miércoles, 22 de noviembre de 2023

De la UE como antídoto

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del analista de política internacional Andrea Rizzi, va de la UE como antídoto. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










La UE, el antídoto contra el veneno de un mundo binario
ANDREA RIZZI
18 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Poderosas fuerzas empujan la política internacional, y muchas políticas nacionales, hacia tristes escenarios binarios, lógicas de suma cero, la voladura completa de puentes que incapacitan incluso las más obvias colaboraciones entre partes en búsqueda del interés colectivo.
A escala mundial, el riesgo de escenario binario es aquel que deriva de la competición de las dos superpotencias —EEUU y China— y de la coagulación alrededor de ellas de dos bloques en confrontación —el de las democracias, con las europeas y las de Asia/Pacífico; el de los regímenes, con Rusia, Irán, Corea del Norte—. No estamos ahí, pero se han plantado semillas y muchos riegan para que brote esa flor del mal.
La reunión entre Xi Jinping y Joe Biden en California esta semana es una noticia positiva por cuanto engrasa el diálogo, pero no permite respirar tranquilos. La carrera armamentística es fuerte; la competición tecnológica, dura; los motivos de fricción, grandes. Las elecciones en EE UU —con el serio riesgo de que gane Trump— y en Taiwán componen un cuadro complicado para 2024. Mientras, Putin seguirá a lo suyo, con Pyongyang que le envía trenes llenos de munición, y Teherán, drones.
Esto es lo que hay, y la UE debe seguir perfilando su estrategia para este mundo y aquellos riesgos. Ha dado pasos; muchos más tendrá que dar.
La cuestión de fondo es: ¿queremos ser parte de un polo democrático? ¿O queremos ser un polo autónomo con estrechos lazos con otros países democráticos? Quizás muchos tengan el instinto de preferir lo segundo. Bien. Pero quien lo desee debe luego asumir cosas como invertir mucho en defensa y ceder nuevas competencias nacionales a la UE.
La España que acaba de dar luz verde a un nuevo Gobierno está en el furgón de cola de la UE en gasto de defensa: ¿es ello compatible con desear una posición autónoma de la UE en el mundo? Hay que responder a eso.
EE UU quiere impedir que China tenga microchips avanzados y Holanda, que dispone de tecnología clave para ello, ha secundado. Como Holanda es parte del mercado común, una represalia de Pekín cortando el suministro de ciertos productos podría afectarnos a todos. ¿Deberíamos introducir mecanismos comunitarios en la definición de bienes cuya exportación se restringe por intereses estratégicos y de seguridad? Hay que responder a eso.
Son solo dos ejemplos, pero la paleta de decisiones e iniciativas pendientes es muy grande. Quienes no desean un mundo binario deben ver que la UE es el mejor antídoto para evitarlo, porque tiene más peso que la India, más cohesión que el sur global. Quienes aprecian la idea de una UE leal compañera de otras democracias, pero dotada de un alto grado de independencia en el mundo, deben ver que es necesario prepararla mejor para ello.
La UE, además, es también el antídoto a la realidad binaria que se va imponiendo en muchos escenarios nacionales. La polarización se exacerba en tantos países, facilitada hoy por las redes sociales, y pronto, es de temer, cada vez más por la inteligencia artificial. Los escenarios políticos bipolares son tan legítimos como otros, y pueden ser eficaces, pero cuando derivan en un encono sin cuartel que lastima las instituciones comunes, exacerba los ánimos de la ciudadanía y quema todo espacio para políticas de Estado se tornan en un lastre colectivo. El riesgo de esas corrientes es que unos las empiezan —y la historia les juzgará por ello—, pero otros se acoplan y, en un momento dado, las pueden acabar alimentando, con reacciones sin contemplaciones, rebajando sus propios estándares, entregándose a la lógica del fin que justifica los medios, produciendo un remolino infinito y perverso.
El espacio comunitario también puede sucumbir a la miope lógica frentista. Pero, de momento, sigue pareciendo un espacio mejor preparado para resistir a esa ceguera. Su propia naturaleza reduce el riesgo, aunque no lo anule. Más UE es el mejor antídoto contra un mundo binario y unas políticas binarias, contra ese veneno que aniquila la capacidad de colaborar para el interés colectivo.






























