"Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resoiución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.
Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gárdal y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.
Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civlizados y cristianos, quer valer más que todo."
No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algaraza con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faicán de Telde tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina, hija de don Fernando (y heredera de los estados de Gáldar).
Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija Guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.
En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.
Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".
Hasta aquí, el relato que de aquella jornada hace el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discípulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias", tomo I, págs. 234/235 (Cupsa, Madrid, 1978. Edición de Alejandro Cioranescu) de aquella memorable jornada. Ahora sabemos mejor que aquello no fue exactamente así, como él lo cuenta; pero esa es otra historia.
Un 29 de abril de hace cuarenta y cinco años, en 1967, yo llevaba un mes escaso viviendo en Gran Canaria y fui con mi novia, ahora mi esposa, a ver la procesión cívico-religiosa que, partiendo de la catedral de Santa Ana, después de una solemne misa, y con el pendón real de Castilla que se custodia en la misma desde la época de la conquista al frente, se paseaba por las calles de Vegueta. Después nos fuimos a pasar el resto de la mañana en la playa de Las Alcaravaneras, donde mojé por vez primera mis pies en el océano Atlántico, y ya a media tarde, y con superficiales quemaduras en mi blanquecina piel, a tomar unas copas y bailar en el Pueblo Canario de la Ciudad Jardín.
Con la llegada de la democracia, a partir de 1978, y el ascenso de las fuerzas nacionalistas y de izquierda (entonces y como ahora, bastante despistadas sobre el asunto de las identidades nacionales o pretendidamente nacionales) la conmemoración del 29 de abril comenzó a parecer algo vergonzante, impropio de un hecho que celebraba el sometimiento de un pueblo a otro. Solo los catalanes, en eso como en muchas otras tan sentimentales, a pesar de que el tópico se encarga de achacarles lo contrario, siguen celebrando su derrota ante las tropas de Felipe V, un 11 de septiembre, como su fiesta nacional.
Casualmente estoy releyendo estos días el capítulo titulado "Más sobre el pasado de los españoles", que dentro de su libro "Cervantes y los casticismos españoles" (Alianza, Madrid, 1974) serviría a su autor, el prestigioso filólogo e historiador Américo Castro (1885-1972), de introducción a su magna obra "La realidad histórica de España" (Porrua, México, 1966). Y encuentro en él una felícisima reflexión sobre el antagonismo secular entre unos españoles y otros, antes en razón de su casta (cristiano viejo frente a cristiano nuevo o converso), ahora de origen territorial, que me atrevo a reproducir y con ello concluir esta entrada, tan "sui generis", de hoy.
Dice así: "Mientras los españoles no se resignen a aceptar el hecho de haber sido como han sido, a percibir el latir de su pasado, las discusiones acerca de su futuro se basarán en vocablos y exclamaciones. La secular y falsa imagen del pasado es como una antigua arma de panoplia frente a las automáticas de nuestros días. [...] Así comienza a hacerse alguna luz en torno al hecho capital de no haberse soldado unas con otras las regiones que ostentan "hechos diferenciales", sin advertir, empero, que diferencias tan grandes o mayores que las existentes entre Cataluña y Castilla no impidieron fundirse interna y firmemente a Francia, Italia o Suiza".
Espero que les haya resultado interesante. Y sean felices, por favor, a pesar de nuestros gobernantes (q.D.g.). Tamaragua, amigos. HArendt
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