jueves, 20 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 2O DE NOVIEMBRE DE 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 20 de noviembre de 2025. La crisis motivada por la ausencia de mayorías sólidas en el Congreso y en las cámaras autonómicas no es culpa del sistema sino del mal uso que hacen de él quienes pretenden aferrarse al poder, puede leerse en la primera de las entradas del blog de hoy. ¿Cómo estalla un país?, se pregunta la segunda de las entradas de hoy. Para responder a esta pregunta, ayuda ver las cosas como las ven el presidente y el vicepresidente de los Estados Unidos de América: desde dentro de una burbuja de corrupción. Según Popper, la ciencia no avanza confirmando teorías. Avanza sometiéndolas a pruebas cada vez más exigentes y eliminando aquellas que no resistan la crítica, se lee en la tercera de ellas. Habría que enterrar el franquismo de una vez por todas en el debate político español. Lástima que no podamos hacer lo mismo con el nacionalismo identitario, mentiroso y ombliguista y con el populismo que nos asola, puede leerse en el archivo del blog, de noviembre de 2017 que publicamos hoy nuevo. El poema del día es de un famoso poeta francés, nacido en 1895, y titulado Libertad, que HArendt dedica a todos los españoles que vivieron, murieron y nacieron tal día como hoy de 1975, y que comienza con estos versos: En mis cuadernos de escolar/en mi pupitre en los árboles/en la arena y en la nieve/escribo tu nombre. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt














ANNA KARÉNINA Y ELPARLAMENTARISMO EN ESPAÑA

 







La crisis motivada por la ausencia de mayorías sólidas en el Congreso y en las cámaras autonómicas no es culpa del sistema sino del mal uso que hacen de él quienes pretenden aferrarse al poder, escribe en El País la politóloga Ana Carmona Contreras, catedrática de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla. La novela Anna Karénina, dice, comienza afirmando que “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Una aseveración análoga puede aplicarse al estado en el que se encuentra actualmente nuestro régimen parlamentario, tanto a escala estatal como autonómica. En el ámbito del parlamentarismo, la situación que más se asemeja a la felicidad remite a la existencia de una estable mayoría de apoyo al Gobierno, manifestada ya de entrada en la sesión de investidura y vigente a lo largo de la legislatura. De cumplirse ambos requisitos, los Ejecutivos no solo gozan de legitimidad de origen (en el momento de su formación) sino también de ejercicio, lo que les permite sacar adelante sus iniciativas legislativas y, de este modo, desplegar su programa político. Si concurre tal contexto de fondo, es posible agotar los cuatro años de legislatura o, a lo sumo, adelantar las elecciones por razones coyunturales, aprovechando el momento más propicio en clave política. Esta situación, que en teoría debería configurar la regla general, sin embargo, se ha convertido en la excepción en España. Así lo atestigua la exigua nómina de familias parlamentarias felices: tan solo en Castilla-La Mancha, Madrid, Andalucía y Galicia los respectivos gobiernos cuentan con mayorías absolutas en sus asambleas legislativas. Ciertamente, la felicidad no es completa y no es oro todo lo que reluce: ahí están para acreditarlo las tensiones generadas por la grave crisis de los cribados del cáncer de mama en Andalucía o por la deficiente gestión de los incendios de este verano en Galicia.