[ARCHIVO DEL BLOG] 22-N: Una fecha para el recuerdo. [Publicada el 22/11/09]









El 22 de noviembre es una fecha importante para mí: una fecha para el recuerdo. Han pasado cosas importantes en la Historia ese día. Si quieren ver una enumeración bastante exhaustiva de la efeméride les bastara con poner "22 de noviembre" en el buscador de Google y darle al botón de "Aceptar". Se sorprenderán, estoy seguro.
Para mí es una fecha imborrable porque el 22 de noviembre de 1963 yo tenía 17 años y ese día asesinaron en la ciudad de Dallas (Texas, EUA) al hombre que yo más admiraba en ese momento: el presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
No me resisto a reproducir lo que escribí hace justo tres años en este mismo Blog sobre dicho suceso. Un acontecimiento que en cierto modo cambió mi forma de ver el mundo y me hizo "adulto". Espero que les resulte interesante, y a los amigos y lectores que ya me lo hayan oído contar o leído con anterioridad, mis disculpas por este pequeño gesto de vanidad y de nostalgia. En el fondo uno siempre escribe sobre lo mismo, y con los años, la vida se convierte en una paráfrasis de sí misma. Yo ya estoy en ese momento. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt


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"TAL DÍA COMO HOY...", por HArendt
Desde el Trópico de Cáncer, 22 de noviembre de 2006

¿Por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros, en cambio, acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro? ¿Cuáles son esos recuerdos preferentemente? ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la existencia de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… Para mi, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió tal día como hoy hace cuarenta y tres años. Viernes, 22 de noviembre de 1963, Madrid, hacia las siete de la tarde. Tengo 17 años y estoy llegando a la casa de mis padres, en la calle de Chile, en el barrio de la Hispanidad, distrito de Chamartín. Vuelvo hasta allí andando -para ahorrarme el billete de autobús-, desde el Hospital Militar de Maudes, en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Vengo de visitar a mi madre, que está allí internada a la espera de ser operada unos días más tarde de la vesícula biliar. Javier, mi mejor amigo, hijo de guardia civil, como yo, me ha acompañado. Los dos estudiamos en el Colegio “Infanta María Teresa”, en la Prolongación de la calle del General Mola (hoy Príncipe de Vergara) Instrucción Pre-Militar Superior. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos ni intuimos que, apenas un mes más tarde, y después de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, aprovechando las vacaciones de Navidad, abandonaremos los estudios militares y el mismo colegio para siempre. Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal de la misma me encuentro con mi hermano Alberto, diez años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: “-Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por televisión”. No le hago ni caso. Él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito. Le suelto un -”¡!Vete a la mierda, gilipollas!”. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre, comandante retirado de la Guardia Civil, se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Tejas, hace unas horas. Me quedo abobado mirando la televisión. El mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la República. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución minera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado, o castigado, aunque según mi madre, los cinco años allí vividos hayan sido para ella los mejores de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora. Y cuelga el teléfono entre sollozos. Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle del General Mola está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Incluso compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no lejos del colegio. Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer los libros de la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. La Embajada está fuertemente custodiada, en el exterior, por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestras tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un soldado de infantería de marina de los Estados Unidos, con su uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso; con su brazo derecho sujeta un fusil que se apoya en el suelo, el brazo izquierdo está doblado, a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente. Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mí se me forma un nudo en la garganta. Firmamos en el Libro de Pésames un escueto “Nuestro más sentido pésame”, y dejamos nuestras firmas. Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un volkswagen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartín. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí, y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos cuentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartín, por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen, amablemente, que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado. Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Wáshington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición y nunca podré olvidarme de ella. Al igual que me acompañará para siempre la imagen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Wáshington y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán, mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…











martes, 21 de noviembre de 2023

De lo malo por conocer

 





Malo por conocer
VÍCTOR LAPUENTE
21 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com.

