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sábado, 4 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Profecía masculina



Manifestación feminista en Madrid. Getty Images


La igualdad que llegará en la próxima década es imparable y será mejor para nosotras y para vosotros, afirma en el A vuelapluma de este sábado la escritora Nuria Labari.

"Está claro -comienza diciendo Labari- que en 2019 termina un año y comienza una época, un tiempo nuevo, el de las mujeres. Y esta nueva era que se avecina está siendo percibida con cierto temor por nuestros compañeros hombres. En los taxis, en las aulas, en las empresas y en los bares se habla de “las feministas”, como si de un colectivo revolucionario que persigue, no la igualdad entre géneros, sino lo peor para los hombres. Se escuchan frases de varones confundidos del tipo: “ya no sabe uno cómo tratarlas” o “ahora hay que andarse con cuidado”.

Es como si la construcción de un nuevo relato de la identidad femenina viniera a arrinconar el relato de muchos hombres. No como si llegara un tiempo más justo y mejor para todo el mundo, sino como si el despegue de una identidad pusiera en riesgo de exclusión a la otra, la hasta ahora hegemónica, la de los hombres. La buena noticia es que los chicos no tienen nada que temer. Porque su viril concepción del mundo sobrevivirá en la nueva era en lo que auguro será una nueva identidad masculina. Y para despedir el año, propongo que juguemos a imaginar cómo sería un mundo así, el que está llamando a las puertas de la década que estrenamos, el mundo que arrinconará de una vez el relato patriarcal.

Si la cosa sigue avanzando como hasta ahora, en 2030 el nuevo relato masculino será ya un hecho cierto y será además minoritario. En los próximos años, aparecerá una nueva narrativa (transversal a todas las artes) que se llamará, por su origen literario, escritura masculina. Este tipo de creación construirá el “nuevo relato masculino” e incluirá cualquier forma de poética o pensamiento nacidos de varón. Entonces veremos a muchos hombres responder en los periódicos, los telediarios y las redes a las preguntas del futuro. Las que tendrán que contestar los niños que están naciendo hoy, hagan lo que hagan y piensen lo que piensen. ¿Se siente usted dentro de la corriente de narrativa masculina emergente? ¿Cuáles son los creadores hombres que más le han influido? ¿Se reconoce dentro de una genealogía masculina? Su último libro tiene tintes biográficos ¿cree usted que el diario es un género propiamente masculino? ¿Cómo explica que muchos más creadores hombres hayan tratado el tema de la guerra que las escritoras? ¿Qué le diría a las mujeres para que se acerquen a las historias escritas o contadas por hombres?

Para entonces, muchos de los creadores que publican o crean hoy (fotografía, música, pintura…) habrán sido extrañamente olvidados. Por suerte, hacia 2050 aparecerán en las ciudades más importantes del mundo las primeras “Librerías de Hombres” donde se rescatarán títulos de autores extrañamente silenciados por el azar o por su género. Por lo demás, estas librerías o pequeños centros culturales le parecerán de lo más normal a todo el mundo, incluso habrá festivales de creadores masculinos y hasta tendrán un día internacional solo para ellos. Será el “Día Mundial del Relato Masculino” y muchos hombres lo celebrarán con hashtags azules, que será el color de la masculinidad. Porque la masculinidad tendrá su propia bandera y ellos se pondrán camisetas y lazos de ese tono en fechas señaladas. Sin embargo, su entusiasmo no conseguirá convertir sus ideas en poder real.

Será entonces cuando empiecen a pedir cuotas masculinas, pero la mayoría de mujeres (incluso algunos hombres) estará en contra. Dirán que el hecho de que las mujeres ocupen los puestos más relevantes económica y políticamente se debe a que son, sin lugar a dudas, mejores que ellos. Y señalarán a los pocos hombres que hayan conseguido cierta relevancia como prueba irrefutable de su tesis.

En un contexto así, los hombres del futuro dedicarán mucho tiempo y esfuerzo a “nombrar lo masculino”, como si no hubiera cosas más importantes de las que ocuparse. Y denunciarán la exclusión del pensamiento masculino del discurso dominante. Los más radicales asegurarán que en los debates más relevantes política y económicamente, siempre habrá más mujeres que hombres. Y que en ellos, además, la temática masculina queda excluida o relegada una y otra vez. En estos foros se tratarán temas como el cuerpo, la intuición, la pedagogía, los derechos de la tierra, el consuelo, la frontera, la clínica reproductiva, la integración, la subjetividad… Los temas que marcarán la agenda política mundial, en definitiva. Al otro lado, quedarán los temas típicamente masculinos, como la productividad, la competitividad, el progreso, el matrimonio y toda suerte de tesis biologicistas. Como si, en el futuro, las mujeres pensaran para la humanidad y los hombres solo para sus colegas del futbol o el gimnasio.

Evidentemente, esta línea no guardará relación alguna con la calidad de las obras o las ideas producidas por los hombres pero será en todo caso infranqueable. La buena noticia es que nacerán nuevos héroes. Como el ganador del Nobel de Literatura del año 2045 con un relato propiamente masculino. Pero incluso él tendrá que responder en su momento a las preguntas de rigor. ¿Cree que con este galardón ayuda a visibilizar la narrativa masculina?