La nota predominante en el contexto parlamentario actual, por el contrario, es la infelicidad, esto es, la ausencia de una dinámica que conduzca a mayorías sólidas y cohesionadas que sirvan de sustento a los ejecutivos. A partir de esta constatación inicial, podemos discernir cómo la infelicidad de cada familia adopta perfil propio y rasgos diferenciales. En primer lugar, hay que llamar la atención sobre casos que se caracterizan por contar con una inicial y efímera dosis de felicidad, vinculada exclusivamente con el momento de la investidura. En estos supuestos, lo que se consigue es aglutinar la mayoría necesaria que permite a quien se presenta en el Parlamento como candidato a acceder al Gobierno. En realidad, el apoyo recabado no es más que un espejismo puntual, pues su mantenimiento a lo largo de la legislatura no puede darse por descontado, y debe recabarse de forma constante. La capacidad de negociación del Ejecutivo con sus socios de investidura, así como el margen para la cesión a las reivindicaciones que estos plantean, ocupan un lugar central de la acción política, que condiciona directamente las posibilidades gubernamentales de sacar adelante cualquier iniciativa en el ámbito parlamentario. La imposibilidad de aprobar anualmente la ley de presupuestos y la subsiguiente prórroga automática de los precedentes es la manifestación más evidente —y también la más grave— del cortocircuito institucional que genera este primer escenario, donde la legitimidad del Ejecutivo se limita al momento de su formación, sin que quede asegurada de cara a su andadura posterior. La tesitura en la que se encuentran el Gobierno central y el presidido por Salvador Illa en Cataluña son paradigmáticas en este sentido.

Otra suerte de infelicidad o patología parlamentaria se caracteriza por su carácter sobrevenido y su manifestación en diferido. Se produce por la fractura de las mayorías logradas gracias a las coaliciones de gobierno entre distintas fuerzas políticas, lo que deja en minoría a los correspondientes ejecutivos. Es lo que ha sucedido con los pactos suscritos entre el Partido Popular y Vox, primero en Castilla y León y posteriormente, en las comunidades de Extremadura, Aragón, Murcia y Valencia, después de las últimas elecciones autonómicas en 2023. Apenas transcurrido un año desde estas últimas, la dirección nacional de Vox decidió por iniciativa propia que sus representantes abandonaran los cargos ocupados en los diferentes gobiernos autonómicos, poniendo punto final unilateralmente a los acuerdos alcanzados en las comunidades afectadas. De este modo, para continuar en el poder, aquellos se han visto abocados a la búsqueda constante de apoyos parlamentarios que, paradójicamente, han provenido de su anterior socio. En el caso de Extremadura, ante el rechazo cosechado por el proyecto de ley de presupuestos para 2026 y la constatación de que no existe ninguna posibilidad de ser aprobados, la presidenta de la Junta, María Guardiola, ha optado por la solución ortodoxa: disolución de la Asamblea autonómica y convocatoria de elecciones el próximo 21 de diciembre. Por lo que a Aragón respecta, todavía se está en un terreno incierto, a pesar de que Vox ya ha anunciado que no apoyará la iniciativa de ley presupuestaria elaborada por el Gobierno presidido por Jorge Azcón.

El caso más infeliz y problemático a nivel autonómico, sin lugar a dudas, es el de Valencia. El gravísimo episodio que vivió dicha comunidad hace ahora un año como consecuencia de la dana que causó 229 muertos y provocó ingentes daños materiales, no vino acompañado de la inmediata asunción de responsabilidad política por parte del presidente del Ejecutivo autonómico, Carlos Mazón. De hecho, esta solo se ha producido recientemente en unos términos manifiestamente mejorables y tras un nuevo episodio de intensa crítica social con ocasión del funeral de Estado celebrado en el primer aniversario del desastre. Una vez presentada la renuncia de Carlos Mazón, se ha abierto una fase de incertidumbre institucional cuya superación permite distintas soluciones. A la vista de la complicada situación política existente, derivada de la ruptura del inicial pacto de gobierno suscrito entre los populares y Vox, así como de la ausencia de una mayoría alternativa, la lógica parlamentaria debería conducir a finiquitar la legislatura y convocar elecciones.

No ha sido esta la decisión adoptada y, tras una primera fase de titubeos, se ha anunciado el nombre del candidato que se presentará a la investidura, Juan Francisco Pérez Llorca. Desde una perspectiva jurídica es preciso recordar que, en línea con la regulación establecida por la Constitución, el Estatuto valenciano exige, en primera instancia, que el candidato reciba el aval de la mayoría absoluta de la Cámara. De no conseguirla, se prevé una segunda votación transcurridas 48 horas desde la primera, en la que bastará con la mayoría simple para ser investido. Y para el caso de que tampoco se cumpliera esta exigencia, se celebrarán sucesivas rondas de consulta cuyo objeto es proponer candidatos que se someterán nuevamente al examen parlamentario. Si transcurridos dos meses desde que se votó por primera vez ninguno de los propuestos hubiera obtenido la mayoría requerida, las Cortes valencianas se disuelven y se convocan elecciones.

