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miércoles, 26 de septiembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Aguantar y seguir; no queda otra







Sobre el conflicto entre las autoridades rebeldes de la Generalidad de Cataluña y las del Estado la receta es aguantar y seguir, porque desear lo imposible es una enfermedad del alma, escribe en El País, César Antonio Molina, escritor, exdirector del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura, y antes que él Diógenes Laercio, historiador griego, allá por el siglo III d.C. Y no queda otra, si queremos sobrevivir como españoles y como europeos.

En la Odisea, comienza diciendo César Antonio Molina, en la corte de los feacios, el héroe narra cómo él y sus compañeros habían divisado los fuegos de pastor en la costa de Ítaca. Comenzaban a celebrar el prolongado y retrasado regreso, cuando un terrible temporal los arrastró nuevamente a la isla de Eolo, de la cual hacía poco tiempo habían partido. La culpa de este inesperado contratiempo no la tuvieron los dioses ni la naturaleza, sino los propios compañeros de Odiseo. Estaban convencidos de que su rey les había engañado escondiendo ingentes tesoros en las sentinas de la nave. Mientras el gran estratega griego se entregaba al sueño sobre el timón, la tripulación abrió el pellejo cerrado que el dios del viento había dado al héroe y se produjo el citado temporal. Ulises, desilusionado y tremendamente molesto, con toda la razón, pensó entonces si debería saltar del barco y desaparecer en el mar, o seguir con vida, aguantando callado todo lo sucedido. Homero nos dice que, finalmente, eligió aguantar y seguir.

Aguantar, ser paciente, sobreponerse a la desesperanza, no perder el juicio, ser astutamente perseverante. ¿Pero todo esto le será suficiente al presidente del Gobierno de España llevando la tripulación que lleva? Aguantar y seguir. ¿Estamos en manos de Odiseo? El personaje del poema épico era polytropos: el muy viajado, el versátil, el hábil, el astuto, el probado en desvíos, el que soporta los contratiempos, el héroe del movimiento retardado hacia la meta, el hombre al que se le estira en el potro del tormento de la memoria. Y también era polymetis: rico en consejos, fuerte en ardides, el que jamás se desconcierta, el luchador. Y Homero añade otros adjetivos calificativos como polytlas: el que soporta muchas cargas; polypenthes: el que sobrelleva muchas preocupaciones; polytlemon: el que sobrelleva muchas penas; polymechanos: que sabe burlar a la naturaleza. En el poema homérico el héroe constituye la sustancia cuyos atributos son las penas. Hablando de nuestros días, el presidente no es más heroico que cualquiera de sus conciudadanos quienes, con menores medios y muchos más riesgos, tienen que soportar las perpetuas inclemencias de este país inclemente. En el fondo, nuestra nación es tremendamente estoica. Ocupa un lugar en el mundo, en apariencia envidiable, donde los seres humanos están expuestos a cargas. A grandes ejercicios diarios de cargas suplementarias, que en otros lugares no existen. Nada más despertarse y abrir sus ojos cualquier español pierde, para empezar, el 30% del día, simplemente, por el hecho de hacerse, entre otras muchas, las siguientes preguntas: ¿En qué país estoy? ¿Qué identidad lo conforma? ¿A qué comunidad pertenezco? ¿Existe todavía el procés y los nacionalismos variopintos? ¿Realmente es que Franco ha resucitado y no nos hemos enterado? ¿Hay presos políticos, según dice el ridículo supremacista del actual presidente de la Generalitat? ¿Soy yo el colaborador de una dictadura? ¿Cuántos insultos compartiremos hoy los españoles en la maravillosa lengua de Pla o de Espriu? ¿Aún no se han enterrado a los muertos como manda la ley natural? ¿Existe Europa? ¿Nos estará acechando el inspector de Hacienda por cobrar la pensión y seguir publicando? ¿Coincidiremos en un bar tomando una cerveza con el asesino etarra de 40 personas? ¿Quizás los robots nos dejen en paro, pero ya libres de nuestras inquietudes?

