sábado, 13 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] La Unión Europea como último bastión





Algo tendrá de buena y envidiable la Unión Europea cuando hoy la quiere debilitar casi todo el mundo, desde Trump hasta Putin o los ‘yihadistas’, escribe en El País el novelista y académico Javier Marías. Ni que decir tiene que comparto su opinión.

Ningún hecho, comienza diciendo Marías, ha habido más épico en los últimos cien años que la resistencia de Inglaterra, sola, durante la Segunda Guerra Mundial. Lo sabe cualquiera que haya leído libros sobre el conflicto o haya visto unas cuantas películas: éstas empezaron a hacerse durante la contienda y el filón no se ha agotado, casi ocho decenios más tarde. Uno detrás de otro, los países europeos habían caído derrotados, invadidos (de Polonia a Francia), o se habían proclamado neutrales (Suecia, Suiza), o se habían aliado con Hitler (la Unión Soviética, hasta 1941, cuando los nazis rompieron el pacto de no agresión) o habían sido “convencidos” (Italia, España, Hungría, Croacia, la Noruega de Quisling). Los Estados Unidos sesteaban y se desentendían. E Inglaterra, durante un tiempo que se le debió hacer eterno, aguantó en solitario y con escasa esperanza. Lástima que ahora se haya convertido en uno de los detractores y desertores de la actual Inglaterra, salvando todas las distancias.

La Inglaterra actual es para mí la Unión Europea. Por fortuna, el dramatismo de la situación no es comparable, y no hay guerra abierta. Pero, si las nuevas generaciones están ansiosas de tener su épica, no hay mejor causa que defender el único bastión de las libertades que queda en nuestro mundo, atacado por casi todos los flancos sin que nos demos mucha cuenta de ello. Es más, quienes deberíamos defender ese bastión a ultranza lo criticamos y nos quejamos de él a menudo. No es que no haya motivos. La Unión Europea está llena de defectos, es burocrática, con frecuencia parece arbitraria y en ocasiones será injusta. Siempre se dice que es sólo un proyecto económico y que no resulta “ilusionante”. Pero nuestra visión debería mejorar si nos paramos a pensar que es lo único digno de conservación que tenemos, y que además fue un extraordinario invento del que no son conscientes muchos jóvenes. Han nacido ya con ella, y encuentran natural recorrer Europa con un DNI y sin cambiar de moneda, poderse trasladar a casi cualquier país manteniendo sus derechos y sin verse tratados como inmigrantes ni intrusos. Y más natural aún les parece que en ese territorio no haya guerras ni enemigos, sino lo contrario, solidaridad y colaboración y amigos. Si esos jóvenes (o demasiados viejos desmemoriados e ingratos) se molestaran en repasar un manual de Historia, sabrían que lo propio de nuestro continente, desde el inicio de los tiempos hasta fecha tan reciente como 1945, fue que los países se mataran entre sí y se mostraran beligerantes. La historia europea es una sucesión de escabechinas e invasiones, que sólo cesaron gracias a este proyecto hoy desdeñado, cuando no denostado. Esos jóvenes despreocupados y esos viejos irresponsables dan esa paz por descontada, y así nadie se afana por defender la mejor idea jamás alumbrada por nuestros antepasados.

