miércoles, 16 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Qué vienen los vándalos!... ¿Y la izquierda, dónde está? [Publicada el 17/11/2014]









A los amables lectores que lleguen por vez primera a este blog les extrañará el título de la entrada de hoy: una exclamación que tiempo atrás causaba pavor entre quienes la escuchaban. Los vándalos fueron un pueblo germano asentado durante siglos entre los ríos Vístula y Oder, en Europa oriental, que a principios del siglo V d.C. llegan junto a visigodos, suevos y alanos a las provincias romanas de Hispania. Como federados del imperio pernoctan en la Bética, acaban fundando un reino en el norte de África y escriben su nombre en la historia de España dándole el suyo a mi tierra de nacimiento: Andalucía. 
Los vándalos de hoy, ese azote que pulula hoy de un extremo a otro de Europa y España sin más ideología ni programa que mirarse el ombligo para ver si es más redondo que el del vecino y poner patas arriba todo lo hecho hasta ahora (malo o bueno, les da lo mismo), son los nacionalismos y populismos de todo tipo y condición. Como ya escribí sobre ellos hace unos días no voy a insistir en el asunto. 
Ahora quisiera escribir de nuevo sobre la "izquierda", y permítanme hacerlo trayendo de nuevo a colación una cita del gran politólogo italiano Norberto Bobbio: "Cuando alguien dice que no es de derechas ni de izquierdas, es SIEMPRE de derechas". Como método de análisis político puede parecer simplista pero les aseguro que funciona relativamente bien.
Descartados nacionalismo y populismo como instrumentos de regeneración democrática, y autodescartada la derecha , anclada en el inmovilismo revestido de teoría económica, social y política, nos queda mirar a la izquierda real y posible, no a la de las utopías castrantes del comunismo y el anarquismo, fracasadas históricamente. ¿Pero existe hoy esa izquierda? Y si existe ¿dónde está? ¿Qué le está pasando a la izquierda en el mundo? ¿Tiene la socialdemocracia europea (la única izquierda posible) alguna influencia real en el continente? ¿O es imposible a estas alturas de la historia la mera idea de asociar socialismo, libertad y democracia?
Hace solo quince años trece de los quince Estados de la Unión Europea estaban gobernados por partidos socialistas. Hoy, en una unión de veintiocho Estados, apenas queda una decena, algunos en coalición, y otros acercándose a un abismo electoral inédito en su historia. Lo contaba Cecilia Ballesteros en un artículo de El País de octubre pasado titulado muy gráficamente "Socialistas en tierra de nadie". Y añadía: El primer ministro francés, el socialista Manuel Valls. ha dado la voz de alarma poniendo el dedo en la llaga, una llaga muy dolorosa, decía la articulista: "Hay que acabar con la izquierda anticuada. Incluso, ¿no ha llegado el momento de dejar de llamarnos socialistas?". Son palabras textuales de Manuel Valls. ¿Qué fue mal? se pregunta Cecilia Ballesteros. ¿Cómo puede haberse desbaratado el modelo de Estado de bienestar levantado tras la II Guerra Mundial, base de los treinta años gloriosos de prosperidad que hicieron del continente una sociedad justa? 
Al comienzo de su artículo Ballesteros cita una frase del historiador británico Tony Judt (1948-2010), tantas veces citado por mí en este blog, tomada de su libro "Algo va mal": "La socialdemocracia no representa un futuro ideal, ni siquiera representa el pasado ideal. Pero entre las opciones disponibles hoy es mejor que cualquier otra que tengamos a mano". Frase que a  mí me recuerda mucho a la también famosa cita de otro famoso compatriota suyo, el que fuera primer ministro británico durante la II Guerra Mundial, Winston Chuchill (1874-1965), sobre la democracia: "Es el peor régimen político, exceptuados todos los demás".
De Tony Judt y su libro "Algo va mal" (Taurus, Madrid, 2010) ya he escrito en anteriores ocasiones en el blog. De él y de su libro, de su honestidad personal como historiador y como hombre de izquierdas escribió una magnífica reseña con motivo de su muerte el profesor Álvarez Junco (Revista de Libros, marzo 2011) titulada "Elegía por la socialdemocracia". Y también sobre Tony Judt y su libro, apenas dos meses después de su muerte, en octubre de 2010, escribió en El País una elogiosa crónica: "El testamento político de Tony Judt", el profesor Josep Ramoneda. Creo que merece la pena, de verdad, que echen una ojeada a los enlace citados para comprender el alcance de la actual y larga crisis de la socialdemocracia europea (y española). Si tienen interés en ello, claro está.
Del libro de Judt que estamos comentando recuerdo una frase (la cito de memoria) que venía a decir que no debemos sacralizar los nombres ni las palabras: que el nombre con el que nos autodefinamos no tiene mayor importancia; que podemos llamarnos y reconocernos como de izquierdas, socialistas, social-liberales, socialdemócratas o progresistas; que los nombres carecen de importancia; que lo importante es que defendamos que el socialismo solo es posible desde la libertad y que la libertad tiene que ir indisolublemente unida a la idea de igualdad.
El partido socialista español hizo pública ayer domingo una declaración política de alcance, denominada "Declaración de Zaragoza", en la que invita a todas las fuerzas políticas españolas a implicarse en la búsqueda de un acuerdo global que siente las bases para una reforma de la Constitución de 1978 sin echar por tierra los enormes avances políticos y sociales que ella ha supuesto. Era un paso necesario y ya está dado. Esperemos que fructifique, por el bien de todos.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 2192
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

