sábado, 11 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] El rey Baltasar es negro, no afroamericano



Marcha en el Día de los Afroamericanos, Nueva York, 2019


Los seres humanos nos inclinamos cada vez más por cambiar las palabras en vez de arreglar la realidad, pero por mucho que perseveremos en ello, el rey Baltasar es negro, no afroamericano, afirma el A vuelapluma de hoy el escritor Álex Grijelmo.

"Los niños eligen su rey mago favorito -comienza escribiendo Grijelmo-. Y Baltasar gana generalmente a Melchor y Gaspar, sin que importe en absoluto que se trate del rey negro. Porque todavía lo llamamos negro, y no afroamericano.

Rosa Parks, que entonces tenía 42 años, pasó a la historia de la lucha contra el racismo en Estados Unidos y en el mundo cuando se negó a sentarse en el lado del autobús reservado a los negros y ocupó una plaza que correspondía a los blancos. Unos meses antes había hecho lo mismo la adolescente Claudette Colvin, pero la historia no fue generosa con ella sino con Parks.

Corría el año 1955 en Alabama, y desde entonces ha mejorado mucho en todo el territorio estadounidense la situación de los negros, si bien eso no ha mejorado a su vez la situación de la palabra que los nombra.

Tener la piel negra ya no implica allí discriminación legal, aunque existan otras diferencias sociales, pero en el vocablo negro persiste para muchas personas influyentes algún matiz peyorativo, hasta el punto de evitarlo.

Quienes consideran que no se debe discriminar a los negros mantienen, sin embargo, la discriminación del vocablo. Por ello han sustituido “negros” por “afroamericanos”. Y esto ha llegado incluso a la prensa de España. De vez en cuando se lee aquí el término “afroamericano” para referirse a un negro, ¡aunque no sea americano!

Esta serie de absurdos lleva a ciertas incoherencias. Se supone que los negros de EE UU proceden de África en última instancia, y de ahí viene el término “afroamericano”; pero también llegan a América blancos nacidos en África, y no se llama afroamericanos a los de esta raza, que, por cierto, también llegó desde allí, hace más de un millón de años. Por si fuera poco, en Europa nacen y viven negros a quienes no se denomina “afroeuropeos”. Pero ¿cómo llamar entonces a un senegalés?: pues o bien le decimos “afroafricano” o no tendrá más remedio que ser un simple negro, mientras que un negro de EE UU es un afroamericano; es decir, supuestamente un negro de mayor categoría en cuanto negro.

A veces, la palabra “negro” se evita mediante una solución eufemística diferente: persona “de color”. Y con ello se incurre en una nueva discriminación, porque de ese modo se considera “de color” solamente a los negros, cuando todos tenemos algún color. Así que los mal llamados “caucásicos” somos personas de color… blanco (si damos por bueno el blanco como color de nuestra piel).

Los seres humanos nos estamos inclinando cada vez más por cambiar las palabras en lugar de arreglar la realidad que transmiten. Lo que logre mostrar un espejo manipulado nos atrae más que aquello que se le pone delante. El lenguaje políticamente correcto consigue así la satisfacción de sus promotores, que de ese modo se sienten progresistas, respetuosos…, mientras a su alrededor continúan los desmanes.

El color de la piel es un accidente como el del pelo o la talla del calzado. Si a una colectividad le diera por considerar inferiores a quienes calzan un 49, y se empezara a llamarlos “zapatones”, no arreglaría el problema denominarlos eufemísticamente “pies grandes”, porque con el simple hecho de resaltar el tamaño del pie se continuaría dando por relevante aquello que no lo es. Si un periódico destaca en un crimen la raza del autor, da lo mismo que diga “negro” que “afroamericano”.

Las razas existen, como las tallas. La lucha contra estas discriminaciones no se basa en negar las peculiaridades ni en cambiarles el nombre, sino en no presentar las diferencias como si fueran causas".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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[ARCHIVO DEL BLOG] Terapia antibelicista. (Publicada el 13 de junio de 2009)