Algo tendrá de buena y envidiable esa Unión cuando, si se fijan, hoy la ataca o la quiere debilitar casi todo el mundo. Trump la detesta y la boicotea, Putin procura disgregarla y romperla valiéndose de lo que sea, los yihadistas del Daesh y otros grupos intentan destruirla (¿cuántos atentados padecidos ya en nuestras tierras, incluido el de Barcelona que el ensimismamiento soberanista olvidó tras sus breves aspavientos? ¿Cuántos muertos?). La Venezuela de Maduro abomina de ella, y en nuestro propio seno es combatida con virulencia por los retrógrados de cada país: los xenófobos británicos ya han logrado abandonarla, y por consiguiente torpedearla; en Francia, la racista Le Pen propone acabar con ella, como las extremas derechas holandesa, escandinava, alemana, austriaca y flamenca. También los grupos de la falsa y reaccionaria extrema izquierda la odian y desearían que desapareciera, y a toda esta gente se le han unido ahora los independentistas catalanes. Para uno de los más conspicuos, el comisario político Llach, los europeos son “cerdos”, y para Puigdemont “una vergüenza”. Y un par de naciones o tres forman ya una especie de quinta columna dentro de la propia Unión: Polonia, Hungría, Eslovaquia, que pretenden convertirse en semidictaduras sin separación de poderes y con prensa amordazada. Es seguro que si pidieran ahora su ingreso en el club, bajo sus actuales leyes y mandatarios, los demás miembros se lo denegarían. Es más fácil impedir el paso que expulsar a los ya instalados. En la Unión Europea no hay pena de muerte, hay elecciones democráticas y libertad de expresión y de prensa, y asistencia sanitaria aceptable; los diferentes países no pueden hacer cuanto se les antoje sin ser amonestados (por mucho que los “pueblos” aprobaran referéndums para reestablecer la esclavitud, por ejemplo, eso no se consentiría). Con los Estados Unidos y Rusia convertidos en naciones autoritarias, por no hablar de la China, Turquía, las Filipinas, Egipto, Myanmar, Venezuela, Arabia Saudí y otros países musulmanes, y por supuesto Cuba, díganme si queda algún otro baluarte de las libertades a este lado del Atlántico. Cierto que no hay una figura con el carisma y la retórica de Churchill. Pero tanto da: para quienes anhelan su épica, aquí la tienen: la defensa de un puñado de democracias cabales contra el resto del globo, o casi.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Darío Villanueva







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico Darío Villanueva Prieto

Darío Villanueva Prieto nació en Villalba (Galicia), el 5 de junio de 1950. Elegido el 5 de julio de 2007, tomó posesión de la silla "D" académica el 8 de junio de 2008 con el discurso titulado El «Quijote» antes del cinema, al que respondió, en nombre de la corporación el académico Pere Gimferrer.

Fue elegido director de la institución el 11 de diciembre de 2014. Es también el presidente nato de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Santiago de Compostela y doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, es Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Santiago de Compostela, de cuya Facultad de Filología fue decano entre 1987 y 1990. Es correspondiente de la Academia Argentina de Letras y doctor honoris causa por ocho Universidades de Argentina, Estados Unidos, Perú, Reino Unido, Suecia y Nicaragua.


Darío Villanueva, en su toma de posesión académica



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy sábado, 13 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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viernes, 12 de enero de 2018

[PÍLDORAS LITERARIAS] Hoy, con "El suicida", de José María Peña Vázquez





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo hoy la serie de píldoras literarias con el minirrelato del escritor extremeño José María Peña Vázquez titulado El suicida. Tiene trece palabras, y apareció publicado en Galería de hiperbreves (2001).
Les dejo con su relato. Dice así:


EL SUICIDA


A la altura del sexto piso 
se angustió: 
había dejado el gas abierto.






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[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy viernes, 12 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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jueves, 11 de enero de 2018

[POESÍA, PINTURA, MÚSICA] Hoy, con Blas de Otero, Jean-André Rixens y Gioachino Antonio Rossini





Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo. 

Por su parte, George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia.

Y Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana.

Me parecen razones más que suficientes para retomar la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al tema de España en la poesía española contemporánea que tan buena acogida de los lectores tuvo hace ya unos años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. Poemas a los que acompaño con algunas de las más bellas arias de la historia de la ópera y de algunos de los desnudos más hermosos de la pintura universal. Disfrútenlos.

Hoy traigo al blog al poeta Blas de Otero y su poema Proal (1971)al pintor Jean-André Rixens y su cuadro La muerte de Cleopatra (1879), y al músico Gioachino Antonio Rossini y su canción Bel raggio lushingier, de la ópera Semiramide (1823).


***



Blas de Otero (1916-1979) nace en Bilbao (Vizcaya). Estudia Derecho en la universidad de Zaragoza y Filosofía y Letras en la de Madrid. Sufrió frecuentes crisis depresivas desde su juventud derivadas de su situación familiar, que le llevaron sucesivamente por una etapa religiosa, otra existencialista y por último a la poesía social. Vivió en Cuba entre 1964 y 1967, donde se casó y divorció. Enfrentado siempre al franquismo sus libros tuvieron problemas con la censura. Demócrata convencido cantó a la reconciliación de los españoles toda su vida. Murió de una embolia pulmonar en Majadahonda (Madrid). Les dejo con su poema Proal.