De la exhibición de la ignorancia

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la exhibición de la ignorancia, que como dice en ella el escritor Antonio Muñoz Molina, con su ineptitud, pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa si no llevaran por dentro la semilla antigua del odio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La edad de la ignorancia
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
12 NOV 2022 - El País

Una falta de ortografía arruinó en 1992 la carrera política de Dan Quayle, vicepresidente de Estados Unidos. Visitando una escuela primaria, con un gran cortejo de ayudantes y cámaras de televisión, Quayle le pidió a un niño que escribiera en la pizarra la palabra potato. El niño la escribió correctamente, pero Quayle, afectando una paciencia de maestro bonachón, le indicó que había cometido un pequeño error: a la palabra potato le faltaba, según el vicepresidente, una “e” al final. El pitorreo fue tan universal que todavía hoy basta teclear Quayle en Google para asistir de nuevo a aquella escena memorable. Ya retirado, Dan Quayle llegó a actuar en un anuncio de patatas fritas, con gran indignación del niño experto en ortografía, quien argumentó, no sin motivo, que habría sido más justo que el anuncio lo protagonizara él.
Treinta años después de aquella visita escolar, lo que nos asombra no es la ignorancia de un individuo que se las había arreglado para llegar a un paso de la presidencia, sino el hecho mismo de que un error ortográfico lo sumiera en un ridículo del que ya no pudo recuperarse. Más alto todavía que Dan Quayle llegó Donald Trump, de quien se sabe que es incapaz de leer más de dos líneas seguidas, a no ser que en ellas esté contenido su propio nombre, y que aun en esta época de correctores automáticos ha sido capaz de llenar la brevedad de un tuit de faltas de ortografía. “Con todas las cosas que tú no sabes se podría escribir un libro entero”, cuenta Tobias Wolff que le decía cuando era niño su padrastro. Con todo lo que se va sabiendo que no ha sabido nunca Donald Trump se han escrito ya volúmenes copiosos, y se va descubriendo más según aparecen testimonios de quienes asistieron de cerca a los años alucinantes de su presidencia. Nada más ser elegido, parece que lo desconcertó el número de dirigentes extranjeros que lo llamaban para felicitarlo. “No tenía idea de que hubiera tantos países en el mundo”, confesó. Pensaba vagamente que África era el nombre de un país, y no distinguía entre los países bálticos y los balcánicos. En un libro reciente, y aterrador, sobre sus años en la Casa Blanca, The Divider, Susan Glasser y Peter Baker cuentan algunas de las propuestas de gobierno que Trump compartió con sus colaboradores: excavar un canal infestado de cocodrilos a lo largo de la frontera con México; lanzar bombas atómicas contra los huracanes para desactivarlos; comprar Groenlandia a Dinamarca, o en su defecto intercambiarla por Puerto Rico. Según Baker y Glasser, a Donald Trump lo indignaba que los altos mandos del Ejército no lo obedecieran tan incondicionalmente como obedecían los generales alemanes a Hitler. También creía que el papel de la aviación había sido decisivo en la Guerra de la Independencia americana.
Jaume Perich, el gran humorista de la resistencia en el franquismo tardío, decía en uno de sus aforismos: “La prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede llegar a presidente es el propio presidente de Estados Unidos”. Perich se refería a Richard Nixon, que fue un forajido y sin duda un criminal de guerra, pero que se encerraba a devorar libros de historia, llenándolos de notas y de subrayados, y hasta escribió él mismo los que se publicaron con su nombre. Es probable que lo que podríamos llamar la Edad de la Ignorancia empezara unos años después, con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan. Así lo explica Andy Borowitz en un libro titulado Profiles in Ignorance, una crónica entre sarcástica y desolada del triunfo de la estupidez en la vida pública de Estados Unidos. Ha habido tres fases, o tres eras distintas, dice Borowitz, en este progreso hacia la imbecilidad. En la primera fase, ya tan lejana, la ignorancia desataba el ridículo, y los políticos y sus asesores se esforzaban por disimularla. La metedura de pata de Dan Quayle pertenece a aquel tiempo abolido. En la segunda fase, la ignorancia ha dejado de ser un obstáculo en una carrera política, y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, hasta con una sonrisa, como una prueba de campechanía. Eran los tiempos en que George Bush hijo reconocía haber leído un solo libro en la universidad, y se compraba un rancho para fingir que era un hombre común pegado a la tierra, y no el heredero de varias generaciones de privilegios de clase. Había logrado pasar por las universidades más elitistas del Este sin aprender nada: su ignorancia la convirtió en un mérito para atraer a muchas personas, sobre todo blancos de clase trabajadora, a las que la pobreza y la injusticia las habían privado de las ventajas de la educación. Ya presidente, en vísperas de la invasión de Irak, se quedó muy intrigado cuando unos asesores intentaban explicarle la diferencia entre suníes y chiíes: “Yo pensaba que en ese país eran musulmanes”.
En la tercera fase vivimos ahora. La ignorancia ya no se disimula, ni se muestra sin complejo: ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, los expertos, los tediosos, los exquisitos, los avinagrados. Ahora la ignorancia pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa si no llevaran por dentro la semilla antigua del odio, la determinación de pasar por encima de los escrúpulos del conocimiento y de las normas y las garantías de la legalidad. Marjorie Taylor Greene, diputada por Georgia desde 2020, afirma no solo que la elección de Joe Biden fue fraudulenta, como un número considerable de sus compañeros de partido, sino también que los terribles incendios de estos últimos años en California no tienen que ver con el cambio climático, ya que están causados por rayos láser lanzados desde el espacio exterior, y financiados por los judíos.
Andy Borowitz atribuye a las redes sociales una gran parte de la culpa del triunfo y glorificación de la ignorancia: el desdén hacia las fuentes contrastadas de información, el encierro, favorecido por los algoritmos, en la burbuja sectaria de la propia tribu, en lo ilusorio y neurótico del activismo digital. Pero sin duda influye más profundamente el misterioso desprestigio que viene cayendo desde hace décadas, en las sociedades herederas de la Ilustración, de todo lo que sea el aprendizaje de saberes sólidos y oficios prácticos, de lo bien pensado y lo bien hecho, lo que requiere paciencia y esa forma de entrega que nace de la alianza entre la racionalidad y la pasión. Nada irritaba y ofendía más a Donald Trump que el conocimiento profundo y la larga experiencia del doctor Anthony Fauci, que hizo tanto por remediar en algo la catástrofe de la pandemia, agravada por la ignorancia ególatra del presidente. Políticos necios, demagogos ignorantes, someten ahora en España a los profesionales de la sanidad a todo tipo de humillaciones y los condenan a la penuria y a la incertidumbre. No hay respeto para el saber, ni parece que haya peligro de castigo electoral para la exhibición descarada y despótica de la ignorancia.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Poesía para horas bajas. [Publicada el 16/11/2011]