Hay dos puntos sospechosos en la biografía de Javier Milei (en este orden): tertuliano y experto en sexo tántrico. Alguien tan preocupado con satisfacer a los demás no puede ser un buen presidente. El ganador de las elecciones argentinas parece carecer de la estabilidad y fortaleza mental (alzar la motosierra muestra una psique caótica y débil) para gobernar con previsibilidad el país más ingobernable e imprevisible.
Como decía el economista Simon Kuznets, en el mundo hay cuatro tipos de países: desarrollados, no desarrollados, Japón y Argentina. Y, como recuerda The Economist, los argentinos han sufrido 14 recesiones desde 1950 y su renta per cápita es similar a la que tenían en 1974 (¿Cómo estaríamos los españoles si nuestro salario fuera hoy el mismo que con Franco?). Es peor todavía, porque Argentina fue una de las naciones más ricas del mundo a finales del siglo XIX y ahora está a la altura de Kazajistán. Y, con una inflación interanual en el 142%, el futuro es aún más oscuro.
Argentina desafía las leyes económicas y también los refranes: con Milei, ha ganado el malo por conocer al bueno conocido. Porque el peronismo de Massa es conocidísimo. No hay nada más estudiado, y alabado por muchos intelectuales, que esa ideología basada en el control estatal de la economía. El peronismo germina en una tierra extraña, a medio camino entre el progresismo y el fascismo, pero que se ha revelado fértil para la forma más pragmática de populismo, que mezcla el clientelismo generalizado, la corrupción especializada, y el nacionalismo disparatado. A lo largo de los años, Argentina se ha apartado de los países capitalistas avanzados y ahora es una de las economías más cerradas del mundo, donde el comercio apenas representa el 33% del PIB.
No lloro por ti Argentina. Milei llenará, con sus declaraciones reaccionarias, titulares en todo el planeta, pero no completará una agenda autoritaria. Está maniatado, primero, por un legislativo donde el poder efectivo recaerá en el centro-derecha de Macri; y segundo, por una opinión pública altamente educada que, por ejemplo, está en un 54% a favor de la legalización del aborto (con sólo un 32% en contra). No me preocupa lo que Milei hará y no debería hacer, sino lo que no hará y tendría que hacer para dinamizar la tierra prometida a la que fueron nuestros abuelos y de la que volvieron nuestros primos. Victor Lapuente es politólogo.













