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martes, 1 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Entre dioses y hombres (Publicada el 19/1/2009)




Catálogo de la exposición, Museo del Prado


Más de treinta años de relación amor-odio, aunque al final prevalezca nítidamente lo primero, con la universidad: La Escuela Social de Madrid, la Escuela Normal de Magisterio, la Escuela Central de Idiomas, el Instituto "Balmés" de Sociología del C.S.I.C., la New York University en Madrid, y la UNED en sus Facultades de Derecho, Geografía e Historia y Ciencias Políticas y Sociología, en la que formé parte de su Claustro Constituyente, Junta de Gobierno y Consejo Social, me han permitido el placer y el honor de conocer y tratar a ilustres profesores de la misma, muchos ya, por desgracia, desaparecidos, o jubilados de su vida académica.

Si tuviera que personalizar en uno solo de ellos el inmenso privilegio que para mi supuso el paso por la universidad, no tengo duda que elegiría, sin desdoro alguno para los demás, al profesor Emilio Lledó, eminente filólogo, filósofo, humanista, y miembro de la Real Academia Española. Él fue mi profesor de Historia de la Filosofía, en la licenciatura de Geografía e Historia en la UNED, y con él descubrí a Platón y la "República", Aristóteles y la "Política", o San Agustín y la "Civitatis Dei", pero sobre y ante todo, aprendí a admirar y reconocerme como heredero del mundo de la cultura clásica legada por Grecia y Roma al occidente europeo y la humanidad.

Una sola anécdota, de las varias que le oí contar -pues era uno de esos profesores que se ganaba a sus discípulos por su facilidad de acceso y sus digresiones siempre relacionadas con el mundo de la filosofía-, al parecer atribuida a Zubiri, el gran filósofo español, discípulo de Ortega, y dirigida a un alumno que le pidió opinión sobre como llegar a ser un buen historiador de la filosofía. La respuesta de Zubiri parece ser que fue: "Aprenda alemán y griego clásico, y luego vuelva por aquí, que ya le diré...". Y es que, para el profesor Lledó, que no se cansaba de repetirlo, la Historia de la Filosofía, no era nada más, y nada menos, que el conocimiento y profundización en las grandes obras escritas por los filósofos.

Todo eso me ha venido a la memoria, aunque nunca lo haya olvidado, leyendo el bellísimo artículo que el profesor Lledó publicaba en El País Semanal de ayer, titulado "Lo bello es difícil", en el que glosa la impresión recibida al visitar la exposición de más de 60 esculturas clásicas que el Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado, de Madrid, acaban de inaugurar en éste último con el título de "Entre dioses y hombres", y que permanecerá abierta hasta el próximo mes de abril. ¡Qué magnífica excusa para una escapada de fin de semana! De todas maneras, disfruten de su crónica, y si pueden, de la exposición. HArendt



Entre dioses y hombres, Museo del Prado


"Lo bello es difícil", por Emilio Lledó

Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos.

Una experiencia asomborsa es, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.

Hay testimonios literarios suficientes para definir esa cultura de la luz, de la iluminación que el romanticismo alemán empezó a llamar el "milagro griego". Basta recordar aquel comienzo de un libro clásico en los orígenes de la filosofía cuya primera línea dice: "Todos los hombres tienden por naturaleza a mirar". A mirar sabiendo, claro está, porque esa mirada, esa "idea", era etimológicamente resultado de la visión. Los ojos y la luz. Sobre todo esos "ojos del alma" que dentro de la frente "se hermanaban con la luz del sol" y levantaban el sueño de los ideales hacia los que tendía otro de los grandes principios del mundo griego, la democracia. Porque la mirada, el entendimiento, requiere y exige libertad: ese dominio infinito de posibilidades por donde navegan los también infinitos deseos de los seres humanos. Fruto de esa libertad fue la ciencia, la filosofía, la tragedia, la lírica, la épica, la política, la historia, la comedia, la ética... todos esos campos que inventaron los griegos y por donde empezaron a sembrar las semillas y en muchos casos los grandes árboles que hoy, casi sin saberlo, nos cobijan y alimentan.

Es un acierto, entre otros muchos, que la exposición, a la que acompaña un excelente catálogo, se abra con esa imponente estatua de Zeus Eleutherios, el dios que da libertad, el dios liberador que no sólo les habría dado la victoria sobre los persas. Podríamos imaginar que algunas de estas obras estaban colocadas en determinados lugares del ágora de Atenas, del espacio público, donde la palabra de los sofistas, los diálogos sobre sucesos y opiniones era el instrumento imprescindible de humanización y democracia. Un dios de libertad, que nunca necesitó de una clase sacerdotal que tuviera poder real sobre los ciudadanos diciéndoles qué tenían que entender, qué tenían que hacer. Unos dioses, pues, liberadores y liberados ellos mismos de cualquier manipulación engañosa, y sólo cobijados en el, una vez más, asombroso mundo de los mitos, ese hallazgo exclusivo de los hombres. Es verdad que algunas veces la política quiso manipular esa religión desterrando y condenando a los negadores de la existencia de los dioses "de la ciudad" que los tiranos y sus aprendices habían pretendido incorporar, de alguna manera, a ciertas formas de corrupción del poder. Esta religión de la libertad que en principio nadie administró fue, sin duda, uno de los fundamentos esenciales de la cultura griega y el que, en buena parte, la hizo posible.

