Mostrando entradas con la etiqueta G.Steiner. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta G.Steiner. Mostrar todas las entradas

sábado, 24 de noviembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Una universidad diferente





Yo no había oído hablar de George Steiner en mi vida hasta que, hace justamente veinte años, leí su libro Errata: El examen de una vida (Siruela, Madrid, 1998). Una excepcional autobiografía que me impresionó hasta la médula y a la que llegué, como tantas otras veces, desde Revista de Libros. De mi emocionada lectura de Errata recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 

Dice Steiner: "Una universidad digna es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío".

¿Por qué es Berkeley, en California (Estados Unidos), una gran universidad?, se pregunta el profesor Javier Aranguren en el último número la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte. Y a desantrañarlo dedica un interesante artículo que subo con satisfacción al blog.  

Frederick Wiseman, comienza diciendo el profesor Aranguren, realizó en 2013 un milagro: el documental "At Berkeley" (pueden ver al final de la entrada un avance del mismo). Para realizarlo, permaneció con su equipo durante doce semanas en el campus de la universidad californiana. Como producto final presenta una película de cuatro horas de duración (absorbente, interesantísima) en la que logra dar cuenta de lo que es esa universidad.

Su estrategia narrativa es la de mantenerse al margen. Logra que reuniones, clases, seminarios, actuaciones teatrales, paseos, competiciones deportivas, resulten completamente naturales. Es como si unas cámaras secretas hubieran logrado entrar en la intimidad de las distintas actividades y nos hace partícipes como uno más de un consejo de gobierno, de la lectura comentada del Walden de Toureau, del debate sobre cómo tratar con la policía local la amenaza de manifestación y huelga que han anunciado unos estudiantes para reclamar una rebaja en las matrículas.

Berkeley es conocida por haber sido uno de los focos de la protesta del 68, en unas ya legendarias reivindicaciones en favor del free speech que todavía resuena entre algunos nostálgicos ajados en años que reivindican ese espíritu de la «universidad sin élite», de la universidad abierta a la diversidad. La diversidad se adivina por la apariencia de estudiantes y profesores (como en el minuto 205 en el que se ve a una manifestante musulmana con el velo puesto sobre su cara). La subrayan también los prejuicios antirrepublicanos que muestra en un momento dado el rector, o la pose populista de una manifestación estudiantil que trata de reivindicar el pasado de protesta de Berkeley pero se encuentra con una mayoría de estudiantes empeñados en atender a las redes sociales o a las solicitudes del amor sobre el cuidado césped del campus. Es una protesta naif, revenida, con esa estudiante que se ha dibujado la hoz y el martillo en la mejilla, las consignas populistas convertidas en lugares comunes y la abundancia de ordenadores Mac que nunca se hubieran visto en Moscú o en Rumanía.

Uno de los principales motivos de preocupación en Berkeley cuando se realizaba el documental era el presupuesto. Se comenta que apenas reciben 308 millones del estado de California, un 50% menos que pocos años antes y apenas el 16% del coste total. Y es que el presupuesto real del centro, con su multitud de facultades, másteres, premios Nobel o institutos de estudios avanzados, es de 1.900 millones de dólares ese año. Esto les plantea un serio problema de identidad: Berkeley se muestra orgullosa de su condición de centro público de educación superior (lo que no es ni Harvard, ni Yale, ni la vecina Stanford). ¿Cómo se puede seguir siendo tal si el estado no invierte?

Este dilema es uno de los hilos conductores de la obra de Wiseman, casi la «excusa dramática» que unifica las doce semanas de filmación: si no logran un precio razonable de matrícula, ¿podrán seguir admitiendo alumnos de clase media?, ¿podrán ayudarlos para evitar su endeudamiento por unos créditos que determinarán sus vidas profesionales? Durante una clase una profesora muestra a sus alumnos cómo si no logran esas rebajas los estudiantes deberán pagar tanto que nunca tendrán la posibilidad de dedicarse como profesionales al servicio público o a la educación. El alumno de Berkeley se verá forzado a ingresar en grandes multinacionales y de ese modo se hará muy difícil que su aprendizaje retorne a la comunidad. La Escila y Caribdis que recorre el documental es que la falta de inversión haga perder la excelencia, pero también que la lucha por la excelencia impida que siga siendo un centro de vocación pública a causa de sus precios prohibitivos.

En consecuencia la dirección se esfuerza por ahorrar. No en profesorado, aunque tampoco están dispuestos a competir con las millonarias universidades privadas de la Ivy League (Harvard, Yale), que son capaces de ofrecerles el doble de sueldo. ¿Cómo fidelizar a esos profesores? Mejorando las instalaciones, subrayando el prestigio de Berkeley, asegurándoles el orgullo de pertenencia de formar parte de un centro puntero.