Del Generalísimo





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, del jurista Antonio Jiménez Blanco-Carillo de Albornoz, va del Generalísimo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Del Generalísimo
ANTONIO JIMÉNEZ BLANCO-CARRILLO DE ALBORNOZ
13 OCT 2023 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Desde la muerte de Franco, en 1975, se van a cumplir cincuenta años, que se dice pronto. Y no cincuenta años cualesquiera: si el mundo ha acelerado su ritmo de transformación, en España las cosas han ido más deprisa aún, porque es un dato que ―desde el punto de vista de las mentalidades, que siempre es más complejo que el de las instituciones políticas― hemos recuperado buena parte del desfase que sufríamos con las sociedades del otro lado de los Pirineos.
Como todo personaje histórico, Franco tuvo admiradores ―el oficialismo, como se le suele denominar en Iberoamérica― y detractores. Y este libro dedica sus más de 400 páginas a transcribir lo que dijeron unos y otros. No es por tanto una biografía en sentido propio, aunque el autor no deja de expresar sus puntos de vista, por cierto, más para desmentir opiniones ―de tirios o de troyanos― que para hablar en positivo y pasar a formular juicios tajantes. Él califica su trabajo como «metabiografía» y en la contraportada lo explica empezando por constatar el siguiente hecho: «Paquito, Comandantín, Caudillo, Generalísimo, Su Excelencia el Jefe del Estado… Esas y otras denominaciones acompañaron a lo largo de toda su vida a Francisco Franco Bahamonde. Según sus biógrafos y propagandistas, el inmortal, heroico y providencial hombre enviado por Dios para salvar a España, el defensor de la patria, santificado hasta el punto de que, a su muerte, la gente le dejaría peticiones manuscritas de milagros en el ataúd. O, en su reverso tenebroso representado desde el antifranquismo, el ser tímido reprimido y taimado, el cruel, traidor, déspota y despiadado Criminalísimo».
Siendo así de plural el panorama, el autor recorre y explica en efecto los tales calificativos (con sus correspondientes desarrollos argumentales) y no solo los empleados en vida del personaje, sino también después, cuando el legislador en 2007 (y también en 2022, aunque esto último no hubo tiempo de recogerlo) ha tomado cartas en el asunto para ofrecer su propia versión ―también oficialista― de los hechos, como si acaso el inconsciente colectivo de los pueblos dependiese del BOE.
El trabajo de Javier Rodrigo, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha sido espléndido y no resulta de extrañar que haya merecido tantos elogios. Por ejemplo, de David Jiménez Torres en La lectura: «En conjunto, Generalísimo exhibe una ambición, un criterio y un nivel de conocimiento notables. Cumple de sobra con la curiosa deuda que Rodrigo apunta al comienzo: su generación, la de los historiadores nacidos en la segunda mitad de los 70, ha estudiado con profusión el franquismo, pero no a Franco. Esta obra muestra, sin embargo, que en este asunto, y por increíble que parezca, no está todo escrito». O también Quico Alsedo en El mundo de 8 de octubre de 2022: del libro se declara que es «un tocho considerable que se lee con avidez porque cruje página a página, va de la omnipresencia a la intranscendencia del protagonista en la vida política española». Sobre esto último ―la intranscendencia actual― se pronuncia el último párrafo del libro, donde el autor, a modo de conclusión de las 496 páginas del texto, sí tiene interés en manifestarse en términos lapidarios: «Militar anclado en las guerras africanas (donde, aparentemente, fue feliz), artífice y defensor de la peor guerra civil de la historia del país que decía amar, dictador admirado por muchos y odiado por los demás sin términos medios, padre y abuelo entrañable, ominoso cadáver para una democracia perfectible pero basada en derechos y libertades que tanto él como su régimen político negaron a los españoles, hoy sin embargo la figura de Franco es carne de meme, imagen recurrente en aplicaciones de teléfono móvil, un espantajo al que sacar en procesión simbólica de ver en cuando para movilizar a los del bando propio (…). Para eso ha quedado Franco hoy. Para la nostalgia, para la broma cruel, para el sensacionalismo, menguada su deseada transcendencia hasta una irrelevancia de la que lo rescatamos ya casi solamente los historiadores».
Leído el libro en agosto de 2023 ―aunque, eso sí, en el Cantábrico, o sea, a resguardo de calores mediterráneos y mesetarios―, y por tanto con ojos de hoy, dos son las observaciones que le vienen a uno a la cabeza. Primero, asombrarse ―una vez más, pero es que las cosas son así― de la ilimitada capacidad que los españoles tenemos para el elogio del político que se encuentra en el poder: para darle coba, para ser un pelota o un lameculos o como se quiera decir: mamporreros, palmeros o (lo mejor de todo: es una expresión de Jerez de la Frontera) aplaudiores. Entre los que adularon a Franco (durante su mandato, quiero decir) los hubo con una capacidad de arrastre que resulta, dicho sin exagerar, de vergüenza ajena. No doy nombres para no señalar: en el libro se encuentra la lista. Tal vez sea un sesgo de nuestra herencia berebere: los habitantes del desierto son, en cuanto nómadas, poco dados al reconocimiento de la legitimidad de poder alguno, pero al mismo tiempo sucede que, cuando están delante de un jefe, se muestran cortesanos hasta el punto de que, en la genuflexión, describen un ángulo perfecto de 90 grados. En la monarquía alahuita se viven esas contradicciones y a lo mejor nosotros, a este lado del estrecho, seguimos llevando esos genes. También habrá quien piense que la comparación resulta forzada y responde a un estereotipo, porque formas ritualizadas de culto a la autoridad existen en todas partes y en todas las épocas. Pero, salvando todas las opiniones, quizás lo nuestro tenga un plus de intensidad o al menos a mí así se me antoja.
Una segunda cosa, vinculada con la anterior aunque ahora la corriente va en sentido inverso, de arriba abajo. Suele decirse que en estos tiempos de posverdad, gobernar ―no solo sucede en la piel de toro: en este caso, el fenómeno es ya sin duda universal y por supuesto no tuvo aquí su origen― consiste esencialmente en relatar, en encontrar un hilo discursivo que sepa agrandar los éxitos y disimular los fracasos, al tiempo que aprovecha cualquier ocasión para atemorizar al adversario o al menos para caricaturizarlo. Dicho de otra manera, que la propaganda no solo acompaña al arte de regir una sociedad sino que constituye su misma esencia, al extremo de que lo demás ―la actividad teóricamente sustantiva― pasa a segundo plano. Pues bien, la conclusión que uno obtiene al leer este libro es que eso no está entre las novedades de la época en que nos ha tocado vivir, sino que siempre ha sido así. El autor ha empleado mucho material de Radio Nacional de España ―por cierto, creada en la guerra civil, al inicio, en Salamanca―, en el que se encuentran auténticas perlas. Nihil novum sub sole.
Ni que decir tiene que no ignoro que, para hacer ese parangón, hay que salvar muchas distancias de todo orden: cada cosa ―cada tiempo y cada persona― tiene su sazón. Me limito a señalar las líneas de continuidad, que también existen. Omitirlas es tanto como quedarse en una media verdad.
Reseña del libro Generalísimo. Las vidas de Franco, 1892-2020, de Javier Rodrigo. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022



































