El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.
Continúo hoy la serie de "Cuentos para la edad adulta" con el titulado Epitafio de un boxeador, de Ignacio Aldecoa (1925-1969), escritor español que cultivó la novela, el relato y la poesía. Estuvo casado con Josefina Aldecoa, también escritora. Su obra narrativa se inscribe dentro de la corriente neorrealista, iniciada en España en la década de los cincuenta, y describe el mundo de los desfavorecidos y desamparados. Está considerado como uno de los mejores cuentistas españoles del siglo XX. Adoptó el riguroso realismo anglosajón a la literatura española, de forma que sus cuentos poseen el sabor de una experiencia realmente sentida y vivida, gracias a su agudas dotes de observador y a su gran contenido humano, que suele faltar en los demás narradores de su generación. Dada su brevedad no creo que su relato necesite resumen por mi parte. Les dejó con él.
EPITAFIO DE UN BOXEADOR
por
Ignacio Aldecoa
Nosotros, sus agradecidos contrarios, erigimos esta
estatua a Apis, un boxeador considerado, que ni
cuando nos fajábamos nos hacía daño.
-Lucilius, Epitafio de un boxeador
Pasaban las nubes de tormenta con su gorgojo tronador dentro; pasaban sobre el cementerio, agrio y cuaresmal de luz morada. Altos cipreses, hemiciclos mortuorios, taxis en la avenida, un fulgor diamantino en los lejos del sudoeste, urdimbres de coronas pudriéndose, colgado como trapos viejos de las ventanas de los muertos y de las cruces de los panteones.
Los acompañantes formaban un grupo friolero contemplando el trabajo de los enterradores. Eran pocos y se hablaban en voz baja.
Abrieron el ataúd antes de meterlo en el nicho. Las monjas del hospital no habían logrado cruzar piadosamente las manos del excampeón, que conservaba la guardia cambiada con el brazo derecho caído según su estilo. Eso le quedaba. Todo lo demás fue miseria hasta su muerte, y la Federación pagó el entierro.
Un periodista joven tuvo que ser reconvenido por su director. Había escrito: «Cuando abrieron la caja, el excampeón parecía totalmente K.O.».
Los muertos deben ser respetados, pero era un buen epitafio.
FIN
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 3162
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)