En el mundo de los dioses y héroes se manifestaban los deseos y esperanzas humanas. Otro "logro para siempre", que expresó un texto de uno de aquellos siempre vivos maestros: "Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida". La vida que nos ofrece el gozo "de los sentidos, y entre ellos, sobre todo el de poder ver". Una religión, pues, de la vida, de la vida real de los hombres. "Hermano, permanece fiel a la tierra", ya que es esto lo único que tienes. Por ello fue, además, una religión que, después de Fidias, se atrevió a desnudar a sus dioses y héroes, a alegrar la mirada en esos hermosos cuerpos en los que se vislumbraba no sólo el amor hacia los seres, sino la idea de una incesante superación. Un canon, pues, para el cuerpo, y un canon de libertad, armonía y progreso para la mente.

Si contemplamos el Diadúmenos, se nos hace presente el asombro al que me refería: un cuerpo tal vez soñado, rozado ya por el aire de la perfección, pero un ser humano cuya mirada sin pupila está, paradójicamente, llena de luz. Esa luz que era condición necesaria de la vida, de toda la vida, de todo momento de la vida. "¡Padre Zeus, libra de la espesa niebla a los aqueos, serena el cielo, deja que nuestros ojos vean, y destrúyenos, ya que así te place, pero en la luz!", exclama Ayax en la Ilíada. No me resisto a reproducir otro texto de esa cultura de la luz. "Los compañeros dormían alrededor de Diomedes, con las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas clavadas por el regatón en la tierra; el bronce de las puntas lucía a lo lejos como un relámpago del padre Zeus". Diadúmenos tiende sus ojos luminosos al suelo que le sostiene con una mirada lejana y próxima, entristecida y alegre en su acogedora serenidad. No es extraño que en un momento supremo del ideal griego surgiese la unión de la belleza y la bondad, creando una palabra que unía ambos conceptos: la kalokagathía, algo así como lo "bellibueno": la belleza traslucía desde la bondad. Este concepto desgraciadamente tan desgastado y que, unido a la veracidad, al no engaño, propio o ajeno, podríamos rebajarlo, en nuestros tiempos, a un término más modesto, pero no por ello menos necesario: la decencia.

Para la enfermedad moral de la doble verdad, de la hipocresía, se ha esfumado la decencia entre una serie de siniestras consignas patológicas que trastornan la mente de los seres humanos. Por ello, es un salto de alegría, en la conquista de la realidad y de la vida, esa -¿cómo adjetivarla sin tópicos?- Venus de Medici: un cuerpo bellísimo, pura y hermosa naturaleza, pero con los brazos y los pies rotos por la historia. El olvido y la desmemoria rompen también manos y pies, pero, a pesar de tales quiebras, ese busto nos descubre en el imposible abrazo de la vida el abrazo inagotable de la inmortalidad. Una inmortalidad tan evidente que hoy su contemplación nos da lenguaje y nos alienta. "No moriré del todo", escribió el poeta que admiró probablemente, hace más de veinte siglos, esas estatuas. "No me devorará la sucesión de los años ni la incesante fuga del tiempo".Tal vez eso que escapaba al mordisco de la temporalidad era esa palabra que ha definido siempre al arte más eterno: lo clásico.

No somos plenamente conscientes de esas lecciones que aún no hemos asimilado y que tienen su origen en esta tradición que hizo posible el que hoy sigamos luchando por la cultura como fuerza y dinamismo, como energía (enérgeia), como educación de la mirada, como forja de la posibilidad y la igualdad. Es verdad que también descubrieron la tristeza, el dolor, la melancolía: "¿Por qué tantos hombres excepcionales en la filosofía, la política o la poesía son melancólicos?". Esa melancolía, "el gesto supremo del espíritu", no logró empañar la alegría del más acá, la alegría de vivir. Una de las maravillas de esta exposición es, por ejemplo, ese relieve de una ménade pensativa. Las ménades eran, como es sabido, esas mujeres poseídas de pasión que cuidaron de Dioniso niño y formaron después parte de su cortejo. Se las representaba desnudas o cubiertas, como ésta del Museo del Prado, con un velo muy fino que transparenta el cuerpo y que vuela luego a sus espaldas suavemente dominado por una mano. La otra sostiene el tirso típico de las fiestas dionisiacas. La melancolía del rostro que también mira al suelo lo alegra ese movimiento de extraordinaria sensualidad en un cuerpo que parece desfallecer, mientras la rodilla, levemente doblada, anuncia el baile que apenas entrevemos en esa otra maravillosa ménade de Dresde que sin brazos, casi sin rostro borrado por la impiedad del tiempo, hace ver la alegría de vivir.

