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jueves, 29 de agosto de 2013

Dios, yo y mi circunstancia





Imagen (parcial) de los manuscritos de Qumrán



Recuerdo haber leído una frase -pero no su autor- que decía más o menos: "todo lo que se puede pensar, puede existir". Y otra, antagónica, de un teólogo protestante alemán -del que tampoco recuerdo el nombre- que venía a decir: "Dios es aquello que no podemos pensar ni conocer". Puestas ambas en relación, la conclusión es que la idea de la existencia de Dios "repugna" a mi razón. Sí, ya sé que la razón no es un elemento precisamente de veracidad incontrovertible: "La realidad -dice Ortega y Gasset- como un paisaje, tiene infinitas perspectivas todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde lugar ninguno. El utopista -y esto ha sido en esencia el racionalismo- es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto". Reconozco, pues, que puedo estar equivocado, pero eso es lo que pienso desde mi perspectiva.

No soy, no puedo, ser creyente en un ente, impersonal, preexistente a todo y creador del universo, ni en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro; pero no soy arreligioso, ni amoral. Comparto en gran parte lo dicho por Ortega: "Yo no concibo que ningún hombre que aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso", pero tengo claro que moral y religión no tienen nada que ver; eso ya me lo enseñó en mis años de bachillerato, un excelente profesor de Filosofía, del que ya he hablado en anteriores ocasiones en el blog. De las cinco partes en que se dividía para su estudio la asignatura: Lógica, Psicología, Ética, Metafísica y Moral (sino recuerdo mal, creo que eran esas) las que más gustaban eran, por ese orden, la Lógica y la Moral. Al final, en el corte del bachillerato elemental al superior, opté por Ciencias. Y creo que me equivoqué, pero a estas alturas ya no tiene remedio.

Desde esa perspectiva, o circunstancia, si lo prefieren, no tengo empacho alguno en declararme como cristiano-agnóstico (o agnóstico-cristiano), si por cristiano se entiende a aquel que entiende y comparte gran parte de las enseñanzas del personaje histórico Jesús de Nazareth. Pero de ahí, es difícil que pase. Mi problema, como el de la filósofa y mística francesa de origen judío, Simone Weil ("Carta a un religioso": Trotta, Madrid, 1998), tantas veces citada por mí en el blog, es que comparto plenamente su criterio de que "la Iglesia ha sido un gran animal totalitario [...] iniciadora de la manipulación de toda la historia de la humanidad con fines apologéticos [...] Mi vocación es ser cristiana fuera de la Iglesia", dice. La mía, también.

La entrada de hoy es producto de varias circunstancias: Mi interés, proclamado y explícito, por el fenómeno religioso; la lectura, por fin concluida después de varios intentos que se han extendido durante años de "La esencia del cristianismo" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996), de Ludwig Feurbach; del "Así habló Zaratustra" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1970), de Friedrich Nietzsche; y  de la relectura, en curso, del tomo octavo y último de la impresionante "Historia crítica del pensamiento español" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993), de José Luis Abellán, que abarca el período comprendido entre 1914 y 1939.

También ha supuesto una circunstancia añadida la emitisión ayer miércoles por la 2 de TVE de un documental sobre "Los manuscritos del Mar Muerto", muy interesante, centrado en la suposición -un tanto aventurada e imposible hasta ahora de confirmación- sobre la cuestión de si el Jesús histórico fue miembro de la secta judía, anti-Templo, de los "esenios", que fueron los que escribieron dichos manuscritos y los enterraron para salvarlos de la ira romana ante la rebelión judía de los años 70 d.C. Mi hija Ruth ha sido capaz de encontrarme el citado vídeo, algo que yo no supe hacer en la página electrónica de RTVE, y pueden verlo en el enlace de más arriba. Yo he encontrado este otro, realizado por el canal de televisión Historia y Ciencia, que no desmerece en absoluto del anterior.

