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domingo, 9 de junio de 2019

[ESPECIAL DOMINGO] La música y la letra del federalismo





En 1787, el colectivo "Publius" (Alexander Hamilton, James Madison y John Jay) publicó en Nueva York una serie de artículos para convencer a sus conciudadanos de ratificar la Constitución aprobada poco antes por la Convención en Filadelfia. Los escritos fueron reunidos después bajo el título de El federalista ("The Federalist Papers") y constituyen hoy todavía uno de los más perspicaces análisis del fundamento y el esqueleto de una república moderna y específicamente de una de naturaleza federal. Lúcidos, realistas y discutibles, como lo prueba que sigan siendo debatidos en la actualidad, pero como comenta en El País el abogado y ensayista José María Ruiz Soroa, en España tendemos a fijarnos en la música del termino federalismo y olvidarnos de su letra, que no es otra que la igualdad de los ciudadanos como personas concretas, no como territorios. 

Pues bien, comienza diciendo Ruiz Soroa, no parece sino que en nuestra actualidad hispana todo el que es alguien en el mundo progresista ha decidido emular a "Publius" en lo de titularse “federalista”. Trátese de practicones o de teóricos, todo el espectro político de izquierdas coincide en que lo suyo es ser y defender el federalismo como futuro inevitable de organización del país. La diferencia, ¡ay!, es que entre nosotros nadie explica nada, nadie concreta en que consistirá ese federalismo (más allá de una huera palabrería sobre plurinacionalidad y asimetría), nadie propone un texto articulado: lo de federalista suena tan bien que coloca al que tal se declara más allá de la necesidad de elaborar su pensamiento. Un eslogan o tuit pasa por ello.

Decía el profesor Francisco Sosa Wagner, en su intervención ante aquella mesa del Congreso que trató de la reforma constitucional hace un par de años, que lo mínimo que se puede hoy pedir a quien proponga una reforma en la Constitución es que presente para poder hablar un texto concreto alternativo. Que ponga en un texto a doble columna la redacción actual y la que propone. Es la única forma de saber de qué hablamos. Como hicieron los fundadores, se trata de defender un texto, no de tararear una música.

Por ejemplo, se trata de concretar (y concretar quiere decir descender a las cifras) qué va a ser de la igualdad en ese federalismo reclamado. Sí, ya sabemos que este se funda sobre el respeto a la diferencia de las partes federadas, es decir, en la desigualdad del régimen de inserción de los territorios en lo común. Pero hay otro ámbito de la igualdad que se olvida en esa música, y es la igualdad de los ciudadanos como personas concretas, no como territorios. ¿Será el mismo el estatus de ciudadanía en toda España? ¿A qué aspectos alcanzará esa igualdad y a cuáles la diferencia? ¿Serán los derechos relativos a los servicios del Estado de bienestar iguales? ¿Gozarán de la misma financiación por parte de la Administración? Hoy en España la brecha de la financiación foral respecto a la común es ya del 100%; el ciudadano foral es el doble de ciudadano que el corriente. Pero incluso entre las comunidades autónomas del régimen común la dispersión en la financiación llega también al 100%: Cantabria recibe el doble de financiación por habitante ponderado que Valencia. La redistribución de rentas ¿funcionará a nivel de Estado o solo de territorios? ¿Y con qué intensidad? ¿Qué propones en concreto, "Publius"?

Se trata de plasmar (y también bajando a la realidad del día a día) qué va a ser de la libertad personal en ese federalismo que se silba tan bonito. De nuevo, anticipamos que cada territorio, nación, Estado o región regulará la enseñanza, la cultura, la identidad y la lengua. Claro, pero ¿cómo se protegerá a las personas concretas de la discriminación o de la imposición, del afán por educarlas y hablarlas a gusto de la mayoría local? Porque la regla democrática de la mayoría no basta para proteger a los ciudadanos de, precisamente, las mayorías democráticas; para eso hacen falta reglas y contrapoderes. ¿Cuáles propones, Publius moderno? ¿O lo abandonas… a lo que salga?

Y no dejemos de lado algo que muy sensatamente advirtió Juan José Linz hace ya años (el profesor de Yale debe ser colocado en el linaje de los empíricos, lejos de los músicos): aunque suene sorprendente a algunos, por ejemplo a nuestro Publius, resulta que el federalismo y sus instituciones trabajan directamente en contra de la unión, es decir, a favor de la disgregación de un Estado, si y cuando las élites gobernantes en las subunidades federadas no hacen un uso de él deliberadamente dirigido a promover la unión en un clima de concordia nacional. Si usan los poderes federativos para crear un clima de hostilidad, el Estado será inviable a corto plazo. Pronóstico cuyo acierto ha quedado ya demostrado por estos lares, ¿no?

El "Publius" original proponía el federalismo para unir a unas colonias hasta entonces separadas en una laxa confederación inconexa ("to go together"). Nuestro "Publius" redivivo propone el federalismo para ver si así el invento no se rompe del todo, para ver de pegar lo que los separatistas desean romper y van rompiendo desde hace años ("to keep together"). Pero ¿es que vale el federalismo para eso cuando no se queda en mera música y se propone con detalle y precisión? Haga nuestro "Publius" el esfuerzo de concretar, y entonces veremos.



