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domingo, 25 de septiembre de 2016

[Historia] ¿Para qué sirven la Historia y los historiadores?



La diosa Clío, musa de la historia


La pregunta que me sirve de excusa para esta entrada de hoy se la hacía unos días en El País el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza Julián Casanova. Es una pregunta interesante ya que ni la Historia, ni la Filosofía, ni la Literatura ni el resto de materias que podemos englobar en las Humanidades tiene excesivo predicamento en los modelos educativos (españoles) de hoy. No es que sean lo que antes llamábamos asignaturas "marías", es que en la mentalidad de la autoridades educativas actuales no sirven para nada.

Hay una frase de todos conocida que dice que "aquellos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo". Seguramente lo que no saben muchos, por no decir casi nadie, es que esa frase que tanta fortuna ha tenido es de un filósofo español, George Santayana (1863-1952). Hace tres años se cumplieron los 150 años de su nacimiento, pero la efeméride, como es habitual en estos pagos, pasó desapercibida para las instancias oficiales y académicas. Si la historia sirviera para eso, para no olvidar el pasado, ya serviría para algo.

Otro insigne historiador español, Josep Fontana (1931), en su libro La historia después del fin de la historia (Crítica, Barcelona, 1992), apela a la necesidad de recuperar las señas de identidad de una historiografía crítica que proponga aprender a pensar el pasado en términos de encrucijada (y no solo de una vía única), que incite a los historiadores a situar el presente en el centro de sus preocupaciones y que ayude a las nuevas generaciones a mantener viva la capacidad de razonar, preguntar y criticar para cambiar el presente y construir un futuro mejor. También podría servir para eso, pienso...

Y un teólogo preocupado por la Historia como Hans Küng defiende que la historia, como disciplina científica que es no debería limitarse a informar sobre lo "que sucedió en realidad" de manera imparcial y objetiva, sino a intentar interpretar el "cómo" y el "por qué" sucedió lo que sucedió. 

En el artículo citado de Julián Casanova, que constituye una pequeña reseña del libro Un manifiesto por la historia de Jo Guldi y David Armitage (Alianza, Madrid, 2016), que ya tengo pedido a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, se aboga frente a la tiranía del presente y el corto plazo por una historiografía como visión panorámica y ciencia social crítica. En este momento de crisis acelerada, cuando nos enfrentamos a grandes problemas, hay, según estos historiadores, una escasez de “pensamiento a largo plazo”. Los políticos, dice, no miran más allá de las siguientes elecciones y la misma cortedad de miras afecta a los consejos directivos de las grandes empresas o a los líderes de las instituciones internacionales.

Hubo un tiempo, añade, en que los historiadores ofrecían relatos a gran escala, volvían la vista atrás para mirar hacia delante, influían en la política y proporcionaban orientaciones para situar la historia como hoja de ruta. Así lo hicieron, desde comienzos del siglo XX hasta sus décadas centrales, gente como R. H. Tawney, el matrimonio Beatrice y Sidney Webb, Eric J. Hobsbawm, E. P. Thompson o Fernand Braudel, el historiador que en 1958 inventó la longue durée.

Desde hace varias décadas, sin embargo, continúa diciendo, la mayoría de los historiadores comenzaron a abandonar ese largo plazo como horizonte temporal para la investigación y la escritura. El deseo de dominar los archivos y la obligación de reconstruir y analizar detalles cada vez más precisos llevó a los historiadores profesionales al “cortoplacismo”, a contraer el tiempo y el espacio en sus estudios, y cedieron la tarea de sintetizar el conocimiento, de siglos y milenios, a “autores no cualificados para ello”, especialmente a los economistas que idealizaban el libre mercado. Desapareció así la antigua finalidad de la historia de servir de guía de la vida pública. Y la longue durée, que tanto había florecido, se marchitó, salvo entre los sociólogos históricos y los investigadores de los sistemas mundiales.

