Cualquier aspirante a “hacer política” debería leer el libro La política como profesión, donde el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) disecciona la ética de la actividad pública y la relación entre pensamiento y acción, escribe el profesor Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona.
Una buena amiga, comienza diciendo Vilanova, adquirió hace pocas semanas la nueva, muy cuidada y reciente edición española del libro La política como profesión y, de regreso a su casa, tuvo tiempo en el transporte público de empezar a leerlo. De hecho, lamentó llegar a su destino tan pronto, porque el texto la atrapó sin remedio. Y no es un texto sencillo. Esta persona llegó desolada, y su comentario fue contundente. La lectura, hoy, de Max Weber y de ese texto en concreto nos da la medida del tiempo intelectual transcurrido desde Weber, del páramo intelectual que muestran nuestras élites políticas, populistas o convencionales, y de la inquietante sensación de que aquellos tiempos no volverán.
Este libro es el resultado de una conferencia pronunciada en Múnich en enero de 1919 y publicada en otoño de ese mismo año. Después de una primera parte dedicada a plantear algo tan esencial para un científico social como es el contexto histórico, el texto analiza la idea de profesión; y la segunda, crucial, tiene que ver con la ética, o si se prefiere, con la ética de la actividad política, la relación entre pensamiento y acción.
Toda forma social conocida a lo largo de la historia ha necesitado —y ha producido— sus formas de dominación política. Para ello, han sido necesarias tres condiciones. La primera es la de las formas de legitimación de dicha dominación política; la segunda, las técnicas y mecanismos que han adoptado dichas formas de dominación para ser efectivas, y la tercera, el papel del individuo —de los individuos— en la gestión de todo ello. La historia del pensamiento político tiene que ver con la triangulación de estas coordenadas. Y releer ahora (2019) a Weber te hace sentir modesto y humilde, porque tienes la sensación de que ya dijo lo esencial de la cuestión.
Difícil decir más en menos espacio, para definir la naturaleza última de la cosa pública. Y como bien dijo en su día Raymond Aron, hay un vínculo importante entre Weber y la sacralización del Estado y sus funciones, así como su teórica “desvinculación” de cuestiones morales o religiosas. Un excelente especialista en Max Weber (en el ámbito académico hispanoparlante), Joaquín Abellán, ha publicado un excelente estudio introductorio sobre Max Weber y en concreto sobre el texto objeto de esta reflexión (Estudio preliminar, en Max Weber. La política como profesión, Biblioteca Nueva, 2018).
Una de las cuestiones más útiles —para un lector no germano parlante— es que nos da algunas aclaraciones sobre el término beruf, concepto alemán de “profesión”. En otras obras traducidas al castellano, otros autores citan este trabajo de Weber con el título de La política como vocación. No es lo mismo, a primera vista y desde el lenguaje común. Afirma Abellán que no es un término nada fácil de traducir, y nos remitimos a su autorizada capacidad para ello: “La traducción castellana de beruf que da título a las conferencias de Max Weber sobre la ciencia y sobre la política no resulta en absoluto fácil, pues estamos ante un término alemán con un contenido conceptual específico que no encuentra un paralelismo exacto en español. La dificultad en la traducción se corresponde precisamente con la constatación de Max Weber de que beruf es un concepto en cuya historia se registra un origen religioso protestante, que no tienen, sin embargo, los términos con que se traduce habitualmente beruf a los idiomas del mundo católico”.
Seguramente aquí está el núcleo esencial de la cuestión, que además nos plantea otra cuestión tradicionalmente olvidada (o tratada de modo muy marginal), cuál es el papel sociológico que han desempeñado las religiones en Europa, desde el punto de vista de la conformación de nuestras diversas culturas cívicas o políticas. En síntesis, y aquí la impronta de Lutero es indiscutible, la dimensión trascendente (religiosa) del trabajo cotidiano de uno es hacerlo bien, con esfuerzo, con integridad, en el seno de la sociedad que es la suya, de acuerdo con el lugar que Dios te ha dado en el mundo. No en un convento, no en una orden religiosa o en un monasterio. Para el protestantismo, debes hacerlo en el mundo como espacio social de tu vida individual.
En el mundo —como contexto social— hay muchas injusticias, el mal existe, no siempre (de hecho muy pocas veces) hacer el bien tiene recompensa. Las propias religiones, como anhelos colectivos, tienen que desenvolverse entre el mal y el bien (que suele ser designado, en términos absolutos, como un Dios justo y todo poderoso). Estamos ante la no-racionalidad el mundo real, y la ética de las convicciones no siempre será suficiente como guía para el político como profesional.
En concreto, no aporta soluciones viables apoyadas en la certeza de la justificación de los medios necesarios para alcanzar los fines deseables, y en relación con el contexto de su tiempo, por supuesto, aparece la cuestión de la violencia, a cargo de quién, para qué fines, y con qué límites. De modo que la “ética de las convicciones” debería ser necesariamente ponderada, en aquellos que optan por la política como profesión, por la “ética de la responsabilidad”, una adaptación de los valores “absolutos” a los límites de una “realidad” social heterogénea, pragmática.
Como dice Weber: “Nuestros partidos parlamentarios eran y son gremios. Cada discurso que se pronuncia en el pleno del Reichstag ha sido examinado previamente en el partido. Esto se nota en su inaudito aburrimiento”. Por ello, nuestro autor se pregunta por las formas que vayan a adoptar las diversas “profesionalizaciones” que ofrecerá la política en el futuro. Uno está tentado de responder: ahora ya lo sabemos, las que nos vaticinaba Weber pero en mucho peor.
Es cierto que en el terreno de las conclusiones, Weber nos plantea un futuro tan lúcido como tenebroso, a la luz de lo que nosotros ahora sabemos sobre las décadas posteriores a su conferencia: “Lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad glacial…”. “La política (como profesión) significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y con distanciamiento al mismo tiempo...”. Y muchas más ideas y argumentaciones de enorme valor que Max Weber nos dejó dichas y escritas en 1919. Debería ser de obligado cumplimiento para todo aspirante a “hacer política”, y a optar por “la política como profesión”, leer este texto. Que no cabe en 140 o 280 caracteres.
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