Peter Sloterdijk, en su magnífico libro ¿Qué sucedió en el siglo XX? escribe que los europeos -aquellos que no sienten vergüenza en afirmar que lo son- estamos a punto de convertirnos en un pueblo de lotófagos: los comedores del loto que borraba todos los recuerdos (de nuevo la Odisea), dispuestos a desprendernos de nuestras propias tradiciones. El filósofo alemán añade que hay que volver a explicar a los europeos quiénes somos y de dónde venimos. Y a todas las preguntas anteriormente enunciadas hay que añadirles las propias del lugar donde se habita. Por ejemplo, quienes vivimos en Madrid, saber si nuestra ciudad, en los próximos meses, volverá a ocupar un lugar preferente entre las capitales mundiales recuperando la limpieza, la cultura, la dignidad, la convivencia y la gestión dilapidada en estos últimos años. Así, los españoles ¿no son tan o más heroicos que su propio presidente? ¡Odiseo lo somos todos! ¿Un buen Gobierno? Seguro que sí por su profesionalidad, pero tremendamente complejo por el lastre. Diógenes Laercio advirtió de que desear lo imposible era una enfermedad del alma. Desear, decía él. Pero, ¿llevarlo a cabo? Odiseo es también el arte de atarse uno mismo al mástil, no para evitar los gritos irresistibles de las sirenas, sino el mayor lamento que es el silencio del vacío total. ¿Se puede cargar con Calipso, los lotófagos, Polifemo, los lestrigones, Circe, los feacios, además de los propios, todos en la misma nave? ¿Quién abrirá el pellejo de Eolo y hará estrellar la embarcación? ¿Será suficiente que nuestra Nausícaa casera repita permanente "extranjero no me pareces malvado y no me pareces necio"? Un barco de Babel éste que patronea nuestro Odiseo particular. Incluso si llegase a puerto, como así sucede en el poema "tampoco allí, ya entre los propios/seres queridos, se vio aún libre de miserias". En Ítaca, en su propio palacio, aguardan los populistas su turno final. Así es comprensible lo que escribió Platón en el libro décimo de la República referente al final, en el más allá, de Odiseo: "Buscó una vida tranquila y anónima".Todos los ciudadanos españoles, ya desde hace años, son cada uno a su manera Odiseo. 20 años tardó el griego en arreglar su historia -y no nos olvidemos que de manera violenta-. ¿Cuánto nos llevará a nosotros de manera pacífica? La Península Ibérica, al menos, el trozo que a nosotros nos toca, es esa balsa de piedra que ojalá navegue con rumbo.En los próximos meses, si no años, no nos jugamos que gobierne un partido u otro, sino que nos estamos jugando la propia sobrevivencia de nuestro país. Que nadie se engañe, la separación de Cataluña sería el inicio de la desintegración irreversible de España, y también de Europa, como desean muchos. Varios Estados más surgirían con distintas ideologías y dependencias no precisamente proeuropeas. ¿Esto sería soportable? Por eso nos enfrentamos a la cuestión de Estado más importante de la democracia. Los partidos deberían dejar de lado sus rencillas y ponerse de acuerdo. Porque, de no ser así, ¿existirían ellos en esas nuevas naciones? Los partidos constitucionalistas tienen que poner orden, autoridad, respeto y convivencia. La separación, caso de que se pudiera producir pacíficamente, estableciendo un nuevo Estado de pureza étnica, nunca traería la paz, pues los conflictos de fronteras (siempre se habla de los países catalanes del sur, ¿y los del norte?) surgirían a continuación como sucedió hace muy poco tiempo en la antigua Yugoslavia.

En una guerra en seco (sin sangre aún, afortunadamente) estamos ya desde hace tiempo. Y el lenguaje bélico se va acentuando con "el ataque al Estado español" del presidente en los últimos días, y ya los preocupantes encontronazos cívicos de este mes de septiembre conmemorativo. Quien no ponga racionalidad, quien no ponga freno al insulto, al odio y la xenofobia entre españoles y europeos, está condenado al fracaso y a la amechania, que es a lo que el héroe homérico pudo verse abocado: pérdida de los ardides, la astucia, las ocurrencias y artes que encuentren salida a una situación cualquiera y, finalmente, la apatía, la resignación y la infelicidad.Todos debemos defender el patriotismo constitucional. En Europa somos compatriotas de unos países que, tras la Segunda Guerra Mundial, dieron a luz democracias estables y una cultura política liberal que pacificó los ánimos bélicos, y desarrolló un Estado del bienestar jamás alcanzado nunca antes. Patriotismo constitucional. En España somos compatriotas en un país que, tras una Guerra Civil, el exilio de una parte importante de su población, la dictadura de 40 años, logró con la democracia vivir en paz y desarrollo llevando a cabo aquellas esperanzas de libertad por las que muchos de nuestros familiares murieron. Lo de patriotismo constitucional lo ha resaltado el propio Jürgen Habermas, uno de los más grandes filósofos europeos del siglo XX y del postpensamiento marxista. Y si todos, no solo Odiseo, en este caso, hemos decidido aguantar y seguir, deseamos tener suerte en las difíciles decisiones por el bien común no sólo de los partidos. Willy Brandt, ya en los años 70 del pasado siglo, avisó que Occidente y sus democracias estarían nuevamente en peligro por Rusia y su autoritarismo militar. Pero también porque la salud de la democracia siempre es frágil. Estamos en el tempo rubato, esa peculiaridad interpretativa de la música de Chopin que consiste en llevarla a cabo de una manera sutil, pero con inquietud rítmica.



