martes, 23 de julio de 2019

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy martes, 23 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 

















Los artículos con firma reproducidos en este blog no implica que se comparta su contenido, pero sí, y en todo caso, su interés y relevancia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 22 de julio de 2019

[A VUELAPLUMA] La edad de la inconsistencia





La credulidad amenaza a las democracias, escribe el historiador José Andrés Rojo. Y llevamos una larga temporada sin que pase nada. Esa, por lo menos, es la impresión que se tiene cuando se hacen las cuentas y se mira el panorama con un poco de distancia, comienza diciedo. Hagan la prueba: desenchúfense una semana y verán cómo al regreso las cosas no han avanzado un milímetro. Habrá habido, eso sí, lo hay, un notable barullo, pero se empieza ya a hablar de nuevas elecciones. La misma cantinela que se escuchó hace no mucho y que pone los pelos de punta, una señal de una irremediable impotencia para hacer política que produce melancolía.

En La actualidad innombrable, el escritor, pensador y editor italiano Roberto Calasso habla de “delirio de omnipotencia” como una derivada de esa disponibilidad informática que tan bien define nuestro tiempo. Con un móvil en la mano nada parece resistírsele a nadie, y eso termina generando una sensación de extremo poderío: todo está bajo control, se puede encontrar una solución a cualquier problema. Basta conectarse y acceder a la información que resulte necesaria. Y, además, a toda pastilla. “Multiplicándose sin tregua y en todas las direcciones, las esquirlas informáticas se revelan al final autosuficientes. Capaces de difundirse sin recurrir a nada exterior. No tienen necesidad de ser pensadas”, comenta Calasso poco después. Y añade: “La información no tiende solo a sustituir a la conciencia sino al pensamiento en general, aliviándolo del peso de tener que elaborar y gobernar permanentemente”.

Así están las cosas. Unos políticos impotentes para armar un proyecto duradero, y la gente encantada con un móvil porque puede hacer de todo. ¿No son dos caras de la misma moneda? Las nuevas tecnologías han proporcionado al ciudadano corriente una notable variedad de herramientas que, por así decirlo, lo arman hasta los dientes. Ya no necesita de ninguna mediación y puede desenvolverse en las situaciones más extravagantes. Calasso, sin embargo, no termina de celebrar la buena nueva porque considera que, en estas condiciones, “cada sujeto se vuelve un férreo e irrelevante soldadito de silicio en un ejército del que todos ignoran dónde se encuentra —si es que existe— el estado mayor”. Y observa, de paso, que “la red ha obligado a todos a cargar con un enorme saber que no sabe, como si cada uno estuviese envuelto en un zumbido perpetuo e instructivo en cualquier dirección”.

Soldaditos de silicio que operan envueltos en un delirio de omnipotencia, sin tener ni la más remota idea del sentido ni del proyecto ni de las tácticas y las estrategias en las que se enmarca cada una de sus acciones. No hay estado mayor, igual ni siquiera pertenecen a un ejército y, a pesar de todo, deambulan con la soberbia de estar al tanto del plan cuando lo más seguro es que no exista ningún plan. Calasso se refiere a esta época como la edad de la inconsistencia. En su ensayo explora qué ha significado el triunfo de la secularización, y los peligros que entraña, y se acerca a la sociedad contemporánea a través de las dos figuras que sintetizan sus aspiraciones, la del turista y la del terrorista. Más que proponer un diagnóstico, levanta un mapa de inquietudes.

Y comenta que no ha parado de crecer otro fenómeno: la credulidad. Las sociedades abiertas y democráticas están atravesando un momento delicado, y la tentación es buscar las amenazas que la debilitan afuera cuando quizá estén en realidad adentro. Igual el mayor peligro es esa inconsistencia, esa especie de irritante blandura, y esa santa credulidad en que la salida esté en convocar alegremente nuevas elecciones. Y que no pase nada.



Foto de Juan Barbosa para El País



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[CUENTOS ADULTOS] Hoy, con "Chochi y Abejorro Verde", de Alberto Atienza






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 

Continúo hoy la serie Cuentos para adultos con el titulado Chochi y Abejorro Verde, de Alberto Atienza, periodista y escritor argentino, de Mendoza,  de cuya amistad personal me precio. Les dejo con



CHOCHI Y ABEJORRO
 por 
Alberto Atienza


Sesenta años confesados. “Sesentidies”, rumoreaban por lo bajo las chusmas de la cuadra. Cuerpo vasto, pesado, voluminoso. Respetable peinado con rodete, de matrona o de abuela. Falda larga. Medias de muselina. Zapatos de tacón bajo. Y por encima un mantón que servía en los domingos para cubrirla de la cabeza hacia abajo en la misa y en los días de semana como prenda completa, envolvente, abrigada. Lentes de armazón gruesa. La cartera de charol pendiendo del brazo derecho.