Alcanzar un nuevo acuerdo entre las dos fuerzas políticas que suscribieron un primer y fracasado pacto de gobierno por decisión de Vox (el socio minoritario) y que han mantenido un duro enfrentamiento en el último año, se presenta como un reto minado de dificultades que sitúa a esta fuerza política en una posición negociadora dominante, dada la brevedad de los plazos establecidos y la necesidad de conseguir un acuerdo. La pretensión de volver a la casilla de salida, intentando reeditar una mayoría meramente instrumental para mantenerse en el poder podrá, llegado el caso —improbable, pero no imposible—, cumplir con la aritmética parlamentaria. Pero no dejará de ser otra manifestación de la crisis en la que está sumido nuestro sistema parlamentario, no tanto a causa de su regulación jurídica sino, sobre todo, por el escaso respeto de los actores políticos hacia los usos elementales en la que aquel se fundamenta. Una nueva prueba de la versatilidad que puede alcanzar la infelicidad de cualquier familia, incluida la parlamentaria. Ana Carmona

























LA BURBUJA DE LA ESTAFA. UNA TEORÍA POLÍTICA DEL COLAPSO ESTADOUNIDENSE

 







¿Cómo estalla un país? Para responder a esta pregunta, ayuda ver las cosas como las ven el presidente y el vicepresidente: desde dentro de una burbuja de corrupción, escribe en Substack (16/11/2025)  el historiador y profesor de la Universidad de Yale, Timothy Snyder. Durante mis viajes por Estados Unidos estas últimas semanas, comienza diciendo, —Columbus, Cincinnati, Los Ángeles, Seattle, Portland, Washington D. C., Boston, Chicago—, intenté explicar que me preocupa más la desintegración de Estados Unidos que un cambio de régimen en el que Donald Trump ejerza un poder autocrático de costa a costa.

Es más probable que el intento de crear autoritarismo conduzca a la desintegración del Estado que a un cambio total de régimen.

Este desenlace de Estados Unidos es posible, en parte, porque nuestro presidente y vicepresidente creen que es imposible. Al estar inmersos en una burbuja de corrupción, impulsan el autoritarismo en su propio beneficio, sin considerar la posibilidad de que sus acciones destruyan el país. Para ellos, Estados Unidos es un recurso pasivo e ilimitado.

Tu perspectiva probablemente sea diferente a la suya. Para comprender mejor este riesgo, resulta útil intentar ver el mundo desde dentro de una burbuja de estafa.

Imagínese que es un estafador de primera: el presidente de los Estados Unidos, por ejemplo. Su estafa consiste en fingir ser un empresario exitoso y usar esa supuesta experiencia para justificar su candidatura a la presidencia, cargo que luego utiliza para enriquecerse. O imagínese, en cambio, que es el vicepresidente. Su estafa consiste en afirmar que comprende a la gente pobre, cuyos problemas, según usted, son culpa de los homosexuales, los inmigrantes y los multimillonarios; y luego asciende al poder gracias al dinero y el apoyo de un multimillonario inmigrante gay.

Dado que estas son sus tácticas y que les han funcionado, se puede entender cómo Trump y Vance podrían concluir que los estadounidenses son crédulos y que todo es posible.

La afirmación inicial, la gran mentira, es como el aire que infla un globo: Trump es rico; Vance se preocupa por los pobres. ¡Las grandes mentiras funcionan! Y luego hay más mentiras, más palabrería vacía, un espacio que crece, una sensación de comodidad, un refugio para la oligarquía fascista.

Sigues estafando y estafando, y la burbuja no hace más que crecer. Parece que lo sabes todo, y que la estafa, el soborno y la astucia pueden continuar eternamente. Cuando llevas mucho tiempo viviendo dentro de una burbuja de estafas, crees haberlo visto todo, pero no es así. Desde dentro de una burbuja de estafas, no ves el exterior.

