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sábado, 3 de enero de 2009
Visiones de la política
Preguntarle a nuestros líderes políticos locales que si leen a Friedrich Hayek (1), Milton Friedman (2), Isaiah Berlin (3), John Rawls (4) o Francis Fukuyama (5), por mencionar únicamente a algunos de los pensadores políticos contemporáneos que se citan profusamente en el artículo que comento, parece más ingenuidad que otra cosa. A ellos, desde luego, no creo que les parezca necesario, aunque si lo hicieran quizá, sólo quizá, nos evitaríamos espectáculos tan lamentables como los que nos ofrecen a diario. Por citar un último, el del presidente del Parlamento de Canarias, Antonio Castro (CC-ATI) pidiendo (6) la prohibición de la entrada de inmigrantes en Canarias (¿de dónde o de quiénes?, señor presidente) y el control del índice de natalidad de las mujeres canarias (aunque no explica si eso se haría por la fuerza -como en China-, la persuasión, o mediante alicientes económicos, por ejemplo, con ayudas a las que "menos" hijos, o ninguno traigan al mundo y penalizando a las familias numerosas). Toda una lumbrera política el caballero...
Más posible, aunque difícil de evaluar, es que les suenen los nombres de otros pensadores políticos contemporáneos, ya archivados en el baul de los recuerdos, como Karl Marx (al que todos citan pero ninguno ha leído),o John Maynard Keynes (ahora redescubierto y añorado por los mismos que llevan detestándole desde hace medio siglo). Y por supuesto, seguro que les suenan muy muy lejanos, si es que han oído hablar de ellos y no piensan que eran seres mitológicos, los nombres de Rousseau, Voltaire, Smith, Burke, Condorcet, Godwin, Paine, Robespierre, D'Holbach, Hamilton, Jefferson, Tocqueville o Monstesquieu, todos ellos protagonistas de la Ilustración, que a lo largo del siglo XVIII dieron forma a la idea de lo que hoy son las democracias modernas, siguiendo la estela que veinte siglos antes iniciaron Platón y Aristóteles. Sería mucho pedir, ya lo se... Y ya sabemos todos que los Reyes Magos no existen.
El artículo que comento está escrito por el economista Luis M. Linde, y lo publica Revista de Libros (7), en su número 144, correspondiente al pasado mes de diciembre. Se titula "Los occidentales y sus visiones políticas", y lo pueden leer aquí (8) en su formato electrónico original, o más adelante, como texto, después de este comentario.
Para el profesor Linde, la tesis central del libro "A CONFLICT OF VISIONS. IDEOLOGICAL ORIGINS OF POLITICAL STRUGGLES", de Thomas Sowell (9), profesor de Economía, asociado a la Hoover Institution de la Universidad de Stanford (California) desde 1980, y reeditado por Basic Books, de Nueva York, en 2007, (hay una edición en español de Gedisa, Buenos Aires, 1990, con el título "Conflicto de Visiones"), es la de que las luchas políticas de los últimos dos siglos -especialmente entre capitalismo y socialismo, o entre democracias liberales y dictaduras autocráticas o de partido- componen un bosque, en el que sus árboles, aparentemente tan variados, pertenecen, en realidad, sólo a dos especies –aunque hay ejemplares híbridos–, y que para entender lo que hay en ese bosque, cómo se desarrollan y crecen los árboles, cómo compiten unos con otros, hay que entender la naturaleza de esas dos únicas especies y de las raíces que sustentan el bosque entero.
Para Sowell, dice Linde, en el origen de las luchas políticas desarrolladas, primero, en Europa y, después, en todo el mundo desde finales del siglo XVIII, están las que el profesor norteamericano denomina visión "constrained" ("restringida", "condicionadas", también con significado de "trágica", "pesimista"), y la visión «unconstrained» ("no restringida", "utópica", "optimista" o "tradicional"). Las visiones son, según Sowell, como «mapas» que nos ayudan a transitar por la realidad, a superar nuestras perplejidades. Las visiones políticas «no son sueños, ni esperanzas, ni profecías, ni imperativos morales, aunque cualquiera de tales cosas pueda surgir de una visión determinada. Una visión es un sentido de causación» y, por ello, las visiones son el fundamento sobre el que se construyen las teorías. Las visiones acerca de la sociedad y su funcionamiento, además de inspirar pensamiento y acción política, son importantes en sentido individual porque nos ayudan a formar opiniones y adoptar posiciones en materias en las que somos ignorantes.
La discusión política en la que, para Sowell, se sustanciaron las dos visiones opuestas que han llegado hasta hoy se desarrolló en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII y sus principales protagonistas fueron cinco, ahora diríamos, «intelectuales»: Rousseau, el más viejo de todos ellos (1712-1778), Adam Smith (1723-1790), Edmund Burke (1729-1797), Antoine-Nicolas Condorcet (1743-1794) y William Godwin (1756-1836), el más joven, que publicó su aportación principal, su "Enquiry Concerning Political Justice", en 1793, aunque Thomas Paine había publicado, en lo que ya eran los Estados Unidos de América, en 1791, "The Rights of Man", anticipándose a varias de sus ideas. Sowell considera a Rousseau, Condorcet y Godwin los principales exponentes de la visión utópica, y a Smith y Burke los principales exponentes de la visión tradicional. Otros políticos, escritores y «filósofos» participaron en este gran debate: puede citarse, en el campo de la visión utópica, a Robespierre, el primer ideólogo del terror como método de acción política, y a D'Holbach (1723-1789), por su defensa del ateísmo y del materialismo; en la visión tradicional estaría Alexander Hamilton (1755-1804), por su aportación a la defensa del gobierno limitado y del equilibrio entre poderes. Aunque el enfrentamiento entre ambas visiones ha seguido vivo hasta nuestros días, la única aportación moderna que destaca Sowell es la de Friedrich Hayek.
Lo que resulta decisivo para caracterizar ambas visiones es –afirma Sowell– lo que él llama el locus of discretion, el «lugar» en el que se toman o se producen las decisiones, y el mode of discretion, la forma en que se toman las decisiones. En la visión utópica, las decisiones sociales se adoptan deliberadamente por representantes o encarnaciones [en inglés, surrogates; éste es el locus of discretion] de la sociedad, sobre bases explícitamente racionalistas [éste es el mode of discretion]; en la visión tradicional, las decisiones sociales se desenvuelven y se hacen efectivas a partir de decisiones individuales que persiguen fines privados, sirviendo al bien común sólo como consecuencia de las características de los procesos sistémicos, independientemente de las intenciones de los individuos, tal y como ocurre, por ejemplo, en los mercados competitivos.
Aunque Sowell reconoce que la visión utópica está «en su casa en la izquierda política», afirma, a la vez, que la existencia de visiones inconsistentes o híbridas, como el marxismo, el utilitarismo o la ideología libertaria hacen que no pueda, sin más, equipararse visión tradicional a «derecha» y visión utópica a «izquierda». El marxismo es el epítome de la izquierda política, pero no de la visión utópica que domina la izquierda «no marxista»; para muchos, el fascismo –cuya visión es, en varios sentidos, utópica (Hayek defendió siempre la caracterización del nacionalsocialismo hitleriano como «socialismo»)– es el más claro ejemplo de «extrema derecha»; y la ideología libertaria, que muchos consideran derecha extrema, al menos en sus propuestas económicas, es incompatible, dice Sowell, con la función de los procesos sociales sistémicos en la visión tradicional.
Para mostrarlo, Sowell concluye su libro tratando de las diferencias que ambas visiones mantienen en torno a tres grandes ejes del debate político actual: la igualdad, el poder y la justicia.
Sobre la la igualdad, en palabras de Burke, que cita Sowell, «todos los hombres tienen iguales derechos, pero no a cosas iguales», una idea que parece idéntica a esta otra de Hayek: «Ser tratado igual no tiene nada que ver con la cuestión de si la aplicación de la ley en una situación particular puede llevar a resultados que son más favorables a un grupo que a otros». Para la visión tradicional de Burke y Hayek, la igualdad que debe buscar y lograr la acción política no es la igualdad de resultados, sino la de las oportunidades, entendida como «igualación de las probabilidades de alcanzar ciertos resultados [...] ya sea en educación, en empleo o ante los tribunales». Para la visión utópica, por el contrario, la igualdad que debe perseguir y lograr la acción política es la igualdad de resultados. Además, para algunos partidarios de la visión utópica, la reivindicación de igualdad puede llegar muy lejos, porque puede aspirar a compensar incluso aquellas diferencias que no se deben a las instituciones sociales o al medio familiar, sino al azar genético. Así, Condorcet defendía hace ya dos siglos que «tienen que mitigarse incluso las diferencias naturales entre los hombres», una idea que ha obtenido apoyo en nuestros días y que es uno de los motores de la «corrección política», tanto en Estados Unidos como en Europa.
Las dos visiones entienden de modo diferente el origen y significado del poder económico y político, añade Sowell, pero también el uso de la fuerza, la guerra, la ley y su aplicación, el crimen y su castigo. La visión utópica entiende la guerra y el crimen y, en general, el uso de la fuerza como desviaciones, fallos o perversiones del uso articulado de la razón. Para Godwin, por ejemplo, la guerra era una consecuencia de las instituciones políticas en general y, más específicamente, de las instituciones no democráticas, mientras que el crimen era imposible en ausencia de influencias sociales o razones individuales (problemas psiquiátricos, por ejemplo) impuestas, por así decir, a los individuos, porque «es imposible que un hombre cometa un crimen en el momento en que pueda verlo en toda su enormidad»: basta con localizar las causas de los males para combatirlas y eliminarlas, dando así una «solución» al problema. En el polo opuesto, los partidarios de la visión tradicional no creen que haya que buscar causas para el crimen o para la guerra fuera, simplemente, de la naturaleza humana: «Las personas cometen crímenes porque son personas, porque ponen sus intereses y sus egos por encima de los intereses, sentimientos y vidas de los demás». La guerra y el crimen son consecuencia inevitable de la naturaleza humana; los fallos pueden estar en los incentivos que generan ley y orden, porque el uso de la fuerza –legítima o criminal, individual o a través de la guerra– puede ser racional desde el punto de vista de los que esperan obtener beneficios, individuales o colectivos, con ella.
Finalmente, en cuanto a la «justicia social», la oposición entre ambas visiones es absoluta. Sowell señala que Godwin, en su "Enquiry Concerning Political Justice", de 1793, ya definió lo que la visión utópica entiende, hoy, por «justicia social»: el deber de cada ser humano de atender a las necesidades de los demás y lograr, en lo posible, su bienestar, un deber moral individual que se traduce en la esfera pública y política en el deber de los gobernantes de actuar sobre los derechos de propiedad, que Godwin consideraba fundamentales, pero subordinados al logro de lo que él llamaba «justicia política». Pero, igual que ocurría al comparar la posición de ambas visiones respecto a la igualdad, tampoco se trata aquí de que unos tengan sentimientos morales o humanitarios más desarrollados que otros, que unos sientan más compasión por las desgracias ajenas que otros: «Lo que distingue a la visión utópica no es que prescriba que nos preocupemos humanamente por los pobres, sino que considera que la transferencia de beneficios materiales a los menos afortunados no es simplemente una cuestión de humanidad, sino una cuestión de justicia».
Para Hayek, el concepto de justicia social «no pertenece a la categoría del error, sino que carece de sentido» porque –afirma– los procesos sociales sistémicos no son ni justos ni injustos. Hayek cree que el objetivo de la justicia social –lograr mediante la acción política una distribución del ingreso preconcebida y tendente a la igualdad– exige la puesta en marcha de procesos «que pueden destruir la civilización», porque «[el concepto de justicia social] socava y, en última instancia, destruye el imperio de la ley».
"A Conflict of Visions" de Sowell -concluye Linde- no pretende ser una historia de las ideas políticas aunque, indirectamente y de manera diferente a la tradicional, también lo sea, ni un relato sobre la vida y las ideas de los escritores y filósofos que han ido poniendo los jalones de esa historia desde el siglo XVIII, ni una descripción de los sistemas políticos y sus engranajes parlamentarios, electorales o partidistas. Tampoco es un intento de síntesis, ni trata de conciliar o «superar» ideologías diferentes u opuestas; evita, incluso, criticar o dar argumentos a favor o en contra de ninguna de las dos visiones. Aunque sabemos que sus simpatías están más cerca de la visión tradicional que de la utópica, Sowell hace un esfuerzo bastante deportivo para tratar de explicar cómo puede entenderse y justificarse la adhesión a cada una de ellas y los límites que las dos visiones reconocen a su propia eficacia o validez.
Lo que se discute es, en definitiva, cuáles son los límites y las posibilidades de la acción política en el marco de los límites y posibilidades de la acción humana individual y colectiva, porque, si las visiones diferentes son la raíz de posiciones políticas opuestas, las diferencias sobre cuáles son esas posibilidades son, a su vez, la raíz de las diferentes visiones políticas.
He intentado con la mejor voluntad, y muy probablemente sin acierto, reseñar los fragmentos más interesantes del artículo del profesor Linde, reproduciéndolos casi literalmente, pero nada puede sustituir a la lectura del texto completo del mismo. No tengo una concepción elitista de la política, pero si creo en la democracia representativa. La política la tienen que hacer los políticos, al igual que la medicina la practican los médicos y las carreteras las construyen los ingenieros (y los obreros), sin perjuicio del control de sus actividades (las de los políticos) por el pueblo. Para los que sentimos pasión por la "teoría política", como digo en la presentación de mi blog, -casi en el mismo plano que por el paseo, la familia, la conversación amigable, el café y el güisqui "Jack Daniels"-, la lectura de artículos tan interesantes como el publicado por el profesor Linde en Revista de Libros nos compensa sobradamente de las insustanciales y aberrantes barbaridades que a diario sueltan la mayoría de nuestros políticos por sus bocas, afianzándonos en la esperanza de una sociedad mejor, con una clase política más formada y con una ciudadanía más consciente de su poder. Sean felices a pesar de todo y disfruten de lo que queda de las fiestas. Tamaragua. (HArendt)
Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Friedrich_Hayek
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Milton_Friedman
(3) http://es.wikipedia.org/wiki/Isaiah_Berlin
(4) http://es.wikipedia.org/wiki/John_Rawls
(5) http://es.wikipedia.org/wiki/Francis_Fukuyama
(6) http://www.laprovincia.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009010200_3_199317__CANARIAS-Antonio-Castro-aboga-prohibir-inmigracion-controlar-natalidad-para-consumir-territorio-Canarias
(7) http://www.revistadelibros.com/
(8) http://www.revistadelibros.com/articulo_del_mes.php?art=4167
(9) http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Sowell
Fotos:
(1) El profesor norteamericano Thomas Sowell:
http://www.utc.edu/Research/ProbascoChair/pictures_clip/Sowell.JPG
El profesor Thomas Sowell
"Los occidentales y sus visiones políticas", Luis M. Linde
Revista de Libros nº 144 · diciembre 2008
Thomas Sowell
A CONFLICT OF VISIONS. IDEOLOGICAL ORIGINS OF POLITICAL STRUGGLES
Basic Books, Nueva York
Las luchas políticas del siglo XX estuvieron marcadas y condicionadas por la oposición entre capitalismo y socialismo, entre democracia liberal y dictaduras comunistas, en definitiva, por la revolución rusa y su larga cadena de consecuencias. La desaparición de la Unión Soviética, la conversión al mercado de casi todas las economías dirigidas antes mediante mecanismos de propiedad estatal y planificación –unas cuantas convertidas también a la democracia liberal o, al menos, a sus formas– dieron origen a unos años de «estupefacción» intelectual y política, uno de cuyos productos más conocidos fue la, digamos, tesis del «fin de la Historia» de Francis Fukuyama (anunciada en 1989, meses antes de la caída del muro de Berlín, y ampliada y reelaborada en 1992).
La famosa idea de Fukuyama puede resumirse de forma sencilla. Después de casi un siglo de luchas y enfrentamientos, el capitalismo y la democracia se han impuesto a las dictaduras socialistas o comunistas. Naturalmente, seguirán existiendo conflictos de toda clase, seguirán produciéndose «acontecimientos históricos», pero todo eso ocurrirá en el marco del capitalismo y de la democracia formal, no en el marco de una lucha global entre sistemas opuestos. La «Historia ha terminado» porque –decía Fukuyama en una especie de «lema-metáfora» de raíz hegeliana (nota 1)– no hay ninguna opción política y económica viable distinta a la democracia formal y al capitalismo, cualesquiera que sean los problemas de los sistemas democráticos capitalistas que existan en diferentes momentos históricos.
Otro libro de aquella época que dio bastante que hablar fue False Dawn. The Delusions of Global Capitalism (1998) (nota 2), de John Gray, que se situaba en el terreno de Fukuyama, pero con varias ideas a contracorriente. Gray, que nunca ha sido un defensor del comunismo, ni de la Unión Soviética, ni nada parecido, decía que, a pesar de todo, la lucha entre capitalismo y comunismo no había sido una lucha entre fuerzas radicalmente distintas, sino, más bien, una querella entre ideologías occidentales, con las mismas raíces históricas y los mismos valores: la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, hombres y mujeres, la separación de religión y política, la idea del progreso, el valor de la democracia (pocos dirigentes políticos del siglo XX insistieron tanto como Stalin y sus secuaces en reivindicar el carácter democrático de sus principios y políticas); y que el derrumbe de la Unión Soviética había sido el fracaso del régimen «occidentalizador» más ambicioso del siglo XX.
El «fin de la Historia» sufrió una tremenda embestida el 11 de septiembre de 2001, cuando se escenificó la declaración de guerra del islamismo más fundamentalista y violento contra Estados Unidos y, en realidad, contra el mundo occidental y sus valores. Aquella declaración de guerra parecía darle la razón a Gray cuando caracterizaba la lucha entre capitalismo y socialismo como sólo una querella entre ideologías occidentales, y simbolizaba un conflicto que no estaba, desde luego, en el paisaje político pintado por Fukuyama tras la desaparición de la Unión Soviética.
Islamismo aparte, ese paisaje recuerda al que existía antes de la Primera Guerra Mundial, cuando sólo la extrema izquierda y el anarquismo marginales defendían un sistema sin propiedad privada, ni mercados, ni democracia formal frente al capitalismo liberal o la socialdemocracia. No es probable que, hoy por hoy, ninguna ofensiva externa y tampoco, desde luego, la del terrorismo islámico pueda alterar esta situación. Los cambios en ese paisaje dependerán, antes que nada, de la propia evolución política de los países occidentales y de cómo esa evolución debilite, refuerce o transforme su cultura y sus valores. Por eso tiene interés preguntarse: ¿en qué querellas políticas estaremos metidos los occidentales? ¿De qué van a tratar nuestras luchas políticas si el socialismo, tal como lo hemos conocido en el siglo XX, ya no es una opción frente al capitalismo y la democracia?
LAS DOS VISIONES POLÍTICAS DE LA ILUSTRACIÓN
En 1987, unos años antes de la desaparición de la Unión Soviética, Thomas Sowell publicó A Conflict of Visions (nota 3), que trataba, según decía su subtítulo, de los orígenes ideológicos de las luchas políticas. Sowell (nota 4), profesor de Economía, asociado a la Hoover Institution de la Universidad de Stanford desde 1980, y uno de los más conocidos escritores políticos de Estados Unidos –de hecho, hoy, uno de sus patriarcas: nació en 1930 y ha publicado ininterrumpidamente durante más de cuarenta años–, pretendía mostrar que si las luchas políticas de los últimos dos siglos componen un bosque, sus árboles, aparentemente tan variados, pertenecen, en realidad, sólo a dos especies –aunque hay ejemplares híbridos–, y que para entender lo que hay en ese bosque, cómo se desarrollan y crecen los árboles, cómo compiten unos con otros, hay que entender la naturaleza de esas dos únicas especies y de las raíces que sustentan el bosque entero (nota 5).
A Conflict of Visions, que se reimprimió en 2002 y ha vuelto a editarse en 2007, era una reflexión independiente de los problemas de la Unión Soviética y del «socialismo real» y, por ello, su desaparición no le afectó en absoluto. Porque el hecho de que las dictaduras socialistas hayan perdido la guerra económica e ideológica frente al capitalismo y la democracia no afecta a la permanencia y vigor de las dos visiones que, según Sowell, están en el origen de las luchas políticas desarrolladas, primero, en Europa y, después, en todo el mundo desde finales del siglo XVIII: la visión que denomina «constrained» («restringida», «condicionada», también con significado de «trágica», «pesimista») y la visión «unconstrained» («no restringida», «utópica», «optimista») (nota 6). La traducción al español, y en particular la de «constrained», es muy difícil. Intentando traicionar lo menos posible las intenciones de Sowell y tratando de respetar, a la vez, el contenido histórico de ambas visiones, traduciremos «unconstrained» por «utópica» y «constrained» por «tradicional». La justificación de esta elección –que no es completamente satisfactoria, pero parece menos mala que las demás– aparecerá, esperamos, a lo largo de este comentario.
