martes, 2 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Pandemias




Dibujo de Eva Vázquez para El País


Ninguna otra epidemia, afirma en el A vuelapluma de hoy martes [¿Apocalipsis Now?. El País, 17/5/2020] el escritor y académico de la Lengua Juan Luis Cebrián, ha conocido la extensión territorial, la rapidez del contagio y la articulación de medidas casi universales por los poderes públicos como las que hemos vivido estos últimos dos meses

"Desde muchos puntos de vista puede decirse que la de la covid-19 es la primera auténtica pandemia que el mundo padece. Ninguna otra epidemia del pasado ha conocido la extensión territorial, la rapidez del contagio y la articulación de medidas casi universales por los poderes públicos como las que hemos conocido durante estos últimos dos meses. Sin embargo, y como señala la francesa Françoise Hildesheimer, autora de una historia sobre las plagas y su influencia en la sociedad, los métodos empleados para luchar contra el coronavirus no son muy diferentes de los que se utilizaron contra la peste. Claro que entonces no había casi 8.000 millones de habitantes, más de la mitad conectados entre sí a través de Internet, no existían megaciudades, y se castigaba con la horca al que pretendiera fugarse de una muerte segura causada por la bacteria. Sorprende por otra parte la unanimidad incluso dialéctica que la mayoría de los gobernantes han adoptado en sus decisiones. No es tanto que se hayan coordinado entre sí como que se vienen copiando unos a otros con descaro. Un eufemismo tan necio como el anuncio de una “nueva normalidad” se escucha lo mismo en París que en Washington o en Madrid; y el argumento angélico frente a sus críticos de que los gobernantes se dedican antes que nada a salvar vidas, o la exculpación de sus errores porque lo hacen lo mejor que saben, son tan ingenuos como innecesarios. ¡Faltaría más!

En pleno desconfinamiento, palabro sobre el que aún debatimos en la Academia, se habla mucho de cuándo podrán visitarnos nuestros nietos o seremos libres de tomar una cerveza sin que nos amenace la autoridad competente. Muy poco se comenta en cambio que los desvaríos de esa nueva normalidad no afectarán solo a nuestras vidas y al comportamiento social, sino también, y de forma inmediata, a los procesos internacionales y las relaciones entre los países. No sabemos todavía casi nada del virus, y sabemos muy poco del futuro del mundo, pero sí podemos estar seguros de que será muy diferente. Y peor. No se trata de anunciar el Apocalipsis Now, aunque comencemos a verles la cara a los jinetes de la peste, el hambre, la guerra y la muerte que avisan en la Biblia del fin de los días. Tenemos los medios y las herramientas para evitar una catástrofe mayor de la que ya vivimos. Pero es precisa también la voluntad de hacerlo.

Por decirlo con palabras que escuché hace bien poco al presidente de una gran multinacional, en la batalla entre globalización y nacionalismo, la primera es perdedora y es de prever que lo seguirá siendo en el corto plazo. De modo que en vez de buscar soluciones mundiales a problemas mundiales, no pocos gobernantes se dedican no solo a guardar las distancias sociales (otro bello eufemismo) entre su país y los de los otros, sino a identificar y perseguir un enemigo. El virus no reconoce fronteras, aunque entonces cabe preguntarse por qué se cierran a cal y canto, pero tiene denominación de origen: es el virus chino.

La ofensiva contra el emergente poder de Pekín había comenzado ya con la guerra comercial desatada por Trump. La verdad es que muchos de los fenómenos disruptivos que la pandemia parece haber desatado no son sino un prolongamiento de los efectos de la crisis financiera de 2008. En esa ocasión, China y los tigres asiáticos aparecieron ante las opiniones públicas occidentales como agentes más eficaces y rápidos a la hora de responder a los desequilibrios generados tras la quiebra de Lehman Brothers. Algunos dirigentes europeos señalaron sin ambages la necesidad de reformar el capitalismo, singularmente el financiero, si se pretendía que sobreviviera a sí mismo. Desde entonces nada o muy poco se ha hecho al respecto, mientras aumentaban las desigualdades hasta extremos socialmente insoportables. La eficiencia china se basaba entre otras cosas en la inexistencia de democracia interna, lo que facilitaba la imposición de reglas y aceleró los plazos en la toma de decisiones. Para los occidentales ese fue un mal ejemplo: muchos ciudadanos que padecen hoy el desencanto democrático se muestran propicios a ceder en el ejercicio de sus libertades a cambio de seguridad y bienestar económico. De cualquier modo, por más que se la demonice, China va a seguir ahí y tanto Europa como América la necesitan en tres o cuatro campos en los que su contribución es inevitable para los intereses generales: la lucha contra la actual pandemia, el desarrollo tecnológico y la contención del calentamiento global.