El rector no duda en afirmar que lo más importante de esa universidad es the faculty, el cuerpo docente, pues sin eso no hay universidad posible. ¿Se entendería tal afirmación en el sistema universitario español? A lo largo del documental vemos a profesores dando clase, discutiendo un paper con una doctoranda, encabezando una indagación en ingeniería para ayudar a caminar a lesionados de médula, defendiendo la investigación aeronáutica con vocación de conocimiento público o cómo las pesquisas sobre el cáncer y los genes exigen «pensar fuera de la caja». Unos salen dando clases de formato tradicional (en Berkeley caben alumnos con cara de aburridos), otros dirigiendo un pequeño seminario en el que marcan la dirección de orquesta y el instrumento solista. Hay tiempo para leer poemas en una biblioteca, para realizar un número musical humorístico sobre la idea de amigo en Facebook o para asistir a un asombroso cuarteto de cuerdas.

Pregunta el rector: ¿cuál es la principal responsabilidad de un decano? Fichar y promover solo a gente fuera de lo común, y por lo tanto saber hacer criba para apartar a los que no den la talla. Pero, y esto sería hoy novedoso en cualquier universidad sometida al proceso de Bolonia, no solo se debe honrar a los grandes investigadores: ¡hacen falta grandes profesores, expertos en docencia, expertos en el arte de dominar el manejo del aula! Y es probable que estos no se encuentren en la cresta de las publicaciones científicas, pues muchas veces los investigadores académicos no saben enseñar ni se interesan en dicha tarea. Ahí se señala una de las grandes ambiciones en Berkeley: no son importantes solo los scholars, sino también los classroom teachers, porque, en el fondo, se valora a los alumnos y al proyecto formativo que dio origen al centro.

Resulta especialmente llamativa una reunión de asistentes académicos (alumnos de doctorado que sirven de apoyo a los profesores para seguir el progreso de los alumnos), en la que una chica muy joven les proporciona directrices para aumentar la eficacia en su tarea: que se aprendan los nombres de los alumnos, que eviten una relación tan personal que pueda dificultar la justicia en la corrección de trabajos, que se planteen qué es lo que quieren ellos que aprendan los alumnos, qué significa enseñar para cada uno de esos asistentes académicos. Y todo dicho con humor, dicho con cuidado. Se descubre pasión: deseo de aprender a enseñar.

Para lograr esas metas necesitan que todos los miembros del campus colaboren. Si racionalizan las compras llegarán a ahorrar 75 millones en suministros para no subir las matrículas un 13%; se ve al rector hablando con el personal no docente, que se queja de despidos, y el rector desvela cómo gracias a que los profesores se bajaron el sueldo los recortes pudieron ser menos traumáticos; discutirán sobre si es conveniente montar una guardería para los hijos del personal. Hay una voz disiente: ¿por qué dar subsidio solo a una elección particular de vida, la familia con niños? Y la discusión se abre, civilizadamente, con argumentos racionales.

Quizá eso es lo que ha querido señalar Wiseman de forma más insistente: el carácter racional de todo el proyecto. Lo defiende abiertamente uno de los vicerrectores: lo central de la academia es la discusión racional, dice, y poner en orden la evidencia. Invita a cultivar la pasión porque con pasión es más fácil comprometerse y ser enérgico, pero el discernimiento (distinguir lo que es de lo que no es, el cultivo de la verdad) tiene la misma importancia. Por eso la universidad no debería centrar sus esfuerzos en las relaciones públicas o en la adulación. La universidad debe centrarse en apoyar el trabajo serio, no el que realizan las cheerleading (las animadoras). ¡Queda este ideal tan lejos de las prácticas de tantos centros que se llaman universitarios y que se limitan a cumplir con unas clases, a invertir en folletos plagados con fotos de alumnas irreales y a invitar a predicadores de campanillas —habitualmente no académicos— a sus ceremonias de graduación y a sus doctorados honoris causa!

Esa racionalidad, y eso es lo que más puede asombrar al público mediterráneo, se aplica también durante la discusión en el aula. Primero, porque realmente hay discusión. Por supuesto, como ya he señalado, algunas clases siguen el esquema clásico (napoleónico) de profesor-busto-parlante. Sin duda eso es también lo adecuado cuando es necesario exponer contenidos. Pero se cultivan los debates, siempre en grupos pequeños. ¿Cómo no va a ser cara una universidad con clases para diez, quince personas? ¿Pero cuál es —aparte de este— el significado de la expresión educación superior? ¿Qué tiene de superior limitar la enseñanza a clases ante cientos de sujetos silenciosos y medio dormidos, o la rutinaria corrección de decenas de trabajitos mediocres que no han aportado nada al alumno y que solo aburren al docente?

Segundo, porque uno habla y el resto escucha. No hay interrupciones, sino que se deja tiempo para el argumento, se levanta la mano, se asiente, se espera el propio turno, y probablemente se niegue la mayor de lo dicho por el anterior participante sin mezclar la defensa de unas ideas con el ataque a unas personas. Se discute por qué se excluye a los estudiantes negros de los grupos de estudio; sobre el liberalismo, el individualismo y el papel de los impuestos; ilustran sus discusiones con multitud de lecturas, tal vez de los libros exigidos para la clase de esa semana; se reúnen para dar con soluciones a la subida de matrículas, y un profesor les plantea la necesidad de que sean creativos, que vean que los préstamos no son malos, que si la gente es capaz de pedirlos para comprar un coche que se devalúa en el momento que sale del concesionario, por qué van a tener ellos miedo de hacerlo para su educación que nunca pierde valor; o incluso se quejan de las manifestaciones estudiantiles que impidieron durante unas breves horas el uso de la biblioteca, la realización de un examen o que provocaron un desalojo porque los revoltosos hicieron sonar las alarmas contra incendios: ¿qué convivencia culta cabe esperar cuando hay grupos que imponen sus puntos de vista ejercitando ese tipo de violencia?