Fotograma de "Vals con Bashir", de Ari Folman



No soy lector asiduo de cómics para adultos. Nunca me han atraído especialmente. De niño disfrutaba mucho con los tebeos (la versión hispánica del cómic) de "El guerrero del antifaz""El hombre enmascarado" o "Supermán". Del primero, recuerdo sus incesantes luchas contra los sarracenos que ocupaban la península ibérica, siempre con su antifaz puesto, acompañado de su joven amigo; me gustaba imitarle con mi espada de madera, un antifaz sobre los ojos, y unos gruesos calcetines de lana blancos que doblaba sobre los tobillos a modo de calzas, como los que vestía el protagonista. Del segundo ("El Fantasma" era el nombre original del cómic norteamericano de 1936) recuerdo muy bien sus aventuras en las selvas asiáticas, montado en un hermoso caballo. Todo ello gracias a mi hermano Alberto, once años mayor que yo, que me regaló la colección completa de sus aventuras. De "Superman" no puedo decir nada que ustedes no sepan, si acaso, el sentimiento de preocupación que me embargaba cada vez que mi héroe volador caía en manos de los malos por culpa de la kriptonita... No soy yo de los que dicen que todo tiempo pasado fue mejor; "fue", y con eso basta para pasar página.

Con la introducción anterior no pretendo en modo alguno trivializar mi comentario de hoy, sino por el contrario, situarlo en la diferente capacidad de la sociedad de nuestro tiempo para asumir una historia aunque se presente ésta en un formato tan poco "formal" como el de un documental de dibujos animados. Esta tarde he visto por televisión un película de animación realmente impactante. Se trata de "Vals con Bashir" (2008), que pueden ver íntegra en el enlace anterior, del realizador israelí Ari Folman, ganadora del Globo de Oro a la mejor película extranjera y propuesta para los Óscar de este año. Me ha recordado muchísimo a otra gran película. "Munich" (2005), de Steven Spielberg. 

Si el film de Spielberg recreaba la operación de castigo preparada por los servicios secretos israelíes contra los terroristas palestinos responsables de la matanza de varios atletas judíos al inicio de las Olimpiadas de Munich, en 1972, y los escrúpulos que en forma cada vez más acusada, el protagonista, jefe del comando del Mossad encargado de la operación, se va formando en cuanto al sentido de la venganza israelí, "Vals con Bashir" lo que plantea es la necesidad de conocer la verdad y enfrentarse a ella para poder seguir viviendo. Algo que a muchos aún incomoda, molesta y perturba en España, en Israel, y en otros muchos lugares.

La película comienza con la visita al protagonista de la misma, el propio director del documental, Ari Folman, de un antiguo compañero suyo en el ejército con el que veinte años atrás, participó en la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982), que le cuenta una pesadilla que sufre todas las noches en la que unos perros asilvestrados le persiguen hasta su casa por las calles de una ciudad, en lo que él cree que es una rememoración de una acción de guerra en la que participó, junto con el director, y de la que éste le confiesa no recordar absolutamente nada.

A partir de ahí, el protagonista del documental, el propio Ari Folman, comienza a interrogarse e investigar el "por qué" él no puede recordar nada de aquella misión de 1982. Visita a amigos y compañeros, y poco a poco, su memoria va reaccionando a los estímulos que le aportan sus investigaciones y recordando cada vez con más fidelidad aquellas acciones de guerra en las que participó, veinte años atras, cuando sólo era un joven soldado con 19 años.

Con unas cada vez más angustiosas y dramáticas imágenes (dibujos), tejidas a base de los recuerdos de quiénes fueron sus compañeros de misión, el documental nos va acercando a la que es la escena central, y final, del film: el asesinato a manos de las milicias cristianas libanesas, aliadas de Israel, de miles de refugiados palestinos, entre ellos ancianos, mujeres y niños, en los campamentos de Sabra y Chatila, en las afueras de Beirut, ante la pasividad del ejército de ocupación israelí, que conocedor de lo que estaba sucediendo, no hizo nada por parar la matanza hasta varios días después de que comenzara. La película termina con el protagonista recordando y asumiendo el horror de lo ocurrido y con imágenes, ahora reales, de lo que los soldados israelíes encontraron allí cuando recibieron órdenes de parar la masacre.

El hecho de que no sean imágenes reales lo que vemos, sino dibujos, apenas sin colores, en blanco y negro, acrecienta en cierto modo la sensación irreal de angustia de los personajes. Un alegato antibelicista que honra a su autor y a una buena parte de la sociedad israelí.

