Mostrando entradas con la etiqueta B.González Harbour. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta B.González Harbour. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Saberes



La escritora Joan Didion. Foto AP


Saber consiste en resolver dudas con método, un estadio superior al de los que opinan sin dudas ni método, escribe en el A vuelapluma de hoy [Lecciones del mejor libro de amor. El País, 14/5/2020] la escritora Berna González Harbour.

"El mejor libro de amor -comienza diciendo González Harbour- que ha caído en mis manos en mucho tiempo no estaría nunca en los estantes de novela romántica, aunque el que profesa pueda pesarse en toneladas. Es El año del pensamiento mágico (Literatura Random House), que Joan Didion escribió tras la muerte inesperada de su marido y la crítica enfermedad de su hija en una dramática coincidencia en el tiempo. Lo hace Didion -ese entretejido de hechos y emociones duras- sin soltar jamás las riendas, ni literarias ni sentimentales, en una austeridad de estilo que contagia positivamente el ánimo. Créanme, no es deprimente. Buena lectura para estos días de pérdidas, cuando el dolor nos fatiga y enseña dimensiones de nosotros mismos para las que no nos sabíamos capacitados.

Tiene momentos chisposos, incluso, cuando por ejemplo describe cómo ella misma se compró y estudió libros sobre cuidados en las UCIS –donde su hija libraba una larguísima batalla parecida a la que tantos enfermos están librando estos días- hasta sugerir sin reparo a los médicos la forma de hidratar y no sobrehidratar, la conveniencia de intubar o extubar y cuestionar los protocolos para despertar del coma. Era tal su inmersión en el campo de batalla que, llegada desde un Nueva York frío a un Los Ángeles cálido para acompañar a su hija, tuvo que comprarse ropa más desabrigada y no se le ocurrió otra mejor que varias batas hospitalarias de algodón azul. “Era tan profundo el aislamiento en que me movía que no se me ocurrió que el hecho de que la madre de una paciente se presentara en el hospital con ropa hospitalaria solo podía ser considerado una sospechosa extralimitación de mis funciones”, escribe.

Juan José Millás suele decir que, cuando sus alumnos o lectores le sueltan la tan habitual proclama de “yo también quisiera ser escritor, si tuviera tiempo escribiría una novela”, se pregunta por qué nadie dice “yo también quiero ser cirujano, si tuviera tiempo haría una operación”.

Estos días, todos queremos desembarcar en el hospital de Los Ángeles y vestir bata hospitalaria como Didion, ser expertos, saber más que los médicos y arrojar discursos sobre mascarillas, seroprevalencia, inmunidad de rebaño, fases, desescaladas y confinamientos.

Pero ser científico consiste en ir resolviendo dudas con método, un estadio superior al de los que opinan (o actúan) sin dudas ni método. No en ponerse la bata.

Ser escritor, como demuestra Didion (Sacramento, 1934) en este libro, también consiste en ir resolviendo y digiriendo dudas y nudos vitales con método literario, sostener las riendas de un artefacto para darle vida como tal más allá de lo que narra.

Ser político debería consistir en resolver dudas (problemas, pandemias, despidos, crisis) con método (diálogo, acuerdos, respeto, medidas). Nadie espera que se pongan la bata hospitalaria para opinar de extubaciones, de la desescalada del vecino frente a la propia, del orgullo de cargamento chino propio frente al ajeno y, menos aún, de buscar votos entre las entrañas abiertas de las víctimas. Tengan dudas. Y tengan método".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 6074
https://harendt.blogspot.com
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 12 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Sin besos ni abrazos



Ilustración de Sara Morante para Impedimenta


"En Los diarios de Adán y Eva, -comenta en el A vuelapluma de hoy ["Vivir sin besos". El País, 6/3/20] la escritora Berna González Harbour- un delicioso relato de Mark Twain que hoy no resistiría la prueba del algodón de la corrección política, Adán se adapta tan bien a la expulsión del paraíso que encuentra rápidamente el lado práctico a ese nuevo mundo donde se ha de convivir con la muerte: “Nos hicimos con varias pieles de los animales muertos. Le pedí (a Eva) que los cosiera, a fin de tener unos trajes adecuados para las ocasiones públicas. He de admitir que ella me hace mucha compañía. Dice que a partir de ahora debemos trabajar para ganarnos la vida, pues así está mandado. En esto ella me será útil, pues el encargado de dirigirlo todo seré yo”.

