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lunes, 8 de junio de 2015

[A vuela pluma] Recuerdos de la Transición




Viñeta de Forges



Periodizar la Historia para su estudio y mejor comprensión no es tarea en la que todos los historiadores coincidan, al menos en determinar las fechas de  inicio y final de los respectivos periodos. Por poner un ejemplo, la Historia Universal suele dividirse en "Edades" y es mayoritariamente aceptada la que establece la duración de la Antigua, entre la aparición de las primeras sociedades urbanas hasta la caída del Imperio Romano de Occidente ante los bárbaros en el año 476 d.C.; la Media, desde esa fecha a la caída de Constantinopla en poder de los turcos en el 1453 de nuestra era; la Moderna, desde 1453 hasta la Revolución Francesa, en 1789; y la Contemporánea, desde 1789 a 1945, con el final de la II Guerra Mundial. El periodo que abarca de 1945 hasta la fecha comienza a denominarse, sin acuerdo unánime entre los historiadores, como "Época actual". 

En la Historia de España esas fechas varían en función de acontecimientos locales: la edad Antigua termina en el año 711 d.C., con la invasión musulmana de la Península Ibérica; la Media en 1492, con la conquista de Granada y el descubrimiento de América; la Moderna, con el inicio de la Guerra de Independencia en 1808; y la Contemporánea, con el final de la dictadura franquista en 1975.

Esas divergencias se extienden, lógicamente, también a hechos concretos o periodos de la historia mucho más cortos temporalmente. Otro ejemplo es el de la Transición a la democracia en España después de la muerte de Franco. Para unos, la Transición, o lo que se ha dado en llamar así, abarca desde la caída de Arias Navarro como presidente del gobierno, el 1 de julio de 1976, hasta la investidura para el mismo cargo de Felipe González, el 2 de diciembre de 1982. Para otros, entre los que me encuentro, la Transición a la democracia en España es el periodo que va del 22 de noviembre de 1975, con la subida al trono del rey Juan Carlos I, a la aprobación por referéndum de la Constitución, el 6 de diciembre de 1978.

En ese periodo que va de finales de 1975 a finales de 1978, hubo figuras políticas que asumieron un papel protagonista de primer orden. Sí, ya sé que la Historia la hacen en definitiva los pueblos, "haciendo" o "dejando" hacer, pero yo no tengo una especial predilección por los métodos marxistas de interpretación de la historia, así que, con todas las reservas, sigo creyendo que la Historia la personifican, simbolizan y la impulsan personas y nombres concretos, y por supuesto el Azar (o la diosa Fortuna) que también echa una mano de vez en cuando.

Entre las personalidades que ponen nombre y simbolizan el periodo conocido como la Transición española a la democracia, yo destacaría cuatro principalmente. Es una elección subjetiva, por supuesto, y pueden ustedes añadir a quienes estimen conveniente. Los tres primeros son de sobra conocidos por todos. Se trata del rey Juan Carlos I; el secretario general del Partido Comunista de España en aquel momento, Santiago Carrillo; el presidente del gobierno Adolfo Suárez; y un cuarto, que casi nadie recuerda ya y que jugó un papel fundamentalísimo en el tránsito de la dictadura a la democracia: Torcuato Fernández-Miranda, en aquellos momentos presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Solo el rey Juan Carlos permanece vivo. Pero los cuatro han entrado ya por derecho propio en la Historia de España.

Si quisiera destacar en algún hecho relevante el papel jugado por cada uno de los citados en la Transición, señalaría el impulso del rey forzando la dimisión como presidente del gobierno de Carlos Arias y designando como su sucesor a Adolfo Suárez, en aquel instante un absoluto desconocido políticamente, y que, para más "inri", ocupaba el cargo de secretario general del Movimiento. De este último, ya está todo -o casi todo- dicho, aunque si hubo un gesto que vale más que mil palabras sobre su valentía sería el del reconocimiento legal del partido comunista en unos momentos en que aquello suponía echarse encima a la práctica totalidad de la cúpula militar y  a todo lo que quedaba del "establishment" del antiguo régimen y sus valedores. De Santiago Carrillo no puedo menos que reconocerle la valentía, contra la incomprensión de la mayoría de los militantes del PCE, de reconocer y aceptar la monarquía y la bandera bicolor (la bandera secular de España) en momentos en que buena parte de los españoles dudaban -con razón- de la voluntad democrática del gobierno de Suárez y del propio Rey.