No comprendes que tu estafa en realidad depende de algo más grande, algo mejor, a lo que está mermando, debilitando y arruinando.

Has engañado al mundo y crees que lo entiendes. De hecho, como estafador, desprecias cómo los demás se ganan la vida y viven sus vidas. Sin embargo, tu conocimiento es limitado. Sabes cosas que quienes están fuera de tu burbuja de estafadores desconocen; pero ellos también saben cosas que tú ignoras.

Se puede apropiar de lo ajeno sin saber cómo se obtuvo. Quien estafa al granjero en la feria no sabe cultivar la tierra. Quien se lucra con estafas de criptomonedas no entiende la economía mundial.

Trump y Vance creen, porque les ha funcionado hasta ahora, que pueden estafar indefinidamente. No entienden que su estafa depende de lo que, sin pudor alguno, llamaré el trabajo honesto y las convicciones decentes de millones de estadounidenses. Si no hubiera estadounidenses que trabajaran, se preocuparan y trataran de vivir correctamente, no habría nada ni nadie a quien estafar.

En un esclarecedor artículo que escribió en 1990, el novelista estadounidense David Foster Wallace afirmó que el cinismo es una forma de ingenuidad. Cuando uno lo descarta todo, se siente capaz de hacer cualquier cosa ; pero entonces deja de creer en cosas reales como el amor, la ley o el patriotismo. Para uno, tales cosas son meras herramientas, instrumentos manipulables, simples medios para aumentar la estafa. Que encierran otro significado, que son los pilares de otra realidad, es algo que uno no percibe. Y en ese sentido, uno es ingenuo.

Trump y Vance son, en efecto, ingenuos, precisamente en el sentido que corresponde a su cinismo. Creen que Estados Unidos seguirá existiendo, por su bien, hagan lo que hagan. Desde dentro de la burbuja de la corrupción, solo ven corrupción y creen ver al país entero. A medida que la burbuja crece, confunden su propio beneficio con el bienestar general.

El hecho de que Trump y Vance no crean en cosas reales como el amor, la ley y el patriotismo los fortalece en cierto modo, pero también los debilita en otro. No pueden prever las consecuencias a largo plazo porque no entienden cómo funciona el mundo ni cómo se construye un país. Y mientras causan estragos, su ingenuidad les impide ver lo que sucede, e incluso los obliga a reaccionar con más vehemencia. Sospecho que por eso, en algún medio de comunicación en redes sociales, el vicepresidente me atacó precisamente por este tema.

Y aquí estamos. Cuanto más crece la burbuja de la corrupción, menos recursos sólidos quedan fuera de ella. Absorbe todo lo productivo. A medida que las relaciones personales se convierten en la base de los negocios, la economía se ralentiza. Absorbe todo lo ético. Cuando la corrupción se normaliza, los ciudadanos pierden la confianza entre sí. Al despreciarse y destruirse las instituciones básicas, la gente deja de creer en la ley. Los pilares que construyen una nación —moral, institucional y económico— comienzan a resquebrajarse.

Por supuesto, me preocupa la desintegración de la república por otros motivos.

El objetivo de esta administración parece ser demostrar que el gobierno no funciona. El nombramiento de incompetentes absolutos para puestos de alta autoridad, el despido de funcionarios cualificados y la eliminación de agencias cruciales probablemente traerán consigo epidemias, ataques terroristas y otros desastres. En algún momento, en medio de la disfunción federal, los estados tendrán que asumir más responsabilidades. Pero entonces, ¿por qué deberían sus ciudadanos pagar impuestos a un gobierno federal inútil y opresivo? El ICE provoca a los habitantes de las ciudades; eso no significa que las ciudades vayan a ceder. La amenaza de usar soldados contra las ciudades probablemente creará divisiones dentro de las fuerzas armadas y del gobierno federal en general. Me temo que no estamos muy lejos de que algunas ramas del gobierno federal se vuelvan contra otras.