En el primer caso es precisa una colaboración estrecha con los científicos de Wuhan que permita identificar sin trabas el origen del virus y las causas de su extensión, así como cooperar en la investigación de una vacuna y de los tratamientos adecuados para la enfermedad. En tecnología, el desarrollo de redes 5G nos permitirá conectarnos casi en tiempo real, facilitando el Internet de las cosas y multiplicando el número de contactos. Las empresas chinas llevan varios años de adelanto a las occidentales en la implantación de esa tecnología y no es justo para la economía de nuestros países y el bienestar de nuestros ciudadanos retrasar su despliegue en Europa mediante prácticas proteccionistas. Por último, en lo que se refiere al cambio climático, poco o nada se podrá hacer sin un acuerdo con Pekín, capital del país más contaminante de la tierra.

La apertura de China hacia Occidente la inició Mao poco antes de morir, con la complicidad de Nixon y Kissinger en la Casa Blanca. Sus razones para hacerlo, expresadas por él mismo, se basaban en el temor hacia la Unión Soviética, a la que consideraba heredera de las prácticas zaristas que los bolcheviques habían combatido en un principio. Los chinos por entonces creían que una nueva guerra mundial era casi inminente y se sentían desprotegidos ante Moscú. La diplomacia americana trabajó durante décadas para separar a los dos gigantes comunistas, pero han bastado un par de años para que el presidente Trump los haya vuelto a juntar. La desunión de Europa y el renacer de sus nacionalismos, palpable en la respuesta a la invasión del virus, es también visible en sus vacilaciones y dudas respecto a sus relaciones con el coloso chino, que en los últimos años ha aumentado su influencia en los países africanos y en América Latina. A punto de convertirse en primera potencia económica mundial, es ya líder en tecnología y el país más poblado de la tierra, lo que le proporciona un mercado interior que sus empresarios contemplan como defensa indestructible frente al proteccionismo comercial del extranjero. Unos pactos razonables entre la Unión Europea y el antiguo Imperio del Centro son absolutamente indispensables, como ha puesto de relieve el alto comisario para las relaciones exteriores de la UE, Josep Borrell. No obstante, hay numerosos indicios de que frente a sus bienintencionadas declaraciones varios Gobiernos de la Unión comienzan a hacer patente su desconfianza hacia la potencia oriental.

Hay otro aspecto en el que el entendimiento con Pekín es necesario. El sistema financiero y monetario va a estar sometido a un formidable estrés por el aumento de la deuda pública y privada, que ya alcanza niveles nunca vistos. Esta es una situación que desborda las opciones de muchos poderes nacionales. John Kenneth Galbraith solía decir que la economía es una rama de la política, desde el convencimiento de que los Gobiernos deben regularla. A decir verdad vivimos ya en muchos aspectos la situación contraria: la globalización financiera no está sometida a más reglas que la de su propia autonomía, y gran parte de la política actual y de la soberanía de las naciones resulta más bien una simple consecuencia de las decisiones de los mercados. O los responsables de la gobernanza global se toman en serio la reforma del capitalismo, y trabajan por disminuir las crecientes diferencias entre los diversos estamentos sociales y entre los países mismos, o con toda seguridad el mundo que nos aguarda a la vuelta de la esquina será mucho más peligroso para todos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] Con la iglesia hemos topado, Sancho.... Publicada el 22 de diciembre de 2009




Grabado de Gustavo Doré para una edición del Quijote


Una de las frases más famosas y tópicas de nuestro inmortal paisano es esa de "con la Iglesia hemos topado, Sancho". Y es que tropezar con la Iglesia a principios del siglo XVI era, en España y en Europa, peligroso, muy peligroso... No sólo con la Católica única y verdadera, claro ésta, sino con todas las "iglesias". Algunos ejemplos: el filósofo holandés de origen judeo-portugués Benedicto Spinoza, fue anatemizado por sus propios correligionarios judíos, al igual que el católico Erasmo de Rotterdam lo fue por los suyos, pero ambos tuvieron la fortuna de vivir y escribir en la tolerante Holanda de la época, sino, lo más que probable es que hubieran acabado en la hoguera. Como acabaron en ella Miguel Servet, médico y científico español, quemado por los calvinistas en Ginebra, o Giordano Bruno, filósofo italiano, asado a fuego lento por los católicos en Roma. Y Lutero escapó porque supo buscar y obtener el amparo y protección de los príncipes alemanes...

