominan los simuladores de lo popular que se presentan como políticos de un nuevo comienzo que, en realidad, quieren un retroceso a una situación de orden autoritario, escribe la periodista, escritora y filósofa alemana Carolin Emcke en El País de hoy. 

Los buenos propósitos forman parte del ritual del Año Nuevo. Queremos mejorar alguna práctica licenciosa o alguna costumbre acomodada. Tomamos la determinación de dejar esto o hacer aquello. La mayoría de las veces, en la decisión ya tenemos en cuenta que no tardaremos en fracasar. Con ello, la idea del comienzo pierde vigor y queda reducida a una minucia privada y secreta sobre la que merece la pena preguntarse cuál es el significado profundo, cuál es la gracia inherente a la posibilidad de comenzar.

“Dado que todo ser humano, por el hecho de nacer, es un initium, un comienzo, un recién llegado, los seres humanos son capaces de emprender iniciativas”, señala la filósofa Hannah Arendt en La condición humana, a lo que añade la posibilidad de “convertirse en iniciadores y poner en marcha algo nuevo”. En este sentido, el comienzo no pertenece solamente a las fechas especiales o a los cambios de ciclo como el final del año, sino que puede manifestarse en cualquier actividad humana, en cualquier ocupación que se sustraiga al cálculo y a la previsibilidad. Sin embargo, emprender una iniciativa, empezar algo, significa también, como señala Arendt, “convertirse en principiante”. Quien empieza algo nuevo no puede confiarse a sí mismo, a su experiencia o a su situación anterior. Las personas que tienen que recuperarse de una enfermedad o de una pérdida, que cambian de trabajo o se han vuelto a enamorar, lo saben. Quien empieza de nuevo se adentra en lo desconocido e inestable, y no le queda otro remedio que pensar y actuar sin apoyos, lo cual asusta tanto como inspira.

Pero la posibilidad de poner rumbo hacia lo nuevo nos enfrenta también con la experiencia social y política del abandono de lo viejo. La capacidad de poner en marcha un proyecto, de iniciarlo, puede ser igualmente un acto colectivo. Aunque a menudo lo olvidemos, las festividades religiosas nos traen el recuerdo de antiguas tradiciones repletas de historias en las que el comienzo no solo se anuncia, sino que se lleva o se hace posible a un individuo o una comunidad. Frente a la idea de la optimización permanente de uno mismo, característica del espíritu de nuestra época, cuyo principal sentido es la adaptación forzosa a la competitividad, las antiguas historias nos remiten a la idea del comienzo disidente; nos hablan de la huida colectiva de la falta de libertad o de la búsqueda común de otro lugar, de otra forma de vida; relatan el valor de la multitud para resistir o la reflexión autocrítica del individuo.

Quizá la razón de que esas viejas historias sigan conmoviéndonos sea que alimentan permanentemente la esperanza de podernos liberar de lo que nos ha lastrado o limitado; de aquello que nos hace que seamos más pequeños, más pobres o más cobardes de lo que podríamos ser. Tal vez conserven también esa fuerza intacta porque nos dicen cómo dejar algo atrás, lo que un día fuimos o lo que nos ha deformado; cómo evitar vernos obligados a ser prisioneros de nuestra historia o nuestros orígenes; cómo ser capaces de rebelarnos contra una vida alienada, contra la privación de derechos. En eso reside la milagrosa promesa de estas historias de comienzo. Vivir con el mismo gozo que tantos personajes de ficción en la literatura, el teatro o el cine cuando se aventuran en lo abierto, aún incierto, y nos muestran la alternativa del valor o la libertad para ser.