Trump también parece estar contemplando una guerra contra Venezuela (o quien sea) para desviar la atención de sus actividades ilícitas. Pero cualquier guerra terrestre, que es lo que se necesitaría para generar tal distracción, será difícil e impredecible. Él y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, desconocen profundamente la guerra moderna. Semejante medida podría provocar no solo muchas muertes innecesarias, sino también un caos impredecible.

Todos estos factores están relacionados con la burbuja de la corrupción. De hecho, demuestran su existencia. Algunas de estas acciones, como la destrucción de agencias gubernamentales, buscan facilitar la corrupción. Otras están diseñadas para encubrir el lucro excesivo y la corrupción. Ninguna de estas políticas, absolutamente ninguna, se concibió pensando en algo ajeno a la burbuja de la corrupción. Tales acciones solo tienen sentido para quienes están inmersos en ella y confunden su propia posición con la realidad.

El presidente y el vicepresidente desconocen la historia de pueblos como ellos, así como la de otras repúblicas que fueron innecesariamente derrocadas por hombres de su misma calaña. Creen que la magia de las palabras siempre los salvará, que siempre habrá una nueva estafa, que ninguna crisis es tan grande que no pueda aprovecharse para beneficio personal. Esto es cierto hasta el momento en que deja de serlo.

La república puede quebrarse, pero no tiene por qué. Quienes luchan contra los oportunistas, quienes defienden la realidad más allá de la burbuja, obran bien. No solo frenan el autoritarismo, sino que le dan una oportunidad a la república. Pueden actuar por amor o por la ley, porque saben que estas cosas son reales. Y, al actuar así, también deberían saber que son patriotas.

«Reflexiones sobre…» es una publicación financiada por sus lectores. Para recibir nuevas entradas y apoyar mi trabajo, considera suscribirte de forma gratuita o mediante una suscripción de pago. Timothy Snider


KARL POPPER Y EL VIAJE HACIA EL RACIONALISMO CRÍTICO

 








Según Popper, la ciencia no avanza confirmando teorías. Avanza sometiéndolas a pruebas cada vez más exigentes y eliminando aquellas que no resistan la crítica. La ciencia medra por descarte, no por acumulación de certezas. Cada vez que una teoría sobrevive a intentos serios de falsarla, gana provisionalmente credibilidad. Lo escribe en la revista Ethic (18/11/2025)  el filósofo Alejandro Villamor.

La filosofía de la ciencia, comienza diciendo, es la rama de la filosofía que intenta responder preguntas como qué distingue a la ciencia de otras formas de conocimiento, si las teorías son descripciones especulares o interpretaciones útiles del mundo o qué hace que algo pueda considerarse científico. Si bien abstractas, estas cuestiones tienen consecuencias prácticas. Entre otras cosas, determinan cómo entendemos el progreso del conocimiento, qué valor damos a la evidencia y cuál es el rol de la duda en la investigación.

A comienzos del siglo XX, un grupo de pensadores (físicos, matemáticos y filósofos) conocidos como los neopositivistas del Círculo de Viena creyó haber encontrado una respuesta definitiva. Su propuesta gravitó en torno al llamado criterio de verificación. Acorde a este, una proposición es científica si se puede verificar empíricamente, es decir, si existen observaciones o experiencias que la confirmen. Por ejemplo, «El agua hierve a 100 grados» satisfaría el criterio al poder ser comprobado con facilidad y a la vista de todos. Afirmaciones como «La justicia absoluta existe» o «Dios es amor», al contrario, no se pueden someter a verificación y, por consiguiente, carecen de valor científico.

El planteamiento posee una lógica atractiva. Si la ciencia se basa en hechos, basta con observar, medir, confirmar y acumular información hasta alcanzar la verdad. Pese a todo, con el tiempo este criterio empezó a mostrar sus limitaciones. Las teorías científicas no se componen únicamente de observaciones. Incluyen hipótesis, modelos matemáticos, conceptos teóricos y suposiciones que no se verifican directamente. El electrón no es algo que podamos ver, y sin embargo las teorías que lo incluyen permiten explicar y predecir fenómenos con enorme precisión. Además, verificar algo de manera definitiva es casi imposible. Que el sol haya salido todos los días no garantiza que lo haga mañana y, así, ninguna ley universal puede ser cotejada con exhaustividad.