Dibujo de Jaime Olivares para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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sábado, 28 de julio de 2018

[A VUELAPLUMA] La poesía como reconciliación





Hace ahora 65 años, comentaba hace unos días en El Mundo César Antonio Molina, escritor, ex director del Instituto Cervantes y ex ministro de Cultura en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se celebraba en Salamanca el segundo Congreso Internacional de Poesía. El primero había tenido lugar en 1952 en Segovia, mientras que el tercero, y último hasta este mismo año, se llevaría a cabo en Santiago de Compostela en 1954. Dos años después, también en Salamanca, se desarrollarían las Conversaciones sobre Cine. Todas estas actividades culturales, de tanta trascendencia, transcurrieron durante unos años en los cuales el régimen franquista tenuemente abrió la mano, no por convicciones liberales, sino por el arrojo de una serie de profesores e intelectuales que se arriesgaron a poner en práctica un nuevo espíritu de concordia tras la larga y oscura posguerra y el primer regreso de exiliados. Y qué mejor espíritu conciliatorio que atraer a poetas de todas las lenguas españolas y poner de testigos a otros hispanoamericanos, portugueses, franceses, italianos o de habla inglesa. 

Especialmente, el segundo Congreso de Poesía de Salamanca incidió en abrir una vía de diálogo, conocimiento y admiración mutua entre la lengua española y la catalana. No en vano el número de poetas catalanes asistentes, así como su importancia y simbolismo fue muy significativa: Carles Riba, Foix, Perucho, Clementina Arderíu, Tomás Garcés, Permanyer, Teixidor o Rafael Santos Torreoella, casado con una inolvidable salmantina, Mayte Bermejo. Siempre la herida de Cataluña. Ya antes de la Guerra Civil, durante la República, se habían llevado a cabo este tipo de reuniones y de acercamientos, algunos de los cuales fueron suscitados por Ernesto Giménez Caballero y su excelente publicación La Gaceta Literaria, o la propia Revista de Occidente de Ortega.

Aquellos esforzados intelectuales, dentro del propio Régimen, eran, entre otros, el ministro de Educación Ruiz-Giménez, el rector de la Universidad de Madrid, Laín Entralgo, el de la de Salamanca, Antonio Tovar, o el director general de Enseñanza Universitaria, Pérez Villanueva. También estaban con ellos Dionisio Ridruejo, Vivanco y Rosales. El propio Ridruejo, en el colofón, en su discurso de cierre del congreso, habló de "la tragedia de España, que quiere ser una y universal, diversa y conviviente, compendiadora de todas sus múltiples diversidades culturales, geográficas y políticas". ¡La tragedia de España! Si todos ellos vieran lo que ha hecho la democracia española en estos 40 años estarían más que satisfechos y, probablemente, sorprendidos. España cambió radicalmente en todo y, sin embargo, ese espíritu de conciliación y convivencia entre quienes habían ganado y perdido, todos ellos españoles dispuestos a colaborar para que la confrontación no volviera a producirse nunca más, parece ahora haberse detenido, roto, involucionado. En medio de las libertades recobradas como jamás las hubo, en medio de las lenguas y culturas respetadas (yo lo afirmo porque vengo de una de ellas) y reconocidas constitucionalmente, en medio de una economía que se cuenta entre las mejores de Europa y el mundo (¡quién nos lo iba a decir!), en medio del prestigio internacional de nuestros escritores, artistas, científicos o deportistas, vuelven a surgir los antiguos fantasmas. Por eso, el nuevo Congreso Internacional de Poesía ha adquirido un valor simbólico excepcional en un momento también excepcional: volver a reflexionar sobre nosotros mismos y ayudar a la pacificación de nuestras pasiones políticas mediante la convivencia cultural y lingüística. Aquel espíritu de 1953 hoy está si cabe más vivo, aunque, curiosamente, las dificultades actuales sean diferentes pero de semejante complejidad. Sí, vivimos en un país contradictorio, inconformista, amnésico, peligrosamente amnésico y mal educado o maleducado. Y la poesía vuelve a ser no la cura sino un bálsamo, un camino de acercamiento y de concordia familiar.