Y se escuchan unos a otros ordenadamente, con una actitud probablemente puritana —que nace del sentido del deber de escuchar—, presente también en ese campus con fama de revoltoso pero que en realidad está forma-do por ciudadanos norteamericanos, educados en la idea de tolerancia y en el educado deber moral. De ese modo el protagonismo no se encuentra solo en los que hablan, sino también en los que atienden. Ese es otro de los logros del documental: quien lo mira se ve envuelto en la conversación, a menudo querría participar, aprende a escuchar y espera a lo que tuviera que decir el siguiente alumno o el siguiente técnico del rectorado.

Las distintas escenas van intercaladas por momentos de la existencia cotidiana: paseantes en el campus, chicos jugando al frisbee, el envidiable y eterno buen tiempo californiano, un partido de American Football con las majorettes en un estadio inmenso, obras de mejora en el asfalto, el oso que identifica a Cal-Berkeley, mercadillos callejeros con los últimos hippies que parecen formar parte del atrezzo una exposición nostálgica, la danza en un teatro en la que las sombras de los bailarines pasan delante de una tela azul… Un mundo aparte de las necesidades cotidianas que convierte a ese campus cargado de excelencia en una suerte de utopía. 

La Universidad de California en Berkeley es una universidad pública estadounidense con sede en Berkeley (California). Es la institución insignia del sistema de la Universidad de California y está clasificada como una de las universidades más prestigiosas del mundo y la universidad pública número 1 en Estados Unidos. Fundada en 1868, ofrece aproximadamente 350 programas de pregrado y posgrado en un amplio número de disciplinas. En cuanto a los rankings, el Times Higher Education World University la ubica como la sexta mejor universidad del mundo en 2017, y U.S. News como la tercera mejor universidad del mundo en una clasificación efectuada en 2015 en más de 50 países, incluyendo a Estados Unidos. La Academic Ranking of World Universities ubica a Berkeley como la cuarta mejor universidad del mundo y la primera pública. Por departamentos se clasifica como la tercera mejor en ingeniería, cuarta en ciencias sociales y primera en matemáticas, física, química y ciencias de la vida. Entre sus docentes y alumnos hay 104 Premios Nobel, 9 Premios Wolf, 14 Medallas Fields, 25 Premios Turing, 45 Becas MacArthur, 20 Premios Oscar, y 11 Premios Pulitzer. Hasta la fecha, los científicos de Berkeley han descubierto 6 elementos químicos de la tabla periódica (californio, seaborgio, berkelio, einstenio, fermio, lawrencio). En colaboración con Berkeley Lab, investigadores de UC Berkeley han descubierto más de 16 elementos químicos en total – más que cualquier otra universidad en el mundo. La universidad administra tres laboratorios nacionales del Departamento de Energía Nacional de los Estados Unidos: el Laboratorio Nacional de Los Álamos, el Laboratorio Nacional de Lawrence Livermore y el Laboratorio Nacional de Lawrence Berkeley.

Desde este enlace pueden acceder, subtitulado en español, a un avance del afamado documental de Frederick Wiseman At Berkeley, un documental que cualquier persona apasionada por la excelencia universitaria agradecerá ver. La película completa, de pago, más de cuatro horas de grabación, puede verse desde este otro enlace.



Puerta de entrada al campus de la Universidad de Berkeley



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4665
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)



miércoles, 19 de septiembre de 2018

[A VUELAPLUMA] ¿Queda algo de eso llamado excelencia universitaria?





Yo no había oído hablar de George Steiner en mi vida hasta que, va a hacer veinte años ya, leí su obra autobiográfica titulada Errata: El examen de una vida (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro que me impresionó profundamente. De mi emocionada lectura de Errata, recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 

Dice Steiner: "Una universidad digna es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."

Perdonen la digresión. No he podido sustraerme de subirla al blog después de leer el artículo publicado hace unos días en el diario El Mundo, sobre el funcionamiento de nuestra universidad, por el jurista, catedrático y profesor de la Universidad de León, Francisco Sosa Wagner. Leánlo con atención, comparen el ideal universitario expuesto por Steiner y la situación que denuncia el profesor Sosa Wagner. Y luego, saquen sus propias conclusiones. En cualquier caso, no le echen la culpa del desastre sólo al gobierno, como hacen muchos, lavándose las manos cuales Poncios Pilatos. La culpa es de todos, colectiva, y moral: De las Cortes Generales, de los Parlamentos de las Comunidades Autónomas, del gobierno del Estado y de los gobiernos regionales. Y de las autoridades académicas y de los responsables universitarios: rectores, consejos sociales, claustros, decanos, directores de departamentos y profesores de toda clase y condición, que han convertido las universidades españolas en esa "aurea mediocritas", pero mediocridad al fin y al cabo, que acreditan todos los índices académicos europeos y mundiales. Y también de los alumnos, para la mayoría de los cuales "el ansia por el saber" que debería caracterizar su paso por la universidad es algo que les resbala, y a los que solo preocupa la obtención de un título, que no les sirve en la práctica para casi nada, pero en el que se dejan los mejores años de sus vidas y sus ahorros o los ahorros de sus padres. Pero lo peor de todo lo anterior no es eso; lo peor es que ninguno de los citados va a asumir responsabilidad alguna sobre ese desastre, lo que significa que nada o casi nada va a cambiar. ¿Qué hay excepciones?, por supuesto. Haberlas haylas: entre instituciones, profesores y alumnos, pero son las excepciones, espléndidas, que confirman la regla.