«Una de las cosas curiosas que ocurren con las opiniones políticas –escribe Sowell en el primer párrafo de su libro– es la frecuencia con que las mismas personas se alinean acerca de diferentes asuntos en bandos opuestos. Las cuestiones pueden no tener conexión intrínseca entre ellas. Pueden ir del gasto militar a las leyes sobre las drogas, de la política monetaria a la educación. Sin embargo, las mismas caras aparecen una y otra vez enfrentándose desafiantes desde lados opuestos de la barrera política. Ocurre con demasiada frecuencia para ser una coincidencia y de forma demasiado incontrolada como para tratarse de un complot. Un examen más detenido de los argumentos de ambos bandos muestra [...] que razonan desde premisas fundamentalmente diferentes [...]. Tienen diferentes visiones acerca de cómo funciona el mundo» (Sowell, Conflict of Visions, ed. 2007, p. 3).
Las visiones son, dice Sowell, como «mapas» que nos ayudan a transitar por la realidad, a superar nuestras perplejidades (p. 4). Las visiones políticas «no son sueños, ni esperanzas, ni profecías, ni imperativos morales, aunque cualquiera de tales cosas pueda surgir de una visión determinada [...]. Una visión es un sentido de causación» (p. 6) y, por ello, las visiones son el fundamento sobre el que se construyen las teorías. Las visiones acerca de la sociedad y su funcionamiento, además de inspirar pensamiento y acción política, son importantes en sentido individual porque nos ayudan a formar opiniones y adoptar posiciones en materias en las que somos ignorantes.
La discusión política en la que, para Sowell, se sustanciaron las dos visiones opuestas que han llegado hasta hoy se desarrolló en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII y sus principales protagonistas fueron cinco, ahora diríamos, «intelectuales»: Rousseau, el más viejo de todos ellos (1712-1778), Adam Smith (1723-1790), Edmund Burke (1729-1797), Antoine-Nicolas Condorcet (1743-1794) y William Godwin (1756-1836), el más joven, que publicó su aportación principal, su Enquiry Concerning Political Justice, en 1793, aunque Thomas Paine había publicado, en lo que ya eran los Estados Unidos de América, en 1791, The Rights of Man, anticipándose a varias de sus ideas (nota 7). Sowell considera a Rousseau, Condorcet y Godwin los principales exponentes de la visión utópica, y a Smith y Burke los principales exponentes de la visión tradicional. Otros políticos, escritores y «filósofos» participaron en este gran debate: puede citarse, en el campo de la visión utópica, a Robespierre, el primer ideólogo del terror como método de acción política, y a D'Holbach (1723-1789), por su defensa del ateísmo y del materialismo; en la visión tradicional estaría Alexander Hamilton (1755-1804), por su aportación a la defensa del gobierno limitado y del equilibrio entre poderes. Aunque el enfrentamiento entre ambas visiones ha seguido vivo hasta nuestros días (nota 8), la única aportación moderna que destaca Sowell es la de Friedrich Hayek.
Para Smith y Burke, la naturaleza humana es débil e imperfecta. Los seres humanos son egocéntricos, atienden antes que nada a sus intereses, tal como los conciben, casi siempre a corto plazo, y es, en general, inútil pedirles o esperar de ellos que se sacrifiquen por los demás, aunque eso pueda ocurrir cuando, por razones religiosas, morales, de prestigio social, etc., creemos que esa conducta nos puede, en última instancia, beneficiar. No se puede esperar cambiar la naturaleza humana mediante invocaciones al bien común, pero sí pueden establecerse estímulos o incentivos que impliquen una especie de «intercambio» o «transacción» (trade-off) entre el interés individual y los intereses de grupos específicos o del conjunto de la sociedad. Persiguiendo sus intereses económicos, los individuos pueden producir en determinadas circunstancias (igualdad ante la ley, libertad individual, etc.) un resultado que, aparte de ser beneficioso para ellos mismos, lo es también para los demás. Así, para Smith y Burke, la mejor y más efectiva forma de obtener la colaboración de los individuos al bien común no es tratando de cambiar su naturaleza, empeño condenado al fracaso, sino tratando de establecer estímulos que favorezcan o permitan esas «transacciones» entre el interés egoísta de los individuos y el de la sociedad.
Frente a esta descripción de la naturaleza humana y de la relación entre fines individuales y resultados sociales, que es uno de los pilares centrales de la visión tradicional, se sitúa una explicación muy diferente y opuesta: la visión utópica. Para Godwin, los seres humanos pueden sentir y apreciar los intereses y necesidades de los demás y pueden actuar de modo imparcial incluso cuando sus propios intereses están en juego, por lo cual «considera que la intención de beneficiar al prójimo es "la esencia de la virtud" y que la virtud es, a su vez, el camino hacia la felicidad de los seres humanos» (p. 15). Godwin y Condorcet no niegan que los seres humanos sean egoístas, pero creen que esa no es su naturaleza «verdadera», sino consecuencia de la influencia corruptora de las instituciones sociales y de los incentivos que esas instituciones sociales imponen, una idea cuya paternidad se atribuye a Rousseau (p. 21). Para Godwin, igual que para Condorcet, es absurdo esperar que los vicios individuales puedan llegar a producir bienes sociales. Entienden que lo que hay que hacer es imponer la virtud, perseguir y reprimir los vicios e intereses egoístas originados en «los prejuicios, las pasiones artificiales y las costumbres sociales» (Condorcet, citado por Sowell, p. 17), consecuencia de la corrupción por la sociedad y sus instituciones de la naturaleza original del ser humano.
De estas diferencias acerca de la responsabilidad de las instituciones de la sociedad y de los gobiernos en la corrupción de los seres humanos y sobre la posibilidad de que puedan surgir beneficios sociales como resultado de acciones individuales movidas sólo por el egoísmo surgen casi todas las demás diferencias entre ambas visiones, que encontraron una encarnación práctica en las dos revoluciones del último tercio del siglo XVIII, la francesa y la norteamericana: «Las premisas subyacentes de la Revolución Francesa reflejaban más claramente la visión utópica que prevalecía entre sus dirigentes e ideólogos. Los fundamentos intelectuales de la Revolución Americana eran más variados, pues incluía a hombres como Thomas Paine o Thomas Jefferson, cuyo pensamiento era similar en muchos sentidos [al de los revolucionarios franceses], pero incluía también, como influencia dominante en la Constitución, la visión clásica tradicional [...] expresada en The Federalist Papers» (pp. 25-26), cuyo principal inspirador y autor –Alexander Hamilton– tenía una opinión diametralmente opuesta a la de Robespierre, Godwin o Condorcet en cuanto a la relación entre actitudes y sentimientos individuales y el bien de la sociedad.
El más siniestro y sanguinario –y hubo unos cuantos aspirantes a ese título– de los personajes que alumbró y devoró la Revolución Francesa, Robespierre, que consideraba a Rousseau «el tutor de la raza humana», escribió en 1792 que el objeto de la revolución era «fundar, finalmente, las sociedades políticas sobre los principios inmortales de igualdad, justicia y razón [...] [imponer un arte de gobierno] orientado no a engañar y corromper al hombre [sino] a iluminarlo y hacerlo mejor» (nota 9), y no veía justificado, ni conveniente, el fin del terror revolucionario mientras no se consiguiera que «todo el pueblo llegara a ser igualmente devoto de su país y de sus leyes» (p. 25). Con un ánimo muy diferente, Hamilton creía que esperar que los individuos pudieran llegar a actuar olvidando sus intereses y teniendo en cuenta exclusivamente el bien de la sociedad era sólo la expresión de un deseo enteramente falto de realismo. Esta visión tradicional de Hamilton inspiró todo el sistema de checks and balances (que podríamos traducir al español como «frenos y equilibrios») entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, tan característico y crucial en la Constitución americana y tan distinto del sistema constitucional y legal surgido de la Revolución Francesa, «que dio amplísimos poderes, incluyendo el poder de vida y muerte, a los que hablaban en nombre "del pueblo", expresando la "voluntad general" rousseauniana» (p. 26). Robespierre, Condorcet –que rechazó el sistema de checks and balances de la Constitución de los Estados Unidos como una concesión a los conservadores y un abandono de los principios originales de la Revolución Americana (nota 10)– y los demás exponentes de la visión utópica pretendían erradicar el egoísmo de los individuos, es decir, imponer la virtud. Smith, Burke o Hamilton no creían posible lograr tal cosa; es más, temían –y su temor no podía ser más premonitorio– que intentarlo podía tener consecuencias terribles.
Así, la visión utópica concede gran importancia a las intenciones de los individuos (bajo el principio de que los seres humanos pueden asumir como propios los fines de la sociedad, es decir, actuar virtuosamente), quiere soluciones, y no considera importante o primordial atender a lo que ocurre a lo largo de los procesos mediante los cuales se intentan alcanzar tales soluciones, todo lo contrario de la visión tradicional, que ve la realidad en términos de procesos y de lo que ocurre a lo largo de los mismos, no de las intenciones de sus impulsores o agentes, que se consideran irrelevantes para juzgar los resultados y costes de tales procesos.
CONOCIMIENTO, RAZÓN Y PROCESOS SOCIALES
No se trata sólo –dice Sowell– de que ambas visiones lleguen a conclusiones diferentes sobre casi cualquier problema político, económico o social, sino de que llegan a conclusiones opuestas. «No se trata meramente de diferencias de visión, sino de visiones en conflicto» (p. 35). Y este conflicto puede percibirse en muchos terrenos y a lo largo de distintos planos, entre ellos: 1) la formación y movilización del conocimiento; 2) la racionalidad de los individuos frente a la racionalidad anónima y colectiva de la sociedad; y 3) el valor y la utilidad de los procesos sociales espontáneos o no planeados frente a los procesos diseñados y planeados.
1) Para la visión tradicional, el conocimiento es, fundamentalmente, experiencia, «transmitida socialmente, en gran medida, en formas no articuladas, desde los precios, que indican costes, escasez y preferencias, hasta las tradiciones que evolucionan a partir de la experiencia diaria de millones [de personas] en cada generación [...] [pero] no se trata simplemente de que los individuos escojan racionalmente lo que funciona frente a lo que no funciona, sino también –y más fundamentalmente– que la competencia entre instituciones y sociedades enteras conduce a la supervivencia de los conjuntos de rasgos culturales más efectivos, incluso en el caso de que ni los ganadores ni los perdedores entiendan racionalmente qué era mejor o peor en un conjunto o en el otro» (p. 37).
Para la visión utópica, la razón ocupa el lugar de la experiencia. Godwin decía que la «sabiduría del tiempo» es una ilusión de los ignorantes, que «la pretensión de sabiduría colectiva es la más palpable de todas las imposturas», mientras que Condorcet creía que «cualquier cosa que lleve el sello del tiempo debe inspirar desconfianza antes que respeto» (citado por Sowell, p. 40). Una inesperada, pero inevitable y sustancial, consecuencia del rechazo de la sabiduría colectiva es la defensa del mejor derecho de las «mentes cultivadas» o «superiores», «personas de más capacidad y formación», a tomar decisiones en nombre de y para toda la sociedad. Con palabras de Godwin, «la razón es el instrumento apropiado y suficiente para regular las acciones de la humanidad» (citado por Sowell, p. 43), algo que justifica, a su vez, la concepción de los intelectuales como «consejeros desinteresados»: tanto Voltaire como Rousseau y Condorcet defendieron las ventajas para la sociedad de confiar un papel dirigente a los sabios, los filósofos, ajenos a las bajas pasiones y a la ambición, algo que Smith, Burke y otros defensores de la visión tradicional siempre entendieron como un grave peligro.
2) Para Godwin, Condorcet y, en general, para la visión utópica, cualquier acción social y política debe fundamentarse en la razón y debe poder ser justificada desde cero, por su racionalidad y por su contribución al triunfo de la virtud y la justicia. En esta visión, el papel central está ocupado por lo que Sowell llama «el poder de la racionalidad específicamente articulada». Sin embargo, en la visión tradicional, el papel central lo ocupan «los procesos sociales no articulados» que movilizan y coordinan el conocimiento (p. 47), una idea que, de forma simple, ya expresó Bernard Mandeville en su Fábula de las abejas en 1703, veinte años antes de que naciera Adam Smith, siguiendo, a su vez, una corriente holandesa de pensamiento ligada a la defensa de las libertades políticas y de la forma republicana de gobierno (nota 11).
El funcionamiento de los mercados en la concepción de los economistas clásicos, neoclásicos y de la escuela austríaca es el paradigma de la racionalidad sistémica de la visión tradicional. «En un mercado que nadie controla [...] los precios cambiantes, los salarios y los tipos de interés ajustan la economía a las demandas que se desplazan, a los cambios tecnológicos y la evolución de la formación técnica de los trabajadores, sin que ninguno de los actores de este drama sepa o se preocupe de cómo afectan al conjunto las respuestas individuales» (pp. 48-49). La diferencia entre racionalidad individual y sistémica puede encontrarse, dice Sowell, no sólo en el debate sobre procesos económicos, sociales y políticos, sino también en doctrinas religiosas y en la concepción de lo que es y lo que debe ser la ley. El concepto mismo de «razón» es diferente en las dos visiones –dice Sowell–, y cita a Hayek, para quien la «razón» ha pasado de significar la capacidad para distinguir el bien del mal, es decir, distinguir entre lo que estaba y no estaba de acuerdo con las reglas establecidas, a significar «la capacidad para construir tales reglas mediante su deducción a partir de premisas explícitas» (p. 88).
3) Las concepciones opuestas acerca de la formación y utilización del conocimiento y la racionalidad individual o sistémica de las decisiones políticas y sociales conducen, y ésta es la tercera gran diferencia entre ambas visiones, a una profunda discrepancia acerca de la naturaleza de los procesos sociales, que lo cubren casi todo, dice Sowell: «del lenguaje a la guerra, pasando por el amor o los sistemas económicos» (p. 69).
La visión tradicional tiene escasa fe en los procesos que se diseñan deliberadamente, «no cree que ningún conjunto de personas que tomen decisiones pueda enfrentarse eficazmente a las enormes complejidades de diseñar un sistema económico, un sistema legal, un sistema de reglas morales o un sistema político» (p. 70), pero sí confía en la racionalidad y eficacia de los procesos espontáneos que han evolucionado históricamente. Considera, y esto es muy importante, que los procesos deben juzgarse en función de sus características sistémicas, no en función de los objetivos o intenciones que puedan proclamar sus protagonistas. Su gran ejemplo es el lenguaje, en cualquiera de sus formas, la más prodigiosa y crucial creación de la especie, surgida de un larguísimo y complejísimo proceso que nadie diseñó, ni planeó, y que nunca tuvo ningún objeto o intención explícita.
Sowell afirma que la visión tradicional no es una visión estática, ni conservadora, en la que todo lo existente deba ser defendido tal como es: «Por el contrario, su principio central es la evolución. El lenguaje no permanece invariable, pero tampoco cambia de acuerdo con ningún plan. Un lenguaje dado puede evolucionar a lo largo de siglos hacia algo enteramente diferente de lo que era, pero como resultado de cambios incrementales, convalidados por el uso de muchos, más que por los planes de unos pocos» (p. 72). Así, la visión tradicional cree –una idea que ya expresó con claridad santo Tomás de Aquino (nota 12)–, que sólo los cambios producidos por la experiencia pueden ser realmente útiles a la sociedad. Sowell cita a Hayek, repitiendo, en versión darwinista, una idea crucial de la visión tradicional expresada por Burke hace dos siglos: «La tradición no es algo constante, sino el producto de un proceso de selección guiado no por la razón, sino por el éxito» (p. 73).
En la visión utópica, los problemas sociales se ven, más bien, «como problemas de ingeniería», una analogía utilizada, entre otros muchos, por Veblen, quien rechazaba el mercado como mecanismo para fijar precios y defendía las ventajas del control directo por las autoridades y los planificadores (p. 74). Los ingenieros sociales pueden analizar las necesidades sociales y determinar «objetivamente» el mejor modo de satisfacerlas, algo que para Godwin no sólo era posible, sino, incluso, fácil, siempre que se aplicase «buen sentido y percepciones claras y correctas». Llevando el argumento al extremo, George Bernard Shaw escribió que el tipo de sociedad que existe en un momento histórico determinado «es sólo un sistema artificial que puede ser infinitamente ajustado y modificado y sustituido a voluntad del Hombre» (nota 13), algo que desde la visión tradicional sólo puede considerarse una suprema y mortalmente peligrosa majadería.
Ambas visiones difieren, asimismo, en la forma de evaluar los costes o sacrificios que implica cualquier proceso social. En la visión tradicional, las restricciones y compromisos que aparecen y se aceptan o rechazan a lo largo del tiempo, y que tienen un ancla o referencia en el pasado, tales como «lealtad, [...] patriotismo, gratitud, [...] constituciones, matrimonio, tradiciones sociales, tratados internacionales» se consideran con respeto y reverencia precisamente porque incorporan la experiencia acumulada de la sociedad, y ésta es siempre preferible en campos en los que la visión tradicional cree que no hay, ni puede haber, ningún progreso, como la moral o el gobierno (pp. 81-82). En suma, para la visión tradicional, «la ganancia añadida que se obtiene con el conocimiento individual es trivial comparada con la que se obtiene siendo fieles a la experiencia acumulada de la sociedad» (pp. 82-83). Para la visión utópica es todo lo contrario. Cualquier restricción o compromiso asumido en función del conocimiento o de hechos del pasado implica no tener en cuenta las nuevas circunstancias y nuevos conocimientos, cuyo rechazo o desprecio sólo puede ser negativo para los individuos y la sociedad.
En suma, para la visión tradicional, la naturaleza humana es un dato y los procesos sociales dan unos resultados u otros en función de los incentivos que se presentan a los individuos y de las condiciones bajo las cuales los individuos se relacionan respondiendo a esos incentivos. Pero el entramado de interacciones es muy complejo y ocurre con frecuencia que el resultado final de los procesos sociales tiene poco que ver con las intenciones de los individuos o de los grupos sociales, si no resultan enteramente opuestos, algo de lo que hay abundantes ejemplos en la historia. Para la visión tradicional, esto no son fallos de una sociedad o sistema social determinado, sino consecuencia inevitable de la interacción social. Por el contrario, para la visión utópica la naturaleza humana es moldeable y mejorable, y los individuos y grupos mejores, más inteligentes, mejor formados y más conscientes pueden conducir los procesos sociales hacia las metas deseadas, representando y encarnando los intereses de toda la sociedad: si no lo consiguen, eso quiere decir que «han fallado» (nota 14). Además, para la visión utópica, los procesos sociales deben ser juzgados en función de sus resultados. Por ejemplo, dice Sowell, «la naturaleza ilusoria de la libertad y la igualdad para los pobres ha sido, durante siglos, un tema recurrente de la visión utópica, pues para los pobres "no hay libertad en el resultado incluso si hay libertad en el proceso"». Sin embargo, para la visión tradicional no hay resultados justificables moral o intelectualmente, independientemente del proceso que los produjo: los resultados, dice Sowell, no definen la justicia en la visión tradicional (p. 94).
Ninguna visión política puede ser absolutamente tradicional o trágica, o utópica. Lo primero significaría que el ser humano y la evolución social es tán enteramente predeterminados, que nada que hagan o no hagan puede cambiar el curso de los acontecimientos personales y sociales. Lo segundo significaría que los seres humanos son omniscientes y omnipotentes, lo que ninguna de las dos visiones defiende, desde luego. Además –reconoce Sowell–, la distinción entre «soluciones» –que es lo que persigue la actuación política desde la visión utópica– y «transacciones» –que es lo máximo a que aspira la actuación política desde la visión tradicional– no es decisiva, como tampoco lo es la distinción entre la búsqueda del bien común a través de incentivos o tratando de cambiar la naturaleza humana, porque, en ocasiones, también pueden aceptarse o buscarse «transacciones» desde la visión utópica, o puede intentarse influir desde la visión tradicional en la actuación individual a través de apelaciones morales y no meramente de incentivos egoístas (pp. 103-104).