Los sucesos universitarios del año 1956 barrerían aquel espíritu abierto llevándose por delante a sus protagonistas que hoy homenajeamos recordándolos como precursores. Las mismas acusaciones que los regímenes absolutistas vertieron sobre la Ilustración y aquellos otros años de gloria, los finales del siglo XVIII, serían de nuevo recriminados por el franquismo. Si la Ilustración y la liberalidad, según la reacción, habían traído la Revolución francesa, igualmente el régimen franquista se veía en peligro y acusaba a aquellos intelectuales excesivamente tolerantes por las manifestaciones juveniles en su contra.Hoy, también, nos cabe recordar al presidente del II Congreso, Azorín, y a los vicepresidentes: Tovar, Ungaretti (uno de los más grandes poetas, no solo italiano, del siglo XX, recordado por Ángel Crespo), Dulce María Loynaz (la futura Premio Cervantes, cubana), Eduardo Carranza, Gerardo Diego, Carles Riba y Santos Torroella. Y entre los participantes, física o espiritualmente, a través de su presencia en la Antología que se publicó posteriormente: Bonald, Carmen Conde, Leopoldo de Luis, Morales, Otero, Panero, Valente, Valverde o Vivanco, entre otros muchos. Entre los extranjeros, además de Ungaretti, estaban Aubert, Campbell, Figueiredo, David Ley, Ponge, así como los hispanoamericanos: Urtecho, Mejía Sánchez o Fernández Spencer.

Si, 65 años después, volvemos a Fray Luis, volvemos a Unamuno, volvemos a Salamanca. Ellos nos dieron rienda suelta para que viéramos mundo y comprobáramos que lo que allí fuera buscábamos lo habíamos dejado aquí. Fray Luis, un compañero fiel en cualquier tiempo y condición. Su moral estoico-epicúrea, un paso más allá de la moral cristiana tradicional. Fray Luis, un secularizador de la ética. Fray Luis, un desesperanzado de la esperanza. La esperanza, un vicio estoico. Pero Fray Luis la convirtió en virtud como Santo Tomás. Fray Luis, perseguido y olvidado, recuperado por la Ilustración. Fray Luis, crítico de la sociedad de su tiempo, contra la Inquisición y la falta de libertad. Fray Luis y el ensueño humanista de la tolerancia, el buen hacer, el saber, el conocimiento, la valoración por los méritos y no por el linaje, el horror de las guerras y las desigualdades provocadas por el lucro de unos cuantos. Fray Luis, desconfiado ante el poder de la ciencia, ¿qué diría hoy de las nuevas tecnologías, del mundo de Internet? Fray Luis, visto desde hoy mismo, un pre-demócrata, un pacifista, un ecologista, un antirracista. Y la culpa de tantos males: la intransigencia, el sectarismo, el fanatismo. Fray Luis de Granada como Fray Luis de León, erasmistas a su manera. La interesada confusión entre erasmismo y luteranismo llevó a los primeros a la persecución. En el año 1558 se prohibieron toda clase de libros, excepto los litúrgicos, y así la universidad fue vigilada y entró en decadencia. Fray Luis y Gaspar de Grajal (también de ascendencia judía) y Martín Martínez (es de justicia también lanzar al aire sus nombres) todos fueron presos por la falta de libertad. Gaspar de Grajal falleció en prisión y Fray Luis y Martín Martínez fueron, tiempo después, liberados. Y una vez hecho el mal, ¿quién repone el honor? España siempre en conflicto con su inteligencia e incluso con sus santos: contra Santa Teresa, contra San Juan. Y luego contra Molinos. 

La lista sería inmensa. Todos estos sucesos han sido el símbolo de la desgraciadamente tradicional intransigencia española. Fray Luis, un gran poeta, un poeta de la gran poesía culta española, también permanentemente perseguida, poesía clásica latina en la gran tradición de Horacio o Virgilio. Una poesía de la existencia, una poesía filosófica y de pensamiento, una poesía metafísica que pone en entredicho a la ciencia porque ella sola no puede ni podrá nunca llegar a explicar todas las dudas de la vida. Volver A Fray Luis, alumno de Francisco de Vitoria, y a su lucha por un mundo mejor. Volver a Unamuno. María Zambrano, citando a Antonio Machado, calificaba a Unamuno como "antisenequista", es decir, antiestoico, porque nunca habló de resignarse ante la muerte, jamás la aceptó y, por el contrario, la quiso vencer. Volvemos a Fray Luis, volvemos a Unamuno, volvemos a Salamanca. ¿Valió la pena nuestro viaje por el mundo? Creo que sí. Valió para volver. Ahora ya somos contemporáneos de todos los estilos y de todos los géneros, ahora ya somos contemporáneos de nosotros mismos, ahora ya somos contemporáneos de Fray Luis, de Unamuno, de todas las salamancas. El lenguaje poético es aquel que es capaz de generar mundo. Un verso, un poema, crea un mundo. ¿En el futuro alguien podrá destruir todo esto? ¿Vaciarán nuestras conciencias para, supuestamente, hacernos inmortales? ¿Derrotarán a la muerte y el amor será una vieja reliquia? ¿Llenarán estas estancias de robots más sabios que los actuales alumnos y profesores? ¿Esculpirán sobre el pórtico de la catedral, junto al astronauta al robot? ¿Ya no habrá comercios abiertos en las calles de Salamanca y solo volarán los drones? ¿Habremos sucumbido a la ciencia, o mejor a la tecnología, desmintiendo así los juicios de nuestro fraile agustino que no creía que solamente una investigación científica pudiera responder a los interrogantes más profundos de la naturaleza humana, pues esos saberes solo se podrían alcanzar cuando el alma vuelva al origen? Al abolirse la muerte, y la posibilidad de la resurrección: ni Dios ni alma tendrán sentido ya. Y la esperanza, ¿aún quedará y de qué? Fray Luis, a través de Cátulo, nos ofrece una última: siempre habrá, a pesar de todo "amor y besos sin cuento".