Pocas horas después de publicada esta entrada en mi blog, en el diario El País en su sección "Cuarta Página", normalmente dedicada al gran artículo de Opinión de ese día, aparece uno del escritor y periodista israelí Akiva Eldar, columnista del periódico israelí Ha'aretz y coautor del libro "Lords of the Land, the war over Israel's settlements in the occupied territories, 1967-2007", titulado "Colonos, el enemigo interior", que pueden leer en el enlace anterior, y que es un excelente complemento a lo dicho por Ari Folman sobre memoria, historia y responsabilidad personal. Espero que les resulte interesante esta entrada de hoy. HArendt




El cineasta israelí Ari Folman



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es sábado, 11 de enero



El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...

















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viernes, 10 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Personalizados



Fotografía de Getty Images


'Share' y tendencias nos esclavizan, comenta la escritora Marta Sanz en el habitual A vuelapluma de hoy viernes, y es que no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix...

"¿Los Reyes Magos -comienza diciendo Sanz- les han traído fetiches personalizados?, ¿botes de crema de cacahuete con su nombre?, ¿camisetas en las que se lee “Soy gilipollas”?, ¿gafas con la graduación correcta?, ¿coches tuneados con carrocería modelo Starsky y Hutch? La última pregunta delata mi condición de boomer; no, no pertenezco a la generación del Milenio. También sé, gracias a la mexicana Shaday Larios, que la gentrificación es capitalización de la nostalgia. Me lo temía: por eso, publiqué Vintage, un poemario sobre la memoria y sus comercializaciones. La personalización es maravillosa cuando se sufre un accidente y han de realizarte un injerto de piel. Si la piel que te injertan en la cara estaba en tu propio muslo, mejor que mejor, porque se evitan los rechazos. La personalización es maravillosa: los colchones tienen personalizada memoria del perfil de nuestro cuerpo; en el gimnasio se elaboran planes de entrenamiento personalizados —para ti, sentadillas; para ella, bicicleta estática—; y en el banco siempre encontramos una cuenta personalizada según nuestras necesidades. En la academia de inglés personalizan horarios y currículos en función de nuestros intereses y, cuando comemos fuera de casa, nos personalizan un menú, sobre todo si padecemos alergia, intolerancia o sencillamente no nos da la gana comer gluten. La personalización, como su propio nombre indica, nos hace sentir personas. Personas singulares. Importantes. Personas con criterio que pueden elegir entre 70 marcas de cereales distintas en la línea del supermercado. La personalización nos convierte en individuos y nos hace grandes y libres. No somos masa. No somos borregos. No hacemos lo que hace todo el mundo y, sin embargo, en el país de las maravillas de la personalización nuestros gustos cada vez son más homogéneos, sharey tendencias nos esclavizan y no se puede mantener una conversación con casi nadie si no se han visto las últimas series de Netflix…

En estas condiciones, leo Retina, suplemento de EL PAÍS en el que aprendo cosas: entrevistan a Renata Ávila, jurista guatemalteca, especialista en derechos civiles, que lucha contra la dominación política a través de Internet. Habla de nuestra dieta informativa personalizada. De cómo accedemos a la información a través de aplicaciones del smartphone. De por qué en mi teléfono aparecen las noticias que, en principio, me interesan —que el algoritmo decida que a mí me puede interesar algo de Okdiario me espeluzna— y de cómo esa selección “reduce infinitamente la variedad de nuestra dieta informativa y nos hace mucho más pasivos. El consumo se vuelve más adictivo, mucho más intrusivo, y lo más peligroso, hiperpersonalizado. Las apps hacen que, aunque vivamos en el mismo país, la misma ciudad y hasta la misma casa, se nos muestren universos distintos”. De ahí a la manipulación del voto y al desmoronamiento de los hábitos democráticos en una sociedad que confunde práctica de libertad y exaltación del individuo con vigilancia y propaganda personalizada hay un paso. Necesitaba compartir con ustedes las palabras de Ávila. Ella cierra la entrevista comentando que la tecnología quizá no funciona como herramienta de exclusión social, pero sirve para “monitorizar” a los pobres. Muy pronto los Reyes sacarán los smartphones de sus sacos mágicos".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[NUESTRA EUROPA] ¿Puede confiar Europa en Estados Unidos?



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País


Las políticas europeas sobre Washington, escribe Ivan Krastev, presidente del Center for Liberal Strategies, han oscilado entre la grandilocuencia sobre nuestra capacidad para arreglárnoslas solos y la actitud de fingir, aterrados, que todo está como antes, y así, es difícil para Europa volver a confiar en Estados Unidos. 