Lo que resulta decisivo para caracterizar ambas visiones es –afirma Sowell– lo que él llama el locus of discretion, el «lugar» en el que se toman o se producen las decisiones, y el mode of discretion, la forma en que se toman las decisiones. En la visión utópica, las decisiones sociales se adoptan deliberadamente por representantes o encarnaciones [en inglés, surrogates; éste es el locus of discretion] de la sociedad, sobre bases explícitamente racionalistas [éste es el mode of discretion]; en la visión tradicional, las decisiones sociales se desenvuelven y se hacen efectivas a partir de decisiones individuales que persiguen fines privados, sirviendo al bien común sólo como consecuencia de las características de los procesos sistémicos, independientemente de las intenciones de los individuos, tal y como ocurre, por ejemplo, en los mercados competitivos (p. 106).
Esta distinción justifica por qué el fascismo no se considera una visión utópica, a pesar de la función del partido y de sus líderes como representación y encarnación de los intereses nacionales y sociales, porque su modo de adoptar decisiones o de elegir a sus líderes no es «racionalidad articulada»; y justifica por qué la visión de John Rawls en A Theory of Justice puede encuadrarse dentro de la visión utópica, a pesar de que «su tema central es la transacción entre igualdad y la necesidad de producir bienestar material», porque para Rawls el «lugar» donde se toman las decisiones es la sociedad, que puede y debe organizar esa «transacción» sobre principios de justicia deducidos o construidos de forma estrictamente racionalista (p. 112). Y también le permite caracterizar como «versiones híbridas» el marxismo –el marxismo clásico, el de Marx– y el utilitarismo. El marxismo, porque mezcla una visión tradicional del pasado con una visión utópica del futuro, en el que los seres humanos alcanzarían, en palabras de Engels, el «reino de la libertad», definido en términos de resultados; el utilitarismo, en la versión de Bentham, es una mezcla de visión tradicional en cuanto a la naturaleza humana y sus debilidades, y visión utópica en cuanto a las posibilidades de los seres humanos para mejorar la sociedad y mejorarse a ellos mismos aplicando solamente la razón, aunque en materia económica sus opiniones estaban muy cerca de las de Adam Smith. En cuanto a John Stuart Mill –dice Sowell–, es difícil colocarlo en una visión u otra porque su retórica pertenecía, sobre todo, a la visión utópica, pero el fondo de sus argumentos está muy cerca de la visión tradicional, y ésta no fue consecuencia de una forma confusa o desordenada de argumentar, sino el resultado de un eclecticismo cuidadosamente buscado.
VISIONES Y POLÍTICAS: IGUALDAD, PODER, JUSTICIA
Aunque Sowell reconoce que la visión utópica está «en su casa en la izquierda política», afirma, a la vez, que la existencia de visiones inconsistentes o híbridas, como el marxismo, el utilitarismo o la ideología libertaria hacen que no pueda, sin más, equipararse visión tradicional a «derecha» y visión utópica a «izquierda» (p. 214). El marxismo es el epítome de la izquierda política, pero no de la visión utópica que domina la izquierda «no marxista»; para muchos, el fascismo –cuya visión es, en varios sentidos, utópica (Hayek defendió siempre la caracterización del nacionalsocialismo hitleriano como «socialismo»)– es el más claro ejemplo de «extrema derecha»; y la ideología libertaria, que muchos consideran derecha extrema, al menos en sus propuestas económicas, es incompatible, dice Sowell, con la función de los procesos sociales sistémicos en la visión tradicional (pp. 126-128) (nota 15). En suma, las dicotomías rotundas, fundadas en las dos visiones opuestas, no son útiles para entender todos los conflictos políticos, lo que no quiere decir que no sean útiles para analizar el alineamiento y el sentido de las propuestas de unos y otros. Para mostrarlo, Sowell concluye su libro tratando de las diferencias que ambas visiones mantienen en torno a tres grandes ejes del debate político: la igualdad, el poder y la justicia.
Empecemos por la igualdad. En palabras de Burke, que cita Sowell, «todos los hombres tienen iguales derechos, pero no a cosas iguales», una idea que parece idéntica a esta otra de Hayek: «Ser tratado igual no tiene nada que ver con la cuestión de si la aplicación de la ley en una situación particular puede llevar a resultados que son más favorables a un grupo que a otros». Para la visión tradicional de Burke y Hayek, la igualdad que debe buscar y lograr la acción política no es la igualdad de resultados, sino la de las oportunidades, entendida como «igualación de las probabilidades de alcanzar ciertos resultados [...] ya sea en educación, en empleo o ante los tribunales». Para la visión utópica, por el contrario, la igualdad que debe perseguir y lograr la acción política es la igualdad de resultados. Además, para algunos partidarios de la visión utópica, la reivindicación de igualdad puede llegar muy lejos, porque puede aspirar a compensar incluso aquellas diferencias que no se deben a las instituciones sociales o al medio familiar, sino al azar genético. Así, Condorcet defendía hace ya dos siglos que «tienen que mitigarse incluso las diferencias naturales entre los hombres», una idea que ha obtenido apoyo en nuestros días (nota 16) y que es uno de los motores de la «corrección política», tanto en Estados Unidos como en Europa.
Pero no se trata –dice Sowell– de que unos sean indiferentes a las desigualdades y otros no, o de que unos tengan sensibilidades morales más delicadas y nobles que otros. Adam Smith se sentía tan ofendido por «los privilegios y arrogancia de los ricos» como Godwin y, en nuestros días, Milton Friedman no estaba menos preocupado por las desigualdades económicas de lo que puede estarlo Ronald Dworkin, uno de los abanderados, hoy, de la visión utópica en Estados Unidos. Y nadie niega que la defensa de un concepto de igualdad referida sólo a procesos y no a resultados puede dar lugar a grandes desigualdades. La diferencia entre ambas visiones está «en el análisis de causas y efectos [...] en lo que puede hacerse [respecto a tales desigualdades], a qué coste y con qué peligros» (pp. 145-146). Y el peligro más grave, bien experimentado en el siglo XX, es que el intento de lograr la igualdad de resultados, fundamentalmente económicos, lleva siempre «a la concentración de poder político [...] a mayor –y más peligrosa– desigualdad en poder político» y a menor libertad, algo que es mucho más grave para la visión tradicional que para la utópica, debido a que ésta considera que la pobreza, la falta de igualdad económica, equivale, en el sentido más propio, a falta de libertad (pp. 141-142).
Las dos visiones entienden de modo diferente el origen y significado del poder económico y político, pero también el uso de la fuerza, la guerra, la ley y su aplicación, el crimen y su castigo. La visión utópica entiende la guerra y el crimen y, en general, el uso de la fuerza como desviaciones, fallos o perversiones del uso articulado de la razón. Para Godwin, por ejemplo, la guerra era una consecuencia de las instituciones políticas en general y, más específicamente, de las instituciones no democráticas (pp. 159-160), mientras que el crimen era imposible en ausencia de influencias sociales o razones individuales (problemas psiquiátricos, por ejemplo) impuestas, por así decir, a los individuos, porque «es imposible que un hombre cometa un crimen en el momento en que pueda verlo en toda su enormidad»: basta con localizar las causas de los males para combatirlas y eliminarlas, dando así una «solución» al problema (pp. 160, 163). En el polo opuesto, los partidarios de la visión tradicional no creen que haya que buscar causas para el crimen o para la guerra fuera, simplemente, de la naturaleza humana: «Las personas cometen crímenes porque son personas, porque ponen sus intereses y sus egos por encima de los intereses, sentimientos y vidas de los demás» (p. 162). La guerra y el crimen son consecuencia inevitable de la naturaleza humana; los fallos pueden estar en los incentivos que generan ley y orden, porque el uso de la fuerza –legítima o criminal, individual o a través de la guerra– puede ser racional desde el punto de vista de los que esperan obtener beneficios, individuales o colectivos, con ella (pp. 158-159).
El enfrentamiento entre ambas visiones es radical en el entendimiento de la justicia (pp. 192 y ss.). Para la visión utópica –de Godwin, en el siglo XVIII, a Rawls, en nuestros días–, en primer lugar, no puede haber compromiso, ni transacción, con la justicia, salvo en aquellos casos excepcionales en que puede calcularse con seguridad que una injusticia evita otra todavía mayor; en segundo lugar, los seres humanos tienen derechos inherentes a su condición y su respeto debe evaluarse atendiendo a los resultados que se obtienen, en la práctica, con tal reconocimiento (pp. 210 y ss.). Para la visión tradicional –de Adam Smith a Hayek–, la justicia, que es fundamental para preservar la sociedad, debe aplicarse «razonablemente», decía Smith, y puede ser sacrificada si ello ayuda a mantener el orden social, en el que se materializa una larga acumulación de experiencias políticas y legales, incluso cuando puede parecer que la justicia «es injusta», o pueda serlo, efectivamente, en casos determinados, porque se evitan, así, otras injusticias que podrían ser más graves o más frecuentes; por otra parte, el respeto de los derechos «inherentes» de los individuos no puede juzgarse atendiendo a resultados, sino a su libertad para participar en procesos sociales «sin tener en cuenta lo deseable de [esos] resultados a juicio de otros» (p. 207) (nota17).
Las diferencias entre ambas visiones no se limitan a cómo se entienden los principios de la justicia, sino que alcanzan también a la naturaleza de las leyes y a la administración de justicia. Para Condorcet, Godwin y otros defensores de la visión utópica, los sistemas legales surgen de la aplicación, a lo largo de la historia, de principios lógicos, son construcciones racionales, aunque no sean inmutables y tengan que modificarse a lo largo del tiempo. Además, las leyes deben aplicarse con equidad, lo que exige que los jueces tengan en cuenta las circunstancias de cada caso y de cada individuo. Para la visión tradicional, por el contrario, los sistemas legales deben mucho más a la acumulación de la experiencia social a lo largo de generaciones que a diseños racionales de unos pocos, por distinguidos y sabios que puedan ser. Las leyes existen para proteger a la sociedad, no para implantar lo que Adam Smith llamó «las reglas prácticas de la moralidad», que se refieren, más bien, a conductas virtuosas o agradables para los demás, tales como la prudencia, caridad, generosidad, gratitud, etc.(nota 18). Las leyes, declaraciones generales por definición, no pueden tener en cuenta la multiplicidad de casos y circunstancias individuales, y el «ajuste» casuístico en su aplicación, además de sometido a toda clase de dificultades y riesgos de arbitrariedad, destruiría su eficacia y su gran virtud, que es, precisamente, proporcionar resultados predecibles fundamentados en la acumulación de experiencias y conocimientos por toda la sociedad (pp. 196 y 198) (nota 19).
Las dos visiones pueden ilustrarse también a través de la diferente forma de entender el desarrollo económico y las políticas justificadas en la «justicia social». Para la visión utópica, que Sowell personifica en Gunnar Myrdal (1898-1987, premio Nobel de Economía en 1974), lo que hay que explicar son las circunstancias del subdesarrollo, por qué muchos países no han alcanzado los niveles de educación y bienestar de los más avanzados y ricos. Para la visión tradicional, que Sowell personifica en Peter Bauer (1915-2002, profesor en la London School of Economics durante más de dos décadas y uno de los más destacados académicos liberales dedicados a los problemas del desarrollo), lo que hay que explicar son «las causas de la prosperidad», porque –pensaba Bauer– no pueden considerarse anormales o excepcionales las condiciones económicas en que vive la mayoría de la humanidad: lo excepcional es el bienestar económico y la paz social de los países occidentales avanzados.
Para Myrdal, el desarrollo económico es el resultado de políticas diseñadas racionalmente, y en ello tienen un papel fundamental los líderes políticos y los intelectuales que aspiran no menos a la igualdad –entre personas y entre naciones– que al crecimiento económico. Para Bauer y los partidarios de la visión tradicional, el desarrollo económico es un proceso que se genera y desenvuelve respondiendo a sistemas de incentivos –no siempre y no todos exclusivamente económicos– y no a políticas diseñadas por representantes políticos o minorías intelectuales selectas (pp.174-178).
Finalmente, en cuanto a la «justicia social», la oposición entre ambas visiones es absoluta. Sowell señala que Godwin, en su Enquiry Concerning Political Justice, de 1793, ya definió lo que la visión utópica entiende, hoy, por «justicia social»: el deber de cada ser humano de atender a las necesidades de los demás y lograr, en lo posible, su bienestar, un deber moral individual que se traduce en la esfera pública y política en el deber de los gobernantes de actuar sobre los derechos de propiedad, que Godwin consideraba fundamentales, pero subordinados al logro de lo que él llamaba «justicia política». Pero, igual que ocurría al comparar la posición de ambas visiones respecto a la igualdad, tampoco se trata aquí de que unos tengan sentimientos morales o humanitarios más desarrollados que otros, que unos sientan más compasión por las desgracias ajenas que otros (nota 20): «Lo que distingue a la visión utópica no es que prescriba que nos preocupemos humanamente por los pobres, sino que considera que la transferencia de beneficios materiales a los menos afortunados no es simplemente una cuestión de humanidad, sino una cuestión de justicia» (p. 215).
Para Hayek, el concepto de justicia social «no pertenece a la categoría del error, sino que carece de sentido» (pp. 214, 217 y ss.) porque –afirma– los procesos sociales sistémicos no son ni justos ni injustos. Hayek cree que el objetivo de la justicia social –lograr mediante la acción política una distribución del ingreso preconcebida y tendente a la igualdad– exige la puesta en marcha de procesos «que pueden destruir la civilización» (citado por Sowell, p. 218), porque «[el concepto de justicia social] socava y, en última instancia, destruye el imperio de la ley» (p. 221).
UNA VISIÓN DE LA ILUSTRACIÓN; OTRA, DE MUCHO ANTES
A Conflict of Visions de Sowell no pretende ser una historia de las ideas políticas aunque, indirectamente y de manera diferente a la tradicional, también lo sea, ni un relato sobre la vida y las ideas de los escritores y filósofos que han ido poniendo los jalones de esa historia desde el siglo XVIII, ni una descripción de los sistemas políticos y sus engranajes parlamentarios, electorales o partidistas. Tampoco es un intento de síntesis, ni trata de conciliar o «superar» ideologías diferentes u opuestas; evita, incluso, criticar o dar argumentos a favor o en contra de ninguna de las dos visiones. Aunque sabemos que sus simpatías están más cerca de la visión tradicional que de la utópica, Sowell hace un esfuerzo bastante deportivo para tratar de explicar cómo puede entenderse y justificarse la adhesión a cada una de ellas y los límites que las dos visiones reconocen a su propia eficacia o validez.
Lo que se discute es, en definitiva, cuáles son los límites y las posibilidades de la acción política en el marco de los límites y posibilidades de la acción humana individual y colectiva, porque, si las visiones diferentes son la raíz de posiciones políticas opuestas, las diferencias sobre cuáles son esas posibilidades son, a su vez, la raíz de las diferentes visiones (nota 21). Sowell no es el primero en caracterizar estas dos visiones opuestas para explicar las luchas políticas. En 1956, Andrew Hacker, profesor entonces en la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York), definió las dos visiones, la trágica o tradicional y la utópica, en términos muy cercanos a los que utiliza A Conflict of Visions, aunque, curiosamente, sólo para explicar las diferencias entre los dos bandos que peleaban entonces dentro del socialismo británico (nota 22).
Sowell presenta su relato como si las dos visiones enfrentadas hubieran nacido en la segunda mitad del siglo XVIII, a la vez y, por así decir, «nuevas», lo que puede ser útil a efectos de simplificar y facilitar la exposición. Pero lo que nace en la Ilustración (o renace tomando nuevas formas, si no olvidamos la tradición de pensamiento racionalista y utópico que nos llega de Sócrates y Platón) es la visión utópica que, para abreviar, podemos llamar «moderna», en contraposición a la visión política tradicional de la cultura cristiana, que había sido, sin duda, hasta entonces, la visión trágica, inspirada o justificada, en última instancia, en la doctrina de la «caída» y el «pecado original» del cristianismo (nota 23).
En efecto, casi todas las características fundamentales de la visión trágica que Sowell enfrenta a la utópica están presentes en la filosofía política que domina el mundo cristiano hasta el siglo XVII: la naturaleza egoísta, corrompida, del ser humano, su incapacidad para prever las consecuencias de sus actos, lo inevitable de sus errores, la ley y las costumbres como emanación, probada por su utilidad, del pasado, la imposibilidad de resolver realmente, definitivamente, los problemas y los sufrimientos de la vida individual y social (nota 24). Hay, sin embargo, un elemento muy importante de la visión tradicional reformulada en la Ilustración que, más allá de ciertos antecedentes o atisbos anteriores, es realmente nuevo: la racionalidad sistémica, la creencia de que el orden social espontáneo produce, sin que los individuos lo pretendan, resultados que, siendo beneficiosos para ellos y sus objetivos egoístas, lo son también para la sociedad y, por consiguiente, las ventajas de la menor intervención posible de los gobiernos en los asuntos de la sociedad.
A Conflict of Visions de Thomas Sowell es un libro notable. Algunas cosas importantes tienen, quizá, un tratamiento insuficiente (la genealogía del laissez-faire dentro de la visión tradicional; Hobbes como precursor de la visión tradicional reformulada en la Ilustración; o la visión de Bentham, a pesar de su gran influencia en el siglo XIX). Pero decir tanto, con tanta claridad y en tan pocas páginas es una proeza, sean cuales sean nuestras simpatías políticas o nuestra visión, tradicional o utópica.
Notas:
1. Puede encontrarse un penetrante análisis de las ideas de Fukuyama en Keith Windschuttle, The Killing of History, San Francisco, Encounter Books, 1996, pp. 173 y ss.
2. Comentado en Revista de Libros, núm. 27, marzo de 1999, pp. 3-6.
3. Hay traducción al español de la primera edición (1987): Conflicto de visiones, Buenos Aires, Gedisa, 1990. Daniel Rodríguez Herrera comentó este libro en «Thomas Sowell y la teoría de las visiones», La Ilustración Liberal, núm. 19-20, julio de 2004, pp. 183-198.
4. Sowell se doctoró en la Universidad de Chicago en 1968, donde años antes había estudiado con Milton Friedman y George Stigler, los dos premios Nobel, y dio clase en varias universidades antes de incorporarse, en 1980, a la Hoover Institution, de la Universidad de Stanford, en California, donde ha trabajado hasta hoy. Desde marzo de 1960, cuando apareció su primer artículo en la American Economic Review, ha publicado dos docenas de libros y un gran número de artículos sobre temas económicos, políticos y sociales. Lo que empezó a distinguir a Sowell en el panorama político y académico norteamericano en los años sesenta fue su posición respecto a la situación de los negros en la sociedad norteamericana y las políticas defendidas por la izquierda (blanca y negra) y la gran mayoría de los activistas de los derechos civiles. Contrariamente a la opinión dominante y «políticamente correcta», Sowell sostuvo que el fin de la segregación racial no supondría la superación de los graves problemas de todo orden que afectaban a la comunidad afroamericana en Estados Unidos y que las políticas, académicas y otras, de discriminación positiva y de menor exigencia respecto a esa comunidad (la llamada affirmative action) no sólo no ayudaría a resolver los problemas, sino que los agravaría: muchos indicadores sociales, económicos y culturales parecen darle la razón. Sowell ha publicado dos libros de intención autobiográfica de gran interés, A Personal Odyssey, Nueva York, The Free Press, 2000, y A Man of Letters, Nueva York, Encounter Books, 2007, una colección de cartas comentadas que cubren casi medio siglo de su actividad de profesor y escritor.
5. En 1995, Sowell publicó The Vision of the Anointed. Self-Congratulation as a Basis for Social Policy (Nueva York, Basic Books, 1995), cuya traducción literal sería La visión de los ungidos (los que son mejores que los demás, los que saben más que los demás), una detallada discusión de las ideas de la izquierda y de los puntos de vista «políticamente correctos» predominantes en la cultura y en los medios de Estados Unidos desde los años sesenta. Unos años después, en 1999, publicó The Quest for Cosmic Justice (Nueva York, The Free Press, 1999) en torno al gran tema central de la corrección política moderna y de la izquierda, digamos, postmarxista: la igualdad entendida como igualdad de resultados para todos los ciudadanos. Ambos libros contenían aplicaciones y desarrollos de A Conflict of Visions.
6. La traducción al español de Carlo Gardini de 1990 utiliza «restringida» y «no restringida». En su comentario publicado en 2004, mencionado en la nota 3 anterior, Rodríguez Herrera utiliza visión «trágica» y visión «utópica».
7. El libro de Paine era, a su vez, una respuesta a Reflections on the Revolution in France de Edmund Burke, publicado en 1790.