Sobre los papiros del Mar Muerto, encontrados casualmente a mediados del pasado siglo en varias cuevas de la desértica región israelí de Qumrán, junto al mar Muerto, les recomiendo la lectura del artículo "¿Misterios desvelados?", de Henry Wansbrough, teólogo e investigador bíblico, publicado en el número de diciembre de 2011 de Revista de Libros, reseñando el libro "El significado de los rollos del Mar Muerto" (Trotta, Madrid, 2011), de James Vander Kam y Peter Flint. Los leí -artículo y libro- el pasado año y reconozco que me resultaron fascinantes. Sobre todo el libro: un texto erudito y científico sin la menor concesión a las fantasías al uso sobre este tema plagado de fantasís y lucrubraciones sin fundamento.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Las cuevas de Qumrán (Israel)




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martes, 6 de agosto de 2013

La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios...





Pantócrator de San Clemente de Taüll (Cataluña, España)



No soy creyente, así que no se me desanimen de entrada por el epígrafe. Lo cual no quiere decir que no me interese el fenómeno religioso. Si me permiten la aparente contradicción, diría que nos preocupa más la religión a los no creyentes que a los obispos; desde luego más que a la mayoría de los obispos y cardenales españoles, seguro.

Me da pie a esta entrada una historia, ignoro si real o apócrifa, que se atribuye al obispo de Roma, Francisco, cuando siendo aún obispo de Buenos Aires, una mujer se le acercó para pedirle que rogara por su hijo, que había perdido la fe y apartado de la iglesia. Le preguntó a su vez el obispo a la mujer: ¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás? La mujer le repondió que sí. Entonces quédese tranquila; su hijo sigue creyendo en lo único que debe creer, fue su respuesta.

El teólogo José María Castillo, en su obra "La humanidad de Dios" (Trotta, Madrid, 2012) es rotundo: "La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios". Con similares palabras se pronuncia también el teólogo Hans Küng: "El cristianismo, esencia e historia" (Trotta, Madrid, 1997). Y no parece distinto el planteamiento del antropólogo y jesuita Teilhard de Chardin en "El fenómeno humano" (Taurus, Madrid, 1965). ¿Todos ellos son herejes? No voy a entrar en esa discusión, pero comparto sus criterios.

Como comparto el de la filosofa francesa Simone Weil, judía, educada en el ateísmo, pero muy cercana al misticismo católicocon una cita que he repetido ya en este blog en numerosas ocasiones: Si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe me sería más fácil. La Cruz sola me basta. ("Carta a un religioso": Trotta, Madrid, 1998).

Ando releyendo y anotando estos días "La esencia del cristianismo" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) del filósofo alemán Ludwig Feuerbach, uno de los críticos más agudos de la religión, en general, y del cristianismo en particular. Es un libro complejo, pero revelador, que en el momento de su publicación (1841) conmocionó la filosofía alemana. Su tesis central es que Dios no es sino la proyección exterior de la esencia humana. 

En la página 249 de la edición citada hay un largo párrafo cuya lectura provocó en mí una especie de "exaltación" que me hizo recordar todas las lecturas citadas más arriba (y otras que no vienen al caso) y que me reconfortó sobremanera en mi propio posicionamiento sobre el fenómeno religioso. Espero que les resulte interesante. Dice así: "La expresión inequívoca, el símbolo característico de esta unidad inmediata de género e individuo en el critianismo es Cristo, el verdadero Dios de los cristianos. Cristo es el modelo, el concepto existente de la humanidad, la suma de todas las perfecciones morales y divinas,con exclusión de todo lo negativo e imperfecto; hombre puro, celestial y sin pecado, es el hombre del género, el Adán Kadmon, pero no como la totalidad del género, de la humanidad, sino inmediatamente como un individuo, como una persona. Cristo, es decir, el Cristo cristiano, no es por lo tanto, el centro sino el término de la historia. Esto resulta tanto del concepto como de la historia. Los cristianos esperaban el fin del mundo y de la historia. Cristo mismo profetiza en la Biblia, a pesar de todas las mentiras y sofismas de nuestros exégetas, clara y distintamente el cercano fin del mundo. La historia se apoya en la diferencia de individuo y especie. Allí donde termina esta diferencia se acaba la historia, se pierde el sentido y la inteligencia de la historia. No le queda al hombre más que la contemplación y la apropiación de este ideal realizado y el vacío instinto de propagación: la predicación que enseña que Dios se ha manifestado y que el fin del mundo ha llegado."