Al final, las tropelías que, al parecer, han podido protagonizar algunos políticos, comienza diciendo el profesor Sosa Wagner, han incorporado al orden del día el funcionamiento de la Universidad después de años y años en los que se han sucedido las reformas legislativas sin apenas despertar más interés que el mostrado por círculos minoritarios a los que nadie ha hecho el menor caso. Así, por ejemplo ¿cómo es posible que se desmantelara el sistema de acceso al profesorado universitario mediante pruebas públicas sin que apenas se oyera una voz crítica o de desacuerdo? Porque el lector ha de saber que, en estos momentos, los tribunales que juzgan a quienes van a ser catedráticos o profesores titulares de por vida los están nombrando en la práctica -y a salvo las excepciones, que puede haberlas- ¡el propio candidato! Y digo "el" en singular porque normalmente no hay más que uno. 

Es verdad, se me dirá, que hay un proceso previo de acreditación pastoreado por una agencia pero no es menos cierto que a ese proceso le sobra de opacidad lo que le falta de rigor y precisión. Me refiero a la inexistencia en él de una presentación pública de méritos y a la discusión de esos méritos por expertos con los candidatos y entre los candidatos. Hubo una época, la de las habilitaciones, que propició la competencia y el conocimiento de los programas restableciendo al tiempo el sorteo de los especialistas que habían de juzgar las pruebas. Flor de un día. La conclusión es que hoy se acreditan algunos que son magníficos profesionales, precisamente los que no hubieran tenido miedo a enfrentarse a un sistema exigente y público, pero, al mismo tiempo, se cuelan por ese cedazo tan poco sutil personas a quienes les falta el suficiente grado de cocción. Y añado: ha habido reformas universitarias más o menos afortunadas pero es mérito (y lamento decirlo) del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero haber culminado la más desastrosa de todas: de ella se derivan los males más groseros y más infecciosos que aquejan al entero sistema.

Sigo: ¿cómo es posible asimismo que la composición de los tribunales que juzgan las tesis doctorales esté confiada a lo que dispongan las Universidades sin más exigencia que la de ser doctor (no fontanero ni guardia urbano) con experiencia investigadora acreditada, así, sin mayores precisiones? Ahora se está hablando del que juzgó la del actual presidente del Gobierno y muchos nos echamos las manos a la cabeza a la vista de su insuficiente calidad pero eso es así, o puede ser así, en todas las pruebas de doctorado que se realizan en las Universidades españolas. Además desde hace poco se ha reducido a tres el número de juzgadores cuando siempre habían sido cinco. Con la excusa de ahorrar en dietas y demás. ¿Por qué no se ahorra en remunerar a cargos y más cargos que nombran los rectores para ganarse los votos? Porque sépase que la gestión universitaria está en buena medida en manos de un personal puesto a dedo por quien es elegido para ejercer la magnificencia rectoral, la mayoría de ellos profesores que nada saben de la muy complicada gestión universitaria y que, por ello, si algo les sale bien es por casualidad. 

Repito: cuando se han aprobado todas estas reformas malhadadas, lamentables y vergonzosas ¿alguien ha dicho algo? ¿fuera de la Universidad o dentro? Muy poquitos. Tampoco la multiplicación de Facultades y Escuelas, sin ofrecer serias señales de especialización en todos los rincones de España, nunca ha sido puesta en la picota. Al contrario, los medios de comunicación locales han celebrado que los rectores consiguieran que se les reconociera por la autoridad (in) competente los títulos más estrambóticos. En fin, están los másteres. Lo estamos viendo: cada español quiere adornarse con uno de esos másteres sembrado por los nuevos planes de estudio que, acortados en sus dimensiones tradicionales, han crecido y se han alargado -como planta trepadora y enredadera- por el costado del máster. El hallazgo tiene mucho de abominable pero es el inventado en esta España preñada de vacuidad, esta España trocada por los encantadores en alijo de papanatas. Ha consistido el negocio -porque negocio es- en acometer contra las licenciaturas dejándolas en los huesos de un puñado de asignaturas: lo que siempre se había estudiado en cinco años pasa a «no estudiarse» en tres o cuatro encomendándose el resto a un máster. ¿En manos de las universidades? Sí pero también de una sociedad mercantil, unos grandes almacenes, el despacho de unos abogados, un consorcio de seguros... lo que sea siempre que el anuncio del producto (porque de producto se trata parecido a una aspiradora) esté formulado en inglés. Y así el colmo de la cursilería es el propio nombre: máster. No maestría: máster ... en Márketing digital, máster en Coaching y máster en Fundraising y del máster al ránking y del ránking a... al artificio tontuno, al mundo trabucado y de trabucaires, es decir, a la imbecilidad manifiesta. Que es donde estamos. Con decir que hay un máster para conseguir el título de influencer me parece que no queda nada por añadir. Pero añado: lo repugnante es que este embeleco destinado a acabar con lo más preciado que tiene una sociedad, a saber, la cultura, la formación y la educación, ha sido votado y decidido con entusiasmo, cuando no impulsado, por fuerzas políticas que se envuelven en una bandera, la del progreso, convertida así en siniestro sudario mortuorio. 