Las palabras son siempre peligrosas; una expresión poco meditada  te puede joder el día. Hoy ha estado a punto de pasarme a mi; al final se arregló solo, como suelen arreglarse estas cosas, dando tiempo al tiempo y procurando no encharcarla de nuevo. Hemos estado todo el día en casa, en Maspalomas. Mi mujer, trasplantando al jardín unos árboles que estaban delante del portal de casa, en Las Palmas, que fueron arrancados para reformar la calle; yo, refugiándome en "La Eneida" (Vosgos, Barcelona, 1973) de Virgilio (siglo I a.C.) y una vez más, en "Cien poemas de amor" (Barral-Corregidor, Barcelona, 1971) del poeta hindú Amaru (siglo VII d.C.): 



"El:

Cuando mi estrecho abrazo presionó sus senos, su piel se erizó; 

con la extraordinaria intensidad de su apasionado sentimiento 

su vestimenta resbaló de sus caderas, mientras ella, con débil acento, 

me decía: “No, no, ya basta”.

Y luego, yo no sabré decir si se quedó dormida o si desfalleció, 

si se refugió en mi corazón o se derritió entre mis brazos. 

Ella, a una amiga: 

Cuando mi amante subió a mi lecho, 

de por sí sola se soltó la hebilla de mi cinturón y, 

mal sostenido en mi cintura, mi vestido se deslizó por mis caderas. 

Eso es lo único que sé, pues, apenas sentí el contacto de su cuerpo, 

de todo me olvidé: 

de quién era él, de quién era yo, 

de como fue nuestro placer”.



Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 










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Entrada núm. 1413 
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)

martes, 15 de noviembre de 2022

De cuando las mentiras echan raíces

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de cuando las mentiras cuajan y echan raíces, como cuando, cuenta en ella el sociólogo José Andrés Rojo, también a Nietzsche le inventó su hermana un relato nacionalista que no tenía nada que ver con su pensamiento. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Cuando las mentiras cuajan y echan raíces
JOSÉ ANDRÉS ROJO
11 NOV 2022 - El País