"En 1991 llegué a Detroit para realizar mi primera visita a Estados Unidos. Mis anfitriones, -comienza diciendo Krastev- de la ya extinta Agencia de Información de EE UU, estaban decididos a mostrarme a mí y a los demás búlgaros del grupo no solo el sueño americano, sino sus puntos débiles. Antes de recorrer la ciudad, nos dieron instrucciones sobre cómo conducirnos en lugares supuestamente peligrosos. Nuestros anfitriones dejaron claro que, si no queríamos convertirnos en víctimas, no debíamos actuar como tales. Caminar por en medio de la calle y mirar nerviosamente a nuestro alrededor con la esperanza de encontrar un policía solo aumentaría la probabilidad de un atraco. Insistían en que no había que olvidarse del terreno que uno pisaba.

Desde la llegada a la presidencia de Trump en 2016, los europeos nos hemos atenido al mismo consejo en materia de política exterior. Nos empeñamos en no parecer víctimas, con la esperanza de evitar así que nos atraquen en un mundo abandonado por el sheriff en el que antes confiábamos.

Mientras Trump insultaba a las instituciones internacionales y abandonaba a sus aliados en lugares como Siria o la península de Corea, los políticos de esta orilla del Atlántico se veían caminando por la cuerda floja: por una parte, quieren protegerse de Washington, que da la espalda a Europa; por otra, no quieren que esa protección aleje todavía más a la Administración de Trump.

En consecuencia, las políticas europeas respecto a Estados Unidos han oscilado entre la grandilocuencia sobre nuestra capacidad para arreglárnoslas solos y la actitud de fingir, aterrados, que todo está como antes. Véase, por ejemplo, cuando el presidente francés Emmanuel Macron proclamó hace poco que la OTAN estaba en situación de “muerte cerebral” y cuando la canciller alemana Angela Merkel no tardó en responder, insistiendo en que la “Alianza sigue siendo vital para nuestra seguridad”.

Durante la reunión de los líderes de la OTAN esta semana en Londres, gran parte de la atención se habrá centrado en los desacuerdos entre Macron y Merkel. Sin embargo, bajo la superficie está surgiendo un nuevo consenso europeo sobre las relaciones transatlánticas que representa un enorme desafío. Hasta hace poco, gran parte de las esperanzas de los líderes europeos iba ligada al resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses. Si Trump perdía en 2020, creían, el mundo prácticamente volvería a la normalidad.

Todo eso ha cambiado. Aunque Gobiernos europeos afines a Trump como los de Polonia y Hungría siguen pendientes de las encuestas y cruzan los dedos para que Trump se mantenga cuatro años más en la presidencia, los progresistas europeos están perdiendo la esperanza. No es que ya no les apasione la política estadounidense. Al contrario, siguen con fervor las sesiones del impeachment en el Congreso y rezan por la derrota de Trump. Sin embargo, por fin han comenzado a comprender que una política exterior europea digna de tal nombre no puede basarse en quién ocupe la Casa Blanca.

¿Qué explica este cambio? Puede que a los progresistas europeos no les convenza la concepción de la política exterior de los aspirantes demócratas y que también detecten en su partido tendencias aislacionistas. A los europeos les sigue costando comprender cómo es posible que Barack Obama —quizá el presidente estadounidense más proeuropeo y uno de los más queridos en el Viejo Continente— también fuera el que menos interés tuviera en Europa. (Por lo menos hasta que llegó Trump.)

A los europeos también les da miedo que pueda producirse una confrontación, como las de la Guerra Fría, entre Estados Unidos y China. Según una encuesta reciente del European Council on Foreign Relations, en los conflictos entre EE UU y China, la mayoría de los votantes europeos prefiere mantenerse neutral, sin optar por ninguna de las dos superpotencias. Hay una buena razón: parece que Washington no acaba de apreciar los vínculos económicos entre Europa y China, algo que ha dejado patente el reciente rifirrafe por los planes que tiene el gigante chino de las telecomunicaciones Huawei de construir redes de 5G en el continente europeo.

Sin embargo, dejando a un lado este asunto, yo creo que hay un cambio todavía más fundamental: los progresistas europeos han llegado a la conclusión de que la democracia estadounidense ya no genera consensos de los que emane una política exterior predecible. El cambio de presidente no solo conlleva la presencia de alguien nuevo en la Casa Blanca, sino que, en realidad, también supone la llegada de un nuevo régimen. Si los demócratas triunfaran en 2020 y el timón fuera a parar a un presidente proeuropeo, no hay ninguna garantía de que en 2024 los estadounidenses no eligieran a otro que, como Trump, vea en la Unión Europea un enemigo y que se empeñe en desestabilizar las relaciones con Europa.