En España se quemaba o agarrotaba a los herejes y disidentes de la fe católica hasta la Constitución de Cádiz, en 1812. Y en el milenario, nuclear y civilizado Irán o en la petrolífera Arabia Saudita de hoy, se sigue ahorcando o lapidando por motivos religiosos; que se lo pregunten al escritor británico de origen hindú Salman Rusdhie, que vive ocultado y protegido por las policías de Occidente allá donde va; o a los pobres caricaturistas daneses a los que se les ocurrió dibujar unas viñetas sobre el profeta Mahoma... La Iglesia Católica, que rige como monarca absoluto Benedicto XVI, Gran Inquisidor General del inefable y teatral Juan Pablo II, ya no quema a sus disidentes, pero no lo hace porque no puede ni la dejan, no por falta de ganas; que se lo pregunten a Hans Küng, Tamayo, Díez Alegría y buena parte de los teólogos más respetados del mundo...


A las cosas serias, y las religiones lo son, indudablemente, hay que acercarse de vez en cuando con humor. Es lo que ha hecho un libro: "La sonrisa divina", editado por Icaria (Madrid, 2009), con viñetas del gran dibujante humorístico José Luis Martín, y con el patrocinio del Ministerio de Justicia español. Lo contaba con mucho humor [Las religiones hacen gracia. Domingo, 20/12/2009] y unos cuantos chistes sobre cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, ateos., y demás etcéteras, sacados del libro, el periodista Juan G. Bedoya. Espero que disfruten de su lectura. HArendt




El escritor Juan G. Bedoya



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 2 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















La reproducción de artículos firmados en este blog por otras personas no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 1 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Saberes



La escritora Joan Didion. Foto AP


Saber consiste en resolver dudas con método, un estadio superior al de los que opinan sin dudas ni método, escribe en el A vuelapluma de hoy [Lecciones del mejor libro de amor. El País, 14/5/2020] la escritora Berna González Harbour.

"El mejor libro de amor -comienza diciendo González Harbour- que ha caído en mis manos en mucho tiempo no estaría nunca en los estantes de novela romántica, aunque el que profesa pueda pesarse en toneladas. Es El año del pensamiento mágico (Literatura Random House), que Joan Didion escribió tras la muerte inesperada de su marido y la crítica enfermedad de su hija en una dramática coincidencia en el tiempo. Lo hace Didion -ese entretejido de hechos y emociones duras- sin soltar jamás las riendas, ni literarias ni sentimentales, en una austeridad de estilo que contagia positivamente el ánimo. Créanme, no es deprimente. Buena lectura para estos días de pérdidas, cuando el dolor nos fatiga y enseña dimensiones de nosotros mismos para las que no nos sabíamos capacitados.

Tiene momentos chisposos, incluso, cuando por ejemplo describe cómo ella misma se compró y estudió libros sobre cuidados en las UCIS –donde su hija libraba una larguísima batalla parecida a la que tantos enfermos están librando estos días- hasta sugerir sin reparo a los médicos la forma de hidratar y no sobrehidratar, la conveniencia de intubar o extubar y cuestionar los protocolos para despertar del coma. Era tal su inmersión en el campo de batalla que, llegada desde un Nueva York frío a un Los Ángeles cálido para acompañar a su hija, tuvo que comprarse ropa más desabrigada y no se le ocurrió otra mejor que varias batas hospitalarias de algodón azul. “Era tan profundo el aislamiento en que me movía que no se me ocurrió que el hecho de que la madre de una paciente se presentara en el hospital con ropa hospitalaria solo podía ser considerado una sospechosa extralimitación de mis funciones”, escribe.

Juan José Millás suele decir que, cuando sus alumnos o lectores le sueltan la tan habitual proclama de “yo también quisiera ser escritor, si tuviera tiempo escribiría una novela”, se pregunta por qué nadie dice “yo también quiero ser cirujano, si tuviera tiempo haría una operación”.

Estos días, todos queremos desembarcar en el hospital de Los Ángeles y vestir bata hospitalaria como Didion, ser expertos, saber más que los médicos y arrojar discursos sobre mascarillas, seroprevalencia, inmunidad de rebaño, fases, desescaladas y confinamientos.