Pedir ahora la publicidad de los trabajos universitarios, lo que han impedido en el Congreso los dos partidos mayoritarios, está bien pero a mí se me antoja que es algo parecido a imponer por ley que el personal se duche. De resultas de todos estos enredos casi todos los españoles son alumnos y, poco después, profesores de un máster, en realidad, sacerdotes de un culto trivial. No acaba aquí el flagelo: por encima del profesor de máster está el director de máster y, junto a él, el codirector de máster y el coordinador de máster, casi siempre camaleones del viento como diría nuestro Baltasar Gracián. Sí, Gracián, aquel jesuita que en el siglo XVII defendía la primacía de la "testa sobre los textos".

España, lector, ha quedado envuelta en un máster como esos edificios que Christo, artista búlgaro, envuelve en sus paredes de nailon.Culpable de estas extravagancias que padecemos es la idea de la autonomía universitaria. Admitida con la mejor intención en la Constitución, hoy no existe más que en la forma de un corporativismo generador de una endogamia implacable. Porque, y esta es la clave, se ha olvidado que lo relevante no es la autonomía de una organización que vive del dinero público sino preservar el ejercicio, por los individuos concretos que en ella desarrollan su trabajo, de sus libertades básicas: de investigación, de cátedra, de expresión... Este es el núcleo del asunto, lo que en verdad vale la pena defender y para ello, en un Estado de Derecho, no es necesario ampararse en una autonomía tergiversada que, en puridad, ha envuelto un servicio público como es el universitario en una organización gremial y corporativa. 



Dibujo de Javier Olivares para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4590
elblogdeharendt@gmail.com
"Atrévete a saber" (Kant); "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire); "Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme de una vez para siempre a realizarlos" (Hegel)

sábado, 12 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Habitaciones vacías





Un prototipo del hombre ilustrado, cultivado, refinado, puede ser, por ejemplo, George Steiner (1929) dice el escritor y periodista Ignacio Vidal-Folch en un reciente artículo. Una eminencia en la crítica de la literatura. Que padece la tendencia, muy común entre los hombres provectos (y que a los jóvenes suele parecerles bastante irritante), a considerar que todo lo que vale la pena en el mundo ya ha desaparecido o está en trance de desaparecer...Además de su viva inteligencia y sus conocimientos enciclopédicos, otro aspecto que hace fascinante el trato con Steiner es su sostenida costumbre del autoanálisis y la tendencia a decir lo que piensa aunque no siempre le haga quedar bien. 

Profesor, crítico y teórico de la literatura y de la cultura, escritor políglota, trilingüe perfecto en alemán, francés e inglés, profesor emérito del Churchill College de la Universidad de Cambridge y del St Anne's College de la Universidad de Oxford, y autor de un hermosísimo libro que les recomiendo encarecidamente: Errata. Examen de una vida (Siruela, Madrid, 2009), se define como una persona extraterritorial. Su ámbito de interés principal es la literatura comparada. Su obra como crítico tiende a la exploración, con reconocida brillantez, de temas culturales y filosóficos de interés permanente, contrastando con las corrientes más actuales por las que ha transitado buena parte de la crítica literaria contemporánea. Su obra ensayística​ ha ejercido una importante influencia en el discurso intelectual público de los últimos cincuenta años.

En Un largo sábado, continúa diciendo Vidal-Folch, libro de entrevistas que se publicó el año pasado y al que me referí en esta revista en julio de 2016, dice algunas verdades inesperadas sobre el efecto de las humanidades (o sea, el conjunto de disciplinas relacionadas con la cultura humana) en el comportamiento práctico: «¿Es posible -y formulo esta pregunta después de 60 años de magisterio y de amor por las letras- que tal vez las humanidades puedan volverle a uno inhumano? ¿Que lejos de hacernos mejores, lejos de aguzar nuestra sensibilidad moral, la atenúen? Nos alejan de la vida, nos dan tal intensidad con la ficción que a su lado la realidad pierde color». Bien, es una sospecha terrible: te conmueve la lenta muerte de madame Bovary mientras va padeciendo los dolores del envenenamiento por arsénico, a lo largo de páginas y páginas de melodiosas frases de Flaubert; pero los naufragios diarios -¡tan prosaicos!- de las pateras en el Mediterráneo te dejan frío; piensas un momento «qué putada» y cambias de canal.