Sobre el asiento de mi bicicleta, inmóvil, con un pie en el cordón de la vereda, yo la miraba. A escasos doce o trece metros. La veía bien. Una señora clásica de las tantas de calle Ituzaingó. Angélica, para las vecinas. “Chochi”, nombre privado, recóndito, una clave desconocida para Mari, Nora, Jovita y todas las demás doñas de la zona. “Es la viuda de un sargento de policía”. “Se jubiló como enfermera del hospital Emilio Civit”. “Tenia una tienda en el centro”. “Sus hijos viven en Estados Unidos y le mandan dólares todos los meses”. Las versiones eran muchas. La más increíble contaba que su hermano, un partisano de la segunda guerra mundial, fue uno de los que colgó cabeza abajo a Mussolini y a Clara Petacci. Y que cobra una pensión en liras legada por ese ex combatiente.

La mitología acerca de Chochi era frondosa. Mientras más follaje, más lejos la verdad. Claro. Nunca las comadres del barrio aceptarían su pasado desnudista. Su tiempo, traducido en venta de tragos a parroquianos de lujosos cabarets y ya madura, en antros poco más grandes que un garaje, donde se hacinaban putas viejas, desdentadas, gordas, al lado de cafisos de trocha angosta, cobardones al principio y a ultranza, vociferantes de mentidas hazañas. Y algunos pibes en rol de despedida de solteros, contentos por bailar con una mujer a quien no alcanzaban a rodearle la cintura con un abrazo ansioso. 

La encontré en una tarde. Las calles tenían ese tono dorado que les regala el otoño. Las señoras barren y barren. Queda limpia una vereda y en segundos bajan más hojas.. 

Estaba en la puerta de su casa a la espera de un remise, uno de los pocos gustos de antaño que aun se daba: auto con chofer. Nada de caminar mucho. Menos un ómnibus de esos que nunca paran. Hacía varios días que yo aguardaba el momento para hacer contacto con ella. Siempre en el mismo lugar. En algunas ocasiones salió a hacer compras. Advertí el respetuoso tono con que las vecinas, chismosas profesionales, se dirigían a ella. Las diferentes leyendas sobre su pasado, sin dudas, les vedaban el paso a una condenable verdad. 

Varias veces la observé, con disimulo y no pude evitar volver a esas madrugadas. Sentado en un taburete de la barra del cabaret “Barrabas”, disfrutaba de su número de streap tease, el mejor de todos sin dudas. Mientras las otras mujeres se quitaban las prendas de modo mecánico, hasta monótono, Chochi lo hacía con una suavidad tan especial que encantaba a los hombres ahí reunidos. Por momentos parecía sentir pudor por lo que hacía. Y eso, más gustaba. Una de esas noches la invité a una copa, que fueron dos. Y otras que pagó ella. Y ahí quedó sellada lo que coincidimos en llamar nuestra amistad. 

A ella le agradó mi trato, la manera frontal de manifestarme. A mí me gustó, mucho, ella toda. Era una hermosa mujer, muy bien proporcionada, única en medio del elenco femenino del lugar, un bosque de exuberancias. Y lo otro, el talento, el recato, para ir mostrando de a poco su cuerpo a extraños. El modo dulce con que hablaba y su preocupación por saber más cosas a las que no tenía acceso, salvo por mi condición de “enviado especial” a su vida. Comenzó a interesarse por la literatura, el teatro. Le robaba horas a su descanso diurno y asistía a muestras de pintura. Llegaba a mi lado lúcida, feliz por el descubrimiento de otro mundo, al que entró de mi mano. Nuestras conversaciones se tornaron cada vez más interesantes. 

Chochi y Abejorro Verde escribí con pintura en medio de un corazón con forma de hígado, en una enorme piedra, al lado del río Mendoza en plena cordillera de Los Andes. Todavía éramos jóvenes. Amigos. Mentíamos. Yo, casado con una buena mujer. Ella, desposada con la noche. Yo “Abejorro” para ocultar mi identidad. Ella, “Chochi”, por lo mismo. Comíamos asado los lunes al mediodía. Metíamos los pies en el gélido cauce. Nunca fui su cliente. Estábamos muy juntos algunas horas a la semana y con eso nos bastaba. Compartimos secretos. Yo era el destinatario de sus corpiños cuando llegaba al final de su actuación, en medio del humo y los gritos, al compás de “El hombre del brazo de oro”. Nos amábamos sin saberlo. 

La vida, de un hachazo, nos bifurcó. Uno de los tantos cuartelazos, disfrazados con el nombre de revolución, que sacudieron a la Argentina, me proyectó hacia una prisión, sin comerla ni beberla, pero así fue. Salí del encierro y ella ya no estaba en ese cabaret. Me dijeron que se había marchado al sur, donde todavía una chica hermosa podía hacer dinero. No la vi. más. Tampoco la olvidé. Era el símbolo de los años más intensos de mi existencia. Luego de esa etapa, todo para mí fue un apagarse lento, aburrido. De casualidad supe dónde ella vivía. Averigüe sobre sus días y así me enteré de las leyendas tras las que se ocultaba para poder vivir decentemente. 