Así es como Adán, expulsado del Edén por tomar del fruto de Eva, se hace jefe de este universo que nosotros hemos heredado en una obra tan ingeniosa que nos sirve para actualizar los símbolos de nuestro tiempo.

Y no vamos a circular desde aquí hacia el debate feminista que las amazónicas nos han puesto tan fácil, no, sino al de la carnalidad. El pecado, el contacto, la manzana prohibida que ofreció la serpiente a Eva, y esta a Adán, truncó el paraíso y abrió la puerta a un mundo de muerte y enfermedades que en esencia ensuciaba la vida sin carnalidad del jardín del Edén.

Estos días, parece que todo nos redirige a ese falso universo en el que el pecado está excluido: no podemos tocarnos, besarnos o tratarnos a menos de un metro de distancia. Las reuniones son virtuales, se cancelan ferias del libro, del móvil, congresos o hasta el estreno de James Bond. Muchos partidos serán sin público. Un ministro alemán le niega la mano a Merkel, el papa Francisco cancela audiencias mientras el mundo teme por su tos y la Iglesia anula los apretones de mano al dar la paz. La cultura del roce que tanto nos gusta, que tanto necesitamos y que hemos aprendido a desarrollar de tantas formas posibles, se tambalea para dar paso a un paraíso muy distinto del Edén, y es el de los besos por emoticono, las relaciones virtuales, la victoria de la tecnología y la vida sin reuniones. El derecho a roce ha muerto. China reivindica su capacidad de control facial de la población -que tanto nos asusta a los que aún creemos en la libertad- como un enorme instrumento contra el virus, y las redes celebran que las relaciones que favorecen no nos pueden contaminar.

Pero no salimos ganando en este nuevo paraíso sin pecado concebido. Muchos queremos abrazar, queremos besar, queremos contaminarnos de afecto y eso era lo bueno de este mundo imperfecto,  donde se puede morir pero también amar. Y acataremos los protocolos como Dios manda, claro que sí, pero recordaremos la frase que Mark Twain coloca en la tumba de Eva: “Dondequiera que ella estuviera, allí se hallaba el Paraíso. Adán”. Pues eso".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt





Entrada núm. 5819
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 9 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Quiero destruir un picasso



Busto de mujer. Pablo Picasso (1944)


El ansia de exhibir la victoria, comenta la escritora Berna González Harbour en el A vuelapluma de hoy jueves, o la acción de simples perturbados sin causa han dejado muchos escombros de arte en la historia.  

"Sin llegar al nivel criminal que alcanzó hace un año un hombre que arrojó a un crío al vacío desde la Tate Modern, comienza diciendo González Harbour, otro joven londinense se ha convertido en noticia al atacar un cuadro en el mismo museo. Shakeel Massey, de 20 años, está detenido desde el sábado por intentar romper un Busto de mujer en el que Picasso representó a su musa, Dora Maar, en 1944.

La ambición de poder y el ansia de exhibir la victoria ha dejado demasiados escombros de arte a lo largo de la historia: los vándalos destruyeron todo el arte que pudieron al invadir Roma, los luteranos destruyeron esculturas, imágenes y arte de las iglesias católicas en toda Europa; los talibanes volaron los budas de Bamiyán para demostrar la potencia de su nueva era; el Estado Islámico hizo trizas restos arqueológicos de Palmira y así, sucesivamente, los vencedores han dejado su huella derribando símbolos de los vencidos. Aunque el arte se lo pierda. Aunque la historia sufra. Coleccionamos ejemplos.

Pero volvamos a Londres. El caso de los atacantes individuales como Massey no cumple el mismo patrón que los asaltos colectivos, pero en ellos hay también un punto de exhibición, de convertirse en el centro de la noticia o de contagiarse por un momento de la fama del genio agredido. A excepción tal vez de la Venus del espejo de Velázquez, que fue acuchillada por una sufragista en 1914, grandes obras emblemáticas han sido masacradas o atacadas por simples perturbados sin causa que vieron en el David o La Piedad de Miguel Ángel, la Gioconda de Leonardo, La ronda de la noche de Rembrandt (tres veces), un mural de Rothko (también en la Tate Modern) y otras de Duchamp unos enemigos a batir. Con ácido, con cuchillos, con martillos.