Pero ser científico consiste en ir resolviendo dudas con método, un estadio superior al de los que opinan (o actúan) sin dudas ni método. No en ponerse la bata.

Ser escritor, como demuestra Didion (Sacramento, 1934) en este libro, también consiste en ir resolviendo y digiriendo dudas y nudos vitales con método literario, sostener las riendas de un artefacto para darle vida como tal más allá de lo que narra.

Ser político debería consistir en resolver dudas (problemas, pandemias, despidos, crisis) con método (diálogo, acuerdos, respeto, medidas). Nadie espera que se pongan la bata hospitalaria para opinar de extubaciones, de la desescalada del vecino frente a la propia, del orgullo de cargamento chino propio frente al ajeno y, menos aún, de buscar votos entre las entrañas abiertas de las víctimas. Tengan dudas. Y tengan método".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[PENSAMIENTO] Una renta básica universal



Dibujo de Raquel Marín para El País


Un ingreso de emergencia estimularía la recuperación de la demanda tras una crisis, actuaría como un ‘estabilizador automático’ y los ciudadanos serían menos propensos a votar opciones extremistas; la siguiente fase es una renta básica universal, escribe en El País, el profesor titular e investigador en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, Guy Standing. A final de la entrada les pongo una serie de enlaces a artículos académicos en español que constituyen una excelente una puesta al día de la cuestión.

"Cuando la pandemia, por fin, se desvanezca, -comienza diciendo Standing- el mundo cambiará de forma permanente. Pero, para que cambie para mejor, es necesario desarrollar ya una estrategia de transformación económica. Para ello, debemos tener claro de antemano cuáles eran sus defectos fundamentales.

La economía neoliberal que ha predominado durante las últimas tres décadas se proponía reducir el Estado social y tenía una afición populista a reducir impuestos, particularmente para los ricos y las empresas, que exigía recortes del gasto público, en teoría para equilibrar los presupuestos.

Era un modelo engañoso, que produjo un gran fortalecimiento del capitalismo rentista —grandes réditos para los dueños de propiedades— y el debilitamiento de los bienes públicos comunes. Esto último implicaba menos hogares sociales, servicios sociales reducidos, menos sanidad pública y menos asistencia social. Ahora estamos pagando el precio, con más de 25.000 muertes solo en España. Nuestra capa de protección social estaba hecha jirones.

También ha producido un saqueo de los bienes públicos naturales —menos espacios abiertos, menos peces en el mar, menos aire limpio y agua potable, menos parques y bosques cuidados—, así como de las garantías civiles, la igualdad y la justicia para todos. Sobre todo, vimos una pérdida del patrimonio público intelectual, a medida que el desarrollo de un sistema internacional de derechos de propiedad intelectual permitió que la plutocracia y las grandes empresas se adueñaran con una parte cada vez mayor de los ingresos generados.

Por consiguiente, una parte crucial de la estrategia de revitalización debe consistir en desmantelar el capitalismo rentista y reanimar todos nuestros bienes comunes. No debemos aceptar a ningún político ni partido político que no articule una estrategia en ese sentido. La principal prioridad debe ser la construcción de un nuevo sistema de distribución de rentas. Desde ahora mismo. Necesitamos que los Gobiernos y las organizaciones internacionales introduzcan una renta básica de emergencia.

Los Gobiernos deben darse cuenta de que no existe una alternativa que pueda llegar a todos los segmentos de la sociedad. Algunos Gobiernos han alegado que tienen que centrar la ayuda en los más vulnerables y han introducido asistencia social y subsidios salariales en función de los recursos. Pero acabarán aceptando que casi todo el mundo —excepto los plutócratas que pueden refugiarse en sus superyates y sus fincas—, además de ser vulnerable a la pandemia, puede sufrir problemas económicos, quiebras y otras enfermedades.

Tratar de seleccionar a los pobres en una conmoción sistémica como la actual es como buscar al hombre que está más a punto de ahogarse en un naufragio y dejar que el resto se hunda. Todos necesitamos ayuda. El proceso administrativo necesario para identificar a los más necesitados será caótico, burocrático, crónicamente ineficaz e injusto. E incluso puede que los políticos vean que muy pocos funcionarios estarán dispuestos a comprobar los ingresos, la riqueza o la situación laboral de los que soliciten ayuda financiera. Lo que los economistas deberían saber a estas alturas es que los planes selectivos, concebidos para llegar exclusivamente a los que son pobres sin culpa ninguna, cometen enormes fallos de exclusión. En otras palabras, no llegan a muchos de los destinatarios del plan. Es posible que haya un 40%, o más, de necesitados al que no llegan. Este hecho ha quedado demostrado una y otra vez en todo el mundo, incluso en países con sistemas administrativos avanzados.