Les recomiendo la lectura del artículo de Antonio Piñero en el último número de Revista de Libros (julio/agosto, 2013) titulado "La divinización de Jesús". Y si lo desean, pueden acceder y descargar el texto completo de "La esencia del cristianismo", de Ludwig Feuerbach, en este enlace. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Ludwig Feuerbach (1804-1872)





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miércoles, 12 de junio de 2013

George Santayana: El filósofo accidental




George Santayana (1863-1952)




Dicen que las vacaciones son un momento ideal para la lectura... Yo, desde que me jubilé, no he vuelto a disfrutar de vacaciones. No me pidan que se lo explique, pero es así. Antes (de jubilarme) tenía tiempo para todo: el trabajo, la familia, los estudios, las lecturas, la política, la actividad sindical, y hasta para los amigos (más las amigas que los amigos, lo confieso). Ahora, siete años después, tengo mi tiempo ocupado totalmente; en servicio permanente de alerta, como los bomberos, la policía o los médicos de guardia. Ni la menor oportunidad de aburrimiento. Y sin vacaciones...

En los estertores del verano de 2008 pasé unos días en Punta Umbría (Huelva). Como hacía siempre que iba a la Península, fuera la causa del viaje la que fuera, me llevé varios libros. Entre ellos, dos que terminé allí de leer: el segundo tomo de la trilogía de "Tu rostro mañana" (De Bolsillo, Barcelona, 2008), de Javier Marías, y "Platonismo y vida espiritual" (Trotta, Madrid, 2006), de George Santayana, ambos adquiridos en quien aquella época era mi librero habitual, la Librería Beatriz, de Madrid, que la crisis se llevó por delante inmisericorde.

Javier Marías era ya para entonces uno de mis autores favoritos (y sigue siéndolo), pero de George Santayana (1863-1952), un filósofo español al que muchos califican de "excéntrico", no había leído absolutamente nada hasta que un artículo en el número de junio de ese año en Revista de Libros, titulado "Fuego pálido", y escrito por el profesor de Filosofía de la UNED Ramón del Castillo, me animó a ello; y así llegué hasta su "Platonismo y vida espiritual" citado. 

No voy a entretenerles con mis pensamientos sobre Platón. Sobre la vida espiritual, tampoco, pero aprovecho la ocasión para defender una vez más algo que muchas personas de buena voluntad no acaban de entender: que no es necesario ser creyente de religión alguna para gozar de una vida espiritual digna y satisfactoria. Al menos esa es mi experiencia propia, y por citar una sola opinión similar de autoridad,  también la de la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) tantas veces mencionada en este blog.

El insomnio provoca acciones inesperadas, así que a las 04:00 de hoy enciendo el portátil y me pongo a ojear, al azar, la edición electrónica de Revista de Libros y me encuentro con otro artículo del profesor Del Castillo sobre Santayana, "El americano accidental", de abril de 2004, que no recordaba haber leído (y tengo buena memoria para las lecturas). Solo puedo decir que me ha encantado, pues me ha aclarado bastantes lagunas  que tenía sobre la vida y la obra de uno de los filósofos y pensadores más originales del siglo XX, y además español, aunque toda su vida académica transcurriera prácticamente fuera de España. 

Estoy convencido de que por poco interés que la filosofía despierte en ustedes los artículos del profesor Ramón del Castillo que he citado les van a resultar interesantes. Les animo a leerlos, y ya me contarán, si lo desean. Están en su casa...

Y sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




"El sueño de la razón produce monstruos"
Francisco de Goya (1746-1828)







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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Dios, existe?: Un debate inacabable




El filósofo Antony Flew (1923-2010)




Lo primero que uno debería hacer a la hora de plantear un diálogo es esperar que todos los participantes en él compartan, al menos, el significado de los conceptos sobre los que van a hablar. Y después, como Platón pone en boca de Sócrates en la República, debemos seguir la argumentación hasta donde quiera que nos lleve.

En los hispanohablantes una forma de hacerlo es recurrir a las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española. No son infalibles, se modifican a menudo, pero son un punto de partida. Así pues, vamos a revisar algunos de los conceptos claves del asunto que nos ocupa, y luego, puestos de acuerdo, proseguimos.