Medirse con el genio, mirarle de tú a tú, destruir en lugar de crear ha movido a esos agresores, en general hombres frustrados, algunos escapados de psiquiátricos, otros diagnosticados con trastornos, a levantarse contra las obras del genio con un narcisismo enfermizo. Dario Gamboni lo cuenta en La destrucción del arte (Cátedra), un libro fundamental sobre el motor de esa extraña patología que convierte al arte en víctima y, al museo, en templo de iconoclasia.

El atacante de La caída de los condenados, de Rubens, en Múnich (1959), por ejemplo, arrojó ácido al cuadro y declaró al juez que necesitaba "sobresaltar al mundo" para comunicar algo extremadamente importante para el futuro de la humanidad. No lo habría conseguido, dijo, con un incendio forestal. (De aquel mensaje tan importante, por cierto, no recordamos nada). El agresor de la Piedad de Miguel Ángel combinaba "desarraigo, narcisismo herido y ansia de reconocimiento", algo parecido al de la Gioconda (1956). Radovan Karadzic, psiquiatra además de criminal de guerra serbio, hizo poemas alabando la destrucción. Hitler, mediocrísimo artista antes que dictador, acabó disfrutando de la destrucción de ciudades y poblaciones, según las citas de Erick Fromm recogidas por Gamboni. Los atacantes de la Piedad (1972) y y la Ronda de la noche (1975) declararon ser hijos de Dios. Y el agresor del David de Miguel Ángel en Florencia (1991) era un pintor frustrado que declaró su envidia ante el genio italiano. Perturbados, siempre, incapaces de aceptar la genialidad ajena.

La iconoclasia, en suma, es tan vieja como el arte, y el afán de destrucción emerge en ocasiones con más fuerza que la creación. Y lo peor es que sucede, lo sabemos, no solo en el arte, no solo en los museos, sino allí donde pueda nacer cualquier forma de belleza y emoción".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 5621
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 26 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] ¿Alguien en la sala que no se mire el ombligo?



Protestas en Santiado de Chile. Fotografia de Javier Torres / AFP


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy, de la escritora Berna González Harbour en el que se pregunta si en esta era del selfi masivo, los egos y la autoficción alguien puede dar la vuelta al móvil y enfocar a los demás.

"Un buen libro no es solo una sintonía entre autor y lector -comienza escribiendo Berna González Harbour-, ambos tan distanciados en tiempo, lugar y contexto que sería impensable de otra forma, sino el valioso camino de llegada, el viaje de sus manos a las tuyas. Y tan importante es a veces el quién y el cómo te lo recomienda, el entusiasmo que le inyecta, que la historia que vas a encontrar.

Fue Sánchez Piñol quien me recomendó con ese brillo en los ojos Magokoro, un libro cálido, de descanso, de reparación. En él, Flavia Company no se ocupa de sí misma, como parece hacer todo el mundo, sino de una persona indefinida en tierra indefinida que busca comprender las cosas que parecen sencillas y no lo son. Nos vale Magokoro (Catedral, 2019) para situarnos donde quiero llegar. “Lo invisible no se ve, pero está”, dice uno de los personajes de ese libro que a Sánchez Piñol –según contó- le ha cambiado su forma de leer.

Vivimos un momento de egos y ombliguismo, lo que en literatura viene llamándose autoficción, que coincide estrepitosamente con la era del selfi masivo, el onanismo colectivo, la suma de yoes superpuestos, y -por si fuera poco- con un momento político de egoísmos, de búsqueda de una identidad subrayada frente al otro, al diferente, de nacionalismos y posiciones excluyentes. Y hay novelas excelentes en el género, claro que sí (Manuel Vilas, Carlos Pardo, Emiliano Monge, María Moreno), pero, seamos sinceros: ¿acaso alguien puede dar la vuelta al móvil y enfocar a los demás? ¿Mirar alrededor? ¿Acoger, absorber, aprender de los demás? ¿Buscar lo que parece invisible, pero está?

