martes, 18 de octubre de 2022

Del fin de la historia

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del fin de la historia, pero como dice en ella la escritora y catedrática universitaria Selena Millares, el despertar del sueño conservador del fin de la historia ha sido brutal, y les debemos a nuestros muertos y pobres el regreso a la diplomacia y a la utopía pacifista de Erasmo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







La Europa de la rama de olivo
SELENA MILLARES
13 OCT 2022 - El País


Durante mucho tiempo nos quisieron convencer de que había llegado el fin de la historia. Para qué soñar con un mundo mejor: era más cómodo rondar como polillas ante la luz de las pantallas y su hipnosis adictiva, consagrarnos extáticos a ese altar del consumo, a su escaparate interminable y sin fondo. O con un fondo oscuro que no veíamos, que no queríamos ver. Y para qué anhelar ya utopías imposibles, eso eran antiguallas, ridículo romanticismo, si teníamos la felicidad ahí, al alcance de la mano.
Desde que la guerra estalló en el corazón de Europa, el hechizo se ha evaporado de golpe. Y ha vuelto a despejarse ante nosotros esa vieja utopía europea que se resume en la palabra paz. Fue el sueño de aquel héroe llamado Ulises que se negó a alistarse cuando vinieron a reclutarlo, tras el rapto de Helena. Él sembró de sal los campos que araba para aparentar locura, para que se olvidaran de él. Pero entonces arrancaron a su hijo de los brazos de Penélope y lo pusieron ante el arado, y Ulises tuvo que claudicar. Y fue a la guerra.
Su papel fue sobre todo de diálogo y estrategia, intentó anteponer la astucia a la violencia, y así engañó a Troya con un caballo de madera y a Polifemo con los vapores del vino. Buscó por todos los medios regresar a su Itaca como lo que era: un hombre que renunciaba a la inmortalidad que le ofreció Calipso, y que rechazó las flores narcóticas de los lotófagos porque necesitaba conservar su memoria. Logró al fin su anhelo con ayuda de Atenea —diosa de la paz y de la guerra justa— cuyo emblema es una rama de olivo, que es también símbolo de ese ideal europeo de un continente sin enfrentamientos bélicos.
Después, otros recogieron ese testigo, como Aristófanes, que desde sus obras cuestionó la ambición expansionista de los poderosos que lanzaban a sus pueblos a la muerte: la más famosa es la comedia donde Lisístrata arrastra a las mujeres a una curiosa huelga sexual que no ha de cesar mientras no llegue la paz. Al final triunfa la cordura, pero eso solo ocurre en la ficción. Y ese sueño sigue quedando a la deriva al paso de los siglos.
Volverán a él otros pacifistas, y de entre todos destaca Erasmo, que fue para Zwinglio la encarnación del Ulises homérico, y que pasó su vida huyendo de las epidemias de peste y de sus enemigos, mientras luchaba contra la barbarie alentada por fanatismos y nacionalismos. Defendió que el mundo entero era nuestra patria, concibió una Europa unida como alianza de la cultura y abogó por la abolición de la guerra. Su arma era la luz frente a la sombra, la inteligencia frente a las armas, el diálogo frente al ruido y la furia. Para él Europa era una idea moral y su bandera, la paz, la diversidad, la tolerancia y el universalismo.
Erasmo fue el ídolo intelectual de su tiempo, pero también fue un derrotado. Como lo fue su amigo Tomás Moro, inventor de esa isla llamada Utopía donde estaba desterrada la violencia, y que murió decapitado por orden de su rey, Enrique VIII. Luego la semilla de la concordia siguió germinando, con otras formas. Ese ideal lo retomó Cervantes al crear la primera novela moderna, protagonizada por un hombre bueno y ridículo, con sus gestos inútiles. Lo recogieron además ilustrados como Voltaire, con su tratado sobre la tolerancia, o Kant con su propuesta de “paz perpetua”. Y después el quijotesco príncipe Mishkyn de Dostoyevski, escritor ruso vetado por una universidad italiana al comienzo de la invasión rusa de Ucrania, como si pudiera ser culpable de la infamia de Putin.
Cuando el pensamiento conservador decretó el final de la historia, no solo disolvía las utopías del horizonte futuro sino también las enseñanzas de la vieja Clío, musa de la historia. En esa ficción de tiempo detenido íbamos olvidando, mientras una densa niebla borraba del pasado la ignominia y los crímenes. Nos instalábamos en un cómodo nirvana, como los lotófagos del relato de Homero. Los antiguos protagonistas del horror perdieron así sus complejos y volvieron envalentonados a escena, con sus sinuosos fanatismos nacionalpopulistas y ultraconservadores.
El despertar del sueño ha sido atroz, pero aún nos hermana esa utopía poderosa que cabe en una sencilla rama de olivo. Y hace tiempo que reclaman el regreso a la diplomacia intelectuales de distintos ámbitos e ideologías —como Noam Chomsky o Mario Vargas Llosa—, por mucho que a la OTAN no le venga bien. Se lo debemos a los muertos, heridos y mutilados de la guerra. Y a los condenados al hambre y la pobreza en el mundo. También al planeta, convulsionado por la crisis climática. Y a todos los niños que junto al resto de la población pagarían por una catástrofe nuclear. Europa tiene su propia voz y su camino.



















