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sábado, 16 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] Se empieza quemando banderas y ...





El periodista Jorge Marirrodriga, comentando la quema de banderas de España, Francia y la Unión Europea por unos pirados (en el doble sentido de locos y pirómanos) de la CUP en la reciente "Diada" de Barcelona, dice que se trata de una vieja tradición ibérica y mediterránea que celebra que donde haya un buen fuego que se quiten las sonrisas. El problema para mí es que los que comienzan quemando banderas (símbolos), seguirán quemando libros (historia), y acabarán quemando personas (inquisición). Todo muy propio. Y natural, sí. No sé que otra cosa podía esperarse de ellos, aunque a mi estimado exprofesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNED, Ramón Cotarelo, le caigan pero que muy bien.

La diputada francesa Samantha Cazebonne, comienza diciendo Marirrodriga, ha protestado enérgicamente porque durante una manifestación de la Diada organizada por la organización Arran, afín a la CUP, unos encapuchados quemaron una bandera —estas cuatro últimas palabras nos hacen saltar sin poder evitarlo a los veranos de varios años atrás— francesa. Cazebonne, que pertenece al partido del presidente Emmanuel Macron La Republique en Marche, ha condenado el acto recalcando que la tricolor es “un símbolo de libertad y democracia”, y ha exigido que la quema no quede impune. En similares términos se ha pronunciado el consejero consular francés en Barcelona, Raphäel Chambat.

También ha habido críticas a la quema de la bandera española por parte de políticos españoles, todo hay que decirlo, menos escandalizados tal vez por la costumbre y sin duda más escaldados por las decisiones judiciales —la última, en abril de este precisamente sobre la Diada de 2016— que últimamente archivan estos casos. Finalmente, nótese que a la pobre bandera de Europa no ha salido nadie a defenderla, lo cual indica en su caso o bien una improbable completa prevalencia del derecho a la libertad de expresión o un probable desinterés absoluto por lo que representa. Pobres Schumann y Adenauer.

Cuando se producen estas situaciones siempre surge la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión y el respeto a los símbolos. E inevitablemente hay quien invoca una sentencia del Tribunal Supremo de EE UU que permite quemar la bandera de las barras y estrellas. Como si les importara a Arran, a la diputada Cazebonne y al espíritu de Schumann lo que dijeran nueve señores con toga en Washington. En vez de centrarnos en el sujeto pasivo de la acción, la bandera, vayamos con el activo: el fuego.

Cantaba Serrat aquello de “qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo” y es ciertamente muy Mediterráneo y muy ibérico acabar las reuniones en las que sube la temperatura —festiva o no— con un buen fuego quemando algo o a alguien. En esto tenemos una arraigada tradición común en la Península y en la ribera del Mare Nostrum. Da igual que ardan Roma, la biblioteca de Alejandría, retratos de gobernantes en El Cairo, ninots en Valencia, contenedores de basura en Zumaia o los cuernos de un toro en Sant Jaume d’Enveja. Ya lo decía Séneca: el fuego prueba el oro. Y también prueba otras cosas.

Ese fuego prueba, por ejemplo, que hay quienes, desde el interior del proceso catalán, no creen en esta revolución de las sonrisas que se proclama a diario desde la Generalitat. Quemar unos símbolos —aunque, o porque, se consideren ajenos— como si fueran Alice Cooper en la pira no es precisamente algo festivo. Hay quienes, como la diputada Cazebonne, ven en esos trozos de tela abrasados —y otros similares— símbolos de libertad y democracia y quienes, como decía Tolstói, cuando cruzan un bosque sólo ven leña para el fuego, termina diciendo.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3833
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

domingo, 2 de noviembre de 2014

Corrupción, nacionalismo, populismo




Karl Marx (1818-1883)


Creo que fue en el prólogo de su "Crítica a la Filosofía del Derecho" de G.W.F. Hegel donde Karl Marx deslizó una frase que hizo fortuna en la que acusaba a la religión de ser "el opio del pueblo". Descreído total, no tengo nada en contra de las religiones mientras no se entrometan en la sociedad política, es decir, el Estado, ni en sus funciones. Pero a estas alturas del siglo XXI no creo que entre los peligros que acechan a la democracia española haya que contabilizar a las religiones ni las iglesias, para algunos, opiáceos que entontecen y manipulan a los pueblos. Pienso que el peligro más grave que nos acecha, los cánceres que corroen esta época convulsa de la historia de España que nos ha tocado vivir son la corrupción político-empresarial generalizada, los nacionalismos identitarios y el populismo. 

Si me permiten un símil, yo diría sobre el primero de esos cánceres, la corrupción político-empresarial, que es el más grave ahora mismo, ya en plena metástasis. Mi amiga Elvira Lindo, escritora con la que converso todos los domingos a través de su blog del diario El País, escribe hoy en el mismo un durísimo alegato contra la corrupción, que presta voz a lo que muchos miles de españoles a los que nadie escucha piensan sobre ello. Se titula "Los verdaderos antisistema" y comienza con un párrafo que deja poco lugar para la esperanza y sí para el cabreo. No aprenden nada, dice al comienzo de su artículo, y de ese su no aprender vamos a salir perdiendo todos. [...] No aprenden, continúa diciendo, piden perdón y pretenden que eso toque alguna fibra sensible, pero el corazón de quienes les escuchan ya está completamente endurecido. Perdón ¿y qué, ¿tres padrenuestros? Esto no es una escuela, ni un confesionario, dice, esto es un país de ciudadanos que de la indignación pasaron esta semana al temor, al temor al futuro, que pinta negro. No dejen de leerlo, por favor. 