Todavía hay muchos estadounidenses que siguen creyendo que Biden le robó las últimas elecciones a Trump. Es la gran mentira que el hombre que quiso devolverle el esplendor a América se ha empeñado en repetir obsesivamente desde que supo que había sido derrotado en las urnas. Plantar una mentira, cultivarla, regarla, que eche raíces. A veces funciona, Trump lo ha conseguido con muchos de sus seguidores. También lo logró a principios del siglo pasado Elisabeth Förster, la hermana de Friedrich Nietzsche, que se esforzó en cuerpo y alma en darle la vuelta a su obra para convertirlo en una insigne figura de la que se sirvió el nazismo para darle fuste a su proyecto totalitario y a la enorme ignominia de la Solución Final cuando nada le irritaba tanto al filósofo como el nacionalismo alemán y abominaba de cuantos se proclamaban antisemitas.
Elisabeth Nietzsche se casó con Bernhard Förster, un hombre que tenía cierta reputación tras promover un documento que le entregó en 1881 a Bismarck y en el que exigía una serie de urgentes medidas contra los judíos. Proyectaron fundar una colonia en Paraguay, la llamaron Nueva Germania. Poco antes de partir hacia Asunción para poner en marcha su pequeña utopía de tintes supremacistas, Elisabeth Förster escribió un artículo para El Diario de Tribschen —el lugar donde vivía otro célebre antisemita, Richard Wagner— en el que exhortaba a los suyos a encontrar allí “un nuevo hogar, un hogar alemán, el que nos corresponde”. “Ninguna preocupación debe enturbiar el fervor de refundar nuestra patria en una nueva tierra”. “Nada podrá detenernos”.
Y nada la detuvo. Lo cuenta la escritora Begoña Quesada en Nacidos después de muertos, la novela que publicó en 2021 y en la que reconstruye la vida de Elisabeth. Explica que estuvo muy próxima a Friedrich durante años. Se enfadaron de manera salvaje cuando el filósofo se enamoró de Lou Salomé (su hermana la llenó de insultos). Fue por entonces cuando se casó con Förster, se fueron a Paraguay, él se suicidó cuando el fracaso fue innegable, ella empezó a cultivar las mentiras con descaro: sostuvo que murió de un ataque al corazón y que todo iba bien en Nueva Germania.
Volvió a Alemania para ocuparse de Nietzsche cuando este ya había enloquecido, lo convirtió en un gran negocio. Primero se aplicó a fondo en construir un personaje a la medida de sus ideas ultranacionalistas. Escribió una biografía de su hermano en la que su madre encontró pocas cosas que se ajustaran a la verdad, cambió muchos de sus pensamientos inéditos, tachó las partes de sus libros que no le convencían, inventó una leyenda. Y consiguió lo que quería: la gloria de que Hitler la saludara en Weimar y alabara a Nietzsche. La mentira cuajó. Begoña Quesada igual da una clave para entender cómo es esto posible cuando Elisabeth le dice a su marido con enorme displicencia: “Las metáforas, Bernhard, son fundamentales para estas mentes tan… esféricas, sin rincones para ideas complejas. Una metáfora funciona como estas gafas. Sin ellas, solo veo manchas. Las metáforas son lentes correctoras. Contemplar algo complejo es más sencillo a través de ideas familiares. Como que la vida es un río, o Dios la luz, o el padre un pastor de ovejas”. Y es que igual son muchos los que adoran que su país vuelva a ser grande de nuevo.


















[ARCHIVO DEL BLOG] Profundizar en la democracia, cuestión de supervivencia. [Publicada el 15/11/2012]