8. Sowell menciona al juez Oliver Wendell Holmes (1841-1935) y a Milton Friedman (1912-2006) en el campo de la visión tradicional, y a Saint-Simon (1760-1825), Robert Owen (1771-1858), George Bernard Shaw (1856-1950), Thorstein Veblen (1857-1929), John K. Galbraith (1908-2006) y Ronald Dworkin en el campo de la visión utópica, pero no cree que ninguno de ellos haya aportado nada realmente sustantivo o nuevo al debate de finales del siglo XVIII: Sowell, op. cit., pp. 32-33.
9. Citado por John Kekes, «Why Robespierre Chose Terror», City Journal, primavera de 2006. Puede consultarse en: http://www.city-journal.org/html/16_2_urbanities-robespierre.html.
10. Max M. Mintz, «Condorcet's Reconsideration of America as a Model for Europe», Journal of Early Republic, vol. 11, núm. 4 (invierno de 1991), pp. 493-506.
11. Harold J. Cook, «Bernard Mandeville and the Theory of the Clever Politician», Journal of the History of Ideas, vol. 60, núm. 1 (1999), pp. 101-124.
12. Andrew Hacker, Political Theory: Philosophy, Ideology, Science, Nueva York, Macmillan, 1961, pp. 148 y 150.
13. Ídem, pp. 74-76. En 1958, cuando iba a lanzar el «Gran Salto Adelante», Mao Zedong (esta es, parece ser, la transcripción que ahora se considera correcta) caracterizó a China como «una hoja en blanco» en la que podrían pintarse y escribirse las cosas más bellas a voluntad de sus dirigentes y de «todo el pueblo»: los resultados fueron decenas de millones de muertos por hambre y enfermedades y la total dislocación y paralización de la economía china; la llamada «Gran Revolución Cultural», que Mao puso en marcha en 1966 para prevenir cualquier posibilidad de ser desalojado del poder, que causó millones de asesinados, encarcelados y represaliados, puede entenderse como una consecuencia catastrófica y criminal de esa visión utópica de China como «una hoja en blanco».
14. La idea leninista del Partido como representación de toda la sociedad y de sus metas políticas como encarnación de sus verdaderos intereses es un ejemplo de la aplicación de la visión utópica a la organización política.
15. Puede defenderse que la visión libertaria no es una visión liberal: Samuel Freeman, «Illiberal Libertarians: Why Libertarianism is not a Liberal view», Philosophy and Public Affairs, vol. 30, núm. 2 (primavera de 2001), pp. 105-151.
16. El profesor de Yale, Bruce Ackerman, y uno de los fundadores de la doctrina de la «renta básica», Philippe von Parijs, entre otros, son partidarios de que el Estado trate de compensar las desiguales dotaciones «internas» o «naturales» de las personas, tales como inteligencia, belleza, invalidez, etc., y no sólo las desigualdades resultado del origen familiar o de las instituciones sociales, asunto al que Sowell ha dedicado otro libro, The Quest for Cosmic Justice (véase nota 5). Las citas de este párrafo, en Thomas Sowell, A Conflict of Visions, pp. 133-136.
17. Parece claro que este concepto de libertad que utiliza Sowell corresponde al, o está cerca del, concepto de «libertad negativa» de Isaiah Berlin, la ausencia de restricciones impuestas por otros, que es la concepción liberal clásica de la libertad.
18. David Lieberman, Adam Smith on Justice, Rights and Law, University of California, Berkeley School of Law, Working Paper núm. 13, diciembre de 1999.
19. El juez del Tribunal Supremo norteamericano Oliver Wendell Holmes –a quien Sowell considera el principal representante de la visión tradicional entre los expertos legales norteamericanos en el siglo XX– rechazaba expresamente lo que puede considerarse «un patrón de justicia más elevado», caracterizado por el ajuste de la aplicación de la ley a circunstancias individuales, a favor de «un patrón de justicia más bajo», la aplicación uniforme y predecible de la ley, precisamente para no confundir justicia y moralidad. Sowell recuerda que en el sistema legal británico existían «tribunales de justicia» (courts of law), que aplicaban la ley, y «tribunales de equidad» (courts of equity), que servían para hacer lo propio, si bien teniendo en cuenta circunstancias individuales. Las reglas del Procedimiento Civil de Estados Unidos declaran expresamente abolida toda distinción entre «justicia» y «equidad», de modo que, a efectos legales, tienen exactamente el mismo significado: nadie puede reclamar o litigar por razones de equidad lo que no puede litigarse o reclamarse por razones legales.
20. Smith y Burke participaron activamente en la campaña para abolir la esclavitud a la vez que Godwin y Condorcet, y Milton Friedman propuso varios mecanismos de ayuda a los pobres, alguno de los cuales han estado en la base de propuestas defendidas por partidarios de la visión utópica y del Estado del bienestar.
21. Los principales manuales de historia de las ideas políticas publicados en Estados Unidos en las últimas décadas contienen exposiciones de las discusiones políticas de la Ilustración, pero el centro de sus análisis es diferente del que utiliza Sowell, por ejemplo: George H. Sabine. A History of Political Theory (multiples ediciones, la primera de 1937); Mulford Q. Sibley, Political Ideas and Ideologies. A History of Political Thought, Nueva York, Harper & Row, 1970; Sheldon S. Wolin, Politics and Vision, Continuity and Innovation in Western Political Thoght (ediciones de 1960 y 2006); John Scott McClelland, A History of Western Political Thought, Londres-Nueva York, Routledge, 1996.
22. «Las concepciones de pecado original y utopía son las que mejor explican el comportamiento del socialismo británico [...]. Las dos son formas de ver y entender la naturaleza humana. Ninguna de ellas prescribe ningún conjunto particular de arreglos institucionales. Más bien, se centran en el carácter de los individuos. Y son puntos de vista diametralmente opuestos y esencialmente incompatibles. La visión utópica mantiene que el ser humano [...] es perfectible [...]. Los proponentes [de la explicación de acuerdo con la idea del pecado original] creen que el ser humano [...] no puede jamás alcanzar la perfección en este mundo. Estará perseguido siempre por la frustración nacida de la distancia entre lo que es y lo que quiere ser», en Andrew Hacker, «Original Sin vs. Utopia in British Socialism», The Review of Politics, vol. 18, núm. 2 (abril de 1956), pp. 184-206.
23. Andrew Hacker, Political Theory: Philosophy, Ideology, Science, Nueva York, MacMillan, 1961, p. 139.
24. Aunque santo Tomás de Aquino tuvo una visión más «optimista» acerca de las consecuencias de la «caída» que la que había defendido san Agustín ocho siglos antes (los seres humanos no habrían perdido su capacidad para conocer la verdad y organizar la vida política y la sociedad mediante leyes que estén de acuerdo con la ley natural y los mandamientos de la ley divina), no dejaba de ser la visión «trágica» tradicional. En el siglo XVI, con la reforma protestante se recuperó, en parte, la visión de san Agustín: la «caída» –entendida como acontecimiento histórico real o como metáfora de lo ocurrido a los seres humanos cuando no aceptan su condición y se rebelan contra Dios y sus mandamientos– habría afectado de modo irreparable a su capacidad para superar la ignorancia y escapar al error, su razón y sus obras habrían resultado irremediablemente corrompidas. La visión cristiana ha oscilando siempre entre ambas visiones. En el compendio más sencillo y básico de la doctrina católica, el Catecismo de la Iglesia Católica (versión actual, aprobada en 1992), se afirma: «La doctrina sobre el pecado original [...] proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y su obrar en el mundo [...]. Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres», terminando, sin embargo, con una referencia que Rousseau podría entender: «Mediante esta expresión ["el pecado del mundo", traída del Evangelio de san Juan] se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres»: Catecismo de la Iglesia Católica, Nueva York, Doubleday, 1995, párrafos 407 y 408.
...
jueves, 1 de enero de 2009
¡Feliz Año Nuevo!
Decía mi idolatrada Hannah Arendt que "morir es el precio que todos tenemos que pagar por haber vivido". Yo pienso que es un precio razonable por el placer que supone ver pasar los años, y la vida, aprendiendo y sorprendiéndonos a cada instante... En fin, un año más que termina y otro que comienza. Espero que a pesar de todo lo que está cayendo sea para bien... ¡Feliz Año Nuevo! Que les venga a todos ustedes colmado de paz, amor, salud y felicidad, y si también llega un poco de dinero, pues mejor que mejor... La foto es la de un servidor de ustedes, en Madrid, a principios de los años 50... La vida que pasa... Sean felices. Tamaragua. (HArendt)
lunes, 29 de diciembre de 2008
El cáncer de la democracia española
El cáncer que corroe de arriba a abajo la democracia española no es la institución monárquica, que la preside, y que cumple con absoluta normalidad, eficacia y discreción el papel que la Constitución le otorga; tampoco lo es su régimen autonómico, manifiestamente mejorable, pero que ha devuelto a los territorios y pueblos de España un protagonismo que nunca debieron perder; ni sus fuerzas armadas, que se han ganado con sus misiones de paz (y de guerra) bajo el amparo de las Naciones Unidas y demás organizaciones internacionales el respeto y la admiración de su pueblo; ni los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, sin cuya existencia la situación estaría aún peor de lo que está; ni sus administraciones públicas, quizá sobredimensionadas, pero con un satisfactorio grado de eficiencia...
El cáncer terminal de la democracia española lo constituye su sistema judicial: anquilosado, burocratizado, decimonónico, ineficaz, y por si le faltara algo, y como se acaba de ver, ¿corporativista?, aunque éste sea un mal endémico muy característico de los altos cuerpos funcionariales españoles (y los jueces lo son, con preeminencia). Desde luego no son ellos, los jueces, los únicos responsables de la situación, y aunque casos como el del juez Calamita, de Murcia, que pone a Dios (su Dios) por encima de las leyes que está obligado a cumplir y hacer cumplir; o el del juez Tirado, de Sevilla, irresponsable por lo que parece del desastre organizativo de su oficina judicial que ha costado la vida de una niña, nos hagan dudar de la clase de elementos a los que la democracia española confía la misión de ejercer el poder judicial del Estado.
Por una vez, y sin que vaya a servir por desgracia de precedente, gobierno y oposición están de acuerdo en el diagnóstico de que el sistema judicial no funciona. ¿Sería mucho pedir que se pusieran de una vez por todas a su reforma en profundidad?
Lo que sigue son opiniones personales del que suscribe y, lógicamente, criticables, pero entiendo que en esa hipotética reforma hay algunas cuestiones que deberían de estar ya, a estas alturas, meridianamente claras para todos:
1.- La misión de los jueces no puede seguir siendo la de instruir procedimientos. Los jueces están para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, para hacer que se cumpla la ley, y para proteger los derechos de las partes, incluyendo los de los acusados. Y los fiscales, a investigar, instruir y a poner ante los jueces, en nombre del pueblo, a los que infrinjan la ley.
2.- Todos los procesos de ámbito penal, y aquellos civiles en que por la relevancia o el cargo de los implicados o por la cuantía económica en litigio así lo determine la ley, deberían ser resueltos por el procedimiento del jurado, con la única obligación por parte de éste, de decidir, por su propio concurso, sobre la culpabilidad o inocencia del acusado.
3.- Todos los tribunales colegiados, en especial las Audiencias Provinciales, y los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas y el Tribunal Supremo deberían reconvertirse en tribunales unipersonales.
4.- Los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas deberían ser los órganos de casación y apelación en última instancia en cuanto se refiera al Derecho emanado de la propia Comunidad Autónoma. En cada uno de esos Tribunales existiría una sala, colegiada, encargada de dilucidar los recursos de revisión, contra sentencias de los órganos unipersonales del propio Tribunal Superior de Justicia, y de la unificación de doctrina sobre sentencias emanadas del Derecho propio de la Comunidad.
5.- Al Tribunal Supremo de Justicia le correspondería la misma función que a los TSJ de las Comunidades Autónomas, pero únicamente en lo que respecta al Derecho emanado de los órganos del Estado.
6.- La ley debería determinar taxativamente en que casos y bajo cuales circunstancias las sentencias de los órganos jurisdiccionales son recurribles ante los órganos jurisdiccionales superiores. ¡Qué!, ¿nos ponemos a ello?... Sean felices. Tamaragua.
(HArendt)
¡Visto para sentencia!
El cáncer terminal de la democracia española lo constituye su sistema judicial: anquilosado, burocratizado, decimonónico, ineficaz, y por si le faltara algo, y como se acaba de ver, ¿corporativista?, aunque éste sea un mal endémico muy característico de los altos cuerpos funcionariales españoles (y los jueces lo son, con preeminencia). Desde luego no son ellos, los jueces, los únicos responsables de la situación, y aunque casos como el del juez Calamita, de Murcia, que pone a Dios (su Dios) por encima de las leyes que está obligado a cumplir y hacer cumplir; o el del juez Tirado, de Sevilla, irresponsable por lo que parece del desastre organizativo de su oficina judicial que ha costado la vida de una niña, nos hagan dudar de la clase de elementos a los que la democracia española confía la misión de ejercer el poder judicial del Estado.
Por una vez, y sin que vaya a servir por desgracia de precedente, gobierno y oposición están de acuerdo en el diagnóstico de que el sistema judicial no funciona. ¿Sería mucho pedir que se pusieran de una vez por todas a su reforma en profundidad?
Lo que sigue son opiniones personales del que suscribe y, lógicamente, criticables, pero entiendo que en esa hipotética reforma hay algunas cuestiones que deberían de estar ya, a estas alturas, meridianamente claras para todos:
1.- La misión de los jueces no puede seguir siendo la de instruir procedimientos. Los jueces están para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, para hacer que se cumpla la ley, y para proteger los derechos de las partes, incluyendo los de los acusados. Y los fiscales, a investigar, instruir y a poner ante los jueces, en nombre del pueblo, a los que infrinjan la ley.
2.- Todos los procesos de ámbito penal, y aquellos civiles en que por la relevancia o el cargo de los implicados o por la cuantía económica en litigio así lo determine la ley, deberían ser resueltos por el procedimiento del jurado, con la única obligación por parte de éste, de decidir, por su propio concurso, sobre la culpabilidad o inocencia del acusado.
3.- Todos los tribunales colegiados, en especial las Audiencias Provinciales, y los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas y el Tribunal Supremo deberían reconvertirse en tribunales unipersonales.
4.- Los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas deberían ser los órganos de casación y apelación en última instancia en cuanto se refiera al Derecho emanado de la propia Comunidad Autónoma. En cada uno de esos Tribunales existiría una sala, colegiada, encargada de dilucidar los recursos de revisión, contra sentencias de los órganos unipersonales del propio Tribunal Superior de Justicia, y de la unificación de doctrina sobre sentencias emanadas del Derecho propio de la Comunidad.
5.- Al Tribunal Supremo de Justicia le correspondería la misma función que a los TSJ de las Comunidades Autónomas, pero únicamente en lo que respecta al Derecho emanado de los órganos del Estado.
6.- La ley debería determinar taxativamente en que casos y bajo cuales circunstancias las sentencias de los órganos jurisdiccionales son recurribles ante los órganos jurisdiccionales superiores. ¡Qué!, ¿nos ponemos a ello?... Sean felices. Tamaragua.
(HArendt)
¡Visto para sentencia!
Llamamiento para un alto el fuego en Gaza
Acabo de saber sobre esta campaña urgente de Avaaz instando a un alto al fuego inmediato en Gaza. Este conflicto ya ha terminado con la vida de varios cientos de personas, muchos de ellos civiles inocentes. Es el momento para que los líderes del mundo tomen acciones concretas para impedir una espiral de violencia, la misma que ha caracterizado el conflicto palestino-israelí durante este tiempo. Trabajemos por una paz real y duradera entre Israel y Palestina que en 2009 sea por fin posible.
Para saber más, lee el email de la organización Avaaz que reproduzco más abajo y fírmalo si deseas sumarte a esta iniciativa por un alto el fuego inmediato en Gaza. Tamaragua.
(HArendt)
---------------
Estimados amigos:
Mientras observamos con horror el derramamiento de sangre en Gaza, consternados por cómo la crisis está tornándose totalmente fuera de control, una cosa resulta clara: esta violencia sólo traerá consigo el sufrimiento de civiles y una mayor escalada al conflicto.
Tiene que haber otro camino. Más de 280 muertos hasta ahora en la Franja de Gaza y cientos de heridos; por primera vez misiles atacando Ashdod tierra adentro en Israel y ambos lados movilizando tropas. La protesta global no se ha hecho esperar, pero hoy, hace falta mucho más que palabras: la violencia no cederá ni se alcanzará una paz duradera sin una firme acción de la comunidad internacional.
Hoy estamos lanzando esta campaña urgente que será enviada al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a las potencias mundiales claves, reclamándoles una actuación clara en favor de un alto al fuego para luego dar respuesta a la creciente crisis humanitaria: sólo con el firme seguimiento y compromiso internacional podrán ser protegidos los civiles de ambos lados y podrán ser tomados los pasos necesarios hacia una paz amplia y duradera. Sigue el link para firmar la petición urgente y envíala a todos tus conocidos:
http://www.avaaz.org/es/gaza_time_for_peace/98.php?CLICK_TF_TRACK
Luego del día más sangriento de Gaza que se tenga memoria y ocho o más años de una ineficiente diplomacia global y de los Estados Unidos, necesitamos que los líderes del mundo hagan más que hacer declaraciones sobre el tema si lo que se busca es asegurar un alto al fuego. A través del Consejo de Seguridad y otros cuerpos internacionales, el mundo puede brindar la ayuda y la presión necesaria para detener la violencia y cambiar la situación en Gaza, evitando los misiles y los ataques, reabriendo los caminos bajo estricta supervisación internacional para que en lugar de tráfico de armas, más de 1 millón y medio de gente en Gaza pueda acceder a combustible, comida y medicinas que son tan necesarias.
Todas las partes de este conflicto continuarán actuando como lo han venido haciendo en el pasado si creen que el mundo permanecerá inmóvil y les permitirá seguir como hasta ahora. Nos hemos movilizado por un alto al fuego en 2006 durante la guerra Líbano - Israel con éxito, pero esta vez, la comunidad internacional debe actuar sin demoras: alcemos una verdadera protesta pública en todo el mundo. 2009 es un año en que las cosas pueden ser distintas: es tiempo de actuar en conjunto, detener la violencia y trabajar por la paz.
Con esperanza y determinación,
Por Avaaz:
Brett, Ricken, Paula, Ben, Pascal, Paul, Graziela, Alice, Luis, Iain y todo el equipo de Avaaz
Por la Paz
Para saber más, lee el email de la organización Avaaz que reproduzco más abajo y fírmalo si deseas sumarte a esta iniciativa por un alto el fuego inmediato en Gaza. Tamaragua.
(HArendt)
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Estimados amigos:
Mientras observamos con horror el derramamiento de sangre en Gaza, consternados por cómo la crisis está tornándose totalmente fuera de control, una cosa resulta clara: esta violencia sólo traerá consigo el sufrimiento de civiles y una mayor escalada al conflicto.
Tiene que haber otro camino. Más de 280 muertos hasta ahora en la Franja de Gaza y cientos de heridos; por primera vez misiles atacando Ashdod tierra adentro en Israel y ambos lados movilizando tropas. La protesta global no se ha hecho esperar, pero hoy, hace falta mucho más que palabras: la violencia no cederá ni se alcanzará una paz duradera sin una firme acción de la comunidad internacional.
Hoy estamos lanzando esta campaña urgente que será enviada al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a las potencias mundiales claves, reclamándoles una actuación clara en favor de un alto al fuego para luego dar respuesta a la creciente crisis humanitaria: sólo con el firme seguimiento y compromiso internacional podrán ser protegidos los civiles de ambos lados y podrán ser tomados los pasos necesarios hacia una paz amplia y duradera. Sigue el link para firmar la petición urgente y envíala a todos tus conocidos:
http://www.avaaz.org/es/gaza_time_for_peace/98.php?CLICK_TF_TRACK
Luego del día más sangriento de Gaza que se tenga memoria y ocho o más años de una ineficiente diplomacia global y de los Estados Unidos, necesitamos que los líderes del mundo hagan más que hacer declaraciones sobre el tema si lo que se busca es asegurar un alto al fuego. A través del Consejo de Seguridad y otros cuerpos internacionales, el mundo puede brindar la ayuda y la presión necesaria para detener la violencia y cambiar la situación en Gaza, evitando los misiles y los ataques, reabriendo los caminos bajo estricta supervisación internacional para que en lugar de tráfico de armas, más de 1 millón y medio de gente en Gaza pueda acceder a combustible, comida y medicinas que son tan necesarias.
Todas las partes de este conflicto continuarán actuando como lo han venido haciendo en el pasado si creen que el mundo permanecerá inmóvil y les permitirá seguir como hasta ahora. Nos hemos movilizado por un alto al fuego en 2006 durante la guerra Líbano - Israel con éxito, pero esta vez, la comunidad internacional debe actuar sin demoras: alcemos una verdadera protesta pública en todo el mundo. 2009 es un año en que las cosas pueden ser distintas: es tiempo de actuar en conjunto, detener la violencia y trabajar por la paz.