1. Ateo: El que niega la existencia de Dios; 2. Agnóstico: Actitud filosófica de todo aquel que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende a la experiencia; 3. Teísta: El que cree en un dios personal y providente, creador y conservador del mundo; 4. Fe (en sentido religioso): Conjunto de creencias en una religión; 5. Dios: Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.

Si estamos de acuerdo en el sentido de las palabras citadas, comenzaré por decir que, entonces, yo no soy ateo, ni agnóstico, ni teísta, ni tengo fe, ni creo en Dios. ¿Negatividad absoluta, pues? Pues no, tampoco eso.

La razón de esta entrada tan personal, subjetiva, y probablemente inconveniente, obedece a la lectura de un libro con el que he disfrutado mucho. Me ha gustado por su estilo autobiográfico agil y claro, pero su lectura no ha conseguido provocar cambio alguno en mi opinión sobre el fenómeno religioso, y más concretamente sobre el problema de la existencia o inexistencia de Dios. 


Me refiero al libro Dios existe (Trotta, Madrid, 2012) escrito por el filósofo británico Antony Flew (1923-2010). Considerado como el representante más destacado del ateísmo filósofico anglosajón en la segunda mitad del pasado siglo, el profesor Flew mantuvo al respecto una posición inflexible y crítica durante más de cincuenta años. Hasta mayo de 2004, cuando en el transcurso de un debate público en la New York University, anunció su conversión al teísmo y su aceptación de la existencia de Dios. Y ello, dijo, a consecuencia de los nuevos avances científicos sobre la estructura del ADN, y sul reconocimiento de la racionalidad intrínseca del hecho de la existencia de Dios.

Escrito en 2007 tras su conversión, a modo de justificación racional del cambio radical de su posicionamiento filosófico anterior, el libro está divido en dos partes muy similares en extensión. 

En la primera, "Mi negación de lo divino", de marcado carácter autobiográfico, hace un recorrido expositivo sobre sus primeros años de vida en el seno de una familia de profunda raigambre religiosa metodista, que él -dice- no compartió nunca, su formación académica en la Universidad de Oxford, y su temprana adscripción al ateísmo filosófico. Sus estudios y escritos le llevaron a mantener y defender vigorosamente el ateísmo filosófico durante más de cincuenta años, a lo largo de una dilata vida académica en universidades de Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos. Los títulos de los apartados que componen esta primera parte son significativos por sí mismos: 1. La creación de un ateo; 2. Donde lleve la evidencia; y 3. El ateísmo detenidamente considerado.  

La segunda parte, "Mi descubrimiento de lo divino", la dedica a explicar su cambio de posición, las razones que le llevaron hasta él, y los fallos que, ahora, reconocía en sus obras anteriores más significativas, como Teología y falsificación, Dios y filosofía, o La presunción de ateísmo. De nuevo los diferentes apartados que conforman esta segunda parte de su libro dan una idea bastante clara de los argumentos que la sostienen: 1. Una peregrinación de la razón; 2. ¿Quién escribió las leyes de la naturaleza?; 3. ¿Sabía el universo que nosotros veníamos?; 4. ¿Cómo llegó a existir la vida?, 5. ¿Salió algo de la nada?; 6. Buscando un lugar para Dios; y 7. Abierto a la omnipotencia.

Muy interesante también, y oportuno, el prólogo a la edición española del libro, escrito por Francisco José Soler Gil. En él se destaca, con sumo acierto a mi juicio, el escaso interés que las cuestiones teológicas han suscitado siempre en España entre el público culto y los ambientes académicos, contrariamente a lo que ocurre en el mundo anglosajón, en el que gozan de una enorme relevancia e interés. Falta de interés que, personalmente, yo achaco a la precaria, por no decir nula, formación religiosa y no digamos teológica, de la mayoría de los españoles. 

Lo mismo me cabe decir del apéndice "B" del libro, escrito por N.T. Wrigth y el propio Flew, que lleva el sugestivo título de "La autorrevelación de Dios en la historia humana: Un diálogo sobre Jesús", centrado en la problemática de la demostración de la existencia real e histórica del mismo, de su carácter de personificación de la divinidad, o sobre la cuestión de su resurrección física y real después de su muerte.