Dibujo de Javier Olivares para El Mundo



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miércoles, 28 de junio de 2017

[A vuelapluma] El liberticidio de Internet





Vivimos una época en la cual todas las crisis se han juntado. En otros tiempos las crisis eran de sectores y abarcaban geografías diversas. Hoy también la crisis se ha globalizado. Aquello escrito por Paul Valéry en La crisis del espíritu, que por el año 1919 todavía parecía premonitorio "Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales", ya es una realidad, dice el escritor y exministro de Cultura César Antonio Molina en un reciente artículo en el diario El Mundo.

¿Qué libertad de decisión conservan los estados frente al poder de las entidades supranacionales?, se pregunta Molina. Crisis empresarial y del capitalismo. Crisis de las ideologías, crisis de los partidos que las representan y de la propia democracia, pérdida de los valores morales de las sociedades, peligros para muchas libertades duramente conseguidas y la transformación del ciudadano en empleado-consumidor. Crisis de la solidaridad y de la humanidad, desarrollo incontrolado del individualismo más feroz. En vez de compañeros que trabajan para el bien común ahora antagonistas que defienden únicamente sus intereses a costa de lo que sea. Crisis de la fe y, lo que aún es peor, de la razón. De la fe a través de las religiones moderadas que contenían los sentimientos y las pasiones de sus feligreses. Nietzsche ya había comentado que la desaparición de la idea de Dios podía conducir a mucha gente a pensar que ya todo estaba permitido, por ejemplo, el nihilismo dostoievskiano. También se creyó bienintencionadamente que el ateísmo nos conduciría a la paz y a la desaparición de las injusticias, pero tampoco fue así: millones de asesinatos en su nombre. 

Curiosamente, hoy muchos símbolos religiosos se han convertido en referentes laicos, por ejemplo, los crucifijos, dice más adelante. El horror estético de Halloween es una cristianización de las fiestas paganas, la fiesta del solsticio de invierno coincidente con nuestras fiestas de todos los santos y del día de difuntos. Los monoteísmos fanáticos han sido fuentes de conflictos gigantescos; aún lo son. El politeísmo no fomentó las guerras de grandes dimensiones, incluso las primeras persecuciones cristianas lo fueron por el aspecto revolucionario que tenían. La inspiración pagana sí influyó en algunas de las ideologías totalitarias (fascismo-nazismo), pero no en su ideología sino en sus rituales. A la crisis de la fe se unió la de la razón laica. El Estado fracasa en el cuidado de sus ciudadanos y esa masa toma conciencia de su orfandad y comienza a moverse sin dirección conocida. La masa se desasosiega, se desideologiza y se uniformiza en torno a otros valores violentos y prerrevolucionarios. Tampoco la confianza en el desarrollo tecnológico lo calma todo. ¿Eran progresistas aquellos que tenían fe en el desarrollo apaciguador de la tecnología? ¿Eran reaccionarios aquellos que predicaban el retorno a la tradición bucólica incontaminada de los orígenes?