domingo, 16 de octubre de 2022

De la izquierda y el placer





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la izquierda y el placer. Porque como dice en ella el filósofo político y catedrático de universidad Daniel Innerarity, el gozo del que el progresismo hace bien en desconfiar es aquel vinculado al abuso, a la ausencia de límites, según la definición clásica de la propiedad que otorga al propietario el derecho de hacer lo que quiera con ella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La izquierda y el placer
DANIEL INNERARITY
12 oct 2022 - El País


La confrontación política se juega hoy básicamente en el terreno de los afectos. Las narrativas dominantes no son tanto teorías como aspiraciones emocionales. En este espacio parece estar triunfando el relato según el cual la izquierda es moralista, prohibicionista, nos quiere infelices, mientras que la derecha nos dejaría disfrutar haciendo lo que queramos. Obviamente, este relato es falaz, pero los relatos no son teorías científicas sino estados de ánimo que terminan imponiéndose y resultan más decisivos para configurar la opinión pública que cualquier evidencia. La izquierda contraataca acusando de negacionistas a quienes parecen olvidar la gravedad de las crisis que tenemos que afrontar. Esa acusación es tan correcta como estéril porque no se trata de un fenómeno con pretensiones de validez científica sino de un estado de ánimo colectivo que recoge el hartazgo ante la larga lista de prohibiciones que parecen la única receta para resolver los problemas sociales, desde la pandemia a la crisis energética.
Aquí tendríamos una posible respuesta a la pregunta acerca de las razones de que una parte de los trabajadores vote a la derecha o por qué la acción de gobierno volcada en la protección de los más vulnerables no es recompensada en las encuestas o en las urnas. Los cambios de ciclo no se producen por cálculos precisos o razonamientos sofisticados, sino por motivos que tienen que ver con el estado de ánimo, como el cansancio, el miedo o el pesimismo. La izquierda solo podrá hacerse valer en un escenario que no le es muy favorable si acierta a modificar sus términos emocionales.
La alta estimación que buena parte de la izquierda muestra hacia el sacrificio como motor de transformación histórica tiene su cumbre en aquella célebre afirmación de Marx de que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. La vergüenza ha sido, de hecho, un sentimiento positivo y transformador cuando se ha convertido en testimonio, como hemos visto recientemente en la ruptura del silencio por parte de las víctimas de abusos sexuales. El problema es que la reiteración de este tipo de discursos lo tiñe todo de negatividad: no se habla más que de malas experiencias, de quejas, la narrativa política es de abnegación y la acción de gobierno se traduce en un catálogo de prohibiciones. Frente a esto, un discurso positivo por parte de cierta derecha puede ser irresponsable, pero traslada un mensaje que encuentra resonancia en tantos abatidos por las crisis que atravesamos.
Esta visión sacrificial de la historia tiene además sus limitaciones. De entrada, no toda humillación pone en marcha un proceso de emancipación; hay una humillación que paraliza e individualiza, que se convierte en cólera improductiva o en simple tristeza de la que no se sigue nada operativo contra la iniquidad del mundo. Hay también una dialéctica muy elemental en esta concepción del cambio social; la historia pone de manifiesto que, con mucha frecuencia, la represión no es el preámbulo de la liberación sino de una mayor represión. Convertir “las contradicciones del capitalismo” en el presagio de su desaparición es pura superchería. En su libro El día en que el triunfo alcancemos, José Andrés Torres Mora ha dedicado unas páginas gloriosas a desmentir esa expectativa de que el sufrimiento sea el medio a través del cual se realizan los ideales políticos: profundizar en el sufrimiento no suele alumbrar necesariamente un régimen en el que el sufrimiento cambie de bando, sino la perogrullada de que sufran todavía más los que ya sufrían antes. Lo de “enseñar al pueblo a asustarse de sí mismo a fin de infundirle ánimo” es mera retórica panfletaria de aquel joven Marx que pretendía criticar a Hegel. Contra sus intenciones, el lenguaje negativo de la crítica puede servir para afianzar el abatimiento. Con esta concepción sacrificial de la transformación social se comunica una concepción del cuerpo como receptáculo de las injusticias sociales, el abuso, la dominación, el control, como si despreciara el cuerpo gozoso y su potencia de emancipación.