Además, señala más adelante, esa concentración en escalas temporales de corto alcance dominó la formación universitaria en las Facultades de Historia. A los estudiantes se les enseñaba a estrechar el campo de estudio, y cuando los doctores se multiplicaron, atender al detalle y rastrear nuevos archivos se convirtieron en la carta de presentación para conseguir un trabajo en la profesión. El resultado fue la producción de monografías históricas de extraordinaria complejidad, que nadie leía fuera del círculo profesional, y un supremo interés por la especialización, “por saber cada vez más sobre cada vez menos”. Y mientras la historia y las humanidades permanecieron retiradas del “dominio público”, fue más fácil que la gente asumiera mitos y relatos falsos sobre el triunfo del capitalismo, soluciones simplistas a grandes problemas, ante los que pocos podían hablar con autoridad.

Pero no todo está perdido, continúa diciendo, y Guldi y Armitage vislumbran, no obstante, signos de que el largo plazo y el “gran alcance” están renaciendo, un retorno de la longue durée y de la “historia profunda”, un conocimiento del modo en que se desarrolla el pasado a lo largo de los siglos y de las orientaciones que puede proporcionarnos para nuestra supervivencia y desarrollo en el futuro. Para hacer frente a los desafíos que plantean los grandes temas de la actualidad, como el cambio climático, los sistemas de gobierno y la desi­gualdad, nuestro mundo necesita volver a la información sobre la relación entre el pasado y el futuro. Y ahí es donde la historia puede ser precisamente el árbitro.

La solución reside, señala, en superar esa pérdida de visión panorámica, devolver a la historia su misión de “ciencia social crítica”, escribir y hablar del pasado y del futuro en público, imaginar nuevas formas de relato y escritura que puedan ser leídas, comprendidas y asumidas por los profanos y fusionar lo “micro” y lo “macro”, lo mejor del trabajo de archivo con el ojo crítico para abordar el estudio a largo plazo.

Es una propuesta abierta, dice, para hacer, investigar y escribir historia en la era digital, para sacar de su complacencia “a los ciudadanos, a los responsables políticos y a los poderosos”. Una guía para quienes se preguntan para qué sirven la historia y los historiadores, para navegar por el siglo XXI.

Hay muchas posibles rutas, concluye el profesor Casanova. La que proponen Guldi y Armitage, afirma, es plantear cuestiones a largo plazo, pensar en el pasado con el objeto de ver el futuro. Explicar las raíces de las instituciones, ideas, valores y problemas actuales. Y hacerlo de tal forma que los demás lo entiendan.



'"The Canons of Lu", de Pier Francesco Guala (Monferrato, Italia)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 19 de diciembre de 2013

El día en que mataron a Carrero Blanco


Mañana hace 40 años. "En Madrid, el jueves día 20 de diciembre de 1973 amaneció nublado. El presidente del Gobierno español, don Luis Carrero Blanco, se disponía a iniciar una jornada más de trabajo". Así se iniciaba el libro que me ha servido para dar título a la entrada de hoy: "El día en que mataron a Carrero Blanco" (Planeta, Barcelona, 1974), escrito por Rafael Borràs, Carlos Pujol y Marcel Plans, apenas unos meses después del atentado de ETA que le costó la vida al presidente del gobierno. Una excelente y documentada fuente de información (más 400 páginas y numerosísimas fotografías) a pesar de las difíciles circunstancias del momento, que los autores definían como el suceso más importante desde el final de la guerra civil.

Dos recientes artículos en El País recrean el acontecimiento. El primero de ellos: "El cráter del Régimen", de Luis R. Aizpeloa, en el que entrevista simultáneamente al que fuera responsable de los servicios secretos españoles en el País Vasco, Ángel Huarte, y al exetarra Ángel Amigo, recreando paso a paso la preparación del atentado por parte de ETA; el segundo: "El guardian del orden de Franco", del historiador Julian Casanova, en que desmonta la leyenda creada en torno a la figura del almirante que se convirtió en "delfín" de Franco, en parte creada por el propio Carrero y por sus aliados del "Opus Dei", con López Rodó a la cabeza, mortalmente enfrentados al sector "azul" del Régimen, que representaban figuras como Fraga o Solís, por el control del aparato del poder a la hora de la muerte del dictador que se auguraba próxima. Y en el mismo diario, Josep Ramoneda, en un artículo titulado "Pequeñas historias con importancia", revela las confidencias que sobre el atentado le hicieron en su día el rey Juan Carlos y el que fuera ministro del Interior en el gobierno de Suárez, Rodolfo Martín Villa.