Vale. Ya paro, no tengan miedo. Nada de esto va a pasar. Este texto es solo un juego. La igualdad que llegará en la próxima década es imparable y será mejor para nosotras y para vosotros. Feliz año nuevo".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 22 de junio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Cuestión de género



María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional


Día ajetreado el de ayer viernes a efectos informativos: La victoria de la selección española de fútbol sobre Rusia y su pase a la final de la Eurocopa-2008; la imparable marcha ascendente de la inflación en España, y el resto del mundo; el salto al vacío del gobierno autónomo vasco convocando un referéndum que divide en dos mitades irreconciliables a su país; el nuevo concepto de "flexiseguridad" laboral impulsado por la Unión Europea. Demasiadas cosas, demasiado tentadoras, todas importantes e interesantes... Pero sin ánimo de resultar original me quedo, como tantas otras veces, con la "Cuarta" de El País, en la que los profesores de la Universidad Pompeu Fabra, Alfred Font (Director del Curso de Postgrado de Negociación Estratégica del Instituto de Educación Continua) y Carmen García Rivas (Directora del Curso de Postgrado de Liderazgo Femenino de la Escuela Superior de Comercio Internacional), analizan el papel y las estrategias de la mujer en su función social de profesionales en el mundo de hoy. El artículo se titula "María Emilia y el lobo", y toma como excurso el reciente incidente en que se ha visto envuelta la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas. Sean felices, si les dejan; yo lo intento sin excesivo éxito casi todos los días...



http://paraisosperdidos.files.wordpress.com/2008/03/forges_mujer.jpg
Forges (Homenaje a la Mujer)


"María Emilia y el lobo", por Alfred Font y Carmen García Rivas

El percance de la presidenta del Tribunal Constitucional con una conversación grabada también puede leerse como un ejemplo de cómo la mujer ha sido educada para buscar la aceptación por encima de sus intereses. La calidad profesional y la integridad de María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, están fuera de duda para cuantos la conocen, empezando por sus no siempre fáciles compañeros de tribunal. Y, sin embargo, cuando una lejana relación le pide que se interese por el caso judicial de una desconocida -posible víctima de malos tratos-, en lugar de adoptar una actitud de cautela estratégica, decir, por ejemplo, "me encantaría poder ayudarla pero mi cargo no me lo permite" y facilitarle el teléfono de una abogada especializada, la señora Casas se siente obligada a estudiar el asunto, llamar personalmente por teléfono a la desconocida y mantener con ella una larga conversación en el curso de la cual acabará descubriendo que su interlocutora, entre otras inquietantes características, es sospechosa de haber inducido el asesinato de su marido. Como es natural, en ese momento se activan todas las alarmas que habían sido generosamente desconectadas, la señora Casas reintegra al instante su rol institucional y se retira como puede de la situación. Pero el mal estaba hecho. Meses después, con la interlocutora ya en prisión, la conversación, que fue grabada, sale a la luz.

Los estudiantes de estrategia saben que si uno empieza por colocarse mal, esto es, en la posición vulnerable de una estructura relacional, todo irá mal. El simple hecho de llamar uno por teléfono -a diferencia de ser llamado o de otro tipo de contacto- implica hacerse responsable de la conversación, conducirla y llenarla de contenido. No digamos ya si se trata de llamar a un desconocido. Uno tiene que explicar quién es y justificar la llamada, mientras que la otra parte, en su posición de solicitada, se limita a emitir desconfiados monosílabos. Además, si uno llama para cumplir un auto-impuesto deber compasivo y solidario tiene que hablar mucho -y por tanto exponerse mucho- para que el interlocutor se sienta bien atendido. Incluso la retirada es difícil cuando es uno el que ha llamado. Para cortar, para "quitármela de encima" como ha dicho la señora Casas y como sin duda es verdad, la presidenta del Tribunal Constitucional tuvo que decir algo que, visto luego por escrito y fuera de contexto, da, francamente, muy mala impresión: "Si recurres en amparo (esto es, al Tribunal Constitucional) vuelve a llamarme".

Como dicen los analistas norteamericanos de la teoría de juegos: ya que todos somos estrategas, más vale ser un buen estratega que uno malo. Estrategia es una palabra con mala prensa, porque suena a cálculo, a manipulación. Sin embargo, ser estratega consiste simplemente en tomar en cuenta por anticipado el conjunto de los incentivos que mueven a las personas en sus interacciones con nosotros. Prever y detectar a tiempo cómo se comportan, qué objetivos persiguen, cómo afectan sus movimientos a nuestras expectativas y cómo nos inducen a actuar en un sentido u otro. Nuestra vida personal, social y profesional es una sucesión de situaciones interactivas de este tipo. Reconocerlas y anticiparlas nos permite estar alerta, evitar entrar a ciegas en un terreno peligroso y también, sobre todo en ámbitos que involucran nuestra responsabilidad profesional, nos ayuda a diseñar preventivamente una estructura relacional que nos deje un margen amplio de seguridad.