Fue en una tarde de otoño en que decidí hacer contacto. Ella esperaba el remise en el puente de su casa, como otras veces. Iba para el mercado central, yo lo sabia, por el bolso a cuadros que colgaba de su brazo, al lado de la brillante cartera. Comencé a pedalear despacio, aceleré y poco antes de pasar al lado de ella le grite: “¡Chau, Chochi!”. Me miró y se le iluminó la cara en una gran sonrisa. La misma de antes, no obstante los cabellos grises, los pesados lentes, la misma bella sonrisa. “!Chau, Abejorro!” alcancé a escuchar.







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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy lunes, 22 de julio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Identificado con la primera de las acepciones citadas, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras..., aunque pueden sonreír igual. 





















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domingo, 21 de julio de 2019

[TRIBUNA DE PRENSA] Lo mejor de la semana. Julio 2019 (II)





Dicen que elegir es descartar, y estoy acuerdo con ello. Aquí les dejo algunos de los artículos de opinión publicados en la prensa diaria que durante la pasada semana he ido subiendo al blog en la columna Tribuna de prensa. Asumo la responsabilidad de su elección y de la posibilidad de equivocarme. Como dijo Hannah Arendt, espero que les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar, pues la vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa: pensar, comprender, actuar. Se los recomiendo encarecidamente. Creo que merecen la pena, pero si no es así, la próxima vez acertaré. Les dejo con ellos:

Tres motivos para una investidura, por José Fernández Albertos
La derecha se quedará en casa, por Emilia Landaluce
Anís del Mono, por Jorge M. Reverte
La ruleta del 10 de noviembre, por Rubén Amón
Todo un hombre de Estado, por Fernando Ónega
El sueño de África, por Miguel-Anxo Murado
Repudios hipócritas, por Fernando Vallespín
Contra la cultura del bloqueo, por Eduardo Madina
Herederos del franquismo, por Daniel Gascón
Enmienda, por Fernando Savater
La moto de Varufakis, por Xosé Luís Barreiro
Condenados por la lista más votada, por Araceli Mangas
No han entendido nada, por Máriam Martínez-Bascuñán
Noticias de Europa, por Juan Luis Cebrián
Un trabajo imposible, por José Ignacio Torreblanca
Kant en Barcelona, por Manuel Arias Maldonado
Les importan un carajo, por Edurne Portela
Del porno a la manada, por Milagros Pérez Oliva
La ley de la claridad, por Xavier Arbós
La glotonería, por David Trueba
En la escuela, por Juan Claudio de Ramón
Tiempo de faroles, por Berna González Harbour
Algo huele a podrido, por Víctor Lapuente
Vivir de prestado, por Manuel Arias Maldonado
Vox y el Cantón de Cartagena, por Francisco Rosell
Partidismo evolutivo, por Jorge Galindo
El sombrero de Gonzalo Suárez, por Fernando Palmero
Un mundo, dos visiones, por Javier Sampedro
Para un mapa sin territorio, por Jordi Ibáñez
Palabras hinchadas y pensamientos confusos, por Félix Ovejero
El anti-Sánchez, por Vicente Molina Foix
¿Seremos mascotas de la IA?, por Jesús Mota
Tocados por los vicios modernos, por José Andrés Rojo
Entenderse, por Jorge M. Reverte
Gafas, por David Gistau
Rumbo a la Luna, por Javier Armesto
Cincuenta libras, por Javier Sampedro
Acá, por Leila Guerriero
Recordando las leyes del golpe, por Teresa Freixes
Populistas, verdes y el nuevo mapa europeo, por Sheri Berman
Una reforma inútil y otra necesaria, por Jorge de Esteban
Ha tenido tiempo, por Jorge M. Reverte
Buen rollo, por Juan José Millás
La reforma constitucional de la investidura, por Juan José Solozábal
Los humanos de mente plana, por Eliane Brum

Y desde los enlaces de más abajo puede acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España, Europa y el mundo, actualizados continuamente.
El País (España)
Le Monde (Francia)
The Times (Gran Bretaña)
El Mundo (España)
Gazeta Wyborcza (Polonia)
La Vanguardia (España)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El País Semanal (España)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Der Spiegel (Alemania)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Paris Match (Francia)
National Geographic (Estados Unidos)
Expresso (Portugal)
Les Temps Modernes (Francia)

Y como siempre, para terminar, las mejores fotos de la semana de los corresponsales en todo el mundo del diario El País. 





Detenida en Washington por protestar contra la política inmigratoria de Trump


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