Es solo una pregunta. O varias preguntas dentro de una sola pregunta. Todo género es respetable, todo libro bueno es bueno, todo “yo” puede ser “tú” y toda corriente tiene su aquel. Pero el más potente embrión de novela que se ha visto estos días es la historia de Omar, un joven guineano de Igualada que, tras ser expulsado del centro de menores por ser catalogado como mayor de edad, se arrojó al río. El chaval estaba integrado y una familia esperaba para acogerle (¡aún hay gente en el campo de los buenos, #fuckVox!), pero el trauma de la inmigración pudo más y el chico prefirió el puente. Gentes que mueren. Gentes que sobreviven. Gentes que acogen. Gentes que abren puertas. Gentes que antes de mirarse a sí mismas miran a los demás. Gentes que niegan a Vox. Existen.

Mirar al otro para comprender. Buscar la lección en los demás. Ayudar para crecer. ¿Acaso, como sociedad, no necesitamos cambiar la mirada? ¿No sería un buen momento? Escribir para descubrir, escribir para aprender, excavar para detectar, salir de nuestra concha, del ombliguismo y mirar alrededor. Edna O’Brien viajó a Nigeria para retratar a las víctimas de Boko Haram en La chica. Por ejemplo. Es una opción. Es un buen plan. O al menos un sueño ingenuo del que, lo sé, tendremos que despertar".







La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5483
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 31 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Memorias de una joven en Corea



La escritora coreana Cho Nam.joo


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autoras, sobre todo autoras -algo que estoy seguro habrán advertidos los asiduos lectores de Desde el trópico de Cáncer- cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellas tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"En primer término sorprende la sorpresa, el reguero de lectores cautivados por una historia tan corriente como la que viven, -afirma la escritora Berna González Harbour-, pero esa es precisamente la clave de que cientos de miles de coreanos, japoneses y otros asiáticos se hayan contagiado de un éxito que ahora llega a España. Kim Ji-young, nacida en 1982 (Alfaguara, 2019) es la novela corta de una vida corta, de una vida común, la de una chica cuyo nombre es el más habitual en Corea del Sur y que salta de su infancia al instituto, al primer trabajo, a la maternidad y a un final impronunciable con las dificultades de cualquiera. Pero no de cualquier persona, sino de cualquier mujer. Y esa es la clave.

La narración es tan directa y sintética, despojada de adorno y lirismo, que pareciera que estamos charlando con una compañera que nos cuenta los gajes de su vida a la espera de que, acto seguido, le contemos los nuestros. Pronto estaremos intercambiando miserias, ella con la pluma; nosotros, con el pensamiento: las pequeñas dosis de abusos, techos, límites e inconvenientes que tiene ser chica. Y todo parece tan brutalmente cotidiano que, si al comienzo sorprende esa sorpresa, lo que nos sorprenderá luego es que no nos haya sorprendido todo esto mucho antes. Nos genera preguntas tan lúcidas esta novela de 2016 que clama al cielo que el MeToo aún tardara en llegar un año más.

La autora, Cho Nam-joo, guionista surcoreana nacida en Seúl en 1978, ha asegurado haber retratado una vida parecida a la suya en una escalada de dificultades muy conocida: primero, no hay entrevistas de trabajo para una graduada mientras sus compañeros van de una a otra. Cuando consigue algún atisbo de oportunidad llegan las preguntas de género: qué harías si un cliente se insinúa y te empieza a masajear los hombros. Una de las candidatas responde: denunciarle por acoso; otra: reflexionar por si ella le había dado pie; y ella: salir de la habitación con cualquier pretexto. Y sufre porque tal vez no era la respuesta correcta, hasta que descubre que no han contratado a ninguna de las tres. Cuando finalmente logra un trabajo, llega la obligación de aguantar cenas con clientes que le llenan la copa para arrastrarla a su cogorza. Cuando accede a tener un hijo ante la insistencia del marido y la presión familiar, es ella quien debe abandonar el trabajo. Él promete ayudarla en todo. Ayudar. Esa palabrita.