Ser estratega no significa ser sistemáticamente desconfiado. Significa proceder objetivamente, con independencia de la confianza, para así poder discriminar a tiempo entre quienes merecen nuestra confianza y quienes deben ser mantenidos a distancia. Ser estratega no significa ser egoísta, porque si uno quiere ser altruista también necesita desplegar estrategias que eviten la explotación de la propia generosidad. Ser estratega no significa carecer de emociones; significa reconocerlas, gestionarlas y, singularmente, evitar la confusión de registros de comunicación. Ser estratega no significa mantenerse inaccesible, pero sí reservarse la facultad de graduar la proximidad, según las situaciones y las reglas del juego. En definitiva, ser estratega no es lo opuesto a ser decente, bueno o solidario. Es tan sólo lo opuesto a ser ingenuo.

Esa ingenuidad en la administración de las buenas intenciones aparece con frecuencia en el comportamiento de mujeres que ocupan cargos de alta responsabilidad. Son personas inteligentes, profesionalmente impecables, conocen las reglas del entorno y, sin embargo, como decía un grupo de ellas en un reciente seminario, "no saben detectar las amenazas". Actúan según expectativas ajenas, que racionalmente no comparten; de manera inconsciente, cumplen estereotipos sociales que las inducen a tener actitudes complacientes hacia cualquier persona, sin tener en cuenta las consecuencias.

Si uno cree que ha de orientar sus acciones a gustar, a complacer, a cuidar, será incapaz de autorizarse a actuar estratégicamente por temor a defraudar a quienes en realidad están esperando un comportamiento de sumisión. Y sobre esta base, ningún liderazgo es posible. Ya advertía Maquiavelo (El Príncipe, 1513) que "todo príncipe debe desear que le consideren piadoso y no cruel; sin embargo, tiene que procurar no usar mal la piedad".

A las mujeres se les suponen talentos emocionales refinados (acogida, escucha, compasión, etcétera) que, naturalmente, son un valor en sí mismos. Sin embargo, como cualquier otro talento, deben ubicarse en la estrategia personal y profesional de quien los posee. Para ello hay que transitar por un proceso de autorización interna que conduzca a una conclusión asertiva: se puede ser buena y estratégica. En ausencia de esa autorización, las mujeres, que desde niñas han recibido el mensaje de ser buenas, en su vida adulta siguen queriendo responder a lo que se espera de ellas. Esa voz interior, que permanece durante toda la vida, desactiva el natural instinto de autodefensa y les hace perder la capacidad de alerta ante situaciones de peligro real.

La sumisión, históricamente necesaria para conseguir la protección del varón, parece haber quedado escrita en la memoria genética de las mujeres y llevarlas a orientar su actividad a la búsqueda de los afectos, de la aceptación, por encima de sus intereses. Las mujeres que llegan a puestos de responsabilidad y de prestigio social se sienten a menudo impostoras, como si ocuparan un lugar que no les corresponde, porque pese a que han hecho un largo trayecto que las hace sobradamente merecedoras del cargo, su educación "en la bondad" las lleva a no querer destacar, a ser humildes y, sobre todo, "iguales" -tremenda palabra devastadora de la identidad-, y a una imprudente proximidad.

Una habilidad básica para ejercer la comunicación estratégica consiste en adecuar el registro al interlocutor, marcando la distancia emocional que nos coloque en situación de decidir lo que deseamos dar y obtener de la relación con el otro. Muchas mujeres suelen mostrar un único registro, la complicidad, especialmente si es otra mujer quien les plantea un problema para el que están sensibilizadas. Pero el registro amistoso es propio de la vida privada, no de la vida profesional, y aun en la vida privada debemos ser capaces de realizar esta adecuación porque también ahí se dan diferentes públicos que a su vez requieren diferentes registros, si no queremos llevarnos sorpresas desagradables.

El registro en la vida profesional viene marcado por factores variados, que además son fluidos y están en transformación, pero se apoya sobre todo en el reconocimiento compartido de las reglas de juego en cada caso. Los hombres parecen tenerlo bien asumido pero las mujeres que acceden a cargos directivos, formadas en la igualdad dentro del género, tienen quizás más dificultades para marcar las distancias, quién sabe si por temor a ser tildadas de arrogantes. La tendencia a la proximidad -en lugar de la ubicación preventiva a la distancia adecuada- no sólo las puede poner en situación de riesgo sino que genera confusión en sus interlocutores, desconcertados ante una cercanía que no esperaban merecer. La incapacidad para mantener la distancia estratégica supone también una devaluación de la propia actividad que puede ser percibida por el interlocutor como de escasa importancia.

Reconocer las reglas del juego que se está jugando, autorizarse internamente a ser y anticiparse estratégicamente a las situaciones amenazantes son tres pasos a seguir. De lo contrario, las mujeres profesionales continuarán sintiéndose intrusas en el mundo del éxito y expiando "la culpa" con movimientos de auto-sabotaje que arruinarán su esfuerzo y su talento. (El País, 27/06/08).