La izquierda rousseauniana parece haberse impuesto a la izquierda volteriana, contribuyendo así a un crear un campo de antagonismo que puede resultarle muy desfavorable. La izquierda manda, regula y prohíbe, mientras la derecha reivindica una vida más despreocupada y espontánea. Una se preocupa por la vida buena, mientras la otra se dedica a la buena vida. En la trifulca política son los límites al aire acondicionado, el consumo de carne o la corrección del lenguaje, frente a las terrazas, la ciudad iluminada y la desregulación. En medio de este marco es inevitable que la izquierda parezca cursi y moralizadora, que para amplios sectores de la población no esté consiguiendo aparecer como mejor, sino simplemente como más mandona. ¿Habremos de concluir que el sufrimiento es el único método que conoce la izquierda y que la derecha tiene el monopolio del placer? ¿Explicaría esto la diferente valoración que la opinión pública hace de la diversión de unos y de otros, de las fiestas de Boris Johnson y de Sanna Marin? Al margen de otras diferencias relevantes, puede que esa distinta calificación se deba a que asociamos a la derecha con el disfrute y a la izquierda con el sacrificio, por lo que en un caso no vemos ninguna incoherencia y en el otro sí.
No superará la izquierda este antagonismo que le es tan desventajoso mientras no formule una idea diferente del placer, al que ha venido considerando como algo individualista y burgués. En un marco dominado por el consumo, el placer solo aparece como un principio de confirmación del orden social. Pero la izquierda podría pensar el placer como un placer consciente de sus límites y que encuentra su autenticidad e intensidad en el compartir. No cualquier placer equivaldría a imposición o conformismo, sino aquel placer corto de vista, rudo, que desconoce el gozo del respeto y el disfrute compartido; el placer del que la izquierda hace bien en desconfiar es el placer vinculado al abuso, a la ausencia de límites, según aquella definición clásica de la propiedad que otorga al propietario el derecho de hacer lo que quiera con ella (el derecho de “usar y abusar”), una disposición absoluta y exclusiva, sean las riquezas naturales, pero también los cuerpos de las mujeres.
En la vieja idea de suprimir la propiedad privada lo más valioso no era la vacua pretensión de una propiedad colectiva que es completamente irreal, sino la apelación a un modo diferente de poseer. El placer de los cuerpos puede entenderse como una apropiación recíproca que no carece de límites, fundamentalmente el señalado por la idea del consentimiento. No se trata de que las cosas carezcan de dueño, sino de que no haya formas de propiedad que impliquen una dominación directa sobre otros o aquella dominación indirecta que supondría desentenderse de los efectos que el abuso de lo propio puede tener sobre los otros. El consentimiento sexual y la ecología tienen en común ser formas de entender el placer como realidades compartidas, entre las personas y entre las generaciones.
Es posible pensar de otro modo el placer y la propiedad, como gozo compartido. Lo común es un modo de apropiación que se pone como límite el abuso. Los placeres pueden aumentar cuando se comparten de manera igualitaria. Gozar en la igualdad, la satisfacción de formar parte de una sociedad justa son formas de placer que podrían ser una alternativa positiva a su reducción individualista.




