En este contexto apareció el filósofo austríaco Karl Popper. Este coincidía con los neopositivistas en que la ciencia debía diferenciarse de la pseudociencia, pero estimaba que el criterio de verificación no era el camino adecuado. En su lugar, propuso uno distinto, el falsacionismo.

Una teoría científica debe poder ser puesta a prueba de manera que, en principio, pudiera demostrarse como falsa. Si no hay forma de refutarla, entonces no pertenece al ámbito de la ciencia. La afirmación «Todos los cisnes son blancos» puede ser refutada con un solo cisne negro. Pero la afirmación «Todo lo que ocurre forma parte de un plan divino» no, dado que cualquier cosa que suceda podría interpretarse como parte de ese plan. Mientras que la primera afirmación es científica, la segunda, no.

En este esquema la ciencia no avanza confirmando teorías. Avanza sometiéndolas a pruebas cada vez más exigentes y eliminando aquellas que no resistan la crítica. La ciencia medra por descarte, no por acumulación de certezas. Cada vez que una teoría sobrevive a intentos serios de falsarla, gana provisionalmente credibilidad.

Un ejemplo clásico ayuda a entenderlo. Durante siglos, la física de Newton fue considerada una descripción completa del universo al explicar con armonía el movimiento de los planetas, la caída de los cuerpos o la trayectoria de los proyectiles. Para muchos era una verdad indiscutible. No obstante, a comienzos del siglo XX las observaciones sobre la órbita de Mercurio o los experimentos con la velocidad de la luz mostraron resultados que no cuadraban con las ecuaciones newtonianas. De este resquebrajamiento de la física newtoniana surgió la teoría de la relatividad de Einstein, que explica los mismos fenómenos desde una perspectiva más amplia. El cambio no se debió a una confirmación, sino a una falsación.

Paradójicamente, Popper defendió que lo que hace científica a una teoría no es que sea verdadera, sino que podría ser falsa. Cuanto más arriesgada sea una hipótesis –cuanto más se exponga a la posibilidad de refutación–, más valiosa será. Ahora bien, una teoría que lo explica todo no explica nada, puesto que se adapta a cualquier resultado. Por eso el psicoanálisis o el marxismo caerían en el terreno de la pseudociencia. Siempre encuentran una interpretación que confirme sus postulados.

Popper consideraba que el espíritu científico consiste en atreverse a proponer ideas que puedan ser refutadas, así como en aceptar la objeción como fair play. La ciencia, en su visión, no es tanto una colección de verdades como un método para detectar errores. La duda con fundamento es el motor del conocimiento.

Esto tiene una consecuencia peliaguda. Nunca sabremos si una teoría es verdadera, si ofrece una suerte de mapa perfecto del universo. Será falsa si las observaciones la contradicen, mas no podemos confirmar su verdad de manera definitiva ante la posibilidad de que aparezcan nuevos datos que la desmientan.

Saber que una teoría puede ser falsa no debilita a la tarea científica. Al contrario, la fortalece; mantiene vivo su carácter crítico y su destreza para autocorregirse. El corolario de Popper es bonito: solo atreviéndose a errar puede uno llegar a comprender el mundo. Alejandro Villamor













DEL ARCHIVO DEL BLOG. ENTERRAR EL FRANQUISMO DE UNA VEZ POR TODAS. PUBLICADO EL 09/11/2017

 








Habría que enterrar el franquismo de una vez por todas en el debate político español. Lástima que no podamos hacer lo mismo con el nacionalismo identitario, mentiroso y ombliguista y con el populismo fascistoide de izquierdas  que nos asola. Eso si que sería un verdadero progreso... El relato de un Estado autoritario bajo la sombra del dictador resulta ridículo si se tienen en cuenta los ‘rankings’ sobre la calidad de la democracia española, comenta el periodista Teodoro León Gross en El País.