La autodestrucción del consenso estadounidense en materia de política exterior ha quedado enormemente de relieve, no solo durante las últimas sesiones relativas al proceso de destitución de Trump, donde se ha asistido a la politización de la política respecto a Ucrania, sino al comprobarse que el espectro de la subversión rusa no provocaba una reacción alérgica en los dos partidos estadounidenses. Cuando a los votantes de Trump se les dijo que el presidente ruso Putin era partidario de su candidato, en lugar de abandonar a Trump comenzaron a admirar a Putin.

Durante los últimos 70 años, los europeos estaban seguros de que, independientemente de quien ocupara la Casa Blanca, la política exterior y las prioridades estratégicas de EE UU serían consecuentes. Hoy en día, puede pasar de todo. Aunque a la mayoría de los líderes europeos les horrorizaron los despectivos comentarios de Macron sobre la OTAN y Estados Unidos, muchos coinciden con él en que Europa necesita una política exterior más independiente. Quieren que el continente desarrolle sus propias potencialidades tecnológicas y su capacidad para realizar operaciones militares al margen de la OTAN.

¿Es posible que la cumbre de la OTAN cambie la actitud de Europa respeto al futuro de las relaciones transatlánticas? En este caso, es más fácil esperar que así ocurra que apostar por el cambio. Inmediatamente después de la Guerra Fría, el vicepresidente estadounidense Dan Quayle prometió a los europeos: “Mañana habrá un futuro mejor”. Se equivocaba. Y los líderes europeos ya están comprendiendo que, en realidad, el futuro era mejor ayer".




La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París


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[SONRÍA, POR FAVOR] Es viernes, 10 de enero




El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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jueves, 9 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Quiero destruir un picasso



Busto de mujer. Pablo Picasso (1944)


El ansia de exhibir la victoria, comenta la escritora Berna González Harbour en el A vuelapluma de hoy jueves, o la acción de simples perturbados sin causa han dejado muchos escombros de arte en la historia.  

"Sin llegar al nivel criminal que alcanzó hace un año un hombre que arrojó a un crío al vacío desde la Tate Modern, comienza diciendo González Harbour, otro joven londinense se ha convertido en noticia al atacar un cuadro en el mismo museo. Shakeel Massey, de 20 años, está detenido desde el sábado por intentar romper un Busto de mujer en el que Picasso representó a su musa, Dora Maar, en 1944.

La ambición de poder y el ansia de exhibir la victoria ha dejado demasiados escombros de arte a lo largo de la historia: los vándalos destruyeron todo el arte que pudieron al invadir Roma, los luteranos destruyeron esculturas, imágenes y arte de las iglesias católicas en toda Europa; los talibanes volaron los budas de Bamiyán para demostrar la potencia de su nueva era; el Estado Islámico hizo trizas restos arqueológicos de Palmira y así, sucesivamente, los vencedores han dejado su huella derribando símbolos de los vencidos. Aunque el arte se lo pierda. Aunque la historia sufra. Coleccionamos ejemplos.

Pero volvamos a Londres. El caso de los atacantes individuales como Massey no cumple el mismo patrón que los asaltos colectivos, pero en ellos hay también un punto de exhibición, de convertirse en el centro de la noticia o de contagiarse por un momento de la fama del genio agredido. A excepción tal vez de la Venus del espejo de Velázquez, que fue acuchillada por una sufragista en 1914, grandes obras emblemáticas han sido masacradas o atacadas por simples perturbados sin causa que vieron en el David o La Piedad de Miguel Ángel, la Gioconda de Leonardo, La ronda de la noche de Rembrandt (tres veces), un mural de Rothko (también en la Tate Modern) y otras de Duchamp unos enemigos a batir. Con ácido, con cuchillos, con martillos.

Medirse con el genio, mirarle de tú a tú, destruir en lugar de crear ha movido a esos agresores, en general hombres frustrados, algunos escapados de psiquiátricos, otros diagnosticados con trastornos, a levantarse contra las obras del genio con un narcisismo enfermizo. Dario Gamboni lo cuenta en La destrucción del arte (Cátedra), un libro fundamental sobre el motor de esa extraña patología que convierte al arte en víctima y, al museo, en templo de iconoclasia.