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




Entrada núm. 5002
Publicada originariamente el 28/6/08
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 2 de agosto de 2017

[A vuelapluma] La condición femenina





Las mujeres nos hacemos fuertes en las oposiciones y los concursos públicos, pero en las jerarquías de los espacios privados la meritocracia no cuenta. Cuando entramos en la madurez, pareciera como si muchas sociedades quisieran olvidarnos, comenta en El País la profesora Ana Merino, catedrática en Historia y escritora y directora del MFA de escritura creativa en español de la Universidad de Iowa, en Estados Unidos.

Cuando era niña, comienza diciendo la profesora Merino, me fascinaban las mujeres con abanico. Todavía me fascinan, sobre todo ahora, que yo también ando sumergida en esa edad en la que el abanico se puede transformar en un complemento indispensable. Me sonrío mientras lo agito alrededor del cuello y me doy aire en el pecho acalorado. Algo tan folclórico como el abanico estaba lleno de claves en los juegos de mi niñez. Cerrado me recordaba a las varitas mágicas de las hadas. Era un objeto misterioso que al abrirse te sorprendía con dibujos y adornos florales. Mis favoritos, ya entonces, eran los que recogían escenas de los tapices de Goya. Las mismas escenas que adornaban las cajas metálicas de los caramelos blandos de café que tanto me gustaban aunque se quedaran pegados en las muelas. Miraba a las mujeres de cierta edad abanicarse y jugar con las varillas y la tela, abrir y cerrar lo que yo creía que eran sus varitas mágicas. Hadas de carne y hueso que me imaginaba dando consejos sabios. Pensaba en el hada Azul que consolaba a Pinocho y lo perdonaba. Pensaba en todas esas hadas que vienen a salvarnos del mal, en las heroínas de nuestra infancia, en esas hermosas mujeres que existían para compensar todos los despropósitos de un mundo injusto.

Todas se veían elegantes con ese objeto que se abría como la cola de un pavo real. Me encantaba observarlas en los vagones del metro, en las salas de espera de la consulta del médico, en las peluquerías o en la cola del mercado; de pronto lo sacaban por sorpresa mostrando sus dibujos, y lo agitaban resoplando con una sonrisa inmensa y las mejillas sonrojadas. Todavía hoy las busco, y me acuerdo de mi niñez analizando sus gestos y la elegancia de sus sencillas coreografías. El calor súbito que desprendían estaba lleno de mensajes que yo entonces no sabía descifrar. Nadie te prepara para entender esa nueva etapa de tu madurez. Entras en ese periodo de la vida que la biología llama climaterio en el que poco a poco cesa la función reproductora. A casi todas nos toca empezar a acostumbrarnos a ese calor súbito, a las sudoraciones nocturnas y a esas odiosas infecciones urinarias que tuvimos durante la juventud y que creíamos desterradas para siempre. De pronto nuestro cuerpo nos regala dolores de cabeza tremendos, y absurdas noches insomnes donde los pensamientos se vuelven abismos. Tratamos de revelarnos ante esos síntomas porque queremos sentirnos igual de ilusionadas con la vida que décadas atrás. Pero estamos comenzando otra etapa y nos confunde la extraña tristeza de nuestro pecho suspirando por su cuenta. Tenemos que acostumbrarnos a una realidad donde nuestro cuerpo va cambiando sus ritmos y deja de regirse por los ciclos de la matriz para volverse independiente de esas pautas biológicas para las que fue diseñado.

Con el paso del tiempo aparecen nuevas texturas en nuestro cuerpo cansado y quejoso que tienen que aprender a convivir con nuestra mente todavía ilusionada y luminosa. Tenemos nuestros pensamientos sumergidos en la energía vital de la juventud que se alarga porque cada día nos sentimos más seguras y estamos llenas de ideas y proyectos. Nuestro pensamiento es vitalista. Nos sentimos siempre jóvenes. Somos como aquellos replicantes que se negaban a desconectarse. Aquellos androides de vida operativa limitada que quieren revelarse y se lamentan de su suerte. Nos invade la misma angustia que sienten los replicantes, el mismo deseo de esos androides que todavía quieren seguir existiendo. Y es que, cuando las mujeres entran en la madurez, pareciera como si muchas sociedades quisieran olvidarse de ellas. Si miramos las estadísticas, solo unas pocas alcanzan puestos relevantes en empresas y grandes compañías. Las proporciones en la industria privada siguen siendo demasiado desequilibradas. Nos hacemos fuertes en las oposiciones y los concursos públicos, pero en las jerarquías de los espacios privados la meritocracia no cuenta. No cuenta la inteligencia y el esfuerzo sobresaliente que pondría a muchas mujeres con una larga experiencia en los más altos cargos de gestión empresarial.

En esta nueva época de nuestra existencia que somos sabias como el hada Azul, que tenemos la pericia de la vida descifrada y aprendida, la sociedad no sabe bien qué hacer con nosotras. Y es extraño, porque somos grandes lectoras. Leemos sobre todo en la edad del abanico y la madurez, y tal vez sea porque estamos más vivas que nunca y tenemos ganas de sumergirnos en otras vidas. Y la literatura es ese lugar atemporal que se inventa otros mundos, y nos da sosiego y esperanza. Podemos vivir muchas vidas ahora que nuestro cuerpo cambia sus ritmos y ya no segrega las mismas hormonas. Ahora que nos enfrentamos al discurrir del tiempo sin sentir el peso de una sociedad que en nuestra juventud nos obligaba a medirnos con la iconografía de las modelos, las cantantes, las famosas mediáticas o las actrices. Tantas horas que hemos perdido dialogando en silencio con los espejos. Nuestra imagen se ha aburrido de esas absurdas ansiedades donde parecía que nuestra cara y nuestro cuerpo hablaba por nosotras con gestos mudos y desesperanzadores. 