Con el segundo cáncer de la política española, el nacionalismo identitario, tendremos que aprender, como dijo el filósofo José Ortega Gasset, a convivir. Con voluntad política puede llegar a sanar, pero hacen falta reformas profundas para las que, desgraciadamente, no parece existir aun el acuerdo suficiente. También Elvira Lindo escribió hace un tiempo sobre él en otro artículo titulado "Identidad" en el que acusaba a los furiosos defensores del mismo de sostener que sólo aquellos que aman a su país más que a sí mismos pueden opinar sobre estos asuntos, y que los demás, los que no tenemos esa pulsión romántica por el nacionalismo que confunde la nación con la identidad racial, la lingüística o la patria idealizada, estamos deslegitimados para opinar. ¿No es eso, en esencia, lo que defienden los nacionalismos identitarios? ¿Decidir ellos, su grupo (la parte), por su cuenta como si el resto de los ciudadanos (el todo) no contáramos para nada en un asunto que a todos nos concierne por igual? Su artículo hacía referencia a unas declaraciones del por aquel entonces presidente del gobierno de la comunidad autónoma vasca, Juan José Ibarretxe, que decía lamentarse del terrible daño que hacían los terroristas de ETA con cada acto criminal a aquellos que deseaban profundizar en la identidad vasca. ¿Quería decir Ibarretxe, que para él, el asunto principal era la identidad [vasca, catalana, canaria, andaluza, gallega o española; sí, española también] y el muerto era lo anecdótico...? ¿No eso al fin y al cabo lo que defienden todos los nacionalismos identitarios, dicho sea de paso, con los mismos o similares argumentos?

Otro artículo del profesor e historiador Gabriel Tortellá de por aquellas mismas fechas, titulado "El 2 de mayo y la nación", analizaba el proceso de formación del nacionalismo español a partir de las efemérides de la Guerra de Independencia, cuyo bicentenario se celebraba por entonces. Comparto la opinión del profesor Tortellá de que una nación debería ser algo convencional cuya existencia obedeciera a consideraciones racionales. No sé si con ello estaba aludiendo al famoso "patriotismo constitucional" del que hablaba el también profesor Philip Pettit, tomado en préstamo del concepto de "republicanismo cívico" que este último defiende, pero me gustaría pensar que sí. Decía el profesor Tortellá en el artículo citado que para los revolucionarios americanos de 1776 y los franceses de 1789, el concepto "nación" no tenía connotaciones identitarias y mucho menos territoriales. "Nación", para ellos, significaba lo que hoy identificamos como "democracia, pueblo o ciudadanía". Exactamente igual que norteamericanos y franceses pensaban los españoles que redactaron y aprobaron en 1812 la Constitución de Cádiz al proclamar en su artículo primero que la nación española era "la reunión de los españoles de ambos hemisferios". Con ello, los por vez primera ciudadanos, que no ya súbditos, de la nación española la hacían entrar por la puerta grande en la modernidad y la convertían en sujeto de la Historia. Luego vendrían tiempos peores, pero esa es otra historia. 

El tercer cáncer que nos corroe, el más reciente, el menos extendido aun pero peligroso por la virulencia incontrolable que puede llegar a alcanzar es el populismo. Sobre él escribe también en estos días en Revista de Libros el abogado y escritor José María Ruiz Soroa un extenso y documentado artículo, que lleva el título de "Un panfleto y una sospecha", en el que hace la reseña del libro del profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense de Madrid y principal ideólogo del grupo político Podemos, Juan Carlos Monedero, titulado "Curso urgente de política para gente decente". La reseña de Ruiz Soroa a mí me ha parecido el más lúcido análisis político realizado hasta la fecha sobre el fenómeno de Podemos, sus realidades, sus carencias, sus propuestas y sus incongruencias, que de todo hay en ese auténtico "átrapalotodo" que es Podemos. Como esta entrada me está quedando mucho más extensa de lo previsto inicialmente, háganme excusa de resumírselo y léanlo, por favor. Merece la pena.

Sobre Podemos escribía también hace unos días en su blog el también catedrático de ciencias políticas en la UNED, Ramón Cotarelo, admirador respetuoso y crítico de Podemos, comparando su fórmulas organizativas, al más puro estilo marxista-leninista, sus famosos "círculos", con los soviets rusos de 1917, en los que, al igual que estos, se discute de "todo", pero "todo" se decide en y desde la dirección del movimiento. Por cierto, y concluyo, el mejor estudio de la diferencia entre un "movimiento" político y un "partido" político, lo pueden encontrar en el archifamoso libro de la teórica política estadounidense, de origen judeo-alemán, Hannah Arendt, titulado "Los orígenes del totalitarismo".  ¡Y líbreme Dios de insinuar la más mínima tendencia totalitaria en Podemos! Eso se lo dejo a sus votantes...

Sean felices por favor. Y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





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Monumento a la Constitución de 1812 (Cádiz, Andalucía)



Entrada núm. 2187
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