Con esperanza y determinación,
Por Avaaz:
Brett, Ricken, Paula, Ben, Pascal, Paul, Graziela, Alice, Luis, Iain y todo el equipo de Avaaz
Por la Paz
sábado, 27 de diciembre de 2008
Cuento de Navidad
Si hay algo que "me pone de los nervios" es la ignorancia pedante trufada de fanatismo. Y sí, reconozco que hay mucho gilipollas (1) suelto (lo digo sin ánimo injurioso alguno, sino en el coloquial sentido que da al adjetivo la Real Academia Española) que piensa que los no-creyentes en dioses trinos y unos somos seres arreligiosos, carentes de espiritualidad y personas de moral relajada, por no decir amorales absolutos... Lo siento por ellos, pero se equivocan.
Por citar un solo ejemplo, el de Simone Weil (2), la joven filósofa y mística francesa, muerta en 1943 a los 34 años de edad. Quizá la pensadora europea que mejor ha sabido entender la esencia del cristianismo en el siglo XX; un cristianismo que no necesita la existencia de un Dios para convertirse en el centro de la existencia humana, y cuyas raíces (3) se hunden en los mitos más antiguos de la humanidad y del pensamiento filósofico y teológico de la antigua Grecia.
A mi el mito cristiano de la Navidad me parece bellísimo, y lo sigo celebrando cada año con mi familia, con mis hijas y mis nietos, y perdónenme la irreverencia si alguien se siente ofendido, con mis gatos, que también son animalitos de Dios. Y todo ello, con independencia de que el mito no se sostenga en realidad alguna, y que tenga precedentes claros en otros mitos (4) mucho más antiguos como los de Isis, en el antiguo Egipto, o el del dios Mitra (también nacido en una cueva, de madre virgen, un 25 de diciembre, y adorado por magos y pastores que le traen regalos un 6 de enero). Líquido, blanco y en botella... Vale: pues sí, leche.
Los mitos son "una forma de pensar el mundo". Lo dice el antropólogo francés Claude Levy-Strauss (5) en un erudito y bellísimo libro del que ya he hablado en ocasiones anteriores en el blog: "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (6), editado por el Fondo de Cultura Económica, de México, en 1968; mitos que construyen una explicación total del mundo en toda su riqueza, y en los que toda realidad -física, biológica y espiritual- está determinada por ellos y en ellos.
El escritor castellano-leonés Gustavo Martín Garzo (7) publicaba ayer en El País un hermoso artículo, "El buey y los ángeles", rememorando las navidades de su infancia, que comparto plenamente. Y como a él, a mi me resulta imposible desprenderme de esas figuras maltrechas por los años, los hijos, los nietos y los gatos, que configuran nuestro Belén en el mejor rincón de nuestro hogar; celebración anual de la Navidad, tan Navidad como la de los creyentes, y con la misma fe y esperanza en un mundo, aquí, ahora y en el futuro, mucho mejor que el que nosotros heredamos de nuestros padres. Y eso. sin dejar de reconocer que no es más que un mito, pero un mito central para poder comprender lo que es y significa occidente y su forma de pensar. Feliz Navidad. Tamaragua. (HArendt)
Simone Weil (1909-1943)
Notas:
(1) http://buscon.rae.es/draeI/SrvltObtenerHtml?LEMA=gil%C3%AD&SUPIND=0&CAREXT=10000&NEDIC=No#0_1
(2) http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=561
(3) http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/amela50.pdf
(4) http://antecedentes.wordpress.com/2007/12/19/el-origen-de-la-navidad-las-raices-paganas-de-una-fiesta-cristiana/
(5) http://es.wikipedia.org/wiki/Claude_L%C3%A9vi-Strauss
(6) http://biblioweb.unam.mx/valores_distantes/C1LEVI.htm
(7) http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/garzo/home.htm
Fotos:
(1) Simone Weil:
http://www.burg-klempenow.de/veranstaltungen/Ausstellungen08/bilder/Simone_Weil.jpg
(2) Claude Levy-Strauss:
http://portal.unesco.org/culture/fr/files/37347/12126701431levi-strauss_260.jpg/levi-strauss_260.jpg
(3) Fresco de la Natividad, Giotto (Padua):
http://alenar.files.wordpress.com/2007/12/fig8-natividadadoracionpastoresgiotto1310sanfranciscoasis.jpg
Claude Levy-Strauss (1908)
"El buey y los ángeles", por Gustavo Martín Garzo
En uno de sus poemas más hermosos, Thomas Hardy evoca un recuerdo de su infancia. Es Nochebuena y alguien, al hablar de los bueyes del portal, exclama: "Ahora estarán todos de rodillas". Pasa el tiempo, y el poeta, que tiene ahora 75 años y se ha convertido en uno de los escritores más grandes de la lengua inglesa, escribe (utilizo la traducción de Joan Margarit): "Todavía / si alguien dijese en Nochebuena, 'vamos a ver a los bueyes de rodillas, / dentro de la cabaña solitaria / de aquel valle lejano que solíamos visitar en la infancia', con él iría por la oscuridad / esperando encontrármelos así".
También Jules Supervielle, el poeta uruguayo francés, escribió un relato sobre los animales del portal. Se titula El buey y el asno del pesebre, y es una delicada muestra de amor a esas criaturas inocentes cuyas figuras de barro tantas veces pusimos en nuestra infancia junto a la cuna del Niño. Supervielle nos cuenta esa historia desde los ojos de un narrador imprevisto: el buey que vive en el portal. Es un relato de un extraño lirismo, pues lo que nos conmueve del buey es esa capacidad para relacionarse con lo no revelado todavía, con ese ámbito de lo invisible que constituye la esencia de la poesía. El buey de Supervielle asiste asombrado a lo que tiene lugar a su alrededor. Ve al Niño que acaba de nacer y se pone a calentarle con su aliento. Todo se vuelve maravillosamente difícil para él. Los ángeles no paran de ir y venir, y acude gente humilde cargada de regalos. Cuando sale al campo se da cuenta de que hasta las piedras y las flores saben lo que ha pasado, y están nimbadas de luz. Y el pobre se pasa las noches en vela, arrodillado junto al niño, viendo aquel mudo celeste que penetra en el establo sin ensuciarse. Esa dicha le conduce al agotamiento más extremo y cuando por fin María, José y el Niño se alejan con el asno, en busca de un lugar más seguro, no puede seguirles, y se queda solitario en el establo, donde muere, sin llegar a entender nada de lo que le ha pasado. José Ángel Valente, al comentar este relato, y lamentándose de que tantos hombres hayan llegado a perder el sentimiento de lo poético, escribe: "Ignoran tanto hasta qué punto los rodea lo invisible, que ni siquiera tienen la prudencia de aquel buey de un delicioso cuento de Jules Supervielle, que en el colmo del júbilo 'temía aspirar un ángel', tan denso está el aire de espirituales criaturas".
Es la misma atmósfera de los frescos que el Giotto pintó en la capilla de los Scrovegni, en Padua. En uno de ellos, María permanece en el lecho y tiende sus manos para tomar agotada a su hijo, y a su lado están el buey y la mula mirándoles. Muy cerca, junto a un san José, misteriosamente ausente, adormecido, hay un rebaño de ovejas y dos pastores, que miran hacia el cielo, donde varios ángeles revolotean sobre el techado de madera como si hubiera tomado alguna sustancia psicotrópica. Todo está detenido y, a la vez, ardiendo, lleno de luz, como si hombres, animales y ángeles fueran presas del mismo hechizo. Una de las cosas que más me conmueve de esta historia, la más hermosa del universo cristiano, es este extraño protagonismo de los animales: que las pobres bestias estén al lado de los hombres y los ángeles participando en un plano de igualdad de la misma revelación.
Coleridge pensaba que la verdadera poesía debía transmutar lo familiar en extraño y lo extraño en familiar, y es justo a eso a lo que asistimos aquí. James Joyce llamó epifanías a estos instantes de comunicación profunda con las cosas, y es esa capacidad para transformar el detalle trivial en símbolo prodigioso la que transforma esta ingenua y antigua historia en verdadera poesía. Eso es una epifanía, una pequeña explosión de realidad que hace del mundo el lugar de la restitución. Miles de niños nacen en el mundo a cada instante y no todos tienen, por desgracia, la misma suerte; pero basta con que sean recibidos con amor para que algún buey aturdido ande cerca y exista el peligro de aspirar alguna criatura invisible al menor descuido.
Un viejo anarquista de un pueblo minero leonés acostumbraba a poner todos los años el belén. Era un belén peculiar, en el que estaban ausentes el castillo de Herodes y el portal, pues, según él, sólo el pueblo merecía figurar en él por ser lo único sagrado. Pero basta acercarse a cualquier niño que nace para saber que ese portal y ese castillo deben estar ahí, pues dan cuenta de la belleza, el misterio y el temor que acompañan su nacimiento. El mundo de los recién nacidos es el mundo de la adoración, de los pastores y los bueyes, de los peregrinos conducidos por señales errantes; pero también el de la muerte de los inocentes y el de la incierta huida a Egipto. No es posible ver la crianza de un niño separada de un humilde portal, de la luz de una estrella, de las innumerables visitas y las calladas atenciones; pero tampoco de la fuga en la noche y de la persecución injustificable y cruel. El mundo de la adoración tiene su contrafigura en ese otro en el que el niño cuanto más querido más vulnerable nos parece, y en que toda vigilancia es poca para preservarle de los peligros que le aguardan en la vida.
Recuerdo ahora los belenes de mi infancia y la emoción que sentíamos cuando, al llegar las navidades, se sacaban las figuras de barro del cajón en que descansaban para montarlos. El río hecho de papel de plata; el musgo, que había que ir a coger al pinar; la escoria, que quedaba en la caldera tras la combustión del carbón; y el serrín, que nos regalaban en una tienda de telas que, por una mágica coincidencia, se llamaba Sederías de Oriente. Pero la casa estaba llena de niños que inevitablemente cogían las figuras de barro al menor descuido para jugar con ellas. Además, de tanto guardarlas y volverlas a sacar de su cajón, era inevitable que muchas se rompieran. Algunas se reponían, pero otras nos daba pena tirarlas, y así el belén se fue poblando de lavanderas con un solo brazo, burros sin orejas, ovejas que habían perdido una pata y campesinos cojos.
Años después escribí una novela en que aparecía una María manca. Cuando me preguntaban por qué, yo solía decir que esa imperfección me permitía arrancarla de aquel mundo de retablos llenos de racimos dorados, vidrieras iluminadas e iconos de oro en que María solía estar, para devolverla al mundo, entre las muchachas reales. Ésta era la explicación que daba, pero creo que la virgen de mi libro venía directamente de ese belén de mi infancia, de ese pequeño pueblo de tullidos, que bien mirado es el que mejor habla de lo que somos. Aquellas figuras rotas y amadas representaban las penas y dolores de la vida, pero también su hondo e incomprensible misterio. El misterio de la belleza y de lo inexplicable, que tan bien representa ese buey del relato de Supervielle que no sabemos si muere de dicha o de tristeza. Aquí termina mi cuento. Ahora sólo me queda desearle una feliz Navidad, querido lector. (El País, 26/12/08)
La Natividad. Capilla Scrovegni (Padua, Italia). Giotto (1267-1337)
Por citar un solo ejemplo, el de Simone Weil (2), la joven filósofa y mística francesa, muerta en 1943 a los 34 años de edad. Quizá la pensadora europea que mejor ha sabido entender la esencia del cristianismo en el siglo XX; un cristianismo que no necesita la existencia de un Dios para convertirse en el centro de la existencia humana, y cuyas raíces (3) se hunden en los mitos más antiguos de la humanidad y del pensamiento filósofico y teológico de la antigua Grecia.
A mi el mito cristiano de la Navidad me parece bellísimo, y lo sigo celebrando cada año con mi familia, con mis hijas y mis nietos, y perdónenme la irreverencia si alguien se siente ofendido, con mis gatos, que también son animalitos de Dios. Y todo ello, con independencia de que el mito no se sostenga en realidad alguna, y que tenga precedentes claros en otros mitos (4) mucho más antiguos como los de Isis, en el antiguo Egipto, o el del dios Mitra (también nacido en una cueva, de madre virgen, un 25 de diciembre, y adorado por magos y pastores que le traen regalos un 6 de enero). Líquido, blanco y en botella... Vale: pues sí, leche.
Los mitos son "una forma de pensar el mundo". Lo dice el antropólogo francés Claude Levy-Strauss (5) en un erudito y bellísimo libro del que ya he hablado en ocasiones anteriores en el blog: "Mitológicas. Lo crudo y lo cocido" (6), editado por el Fondo de Cultura Económica, de México, en 1968; mitos que construyen una explicación total del mundo en toda su riqueza, y en los que toda realidad -física, biológica y espiritual- está determinada por ellos y en ellos.
El escritor castellano-leonés Gustavo Martín Garzo (7) publicaba ayer en El País un hermoso artículo, "El buey y los ángeles", rememorando las navidades de su infancia, que comparto plenamente. Y como a él, a mi me resulta imposible desprenderme de esas figuras maltrechas por los años, los hijos, los nietos y los gatos, que configuran nuestro Belén en el mejor rincón de nuestro hogar; celebración anual de la Navidad, tan Navidad como la de los creyentes, y con la misma fe y esperanza en un mundo, aquí, ahora y en el futuro, mucho mejor que el que nosotros heredamos de nuestros padres. Y eso. sin dejar de reconocer que no es más que un mito, pero un mito central para poder comprender lo que es y significa occidente y su forma de pensar. Feliz Navidad. Tamaragua. (HArendt)
Simone Weil (1909-1943)
Notas:
(1) http://buscon.rae.es/draeI/SrvltObtenerHtml?LEMA=gil%C3%AD&SUPIND=0&CAREXT=10000&NEDIC=No#0_1
(2) http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=561
(3) http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/amela50.pdf
(4) http://antecedentes.wordpress.com/2007/12/19/el-origen-de-la-navidad-las-raices-paganas-de-una-fiesta-cristiana/
(5) http://es.wikipedia.org/wiki/Claude_L%C3%A9vi-Strauss
(6) http://biblioweb.unam.mx/valores_distantes/C1LEVI.htm
(7) http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/garzo/home.htm
Fotos:
(1) Simone Weil:
http://www.burg-klempenow.de/veranstaltungen/Ausstellungen08/bilder/Simone_Weil.jpg
(2) Claude Levy-Strauss:
http://portal.unesco.org/culture/fr/files/37347/12126701431levi-strauss_260.jpg/levi-strauss_260.jpg
(3) Fresco de la Natividad, Giotto (Padua):
http://alenar.files.wordpress.com/2007/12/fig8-natividadadoracionpastoresgiotto1310sanfranciscoasis.jpg
Claude Levy-Strauss (1908)
"El buey y los ángeles", por Gustavo Martín Garzo
En uno de sus poemas más hermosos, Thomas Hardy evoca un recuerdo de su infancia. Es Nochebuena y alguien, al hablar de los bueyes del portal, exclama: "Ahora estarán todos de rodillas". Pasa el tiempo, y el poeta, que tiene ahora 75 años y se ha convertido en uno de los escritores más grandes de la lengua inglesa, escribe (utilizo la traducción de Joan Margarit): "Todavía / si alguien dijese en Nochebuena, 'vamos a ver a los bueyes de rodillas, / dentro de la cabaña solitaria / de aquel valle lejano que solíamos visitar en la infancia', con él iría por la oscuridad / esperando encontrármelos así".
También Jules Supervielle, el poeta uruguayo francés, escribió un relato sobre los animales del portal. Se titula El buey y el asno del pesebre, y es una delicada muestra de amor a esas criaturas inocentes cuyas figuras de barro tantas veces pusimos en nuestra infancia junto a la cuna del Niño. Supervielle nos cuenta esa historia desde los ojos de un narrador imprevisto: el buey que vive en el portal. Es un relato de un extraño lirismo, pues lo que nos conmueve del buey es esa capacidad para relacionarse con lo no revelado todavía, con ese ámbito de lo invisible que constituye la esencia de la poesía. El buey de Supervielle asiste asombrado a lo que tiene lugar a su alrededor. Ve al Niño que acaba de nacer y se pone a calentarle con su aliento. Todo se vuelve maravillosamente difícil para él. Los ángeles no paran de ir y venir, y acude gente humilde cargada de regalos. Cuando sale al campo se da cuenta de que hasta las piedras y las flores saben lo que ha pasado, y están nimbadas de luz. Y el pobre se pasa las noches en vela, arrodillado junto al niño, viendo aquel mudo celeste que penetra en el establo sin ensuciarse. Esa dicha le conduce al agotamiento más extremo y cuando por fin María, José y el Niño se alejan con el asno, en busca de un lugar más seguro, no puede seguirles, y se queda solitario en el establo, donde muere, sin llegar a entender nada de lo que le ha pasado. José Ángel Valente, al comentar este relato, y lamentándose de que tantos hombres hayan llegado a perder el sentimiento de lo poético, escribe: "Ignoran tanto hasta qué punto los rodea lo invisible, que ni siquiera tienen la prudencia de aquel buey de un delicioso cuento de Jules Supervielle, que en el colmo del júbilo 'temía aspirar un ángel', tan denso está el aire de espirituales criaturas".
Es la misma atmósfera de los frescos que el Giotto pintó en la capilla de los Scrovegni, en Padua. En uno de ellos, María permanece en el lecho y tiende sus manos para tomar agotada a su hijo, y a su lado están el buey y la mula mirándoles. Muy cerca, junto a un san José, misteriosamente ausente, adormecido, hay un rebaño de ovejas y dos pastores, que miran hacia el cielo, donde varios ángeles revolotean sobre el techado de madera como si hubiera tomado alguna sustancia psicotrópica. Todo está detenido y, a la vez, ardiendo, lleno de luz, como si hombres, animales y ángeles fueran presas del mismo hechizo. Una de las cosas que más me conmueve de esta historia, la más hermosa del universo cristiano, es este extraño protagonismo de los animales: que las pobres bestias estén al lado de los hombres y los ángeles participando en un plano de igualdad de la misma revelación.
Coleridge pensaba que la verdadera poesía debía transmutar lo familiar en extraño y lo extraño en familiar, y es justo a eso a lo que asistimos aquí. James Joyce llamó epifanías a estos instantes de comunicación profunda con las cosas, y es esa capacidad para transformar el detalle trivial en símbolo prodigioso la que transforma esta ingenua y antigua historia en verdadera poesía. Eso es una epifanía, una pequeña explosión de realidad que hace del mundo el lugar de la restitución. Miles de niños nacen en el mundo a cada instante y no todos tienen, por desgracia, la misma suerte; pero basta con que sean recibidos con amor para que algún buey aturdido ande cerca y exista el peligro de aspirar alguna criatura invisible al menor descuido.
Un viejo anarquista de un pueblo minero leonés acostumbraba a poner todos los años el belén. Era un belén peculiar, en el que estaban ausentes el castillo de Herodes y el portal, pues, según él, sólo el pueblo merecía figurar en él por ser lo único sagrado. Pero basta acercarse a cualquier niño que nace para saber que ese portal y ese castillo deben estar ahí, pues dan cuenta de la belleza, el misterio y el temor que acompañan su nacimiento. El mundo de los recién nacidos es el mundo de la adoración, de los pastores y los bueyes, de los peregrinos conducidos por señales errantes; pero también el de la muerte de los inocentes y el de la incierta huida a Egipto. No es posible ver la crianza de un niño separada de un humilde portal, de la luz de una estrella, de las innumerables visitas y las calladas atenciones; pero tampoco de la fuga en la noche y de la persecución injustificable y cruel. El mundo de la adoración tiene su contrafigura en ese otro en el que el niño cuanto más querido más vulnerable nos parece, y en que toda vigilancia es poca para preservarle de los peligros que le aguardan en la vida.
Recuerdo ahora los belenes de mi infancia y la emoción que sentíamos cuando, al llegar las navidades, se sacaban las figuras de barro del cajón en que descansaban para montarlos. El río hecho de papel de plata; el musgo, que había que ir a coger al pinar; la escoria, que quedaba en la caldera tras la combustión del carbón; y el serrín, que nos regalaban en una tienda de telas que, por una mágica coincidencia, se llamaba Sederías de Oriente. Pero la casa estaba llena de niños que inevitablemente cogían las figuras de barro al menor descuido para jugar con ellas. Además, de tanto guardarlas y volverlas a sacar de su cajón, era inevitable que muchas se rompieran. Algunas se reponían, pero otras nos daba pena tirarlas, y así el belén se fue poblando de lavanderas con un solo brazo, burros sin orejas, ovejas que habían perdido una pata y campesinos cojos.