El atacante de La caída de los condenados, de Rubens, en Múnich (1959), por ejemplo, arrojó ácido al cuadro y declaró al juez que necesitaba "sobresaltar al mundo" para comunicar algo extremadamente importante para el futuro de la humanidad. No lo habría conseguido, dijo, con un incendio forestal. (De aquel mensaje tan importante, por cierto, no recordamos nada). El agresor de la Piedad de Miguel Ángel combinaba "desarraigo, narcisismo herido y ansia de reconocimiento", algo parecido al de la Gioconda (1956). Radovan Karadzic, psiquiatra además de criminal de guerra serbio, hizo poemas alabando la destrucción. Hitler, mediocrísimo artista antes que dictador, acabó disfrutando de la destrucción de ciudades y poblaciones, según las citas de Erick Fromm recogidas por Gamboni. Los atacantes de la Piedad (1972) y y la Ronda de la noche (1975) declararon ser hijos de Dios. Y el agresor del David de Miguel Ángel en Florencia (1991) era un pintor frustrado que declaró su envidia ante el genio italiano. Perturbados, siempre, incapaces de aceptar la genialidad ajena.

La iconoclasia, en suma, es tan vieja como el arte, y el afán de destrucción emerge en ocasiones con más fuerza que la creación. Y lo peor es que sucede, lo sabemos, no solo en el arte, no solo en los museos, sino allí donde pueda nacer cualquier forma de belleza y emoción".


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[ARCHIVO DEL BLOG] Una valona en Japón. (Publicada el 11 de junio de 2009)



La escritora Amélie Nothomb


Leer la autobiografía sentimental de alguien siempre resulta estimulante. Si encima esta bien escrita, es divertida, y tiene su punto de exotismo, miel sobre hojuelas. Me ha pasado con el libro de Amélie Nothomb, una novelista belga, hija de diplomáticos, nacida y criada en Japón, titulado Ni de Eva ni de Adán (Anagrama, Barcelona, 2009). La compró el lunes pasado mi hija Ruth, que la leyó de un tirón ese mismo día. Me la comentó el martes por la mañana, durante el trayecto desde su casa hasta la ciudad donde trabaja, que realizamos juntos a diario, y durante el cual nos ponemos al día sobre lecturas, chismes familiares y le sacamos punta a la actualidad, y me la dejó ayer miércoles mientras repetíamos viaje. Comencé a leerla por la tarde, a la seis y media, en nuestra casa de Maspalomas, mientras mi mujer y dos de sus hermanas departían amigablemente bajo el porche, y yo saboreaba un güisqui con hielo. La lectura no duró más allá de media hora, porque me parecía de mala educación quedarme al margen de la conversación familiar. A las once de la noche estábamos de vuelta en Las Palmas. Justo al comenzar el día de hoy, mi mujer se fue a dormir, así que, desvelado por la preciosa siesta que me había echado de tres horas y media en Maspalomas, retomé su lectura. Sin cortes publicitarios, acabo de terminarla a la una y media de la madrugada. Sigo desvelado, asi que, supongo, lo mejor es ponerme a escribir sobre ella para que me venga el sueño...

¿Hasta que punto es autobiografía o novela? Me resulta imposible saberlo. Desde luego está escrita como autobiografía: Dos años y medio en la vida de una joven belga, nacida y criada en Japón, que vuelve a ese país con veinte años para aprender japonés, y que pretende ganarse la vida dando clases de francés a nipones. Pone un anuncio en un periódico e inmediatamente es contratada por un joven de una buena y tradicional familia japonesa, un año menor que ella, admirador de la cultura y la lengua francesa. Que la relación acabe siendo algo más que la apropiada entre un alumno y su profesora, entra dentro de lo normal. Que los dos años que dura esa relación le sirvan a la autora para hacer una divertida y, al mismo tiempo, emocionada y entrañable disección de la sociedad japonesa, su cultura y su modo de vida, resulta estimulante. Desde luego, yo la he leído de un tirón, como mi hija, y me ha sabido a poco. Tendré que volver sobre otros títulos de esta autora. Se la recomiendo encarecidamente; estoy seguro que la encontrarán interesante. En el archivo histórico de Revista de Libros pueden leer si lo desean varios artículos comentando algunos de sus títulos más famosos. HArendt







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