Con la madurez adquirimos la seguridad de las hadas, nos sentimos capaces de enfrentar el futuro con serenidad y entereza. Si algo no nos gusta, nos abanicamos diez veces para que al menos nada nos robe el aire y las ganas de existir. Tal vez con todos estos años de sabiduría que nos acompañan, hemos aprendido a dialogar con los instantes y tengamos mucho de esas diosas del destino, de esas hilanderas tan temidas, de esas parcas que tan bien conocían los hilos de la vida. Hemos llegado muy lejos en este presente, y en esta etapa todavía desprendemos energía y ganas de crecer. No nos resistimos a pasar a un segundo plano porque las miradas de la sociedad busquen superficialidad y entretenimiento vacío. Nosotras, libres ya de complejos, estamos mejor que nunca y disfrutamos del presente que nos toca vivir. Somos las hadas, las magas, las reinas, las diosas, las sabias, las poderosas, las luchadoras, las tenaces trabajadoras.

Enfundadas en un cuerpo que ya no necesita seguir las pautas de una sociedad obsesionada con las apariencias, concluye diciendo, inventamos las mitologías de una nueva existencia. Somos las mujeres del abanico que al abrirlo ofrecen al mundo años de experiencia y conocimiento, de sabiduría genuina e inteligencia, de trabajo, de empatía y amor. Nuestra biología no lo sabe, porque aunque el destino nos haya elegido para convertirnos en superheroínas y engrandecer las sociedades y que todos prosperemos, nadie parece saberlo. A estas alturas de nuestra carrera no pedimos discriminación positiva, simplemente queremos que se lean nuestro currículum.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 3694
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sábado, 20 de julio de 2013

Justicia: Cuestión de sexo. Reedición de la entrada de fecha 28/6/2008




http://paraisosperdidos.files.wordpress.com/2008/03/forges_mujer.jpg
Homenaje a la mujer (Forges)




Día ajetreado el de ayer viernes a efectos informativos: La victoria de la selección española de fútbol sobre Rusia y su pase a la final de la Eurocopa-2008; la imparable marcha ascendente de la inflación en España, y el resto del mundo; el salto al vacío del gobierno autónomo vasco convocando un referéndum que divide en dos mitades irreconciliables a su país; el nuevo concepto de "flexiseguridad" laboral impulsado por la Unión Europea. Demasiadas cosas, demasiado tentadoras, todas importantes e interesantes... Pero sin ánimo de resultar original me quedo, como tantas otras veces, con la "Cuarta" de El País, en la que los profesores de la Universidad Pompeu Fabra, Alfred Font (Director del Curso de Postgrado de Negociación Estratégica del Instituto de Educación Continua) y Carmen García Rivas (Directora del Curso de Postgrado de Liderazgo Femenino de la Escuela Superior de Comercio Internacional), analizan el papel y las estrategias de la mujer en su función social de profesionales en el mundo de hoy. El artículo se titula "María Emilia y el lobo", y toma como excurso el reciente incidente en que se ha visto envuelta la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas. Sean felices, si les dejan; yo lo intento sin excesivo éxito casi todos los días. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν".
Tamaragua, amigos. HArendt





(Atrevámonos a defender nuestros derechos)






"María Emilia y el lobo", por Alfred Font y Carmen García Rivas
El País, 27/6/2008

El percance de la presidenta del Tribunal Constitucional con una conversación grabada también puede leerse como un ejemplo de cómo la mujer ha sido educada para buscar la aceptación por encima de sus intereses. La calidad profesional y la integridad de María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, están fuera de duda para cuantos la conocen, empezando por sus no siempre fáciles compañeros de tribunal. Y, sin embargo, cuando una lejana relación le pide que se interese por el caso judicial de una desconocida -posible víctima de malos tratos-, en lugar de adoptar una actitud de cautela estratégica, decir, por ejemplo, "me encantaría poder ayudarla pero mi cargo no me lo permite" y facilitarle el teléfono de una abogada especializada, la señora Casas se siente obligada a estudiar el asunto, llamar personalmente por teléfono a la desconocida y mantener con ella una larga conversación en el curso de la cual acabará descubriendo que su interlocutora, entre otras inquietantes características, es sospechosa de haber inducido el asesinato de su marido. Como es natural, en ese momento se activan todas las alarmas que habían sido generosamente desconectadas, la señora Casas reintegra al instante su rol institucional y se retira como puede de la situación. Pero el mal estaba hecho. Meses después, con la interlocutora ya en prisión, la conversación, que fue grabada, sale a la luz.