[ARCHIVO DEL BLOG] Reflexiones sobre federalismo. [Publicada el 10/04/2014]











Una digresión previa... Sé que abuso de los puntos suspensivos, pero no es tanto un recurso estilístico -que sí lo es- como algo que aflora desde mi subconsciente por culpa de esa duda de la que hablaba Dante que figura el pie de todas las entradas del blog. La Ortografía de la RAE le dedica a ellos, a los puntos suspensivos, y a su correcto uso, nada menos que siete páginas: "Cuando su uso responde a necesidades expresivas de carácter subjetivo, -dice- funcionan como indicadores de modalidad, pues aportan información sobre la actitud o intención del hablante en relación con el contenido del mensaje [...] Pausa transitoria en el discurso que expresa duda, temor o vacilación".  ¿Queda claro el por qué del abuso?... ¿No?... ¡Vaya por Dios!, pues lo siento...
¿Y qué decir sobre ese "pues tanto como saber me agrada dudar" dantesco?... Mi siempre admirada Hannah Arendt, para la que "saber" y "comprender" son los dos ejes sobre los que pivotan todas sus obras, atribuyó a la teoría política la tarea de indicarnos cómo comprender y apreciar la libertad en el mundo y no la de enseñarnos como cambiarlo: "Cambiarlo -dice- es cosa de aquellos [¿los políticos?] que aman actuar concertadamente y no del solitario trabajo de los teóricos".
El origen de esta entrada está en una interesante conversación mantenida hace unos días, vía mensaje privado a través del Facebook, con el cabeza de lista de una de las candidaturas españolas al Parlamento europeo. Ni que decir tiene que no coincidimos en casi nada, pero que agradezco muy sinceramente la deferencia que tuvo conmigo al permitirme esa conversación fluida y amistosa durante unos minutos que me supieron a poco. Entre los asuntos comentados, saltó el de la opción federal...
De federalismo están hablando mucho en estos últimos tiempos nuestros políticos. Sin mucho rigor, la verdad sea dicha. ¿Por insuficiencias teóricas o por mero oportunismo? Probablemente por las dos cosas. Y es que como dice Roberto Luis Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela en su libro "Los rostros del federalismo" (Alianza, Madrid, 2012) "no hay federalismo, sino federalismos", tantos como Estados federales (o teóricamente federales) existen.
La experiencia federal carece de ensayos prácticos en nuestro país. El proyecto de Constitución federal de 1873, aun aprobado por las Cortes republicanas, no llegó a promulgarse, y sin embargo dio lugar y ocasión a lo que se ha denominado la "revolución cantonal" de la que tanto fruto literario sacaron Benito Pérez Galdós en "La Primera República" (1911), o Ramón J. Sénder en "Mr. Witt en el Cantón" (1935). Como planteamiento teórico el federalismo español tiene su mayor y mejor ponente en la figura de Francesc Pi i Margall, expresidente de la República, pero también merecen atención al respecto los planteamientos que expusiera José Ortega y Gasset en "La redención de las provincias" (1931).
Escuchar hoy a algunos políticos españoles hablar de federalismo es como hacer un brindis al sol. Ninguno pasa del enfático: "¡Hay que federalizar España!", pero no añaden nada más... Ni la menor puntualización; si acaso, una mención de pasada a la necesidad de convertir el Senado en la Cámara territorial que la Constitución parecía prever... 
De federalismo he escrito en numerosas otras ocasiones. Soy un federalista convicto y confeso. Incluso en la página cabecera que sirve de presentación a "Desde el trópico de Cáncer" lo enunció explícitamente cuando lo considero "el marco idóneo en el que desenvolver el autogobierno de los pueblos y los Estados". Por esa firme convicción traigo a la entrada dos artículos  que reflejan con bastante exactitud lo que sus autores, y yo mismo. entendemos por federalismo: "El horizonte federal de España" (2011), de Javier Tajadura, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco, y el titulado "Déjense fotografiar con la bandera española" (2014), del diplomático Juan Claudio de Ramón. 
Pero si de verdad quieren ustedes saber en qué consiste el federalismo no tienen más remedio que recurrir a la lectura de "El Federalista", un fascinante libro escrito por los "ilustrados" norteamericanos James Madison, Alexander Hamilton y John Jay a finales del siglo XVIII, que recopila todos los artículos de prensa publicados por los mismos bajo el seudónimo de "Publius" entre 1787 y 1789 en defensa del proyecto de Constitución federal de los Estados Unidos de América. Todo un clásico, quizá el mejor libro de ciencia política de la Historia, cuya lectura, estudio y comprensión, para muchos tratadistas, equivale -con suficiencia- a una maestría de postgrado en dicha materia. Pueden descargarlo, íntegro, en el enlace anterior. Espero que disfruten de su lectura, así como de los otros enlaces de la entrada. Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












