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sábado, 24 de febrero de 2018

[A VUELAPLUMA] Reforma electoral de parte





Las reglas de los sistemas políticos necesitan acuerdos interpartidistas para ser eficaces y estables. Unidos Podemos y Ciudadanos, con su propuesta de reforma electoral, no pretenden reducir los sesgos mayoritarios sino solo mejorar su representación en el Congreso de los Diputados, escriben en El País Ignacio Lago, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y José Ramón Montero, catedrático emérito de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

Las reformas electorales son excepcionales, comienzan diciendo, y los partidos que tienen el poder para llevarlas a cabo, los grandes, suelen rechazarlas puesto que se benefician de las reglas existentes. Y los partidos que quieren las reformas, los pequeños, carecen de apoyos para lograr su aprobación. Cuando se inician procesos de reforma electoral, es necesario que los partidos compartan un modelo de representación democrática, un cierto acuerdo sobre el problema que debe ser modificado y una relativa certidumbre sobre los efectos de las medidas que proponen. Además, es importante recordar que las nuevas reglas de juego deben de aspirar a ser estables y, por tanto, tienen que ser aprobadas por consenso.

Unidos Podemos y Ciudadanos han propuesto la modificación de distintas reglas para las elecciones al Congreso de los Diputados. Entre ellas hay algunas que pertenecen al ámbito del Derecho electoral y que como tales tienen una naturaleza no redistributiva (es decir, no benefician ni perjudican a ningún partido). Así ocurre con la propuesta de reducción del gasto en las campañas electorales a través del envío conjunto de la publicidad electoral. También se busca reforzar los resultados de las llamadas listas cremallera para evitar la representación sesgada de los candidatos masculinos. Se pretende asimismo revisar la institución del voto rogado que deben efectuar los españoles residentes en el exterior. Finalmente, la propuesta más llamativa plantea la reducción de la edad de votar de los 18 a los 16 años. Austria es uno de los pocos países europeos que ha incorporado esta medida desde 2007: al tratarse de un país poco abstencionista, la evidencia disponible muestra que no hay apenas diferencias entre el voto de jóvenes y mayores. Quizás sería recomendable que en España se incorporase de forma experimental y paulatina, como lo han hecho en elecciones locales algún cantón suizo, algunos Estados federados alemanes o algunas ciudades noruegas.

Las propuestas de Pablo Iglesias y de Albert Rivera incluyen también, dentro del campo del sistema electoral, una medida claramente redistributiva (esto es, con la que algunos partidos ganan a costa de otros): la sustitución de la fórmula D´Hondt de conversión de votos en escaños por la Sainte-Laguë, la más proporcional de las fórmulas electorales. Si estamos en una circunscripción en la que se eligen tres escaños, la fórmula D´Hondt consiste en dividir el número de votos de cada partido entre 1, 2 y 3 y atribuir los escaños a los tres mayores cocientes; la fórmula Sainte-Laguë hace la misma operación, pero divide entre número impares (1, 3 y 5 en este ejemplo).

La regla es que, cuanto mayor sea la distancia entre los divisores, los cocientes resultantes son más bajos, por lo que los partidos pequeños tienen más posibilidades de obtener un escaño frente a los grandes. (Existe una fórmula intermedia, la Sainte-Laguë modificada, en la que la división se hace por 1,4, 3 y 5). De acuerdo con alguna de las simulaciones realizadas para las elecciones de 2016, la Sainte-Laguë adjudicaría 15 escaños menos al PP y uno menos el PSOE, pero seis más a Podemos y 12 más a Ciudadanos. La fórmula Sainte-Laguë es mucho menos popular que la D'Hondt. Se utiliza solo en Letonia y en Bosnia-Herzegovina, así como en Dinamarca para los escaños suplementarios y en Alemania y Nueva Zelanda para la parte proporcional de sus sistemas mixtos; la Sainte-Laguë modificada, en Noruega y en Suecia.

Se trata, como se ha dicho, de una reforma puntual del sistema electoral, pero nada trivial. Sus efectos retributivos son evidentes, y podrían aumentar hasta cierto punto la proporcionalidad del sistema español. En el otro lado de la balanza se acumulan algunas dudas. Por ejemplo, muy poco se ha comentado sobre que la mayor desproporcionalidad venga acompañada de una mayor fragmentación partidista. El silencio resulta llamativo cuando el nuevo sistema de partidos surgido tras las elecciones de 2015 y 2016 sigue sin resolver la cuestión decisiva de la formación de gobiernos estables.