Pero también la sabiduría griega nos entregó otro de sus descubrimientos expresado en una no menos asombrosa frase: "El hombre es el más inteligente de los seres vivos, porque tiene manos". Aristóteles, que cita este dicho atribuyéndolo a Anaxágoras, comenta que "esa inteligencia se debe a que es capaz de utilizar un gran número de utensilios, de instrumentos, y la mano es el instrumento de los instrumentos, el órgano de los órganos". Esa poesía (poíesis) sobre el mármol era obra de las manos. El filósofo que imaginó ese poder de las manos dijo también que "todo artista, todo creador, ama su obra porque ama el ser... que consiste precisamente en sentir y pensar". No dejen reposar los ojos en esta exposición. Salimos de ella limpios, purificados por esa catarsis -esa otra palabra de la tragedia y el arte griego- que aseaba, renovaba, la mente, y nos libraba de la pesadumbre del existir diario, de la maldad y la miseria.

Me permitiré, al final, una pequeña coda, anacrónica, me temo. No podía dejar de pensar en ello, cada vez que iba al museo, y casi siento como un paradójico deber el evocarlo. Esta exposición enseña muchas más cosas, pero entre ellas: la sorpresa, el asombro del arte, el amor a la vida, a la verdad, a la educación, a la sensibilidad de la mirada, a la reflexión, a la libertad. He visto muchas veces, en los museos de Berlín, sentados en pequeñas sillas puestas a disposición de los alumnos, grupos de niños, de jóvenes, escuchando a una profesora que les enriquecía, con sus palabras, la mirada y, por supuesto, la inteligencia. Esa educación de la mirada es un antídoto necesario para ese chisporroteo de crueldad y violencia de muchos de los llamados videojuegos, y en los que, desgraciadamente, los jóvenes no son sólo sujetos pasivos en la visión de inacabables monstruosidades, sino que son personajes activos que practican, con las teclas adecuadas, la frialdad, la indiferencia ante un imaginario y siempre posible aniquilar, matar, suprimir. Nada que ver con los viejos tebeos de aventuras, incluso con las películas más o menos violentas. En el pulso de esos teclados se aprenden y domestican, como amarrados perros de Pavlov, los reflejos condicionados que suavizan y vanaglorian la muerte y el horror ajeno.

Después de un largo debate sobre la belleza, uno de los diálogos de Platón concluye: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil".




El profesor Emilio Lledó



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martes, 10 de septiembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Zafón y Brown no son Esquilo y Virgilio (Publicada el 10/12/2008)



Los escritores Carlos Ruiz Zafón y Dan Brown


Ya lo dicho en ocasiones anteriores, pero no me importa repetirme: en Occidente, después de la cultura greco-latina, casi todo lo demás es mera paráfrasis. La frase es mía y la cedo gustoso sin copyright. No soy el único que lo piensa... Por ejemplo, el poeta y escritor Luis Antonio de Villena, se pregunta en El País de hoy el porqué Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca, Cicerón, Platón o Herodoto, que tanto tienen que enseñar al hombre de nuestros días... No da ninguna respuesta a su pregunta, pero si adelanta una conclusión que comparto: estamos creando una sociedad "en la que hay una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta (.../...) con una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta".

Si la literatura que consumimos es un índice del grado de cultura de una sociedad, creo percibir presagios de tormenta. Permítaseme un símil, y no es nada personal pues he leído con gusto tanto "La sombra del viento" como "El Código Da Vinci", pero comparar a Carlos Ruíz Zafón o Dan Brown, sus autores respectivos, con Esquilo o Virgilio, es como comparar el "tachum-tachum" de la música "bakalao" con el "Don Giovanni" de Mozart. Desde luego, en un sentido lato lo que hacen los Zafón y Brown son tan literatura como las obras inmortales de Esquilo y Virgilio, y tan música es el "tachum-tachum" como la ópera más excelsa... Y claro está que siempre será preferible leer un super-ventas a no leer nada; o escuchar el "tachum-tachum" a no disfrutar del placer de la música, pero en ambos casos, ese debería ser sólo el primer paso en la búsqueda y encuentro de la excelencia literaria y musical. Aunque sobre gustos no haya nada escrito... Disfruten del artículo de Villena. Es bastante más serio que mi digresión, un tanto a vuela pluma y con cierta dosis de mala leche, producto del desencanto... HArendt



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Rajoy y Zapatero, a lo suyo...