Años después escribí una novela en que aparecía una María manca. Cuando me preguntaban por qué, yo solía decir que esa imperfección me permitía arrancarla de aquel mundo de retablos llenos de racimos dorados, vidrieras iluminadas e iconos de oro en que María solía estar, para devolverla al mundo, entre las muchachas reales. Ésta era la explicación que daba, pero creo que la virgen de mi libro venía directamente de ese belén de mi infancia, de ese pequeño pueblo de tullidos, que bien mirado es el que mejor habla de lo que somos. Aquellas figuras rotas y amadas representaban las penas y dolores de la vida, pero también su hondo e incomprensible misterio. El misterio de la belleza y de lo inexplicable, que tan bien representa ese buey del relato de Supervielle que no sabemos si muere de dicha o de tristeza. Aquí termina mi cuento. Ahora sólo me queda desearle una feliz Navidad, querido lector. (El País, 26/12/08)
La Natividad. Capilla Scrovegni (Padua, Italia). Giotto (1267-1337)
jueves, 25 de diciembre de 2008
S.O.S. por El Museo Canario
Ídolo de Tara (Museo Canario, Las Palmas, Islas Canarias)
Una profunda tristeza me ha provocado la lectura de sendos artículos en "Canarias Ahora", escritos por los periodistas José Antonio Alemán y Juan García Luján, sobre la más que probable desaparición a corto plazo de El Museo Canario de Las Palmas ante la impasibilidad y desidia -al alimón- de las corporaciones locales de la ciudad, la isla y el archipiélago.
Fundado en 1879 por el doctor Gregorio Chil y Naranjo, El Museo Canario (1) es, sin duda alguna, la más importante institución cultural y cientifica privada de Canarias, albergando en sus salas la mayor colección del mundo de momias y restos aborígenes canarios, una impresionante hemeroteca y una colección bibliográfica y documental fundamental e imprescindible para conocer la Historia de Canarias.
Ahora, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, el gobierno de Canarias le retira el cincuenta por ciento de la subvención que le otorgaba anualmente, y el Cabildo de Gran Canaria, la máxima institución de gobierno de la isla, para no ser menos, el veinticinco por ciento de la suya.
Desde que llegué a Gran Canaria, en 1967, he llevado a El Museo Canario a todos los peninsulares, familiares, amigos y simples conocidos, que tenían la fortuna de recalar por aquí, aunque fuera de paso. Ninguno de ellos quedaba decepcionado de la visita, y se marchaban prendados de la reproducción de la inigualable Cueva Pintada (2) de Gáldar, enamorados del famoso ídolo de Tara (3), la más importante pieza arqueológica del archipiélago, y fascinados por las momias aborígenes en él depositadas. Todo eso está ahora en peligro de muerte. Quizá, como dice José Antonio Alemán es que esta sociedad no se merece una institución como El Museo Canario, pero yo pienso que lo que no nos merecemos los canarios es la pandilla de incompetentes que tenemos en los distintos ámbitos de gobierno de Canarias. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua. (HArendt)
Ídolo de Tara (El Museo Canario, Las Palmas, Gran Canaria)
Notas:
(1) http://www.elmuseocanario.com
(2) http://www.cuevapintada.org/portal/home.cueva
(3) http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%8Ddolo_de_Tara
Fotos:
(1) El ídolo de Tara:
http://www.visitacanarias.com/mm/16482.jpg
(2) La Cueva Pintada:
http://www.lacoctelera.com/myfiles/jarutaco/cueva-pintada-3.jpg
(3) Sala de El Museo Canario:
http://www.grancanaria.com/patronato_turismo/fileadmin/imagenes/fotos/102.jpg
La Cueva Pintada (Gáldar, Gran Canaria)
"El Museo Canario", por José A. Alemán
Quienes crecimos en las inmediaciones de El Museo Canario y pasamos horas de la niñez, de la adolescencia y la juventud entre sus colecciones arqueológicas y de Ciencias, en su hemeroteca y biblioteca, no le dábamos esa mayor trascendencia. Formaba parte de nuestras vidas, del entorno en que nos movíamos, estaba tan dentro de lo cotidiano como ir al colegio, jugar al fútbol, a piola, a calimbre, participar en las "guirreas" a pedrada limpia, realizar incursiones por las plataneras de la Vega de San José o acercarnos al castillo de San Cristóbal.
Con el paso del tiempo, a medida que comenzábamos a percibir la realidad de la dictadura franquista, el Museo adquirió connotaciones que ya eran evidentes la tarde lejana en que el padre claretiano Martín Sarmiento se plantó en unas jornadas sobre darwinismo. Fue dispuesto a reventarlas con lo que hoy llamaríamos "creacionismo" y argumentos como el de si fue primero el huevo o la gallina para dejar sentado que la sucesión ovípara, por mucho que se pierda en la noche de los tiempos, acabaría en el primer huevo o la primera gallina tras los que estaría necesariamente Dios Creador. Como advirtiera en la réplicas Martín Sarmiento cierta ironía, montó en cólera y cogió puerta bramando que sí, que algo de razón tendría Darwin pues al menos era seguro que los participantes en el acto descendían directamente del mono. Fue el Museo la primerísima "zona" de libertad para muchos de nosotros.
Tras su fundación, en 1879, El Museo Canario se convirtió en la principal referencia cultural de la ciudad de Las Palmas y de su isla. Irradiaba al resto del archipiélago y adquirió notable proyección en el mundo científico internacional. A bote pronto, recuerdo el congreso del Cro Magnon del que fuera aglutinante. No es preciso ponderar sus fondos documentales entre los que figura la mayor parte de cuanto se ha escrito en Canarias; con lo que eso significa. Bien lo saben los investigadores, los historiadores, los profesores, los periodistas y cuantos han realizado tesinas y tesis doctorales imposibles de no estar ahí el Museo, a falta de Universidad. Como lo saben también los colegiales que acudían a realizar sus trabajos. O los simples curiosos enganchados por algún tema. Todos tenían a su disposición la biblioteca y la hemeroteca que sólo cierran el día de Navidad y Año Nuevo. Presta, pues, el Museo un servicio público gracias no a sus miserables presupuestos y al desvelo de las autoridades sino al entusiasmo de los empleados que participan de los mismos móviles de los directivos que sacrifican su tiempo en el esfuerzo no retribuido que ha hecho el milagro de que el Museo siga entre nosotros.
Pero puede dejar de existir. El Gobierno ha rebajado un 50% su aportación en los presupuestos que acaba de aprobar; el Cabildo grancanario la ha reducido un 26% en los suyos. Si se comprende que la condición canariona de la institución baste a ATI para golpearlo, se entiende menos que el Cabildo grancanario ponga de su parte al intento de dinamitarlo.
Da vergüenza. Un bochorno para la ciudad, para la isla y los gestores culturales con visa oro por cuenta de la Consejería. Se ha tratado en ocasiones de justificar el desinterés de la Administración por la institución en el hecho de que es institución privada. Pobre excusa que inhabilita el carácter público de sus prestaciones y el hecho de que si el Museo dependiera de los políticos necesitaría una legión de funcionarios a sueldo para sustituir al puñado de empleados que lo mantienen hoy. Sería, eso sí, un nuevo lugar donde colocar los políticos a su gente a quemar presupuestos.
Hay peligro cierto de que El Museo Canario cierre. El destino de sus colecciones arqueológicas y documentales y de sus fondos impresos es incierto. Podrían "perderse" no pocos y acabar los demás desperdigados entre instituciones públicas que, paradójicamente, dificultarán el libre y fácil acceso a ellos que ha venido garantizando el Museo. Claro que, mirando otros casos y considerando la indiferencia social ante la reiterada destrucción de tantos referentes, habría que plantearse si esta sociedad se merece realmente tener El Museo Canario. (Canarias Ahora, 23/12/08)
Sala de El Museo Canario (Las Palmas, Gran Canaria)
El desprecio al Museo Canario, por Juan García Luján
Don Gregorio Chil y Naranjo fue un patriota, en el sentido más profundo y auténtico de la palabra. En contra de la voluntad de su tío y padrino Gregorio Chil Morales, prefirió ir a estudiar a París que convertirse en sacerdote. En la capital francesa Chil y Naranjo pudo aprender de un país que construía un futuro y cuidaba su pasado. Uno de sus rincones favoritos era el Museo de Paleontología y Anatomía. Cuenta su biógrafo Juan Bosch Millares que seguramente Gregorio Chil y su amigo Juan Padilla Padilla fueron testigos y animadores del París revolucionario de 1848. Cuando regresó a su isla abrió una consulta como médico en su casa de la calle Los Balcones, allí atendió a los que podían y a los que no podían pagarle la consulta. Además de curar a los enfermos, su otra pasión fue la investigación sobre nuestra historia.
La vinculación de Chil y Naranjo a varias sociedades de científicos de Francia, España e Italia le sirvió para intercambiar conocimientos y poder investigar la vida y costumbres de los canarios prehispánicos. Le gustaba a Gregorio Chil y Naranjo coleccionar piezas de los antiguos canarios y conocer todas sus costumbres. Después de visitar bibliotecas, ateneos, archivos y sociedades antropológicas e históricas para conocer todo lo escrito sobre la población canaria, el doctor Chil y Naranjo escribió 'Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias'.
En su obra el Dr. Chil apoya las teorías darwinistas de la evolución humana, lo que provocó que el obispo de Canarias José María Urquinaona la sentenciase como sacrílega, Chil fue excomulgado y su obra denunciada en todas las parroquias. Tuvo la excomunión mayor, lo que equivalía al aislamiento social. Pero los científicos canarios y europeos apoyaron a Gregorio Chil. Una de las muestras más claras fue la respuesta que recibió a su proyecto de crear el Museo Canario. El 2 de septiembre de 1879 se reunieron en la casa de Amaranto Martínez de Escobar de la calle López Botas Andrés Navarro, Juan Padilla Padilla, Domingo J. Navarro, Víctor Grau Brassas, Diego Ripoche, Mariano Sancho y Emilio Álvarez del Cueto. Deciden fundar la sociedad del Museo Canario presidida por Domingo J. Navarro y que tiene como director a Gregorio Chil y Naranjo. La primera sede fue la tercera planta de las Casas Consistoriales en la Plaza Santa Ana.
Así han pasado 130 años. El Museo Canario es una referencia imprescindible para el conocimiento del pasado canario. Miles de estudiantes, profesores, científicos, curiosos tienen acceso a sus fondos documentales, a su biblioteca, su hemeroteca, sus exposiciones. En los últimos 11 años han subido los presupuestos del gobierno canario, del cabildo y del ayuntamiento capitalino, pero las cantidades destinadas al Museo Canario no se han incrementado ni una peseta, ni un euro. El gobierno canario venía aportando 255000 euros, el cabidlo 420.000 y el ayuntamiento 60.000. En tiempos de bonanzas no aumentaron el apoyo, pero en tiempo de crisis quieren recortarlo de forma drástica. Según los trabajadores del Museo Canario el ejecutivo autónomo recortará un 50% el apoyo económico, el cabildo lo reducirá un 26 % y el ayuntamiento mantiene el mismo presupuestito.
El gobierno que tanto presume de lo nuestro, de nuestra gente, dedicará el próximo año 127.500 euros al Museo Canario. Por compararlo con otros gastos de Cultura de este mismo año, el ejecutivo de Paulino Rivero gastó 3 millones de euros en el Festival de Música de Canarias, hubo 65 conciertos en todas las islas, incluída la Graciosa. Esto significa que un presidente de “nuestra gente, nuestra historia, nuestra cultura” dará al Museo Canario lo mismo que pagó para patrocinar este año 3 conciertos de música clásica. El cabildo de Gran Canaria aportará el año que viene 90000 euros menos que en 2008 . La corporación insular que preside un historiador y cuyo vicepresidente se define como nacionalista, aportará al Museo Canario en un año 310.000 euros, 100.000 euros menos del presupuesto de la celebración de la Gala de los premios Max que patrocinará el cabildo en el 2009. Dicen los trabajadores del Museo Canario que con estos presupuestos no se podrán mantener todos los servicios que aporta la institución centenaria. Pero no pasa nada. En el 2009 podremos disfrutar de la música de la Bach Colegium Japan en el Festival de Música de Canarias y el próximo 30 de marzo nos podremos reír mucho con los cómicos españoles en la gala de los premios Max. Ya no quedan patriotas como Chil y Naranjo. Ahora sufrimos las consecuencias de tener unos políticos que padecen lo que Manuel Alemán definió como "el complejo del colonizado” en su libro "Sicología del hombre canario". (Canarias Ahora, 24/12/08)
sábado, 20 de diciembre de 2008
El Mito de Europa
Me resisto como gato "panza arriba" a comentar las "cosas" de nuestros políticos. Se de lo que hablo, pues convivo con cinco gatos en casa... Mi decepción es tan profunda con la clase política, con toda, aunque con unos más que otros, que he tenido que esperar toda una semana completa para ponerme al teclado. No voy aburrirles con un catálogo de las chorradas e incongruencias que se han dicho unos a otros en estos días. Por mencionar una: aquí, en Canarias, todo un presidente del gobierno se permite amenazar con "acciones penales, civiles y de todo tipo" (y lo dice en sede parlamentaria, con el rictus desencajado por la ira) a quienes acusen a su gobierno de manipulación en la concesión de emisoras de TDT en la isla de Tenerife. Lo curioso del caso es que lo suelta después de que el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, el máximo órgano judicial de la Comunidad Autónoma, en sentencia firme, pusiera a caer de un burro a su gobierno por la concesión de las susodichas licencias a sus amiguetes... Son como niños, no nos follan pero nos joden un montón... De los políticos nacionales, ni les hablo, pues les supongo al tanto; lo mismo que de los avatares europeos, un poco más lejanos. Si el ciclón Obama no aporta aires nuevos, lo veo todo muy negro... Y no es un juego de palabras...
Hoy escribe Pasqual Maragall (1) en El País un interesante artículo titulado "Los Estados Unidos de Europa, reinventados". Mítico ex alcalde de Barcelona, ex presidente del Comité de las Regiones Europeas, ex presidente del gobierno catalán, Maragall lanza un ilusionado mensaje en favor de esos Estados Unidos de Europa que pocos tienen interés en alcanzar, y menos aún en momentos de una generalizada crisis financiera, económica y social; sí, y lo que es peor, también de confianza en las instituciones de la Unión.
No se trata de reelaborar el "Mito de Europa" (2). La Unión Europea no es un mito: es una realidad y está presente en nuestras vidas a pesar de sus muchas carencias... Yo nací a los nueve meses justos del término de la II Guerra Mundial en Europa, y me pregunto: ¿alguien de los que vivieron ese momento (el fin de la guerra, y mi nacimiento...), afortunadamente muchos aún, podría tan siquiera imaginar que las fronteras desaparecerían de Europa, que podríamos pasar sin detenernos de Francia a Alemania, de España a Portugal, de Italia a Austria, que la mayor parte de los países europeos tendrían una moneda en común, un parlamento europeo y unas instituciones políticas comunes? Piensen en ello. No se si llegaré a ver esos Estados Unidos de Europa que yo también deseo fervientemente, quizá la única meta política por la que siento verdadera ilusión; ni tan siquiera estoy seguro que la vean mis hijas, pero se que la verán mis nietos y que ellos vivirán con orgullo su condición de canarios y españoles, pero sobre todo de europeos... Sean felices. Tamaragua (HArendt)
"El rapto de Europa", escultura en la ciudad de Vigo (Galicia, España)
Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Pasqual_Maragall
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Europa_(mitolog%C3%ADa)
Fotos:
(1) El Rapto de Europa, escultura en la ciudad de Vigo (Galicia, España):
http://www.turismodevigo.org/images/c_monumentos/m_e_europa.jpg
(2) Pasqual Maragall:
http://www.eitb24.com/archivos/imagenes/eitb24/politica/2007/10/19/Pasqual-Maragall-2007101918121911hg2.jpg
El político español Pasqual Maragall
"Los Estados Unidos de Europa, reinventados", por Pasqual Maragall i Mira
Hace 25 años, en diciembre de 1983, el periódico francés Le Monde publicó una entrevista con el historiador Fernand Braudel sobre la identidad europea. Llevaba por título "Il faut réinventer les Etats-Unis d'Europe". España aún tardaría tres años en ingresar en la Unión, entonces compuesta por diez Estados miembros: Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y Grecia. Yo llevaba un año de alcalde y miraba hacia Europa con las mismas esperanzas que Braudel evocaba. Mi amigo norteamericano residente en Brasil, Norman Gall, al frente hoy de la Fundación Braudel, y casado con una catalana, me sigue informando por Internet aún hoy de lo que por el mundo sucede. Gall, como el propio Braudel, es uno de los pocos humanistas globales que no hacen simplemente el ridículo, sino que, como decimos en catalán, hi toquen: que entienden de qué va la cosa. Braudel en 1983 explicaba la identidad europea desde la cultura europea, entendida como una y plural, como hecho compartido.
Lo ejemplificaba diciendo que un francés situado en Italia, Rusia, Polonia o Alemania, no se siente extranjero; que las sensaciones experimentadas son reconocibles y con referentes histórico-culturales comunes. A diferencia de lo que le ocurriría en países como la India o China, donde te sientes desorientado, distinto de verdad.
Cada país europeo representa una Europa particular, decía Braudel. En aquel momento describía la Unión como únicamente económica, y por tanto muy beneficiosa, fundamental, pero no aún la Europa unida que él, yo y sin duda mucha gente soñamos. La Europa unida y popular (del pueblo) necesitaba una base donde desarrollarse. Era preciso que sus gentes viviesen y circulasen libres por el continente. Para ello, concluía en su reflexión, para construir la Europa cultural y ciudadana, hacían falta varias cosas: una estructura política, un Gobierno Europeo, un Parlamento Europeo con mayores poderes y una defensa europea común. Ya entonces decía que un país europeo solo no podía hacer frente a los retos que se le presentaban. Hacía falta reinventar los Estados Unidos de Europa. ¿Qué ha pasado desde entonces, dónde estamos, hacia dónde vamos como Europa?
La Unión Europea la formamos 27 Estados miembro y aún aspiran a entrar más países europeos. Tenemos un Parlamento Europeo e instituciones comunitarias que representan, res-pectivamente, a los ciudadanos y a los Estados miembro. Tenemos un Mercado Único y una Unión Económica y Monetaria, con la adopción en 2002 del euro como moneda única, realidad consolidada ya hoy. Tenemos moneda, bandera y un himno, la parte coral de la Novena sinfonía, de Beethoven, cuya letra, de Schiller, tradujo mi abuelo Joan Maragall al catalán: "Joia que ets dels cels guspira / engendrada dalt del cel". Tenemos la libre circulación. Tenemos incluso un Comité de las Regiones, que me honré en presidir durante dos años y vicepresidir otros dos.
¿Qué más hace falta para ser realmente los Estados Unidos de Europa? Quizás una selección nacional europea de fútbol, que podría ganar incluso a Brasil (sobre todo si nos dejaran poner a Messi en el equipo, aunque con Henry y algún otro de sus compañeros tendríamos bastante). Hemos intentado establecer una Constitución, pero las dificultades propias de ser tantos y tan distintos a la hora de ponernos de acuerdo la han frustrado, llevándonos al Tratado de Lisboa. A pesar del no irlandés, de momento.
Son grandes y notables éxitos comunes. Pero seguimos lejos de los Estados Unidos de Europa que Braudel defendía 25 años atrás. Hace un año un mandato del Consejo Europeo, encargó un informe sobre el rumbo y los objetivos de la Unión de cara al horizonte de los años 2020 a 2030 a un Consejo de Sabios o grupo de reflexión sobre el futuro, formado por personalidades de reconocido prestigio político y académico y presidido por Felipe González. El informe debe estar listo en junio de 2010 (aunque Felipe ya ha anunciado que intentará que sea antes), pero el mandato citado especifica que el grupo no deberá abordar cuestiones institucionales, sino trabajar en el marco que establece el nuevo Tratado de Lisboa. 2010, 2020, 2030... Europa es compleja y por ello lenta. El mundo no va al mismo ritmo. El mundo va rápido, los ritmos económicos exigen respuestas inmediatas. Los conflictos internacionales y sus víctimas no pueden esperar más.