Me pongo al teclado al instante mismo de concluir (hora insular canaria) la jornada de huelga general vivida en España el día de ayer. No lo hago bajo ningún tipo de presión especial (emocional, patriótica, política o ciudadana) sino más bien movido por el impulso de descargar a través de la escritura un difuso sentimiento contradictorio de alegría y pesar al mismo tiempo. Comprendo, y me pongo, en su lugar, a aquellos trabajadores que no han secundado la huelga acuciados por la imperiosa necesidad de dar de comer a sus hijos, pagar su hipoteca o alquiler y atender a sus demás necesidades vitales mínimas y perentorias; y también comprendo, y estoy de su parte, a aquellos otros que sí se han lanzado a la calle a reclamar un cambio de política a riesgo de recibir las indiscrimanadas y democráticas patadas y porrazos de los antidisturbios y los insultos procaces, deslenguados e hipócritas del gobierno. A mi manera, modestamente, y en la medida de mis posibilidades y saberes, espero haber contribuido con mi granito de arena en el desarrollo de la jornada de protesta. Ahora toca reflexionar.
Reformar los mecanismos de representación política se ha convertido ya en cuestión de supervicencia para la democracia. Si queremos salvarla, la política tiene que estar por encima de la economía. Es la tesis central del artículo de hoy en El País: "Huelga general y democracia", de Fernando Vallespín, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Madrid. La misma idea, más elaborada, subyacía en otro artículo de hace unos días: "¿Se puede reformar la política? ¿Cómo?", también en El País, de José Antonio Gómez Yañez, profesor de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid. Les recomiendo encarecidamente su lectura.  
La democracia siempre ha tenido críticos y enemigos. El más famoso y más antiguo de todos ellos, Platón, en el siglo IV a.C. Una crítica y enemistad que se hace manifiesta en su República, y se suaviza en Las Leyes, probablemente a causa del fracaso vital de su propia experiencia como reformador político. Claro que de Platón para acá ha llovido mucho, sobre el mundo y sobre la democracia, sobre la cual han caído críticos y enemigos mucho más furibundos y peligrosos que él. Hay un libro, convertido ya en un clásico de la ciencia política: La democracia y sus críticos (Paidós, Barcelona, 1993), del politólogo estadounidense Robert A. Dahl, que lo deja bastante claro. Lo leí por vez primera hace justamente trece años, en noviembre de 1999, y vuelvo a él a menudo, por su claridad expositiva, y sobre todo, por su capítulo final, clarividente, que lleva el título de "Hacia una tercera transformación [de la democracia]. La democracia en el mundo del mañana. Bosquejos para un país democrático avanzado".
El libro de Dahl, lo nombra y cita elogiosamente el también profesor de la Universidad Carlos III madrileña, Andrea Greppi, un reconocido experto en el estudio de la obra y el pensamiento de Norberto Bobbio. Lo hace en su libro La democracia y su contrario. Representación, separación de poderes y opinión pública (Trotta, Madrid, 2012), que estoy leyendo ahora mismo con enorme satisfacción. A falta de esa lectura completa en curso, aprovecho para reproducir algunos párrafos de su capítulo inicial: "La democracia sin enemigos. Diagnóstico inicial: la tercera transformación. ¿Hemos tocado techo?" (págs. 9/17).
"Hasta hace unos años, al menos en la parte del mundo que se decía libre, la hipótesis tácita que orientaba la teoría y la práctica de la democracia venía a ser aproximadamente está: una democracia próspera, en la que se cumplen una serie de condiciones básicas de libertad, genera por sí misma la energía y los recursos que ella misma necesita para mantenerse en equilibrio y avanzar hacia el logro de nuevas fronteras de desarrollo democrátrico. Esta hipótesis permitía trazar programas de investigación teórica y de intervención política de largo alcance. Identificados los factores que hicieron históricamente posible la difusión de la democracia en el mundo civilizadose pensaba que habría sido posible reproducirlos en otros lugares distintos, replicando la misma experiencia. La estrategia era atractiva y prudente pero, vista en perspectiva, no deja de suscitar un profundo recelo: ¿estamos seguros de que los tiempos son propicios para seguir confiando en la hipótesis del progresivo avance de la democracia?" (pág. 13). Una buena pregunta, desgraciadamente, sin respuesta por el momento.
En la página siguiente comienzan las desagradables certidumbres: "En estos años, la cuestión de los desafíos y las fronteras de la democratización ha sido una constante en la agenda teórica y en la práctica política. No obstante, como se decía más arriba, la seguridad de hace unas décadas ha dado paso a una difusa sensación de desconcierto. El entusiasmo ha quedado relegado a los documentos diplomáticos o a las más burdas operaciones de propaganda. No es fácil resumir en pocas palabras de dónde vienen las dificultades, ni explicar por qué nadie las había previsto. Hay interpretaciones para todos los gustos", añade al final.
Más problemas. En la página 15, explicita algunos: "Hemos caído en la cuenta de que la frontera de la democratización ya no pasa por la sustitución de los últimos regímenes autoritarios o por la celebración de elecciones libres y regulares en los lugares más recónditos del planeta, sino más bien por la capacidad que pueda tener esta democracia [se refiere a la democracia representativa], la única que existe, para hacer frente a la emergencia de nuevos poderes autoritarios, radicalmente antidemocráticos porque son capaces de actuar al margen y por encima de las leyes. Un desafío que no es solo práctico, sino también teórico". Bien, ya hemos identificado al enemigo, y ahora ¿qué?, podemos preguntarnos...
Nueva reflexión del autor en la siguiente página: "¿Estamos realmente, como parece, en una situación de cambio paradigmático en el proceso de democratización? Y, en este caso, ¿tenemos la posibilidad real de orientar el proceso de cambio, de incidir conscientemente en su desarrollo?". Preguntas sin repuesta, al menos de momento, que se irán planteando a lo largo del libro.
Termino con el párrafo final del capítulo, dónde se plantea la cuestión primordial a dilucidar por la ciudadanía: "La regeneración de las instituciones democráticas -o, como se decía antaño, la profundización dela democracia- no es un lujo del que podamos desprendernos. Si los ciudadanos no tienen opinión propia, si no disponen del poder para pensar con su propia cabeza, la celebración de elecciones y los demás rituales previstos en constituciones democráticas están destinados a transformarse en contenedores huecos. Y esto es algo que no nos podemos permitir. Corremos el riesgo de que, imperceptiblemente, la diferencia entra la democracia y su contrario empiece a volverse cada vez más estrecha, hasta resultar inapreciable. Pero ¿qué es lo que tiene que suceder o qué es lo que se puede hacer para que ese pronóstico no llegue a cumplirse?". No tengo la repuesta, pero espero que la lectura de esta entrada haya suscitado su interés y su preocupación por devolver a la política y a la democracia su supremacía. En ese empeño, creo estamos de acuerdo la mayoría de los ciudadanos españoles y europeos.
El vídeo que acompaña la entrada recoge la conferencia pronunciada en abril del pasado año en Oviedo, titulada "¿Qué es la democracia?", por el controvertido profesor y filósofo español Gustavo Bueno. Lo pueden ver desde este enlace: https://youtu.be/kp3mRhTHa50
Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt








Del fundamentalismo nacionalista

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del fundamentalismo nacionalista, porque como dice en ella el filósofo Slavoj Zizek, cuando 15.000 ucranios están a favor de una fiesta sexual en caso de ataque nuclear en mitad de una guerra, qué es más enfermizo: una celebración masiva o los ataques indiscriminados contra civiles y el uso de la violación como táctica militar? Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