PROAL 

Este es el tiempo de tender el paso 
y salir hacia el mar, hendiendo el aire. 
Hombres, levad los hombros 
sonoramente, bajo el sol que nace. 

Este es el mar, las armas son aquellas 
que, estrepitosamente, se deshacen. 
Hombres, izad, alzad 
hacia la paz los encendidos mástiles. 

España, espina de mi alma. Uña 
y carne de mi alma. Arráncame 
tu cáliz de las manos. 
Y amárralas a tu cintura, madre. 


***



Jean-André Rixens (1846-1925) fue un pintor y muralista francés, destacado por su papel en la decoración del Capitole de Toulouse (Salle des Illustres) y del Hôtel de Ville de París (Salon des Sciences). Rixens fue un pintor histórico y de retratos. Muchas de sus pinturas, como La muerte de Cleopatra, muestran la fascinación del artista por el orientalismo y su inclinación por lo mitológico. Para 1900, las pinturas de Rixens lo habían convertido en Caballero de la Legión de Honor y miembro de la Sociedad Nacional de Bellas Artes. 



La muerte de Cleopatra (1879). Museo de los Agustinos, Toulouse, Francia


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Gioachino Antonio Rossini (1792-1868), fue un compositor italiano. Su popularidad le hizo asumir el «trono» de la ópera italiana en la estética del bel canto de principios del siglo XUX, género que realza la belleza de la línea melódica vocal sin descuidar los demás aspectos musicales. Les dejo con su bellísima Bel raggio lusinghier, de la ópera Semiramide.





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[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy jueves, 11 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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miércoles, 10 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El público visto desde el estrado





Todos los que en algún momento de nuestras vidas hemos impartido clases o nos hemos tenido que dirigir en público y en solitario a un auditorio, creo que nos vemos reflejados en el delicioso artículo que el escritor y antiguo profesor Fernando Aramburu, escribe en El Mundo. Seguro que lo disfrutan.

Al escritor lo invitaron a hablar en público, comienza diciendo Aramburu. Es esta una actividad para la cual nunca fue aleccionado por un profesor de oratoria. Lo suyo es escribir, no hablar, si bien a fuerza de años y disertaciones ha ido reuniendo algunas tablas. Lo ayuda la circunstancia de haberse dedicado durante largo tiempo a la docencia. Cree que no se puede establecer una distinción tajante entre hacerle pasar un buen rato a un grupo de adultos o a una piña de colegiales, aunque ante estos últimos conviene no confiarse demasiado, ya que por lo común ignoran las técnica de disimular la impaciencia. Quitando este detalle, es cosa probada que mayores y pequeños disfrutan por igual de la amenidad y de la risa.

El escritor ha publicado, no siempre con éxito, cierta cantidad de libros. No olvida la tarde en que fue a presentar uno de dichos libros a una ciudad de provincias y acudieron cinco personas a escucharlo. El presentador no apareció. Fuera caía una lluvia estruendosa y tronaba como si los artilleros del cielo se hubieran conjurado para reventarle el acto. El escritor no descarta la posibilidad de que dos o tres de los asistentes, acaso todos, hubieran entrado en el recinto sin más propósito cultural que resguardarse de la tormenta.

Hoy la sala presenta un aspecto concurrido. El escritor lo comprueba con una mirada en apariencia distraída. A continuación agradece los aplausos que el generoso público ha tenido a bien dispensarle a modo de recibimiento. Los aplausos del final suponen un premio; los del principio, una advertencia endulzada de cordialidad: abrigamos expectativas, esfuércese.

Sobre la mesa, junto al micrófono, está la copa de vino tinto que el escritor había solicitado. El vino le aclara los pensamientos, le suelta la lengua; obra en él de costumbre un efecto euforizante que acaba con cualquier asomo de fatiga, de paso que pone freno a su inseguridad. Le carga, además, las pilas de buen humor. El escritor, cuando ve la copa de vino sobre la mesa, se hace a la idea que nada puede fallar.

En algún sitio, los organizadores del acto no entendieron la razón del vino y sirvieron al escritor una botella de litro, considerando tal vez que convenía satisfacer su dipsomanía para salvar la conferencia. No sería, desde luego, el primero que sube a un estrado con las pupilas dilatadas. ¿Cuántos, antes de hablar en público, se acogen al estímulo de los fármacos, el alcohol, los estupefacientes? Vaticino el derrumbe de muchas famas el día en que el gremio de los oradores haya de someterse a controles antidopaje.