Los estudiantes de estrategia saben que si uno empieza por colocarse mal, esto es, en la posición vulnerable de una estructura relacional, todo irá mal. El simple hecho de llamar uno por teléfono -a diferencia de ser llamado o de otro tipo de contacto- implica hacerse responsable de la conversación, conducirla y llenarla de contenido. No digamos ya si se trata de llamar a un desconocido. Uno tiene que explicar quién es y justificar la llamada, mientras que la otra parte, en su posición de solicitada, se limita a emitir desconfiados monosílabos. Además, si uno llama para cumplir un auto-impuesto deber compasivo y solidario tiene que hablar mucho -y por tanto exponerse mucho- para que el interlocutor se sienta bien atendido. Incluso la retirada es difícil cuando es uno el que ha llamado. Para cortar, para "quitármela de encima" como ha dicho la señora Casas y como sin duda es verdad, la presidenta del Tribunal Constitucional tuvo que decir algo que, visto luego por escrito y fuera de contexto, da, francamente, muy mala impresión: "Si recurres en amparo (esto es, al Tribunal Constitucional) vuelve a llamarme".

Como dicen los analistas norteamericanos de la teoría de juegos: ya que todos somos estrategas, más vale ser un buen estratega que uno malo. Estrategia es una palabra con mala prensa, porque suena a cálculo, a manipulación. Sin embargo, ser estratega consiste simplemente en tomar en cuenta por anticipado el conjunto de los incentivos que mueven a las personas en sus interacciones con nosotros. Prever y detectar a tiempo cómo se comportan, qué objetivos persiguen, cómo afectan sus movimientos a nuestras expectativas y cómo nos inducen a actuar en un sentido u otro. Nuestra vida personal, social y profesional es una sucesión de situaciones interactivas de este tipo. Reconocerlas y anticiparlas nos permite estar alerta, evitar entrar a ciegas en un terreno peligroso y también, sobre todo en ámbitos que involucran nuestra responsabilidad profesional, nos ayuda a diseñar preventivamente una estructura relacional que nos deje un margen amplio de seguridad.

Ser estratega no significa ser sistemáticamente desconfiado. Significa proceder objetivamente, con independencia de la confianza, para así poder discriminar a tiempo entre quienes merecen nuestra confianza y quienes deben ser mantenidos a distancia. Ser estratega no significa ser egoísta, porque si uno quiere ser altruista también necesita desplegar estrategias que eviten la explotación de la propia generosidad. Ser estratega no significa carecer de emociones; significa reconocerlas, gestionarlas y, singularmente, evitar la confusión de registros de comunicación. Ser estratega no significa mantenerse inaccesible, pero sí reservarse la facultad de graduar la proximidad, según las situaciones y las reglas del juego. En definitiva, ser estratega no es lo opuesto a ser decente, bueno o solidario. Es tan sólo lo opuesto a ser ingenuo.

Esa ingenuidad en la administración de las buenas intenciones aparece con frecuencia en el comportamiento de mujeres que ocupan cargos de alta responsabilidad. Son personas inteligentes, profesionalmente impecables, conocen las reglas del entorno y, sin embargo, como decía un grupo de ellas en un reciente seminario, "no saben detectar las amenazas". Actúan según expectativas ajenas, que racionalmente no comparten; de manera inconsciente, cumplen estereotipos sociales que las inducen a tener actitudes complacientes hacia cualquier persona, sin tener en cuenta las consecuencias.

Si uno cree que ha de orientar sus acciones a gustar, a complacer, a cuidar, será incapaz de autorizarse a actuar estratégicamente por temor a defraudar a quienes en realidad están esperando un comportamiento de sumisión. Y sobre esta base, ningún liderazgo es posible. Ya advertía Maquiavelo (El Príncipe, 1513) que "todo príncipe debe desear que le consideren piadoso y no cruel; sin embargo, tiene que procurar no usar mal la piedad".

A las mujeres se les suponen talentos emocionales refinados (acogida, escucha, compasión, etcétera) que, naturalmente, son un valor en sí mismos. Sin embargo, como cualquier otro talento, deben ubicarse en la estrategia personal y profesional de quien los posee. Para ello hay que transitar por un proceso de autorización interna que conduzca a una conclusión asertiva: se puede ser buena y estratégica. En ausencia de esa autorización, las mujeres, que desde niñas han recibido el mensaje de ser buenas, en su vida adulta siguen queriendo responder a lo que se espera de ellas. Esa voz interior, que permanece durante toda la vida, desactiva el natural instinto de autodefensa y les hace perder la capacidad de alerta ante situaciones de peligro real.

La sumisión, históricamente necesaria para conseguir la protección del varón, parece haber quedado escrita en la memoria genética de las mujeres y llevarlas a orientar su actividad a la búsqueda de los afectos, de la aceptación, por encima de sus intereses. Las mujeres que llegan a puestos de responsabilidad y de prestigio social se sienten a menudo impostoras, como si ocuparan un lugar que no les corresponde, porque pese a que han hecho un largo trayecto que las hace sobradamente merecedoras del cargo, su educación "en la bondad" las lleva a no querer destacar, a ser humildes y, sobre todo, "iguales" -tremenda palabra devastadora de la identidad-, y a una imprudente proximidad.