Últimamente, en un buen número de países de todo el mundo dominan los personajes o los movimientos políticos que quieren limitar y reprimir esa posibilidad de comenzar. Ya sea Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, los simuladores de lo popular se presentan como políticos del nuevo comienzo. Sin embargo, el contenido de sus programas pone en evidencia lo contrario. Lo que quieren es restringir la diversidad social, que es justamente la manifestación de la posibilidad de toda persona, sea hombre o mujer, de desarrollarse sin cortapisas. No quieren saltos hacia mundos más libres, sino un retroceso ficticio a una situación de orden autoritario regido por la promesa no de igualdad, sino de jerarquización. Por eso escenifican su política de la regresión como si la demolición de los derechos humanos y civiles o la negación de la diversidad de la propia sociedad fuesen beneficiosas. Se declaran reformadores, y lo único que quieren decir es que van a ablandar las leyes y disposiciones que protegen a las minorías y los espacios de libertad. La brutalidad del lenguaje, la barbarie sin complejos con que Trump se refiere a los emigrantes de México, o Bolsonaro a los homosexuales, o ambos a las mujeres, son síntoma de una ideología inhumana cuyo objetivo es la represión.

En consecuencia, si queremos hacernos un propósito para el nuevo año, que sea el de volver a fortalecer la verdadera idea del comienzo en nuestras democracias; el de confiar en nuestra capacidad de alumbrar otras formas de convivencia más abiertas, y no más restrictivas; más libres, y no más jerárquicas; más democráticas, y no más autoritarias. Porque en eso consiste una democracia abierta y plural: en proteger los espacios y los derechos que permiten a las personas desarrollarse; en no rezagarlas o coartarlas por su origen o sus creencias; en permitirles que cambien, que sueñen con la felicidad individual o colectiva, y que esa felicidad pueda ser diferente de la de sus padres o sus vecinos.

Que las comunidades indígenas hayan sido marginadas y expoliadas durante siglos no significa que haya que seguir haciéndolo; que, históricamente, las mujeres hayan sido tratadas con condescendencia y reducidas a la condición de objeto, que su palabra valiese menos ante los tribunales, no es razón para perpetuar la tradición de violencia contra ellas. De la duración de una injusticia no se puede deducir su legitimidad. Que algo haya sido siempre así no significa que sea bueno.

Esta es la promesa del comienzo: la posibilidad de revisar nuestra herencia social o cultural; de seguir utilizando y transmitiendo lo bueno y de interrumpir y cambiar lo que nos ha perjudicado o limitado. Porque la democracia consiste en experimentar como sociedad; en preguntarnos si nuestras prácticas y nuestras costumbres son lo bastante buenas, si nos hacen más libres, si son justas, o si solo algunas son ventajosas, y otras, no. Una democracia es un orden dinámico porque aplica procedimientos que nos permiten aprender como individuos, pero también como sociedad. Es nuestra obligación no solo defender esta concepción del comienzo, sino ampliarla y profundizarla. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, POEMA DEL FRACASO, DE JOSÉ ÁNGEL BUESA

 







POEMA DEL FRACASO




Mi corazón, un día, tuvo un ansia suprema,

que aún hoy lo embriaga cual lo embriagara ayer;

Quería aprisionar un alma en un poema,

y que viviera siempre... Pero no pudo ser.



Mi corazón, un día, silenció su latido,

y en plena lozanía se sintió envejecer;

Quiso amar un recuerdo más fuerte que el olvido

y morir recordando... Pero no pudo ser.


Mi corazón, un día, soñó un sueño sonoro,

en un fugaz anhelo de gloria y de poder;

Subió la escalinata de un palacio de oro

y quiso abrir las puertas... Pero no pudo ser.


Mi corazón, un día, se convirtió en hoguera,

por vivir plenamente la fiebre del placer;

Ansiaba el goce nuevo de una emoción cualquiera,

un goce para él solo... Pero no pudo ser.


Y hoy llegas tú a mi vida, con tu sonrisa clara,

con tu sonrisa clara, que es un amanecer;

y ante el sueño más dulce que nunca antes soñara,

quiero vivir mi sueño... Pero no puede ser.


Y he de decirte adiós para siempre, querida,

sabiendo que te alejas para nunca volver,

Quisiera retenerte para toda la vida...

¡Pero no puede ser! ¡Pero no puede ser!




JOSÉ ÁNGEL BUESA (1910-1982)

poeta cubano