Conferencia de Presidentes Autonómicos. Madrid, enero de 2017



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 15 de agosto de 2013

Partidos políticos, movimientos sociales y democracia




El más clásico de los clásicos




Pienso que la mayoría de los lectores de este blog admitirán conmigo que no hay más democracia posible que la representativa y que no hay representación posible sin partidos. Dicho lo cual cabe pensar que el desapego creciente de la ciudadania hacia las instituciones democráticas como instancias para la resolución de los conflictos políticos deriva, entonces, del defectuoso funcionamiento de los canales de representación política, es decir, de los sistemas electorales y de los partidos políticos.

Ya he escrito hasta la saciedad sobre la necesidad, a mi juicio, de una reforma en profundidad del sistema electoral español, abandonando el proporcional en favor de un sistema de elección mayoritaria simple, de distritos electorales uninominales, y sobre la transformación del Senado en una cámara legislativa no electiva y conformada por representantes de los gobiernos de las comunidades autónomas, dentro de un Estado federal. No voy a insistir en ello, así que centremos la cuestión de hoy en la organización y funcionamiento de los partidos políticos, que me viene propiciada por la publicación en el diario El País del pasado día 11 de un artículo del profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco, titulado "¿El final de los partidos?", que pueden leer aquí.

Revisando mis notas de estudio sobre teoría política he reencontrado un artículo de diciembre de 2003, firmado por los profesores José Ramón Montero (Universidad Autónoma de Madrid) y Richard Gunther (Ohio State University), y publicado en la Red de Cuadernos de Trabajo del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacional de la UAM, que lleva el sugestivo título de "Los estudios sobre los partidos políticos: una revisión crítica", que pueden ustedes leer en este enlace.

En ambos estudios, separados por diez años de distancia, y miren que han pasado cosas en este decenio, las conclusiones de ambos pueden resumirse en: 1. La democracia está en crisis; 2. Los partidos políticos no están funcionando bien; 3. Los partidos necesitan una profunda transformación para responder a las necesidades actuales de la ciudadanía democrática; y 4. Los movimientos sociales no pueden responder por sí solos a las demandas de esa ciudadanía.

Dice el profesor Innerarity que "la actual crisis de los partidos políticos, su descrédito, pérdida de relevancia o fragmetación, es manifestación de una crisis más profunda [...] Del fin de una era política que presuponía un contexto social estructurado en comunidades estables, con roles profesionales definidos y formas de reconocimiento y reputación consolidadas [...] Lo que se ha acabado, concluye, es el control monopolístico del espacio público por parte de los partidos políticos, el partido-contenedor, pero en absoluto la necesidad de instancias de mediación en las que se forma la voluntad política [...] Las conquistas sociales no pueden asegurarse sin organizaciones del estilo de los partidos y los sindicatos [...] Tras la crisis de los partidos estamos en la encrucijada de o bien hacer mejores partidos o bien ingresar en un espacio amofor cuyo territorio será ocupado por tecnócratas y populistas, definiendo así un nuevo campo de batalla que sería todavía peor que el actual." El movimiento 5 Estrellas, dice, sería muy ilustrativo de la ambigüedad de esa democracia digital. Fin de la cita, y perdonen el chiste fácil. En nuestras manos está que eso no ocurra.

Retomo el estudio de los profesores Montero y Gunther citado al comienzo. Se dice en él que "Es probable que muchos estudiosos de la Ciencia Política alberguen sentimientos encontrados ante la aparición de un nuevo libro sobre los partidos políticos (se refieren a "J.R.Montero, R.Gunther y J.J.Linz (edtrs.): Political Parties: Old Concepts and New Challenges. Oxford Univerrsity Press, Oxford, 2002). Para ellos, la bibliografía existente sobre partidos sería suficiente, por lo que poco más podría aprenderse de un estudio adicional tras más de un siglo de investigación académica sobre la cuestión. Y es posible que otros especialistas tampoco consideren necesarios nuevos trabajos empíricos sobre los partidos dado que a su juicio estarían convirtiéndose en actores crecientemente irrelevantes, cosechando fracasos en sus respuestas a los problemas políticos y muchas de sus funciones realizándose con mayor eficacia por movimientos sociales organizados informalmente, por el contacto directo entre los políticos y los ciudadanos a través de los medios de comunicación o de Internet, o por innovaciones de la democracia directa. Para estos especialistas, los partidos estarían inmersos en un proceso inexorable de declive. Finalmente, un tercer grupo de expertos podría haber concluido que la investigación académica sobre los partidos no ha conseguido avanzar en la tarea de desarrollar una teoría rigurosa y convincente, y que cualquier esfuerzo que siga las vías clásicas está condenado al fracaso. Una afirmación de este tipo resultará especialmente atrayente para los investigadores que hayan adoptado aproximaciones analíticas que concedan poco valor al estudio de organizaciones complejas o de instituciones políticas y que estimen que el estudio de los partidos es irrelevante para el desarrollo de una teoría de la política de corte universal". 

Les recomiendo encarecidamente su más que instructiva lectura al respecto. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: Ιωμεν (vámonos). Tamaragua, amigos. HArendt






El profesor Daniel Innerarity






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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)