Los días que siguieron al magnicidio supusieron una involución en las escasas posibilidades de transformación pacífica del franquismo en una democracia que se atisbaban en aquellos momentos. El nombramiento de Carlos Arias como sucesor de Carrero, en lo que se conoce, a causa de las presiones en su favor del círculo familiar de Franco, y que era ministro de la Gobernación en el momento del atentado y por lo tanto responsable del aparato de seguridad del Régimen, no presagiaban nada en favor de ello.

¿Qué hubiera pasado si Franco hubiese designado presidente del gobierno a Fernández-Miranda, vicepresidente del gobierno con Carrero, y representante del ala "aperturista" del Régimen en lugar de a Arias Navarro? Eso es ya historia-ficción... Como lo es también, en este caso, la enigmática frase que Franco pronunciara, echando mano del refranero tradicional, tras la muerte de Carrero: "No hay mal que por bien no venga".

Al contrario de otros acontecimientos históricos vividos por mí, no guardo ningún recuerdo especial de aquellos días de zozobra: de alegría para algunos, los menos; de miedos, los más, para otros. Recuerdo que estaba de vacaciones pues siempre dejábamos mi mujer y yo dos semanas de las mismas para Navidades, y aquel día nos visitaba en nuestra casa en Las Palmas, un amigo de la infancia y su mujer, de vacaciones en Gran Canaria. Un dato curioso: ese amigo era -le he perdido la pista por completo- comisario de policía en Madrid. A mi mujer y a mí nos llamó la atención que no se reincorporara a su puesto inmediatamente y que no mostrara la menor preocupación por el atentado... ¿Teorías conspiratorias?, no seré yo quién juegue a eso, y menos a estas alturas de la historia. Tampoco los entrevistados en el reportaje citado más arriba creen en ella. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 10 de agosto de 2013

España y Europa, a la deriva





Mar tempestuoso: ¿Estamos a la deriva?



Dos artículos de muy similar calado, el primero de un historiador y el segundo de un economista, centrados en un mismo asunto: la crisis española y europea, desde la perspectiva política y desde la económica y financiera. Los traigo hasta el blog para que ustedes puedan sacar sus propias conclusiones. 

De economía no entiendo absolutamente nada, a pesar de haber estudiado un curso de Economía Moderna en la New York University, y con el "Samuelson", en la UNED. De historia, evidentemente, un poco más; lo mismo que de teoría política. Pero mis opiniones al respecto son irrelevantes. Si acaso, insistir en mi rechazo al sistema electoral español, a mi juicio, causa principal de la mayor parte de nuestros problemas de representación política, que ya he explicitado "ad náuseam" en el blog y que no es cuestión de repetir, pero que pueden resumirse en: 1. Abandono del sistema proporcional por otro mayoritario simple, de distritos electorales uninominales en todos los ámbitos de representación (local, autonómico y nacional); 2. Ley de Partidos con primarias abiertas y obligatorias en todos los niveles internos de funcionamiento, Congresos bianuales obligatorios a fecha fija, y absoluta transparencia económica y financiera controlada por órganos externos a las propias organizaciones partidistas.

El primero de los artículos citados, "Política, democracia y la marca España", del historiador y catedrático de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, publicado en El País del pasado día 7, plantea dos premisas: que el presidente del gobierno no va a dimitir, pase lo que pase, porque no se siente culpable de nada, y segundo que las Cortes Generales no cumplen su función si los proyectos se imponen, sin lugar a debate, por la mera fuerza de la mecánica electoral.