Una habilidad básica para ejercer la comunicación estratégica consiste en adecuar el registro al interlocutor, marcando la distancia emocional que nos coloque en situación de decidir lo que deseamos dar y obtener de la relación con el otro. Muchas mujeres suelen mostrar un único registro, la complicidad, especialmente si es otra mujer quien les plantea un problema para el que están sensibilizadas. Pero el registro amistoso es propio de la vida privada, no de la vida profesional, y aun en la vida privada debemos ser capaces de realizar esta adecuación porque también ahí se dan diferentes públicos que a su vez requieren diferentes registros, si no queremos llevarnos sorpresas desagradables.

El registro en la vida profesional viene marcado por factores variados, que además son fluidos y están en transformación, pero se apoya sobre todo en el reconocimiento compartido de las reglas de juego en cada caso. Los hombres parecen tenerlo bien asumido pero las mujeres que acceden a cargos directivos, formadas en la igualdad dentro del género, tienen quizás más dificultades para marcar las distancias, quién sabe si por temor a ser tildadas de arrogantes. La tendencia a la proximidad -en lugar de la ubicación preventiva a la distancia adecuada- no sólo las puede poner en situación de riesgo sino que genera confusión en sus interlocutores, desconcertados ante una cercanía que no esperaban merecer. La incapacidad para mantener la distancia estratégica supone también una devaluación de la propia actividad que puede ser percibida por el interlocutor como de escasa importancia.

Reconocer las reglas del juego que se está jugando, autorizarse internamente a ser y anticiparse estratégicamente a las situaciones amenazantes son tres pasos a seguir. De lo contrario, las mujeres profesionales continuarán sintiéndose intrusas en el mundo del éxito y expiando "la culpa" con movimientos de auto-sabotaje que arruinarán su esfuerzo y su talento.




María Emilia Casas con el rey





Entrada núm. 1917
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

lunes, 5 de abril de 2010

Francesas



Carla Sarkozy, Primera Dama de Francia



 
Interesante, instructivo y esclarecedor sobre la situación real de la mujer en la sociedad francesa el artículo del corresponsal de La Vanguardia en París, Lluís Uría, que hoy lunes publica en el diario barcelonés, dentro de su Blog "Fil d´Ariadna", tomando como punto de partida para ello la legislación francesa sobre el uso y transmisión de los apellidos.

¿Sabían ustedes que las mujeres francesas pierden su apellido de solteras al contraer matrimonio y que ni siquiera en caso de divorcio pueden recuperarlo? ¿Sabían que el apellido familiar, único, es sólo el del marido? ¿O qué la nueva legislación permite transmitir a los hijos los dos apellidos, del padre y la madre, y en el orden que se desée, unidos por un guión, pero que ese apellido único no es transmisible a los nietos?

Pero esa es sólo la parte anecdótica del artículo. Hay otra bastante más seria que acredita que en la patria de la "Libertad-Igualdad-Fraternidad" no es oro todo lo que reluce sobre la situación social de la mujer, como persona y como ciudadana.

En la sección de vídeos, a la derecha de sus pantallas y del blog, pueden ver y oir a Luz Casal cantando, en París, "Historia de un amor". Se lo recomiendo, así como el artículo de Lluís Uría. Y espero que los disfruten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt






Martine Aubry, secretaria general del Partido Socialista Francés




Blog "Fil d'ariadna"
Diario de París
La Vanguardia
Lluís Uría | 05/04/2010

La funcionaria alzó la vista y lanzó una mirada hundida en el hastío. "¿Su apellido?", preguntó. Al otro lado del mostrador, la mujer dudó unos instantes, mientras intentaba decidir si lo más adecuado era dar "su" apellido o el del padre de sus hijos. "Su apellido de familia", le conminó impaciente la funcionaria, despejando toda duda.

En Francia, sólo existe un "apellido de familia". Y ése acostumbra a ser el del marido. Desde el 2005, las parejas pueden elegir entre transmitir a sus hijos el apellido paterno, el materno o ambos a la vez –en el orden preferido— unidos por un doble guión. La ley, sin embargo, ha cambiado en la práctica muy pocas cosas. Y los escasos franceses que optan por la vía de fundir los dos apellidos en uno -apenas un 5%-, deben enfrentarse después a una implacable regla: ese apellido compuesto, salvo casos excepcionales, no puede ser transmitido después a los nietos, que heredarán únicamente el primero. A no ser, claro está, que uno pertenezca a uno de los grandes linajes de la República…

Para la mayoría de las mujeres francesas, sin embargo, tal dilema es absolutamente superfluo. Porque la mayoría ni siquiera logra conservar su propio apellido una vez casadas. Ahí está, entre muchísimas otras, la primera secretaria del Partido Socialista francés, Martine Aubry, la hija de Jacques Delors, condenada a arrastrar el apellido de un primer marido que hace años dejó de formar parte de su vida. Ni siquiera Carla Bruni, con su acusada personalidad, ha logrado colocar el suyo en los tarjetones oficiales del Elíseo: "El presidente de la República y Madame Carla Sarkozy ruegan al señor X hacerles el honor de asistir a la recepción…", rezan de forma sistemática. Y la cantante y ex modelo italiana aún es afortunada… La anterior primera dama, una tal Cécilia, ni siquiera existía. Así aparecía en la invitación al party del 14 de Julio en el Elíseo del año 2007: "El presidente de la República y Madame Nicolas Sarkozy…". No se trata de un error. También Bernadette de Courcel era "Madame Jacques Chirac".