Dicho de otro modo, los planes universales son más eficaces que los planes selectivos para reducir la pobreza y la inseguridad de rentas. A los políticos les cuesta entender esta paradoja, y muchos prefieren no entenderla, porque así pueden continuar con sus programas específicos, con los que creen que ahorran dinero público. Sería mucho mejor suministrar a todo el mundo una renta básica y aplicar a los ricos una ligera subida de impuestos, para que no estén ni mejor ni peor.

Lo que hemos descubierto con los ensayos de rentas básicas en diferentes tipos de países es que refuerzan la resistencia personal y familiar, y hacen que las familias y las personas sufran menos presión y tengan más capacidad de pagar sus deudas. También mejoran la nutrición, la salud y la sanidad. Y, en contra de los prejuicios burgueses, las personas con la seguridad de una renta básica tienden a trabajar más —no menos— y a ser más productivas —no menos—, así como más cooperativas y tolerantes con los demás. Tienen menos miedo y, por tanto, menos propensión a votar opciones de extremismo populista.

El sistema de renta básica tendría otras ventajas sociales y económicas. Nuestra supervivencia colectiva a esta pandemia depende no sólo de nuestro propio comportamiento y nuestro acceso a los recursos, sino también de que todos los demás tengan los recursos necesarios para sobrevivir. Si algunos grupos se quedan fuera de los programas de ayudas económicas, tenderán a mostrar comportamientos que prolongarán la pandemia, aunque solo sea porque, sin recursos, seguirán siendo vulnerables al virus y otras enfermedades sociales. Podríamos incluso formular una regla social: cuanto más específico sea el sistema de ayudas económicas, más durará la pandemia y más devastadora será.

Desde el punto de vista económico, los políticos deberían ser conscientes de que, durante mucho tiempo, vamos a sufrir las consecuencias de una profunda crisis de demanda. Los pobres no podrán comprar bienes y servicios básicos, el precariado no podrá atender sus deudas crecientes y los asalariados habrán sufrido enormes efectos en su riqueza, es decir, la constatación de que han perdido mucha riqueza, lo que les hará gastar menos.

A los políticos les gusta dar la imagen de que protegen a las empresas y los puestos de trabajo. Pero el objetivo principal debería ser impulsar la demanda de bienes y servicios básicos, sin la cual las empresas no pueden funcionar. Una renta básica impulsaría esa demanda, y constituiría la piedra angular de la nueva economía: alimentos, viviendas, sanidad y educación.

La locura de la flexibilización cuantitativa perseguida después de 2008 consistió en inyectar dinero en el lado de la oferta, en los mercados financieros. Eso llevó a una recuperación muy lenta, como todo español sabe. Y enriqueció a los que ya eran ricos. Eso no debe repetirse ahora. Pero solo lo evitaremos si presionamos a los políticos y a las instituciones financieras y políticas internacionales para que den facilidades a la gente corriente.

Otra ventaja de una renta básica de emergencia es que podría servir de lo que los economistas llaman estabilizador económico automático. Si se adopta, impulsaría la demanda de bienes y servicios básicos. Si eso funciona, la economía comenzará a recuperarse. Entonces, el Gobierno podría reducir ligeramente el importe para que sea sostenible a largo plazo, mientras se ponen en marcha impuestos y otros recursos financieros para sufragar un sistema permanente. Si la recesión empeora debido a fuerzas externas, las autoridades podrían aumentar la renta básica, para reforzar la economía en general.

La situación es grave. La mayoría de la gente está teniendo dificultades económicas, sociales y emocionales. Una renta básica no es la panacea; pero es esencial y urgente. Si las autoridades no la aplican, serán en parte responsables de las muertes y enfermedades del mañana. Como mínimo, deberían lanzar de inmediato programas piloto, si no están convencidos. La inacción es lo que no se perdonará ni se olvidará".

Y estos son los enlaces que les citaba al inicio de la entrada:

1. Herce, José Antonio y Miguel Ángel: ¿Qué base para legitimar una renta básica? Revista de Libros
2. Linde, Luis M.: Renta básica, mínima y sus parientes. Revista de Libros



El profesor Guy Standing



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 1 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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