Tener un protagonista en la campaña del 21-D muerto hace 42 años, comienza diciendo, no hace sino acentuar los mimbres delirantes del procés. El protagonismo de Franco es una anomalía asumida, sin embargo, con toda naturalidad. Sin güija. Y desde luego no sucede por un capricho del destino sino por tacticismo oportunista, y en todo caso por la irresponsabilidad de todos, en particular la resistencia de la izquierda a abandonar un fetiche muy rentable pero también la miopía de la derecha a entender que no caben medias tintas. Unos y otros, entre todos, están causando un daño muy considerable a España y fomentando un lastre que nos pesará a todos durante años.

Estas últimas semanas, Franco parece más vivo que nunca. Cuando menos se le mantiene vivo con un respirador ideológico. Incluso en el entorno internacional, donde acaba de mencionarlo arbitrariamente el presidente de los socialistas belgas Elio di Rupo, con un tuit de una profundidad a la altura de su prestigio. Pero sobre todo en el plano doméstico, donde el nacionalpopulismo percute una y otra vez. Puigdemont pedía el voto para redactar una Constitución “sin militares franquistas”. Junqueras ha abundado en la inercia del “Estado autoritario”, identificando los tribunales con el Tribunal de Orden Público del franquismo. Rufián advertía: “El franquismo no murió el 20 de noviembre de 1975 en una cama en Madrid, morirá el 1 de octubre de 2017 en una urna en Cataluña”. Después ha hecho saber que sigue vigente. Marta Rovira: “Esto recuerda a los tics del franquismo, hemos vuelto a 1975”. También Tardá, y suma y sigue mientras en las calles de Barcelona prolifera el grafiti de Franco ha vuelto. Y el mantra ha traspasado fronteras, con la prensa de correa de transmisión.

Todo esto ha servido, por supuesto, de alpiste para los pollos. Y sobre todo entre los anglosajones que han evolucionado sus visiones del romanticismo orientalizante al franquismo sociológico. “El fascismo de Franco está muy vivo en España”, escribía Jake Wallis Simons, nacido en 1978, para The Spectator. En la carta abierta de setenta académicos e intelectuales contra la represión en el referéndum privando a Cataluña de libertad de expresión —desde el inevitable Noam Chomsky a la decepcionante Saskia Sassen— mencionan, cómo no, a Franco como referencia de los acontecimientos actuales. Jon Lee Anderson, con un dogmatismo delirante, ha insistido en el peso del franquismo en España. Incluso escritores que han decidido vivir en España caen en el tópico. ¿Les gusta vivir en una mala democracia o les gusta disfrutar de ese espíritu colonial supremacista de sentirse entre inferiores a los que aleccionar?

Esto de la mala democracia naturalmente debería ser revisado, en el supuesto de que les interesara lo más mínimo la realidad. Según el reputado ranking Democracy Index de The Economist, España está en el grupo de Full Democracy igualada con el Reino Unido, poco detrás de Alemania, y supera a países, ya en la segunda categoría de Flawed Democracy, como Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal y, mon dieu!, Bélgica. Para Freedom House, España obtiene cuatro puntos más que Francia, cinco sobre Polonia, seis más que Estados Unidos o Italia. Sobre libertad de prensa, para quienes dan lecciones, RSF sitúa a España en el segundo nivel tras centroeuropeos y nórdicos, más de diez puntos por delante de Reino Unido o Estados Unidos.

or supuesto se trata de una democracia imperfecta. Pues claro, todas lo son. De hecho sigue teniendo validez la máxima de Churchill: “Democracy is the worst form of government except all those other forms that have been tried”. La calidad democrática de España, más allá de sus debilidades, que en la administración de Justicia son notorias, está reflejada en esos rankings. Es homogénea con los estándares europeos. Por eso resulta tan ridículo el relato del Estado autoritario bajo la sombra de Franco, que, por lo visto, en esta reencarnación permite todo lo que antes estaba prohibido. Qué curiosa sociedad franquista esta que encabeza rankings de integración racial y tolerancia con la homosexualidad, donde los nacionalistas son hegemónicos en sus territorios desde donde desafían el Estado, y hasta el Barça es el club más favorecido por los árbitros. Pero se ve que algunos contra Franco viven mejor, aunque lleve más de cuarenta años, más de un franquismo, muerto.