Desde que apareció en Inglaterra John Locke mediado el siglo XVII, dice, y ya hace años de eso, en algunos países de Europa comenzó a gestarse la idea de que el soberano ya no era portador del poder absoluto de base teológica y que frente al mismo se contraponía la voluntad política del pueblo, convertida en principio casi universal, conquistado de forma gradual a través de revoluciones, conflictos y guerras. Esa voluntad quedó consagrada a partir de 1945, tras la derrota de los fascismos, cuando para proteger al individuo de las arbitrariedades del poder se fijaron claramente los límites y las funciones del mismo, algo, por lo que parece, en España todavía no nos hemos enterado, añade. Nos estamos alejando, dice, de forma acelerada de la democratización de la sociedad en un proceso de consolidación de estructuras antidemocráticas del poder. No solo estamos ante una crisis económica profunda de largo alcance, continúa, sino que está en juego la propia conservación y desarrollo de la democracia. Sin alternativas políticas ante ese deterioro, concluye, vendrán tiempos peores y España y la democracia caminarán en direcciones opuestas.

El segundo de los artículos citados lleva por título "España: Emergencia nacional y crisis de deuda", está escrito por el economista Ignacio Muro, miembro del grupo "Economistas frente a la crisis, y aparece publicado en El País de hoy. 

El actual diseño de la UE, dice en él, es fuente de asimetrías y el capitalismo financiero se encuentra absolutamente cómodo con los ajustes. Cuando se califica la situación actual como de emergencia nacional, añade, no solo se debe entender en el sentido de desastrosa o fuera de control, sino también como símbolo de que esta crisis está evolucionando de tal forma que vuelve a situar los intereses nacionales y la voluntad nacional como principio activo de la política. Empieza a ser innegable que, por encima de las políticas de ajuste, la carga de la deuda externa público-privada es, en los países del Sur, la pieza que hoy bloquea el arranque de la economía productiva y que su única solución (quita mas reestructuración de vencimientos) choca con los (des)equilibrios de poder y la ruptura de consensos en una Europa polarizada entre deudores y acreedores.

La conclusión a la que llega es que una salida basada en la culpabilización de los países del sur no hará sino ahondar en más desequilibrios. Con lo cual, termina, quedaría demostrado que el actual diseño de la UE no sólo la incapacita para enfrentarse a crisis asimétricas, sino que, en sí misma, empieza a ser fuente de asimetrías, desigualdad fiscal y divergencias competitivas. Justo lo contrario que lo que aspiraba a ser.

Sean felices por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Europa, raptada








Entrada núm. 1935
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viernes, 7 de junio de 2013

La Historia [entre corchetes]




La diosa Clio



"Esta es la exposición del resultado de la investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros -y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento- queden sin realce." Así comienza, con ese párrafo inicial, la "Historia" de Heródoto (490-425 a.C.), a quién Cicerón llamó y definió como padre de la Historia.

Veinticinco siglos después ese sigue siendo el afán principal y único de los historiadores, de los buenos historiadores, porque en el gremio, como en botica, hay de todo.

Ayer jueves nació en el diario El País un nuevo blog que lleva ese nombre: "Historia(S)", con esa "S" mayúscula final entre paréntesis que no acabo de entender -torpe que es uno-, en el que participan nombres tan notables como Tereixa Constenla, Isabel Burdiel, Manuel Morales, María José Turrión y Julián Casanova, que se estrena con un artículo del último de los historiadores citados sobre la vigencia actual del pensamiento anarquista. 

Por mi parte, sigo con interés y entusiamo creciente la lectura del libro del profesor e historiador, Varela Castro, que citaba hace unos días en el blog: "Los señores del poder y la democracia en España: entre la exclusión y la integración".

Concluyo invitándoles a la lectura del artículo y de los documentos que lo acompañan que el profesor Morales, citado más arriba, publicaba en El País del pasado 23 de mayo sobre la desclasificación por el MI6 británico de los papeles secretos que demuestran los sobornos del gobierno inglés a destacados militares y dirigentes franquistas para evitar que España entrara en la II Guerra Mundial al lado del Eje.

Y mientras, nuestro democrático gobierno, sigue negándose, alegando razones de "seguridad nacional" a abrir los archivos documentales del periodo que nos ocupa a los historiadores profesionales. ¡Cosas veredes, Sancho!, que alegaba con sorna nuestro Don Quijote.

¡Bendita sea por siempre la diosa Clio! Sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Entrada núm. 1879
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)