La orgía del fin del mundo.
SLAVOJ ZIZEK
10 NOV 2022 - El País


Mientras las fuerzas ucranias recuperan territorio y obligan a los desmoralizados ocupantes rusos a huir en retirada, el presidente ruso Vladímir Putin ha escalado su amenaza de usar armas nucleares. Diversos políticos enviaron severas advertencias al Kremlin y algunos comentaristas compararon el momento actual con la crisis de los misiles cubanos de 1962 y otros episodios de alta tensión que hubieran podido terminar en un apocalipsis nuclear. Pero parece que unos 15.000 ucranios han respondido a la perspectiva de la aniquilación en forma menos abstracta: apuntándose a una fiesta sexual masiva.
A quienes participen en la “orgía de Shchekavitsia: oficial”, a las afueras de Kiev, se les pedirá que “se hagan marcas en las manos para expresar sus preferencias sexuales. Las personas interesadas en tener sexo anal deben pintarse tres marcas; quienes estén interesados en el sexo oral, cuatro marcas”. Grupos similares han aparecido en otras partes, incluso uno que anuncia una orgía en la calle Deribasivska en Odesa.
¿Por qué, tras ocho meses de bombardeos rusos y combates brutales, podría alguien tener interés en un evento semejante? Según una ucrania entusiasta con la propuesta: “Es lo opuesto a la desesperación. La gente buscará algo bueno incluso en el peor escenario. Ese es el megaoptimismo de los ucranios”.
Este testimonio hay que aceptarlo de forma literal. En un tiempo de angustia extrema, una orgía puede ser un proyecto de afirmación vital. No hace falta ninguna explicación pseudofreudiana más “profunda”, en la que el trauma colectivo precipite la desintegración de las inhibiciones individuales y de las normas sociales convencionales. Aquí los únicos actos sexuales incivilizados son los que están cometiendo los soldados rusos y sus líderes. Pramila Patten, representante especial de las Naciones Unidas sobre violencia sexual, dijo a Agence France Presse que los comandantes rusos están distribuyendo viagra entre sus tropas, y agregó que los ataques sexuales contra mujeres ucranias son una “táctica deliberada para deshumanizar a las víctimas”.
Lamentablemente, hay otros observadores externos que en la práctica se han puesto del lado ruso. Para vergüenza de mi país, Matjaž Gams, miembro del Consejo de Estado esloveno, reaccionó a la noticia de la orgía sugiriendo que cuando una civilización entra en su periodo de decadencia, aparecen “ideas extrañas, enfermizas”. Pero, insisto, ¿qué es más extraño y más enfermizo: una fiesta sexual (donde todo lo que se haga será voluntario y consensuado) o los ataques indiscriminados de Rusia contra infraestructuras civiles y contra la población civil (incluido el uso sistemático de la violación como táctica militar)?
Las últimas amenazas nucleares de Putin fueron acompañadas por la anexión ilegal de cuatro territorios ucranios de los que no tiene control total, pero que, según insiste el Kremlin, “son parte inalienable de la Federación Rusa (…) Las previsiones para su seguridad son del mismo nivel que las del resto del territorio ruso”. Lo que se da a entender, por supuesto, es que Ucrania ya se ha hecho merecedora de un ataque nuclear, porque está haciendo avances en territorios que supuestamente están dentro del paraguas nuclear ruso. No extraña que los sitios de apuestas en internet pregunten por la probabilidad de que Rusia lance un ataque nuclear este año, y que miles de internautas estén jugando dinero a que sí.
Para dar más credibilidad a la amenaza, las autoridades rusas ordenaron evacuar Jersón, que ya se encuentra casi totalmente rodeada por fuerzas ucranias. El mensaje que se pretende enviar es claro: si los ucranios recuperan la ciudad, serán blanco perfecto para una bomba nuclear. En la lucha contra el “satanismo” (según palabras recientes de Putin), todo está permitido.
Pero igual de enfermizo es el argumento pacifista occidental según el cual Europa debe enviar una gran delegación a Rusia para empezar a negociar condiciones de paz. Es obvio que debemos hacer todo lo posible para evitar una nueva guerra mundial; pero el primer paso para lograrlo es tener una visión realista de aquello en lo que Rusia se ha convertido. Esto implica abandonar la idea de la unidad eurasiática y rechazar el argumento de que Europa debe formar un bloque de poder con Rusia para no convertirse en socio menor de Estados Unidos en su conflicto con China. Ahora mismo, la mayor amenaza contra Europa es Rusia, no China.
Además, para negociar con Rusia, Europa también tendría que presionar a Ucrania para que acepte un acuerdo. Que es exactamente lo que quiere el Kremlin: reforzaría el argumento de Putin según el cual Ucrania es un mero peón de Occidente y no un país real autónomo.
¿Qué hay que hacer? Es obvio que no se puede ignorar a Rusia, de modo que la mejor opción es apelar a quienes en Rusia y en sus satélites se oponen a la guerra. Como señaló hace poco Sławomir Sierakowski, el Gobierno del presidente ucranio Volodímir Zelenski tiene un aliado natural en la oposición bielorrusa, que discretamente ha estado haciendo lo que puede para frustrar el esfuerzo bélico ruso. Pero la alianza no se ha formado. En vez de eso, los funcionarios ucranios han expresado un desprecio público por los bielorrusos, a quienes describen como “cobardes y conformistas”. Como señala Sierakowski, eso no sólo es inmoral, sino también “políticamente estúpido”.
Los rusos que se oponen a la guerra se encuentran en la misma incómoda posición: el establishment putinista los critica por traidores y Ucrania los critica por rusos. Pero esto oscurece el significado de la guerra en Ucrania: no es una lucha entre una “verdad europea” y una “verdad rusa”, como dicen tanto el ideólogo de Putin Aleksandr Duguin como algunos ucranios. Ucrania es un frente en la lucha global contra el nuevo fundamentalismo nacionalista que está haciéndose cada vez más fuerte en todas partes, incluidos Estados Unidos, India y China.
Si en algún lugar los ucranios han cedido un milímetro de su superioridad moral es aquí, en el hecho de no universalizar su lucha, y no en alguna disipación dionisiaca a las afueras de Kiev.






