He citado una frase de Un largo sábado pero ahora al leer otra larga entrevista que le han hecho a Steiner en Expresso, que es la revista de información general más leída e influyente de Portugal, constato que al cabo de un año el viejo profesor sigue dándole vueltas a este interrogante moral: la posibilidad de que la cultura, que nos permite ponernos en la piel del otro -y concretamente ése es el supuesto efecto de la literatura, a la que él ha dedicado su vida: sacar al lector de su aislamiento e ignorancia del otro, sacarle de su innato narcisismo, proyectar su imaginación hacia los personajes de manera que comprenda mejor sus motivos y los reconozca como a hermanos- en realidad tenga el efecto contrario y nos insensibilice.

Ahí Steiner, de 88 años, comenta su costumbre de dedicar dos horas cada mañana a leer en las diferentes lenguas que domina, para que no se le oxiden, para no olvidarlas. Y a renglón seguido, se refiere a la llegada a Europa de cientos de miles de refugiados, a los que en los próximos años es inevitable que seguirán millones; y define ese proceso como una «invasión»; y esa invasión incruenta, que llevará consigo sus valores, creencias, costumbres y religiones, inevitablemente desfigurará el rostro de Europa... Luego habla de Shakespeare y de Dante... y luego vuelve a tocar el tema de este artículo: la incapacidad del hombre medianamente culto -y si usted está leyendo este artículo, sin duda lo es- para llevar al terreno de la práctica los buenos sentimientos solidarios que su educación humanista le ha inoculado: «Vivo solo con mi mujer en esa casa, que es bastante grande», dice Steiner. «Pienso que podríamos alojar a algún refugiado, cederle algunas habitaciones, hay espacio de sobra. Pero... no lo hacemos». Sí, por más que te sepas de memoria a Cervantes y a Shakespeare, ceder esas habitaciones... es harina de otro costal.


Dibujo de Josetxu L. Piñeiro para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



Harendt






Entrada núm. 3724
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 9 de noviembre de 2016

[Personal] Deuda de gratitud



Emilio Lledó



El pasado día 5 el profesor Emilio Lledó, ilustre filólogo, filósofo, humanista, académico de la Real Academia Española, y profesor de innumerables generaciones de alumnos, cumplió 89 años de edad. Esta entrada de hoy está dedicada a él.

En unas semanas hará once años que me llegó la hora de mi jubilación laboral, y fue ese el momento en que decidí abandonar también definitivamente toda veleidad académica, si es que se puede llamar así a más de treinta años de vida universitaria. Una exasperante relación de amor-odio-exasperación, aunque al final prevalezca nítidamente lo primero, con la Escuela Social, la Escuela Normal Superior de Magisterio, la Escuela Central de Idiomas, el Instituto "Balmés" de Sociología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la New York University y la Universidad Nacional de Educación a Distancia. De esta última, de la UNED, fui, como vulgarmente se dice, cocinero y fraile, pues aunque siempre como alumno tuve el inmenso honor de formar parte de varios Consejos de Departamento, Juntas de Facultad, e incluso, de su Claustro Constituyente, de la Junta de Gobierno y del Consejo Social de la misma, y de presidir el Consejo General de Alumnos de la Universidad, lo que me permitió el placer y el privilegio de conocer y tratar a ilustres profesores, muchos ya por desgracia desaparecidos o jubilados de su vida académica.

Si tuviera que personalizar en uno solo de ellos la inmensa deuda que guardo para con la Universidad, no tengo duda que elegiría, sin desdoro alguno para los demás, al profesor Emilio Lledó. Eminente filólogo, filósofo, humanista, y miembro de la Real Academia Española, él fue para mí el profesor por antonomasia. Fue mi profesor de Historia de la Filosofía en la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, y con él descubrí a Platón y la República, Aristóteles y la Política, o San Agustín y su Civitatis Dei, pero sobre y ante todo, aprendí a admirar y reconocerme como heredero del mundo de la cultura clásica legada por Grecia y Roma al occidente europeo y la humanidad.

Una sola anécdota, de las varias que le oí contar -pues era uno de esos profesores que se ganaba a sus discípulos por su facilidad de acceso y sus digresiones siempre relacionadas con el mundo de la filosofía-, fue la respuesta dada, al parecer, por Zubiri, el gran filósofo español discípulo de Ortega, a un alumno que le pidió su opinión sobre como llegar a ser un filósofo. La respuesta de Zubiri parece ser que fue: "Aprenda alemán y griego clásico, y luego vuelva por aquí, que ya le diré...". Y es que, para el profesor Lledó, que no se cansaba de repetirlo, la Historia de la Filosofía, no era nada más, y nada menos, que el conocimiento y profundización en las grandes obras escritas por los filósofos. Y eso, ir a las fuentes de la Filosofía sin saber griego antiguo y alemán moderno es como quedarse en el abrevadero, que es donde yo me quedé, pero con el gusanillo metido para siempre en el alma.