El presentador lee ahora las dos páginas sazonadas de datos biográficos y elogios que ha traído escritas de casa. El escritor aprovecha estos prolegómenos corteses tanto para arrearle el primer lingotazo a la copa de vino como para cerciorarse de que entre el público no está su mujer. No hallarla le da tranquilidad, pues teme sus opiniones al término del acto. A ella le da igual el contenido de la intervención. Juzgará el nudo de la corbata, si los colores de las distintas prendas del atuendo armonizaban, si él se rascó seis veces la cabeza o se puso otras tantas la mano delante de la boca.

Observadas desde el estrado, las filas de cuerpos forman una unidad ilusoria. Es seguro que cada uno de los circunstantes se siente distinto y separado de los demás. La masa son los otros y uno es el que es. Esta convicción se le impone con más fuerza al escritor por su posición de aislamiento en el escenario. Como en sus viejos tiempos del colegio, habla mirando a este, a ese, al de más allá alternativamente, deteniendo los ojos tan sólo unos segundos en cada uno de los rostros elegidos al azar. A veces dirige la mirada hacia el fondo de la sala, hacia nadie, y en realidad, aunque hace como que mira a este señor y luego a esa señora, sólo presta atención al flujo de sus propias palabras. No hay diferencia entre hablar a los cinco de aquella lejana tarde de relámpagos y hablar ante 100, 200 o 500 almas.

La cosa cambia cuando alguna persona del público se singulariza en razón de su conducta, como ocurre ahora con una señora de la tercera fila. Se ha quedado traspuesta, aunque pudiera ser que esté escuchando la conferencia con los ojos cerrados a fin de aguzar la concentración y sacarles el mayor provecho posible a los razonamientos del conferenciante. No menos intriga al escritor esa persona que de pronto se levanta y abandona el recinto andando de puntillas como quien huye después de haber perpetrado una fechoría. ¿Se va decepcionada, ofendida, presa de cólera o, sintiéndolo en su corazón, debe acudir deprisa a una cita inaplazable? ¿Estará en desacuerdo con las ideas expuestas por el orador? ¿La aprieta de pronto un apuro físico? El escritor no ha podido nunca resolver el enigma.

Conserva de sus años de docente el instinto de captar si el público se está aburriendo o no. Hay señales inequívocas que así se lo indican. Si la gente empieza a removerse en los asientos y menea la cabeza, malo. Urge entonces cambiar de asunto o jugar la baza jocosa. El escritor escudriña fisonomías a la busca de una persona que lo escuche con gestos de asentimiento. Y, en efecto, una chica de la quinta fila corresponde de vez en cuando a sus palabras con cabezadas de asentimiento. Consecuentemente, el escritor detiene su mirada en ella y le habla como si no hubiera nadie más en la sala. Si los gestos fueran de reprobación, el escritor se apresuraría a mirar hacia otro lado.Llega, tras casi una hora de disertación, el turno de las preguntas. No es raro que sobre el mar de cabezas se extienda un espeso silencio. Al escritor le importa poco esta situación, que no le resulta embarazosa porque preludia el final inminente de la tarea. En ocasiones, pide la palabra un espontáneo, figura típica en estos lances culturales, que aprovecha el micrófono que se le ofrece y el público que lo rodea para soltar una alocución a menudo descabellada, sin la menor conexión con el tema de la conferencia. Aconsejado por la cautela, el escritor adopta una expresión de serenidad. Ya una vez, en un centro cultural, cometió la imprudencia de replicar con guasa a uno de estos asistentes desaforados y el tipo se lo tomó a mal. Ahora el escritor, discretamente ensimismado y, por supuesto, sordo, se limita a saborear el último trago de vino, mientras piensa si en la cena posterior al acto, con posible asistencia de algún concejal, pedirá carne o pescado, o si más bien debería contentarse con una ensalada. Es que cada vez que se embarca en un ciclo de pesentaciones vuelve a casa con algún que otro kilo de más y eso tampoco le gusta a su mujer.


Dibujo de Gabriel Sanz para El Mundo



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