lunes, 14 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Políticos. [Publicada el 14/11/2008]








Político: Del latín "politĭcus", y este del griego "πολιτικός". En la quinta acepción del diccionario de la Real Academia Española, "persona que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado"...
Hace unas semanas vi por televisión una película del director francés Claude Chabrol. Se titulaba "Le fleur du mal" (2002). La protagonista es una aún joven mujer, esposa de un destacado miembro de la alta burguesía provinciana francesa. Es concejala en el Ayuntamiento de su localidad y se presenta como candidata independiente a la alcaldía del mismo. En un momento de la película, su marido le pregunta por qué ha decidido presentarse si a ella nunca le ha gustado la política; la respuesta de la esposa es: "lo que yo hago, no es política"...
Esta mañana volvía de llevar a mi nieto al colegio y oigo por la radio las declaraciones de un concejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que anuncia que van a promover la creación de un "Metro", de ocho líneas, en la capital insular. Le pregunta el locutor, supongo que con ingenuidad: "¿Con la financiación del Estado, no?". Y la respuesta es: "Sí, claro". Sin comentarios. ¿Políticos o imbéciles?...
Y esta misma mañana también, publica en El País el profesor Ramón Vargas-Machuca, catedrático de Filosofía Política y ex-diputado socialista durante cuatro legislaturas, un artículo titulado "Decálogo del buen político", que reproduzco más adelante y cuya lectura les recomiendo por su indudable interés. Dice en él, que al buen político cabe exigirle profesionalidad, talento, información, eficiencia, innovación, decisión, prudencia, astucia, responsabilidad y persuasión... Creo que son cualidades necesarias, pero no suficientes, porque a ellas habría que añadirle dos supuestos externos a él mismo: primero, una retribución justa, equilibrada y suficiente, establecida con carácter previo por un organismo supervisor e independiente de la Administración Pública, gracias a la cual el ejercicio de la actividad política no le resulte lesivo a sus intereses personales y profesionales; y segundo, una taxativa limitación en el número de mandatos en el ejercicio del cargo. A lo mejor así se animarían a dedicarse a la política buenos profesionales ajenos a ella, reticentes a hacer del "servicio público" una forma de vida o de vivir... Haberlos, haylos; como las meigas y las brujas en mi tierra, aunque no crea en ellas... Sean felices, buen fin de semana. Tamaragua. HArendt