Como subrayaba Lluís Bassets hace unos días, cada Gobierno se ha vuelto hacia su Estado. La Alemania de Merkel parece paralizada a nivel europeo por sus problemas internos. Si el país del himno no está por la labor, ya me dirán. Quizás haya también un problema de liderazgo, en el mundo y en Europa. Sanguinetti publicaba, también en este periódico, un artículo en ese sentido. Falta un liderazgo al servicio de una idea, la idea de la Europa Común, donde los ciudadanos, recuperando a Braudel, seamos libres e iguales, cada cuál con su acento y sus manifestaciones culturales, hermanas y distintas.
Hacia esta dirección remaba el plan de Bolonia para conseguir un espacio europeo de educación superior único y homologable, con universitarios y después profesionales europeos de verdad, circulando y ejerciendo libremente por toda Europa. Animo a nuestros líderes y pensadores a que aceleren el ritmo de la construcción europea. A Felipe y su grupo de reflexión a que no espere a 2010, a que levante la bandera europea bien alta y proponga medidas de presente. La crisis puede ser una muy buena oportunidad.
Recientemente me he adherido, junto al mismo Felipe González, Prodi, Santer y otros destacados líderes europeos, a una declaración promovida por una asociación de la que formo parte, Nôtre Europe, fundada por mi maestro europeo, Jacques Delors. Se titula Face à la crise, un besoin d'Europe. En ella se apela a la necesidad de más Europa para afrontar la crisis económica. Al final de la declaración proponemos que para las próximas elecciones al Parlamento Europeo (junio de 2009) cada familia política europea presente un candidato a presidente de la Comisión Europea, y que estos candidatos debatan entre sí, ofreciendo directamente a los ciudadanos europeos la oportunidad de conocer sus visiones e ideas y dando mucha más visibilidad y proximidad a los que nos representan en Europa. Sería un paso más. Decisivo. (El País, 20/12/08)
El Parlamento europeo (Estrasburgo, Francia, U.E.)
Hoy escribe Pasqual Maragall (1) en El País un interesante artículo titulado "Los Estados Unidos de Europa, reinventados". Mítico ex alcalde de Barcelona, ex presidente del Comité de las Regiones Europeas, ex presidente del gobierno catalán, Maragall lanza un ilusionado mensaje en favor de esos Estados Unidos de Europa que pocos tienen interés en alcanzar, y menos aún en momentos de una generalizada crisis financiera, económica y social; sí, y lo que es peor, también de confianza en las instituciones de la Unión.
No se trata de reelaborar el "Mito de Europa" (2). La Unión Europea no es un mito: es una realidad y está presente en nuestras vidas a pesar de sus muchas carencias... Yo nací a los nueve meses justos del término de la II Guerra Mundial en Europa, y me pregunto: ¿alguien de los que vivieron ese momento (el fin de la guerra, y mi nacimiento...), afortunadamente muchos aún, podría tan siquiera imaginar que las fronteras desaparecerían de Europa, que podríamos pasar sin detenernos de Francia a Alemania, de España a Portugal, de Italia a Austria, que la mayor parte de los países europeos tendrían una moneda en común, un parlamento europeo y unas instituciones políticas comunes? Piensen en ello. No se si llegaré a ver esos Estados Unidos de Europa que yo también deseo fervientemente, quizá la única meta política por la que siento verdadera ilusión; ni tan siquiera estoy seguro que la vean mis hijas, pero se que la verán mis nietos y que ellos vivirán con orgullo su condición de canarios y españoles, pero sobre todo de europeos... Sean felices. Tamaragua (HArendt)
"El rapto de Europa", escultura en la ciudad de Vigo (Galicia, España)
Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Pasqual_Maragall
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Europa_(mitolog%C3%ADa)
Fotos:
(1) El Rapto de Europa, escultura en la ciudad de Vigo (Galicia, España):
http://www.turismodevigo.org/images/c_monumentos/m_e_europa.jpg
(2) Pasqual Maragall:
http://www.eitb24.com/archivos/imagenes/eitb24/politica/2007/10/19/Pasqual-Maragall-2007101918121911hg2.jpg
El político español Pasqual Maragall
"Los Estados Unidos de Europa, reinventados", por Pasqual Maragall i Mira
Hace 25 años, en diciembre de 1983, el periódico francés Le Monde publicó una entrevista con el historiador Fernand Braudel sobre la identidad europea. Llevaba por título "Il faut réinventer les Etats-Unis d'Europe". España aún tardaría tres años en ingresar en la Unión, entonces compuesta por diez Estados miembros: Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y Grecia. Yo llevaba un año de alcalde y miraba hacia Europa con las mismas esperanzas que Braudel evocaba. Mi amigo norteamericano residente en Brasil, Norman Gall, al frente hoy de la Fundación Braudel, y casado con una catalana, me sigue informando por Internet aún hoy de lo que por el mundo sucede. Gall, como el propio Braudel, es uno de los pocos humanistas globales que no hacen simplemente el ridículo, sino que, como decimos en catalán, hi toquen: que entienden de qué va la cosa. Braudel en 1983 explicaba la identidad europea desde la cultura europea, entendida como una y plural, como hecho compartido.
Lo ejemplificaba diciendo que un francés situado en Italia, Rusia, Polonia o Alemania, no se siente extranjero; que las sensaciones experimentadas son reconocibles y con referentes histórico-culturales comunes. A diferencia de lo que le ocurriría en países como la India o China, donde te sientes desorientado, distinto de verdad.
Cada país europeo representa una Europa particular, decía Braudel. En aquel momento describía la Unión como únicamente económica, y por tanto muy beneficiosa, fundamental, pero no aún la Europa unida que él, yo y sin duda mucha gente soñamos. La Europa unida y popular (del pueblo) necesitaba una base donde desarrollarse. Era preciso que sus gentes viviesen y circulasen libres por el continente. Para ello, concluía en su reflexión, para construir la Europa cultural y ciudadana, hacían falta varias cosas: una estructura política, un Gobierno Europeo, un Parlamento Europeo con mayores poderes y una defensa europea común. Ya entonces decía que un país europeo solo no podía hacer frente a los retos que se le presentaban. Hacía falta reinventar los Estados Unidos de Europa. ¿Qué ha pasado desde entonces, dónde estamos, hacia dónde vamos como Europa?
La Unión Europea la formamos 27 Estados miembro y aún aspiran a entrar más países europeos. Tenemos un Parlamento Europeo e instituciones comunitarias que representan, res-pectivamente, a los ciudadanos y a los Estados miembro. Tenemos un Mercado Único y una Unión Económica y Monetaria, con la adopción en 2002 del euro como moneda única, realidad consolidada ya hoy. Tenemos moneda, bandera y un himno, la parte coral de la Novena sinfonía, de Beethoven, cuya letra, de Schiller, tradujo mi abuelo Joan Maragall al catalán: "Joia que ets dels cels guspira / engendrada dalt del cel". Tenemos la libre circulación. Tenemos incluso un Comité de las Regiones, que me honré en presidir durante dos años y vicepresidir otros dos.
¿Qué más hace falta para ser realmente los Estados Unidos de Europa? Quizás una selección nacional europea de fútbol, que podría ganar incluso a Brasil (sobre todo si nos dejaran poner a Messi en el equipo, aunque con Henry y algún otro de sus compañeros tendríamos bastante). Hemos intentado establecer una Constitución, pero las dificultades propias de ser tantos y tan distintos a la hora de ponernos de acuerdo la han frustrado, llevándonos al Tratado de Lisboa. A pesar del no irlandés, de momento.
Son grandes y notables éxitos comunes. Pero seguimos lejos de los Estados Unidos de Europa que Braudel defendía 25 años atrás. Hace un año un mandato del Consejo Europeo, encargó un informe sobre el rumbo y los objetivos de la Unión de cara al horizonte de los años 2020 a 2030 a un Consejo de Sabios o grupo de reflexión sobre el futuro, formado por personalidades de reconocido prestigio político y académico y presidido por Felipe González. El informe debe estar listo en junio de 2010 (aunque Felipe ya ha anunciado que intentará que sea antes), pero el mandato citado especifica que el grupo no deberá abordar cuestiones institucionales, sino trabajar en el marco que establece el nuevo Tratado de Lisboa. 2010, 2020, 2030... Europa es compleja y por ello lenta. El mundo no va al mismo ritmo. El mundo va rápido, los ritmos económicos exigen respuestas inmediatas. Los conflictos internacionales y sus víctimas no pueden esperar más.
Como subrayaba Lluís Bassets hace unos días, cada Gobierno se ha vuelto hacia su Estado. La Alemania de Merkel parece paralizada a nivel europeo por sus problemas internos. Si el país del himno no está por la labor, ya me dirán. Quizás haya también un problema de liderazgo, en el mundo y en Europa. Sanguinetti publicaba, también en este periódico, un artículo en ese sentido. Falta un liderazgo al servicio de una idea, la idea de la Europa Común, donde los ciudadanos, recuperando a Braudel, seamos libres e iguales, cada cuál con su acento y sus manifestaciones culturales, hermanas y distintas.
Hacia esta dirección remaba el plan de Bolonia para conseguir un espacio europeo de educación superior único y homologable, con universitarios y después profesionales europeos de verdad, circulando y ejerciendo libremente por toda Europa. Animo a nuestros líderes y pensadores a que aceleren el ritmo de la construcción europea. A Felipe y su grupo de reflexión a que no espere a 2010, a que levante la bandera europea bien alta y proponga medidas de presente. La crisis puede ser una muy buena oportunidad.
Recientemente me he adherido, junto al mismo Felipe González, Prodi, Santer y otros destacados líderes europeos, a una declaración promovida por una asociación de la que formo parte, Nôtre Europe, fundada por mi maestro europeo, Jacques Delors. Se titula Face à la crise, un besoin d'Europe. En ella se apela a la necesidad de más Europa para afrontar la crisis económica. Al final de la declaración proponemos que para las próximas elecciones al Parlamento Europeo (junio de 2009) cada familia política europea presente un candidato a presidente de la Comisión Europea, y que estos candidatos debatan entre sí, ofreciendo directamente a los ciudadanos europeos la oportunidad de conocer sus visiones e ideas y dando mucha más visibilidad y proximidad a los que nos representan en Europa. Sería un paso más. Decisivo. (El País, 20/12/08)
El Parlamento europeo (Estrasburgo, Francia, U.E.)
sábado, 13 de diciembre de 2008
Sobre libros y reinas
Mi amiga Ana es una guapa gallega afincada en Ámsterdam, compañera de fatigas académicas en la UNED, que comparte también conmigo pasión común por la buena literatura. Es ella la que me ha enviado un artículo de Incitatus, publicado en El Cultiberio del pasado 1 de noviembre, sobre el último libro del periodista y escritor Jesús Bastante (1) ("Cisma", Ediciones B, 2008).
Ignoro si los elogios de Incitatus a la novela de Jesús Bastante son merecidos o exagerados. No he leído nada de este autor, y lo confieso con cierto pudor, ni siquiera había oído hablar de él con anterioridad. Lo cual no es óbice para que las referencias del crítico a otros novelas del género "histórico" a las que alude, como "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar (para mi la más hermosa novela que he leído nunca) o el "Yo, Claudio", de Robert Graves, me hayan animado a leer "Cisma" en la primera ocasión que tenga.
Pero el artículo de Incitatus trae más cosas, que comparto plenamente con él. Me refiero en concreto a la "metedura de pata" de los comentarios puestos en boca de la reina Sofía por parte de la periodista Pilar Urbano. Como Incitatus, y como ya comenté en su día en este mismo blog, estoy convencido de que la reina ha sido engaña en su buena fe, independientemente de las responsabilidades que en el seno de la Casa del Rey haya que dilucidar sobre la manifiesta incompetencia de los responsables de la misma. Lo que tengo claro es que, aun engañada, la reina no va a pleitear como una verdulera sobre, quién sí o quién no, dice la verdad. Una ejecutoria de treinta y tres años de ejercicio irreprochable como persona y como reina la avalan lo suficiente como para presumir de que lado está la verdad.
Sobre la personalidad de Incitatus, el seudónimo bajo el que se esconde un reconocido periodista y escritor, que publica su columna semanal, El Cultiberio (2), en el periódico digital El Confidencial,mi amiga Ana y yo hace unos meses realizamos una exhaustiva investigación que nos llevo a su descubrimiento, pero no seremos nosotros los que la demos a la publicidad... Mójense ustedes si lo desean. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)
Notas:
(1) http://blogs.periodistadigital.com/elbaronrampante.php/2008/11/02/incitatus-el-caballo-de-caligula
(2) http://www.elconfidencial.com/cache/2008/12/13/cultiberio_35_hombre_quiso_reinar.html
Fotos:
(1) Retrato de Lutero, por Lucas Cranach:
http://www.fuenterrebollo.com/Heraldica-Piedra/Trento/martin-lutero-8.jpg
(2) Foto oficial de la reina Sofía:
http://www.casareal.es/sm_reina/images/alta_resolucion/rnac-d_hr.jpg
Martín Lutero, por Lucas Cranach
"Ya hay cisma Bastante", por Incitatus
Cada día tengo más claro que los buenos libros reconfortan. Eh, no me miren así, no es una simple perogrullada. Reconfortan, quiero decir, porque se están volviendo escasos y porque brillan como diamantes en medio de un cada vez más extenso basural de malos libros. Y encontrar diamantes, estarán ustedes de acuerdo conmigo, no sólo reconforta sino que estimula, aguijonea el pensamiento y le devuelve a uno la fe en cosas que creía olvidadas.
Jesús Bastante acaba de ver publicada, en Ediciones B, su primera novela, que se titula Cisma. Jesús es periodista y lleva escribiendo desde que comprendió cómo funcionaba el alfabeto: ha producido libros-reportaje interesantísmos, como Los curas de ETA o aquel sartenazo que se tituló Setién, un pastor entre lobos; no se me enfadará si digo aquí que el título que él quería poner, y que fue rápidamente descafeinado por la editorial, era Setién, un pastor de lobos, mucho más correcto y respetuoso con la realidad de ese hombre desdichado y de aquellos a quienes sirve. También ha escrito una biografía apresurada –pero brillante– del actual Papa y una semblanza viajera, muy hermosa, del padre Ángel García, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz.
Pero otra cosa es una novela. En el reportaje, el periodista debe escribir como sabe y contar, con todo el rigor posible, aquello que el lector desea saber. Algo que puede resultar trabajoso –hay que buscar y encontrar, para contarlas luego, cosas que el lector no conoce– pero, a la hora de sentarse al teclado, no es demasiado difícil. En la novela, sin embargo, lo que manda es el lenguaje: el escritor debe hallar la magia que logra transportar al lector a un tiempo y a un espacio lejanos o imaginarios, y envolverlo de modo tal que, desde el primer párrafo, el lector esté allí, crea lo que se le cuenta, se encuentre cómodo; que huela los olores que huelen los personajes, sienta su mismo frío, o miedo, o hambre, y se enganche con el transcurso de los acontecimientos. Que no son sólo la acción, lo que pasa, sino ese mismo frío, ese pavor o soledad o fiebre o lo que sea. Eso se hace con el uso de las palabras. En el periodismo, lo que manda es la información. En la literatura manda el arte de escribir.
Pero no sólo, eso es evidente. Jesús Bastante propone al lector que se traslade a un momento muy difícil de la historia de Europa: el año 1521, cuando tres personas de carácter muy marcado –el emperador Carlos V, el fraile agustino alemán Martín Lutero y el papa León X– se disponen a romper, unos con más voluntad que otros, la unidad cristiana: el cisma que relata Bastante es el nacimiento de la Reforma protestante. Estamos, pues, ante una novela de las que hoy se llaman, simplificando mucho, históricas.
Yo creo que las novelas históricas pueden clasificarse en tres grandes apriscos. Uno es el de aquellos libros que narran las cosas como fueron, con datos y fechas y personajes auténticos, sin salirse más que lo imprescindible de la historia verdadera, pero relatando los hechos con la fuerza de la literatura; esto es, dejando mandar a los mecanismos alquímicos del lenguaje. Ejemplos que a mí me parezcan soberbios hay pocos: Amor es rey tan grande, de Ignacio Merino, es el último que he leído; Yo Claudio, de Robert Graves, e incluso el inmortal Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, son algunos de los que más amo.
El segundo apartado es el de las novelas que toman como punto de partida unos hechos ciertos o unos personajes auténticos y que, a partir de ahí, construyen una ficción –pero sin salirse del marco general de la realidad histórica– que lleva al lector por vericuetos que son, pero que jamás deben parecer, inventados. Ahí sí que hay joyas inmensas, y sigo dando mi opinión personal. Recuerde el alma dormida no ya las tragedias del Ciclo Nacional de Shakespeare (ya, ya sé que es teatro; ¿qué más da eso?) sino el inmenso Sihuhé el egipcio, de Mika Waltari; Espartaco, de Howard Fast; más cerca de nuestros días, El hereje, de Miguel Delibes; esa diminuta joya que es Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester; Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo Sagasta, o, y los cito con toda intención, El manuscrito carmesí y El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala. Hay cientos.
El tercer grupo es el más numeroso y, sin duda, patético. El de quienes toman por las orejas un personaje o un hecho y luego escriben lo que les sale de los cojones, con perdón. Suelen ser éstas las novelas que nos martirizan con archirrepetidas y complejísimas búsquedas de griales, de tediosos pergaminos cátaros, de druidas o de lo que sea menester; o que convierten a Isabel II en una lesbiana, a Maribárbola en una intelectual o a María Magdalena en una especie de sudoku para consumidores de hamburguesas literarias. Prefiero no dar nombres. Mire cada cual lo que tiene en su biblioteca.
Jesús Bastante se ha lanzado como un halcón al más difícil de los grupos, el primero. Debo decirles que da gloria leerlo. Uno, que además de caballo y senador romano es historiador, y que ya se sabía no sólo el final sino numerosos episodios intermedios de la narración, ha disfrutado como un ratón hambriento en una librería de viejo descubriendo que la inmensa mayoría de los diálogos son auténticos: eso fue lo que dijeron, con esas palabras o muy parecidas, los asistentes a la Dieta de Worms, o el nuncio Aleander, o el más que harto Papa Adriano, o el César Carlos, o el canalla de Gattinara, o el brillante y sinuoso Federico de Sajonia.
Uno se encuentra –y al principio no se lo puede creer, pero ¡es verdad!– que Jesús Bastante se ha leído todo lo que se puede leer en este mundo sobre lo que pasaba en aquel tiempo crucial. Se lo sabe todo. Hasta el color de las calzas del emperador. Hasta el olor de los regüeldos del cabronazo de León X, de soltera Giovanni Medici. La cantidad de información auténtica es tan abrumadora que uno la goza como un verderón al toparse con las escasísimas escenas inventadas. Y lo siento: no les voy a decir cuáles son porque están tan bien inventadas, son tan verosímiles, que a este caballo, que se sabía bien la historia, le ha costado verdadero esfuerzo distinguir lo vivo de lo pintado, lo que fue de lo que pudo ser. Pocas veces se ha vuelto tan real el viejo proverbio italiano: Si non è vero, è ben trovato.
Porque esa es la segunda parte. El cómo está contado. Es verdad que uno, que es un pejiguero y un poco bastante puñeterín, se leyó Cisma con el boli en la mano buscando anacronismos, errores, lugares comunes… en fin, buscando vicios de periodista. Algunos hallé: siempre se encuentra lo que se va buscando. Pero qué asombro de escritura, caramba. Qué habilidad, qué talento para meterle a uno, de hoz y coz, en el siglo XVI; qué talento para la narración, para la escritura, para la magia del lenguaje.
Qué final, que no debo contar; qué regusto en la boca, en los oídos, en el alma, al cerrar por fin el libro. Y qué ganas de correr a este teclado y decirles a ustedes, como dijo Howard Carter cuando halló la tumba de Tut-ank-Amon: "Creo que he encontrado un gran tesoro…" Qué hermosura poder recordar algo que, últimamente, no es fácil tener siempre presente: que los buenos libros, tan escasos, reconfortan. Y cuánto.
Con todo respeto, Señora: Creo que, una de dos: o habéis metido la pata, algo que sería completamente nuevo en V. M., u os habéis fiado de una bruja determinada a traicionaros. Debo creer, y sinceramente creo, esto segundo. Habéis puesto vuestra noble confianza y vuestras palabras –esto es muchísimo más peligroso– en una persona fanática que, desde hace muchos años, sólo ve lo que le dejan ver las orejeras de su mular y tridentina concepción del catolicismo. Esa mujer no consiente otra concepción del mundo sino la que le imponen desde su comunidad cristiana, el Opus Dei, y no tengo más remedio que suponer que, fiel a sus gurús como ha sido siempre, ha "metido los dedos" en la boca de V. M. (es frase de la jerga periodística) hasta haceros decir, Señora, cosas que no pensabais, o que sin la menor duda no pensabais con tan tremendas palabras como las que hemos leído. Palabras que me ofenden a mí, que os tengo verdadero aprecio desde hace décadas; que ofenden a mi hijo, felicísimamente casado con su esposo según las leyes de la nación en que reináis, y que ofenden y escandalizan a muchos cientos de miles de españoles que, hasta ayer, os guardaban el respeto y el afecto que lleváis, Majestad, cuarenta años mereciéndoos, día por día.