lunes, 20 de noviembre de 2023

Argentina: De Milei y la ira

 








Milei y la ira que impulsa al nacionalpopulismo global
ANDREA RIZZI
20 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Como un eco, el rugido de la ira que da alas a los abanderados de proyectos políticos nacionalpopulistas aparece, similar, en distintos rincones del planeta. Javier Milei es el enésimo caso de una amplia ola ―en la cual destacan los episodios del Brexit, Trump, Bolsonaro y Meloni― que es una enmienda total al sistema político como rechazo popular a todas las opciones tradicionales. El efecto eco radica en las muchas similitudes entre distintos elementos de la internacional reaccionaria. Pero ello no excluye que, a la vez, existan algunas diferencias significativas en las causas de su éxito y en las propuestas.
Por características personales y planteamientos políticos, Milei es una figura hiperbólica, incluso en el marco del radical mundo de la internacional reaccionaria, y su victoria causa un especial espanto e incredulidad en las filas de progresistas y liberales moderados. No es para menos. Sus propuestas son de un extremismo excepcional, meridianamente desprovistas de fundamentos intelectuales sólidos, amenazantemente retrógradas en su conservadurismo e impulsadas además por un líder cuyos modales no destilan el sosiego deseable en un mandatario.
No obstante, la hipérbole de la motosierra de Milei entronca con el espíritu de rechazo a lo establecido propio de la internacional nacionalpopulista. Con el Reino Unido que votó el Brexit en contra de la posición de los principales partidos, de la patronal, de los sindicatos y en el que dominaba el “que se jodan los expertos”; con los EE UU conquistados por Trump y su mantra de “drenar la ciénaga”; con la Italia gobernada hoy por el único partido del hemiciclo que no apoyó el Gobierno de unidad nacional durante la pandemia ―el ultraderechista Hermanos de Italia―, que en esa legislatura tenía solo el 4% de los votos, que aprovechó esa oposición solitaria para disparar contra todo y todos y después se convirtió en el primer partido del país; con el Brasil que aupó a Bolsonaro, que no era representante de ninguno de los principales partidos del país.
Es el espíritu popular de la enmienda total a un sistema político apoyada en la ira de ciudadanos que sienten que este no les sirve, no les protege, no les funciona, que está sesgado y podrido. Esa profunda frustración alimenta la voluntad de cambio radical y encumbra a outsiders que predican un mix populista de satanización de la casta, nacionalismo, conservadurismo, revisionismo histórico, nostalgia de un pasado presuntamente mejor ―hacer grande a América de nuevo; recuperar el control supuestamente perdido en el Reino Unido; el desierto que empezó con la democracia en Argentina, etc.―.
Líderes habilidosos echan gasolina a ese fuego aprovechando las posibilidades del tiempo moderno, redes sociales hoy, y pronto, cada vez más, habrá que temer la inteligencia artificial. La política se lleva al terreno emocional, y una vez ahí, la racionalidad difícilmente se impone.
Pero esa raíz común no debe desdibujar las diferencias. Esa frustración se alimenta, según los casos, de resentimientos por causas nacionales o globales en proporciones diferentes. En algunos países predominan, por mucho, los primeros. En otros, parecen tener mayor relevancia los segundos.
En el caso de Argentina, es evidente que la victoria de Milei es un rechazo total a la gestión del peronismo kirchnerista. De forma parecida, el éxito de Bolsonaro se alimentaba de un antipetismo (PT, partido de Lula y Rousseff) arraigadísimo. En estos casos, las propuestas progresistas perdieron en gran medida por fracasos propios, sea por gestiones económicas de resultados nefastos, sea por la larga sombra de corruptelas que se extendían sobre ellas, más que por un anhelo nacional de cerrazón ante un mundo del que se importan problemas.