Es también notable que la propuesta deje al margen otros elementos básicos del sistema electoral. Unidos Podemos y Ciudadanos no pretenden reducir los sesgos mayoritarios y conservadores del sistema electoral, sino solo mejorar su representación en el Congreso. Es naturalmente un objetivo legítimo, pero casa poco y mal con sus ambiciosas propuestas para nada menos que regenerar el sistema político a través del cambio del sistema electoral. La gran heterogeneidad existente en el número de escaños de las circunscripciones, la naturaleza abierta o cerrada de las listas electorales y la financiación de los partidos políticos deben estar en cualquier agenda de una reforma electoral.

Resulta, además, que el comportamiento estratégico de los partidos puede contrarrestar los efectos de la nueva fórmula. Es más que probable que si el PP o el PSOE saben que en determinados distritos pueden perder algún escaño por un escaso margen de votos, concentrarán sus campañas electorales en ellos para impedirlo. Y si la distribución de los votos entre los partidos en las circunscripciones cambia en las próximas elecciones, en particular qué partido gana el último escaño en cada distrito, los efectos del cambio de la fórmula están sujetos a una notable incertidumbre.

Finalmente, los cambios de reglas electorales básicas adoptados por mayoría, y dejando fuera a partidos que son precisamente los perjudicados por la reforma, son arriesgados. Si se sacan adelante medidas redistributivas a pesar de la disconformidad de algunos partidos, ¿qué impedirá que el hoy pagano cambie las reglas a su favor en cuanto pueda? De confirmarse, el caso español sería similar al de otros países, como Francia o Grecia hace tiempo, o Italia y los de Europa Central y del Este ahora, donde las reglas electorales se modifican con frecuencia de la mano de mayorías cambiantes. Las apelaciones al consenso por parte del PP y PSOE son interesadas, desde luego, pero tienen su parte de razón: las reglas institucionales de los sistemas políticos necesitan acuerdos interpartidistas para ser eficaces y estables. Sería paradójico que, en la legislatura más improductiva en términos de políticas sociales o económicas, su principal logro fuera el cambio de una regla electoral que lleva cuatro décadas funcionando y que podría ser restituida tan pronto apareciera una diferente mayoría favorable.




Dibujo de Eulogia Merle para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









HArendt





Entrada núm. 4316
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 15 de agosto de 2013

Partidos políticos, movimientos sociales y democracia




El más clásico de los clásicos




Pienso que la mayoría de los lectores de este blog admitirán conmigo que no hay más democracia posible que la representativa y que no hay representación posible sin partidos. Dicho lo cual cabe pensar que el desapego creciente de la ciudadania hacia las instituciones democráticas como instancias para la resolución de los conflictos políticos deriva, entonces, del defectuoso funcionamiento de los canales de representación política, es decir, de los sistemas electorales y de los partidos políticos.

Ya he escrito hasta la saciedad sobre la necesidad, a mi juicio, de una reforma en profundidad del sistema electoral español, abandonando el proporcional en favor de un sistema de elección mayoritaria simple, de distritos electorales uninominales, y sobre la transformación del Senado en una cámara legislativa no electiva y conformada por representantes de los gobiernos de las comunidades autónomas, dentro de un Estado federal. No voy a insistir en ello, así que centremos la cuestión de hoy en la organización y funcionamiento de los partidos políticos, que me viene propiciada por la publicación en el diario El País del pasado día 11 de un artículo del profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco, titulado "¿El final de los partidos?", que pueden leer aquí.

Revisando mis notas de estudio sobre teoría política he reencontrado un artículo de diciembre de 2003, firmado por los profesores José Ramón Montero (Universidad Autónoma de Madrid) y Richard Gunther (Ohio State University), y publicado en la Red de Cuadernos de Trabajo del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacional de la UAM, que lleva el sugestivo título de "Los estudios sobre los partidos políticos: una revisión crítica", que pueden ustedes leer en este enlace.