Del cuarto de los citados, Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980), que fue vicepresidente del gobierno y ministro secretario general del Movimiento con Carrero Blanco, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino entre diciembre de 1975 y junio de 1977, catedrático de Derecho Político, y profesor y preceptor del entonces príncipe Juan Carlos, se ocupa el escritor Arcadi Espada con motivo del próximo centenario de su nacimiento en un interesante artículo titulado "La gran política", que pueden leer en el enlace anterior, y que les recomiendo encarecidamente. Las maniobras de que se valió para forzar la inclusión del nombre de Adolfo Suárez en la terna de candidatos que el Consejo del Reino debía elevar al rey para designar de entre ellos al sucesor de Arias Navarro, narradas ya por extenso, y que Espada recrea de nuevo en su artículo, parecen más propias de un tahúr de la política que de un gran hombre de Estado. Pero la verdad es que, en algunas ocasiones, el fin justifica los medios, y hay que saber estar a la altura de estos. Y él supo estarlo.

De los cuatro personajes citados tuve el honor, hace ya cuarenta años de ello, de conocer y saludar personalmente a dos de esos cualificados protagonistas de la Transición española a la democracia: al presidente Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos. Lamento no haber podido hacer lo mismo con Santiago Carrillo y Torcuato Fernández-Miranda. Mi agradecimiento, como ciudadano a todos ellos, y a todos los demás españoles anónimos que hicieron posible la transición española a la democracia en paz y sin derramamiento de sangre.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El rey Juan Carlos y Adolfo Suárez (Julio, 2008)





Entrada 2311
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 19 de diciembre de 2013

El día en que mataron a Carrero Blanco


Mañana hace 40 años. "En Madrid, el jueves día 20 de diciembre de 1973 amaneció nublado. El presidente del Gobierno español, don Luis Carrero Blanco, se disponía a iniciar una jornada más de trabajo". Así se iniciaba el libro que me ha servido para dar título a la entrada de hoy: "El día en que mataron a Carrero Blanco" (Planeta, Barcelona, 1974), escrito por Rafael Borràs, Carlos Pujol y Marcel Plans, apenas unos meses después del atentado de ETA que le costó la vida al presidente del gobierno. Una excelente y documentada fuente de información (más 400 páginas y numerosísimas fotografías) a pesar de las difíciles circunstancias del momento, que los autores definían como el suceso más importante desde el final de la guerra civil.

Dos recientes artículos en El País recrean el acontecimiento. El primero de ellos: "El cráter del Régimen", de Luis R. Aizpeloa, en el que entrevista simultáneamente al que fuera responsable de los servicios secretos españoles en el País Vasco, Ángel Huarte, y al exetarra Ángel Amigo, recreando paso a paso la preparación del atentado por parte de ETA; el segundo: "El guardian del orden de Franco", del historiador Julian Casanova, en que desmonta la leyenda creada en torno a la figura del almirante que se convirtió en "delfín" de Franco, en parte creada por el propio Carrero y por sus aliados del "Opus Dei", con López Rodó a la cabeza, mortalmente enfrentados al sector "azul" del Régimen, que representaban figuras como Fraga o Solís, por el control del aparato del poder a la hora de la muerte del dictador que se auguraba próxima. Y en el mismo diario, Josep Ramoneda, en un artículo titulado "Pequeñas historias con importancia", revela las confidencias que sobre el atentado le hicieron en su día el rey Juan Carlos y el que fuera ministro del Interior en el gobierno de Suárez, Rodolfo Martín Villa.

Los días que siguieron al magnicidio supusieron una involución en las escasas posibilidades de transformación pacífica del franquismo en una democracia que se atisbaban en aquellos momentos. El nombramiento de Carlos Arias como sucesor de Carrero, en lo que se conoce, a causa de las presiones en su favor del círculo familiar de Franco, y que era ministro de la Gobernación en el momento del atentado y por lo tanto responsable del aparato de seguridad del Régimen, no presagiaban nada en favor de ello.

¿Qué hubiera pasado si Franco hubiese designado presidente del gobierno a Fernández-Miranda, vicepresidente del gobierno con Carrero, y representante del ala "aperturista" del Régimen en lugar de a Arias Navarro? Eso es ya historia-ficción... Como lo es también, en este caso, la enigmática frase que Franco pronunciara, echando mano del refranero tradicional, tras la muerte de Carrero: "No hay mal que por bien no venga".

Al contrario de otros acontecimientos históricos vividos por mí, no guardo ningún recuerdo especial de aquellos días de zozobra: de alegría para algunos, los menos; de miedos, los más, para otros. Recuerdo que estaba de vacaciones pues siempre dejábamos mi mujer y yo dos semanas de las mismas para Navidades, y aquel día nos visitaba en nuestra casa en Las Palmas, un amigo de la infancia y su mujer, de vacaciones en Gran Canaria. Un dato curioso: ese amigo era -le he perdido la pista por completo- comisario de policía en Madrid. A mi mujer y a mí nos llamó la atención que no se reincorporara a su puesto inmediatamente y que no mostrara la menor preocupación por el atentado... ¿Teorías conspiratorias?, no seré yo quién juegue a eso, y menos a estas alturas de la historia. Tampoco los entrevistados en el reportaje citado más arriba creen en ella. 

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Entrada núm. 2011
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)