El año 2004 el profesor Lledó pronunció el discurso del Día de la Fundación Pro-Real Academia Española, fundación de la que formé parte como socio durante varios años. Se titulaba Símbolos del alma, y lo guardo, dedicado por él, como oro en paño. Dice al final del mismo unas palabras que releo a menudo: El descubrimiento de la estructura esencial de los seres humanos -seres partidos, palabras a medias que precisan siempre ser entendidas, completadas- nos lleva al problema fundamental de esa natural y mental indigencia. La parte del símbolo que constituye nuestro ser, igual que las mitades de nuestras palabras, se forma y construye en el curso de cada vida. Somos, sobre todo, lo que hablamos. Pero ese habla está, en cada momento, levantada desde nuestro cuerpo y nuestros sentidos, desde nuestra libertad o esclavitud, desde la siempre azarosa historia de nuestro individual destino, desde el gozo y la desgracia, la miseria o la abundancia, el amor o el desamor, la luz o la ofuscación. El lenguaje envuelve a cada vida con la niebla surgida en el horizonte de aquellos que nos han hablado, que nos han iluminado o entontecido. Los lenguajes que, desde niños, han llegado a nuestra sensibilidad e inteligencia pueden habernos encerrado en una jaula de hierro de la que nunca podremos ya salir.

Pongan ustedes en relación las palabras dichas por el profesor Lledó con las pronunciadas por otro ilustre profesor, esta vez de la Universidad de Chicago, George Steiner, y tendrán completado el círculo de lo que con escasa pericia y peor fortuna estoy intentando transmitir. Dice Steiner sobre la función de la universidad en su libro Errata. El examen de una vida: Una universidad digna es sencillamente aquella que propicia el contacto personal del estudiante con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y de escuchar. Y continúa poco más adelante: "Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que se ven, oyen, huelen la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresada, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío.

Hace unos años el Museo del Prado de Madrid y el Albertinum de Dresde organizaron conjuntamente una exposición de escultura clásica, "Entre dioses y hombres", que tuvo una excepcional acogida. ¡Qué magnífica excusa para una escapada de fin de semana!, pero no pudo ser... Para compensarme de ello el profesor Lledó escribió un hermoso artículo titulado Lo bello es difícil, en el que glosaba la impresión recibida al visitar la exposición. Toda una celebración de la vida y del goce de mirar a través del asombro del arte, el amor a la verdad, la sensibilidad de la mirada y las ansias de libertad, que comienza su artículo con estas emocionadas y emocionantes palabras: Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos. No dejen de leerlo, que merece la pena.



Escudo de la UNED



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 3016
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 20 de enero de 2016

[Poesía y música] Hoy, con Gabriel Celaya, Gaetano Donizetti y Enrico Caruso



Gabriel Celaya


Como afirmo en una de las entradas más leídas del blog soy capaz de recordar y reconocer casi cualquier fragmento de texto literario o película que haya leído o visto, aunque solo haya sido una vez en la vida. Por el contrario, ni el Azar ni la Naturaleza, mis divinidades paganas preferidas, me han dotado del mismo talento para la música. La diosa Terpsícore me ha negado sus favores, salvo en aquellas piezas que ya forman parte, por la amplitud de su difusión, del imaginario colectivo de la humanidad. Y esa incapacidad para recordar y reconocer piezas musicales, es una de las circunstancias que más dolor me producen, porque en contraste con ellas la música es de todas las Bellas Artes la que más profundas emociones me provoca. 

George Steiner, uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, dice en su libro Errata. El examen de una vida, uno de los más hermosos textos que he leído nunca, lo siguiente: "El canto (y la música) es, simultáneamente la más carnal y la más espiritual de las realidades. Aúna alma y diafragma. Puede, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis. La voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia". Estoy en completo acuerdo con él.

La UNESCO instituyó el año 2000 el Día Mundial de la Poesía, que se celebra cada 21 de marzo, entendiendo que el mundo contemporáneo tiene necesidades estéticas y sociales que la poesía puede cubrir. Así pues, continúo con esta entrada de hoy la nueva sección del blog, Poesía y música, aunando algunos de los más bellos poemas en español con algunas de las más hermosas arias operísticas de la historia. 

Les invito hoy a disfrutar de La poesía es un arma cargada de futuro, de Gabriel Celaya,  y de Una furtiva lágrima, aria de la ópera El elixir de amor, de Gaetano Donizetti, cantada por Enrico Caruso en 1904 en el Carnegie Hall de Nueva York. Esto último pueden hacerlo desde el enlace de más arriba o en el vídeo del final de la entrada. Espero que ambas, poesía y aria, sean de su agrado.

Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (1911-1991), poeta español de la generación literaria de posguerra, fue uno de los más destacados representantes de la que se denominó poesía comprometida o poesía social. Entre los años 1927 y 1935 vivió en la Residencia de Estudiantes, donde conoció a Federico García Lorca, José Moreno Villa y a otros intelectuales que lo inclinaron por el campo de la literatura, llevándolo a dedicarse por entero a la poesía. Combatió durante la Guerra Civil Española en el bando republicano y estuvo preso en un campo de concentración en Palencia. En 1946 fundó en San Sebastián, con su esposa, Amparo Gastón, la colección de poesía Norte, que  pretendía hacer de puente entre la poesía de la generación de 1927, la del exilio y la europea. En los años cincuenta se integra en la estética del compromiso junto a Eugenio de Nora y Blas de Otero, en la que defiende la idea de una poesía no elitista, al servicio de las mayorías, para transformar el mundo. En 1986 es galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Gaetano Donizetti, cuyo nombre completo era Domenico Gaetano Maria Donizetti, (1797-1848) fue un compositor italiano de óperas muy prolífico, conocido sobre todos por tres de sus obras: L'elisir d'amore, que contiene la famosa aria Una furtiva lágrima"; Lucia di Lammermoor, inspirada en la novela de Walter Scott; y La favorita. Compuso 75 óperas.