 



sábado, 15 de octubre de 2022

De las distintas percepciones de la vista y el corazón

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las percepciones distintas de la vista y el corazón, porque como dice en ella el politólogo y catedrático universitario Víctor Lapuente, nuestras sociedades tienen crecientemente unos ojos que no sienten y un corazón que no ve, y la izquierda tiene mejor corazón, pero la derecha mejor vista. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






El Fary de la derecha
VÍCTOR LAPUENTE
11 OCT 2022 - El País


El guía de la nueva derecha no es Trump, sino El Fary. Para la corriente de pensamiento que nutre a Vox, pero también para algunos (y algunas) en el PP, la izquierda es lo mismo que el hombre que llevaba la bolsa de la compra y el carrito del niño era para El Fary: “Blandengue”. Frente al pétreo estoicismo de quienes toman cañas en una pandemia, no ven pobres en las calles y piden a los familiares de los fallecidos en las residencias de Madrid y a los descendientes de los abandonados en las cunetas de la Guerra Civil que pasen página, la izquierda es quejica. La empatía con los que padecen es una debilidad, una fisura en la armadura moral que todos deberíamos llevar bien puesta.
En parte, la derecha es farysta por genética. Las personas con una ideología conservadora son algo menos sensibles al dolor ajeno que las de izquierdas. No son peores seres humanos —mirar con superioridad moral a los de derechas es tan absurdo como hacerlo con los de izquierdas—, sino que tienen otros pilares éticos. Son más leales a la comunidad, a la tradición y a la justicia entendida como proporcionalidad. Pero, si nos vemos obligados a compararlos y aun a riesgo de simplificar, diríamos que la gente de izquierdas tiende a ser moralmente más compasiva y, la de derechas, moralmente más completa. Los de izquierdas son más empáticos, pero también más ciegos a otras consideraciones más allá del sufrimiento del prójimo. La izquierda tiene mejor corazón, pero la derecha mejor vista.
Esa diferencia lleva milenios entre nosotros, pero sólo ahora la palpamos con fuerza. Porque, hasta hace poco, la derecha democrática quería domar sus instintos, evitando caer en el tribalismo insolidario. Luchando contra su naturaleza, el “conservadurismo compasivo” condujo a la democracia cristiana europea a crear un Estado de bienestar tan poderoso como el socialdemócrata y a los republicanos americanos a mantener los impuestos altos. Ahora, la derecha se ha abandonado completamente a sus impulsos. Sus políticos hablan al hígado de los votantes, buscando despertar el miedo y enterrar la misericordia.
Algo simétrico pasa en la izquierda, cada día más cegada por la justicia social y más alejada, en sus opiniones sobre cohesión y diversidad social, de la media ciudadana. Nuestras sociedades tienen crecientemente unos ojos que no sienten y un corazón que no ve.




















De la guerra de Ucrania que va para largo

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la necesidad de prepararse para una larga guerra en Ucrania, porque como dice en ella el director del European Council on Foreign Relations (ECFR), Mark Leonard, la decisión de Putin de movilizar a 300.000 reservistas y el apoyo internacional obtenido en Samarcanda indican que el Kremlin se prepara para un conflicto de desgaste. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Hay que prepararse para una guerra larga
MARK LEONARD
10 OCT 2022 - El País