"Decálogo del buen político"
por Ramón Vargas-Machuca Ortega

La democracia no puede cumplir todas sus promesas. Cabe pedir a los ciudadanos que moderen sus demandas y a los líderes que reconozcan sus limitaciones. Lo importante es que el control esté garantizado.
Las sensaciones sobre los políticos suelen ser ambivalentes. Se les considera a la vez imprescindibles e inevitables, una necesidad y un obstáculo. Y aunque para muchos sea una evidencia su descrédito, la animosidad hacia ellos conforma una mezcla indiscriminada de prejuicios y buenas razones. Empezaremos por descartar un argumentario averiado y señalaremos, después, ciertas circunstancias de la política cuya ignorancia convierten las recomendaciones sobre buenas prácticas en otro brindis al sol.
La misma expresión "clase política" denota que el ejercicio de ciertas funciones encomendadas a los políticos los iguala a la baja en condición y estilo moral, en intereses y comportamientos. Sin embargo, la expresión no resulta más precisa que la otrora tan socorrida de "clase dirigente". Muchas de las prácticas que se imputan al ámbito de la política -sistemas negativos de reclutamiento, entornos clientelares o flujos de información distorsionada- no son privativas de ese mundo; cunden en cualquier esfera social donde se abusa de las asimetrías de información y poder. Hay quienes circunscriben su ojeriza sólo a los políticos patrios con ese castizo prurito de mirar con derrotismo a lo de dentro y papanatismo a lo de fuera. Las "clases pasivas" de la política aportan también su granito de arena insistiendo en que en su tiempo (al comienzo de la democracia) sí que había políticos de raza. Pero nada más efectivo para desacreditar el oficio que esa renovada afición a jalear las pulsiones sectarias y su temible claridad moral, para la cual los de nuestro bando resultan ángeles y los de enfrente demonios.
Cabe otro horizonte para ejercer la política, pero sin escamotear sus circunstancias e identificando sus obstáculos casi insalvables y sus tensiones irresolubles. El político mejor intencionado está forzado a oficiar la representación política en un marco institucional contradictorio, con reglas pensadas unas para la figura (irreal) del representante como mandatario individual y otras para blindar una democracia de partidos. Se exige a los políticos comportarse responsablemente, velar por el interés general, pensar a lo grande y en el medio plazo. Pero la democracia, que requiere competir periódicamente, anima a satisfacer las demandas de una clientela que, ante todo, quiere "pan para hoy" sin importarle el mañana. Me pregunto, finalmente, cómo eludir las condiciones de nuestra comunicación política, cómo sobreponerse a una hegemonía mediática que, al primar la propaganda, el escándalo y una información contaminada, resulta factor principal de la crispación. ¿Cabe dar la vuelta a una democracia punto menos que cesarista, que fomenta liderazgos personales fuertes mediante un "poder de prerrogativa", que desactiva los controles y habilita para ello una "clase (política) de tropa"?
La democracia, decían los viejos maestros, no puede cumplir todas sus promesas. La brecha entre aquello a lo que aspira y lo que obtiene aboca al descontento y a la insatisfacción. De ahí que pidieran a los ciudadanos moderar sus demandas y a los políticos reconocer el alcance limitado de sus posibilidades. Que las democracias decepcionen es, pues, natural. Pero que defrauden, no, porque mina sus fundamentos. Y resultan fraudulentas cuando las trampas al Estado de derecho dejan de escandalizar y la legalidad pierde capacidad constrictiva, puesto que toda regla resulta sumamente interpretable. Defraudan cuando en la comunicación política prevalece la charlatanería y las palabras, a fuerza de significar cualquier cosa, terminan por no significar nada: sólo sirven como munición para confundir o manipular. Pero el fraude más dañino se produce cuando los ciudadanos estiman irrelevante su capacidad de control. Constatan tal asimetría de recursos de poder a disposición de quienes les mandan o representan que los perciben como invulnerables, mientras se ven a sí mismos impotentes. Entonces se apodera de ellos el descreimiento en el sistema: una suerte de rabia sorda o pasotismo insano. Y cunde la desafección.
Es cierto que nuestras democracias no tienen sólo un problema de actores. Pero un mejor desempeño aliviaría el malestar de los desafectos que, aun decepcionados con los resultados de la política, no se sentirían defraudados por la ejecutoria de sus políticos. A estos últimos me atrevo a recomendar el siguiente decálogo de buenas prácticas:
1. No hay que contraponer políticos de profesión y de vocación. Para ejercer bien este oficio se requieren profesionales con fibra política. Promuévanse estímulos para atraer y retener a los apasionados de la política y no a quienes se acercan a ella porque no han encontrado nada mejor.
2. Un buen político no debe ser fantástico ni fanático, sino tener talento político, una mezcla de espíritu de justicia y sentido estratégico. Alguien con unos cuantos principios y contención moral para no encandilarse con ilusiones cegadoras, pero que demuestra agudeza, sentido de la anticipación y adaptabilidad. La inteligencia política se templa bregando con las tensiones insuperables de la política (la "herida maquiaveliana" rememorada por Rafael del Águila) y sabiendo operar en un campo de recursos escasos y opciones limitadas.
3. El político necesita información solvente. La complejidad casa mal con la retórica simplista y empuja a asesorarse por expertos imparciales. No para suplir ni para confirmar las decisiones del político, sino para reconocer los riesgos y evitar caminos vedados por el conocimiento.
4. El político trata de ser eficiente. Procura una relación consistente entre la decisión de realizar un propósito plausible y los medios para alcanzarlo. Nunca se propone objetivos para los que no dispone de medios adecuados.
5. El buen político no teme innovar. Pero innova para recuperar o preservar lo esencial del modelo, los componentes y funciones que dan valor a las propiedades distintivas de su proyecto. Por eso no desprecia la experiencia.
6. El buen político es decidido. Frente al irresoluto y el pusilánime, demuestra carácter. Desafía la fatalidad con el "grams-ciano" optimismo de la voluntad. Sabe también que optar es a menudo un drama; que conlleva costes y pérdidas o tener que decir a los correligionarios: ¡basta ya! o ¡hasta aquí he llegado!
7. El político tenderá a ser prudente. Ejercerá en lo concreto, consciente de que aplicar criterios de justicia en lo particular no disuelve los conflictos, sino que a lo sumo los atenúa con arreglos a medias y logros con fecha de caducidad.
8. Un político no debe ser ni cruel ni cínico, pero sí astuto. Ante la malicia que asoma en las relaciones humanas, el político necesita cautela y sagacidad. Está obligado a domeñar la espontaneidad, demostrar cierto cálculo; a no dar un paso sin decidir previamente dónde quiere poner el pie. La astucia no implica faltar a la verdad, sino contarla cuando procede; no engañar, pero no ser engañado.
9. El político debe siempre responder ante alguien y de algo (de sus acciones y omisiones así como de sus consecuencias). Las responsabilidades se diluyen cuando no hay o están desactivados los mecanismos institucionales para exigir (y tener que dar) cuentas. Ocurre, entre otras razones, porque cierta organización del poder difumina al titular de la competencia (los nacionalistas, grandes beneficiarios de un Estado "borroso"), la mezcla de poder y buena conciencia tiende a exonerar de responder (el caso de los neocons y ciertos doctrinarios de izquierda) y la independencia e imparcialidad del tribunal de la opinión pública muestran un muy mejorable rendimiento.
10. Impelido a responder, el político debe explicarse; pero no con trucos publicitarios ni propaganda infantilizada y cargada de obviedades. Al contrario, ha de persuadir de modo razonable, es decir, con razones confesables y fundadas en valores, huyendo de ese sectarismo incapaz de ver en los argumentos del adversario ni una brizna de verdad ni la menor posibilidad de convencerle en algo.
Cultivando estas disposiciones el político no obtendrá necesariamente éxitos, pero sí al menos el reconocimiento de que sus logros han sido fruto de proyectos valiosos y acciones bien hechas. (El País, 14/11/08)