En otros casos, el auge nacionalpopulista responde en mayor medida a fenómenos globales, a un instinto proteccionista ante las vicisitudes globales, los desarrollos de un mundo interconectado, los dañinos efectos colaterales de cierto tipo de libre comercio, los movimientos migratorios, las tecnologías de las que algunos se benefician mientras perjudican a otros, el cambio climático y sus retos. En este apartado también la socialdemocracia ha pagado errores del pasado, su adhesión durante un amplio periodo a valores con aroma liberal, que la hizo poco distinguible de la derecha moderada. Pero en este caso parece incidir más un devenir general del mundo que tampoco es responsabilidad directa de la izquierda. Trump, Orbán o el Brexit encajan mucho en este esquema en el que el rechazo a lo que viene de fuera tiene un peso enorme y avala propuestas proteccionistas, nacionalistas, conservadoras, de anhelo de regreso al pasado.
Según cuál es la principal fuerza motriz, por ejemplo, las posiciones en materia de librecambismo, inmigración o política exterior pueden ser diferentes, o en todo caso tener mayor o menos peso en el planteamiento.
Otras diferencias intrínsecas al auge nacionalpopulista conciernen la procedencia del abanderado. En algunos casos ―como Milei o Bolsonaro― se trata de outsiders totales que alcanzan el poder. En otros, se trata de partidos tradicionales que se escoran hacia ese tipo de ideario ―republicanos en EE UU y tories en el Reino Unido―.
Los dos distintos escenarios tienen implicaciones diferentes ―los frenos que, a pesar de un viraje, puede seguir aplicando un partido tradicional, con largo recorrido, en el que sigan militando moderados, y la situación desatada de quienes no están embridados en ellos―, así como, por supuesto, la tienen la fuerza política de la que disponen en los Parlamentos ―mayorías absolutas o necesidad de negociar― y la calidad democrática de los países en los que logran el poder.
La ola nacionalpopulista no es ni mucho menos invencible, y sufre reveses. Recientemente, en Polonia o España. Se aprecia un patrón por el que sus pésimos resultados de gestión son sancionados en las urnas, impidiendo la renovación de mandatos allá donde la democracia mantiene suficiente vigor, como en EE UU (derrota de Trump); Brasil (derrota de Bolsonaro) o la propia Polonia (derrota del PiS). El caso de Hungría ejemplifica los riesgos de las circunstancias en las cuales la propuesta nacionalpopulista logra erosionar la calidad democrática, lo suficiente como para casi sofocar opciones reales de cambio (la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OCSE) consideró que las últimas elecciones en Hungría fueron libres, pero no justas).
Desgraciadamente, según coinciden en señalar los más respetados estudios internacionales en la materia, la calidad de la democracia retrocede en muchos lugares en el mundo.
Las derechas conservadoras tradicionales, en plena crisis de pánico por el auge de propuestas nacionalpopulistas radicales que las aniquilan (Francia, Italia) o les comprimen el espacio de una manera que les imposibilita gobernar sin ellos, cada vez más han decidido cooperar con los radicales o incluso comprar sus argumentos. La historia les juzgará por ello.
Las izquierdas socialdemócratas y los liberales, por su parte, deberían razonar a fondo. No ya solo sobre los problemas globales que dan alas a los ultras y ofrecer respuestas en clave de protección social (“La Europa que protege”, pregonaba Macron; “proporcionar seguridad”, señalaba Sánchez en su discurso de investidura). Esto es correcto y esencial. Pero es preciso analizar más a fondo todo el espectro de acciones y fallos que, desde los ámbitos de la moderación y el progresismo, han facilitado el fenómeno de la ola nacionalpopulista en el hemisferio occidental, un gravísimo peligro para el mantenimiento de derechos fundamentales y, en algunos casos, de los más básicos valores democráticos. El caso de Milei, probablemente el más radical de todos, demuestra que su desarrollo puede conducir a lugares inimaginables y explosivos. Andrea Rizzi es analista político.










