El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
martes, 12 de agosto de 2025
lunes, 11 de agosto de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 11 DE AGOSTO DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 11 de agosto de 2025. Madrid no es exactamente una capital del jazz como París o Tokio, a pesar de que tiene un festival internacional en otoño y un departamento dedicado al género en el Real Conservatorio Superior de Música, y si alguna vez lo ha parecido, ha sido por culpa del Café Central, y parece impensable que un lugar tan fundamental para Madrid como el Café Central vaya a sucumbir a la burocracia ciega de la especulación inmobiliaria, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy, la escritora Marta Peyrano. En la segunda, un archivo del blog de noviembre de 2015, HArendt hablaba de la desconfianza que le merecían todos aquellos que hablan de la Patria, la Nación, el País, el Estado, la Justicia, la Democracia, el Pueblo o Dios (y más cosas) en primera persona, con mayúscula, y poniéndolos siempre por delante como justificación de sus acciones. El poema del día, en la tercera, es el Soneto XVII, de Pablo Neruda, que comienza con estos versos: No te amo como si fueras rosa de sal, topacio/o flecha de claveles que propagan el fuego:/te amo como se aman ciertas cosas oscuras,/secretamente, entre la sombra y el alma. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DE LA LENTA AGONÍA DEL ALMA DE LA CIUDAD DE MADRID
Parece impensable que un lugar tan fundamental para Madrid como el Café Central vaya a sucumbir a la burocracia ciega de la especulación inmobiliaria, afirma en El País [Esto es una carta de amor, 04/08/2025] la escritora Marta Peyrano. Madrid no es exactamente una capital del jazz como París o Tokio, a pesar de que tiene un festival internacional en otoño y un departamento dedicado al género en el Real Conservatorio Superior de Música. Si alguna vez lo ha parecido, ha sido por culpa del Café Central. El establecimiento rojo de la céntrica plaza del Ángel no es sólo uno de los locales de jazz más prestigiosos y queridos de Europa. También es un hogar para todos los que fusionan jazz y flamenco, un punto clave del eje latino, y el nudo que ata los sonidos árabes y los ritmos africanos con el jazz continental. Pero, sobre todo, es el lugar donde varias generaciones de madrileños aprendimos a amar el jazz, de la misma manera que aprendimos a amar el cine en la Filmoteca, y el arte en los museos.
Sus residencias semanales, un formato que comparte con el mítico Village Vanguard de Nueva York, ha permitido a los artistas ir desarrollando relaciones profundas con la sala, con el público y con la ciudad. Ha facilitado que los debutantes compartan escenario con leyendas, que los talentos locales colaboren con los grandes mitos de Nueva Orleans, Cuba o Nueva York.
Ese amor con amor se paga. Todo el mundo sabe que Tete Montoliu se vino de Barcelona a tocar durante cinco semanas seguidas sólo para rescatar al club de la quiebra durante el Mundial de fútbol del 94. Que durante dos décadas Javier Krahe, príncipe de los cascarrabias, se quedaba la última semana antes del comienzo de la Navidad. Parece impensable que una comunidad tan vital vaya a sucumbir a la burocracia ciega de la especulación inmobiliaria.
Confieso que no recuerdo quién tocaba la primera vez que fui. Lo hice con un amigo del instituto cuyos padres, periodistas argentinos, escuchaban jazz. Yo me sentía la última coca-cola del desierto porque me gustaban Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, Porgy & Bess. Pero en mi casa lo que mi padre ponía era el Alan Parsons Project y a Eumir Deodato; y a mi madre le gustaban Ana Belén y Víctor Manuel.
El mundo del jazz era para mí una película extranjera sin subtítulos, un club exclusivo de fumadores de pipa y recitadores de Frank O’Hara, gente rica y sofisticada, adulta e intelectual. Yo no era uno de los cool cats. Me daba pudor hasta pararme a leer los carteles, por si alguien me decía pero tú de qué vas. Esa noche aporreé la mesa, bailé y bebí con los músicos, y volví a casa integrada y fanatizada. Todo el mundo tiene una historia parecida del Central.
“No hay mejor público que este”, decía Montoliu hace 31 años. “Hay algo en el lugar que hace que el público se fusione y transmita una emoción particular”, comentó este verano Ben Sidran, antes de tocar allí.
Es la intimidad de ese escenario lo que propicia la conexión mágica. Hay pocos sitios donde la audiencia y los artistas puedan mirarse a los ojos y respirar la misma respiración. Residente regular desde 1999, Sidran grabó un disco en directo con su cuarteto para celebrar sus primeras cien noches del Central (Cien noches, Nardis, 2008). Allí dice: “No podemos elegir de quién nos enamoramos en la vida. A veces el amor nos elige y es algo curioso. Como una fuerza magnética que ocurre y, cuando te ocurre, lo sabes”. No sé cómo podemos renunciar a eso y seguir siendo una ciudad excepcional. Marta Peyrano es escritora.
DEL ARCHIVO DEL BLOG. SOBRE EL AMOR A LA PATRIA. PUBLICADO EL 09/11/2015
Desconfío, por decirlo suavemente, de todos aquellos que hablan de la Patria, la Nación, el País, el Estado, la Justicia, la Democracia, el Pueblo o Dios (y más cosas) en primera persona, con mayúscula, y poniéndolos siempre por delante como justificación de sus acciones. Me dan miedo. Y de vez en cuando me repelen. Sobre todo cuando suenan a oportunismo electoral.
Es difícil entenderse, aunque sea en el mismo idioma, cuando no compartimos el sentido de las palabras que empleamos. Así pues, para que se me pueda entender, y replicar, reproduzco las acepciones, tomadas del Diccionario de la lengua española de la RAE (2014) que me son más cercanas, de algunas de las palabras empleadas en esta entrada:
1. estado: 6. m. Forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio.
2. nación: 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
3. país: 2. m. Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado.
4. patria: 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.
5. patriota: 1. m. y f. Persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien.
El escritor y académico Javier Marías en un artículo de hace unos años en El País Semanal titulado "Cómo se llamará esta afección", escribía: "Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, sí, y durante un tiempo es nuestro único mundo. En él desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos vínculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos hábitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos cómodos, y bastaría con que nos viéramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos españoles a lo largo de la historia- para que echáramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos hábitos. La mayoría de la gente vive donde vive porque se encontró allí al nacer y se incorporó a lo que ya estaba en marcha. Se instaló naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesión. Pero todo es principalmente una cuestión de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello".
El artículo completo de Marías me pareció desgarrador, y quizá, excesivo. En todo caso comparto con él ese sentimiento de "patriotismo negativo" al que alude en su texto: aquel que nos hace avergonzarnos de muchos de nuestros compatriotas y de muchas de las cosas que se han hecho y dejado de hacer en nombre de la patria.
¿Plagio inocente e inadvertido o simple coincidencia de sentimientos? Cualquiera de los dos hechos son posibles. No me preocupa. Como Marías, yo también me pregunto como se llamará "esa afección que nos hace incapaces de enorgullecernos junto a la capacidad de avergonzarnos por lo ajeno vecino". En todo caso, como él, estoy seguro de que no somos los únicos españoles que la padecemos.
Mi paisano Nicolás Estévanez, (1838-1914), militar y político de prestigio, y sobre todo poeta, escribió un hermosísimo poema sobre el mito de la patria titulado "La sombra del almendro". Les dejo con él. Dice así:
DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, SONETO XVII, DE PABLO NERUDA
SONETO XVII
No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
PABLO NERUDA (1904-1973)
poeta chileno

















