Los medios de comunicación audiovisuales, fundamentalmente la televisión, han ido acaparando espacios vacíos laico-religiosos-cívicos, añade. Y así, todo lo que allí aparece tiene un valor social así como cierta influencia en los modelos morales. Ya da igual que sea una ONG que ha salvado a cientos de personas en un terremoto, o un asesino que se deja entrevistar o una prostituta o un deportista. Todo vale con tal de ocupar un espacio en ese medio millonario en espectadores ociosos. Lo importante es que, al día siguiente, sean reconocidos por la calle no por sus méritos o deméritos, sino por el simple hecho de aparecer. Según la ciencia criminalística, a un asesino en serie lo mueve el deseo de ser descubierto y hacerse famoso, pues Dios le ha fallado. Él era, cuando existía, su principal testigo y destinatario. Ahora, a diferencia de otras épocas en las cuales la cultura jugaba un papel determinante, la sociedad a través de la televisión crea reputaciones, prestigios y popularidad. La buena fama parece estar en seria decadencia y ha sido sustituida por la notoriedad: lo importante es ser vislumbrado por nuestros semejantes, pero no sólo por lo bueno sino y, sobre todo, por lo malo, extravagante, licencioso, escandaloso... "El hecho de aparecer esposado ya no le destroza la vida a nadie" (Umberto Eco, De la estupidez a la locura).

De entre los nuevos ídolos que han ido surgiendo para suplantar a las antiguas fes, comenta poco después, se encuentran las redes sociales, producto de las nuevas tecnologías. Twitter, por ejemplo, es una fe de vida. Quien no está en Twitter no existe, yo mismo sin ir más lejos. Tuiteo ergo sum. Quedó viejo y obsoleto aquello de pienso, luego existo. La mayor parte de las opiniones expresadas en Twitter son irrelevantes y vergonzosas. Uno ya no cabe en su asombro ante semejante asamblea de sabios. Y qué se puede decir de los 140 caracteres. Sí, sí, la historia de la literatura está repleta de memorables 140 caracteres, incluso de muchos menos: el comienzo de la Eneida o del Quijote... Pero aquí pocos Virgilios y Cervantes. Bauman habla de sociedad confesional, es decir, saca a la luz pública sus interioridades para reconocerse socialmente viva. Por otra parte, especialmente en los blogs, se promociona el exhibicionismo, el narcisismo y el vouyerismo infame de gentes que no tienen nada que decir y, sin embargo, lo dicen. El filósofo polaco, refiriéndose a las redes sociales, especialmente Facebook, afirma que representan un instrumento de vigilancia del pensamiento y de las emociones ajenas que son utilizadas por distintos poderes como una función de control, gracias a la colaboración entusiasta de quienes forman parte de ellas. Así, por primera vez en la historia de la humanidad, los espiados (esclavos, siervos de la gleba, súbditos, ciudadanos, consumidores y, ahora también, espiados) colaboran desinteresadamente con los espías porque se sienten bien al saber que la gente los ve enseñando sus existencias vacías que estas actividades les llenan. Pero el exceso de información sólo produce a la larga desinformación, confusión, ruido inmenso y, también, el silencio de nuestras neuronas. Afortunadamente, como dice Eco en el volumen anteriormente mencionado, todavía las diferentes constituciones democráticas occidentales permiten no estar en la Red. Quizá en el futuro quien no lo esté será castigado. 

El poder vigilará así el pensamiento en un nuevo totalitarismo, concluye diciendo. ¿A dónde, entonces, se podrá uno exiliar?, se pregunta. La privacidad está desapareciendo y el control se está implantando como un atentado contra nuestra libertad, un término cada vez más en desuso aún especificado en nuestras frágiles constituciones. Control a través del móvil, la tarjeta de crédito, el ordenador, las cámaras de vigilancia. No nos olvidemos que el Gran Hermano orweliano era un dictador. Los ciudadanos también se están convirtiendo en figurantes de un guión escrito por otros. La sociedad televisiva ha transformado lo reprobable en irreprochable. La masa sucumbe porque la educación que ha recibido tiene un menor impacto cautivador e hipnótico que esas imágenes. La escuela ha dejado de ser el lugar del aprendizaje y acostumbradas las nuevas generaciones al ordenador la mayoría de esos jóvenes viven ya gran parte de su existencia en un mundo virtual. Un mundo virtual donde aparece modificado el sentido de la violencia, el sexo y los valores morales de convivencia democrática.Realmente, ¿para qué se utiliza internet? Hasta ahora las páginas más consultadas son las pornográficas, con millones de visitas de diferencia con respecto a materias de otro tipo. Así internet estimula el deseo frente a la inteligencia. También la violencia tiene un lugar primordial. Y todo sin apenas control, y todo permitido, y todo accesible a cualquier tipo de edad. ¿Cómo educar a la juventud deseducándola? Vivimos en medio de una crisis profunda y generalizada a la que no le estamos dando respuestas, y los jóvenes en su soledad se confían a la compañía de las redes sociales. Sus cerebros ya son parte de estos otros electrónicos porque no son capaces de formular un pensamiento por cuenta propia. Internet es la pereza frente al esfuerzo, internet es, en muchos sentidos, una forma de liberticidio.