Argentina: Un viaje al fin de la noche

 






Elecciones en Argentina: un viaje hacia el fin de la noche
LEILA GUERRIERO
20 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El domingo, con más del 55% de los votos, el presidente electo de la Argentina resultó Javier Milei, un hombre que recibe mensajes de su perro muerto. La primera dama es —por ahora— su novia Fátima Florez, una actriz cómica cuyo plato fuerte es la imitación de la némesis oscura de su novio, Cristina Fernández de Kirchner. La vicepresidenta es Victoria Villarruel, que defiende de manera perseverante a los genocidas de la dictadura que estuvo en el poder entre 1976 y 1983. Millones de argentinos acompañan a esos seres en la idea de que todo puede ser destruido. Que no hay ciudadanos sino compradores y vendedores de cosas, incluso de sus propios cuerpos. Que los débiles y los desposeídos son vagos y no quieren trabajar. Que la justicia social es aberrante. Que el Estado debe desaparecer. Que cada quien tiene que asegurarse su bienestar y no preocuparse por el de los demás. Que no debe haber ni salud ni educación públicas. Un ex panelista de televisión formó un partido en dos años y se transformó en presidente de un país que en 2023 —paradójicamente— cumple cuatro décadas de democracia conseguida a base de sangre, y lo consigue con una idea fundante: hay que acabar con los políticos (aunque él sea uno: el principal). Es el mismo país donde, en 2022, la película Argentina, 1985, sobre el juicio a las juntas militares que se hizo durante el Gobierno de Raúl Alfonsín, llevó a los cines a más de un millón de espectadores, sobre todo jóvenes, que aplaudían de pie. ¿Es el mismo país, son los mismos jóvenes? Cuando su amigo Max Brod le preguntó si creía en la esperanza, Franz Kafka le respondió: “Sí, por supuesto, creo en la esperanza. Pero no para nosotros. Para nosotros no hay esperanzas”. Nos espera un largo viaje hacia el fin de la noche. Pero el domingo, después de conocerse los resultados, Milei dijo, en su discurso: “En 35 años volveremos a ser una potencia mundial”. Treinta y cinco años. ¿Habrá fin? Leila Guerriero es escritora.