En ambos estudios, separados por diez años de distancia, y miren que han pasado cosas en este decenio, las conclusiones de ambos pueden resumirse en: 1. La democracia está en crisis; 2. Los partidos políticos no están funcionando bien; 3. Los partidos necesitan una profunda transformación para responder a las necesidades actuales de la ciudadanía democrática; y 4. Los movimientos sociales no pueden responder por sí solos a las demandas de esa ciudadanía.

Dice el profesor Innerarity que "la actual crisis de los partidos políticos, su descrédito, pérdida de relevancia o fragmetación, es manifestación de una crisis más profunda [...] Del fin de una era política que presuponía un contexto social estructurado en comunidades estables, con roles profesionales definidos y formas de reconocimiento y reputación consolidadas [...] Lo que se ha acabado, concluye, es el control monopolístico del espacio público por parte de los partidos políticos, el partido-contenedor, pero en absoluto la necesidad de instancias de mediación en las que se forma la voluntad política [...] Las conquistas sociales no pueden asegurarse sin organizaciones del estilo de los partidos y los sindicatos [...] Tras la crisis de los partidos estamos en la encrucijada de o bien hacer mejores partidos o bien ingresar en un espacio amofor cuyo territorio será ocupado por tecnócratas y populistas, definiendo así un nuevo campo de batalla que sería todavía peor que el actual." El movimiento 5 Estrellas, dice, sería muy ilustrativo de la ambigüedad de esa democracia digital. Fin de la cita, y perdonen el chiste fácil. En nuestras manos está que eso no ocurra.

Retomo el estudio de los profesores Montero y Gunther citado al comienzo. Se dice en él que "Es probable que muchos estudiosos de la Ciencia Política alberguen sentimientos encontrados ante la aparición de un nuevo libro sobre los partidos políticos (se refieren a "J.R.Montero, R.Gunther y J.J.Linz (edtrs.): Political Parties: Old Concepts and New Challenges. Oxford Univerrsity Press, Oxford, 2002). Para ellos, la bibliografía existente sobre partidos sería suficiente, por lo que poco más podría aprenderse de un estudio adicional tras más de un siglo de investigación académica sobre la cuestión. Y es posible que otros especialistas tampoco consideren necesarios nuevos trabajos empíricos sobre los partidos dado que a su juicio estarían convirtiéndose en actores crecientemente irrelevantes, cosechando fracasos en sus respuestas a los problemas políticos y muchas de sus funciones realizándose con mayor eficacia por movimientos sociales organizados informalmente, por el contacto directo entre los políticos y los ciudadanos a través de los medios de comunicación o de Internet, o por innovaciones de la democracia directa. Para estos especialistas, los partidos estarían inmersos en un proceso inexorable de declive. Finalmente, un tercer grupo de expertos podría haber concluido que la investigación académica sobre los partidos no ha conseguido avanzar en la tarea de desarrollar una teoría rigurosa y convincente, y que cualquier esfuerzo que siga las vías clásicas está condenado al fracaso. Una afirmación de este tipo resultará especialmente atrayente para los investigadores que hayan adoptado aproximaciones analíticas que concedan poco valor al estudio de organizaciones complejas o de instituciones políticas y que estimen que el estudio de los partidos es irrelevante para el desarrollo de una teoría de la política de corte universal". 

Les recomiendo encarecidamente su más que instructiva lectura al respecto. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: Ιωμεν (vámonos). Tamaragua, amigos. HArendt






El profesor Daniel Innerarity






Entrada núm. 1939
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

jueves, 27 de junio de 2013

Crisis política y desafección ciudadana




Salón de Plenos del Tribunal Supremo 



Dejar todo el papel de restaurar el Estado de Derecho en manos exclusivas de la Justicia es como pedir peras al olmo. O lo que es lo mismo, descargar las responsabilidades propias en las manos de otros a los que al mismo tiempo debilitamos todo lo posible (e imaginable) para que no puedan realizar su misión adecuadamente. 

Esa es la cuestión, en esencia, que plantean en sendos artículos los profesores Miguel A. Aparicio, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona: "El juego sucio que se esconde tras el telón de la crisis" (La Vanguardia, 7/4/2013) y José Ramón Montero y Mariano Torcal, catedráticos de Ciencia Política, respectivamente, en la Universidad Autónoma de Madrid y la Pompeu Fabra de Barcelona: "No es descontento, es la desafección" (El País, 14/6/2013).

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Congreso de los Diputados
¿Dónde están Sus Señorías?





Entrada núm. 1892
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"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)