En España habrá que tomar alguna vez conciencia del inmenso perjuicio colectivo de todo esto. Hasta cierto punto con el nacionalismo se puede descontar: su objetivo es manifiestamente romper con España, y eso pasa por el desprestigio de ésta con técnicas de propagandismo impropias del juego democrático. Respecto al populismo, es más dudoso, aunque los Iglesias, Echenique, Montero o Garzón, siempre activísimos contra Franco, se rijan por la consigna de "el fin justifica los medios". Si hay que acusar de fachas a Sartorius o a Paco Frutos, perseguidos por el franquismo real, pues se les acusa. La izquierda en general no acaba de entender que donde hoy ven un beneficio rentable para degradar al PP, en realidad se degrada a España, léase a todos los españoles, y se contribuye a prolongar tópicos siniestros y desprestigiar todo lo que lleva la Marca España. Resulta desmoralizador. Alguna vez esto merecerá, definitivamente, un pacto contra el franquismo para enterrar esa sombra y desterrar semejante oportunismo de la conversación pública. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, LIBERTAD, DE PAUL ELUARD

 






En homenaje a 

todos los españoles, 

que estaban aquí

 el 20 de noviembre de 1975.

HArendt





LIBERTAD




En mis cuadernos de escolar

en mi pupitre en los árboles

en la arena y en la nieve

escribo tu nombre.

En las páginas leídas

en las páginas vírgenes

en la piedra la sangre y las cenizas

escribo tu nombre.


En las imágenes doradas

en las armas del soldado

en la corona de los reyes

escribo tu nombre.


En la selva y el desierto

en los nidos en las emboscadas

en el eco de mi infancia

escribo tu nombre.


En las maravillas nocturnas

en el pan blanco cotidiano

en las estaciones enamoradas

escribo tu nombre.


En mis trapos azules

en el estanque de sol enmohecido

en el lago de viviente lunas

escribo tu nombre.


En los campos en el horizonte

en las alas de los pájaros

en el molino de las sombras

escribo tu nombre.


En cada suspiro de la aurora

en el mar en los barcos

en la montaña desafiante

escribo tu nombre.


En la espuma de las nubes

en el sudor de las tempestades

en la lluvia menuda y fatigante

escribo tu nombre.


En las formas resplandecientes

en las campanas de colores

en la verdad física.

escribo tu nombre.


En los senderos despiertos

en los caminos desplegados

en las plazas desbordantes

escribo tu nombre.


En la lámpara que se enciende

en la lámpara que se extingue

en la casa de mis hermanos

escribo tu nombre.


En el fruto en dos cortado

en el espejo de mi cuarto

en la concha vacía de mi lecho

escribo tu nombre.


En mi perro glotón y tierno

en sus orejas levantadas

en su patita coja

escribo tu nombre.


En el quicio de mi puerta

en los objetos familiares

en la llama de fuego bendecida

escribo tu nombre.


En la carne que me es dada

en la frente de mis amigos

en cada mano que se tiende

escribo tu nombre.


En la vitrina de las sorpresas

en los labios displicentes

más allá del silencio

escribo tu nombre.


En mis refugios destruidos

en mis faros sin luz

en el muro de mi tedio

escribo tu nombre.


En la ausencia sin deseo

en la soledad desnuda

en las escalinatas de la muerte

escribo tu nombre.


En la salud reencontrada

en el riesgo desaparecido

en la esperanza sin recuerdo

escribo tu nombre.


Y por el poder de una palabra

vuelvo a vivir

nací para conocerte

para cantarte

Libertad





PAUL ELUARD (1895-19529
poeta francés





























DE LAS VIÑETAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 20 DE NOVIEMBRE DE 2025