viernes, 31 de mayo de 2019

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy viernes, 31 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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jueves, 30 de mayo de 2019

[ESPECIAL CANARIAS] 30 de mayo, Día de Canarias





Como los lectores de Desde el trópico de Cáncer saben bien me gusta definir a mi tierra, las islas Canarias, como un estado de ánimo rodeado de agua por todas partes que tiene los pies en África, el corazón en América y la cabeza en Europa. 

Desde ese estado de ánimo, pleno de esperanza en un futuro mejor, les deseo un feliz Día de Canarias a todos los canarios de las islas y de la diáspora, dedicándoles de todo corazón la Oda a Canarias de Nicolás Estévanez, y el Himno de Canarias cantado por Los Gofiones. 


ODA A CANARIAS

La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza. 

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra. 

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras. 

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas. 

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas. 

A mí no me entusiasman
ridículas utópias,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia. 

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras. 

A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas. 

La sangre de mis venas,
a mí no se me importa 
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas. 

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas. 

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza. 

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa. 

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas. 

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.

Nicolás Estévanez (1838-1914)


***







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Los caballeros, de Aristófanes





En la mitología griega Talía era una de las dos musas del teatro, la que inspiraba la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Divinidad de carácter rural, se la representaba generalmente como una joven risueña, de aspecto vivaracho y mirada burlona, llevando en sus manos una máscara cómica como su principal atributo y, a veces, un cayado de pastor, una corona de hiedra en la cabeza como símbolo de la inmortalidad y calzada de borceguíes o sandalias. Era hija de Zeus y Mnemósine, y madre, con Apolo, de los Coribantes.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo con esta entrada la sección de Un clásico de vez en cuando dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia Los caballeros, de Aristófanes, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior. 

Aristófanes (444-385 a.C.) fue un comediógrafo griego, principal exponente del género cómico. Vivió durante la guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su posterior derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a.C. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico. 

Los caballeros (en griego antiguo Ἱππεῖς Hippeîs), escrita el año 424 a. C. es una desenfrenada crítica a Cleón, uno de los hombres más poderosos de la antigua Atenas, que había acusado a Aristófanes de avergonzar a la ciudad delante de extranjeros en su obra (perdida) Los babilonios). Aristófanes nunca le perdonó la afrenta y escribió Los caballeros como respuesta.

La premisa básica de la obra es que hay un hombre llamado Demos (en griego ‘ciudadanía’) que no es muy listo. Sus esclavos, Nicias y Demóstenes (dos de los generales atenienses más importantes de la Guerra del Peloponeso), están enfadados por la forma en la que el camarero de Demos, el paflagonio (es decir, Cleón), ha estado tratando a Demos y a los otros esclavos. Descubren que la forma de apartar al paflagonio del poder es reemplazarlo por un vendedor de morcillas. Los dos esclavos encuentran al vendedor y le explican su plan, mostrándose éste más que dispuesto a ayudarles. La obra degenera entonces en el vendedor de morcillas amenazando con hacer todas las cosas terribles que el paflagonio hizo a Demos, y más. Ambos intercambian insultos, e intentan superarse uno al otro en idiotez y grosería. Al final, Demos decide que tomará al vendedor de morcillas como nuevo camarero. El vendedor de morcillas resulta no ser un tirano cruel, habiendo dicho tales cosas sólo para ser elegido, trayéndole a Demos una Tregua (personificada como una hermosa doncella). El castigo del paflagonio es tomar el antiguo trabajo del vendedor de morcillas, «debe vender morcillas de carne de burro y perro: perpetuamente ebrio, intercambiará obscenidades con prostitutas y no beberá más que al agua sucia de los baños.» Además de la crítica a Cleón, esta obra es notable por su poco favorecedor retrato del pueblo como tonto, fácil de engañar e inconstante. Al final, sin embargo, muestra una conclusión iluminadora, de Demos siendo devuelto a como era en su juventud, lo que representa la vuelta de Atenas a su edad dorada a pesar de toda la corrupción e intriga en el Ática durante la Guerra del Peloponeso.



Imagen de una representación actual de Los caballeros, de Aristófanes



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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