Un fantasma nuclear recorre Europa, otra vez. El presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la movilización de unos 300.000 reservistas y anunció que usará “todos los medios disponibles” para defender a Rusia, a lo que añadió: “no es una fanfarronada”. Una veterana figura de la política europea me hizo notar que este coqueteo con el abismo nuclear es una invitación a desempolvar viejos volúmenes sobre la Guerra Fría, como On Thermonuclear War, de Herman Kahn.
Es verdad que, en medio de la euforia que siguió a las últimas victorias ucranias en el campo de batalla, algunos comentaristas muestran un cauto optimismo respecto de que Ucrania pueda ganar la guerra en la primera mitad del año entrante. Pero las últimas acciones de Putin hacen pensar que Rusia se está preparando para una larga guerra de desgaste. Además de subir el tono de sus amenazas, Putin también abordó dos importantes asimetrías que habían caracterizado al conflicto hasta ahora. La primera es la divergencia entre la “operación especial” de Rusia y la respuesta unitaria de toda la sociedad ucrania. Puede que desplegar 300.000 soldados más no baste para conquistar Kiev o para ocupar Ucrania, pero mantendrá a Rusia en la partida.
La otra asimetría es en el nivel del apoyo internacional. Ucrania habría desaparecido del mapa hace muchos meses si no hubiera recibido miles de millones de dólares en equipamiento militar, apoyo de inteligencia y ayuda económica de Europa y Estados Unidos. A Rusia, en cambio, le costó mucho conseguir algún apoyo externo significativo. Pero en la reciente Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Samarcanda, Putin tuvo ocasión de ponerse al día con otros asistentes, como los presidentes de China, Xi Jinping; de Turquía, Recep Tayyip Erdogan; de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, y de Irán, Ebrahim Raisi.
El principal aliado de Putin es Xi, que no ha dejado de darle apoyo. Según conversaciones recientes que mantuve con académicos chinos, Pekín ve la situación en Ucrania como una “guerra por delegación” en el contexto de su incipiente guerra fría con Estados Unidos. Una enseñanza importante de la Guerra Fría original es que cuando las dos partes en un conflicto a través de intermediarios reciben apoyo suficiente para mantenerse a flote, ninguna de las dos termina venciendo a la otra. Aunque este hecho ha servido a los ucranios para pedir envíos continuos de armas a Occidente, también puede motivar una ampliación del apoyo práctico que China provee a Rusia (en concreto, camiones y semiconductores).
Si el conflicto se orientara en esa dirección, ya sabemos el resultado. La gente de Corea, Vietnam, Guatemala, Afganistán, Angola y muchos otros lugares pueden dar testimonio de los horrores de las guerras por delegación que se prolongan durante años o incluso décadas, bañando en sangre a los países afectados, paralizando sus economías y dejando sin un futuro a las generaciones jóvenes.
Aun así, en lo inmediato, Occidente debe mostrar que no se deja acobardar por las amenazas de escalada de Putin. Como han mostrado mis colegas en el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales (ECFR, por sus siglas en inglés), Europa puede soportar una guerra prolongada si adopta un plan integral para proveer a Ucrania de tres elementos clave: equipamiento militar, garantías de seguridad y apoyo económico.
En relación con el primer pilar, el ECFR ideó un “plan Leopard” para la provisión a Ucrania de los vehículos blindados que necesita con urgencia, y bosquejó ideas concretas para ir suministrándole más tecnología occidental conforme su viejo inventario soviético se vaya agotando. Pero además de una planificación y ejecución esmerada, el plan demandará dinero. Dado que el Ejército de Ucrania es más grande que la Bundeswehr (las Fuerzas Armadas alemanas, la mayor fuerza terrestre de la Unión Europea), y que sus brigadas blindadas superan en número a las del Reino Unido, Francia y Alemania combinados, calculamos que proveer los equipos militares necesarios costará unos 100.000 millones de euros (97.000 millones de dólares).
En segundo lugar, para aceptar un acuerdo que ponga fin a la guerra, Ucrania necesitará garantías de seguridad a largo plazo creíbles. En este sentido, mis colegas han elaborado un marco que comprende garantías formales de apoyo, mecanismos de consulta, promesas de suministro y amenazas de sanciones. Este marco se deberá aplicar solamente a los territorios que estén bajo control total de Ucrania, para que la dirigencia ucrania pueda aceptar un acuerdo sin necesidad de hacer concesiones sobre territorios que sigan ocupados.
Finalmente, el apoyo económico debe incluir no solo los costos de la reconstrucción del país y de su preparación para la integración con la UE, sino también las necesidades continuas del Estado ucranio en el día a día. Ahora mismo, los ingresos fiscales solo cubren el 40% del gasto público, con lo que queda un déficit de financiación de 5.000 millones de dólares mensuales.
El mayor desafío será mantener el apoyo político y la solidaridad de Europa, sobre todo conforme sigan creciendo los costos de una larga guerra. Según algunas de nuestras estimaciones, proveer a Ucrania el apoyo descrito puede costar más de 700.000 millones de euros. Esto supera el monto del plan de recuperación pospandemia de la UE, que ya se consideró revolucionario siendo para todos los Estados miembros. Obtener el mismo nivel de apoyo para un único Estado y de fuera del bloque demandará un liderazgo político heroico.
Además, el invierno traerá consigo un aumento de la factura energética y del costo de alojamiento de los refugiados ucranios. Ya han caído Gobiernos en Italia y Bulgaria, y se percibe un avance de la ultraderecha en el contexto de una nueva oleada populista. Las autoridades europeas tendrán que preparar a sus poblaciones para una guerra larga y continuar al mismo tiempo con la búsqueda de soluciones. Sin dejar de demostrar su compromiso duradero con la lucha ucrania, debe estructurar el apoyo en modos que mantengan abierta la puerta a un eventual acuerdo. Uno de los peores escenarios imaginables sería una guerra por delegación interminable.