Dibujo de Raúl Arias para El Mundo


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viernes, 19 de febrero de 2016

[A vuelapluma] El principio "esperanza"




Alegoría de la Esperanza (Andrea Pisano, 1290-1345)


Hace unos días encontré en boca de uno de los personajes de la novela La región más transparente, del mexicano Carlos Fuentes, una definición de progreso que no me atrevo a decir que comparta plenamente, pero que me gustó: "El progreso debe encontrarse en un equilibrio entre lo que somos y nunca podremos dejar de ser y lo que, sin sacrificar lo que somos, tenemos la posibilidad de ser -Jesús, Leonardo o chimpancé-". Nada que ver, como puede verse, con la idea de progreso continuo de la Ilustración o la surgida de la dialéctica de Hegel. 

Y hoy, como quien dice ahora mismo, acabo de terminar de leer lo que se dice en un plis plas, literalmente de un tirón, un libro desolador y magnífico: El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos (Sexto Piso, Madrid, 2013), de John Gray, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford y de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. Un libro en el que se cuestiona sin misericordia y con rigor la idea de progreso como meta última de la existencia humana, desmontándola como mito estructurador de la existencia humana. Y sin embargo, no es un libro desesperanzado. 

En la teología católica se llaman virtudes teologales a los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo. Tradicionalmente se considera que las tres más importantes son la fe, la esperanza y la caridad. Un servidor la fe la perdió hace mucho, la caridad (que no confundo con la justicia) la ejerzo cuando debo y puedo, y la esperanza no la he perdido nunca. 

Ni el menor asomo de intencionalidad por mi parte en hacer una broma de mal gusto (no me gustan ni las inocentes) sobre doña Esperanza Aguirre y los problemas de su partido, el PP, en la comunidad autónoma de Madrid y otras partes de España. Me refiero con eso del "efecto Esperanza" al sentido y magnífico artículo que en El País de ayer publicaba el escritor, profesor y exministro de Cultura socialista César Antonio Molina sobre la esperanza y su función en la política. Esperanza, que no autoengaño, dice en él, robándole el título al famoso libro de Ernst Bloch, en el que se refiere a la utopía como una función esencial del ser humano. Una utopía marxista-metafísica -añade- que conduciría a la libertad a través del poder totalitario del Estado, la violencia supuestamente justa, la planificación centralizada, el colectivismo y la extrema ortodoxia doctrinal, que estamos volviendo a escuchar, con envoltorio nuevo, a determinado partido político español.

El profesor John Gray, en su libro citado, dedica también unas palabras a la utopía marxista. Al contrario de lo sugerido por generaciones de progresista occidentales -dice-, no fueron el retraso de Rusia ni los errores en la aplicación de la teoría marxista los que produjeron la sociedad soviética. Regímenes similares -añade- surgieron en cualquier lugar en el que se intentó poner en práctica el proyecto comunista. La Rusia de Lenin, la China de Mao, la Rumanía de Ceausescu y muchos más, no fueron más que variantes de un único modelo dictatorial. El comunismo pasó de ser un movimiento que tenía por objetivo la libertad universal a ser un sistema de despotismo universal. Esa es la lógica dee la utopía, dice. Una de las razones por las cuales 1984 de Orwell es un mito tan poderoso, sigue diciendo, es precisamente por el hecho de que plasma esta verdad. La distopía soviética terminó convertida en un trozo de basura más entre los escombros de la historia, concluye.

La palabra esperanza, dice el profesor Molina en su artículo, no tiene cabida en el marxismo, pues esta ideología lo tiene todo previsto, todo organizado y para qué una fe pequeñoburguesa como la esperanza. Sin embargo, -añade- como Unamuno escribió en El sentimiento trágico de la vida, yo creo porque espero. Espero que España no delire como tantas veces a lo largo de su historia, pues ya sabemos cómo acaban estos desatinos. 

"España ha delirado, -dice citando a María Zambrano- ofreciendo en su delirio su sangre. Toda la sangre de España por una gota de luz. Por eso tiene derecho —¿sabrá aprovecharlo?— a la esperanza". Y poco más adelante a Cioran: "Leyendo a Ganivet, Unamuno u Ortega uno advierte que, para ellos, España es una paradoja que les atañe íntimamente y que no logran reducir a una fórmula racional". Y a Larra, en su artículo "El día de difuntos", de 1836, que terminaba con estas desilusionadas palabras: "¡Aquí yace la esperanza!! / ¡Silencio, silencio!!!"... Pero Fígaro jamás guardó silencio -añade- y nos enseñó que en tiempos como los suyos, como los nuestros, "los hombres prudentes no deben hablar, ni mucho menos callar; que no callar es una forma de esperanza. Ni lo hizo -sigue diciendo- Gabriel Marcel, el autor teatral y filósofo francés, que durante la ocupación alemana clamó que la desesperanza era una deslealtad a Francia. 