Por el contrario, poco o nada, me ha gustado el prefacio del libro y el apéndice "A" del mismo: "El nuevo ateísmo: Una aproximación crítica a Dawkins, Dennet, Wolpert, Harris y Stenger", escrito por Roy Abraham Varghese, y dedicado en un tono bastante vulgar, provocador y a menudo insultante, a desacreditar las posiciones de los más significados defensores del ateísmo filósofico.

Pienso que va siendo hora ya de volver al planteamiento que formulaba al inicio de esta entrada: ¿Si no soy ateo, ni agnóstico, ni teísta, ni tengo fe, ni creo en Dios, que soy o en qué creo? No se si acertaré a explicarlo pero voy a intentarlo de la forma más clara posible.

Una de las entradas más visitadas del blog es la titulada "Dios somos nosotros", que escribí en abril de 2009, y en la que dejaba constancia de mi interés, desde siempre, sobre el fenómeno religioso, y en concreto por el cristianismo. Y es que, a pesar de mi convicción de la inexistencia de Dios, la vida después de la muerte, o la resurrección de Cristo, creo firmemente en el mensaje de alcance universal que los Evangelios transmiten sobre la persona real y humana del Jesús de Nazareth histórico. 

En ese sentido, hago mia la afirmación del teólogo español Juan José Castillo, en su obra La humanidad de Dios (Trotta, Madrid, 2012), cuando afirma que la esencia del cristianismo no es Dios sino Cristo. Y asumo por igual, y con el mismo énfasis que ella, la dolorosa declaración de la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943), cuando en su obra Carta a un religioso (Trotta, Madrid, 1998) afirma que si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe le sería más fácil, pues la Cruz sola le bastaba. A mí me pasa lo mismo.

El vídeo que acompaña la entrada recoge el debate sobre la existencia o inexistencia de Dios celebrado en 1998 en la Universidad de Wisconsin, en Madison, ante más de cuatro mil personas, entre el filósofo teísta William Lane Craig y el propio Antony Flew, entonces ateo. Un debate llevado a cabo con ocasión del cincuentenario de la también famosa controversia sobre este mismo asunto entre los también filósofos Frederick Copleston, a favor de la existencia de Dios, y Bertrand Russell, en contra de la misma. Está en inglés y puede leerse subtitulado en ese mismo idioma. Espero que les resulte interesante.

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 1759
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domingo, 1 de junio de 2008

Dios al desnudo






Polemizar sobre la existencia o no existencia de Dios con un creyente (o con un "no creyente) es absurdo. Es una cuestión irracional e irresoluble. La lista de los que lo han intentado es inabarcable. Y siempre, la piedra de toque, es el silencio de Dios ante el sufrimiento. No voy a insistir en ello. No soy creyente. Los mitos son bellos, pero no dejan de ser mitos. Allá cada cual que crea en lo que le parezca. La polémica puede resultar muy dolorosa, como en el caso de la filósofa francesa Simone Weil  y su famosa "Carta a un religioso" (Trotta, Madrid, 1998). El País de hoy trae de nuevo el asunto a colación con un interesante artículo del profesor Peter Singer, de la Universidad de Princeton. Sí, esa en cuyo Hospital Universitario trabaja nuestro desastrado doctor House... Sean felices. HArendt


Simone Weil




¿El Dios del sufrimiento?", por Peter Singer

Vivimos en un mundo creado por un dios todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno? Los cristianos así lo creen. No obstante, todos los días nos enfrentamos a un motivo poderoso para dudarlo: en el mundo hay mucho dolor y sufrimiento. Si Dios es omnisciente, sabe cuánto sufrimiento hay. Si es todopoderoso, podría haber creado un mundo sin tanto dolor, y lo habría hecho si fuera absolutamente bueno.

Los cristianos generalmente responden que Dios nos concedió el don del libre albedrío, y por lo tanto no es responsable del mal que hacemos. Pero esta respuesta no toma en cuenta el sufrimiento de quienes se ahogan en inundaciones, se queman vivos en incendios forestales provocados por un rayo o mueren de hambre o sed durante una sequía.