"¿Por qué Rajoy o Zapatero nunca citan a Cicerón?", por Luis Antonio de Villena

El poeta y ensayista recopila una selección del saber grecolatino en 'Biblioteca de clásicos para uso de modernos'. El escritor Luis Antonio de Villena, que ha recogido en una especie de "diccionario personal" el fértil mundo de la Antigüedad de griegos y latinos, ha confesado hoy su inquietud porque Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca o a Cicerón. "¡Quizás sea pudor para exhibir su inmensa cultura!", señala con sorna el poeta (Madrid, 1951), autor de un sugestivo título: Biblioteca de clásicos para uso de modernos, un encargo de la editorail Gredos, el sello más prestigioso sobre la literatura grecolatina.

"El objetivo es suplir en lo posible la pérdida del estudio de los clásicos, incentivar la investigación de ese mundo, que es la base de toda la cultura occidental", explica el escritor, convencido de que sin esos clásicos "seríamos muy otra cosa de lo que somos. Ya de colegial, De Villena se interesaba por la Antigüedad, y ahora destaca la "genuina modernidad y ancho humanismo" de esos grecorromanos, cuya "gran pluralidad moral" recalca, que nos ayudaría a construir "un futuro más hedonista y feliz".

Época de libertad moral. "Entonces, quien quería suicidarse hasta recibía ayuda, y el caso más conocido es el de Séneca. La eutanasia, la libertad sexual, la libertad de religiones y de opciones funcionaron muy bien en la Antigüedad clásica, y es bueno saberlo", sostiene. Precisa que, si "en política no había libertad, porque sobre todo en Roma mandaba el Emperador, en moral sí la había, con muchas religiones hasta que irrumpió el cristianismo, rama herética del judaísmo que derivó en el ataque a los paganos, los otros, hasta la idea de unir Estado y religión".

De Villena cree que "se conocen poco los casos de mártires paganos", como cuando en la Alejandría del siglo IV d. C. un obispo muy bruto lanzó a la calle a una masa de cristianos, que mataron a la filósofa Hipatia sólo porque enseñaba neoplatonismo y matemáticas". Recuerda la "saña especial" de los cristianos contra Epicuro, porque enseñaba placer, "pero lo entendieron mal, porque él hablaba de una forma de vida, del placer como sentimiento oculto de la vida". "Solo vieron placer sexual a secas y se pusieron como energúmenos", explica de Villena, que reclama "el alma" de Platón.

Que los políticos lean a los griego. En su opinión, "los modernos son los que mejor debieran conocer a los clásicos", y por eso le inquieta "la incultura de los políticos", a los que culpa del "gravísimo atraso" que sufre España en el terreno cultural. "Esperanza Aguirre está contentísima porque aprendió inglés y cree que con eso puede ir por el mundo como una viajera", recrimina guasón a la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre otros gobernantes, a los que aconseja buscar fundamento en la Antigüedad y orientarse "leyendo a los griegos".

En su diccionario abundan los escritores, pero hay filósofos, historiadores, militares, políticos, poetas y dramaturgos, hasta más de medio centenar de nombres, desde el emperador Adriano, nacido el año 76 de nuestra era, hasta el poeta Virgilio, cuya llegada al mundo se sitúa en el año 70 a.C., aunque su lectura no requiere ni ése ni otro orden. El libro incluye otras entradas temáticas como "Biblioteca de Alejandría", "Biógrafos e Historiadores latinos", "Grafitos pompeyanos", "Mimos y pantomimas" y hasta un apartado sobre "Homosexualidad griega".

"Es curioso que los griegos antiguos consideraron la pederastia como una institución típicamente helénica", escribe, y recuerda que Herodoto en Los nueve libros de la Historia declaró que los persas copiaron a los griegos "las relaciones amorosas con muchachos". De Villena no duda de qué personajes se traería a la situación actual: a Platón y a Cicerón. "Los dos eran grandes escritores y pensadores y sería interesante verlos reaccionar, con sus distintas perspectivas, ante nuestro complicado y empobrecido mundo contemporneo".

Porque la multiplicación de conocimientos, "el que uno invente el ordenador y el resto lo use sin saber cómo funciona", ha derivado -señala- en "una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta". "Un problema que va unido a la libertad -recalca-, a la capacidad de protestar, de rebelarse o hacer oposición, porque sin generar ideas, sin saberlas argumentar, defender, ni enriquecer, el resultado es estar sometido". "Y esto es lo que tenemos -concluye-, una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta". (El País, 10/12/08)



El poeta Luis Antonio de Villena



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