¿Verdad que nos suena la historia? El éxito de Kim Ji-young se abre paso así como una hermosa historia de la fea normalidad; de una discriminación que no es violenta; de un dominio de baja intensidad que sin embargo lastra a la mujer frente al hombre.

El padre de Kim solía aconsejarla: “Pórtate bien y cásate”. Y se vanagloriaba de todo lo que había conseguido al montar su restaurante sin mencionar que era su esposa la artífice de la idea y la logística. Mientras, el único recurso de la madre era, si se enfadaba, mandarle a dormir al sofá. Gran herramienta de lucha de género, efectiva en noches aisladas.

No hablaremos del final, porque es una sorpresa que bien merece la suave travesía por una vida tan corriente que, como se ha dicho, puede ser la de cualquiera".




La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5401
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 5 de febrero de 2018

[A VUELAPLUMA] A 11 euros la hora





Se busca humano para inhalar gases a 11 euros la hora era el anuncio. Y los directivos de algunas grandes empresas automovilísticas, casi como si fueran hijos redivivos de Josep Mengele, volvieron a demostrar que la ética no estaba entre sus prioridades, comenta en El País la escritora y periodista Berna González Harbour.

No. No estamos en Auschwitz en 1944, comienza diciendo. Pero en la Clínica Universitaria de Aquisgrán se ensayó la inhalación de gases tóxicos en 25 personas sanas en unos experimentos financiados entre 2012 y 2015 por Volkswagen, BMW y Daimler. Atentos al lenguaje orwelliano: el llamado “Grupo de Investigación Europeo sobre el Medio Ambiente y la Salud”, tan medioambiental como abundante era el Ministerio de la Abundancia o tan amoroso como el del Amor de la gran novela 1984,es el organismo de nombre rimbombante tras el que se esconden los experimentos. Está financiado por las tres automovilísticas alemanas y Bosch.

Este lobby encargó y financió los experimentos, que consistían en hacer inhalar dióxido de nitrógeno (NO2) para demostrar que las emisiones de gases de los motores diésel no eran dañinas. “No se comprobaron reacciones a la inhalación de NO2, ni tampoco inflamaciones en las vías respiratorias”, concluyeron científicamente sus responsables. También lo hicieron con monos en Estados Unidos.

Pero que nadie se tranquilice: en el primer caso los científicos que realizaron las pruebas reconocieron que el gas empleado era solo uno de los que emite el diésel; y, en el segundo caso, el coche utilizado para emitir los gases en una habitación llena de monos a los que tuvieron el detalle de poner un televisor estaba equipado con un software para reducir emisiones.

Tras desvelarse el escándalo, los responsables de Daimler y Volkswagen se han apresurado a llevarse las manos a la cabeza y expresar su sorpresa por algo que —dicen— desconocían. Oh, cómo ha podido ocurrir. El Gobierno alemán les ha recordado que lo que deben hacer es reducir emisiones y no intentar probar que no hacen daño.

La primera noticia fue desvelada por The New York Times, que relató las pruebas en monos, y ampliada después por la prensa alemana, que añadió las de humanos. La BBC se ha encargado de documentar cómo funcionan las pruebas científicas sobre polución, tan legales y comunes como las de medicamentos: deben ser llevadas a cabo por entidades públicas bajo estrictas medidas éticas y transparencia en sus procedimientos, y nunca por lobbies de parte, como el del motor. Los participantes pasan dos horas encerrados en una habitación con niveles de gases del diésel propios de Pekín o Nueva Delhi: 90 minutos sentados y 30 en movimiento. Repiten la prueba en aire limpio otro día. Y tras ambas sesiones se les realizan análisis. Los humanos cobran 14 dólares (11 euros) por hora y se realizan bajo supervisión de organismos sanitarios públicos. Con monos no se practican.

Volkswagen, que aún no se ha recuperado del fraude de las emisiones, y las demás empresas vuelven a demostrar que la ética no está en sus prioridades. Le toca a las autoridades de Alemania y Europa atar en corto a un lobby que pone en juego sin complejos nuestra salud.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt





Entrada núm. 4259
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)