Enrico Caruso (1873-1921) fue un tenor italiano, el cantante más popular en cualquier género durante los años 1920 y uno de los pioneros de la música grabada. Su gran éxito de ventas y una voz extraordinaria, aclamada por su potencia, belleza, riqueza de tono y técnica superlativa, le convirtieron en uno de los más famosos cantantes de ópera de todo el siglo XX. Con su estilo de canto Enrico Caruso fijó un estándar, influyendo en prácticamente todos los tenores en los repertorios italianos y franceses. Su carrera abarcó desde 1895 hasta 1920 e incluyó un récord de 863 apariciones en el Metropolitan Opera de Nueva York.


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



***


LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Gabriel Celaya


***


UNA FURTIVA LÁGRIMA








Entrada núm. 2584
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

sábado, 9 de enero de 2016

[Poesía y música] Hoy, con Alfonsina Storni, Vincenzo Bellini y María Callas



Alfonsina Storni


Como afirmo en una de las entradas más leídas del blog soy capaz de recordar y reconocer casi cualquier fragmento de texto literario o película que haya leído o visto, aunque solo haya sido una vez en la vida. Por el contrario, ni el Azar ni la Naturaleza, mis divinidades paganas preferidas, me han dotado del mismo talento para la música. La diosa Terpsícore me ha negado sus favores, salvo en aquellas piezas que ya forman parte, por la amplitud de su difusión, del imaginario colectivo de la humanidad. Y esa incapacidad para recordar y reconocer piezas musicales, es una de las circunstancias que más dolor me producen, porque en contraste con ellas la música es de todas las Bellas Artes la que más profundas emociones me provoca. 

George Steiner, uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, dice en su libro "Errata. El examen de una vida", uno de los más hermosos textos que he leído nunca, lo siguiente: "El canto (y la música) es, simultáneamente la más carnal y la más espiritual de las realidades. Aúna alma y diafragma. Puede, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis. La voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia". Estoy de completo acuerdo con él.

La UNESCO instituyó el año 2000 el Día Mundial de la Poesía, que se celebra cada 21 de marzo, entendiendo que el mundo contemporáneo tiene necesidades estéticas y sociales que la poesía puede cubrir. Así pues, inicio con esta entrada una nueva sección del blog, Poesía y música, aunando algunos de los más bellos poemas del pasado siglo en español con algunas de las más hermosas arias de ópera de la historia. Hoy, con Tú me quieres blanca, de Alfonsina Storni, y con el aria Casta diva, de la ópera "Norma", de Bellini, cantada por María Callas en 1958 en la Ópera de París. Espero que sean de su agrado.

Alfonsina Storni (1892-1938)  fue una poetisa y escritora argentina modernista nacida en Suiza. Alfonsina se desempeñó como mesera en el negocio familiar, pero dado que este trabajo no le gustaba se independizó y consiguió empleo como actriz. Ejerció como maestra en diferentes establecimientos educativos y escribió sus poesías y algunas obras de teatro durante este período. Su prosa es feminista, y según la crítica, posee una originalidad que cambió el sentido de las letras de latinoamericanas. Algunos dividen su obra en dos partes: una de corte romántico, que trata el tema desde el punto de vista erótico y sensual y muestra resentimiento hacia la figura del varón, y una segunda etapa en la que deja de lado el erotismo y muestra el tema desde un punto de vista más abstracto y reflexivo. Sus composiciones reflejan, además, la enfermedad que padeció durante gran parte de su vida y muestran la espera del punto final de su vida, expresándolo mediante el dolor, el miedo y otros sentimientos. Diagnosticada con cáncer de mama del cual fue operada. Se suicidó en Mar del Plata arrojándose al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres.

Ana María Cecilia Sofía Kalogeropoúlou (1923-1977) conocida como María Callas fue una soprano griega nacida en Estados Unidos, considerada la cantante de ópera más eminente del siglo XX. Capaz de revivir el bel canto en su corta pero importante carrera, fue llamada "La Divina" por su extraordinario talento vocal y actoral. Aún hoy genera controversia su peculiar voz, de registro amplio y que unida a su dominio de la técnica, le permitió cantar roles desde soprano ligera a los dramáticos e incluso de mezzo, y alternar entre personajes de coloratura ágil y dramáticos pesados con éxito. También recordada por rescatar diversos personajes de la ópera en su esencia dramática y expresiva, incluso del olvido. Su nombre está asociado en la memoria colectiva a Aristóteles Onassis, el gran amor de su vida.

Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



***

TÚ ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
Ssbre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada .

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:

Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

Alfonsina Storni

***


CASTA DIVA ("Norma", de Bellini)








Entrada núm. 2566
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)