La ciudadana Sofía de Grecia puede tener la opinión que quiera sobre los gays, el aborto, la eutanasia y sobre cualquier asunto. Eso es cosa suya. Pero la Reina de España no puede, Señora, contradecir y desautorizar las leyes que ha aprobado el Parlamento del Reino al que sirve. Me consta que V. M. sabe esto mejor, mucho mejor que nadie. Por eso tengo que creer –y, repito, creo de verdad– que V. M. ha sido engañada, utilizada, manipulada y, moralmente al menos, traicionada por una "periodista" sectaria que no ha dudado en usar los más viejos trucos del oficio hasta lograr que en su magnetófono quedasen registradas palabras que, sin duda V. M. ni en realidad piensa de ese modo ni debió decir jamás. Si es que las dijo.
Cuando termino de escribir estas líneas veo que llega a Internet algo que me disponía ahora mismo a pediros, Señora: unas palabras de aclaración, un "yo no he dicho eso". Iba a rogaros que os apresuraseis en ello, por bien de todos. Pero os habéis adelantado a mi ruego: ya lo ha hecho V. M. Esta es mi Reina, sí señor. Vuelvo a sonreír: la bruja ha quedado donde siempre estuvo: subida en su escribaniana escoba. Y Vos, Señora, también donde siempre: en el afecto y el respeto de todos. Así que, antes de irme a dormir, ya tranquilo, beso, tan cordial y tan lealmente como siempre, la mano de V. M. (El Cultiberio, 01/11/08)
La reina Sofía de España
Ignoro si los elogios de Incitatus a la novela de Jesús Bastante son merecidos o exagerados. No he leído nada de este autor, y lo confieso con cierto pudor, ni siquiera había oído hablar de él con anterioridad. Lo cual no es óbice para que las referencias del crítico a otros novelas del género "histórico" a las que alude, como "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar (para mi la más hermosa novela que he leído nunca) o el "Yo, Claudio", de Robert Graves, me hayan animado a leer "Cisma" en la primera ocasión que tenga.
Pero el artículo de Incitatus trae más cosas, que comparto plenamente con él. Me refiero en concreto a la "metedura de pata" de los comentarios puestos en boca de la reina Sofía por parte de la periodista Pilar Urbano. Como Incitatus, y como ya comenté en su día en este mismo blog, estoy convencido de que la reina ha sido engaña en su buena fe, independientemente de las responsabilidades que en el seno de la Casa del Rey haya que dilucidar sobre la manifiesta incompetencia de los responsables de la misma. Lo que tengo claro es que, aun engañada, la reina no va a pleitear como una verdulera sobre, quién sí o quién no, dice la verdad. Una ejecutoria de treinta y tres años de ejercicio irreprochable como persona y como reina la avalan lo suficiente como para presumir de que lado está la verdad.
Sobre la personalidad de Incitatus, el seudónimo bajo el que se esconde un reconocido periodista y escritor, que publica su columna semanal, El Cultiberio (2), en el periódico digital El Confidencial,mi amiga Ana y yo hace unos meses realizamos una exhaustiva investigación que nos llevo a su descubrimiento, pero no seremos nosotros los que la demos a la publicidad... Mójense ustedes si lo desean. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)
Notas:
(1) http://blogs.periodistadigital.com/elbaronrampante.php/2008/11/02/incitatus-el-caballo-de-caligula
(2) http://www.elconfidencial.com/cache/2008/12/13/cultiberio_35_hombre_quiso_reinar.html
Fotos:
(1) Retrato de Lutero, por Lucas Cranach:
http://www.fuenterrebollo.com/Heraldica-Piedra/Trento/martin-lutero-8.jpg
(2) Foto oficial de la reina Sofía:
http://www.casareal.es/sm_reina/images/alta_resolucion/rnac-d_hr.jpg
Martín Lutero, por Lucas Cranach
"Ya hay cisma Bastante", por Incitatus
Cada día tengo más claro que los buenos libros reconfortan. Eh, no me miren así, no es una simple perogrullada. Reconfortan, quiero decir, porque se están volviendo escasos y porque brillan como diamantes en medio de un cada vez más extenso basural de malos libros. Y encontrar diamantes, estarán ustedes de acuerdo conmigo, no sólo reconforta sino que estimula, aguijonea el pensamiento y le devuelve a uno la fe en cosas que creía olvidadas.
Jesús Bastante acaba de ver publicada, en Ediciones B, su primera novela, que se titula Cisma. Jesús es periodista y lleva escribiendo desde que comprendió cómo funcionaba el alfabeto: ha producido libros-reportaje interesantísmos, como Los curas de ETA o aquel sartenazo que se tituló Setién, un pastor entre lobos; no se me enfadará si digo aquí que el título que él quería poner, y que fue rápidamente descafeinado por la editorial, era Setién, un pastor de lobos, mucho más correcto y respetuoso con la realidad de ese hombre desdichado y de aquellos a quienes sirve. También ha escrito una biografía apresurada –pero brillante– del actual Papa y una semblanza viajera, muy hermosa, del padre Ángel García, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz.
Pero otra cosa es una novela. En el reportaje, el periodista debe escribir como sabe y contar, con todo el rigor posible, aquello que el lector desea saber. Algo que puede resultar trabajoso –hay que buscar y encontrar, para contarlas luego, cosas que el lector no conoce– pero, a la hora de sentarse al teclado, no es demasiado difícil. En la novela, sin embargo, lo que manda es el lenguaje: el escritor debe hallar la magia que logra transportar al lector a un tiempo y a un espacio lejanos o imaginarios, y envolverlo de modo tal que, desde el primer párrafo, el lector esté allí, crea lo que se le cuenta, se encuentre cómodo; que huela los olores que huelen los personajes, sienta su mismo frío, o miedo, o hambre, y se enganche con el transcurso de los acontecimientos. Que no son sólo la acción, lo que pasa, sino ese mismo frío, ese pavor o soledad o fiebre o lo que sea. Eso se hace con el uso de las palabras. En el periodismo, lo que manda es la información. En la literatura manda el arte de escribir.
Pero no sólo, eso es evidente. Jesús Bastante propone al lector que se traslade a un momento muy difícil de la historia de Europa: el año 1521, cuando tres personas de carácter muy marcado –el emperador Carlos V, el fraile agustino alemán Martín Lutero y el papa León X– se disponen a romper, unos con más voluntad que otros, la unidad cristiana: el cisma que relata Bastante es el nacimiento de la Reforma protestante. Estamos, pues, ante una novela de las que hoy se llaman, simplificando mucho, históricas.
Yo creo que las novelas históricas pueden clasificarse en tres grandes apriscos. Uno es el de aquellos libros que narran las cosas como fueron, con datos y fechas y personajes auténticos, sin salirse más que lo imprescindible de la historia verdadera, pero relatando los hechos con la fuerza de la literatura; esto es, dejando mandar a los mecanismos alquímicos del lenguaje. Ejemplos que a mí me parezcan soberbios hay pocos: Amor es rey tan grande, de Ignacio Merino, es el último que he leído; Yo Claudio, de Robert Graves, e incluso el inmortal Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, son algunos de los que más amo.
El segundo apartado es el de las novelas que toman como punto de partida unos hechos ciertos o unos personajes auténticos y que, a partir de ahí, construyen una ficción –pero sin salirse del marco general de la realidad histórica– que lleva al lector por vericuetos que son, pero que jamás deben parecer, inventados. Ahí sí que hay joyas inmensas, y sigo dando mi opinión personal. Recuerde el alma dormida no ya las tragedias del Ciclo Nacional de Shakespeare (ya, ya sé que es teatro; ¿qué más da eso?) sino el inmenso Sihuhé el egipcio, de Mika Waltari; Espartaco, de Howard Fast; más cerca de nuestros días, El hereje, de Miguel Delibes; esa diminuta joya que es Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester; Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo Sagasta, o, y los cito con toda intención, El manuscrito carmesí y El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala. Hay cientos.
El tercer grupo es el más numeroso y, sin duda, patético. El de quienes toman por las orejas un personaje o un hecho y luego escriben lo que les sale de los cojones, con perdón. Suelen ser éstas las novelas que nos martirizan con archirrepetidas y complejísimas búsquedas de griales, de tediosos pergaminos cátaros, de druidas o de lo que sea menester; o que convierten a Isabel II en una lesbiana, a Maribárbola en una intelectual o a María Magdalena en una especie de sudoku para consumidores de hamburguesas literarias. Prefiero no dar nombres. Mire cada cual lo que tiene en su biblioteca.
Jesús Bastante se ha lanzado como un halcón al más difícil de los grupos, el primero. Debo decirles que da gloria leerlo. Uno, que además de caballo y senador romano es historiador, y que ya se sabía no sólo el final sino numerosos episodios intermedios de la narración, ha disfrutado como un ratón hambriento en una librería de viejo descubriendo que la inmensa mayoría de los diálogos son auténticos: eso fue lo que dijeron, con esas palabras o muy parecidas, los asistentes a la Dieta de Worms, o el nuncio Aleander, o el más que harto Papa Adriano, o el César Carlos, o el canalla de Gattinara, o el brillante y sinuoso Federico de Sajonia.
Uno se encuentra –y al principio no se lo puede creer, pero ¡es verdad!– que Jesús Bastante se ha leído todo lo que se puede leer en este mundo sobre lo que pasaba en aquel tiempo crucial. Se lo sabe todo. Hasta el color de las calzas del emperador. Hasta el olor de los regüeldos del cabronazo de León X, de soltera Giovanni Medici. La cantidad de información auténtica es tan abrumadora que uno la goza como un verderón al toparse con las escasísimas escenas inventadas. Y lo siento: no les voy a decir cuáles son porque están tan bien inventadas, son tan verosímiles, que a este caballo, que se sabía bien la historia, le ha costado verdadero esfuerzo distinguir lo vivo de lo pintado, lo que fue de lo que pudo ser. Pocas veces se ha vuelto tan real el viejo proverbio italiano: Si non è vero, è ben trovato.
Porque esa es la segunda parte. El cómo está contado. Es verdad que uno, que es un pejiguero y un poco bastante puñeterín, se leyó Cisma con el boli en la mano buscando anacronismos, errores, lugares comunes… en fin, buscando vicios de periodista. Algunos hallé: siempre se encuentra lo que se va buscando. Pero qué asombro de escritura, caramba. Qué habilidad, qué talento para meterle a uno, de hoz y coz, en el siglo XVI; qué talento para la narración, para la escritura, para la magia del lenguaje.
Qué final, que no debo contar; qué regusto en la boca, en los oídos, en el alma, al cerrar por fin el libro. Y qué ganas de correr a este teclado y decirles a ustedes, como dijo Howard Carter cuando halló la tumba de Tut-ank-Amon: "Creo que he encontrado un gran tesoro…" Qué hermosura poder recordar algo que, últimamente, no es fácil tener siempre presente: que los buenos libros, tan escasos, reconfortan. Y cuánto.
Con todo respeto, Señora: Creo que, una de dos: o habéis metido la pata, algo que sería completamente nuevo en V. M., u os habéis fiado de una bruja determinada a traicionaros. Debo creer, y sinceramente creo, esto segundo. Habéis puesto vuestra noble confianza y vuestras palabras –esto es muchísimo más peligroso– en una persona fanática que, desde hace muchos años, sólo ve lo que le dejan ver las orejeras de su mular y tridentina concepción del catolicismo. Esa mujer no consiente otra concepción del mundo sino la que le imponen desde su comunidad cristiana, el Opus Dei, y no tengo más remedio que suponer que, fiel a sus gurús como ha sido siempre, ha "metido los dedos" en la boca de V. M. (es frase de la jerga periodística) hasta haceros decir, Señora, cosas que no pensabais, o que sin la menor duda no pensabais con tan tremendas palabras como las que hemos leído. Palabras que me ofenden a mí, que os tengo verdadero aprecio desde hace décadas; que ofenden a mi hijo, felicísimamente casado con su esposo según las leyes de la nación en que reináis, y que ofenden y escandalizan a muchos cientos de miles de españoles que, hasta ayer, os guardaban el respeto y el afecto que lleváis, Majestad, cuarenta años mereciéndoos, día por día.
La ciudadana Sofía de Grecia puede tener la opinión que quiera sobre los gays, el aborto, la eutanasia y sobre cualquier asunto. Eso es cosa suya. Pero la Reina de España no puede, Señora, contradecir y desautorizar las leyes que ha aprobado el Parlamento del Reino al que sirve. Me consta que V. M. sabe esto mejor, mucho mejor que nadie. Por eso tengo que creer –y, repito, creo de verdad– que V. M. ha sido engañada, utilizada, manipulada y, moralmente al menos, traicionada por una "periodista" sectaria que no ha dudado en usar los más viejos trucos del oficio hasta lograr que en su magnetófono quedasen registradas palabras que, sin duda V. M. ni en realidad piensa de ese modo ni debió decir jamás. Si es que las dijo.
Cuando termino de escribir estas líneas veo que llega a Internet algo que me disponía ahora mismo a pediros, Señora: unas palabras de aclaración, un "yo no he dicho eso". Iba a rogaros que os apresuraseis en ello, por bien de todos. Pero os habéis adelantado a mi ruego: ya lo ha hecho V. M. Esta es mi Reina, sí señor. Vuelvo a sonreír: la bruja ha quedado donde siempre estuvo: subida en su escribaniana escoba. Y Vos, Señora, también donde siempre: en el afecto y el respeto de todos. Así que, antes de irme a dormir, ya tranquilo, beso, tan cordial y tan lealmente como siempre, la mano de V. M. (El Cultiberio, 01/11/08)
La reina Sofía de España
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Zafón y Brown no son Esquilo y Virglio
Ya lo dicho en ocasiones anteriores, pero no me importa repetirme a mí mismo: en Occidente, después de la cultura greco-latina, casi todo lo demás es mera paráfrasis de ésta... La frase es mía y la cedo gustoso sin copy-right. No soy el único que lo piensa... Por ejemplo, el poeta y escritor Luis Antonio de Villena (1), se pregunta en El País de hoy el porqué Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca, Cicerón, Platón o Herodoto, que tanto tienen que enseñar al hombre de nuestros días... No da ninguna respuesta a su pregunta, pero si adelanta una conclusión que comparto: estamos creando una sociedad "en la que hay una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta (.../...) con una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta".
Si la literatura que consumimos es un índice del grado de cultura de una sociedad, creo percibir presagios de tormenta. Permítaseme un símil, y no es nada personal pues he leído con gusto tanto "La sombra del viento" (2) como "El Código Da Vinci" (3), pero comparar a Carlos Ruíz Zafón o Dan Brown, sus autores respectivos, con Esquilo o Virgilio, es como comparar el "tachum-tachum" de la música "bacalao" con el "Don Giovanni" de Mozart. Desde luego, en un sentido lato lo que hacen los Zafón y Brown son tan literatura como las obras inmortales de Esquilo y Virgilio, y tan música es el "tachum-tachum" como la ópera más excelsa... Y claro está que siempre será preferible leer un super-ventas a no leer nada; o escuchar el "tachum-tachum" a no disfrutar del placer de la música, pero en ambos casos, ese debería ser sólo el primer paso en la búsqueda y encuentro de la excelencia literaria y musical. Aunque sobre gustos no haya nada escrito... Disfruten del artículo de Villena. Es bastante más serio que mi digresión, un tanto a vuela pluma y con cierta dosis de mala leche, producto del desencanto... Sean felices. Tamaragua. (HArendt)
El poeta y escritor Luis Antonio de Villena
Notas:
(1) http://www.luisantoniodevillena.es/
(2) http://www.lasombradelviento.net/
(3) http://www.codigo-da-vinci.com.ar/
Fotos:
(1) Luis Antonio de Villena:
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(2) Zapatero y Rajpy:
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Rajoy y Zapatero, a lo suyo...
"¿Por qué Rajoy o Zapatero nunca citan a Cicerón?", por Luis Antonio de Villena
El poeta y ensayista recopila una selección del saber grecolatino en 'Biblioteca de clásicos para uso de modernos'.
El escritor Luis Antonio de Villena, que ha recogido en una especie de "diccionario personal" el fértil mundo de la Antigüedad de griegos y latinos, ha confesado hoy su inquietud porque Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca o a Cicerón. "¡Quizás sea pudor para exhibir su inmensa cultura!", señala con sorna el poeta (Madrid, 1951), autor de un sugestivo título: Biblioteca de clásicos para uso de modernos, un encargo de la editorail Gredos, el sello más prestigioso sobre la literatura grecolatina.
"El objetivo es suplir en lo posible la pérdida del estudio de los clásicos, incentivar la investigación de ese mundo, que es la base de toda la cultura occidental", explica el escritor, convencido de que sin esos clásicos "seríamos muy otra cosa de lo que somos. Ya de colegial, De Villena se interesaba por la Antigüedad, y ahora destaca la "genuina modernidad y ancho humanismo" de esos grecorromanos, cuya "gran pluralidad moral" recalca, que nos ayudaría a construir "un futuro más hedonista y feliz".
Época de libertad moral. "Entonces, quien quería suicidarse hasta recibía ayuda, y el caso más conocido es el de Séneca. La eutanasia, la libertad sexual, la libertad de religiones y de opciones funcionaron muy bien en la Antigüedad clásica, y es bueno saberlo", sostiene. Precisa que, si "en política no había libertad, porque sobre todo en Roma mandaba el Emperador, en moral sí la había, con muchas religiones hasta que irrumpió el cristianismo, rama herética del judaísmo que derivó en el ataque a los paganos, los otros, hasta la idea de unir Estado y religión".
De Villena cree que "se conocen poco los casos de mártires paganos", como cuando en la Alejandría del siglo IV d. C. un obispo muy bruto lanzó a la calle a una masa de cristianos, que mataron a la filósofa Hipatia sólo porque enseñaba neoplatonismo y matemáticas". Recuerda la "saña especial" de los cristianos contra Epicuro, porque enseñaba placer, "pero lo entendieron mal, porque él hablaba de una forma de vida, del placer como sentimiento oculto de la vida". "Solo vieron placer sexual a secas y se pusieron como energúmenos", explica de Villena, que reclama "el alma" de Platón.
Que los políticos lean a los griego. En su opinión, "los modernos son los que mejor debieran conocer a los clásicos", y por eso le inquieta "la incultura de los políticos", a los que culpa del "gravísimo atraso" que sufre España en el terreno cultural. "Esperanza Aguirre está contentísima porque aprendió inglés y cree que con eso puede ir por el mundo como una viajera", recrimina guasón a la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre otros gobernantes, a los que aconseja buscar fundamento en la Antigüedad y orientarse "leyendo a los griegos".
En su diccionario abundan los escritores, pero hay filósofos, historiadores, militares, políticos, poetas y dramaturgos, hasta más de medio centenar de nombres, desde el emperador Adriano, nacido el año 76 de nuestra era, hasta el poeta Virgilio, cuya llegada al mundo se sitúa en el año 70 a.C., aunque su lectura no requiere ni ése ni otro orden. El libro incluye otras entradas temáticas como "Biblioteca de Alejandría", "Biógrafos e Historiadores latinos", "Grafitos pompeyanos", "Mimos y pantomimas" y hasta un apartado sobre "Homosexualidad griega".
"Es curioso que los griegos antiguos consideraron la pederastia como una institución típicamente helénica", escribe, y recuerda que Herodoto en Los nueve libros de la Historia declaró que los persas copiaron a los griegos "las relaciones amorosas con muchachos". De Villena no duda de qué personajes se traería a la situación actual: a Platón y a Cicerón. "Los dos eran grandes escritores y pensadores y sería interesante verlos reaccionar, con sus distintas perspectivas, ante nuestro complicado y empobrecido mundo contemporneo".
Porque la multiplicación de conocimientos, "el que uno invente el ordenador y el resto lo use sin saber cómo funciona", ha derivado -señala- en "una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta". "Un problema que va unido a la libertad -recalca-, a la capacidad de protestar, de rebelarse o hacer oposición, porque sin generar ideas, sin saberlas argumentar, defender, ni enriquecer, el resultado es estar sometido". "Y esto es lo que tenemos -concluye-, una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta".
(El País, 10/12/08)
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