Los cristianos tratan de explicar este sufrimiento diciendo que todos los seres humanos son pecadores y merecen su suerte, por espantosa que sea. Pero los bebés y niños pequeños tienen las mismas probabilidades que los adultos de sufrir y morir en desastres naturales y parece imposible que lo merezcan.

Una vez más, algunos cristianos sostienen que todos hemos heredado el pecado original cometido por Eva, que desafió el decreto de Dios de no comer del árbol del conocimiento. Esta es una idea repelente por partida triple, ya que implica que el conocimiento es malo, que desobedecer la voluntad de Dios es el mayor de todos los pecados y que los niños heredan los pecados de sus antepasados y pueden ser justamente castigados por ellos.

Aun si aceptáramos todo esto, el problema sigue sin solución. Los animales también sufren a causa de las inundaciones, incendios y sequías y, puesto que no descienden de Adán y Eva, no pueden haber heredado el pecado original.

En tiempos pasados, cuando el pecado se tomaba más en serio que hoy en día, el sufrimiento de los animales planteaba un problema particularmente difícil a los pensadores cristianos. El filósofo francés del siglo XVII René Descartes lo resolvió mediante el drástico recurso de negar que los animales puedan sufrir. Sostenía que los animales eran simplemente mecanismos ingeniosos y que no se debían tomar sus chillidos y contorsiones como señal de dolor, de la misma manera que no se toma el ruido de un reloj despertador como señal de que tiene conciencia. Es poco probable que las personas que tienen un gato o un perro encuentren convincente ese argumento.

El mes pasado, en la Universidad de Biola, una escuela cristiana en el sur de California, debatí la existencia de Dios con el comentarista conservador Dinesh D'Souza. En los últimos meses, D'Souza ha insistido en discutir con ateos prominentes, pero a él también le costó trabajo encontrar una respuesta convincente al problema que he descrito.

Primero dijo que puesto que los seres humanos pueden vivir eternamente en el cielo, el sufrimiento de este mundo es menos importante que si nuestra vida en este mundo fuera la única que tuviéramos. Eso sigue sin explicar por qué un dios todopoderoso y absolutamente bueno lo permitiría. Por insignificante que sea este sufrimiento desde la perspectiva de la eternidad, el mundo estaría mejor sin él, o al menos sin la mayor parte de él. (Algunas personas afirman que necesitamos algo de sufrimiento para apreciar lo que es ser feliz. Tal vez, pero ciertamente no necesitamos tanto).

A continuación, D'Souza adujo que como Dios nos dio la vida, no estamos en condiciones de quejarnos si no es perfecta. Utilizó el ejemplo de un niño nacido sin una pierna. Dijo que si la vida en sí misma es un don, no se nos hace un daño si recibimos menos de lo que podríamos desear. En respuesta, señalé que nosotros condenamos a las madres que dañan a sus bebés mediante el uso de alcohol o cocaína durante el embarazo. No obstante, ya que le dan la vida a sus hijos, parece que según la opinión de D'Souza lo que hacen no tiene nada de malo.

Por último, D'Souza recurrió, como lo hacen muchos cristianos cuando se les presiona, a la afirmación de que no podemos esperar entender los motivos de Dios para crear el mundo tal como es. Es como si una hormiga tratara de entender nuestras decisiones, por lo insignificante que es nuestra inteligencia en comparación con la infinita sabiduría de Dios. (Ésta es la respuesta que se da de forma más poética en el Libro de Job). Pero una vez que abdicamos así de nuestra capacidad de raciocinio, bien podemos creer lo que sea.

Además, la afirmación de que nuestra inteligencia es insignificante en comparación con la de Dios presupone exactamente el punto que se está debatiendo: que existe un dios omnisciente, omnipotente y absolutamente bueno. Las evidencias que tenemos ante nuestros propios ojos indican que es más razonable creer que el mundo no fue creado por dios alguno. Si de cualquier forma insistimos en creer en la creación divina, nos vemos obligados a admitir que el dios que creó el mundo no puede ser todopoderoso y absolutamente bueno. O es malvado o no es muy hábil. (El País, 01/06/08).





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Peter Singer