Yo también afirmo que la desesperanza es una deslealtad a España, dice Molina. Y me sumo a sus palabras. Pero, por otro lado, -añade-, no hay que olvidar que la esperanza es enemiga del utopismo, de la pasión, de lo irracional, de las certezas insoslayables, de las verdades sacras aunque laicas, de las fórmulas mágicas para arreglarlo todo. 

Yo tengo esperanza en la democracia y en la Constitución -sigue diciendo-; en la monarquía parlamentaria; en la labor de Estado y no empresarial de los partidos políticos; en que se combata la gangrena de la corrupción; en que España permanezca unida y ampare a sus lenguas y culturas compartidas con Iberoamérica; en que la educación y la cultura sean el asunto primordial del Estado, ayuden a la concordia entre los españoles y no sirvan para sembrar oscura cizaña en conflictos inventados; en que la democracia defienda la libre individualidad de las personas, sus derechos y su dignidad, en la solidaridad y fraternidad universal, en la paz interior y exterior ajena a cualquier tipo de fanatismos.

Un día -concluye su artículo- Max Brod le preguntó a su íntimo amigo Kafka si pensaba que en el mundo había alguna esperanza. El autor de El proceso le contestó que, por supuesto, sí la había, pero no para ellos. Desmintamos a Kafka, dice. Hay esperanza hasta para nosotros. Me sumo a ello.




César Antonio Molina




Disfrútenlo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 30 de marzo de 2013

La española que amó Albert Camus




Caricatura de Albert Camus, para El País, de Eulogia Merle




En el diario El País del pasado 23 de marzo publicaba César Antonio Molina, escritor, profesor y exministro de Cultura en el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, un emotivo artículo titulado "Camus, nuestro anfitrión", que recrea la relación de amistad que el escritor y premio Nobel francés Albert Camus mantuvo con la familia del que fuera último presidente del gobierno republicano español antes del inicio de la guerra civil, Santiago Casares Quiroga. Aquella relación de amistad entre Camus y  Casares Quiroga derivó en relación amorosa entre el escritor y la segunda hija del político español exiliado en París, once años más joven que él. Una  joven y una relación nada convencional que duró hasta la muerte de Camus en 1960, convertida ya en aquel momento, como María Casares, en una de las más grandes actrices del teatro clásico francés.

En el número de junio/julio de este año, Revista de Libros publicaba un excelente artículo de José Luis Pardo, catedrático de Filosofía en la Univeridad Complutense de Madrid, titulado "Albert Camus, o la arena en el engranaje", que actualiza la biografía personal y literaria de nuestro autor en base a los últimos libros escritos sobre el mismo.

La lectura del artículo me ha hecho recordar la lectura, precisamente en marzo de 2010, de una de las más hermosas novelas del también escritor gallego Manuel Rivas, como gallego es César Antonio Molina y eran María Casares y su padre. Me refiero, claro está, a la titulada "Los libros arden mal" (Punto de Lectura, Madrid, 2007) de la que ya escribí por esas fechas en mi entrada "Sobre dictaduras y lecturas" a la que les remito. Contaba en esa entrada la gran emoción que la lectura de la novela me había provocado. Por muchas razones, entre ellas el profundo amor, pasión más bien, que sus protagonistas, entre los que adquiere papel principal, precisamente, la persona, la familia, la casa y sobre todo la biblioteca, la impresionante biblioteca de Santiago Casares Quiroga, que en agosto de 1936 fue pasto de las llamas en una especie de auto público de fe inquisitorial por las hordas falangistas coruñesas, pero también algunos de esos fanáticos inquisidores que buscan con desesperación uno de los míticos títulos de la mítica biblioteca del expresidente del gobierno republicano.

Como los seguidores de este blog habrán comprobado, la apelación a la casualidad, el azar, o como gusten ustedes llamarlo, suele ser motivo recurrente del mismo, con lo cual no es de extrañar que la interesante crítica de "Los libros arden mal", que publicara en Revista de Libros la profesora de la Universidad de Barcelona Ana Rodríguez Fischer, titulada  "Coruña: 1936-1963", lo fuera, como no, también en un mes de marzo, éste, de 2007. 

El vídeo de la televisión pública gallega que traigo hasta ustedes, un  brevísimo pero hermoso reportaje sobre María Casares, no es, sin embargo de marzo, sino de abril de 2009, con lo que casi redondeo el capítulo de casualidades. Espero que la lectura de la entrada, sus enlaces y el vídeo les resulten interesantes.

Sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Albert Camus y María Casares






Entrada núm. 1829
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