Nada obliga a las francesas a renunciar a su apellido. La ley, eso sí, en un gesto de una remarcable magnanimidad, les concede el derecho de adoptar el del marido. Y la Administración, siempre presta a facilitar las cosas, incluye en el documento nacional de identidad de las mujeres dos casillas diferenciadas: una para el nuevo apellido y otra para su apellido de soltera (jeune fille). Tanto ha estado la mujer sometida a la preeminencia del marido en Francia que hasta el año 1927 casarse con un extranjero comportaba, para la mujer, la pérdida automática de la nacionalidad francesa. Así le pasó a la abuela materna de Nicolas Sarkozy, Adèle Bouvier, al contraer matrimonio con Benedict Mallah, un judío de origen sefardí nacido en Salónica y de nacionalidad española que se convertiría en el abuelo del hoy presidente de la República.

La patria de los Derechos del Hombre –en Francia no gusta la expresión "derechos humanos", que es percibida, a saber por qué, como una devaluación-  no ha sido precisamente un país de vanguardia a la hora de extender a las mujeres los principios revolucionarios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. El derecho de voto no les llegó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Las primeras mujeres francesas que pudieron votar lo hicieron en 1945, mientras todavía estaban vivas en las retinas las imágenes de la bárbara venganza de los hombres de la Resistencia sobre las acusadas de "colaboración horizontal", humilladas y maltratadas por el solo crimen de haber mantenido relaciones sexuales –por necesidad, por amor- con militares alemanes. ¡Como si más de media Francia no se hubiera acomodado a la ocupación!

Superviviente de la gran tragedia que asoló Europa en los años treinta y cuarenta, salvada milagrosamente del horror de los campos de exterminio nazi, Simone Veil –de soltera, Jacob-, ocupa por derecho propio un lugar destacado en la historia de Francia por haber conseguido, contra viento y marea, aprobar la legalización del aborto en noviembre de 1974. Antaño vilipendiada, hoy Simone Veil es la figura femenina preferida de los franceses. Ahora se conmemora el 35º aniversario de la promulgación de la ley, que permitió a las mujeres retomar definitivamente el control sobre su maternidad y cambiar su papel en la sociedad.

En estas tres últimas décadas, en Francia como en todo el mundo desarrollado, la mujer ha dado un enorme salto. Las francesas se han volcado masivamente en el mundo del trabajo -la tasa de actividad entre la población femenina ha pasado del 51% en 1975 al 81% en la actualidad- y el ama de casa se ha convertido en una especie en proceso de extinción. Las chicas superan hoy en número a los chicos en los institutos de enseñanza media y en la universidad, y su grado de éxito académico es diez puntos superior.

Desde luego, las resistencias son fuertes y persistentes. El reparto de las tareas del hogar sigue siendo muy desequilibrado y el trato que reciben las mujeres en el mundo del trabajo es enormemente desigual. Tanto por las diferencias de salario –las francesas cobran, de media, un 27% menos que sus compañeros varones, en parte debido al empleo parcial- como por su ínfima representación en los puestos de dirección: el porcentaje de mujeres directivas de empresa no llega al 18% y apenas supera el 8% en las grandes compañías. Para intentar vencer esta inercia, una ley, que debe ser aprobada antes del verano, obligará a las 650 empresas que cotizan en bolsa a designar a un 40% de mujeres en sus consejos de administración… en el horizonte del 2016.

El avance es lento. Así en la empresa como en la política. Pese a las leyes en vigor sobre paridad, apenas un 20% de los escaños del Parlamento están ocupados por mujeres –los partidos prefieren pagar las multas— y los prometedores progresos del primer Gobierno nombrado en el 2007 por Nicolas Sarkozy han sido progresivamente laminados en los sucesivos retoques gubernamentales: de los 40 ministros y secretarios de Estado que forman hoy el Gabinete, sólo hay 13 mujeres y la mayoría en el segundo escalón.

El avance es lento. Y en este camino la mujer se enfrenta a un obstáculo de gran envergadura: los hijos. Por más que la política familiar francesa la estimule con una envidiable panoplia de ayudas económicas, la compaginación de la maternidad con la dedicación profesional es también en Francia enormemente ardua y se enfrenta a monumentales incomprensiones. Una situación que la crisis económica no ha venido sino a agravar: en el 2009, la Alta Autoridad de Lucha contra las Discriminaciones recibió el doble de denuncias que el año anterior –250- por parte de mujeres que se habían sentido laboralmente discriminadas a causa de su embarazo.

Béatrice, 45 años y tres hijos, cuadro en una gran enseña comercial parisina, lo sabe de primera mano. Sabe lo que son las reuniones inesperadas al final de la jornada, mirando furtivamente el reloj y preguntándose quién va a recoger a los niños o hacerles la cena esa noche. Sabe lo que son las miradas de reproche cuando alega su dedicación parcial –cuatro días sobre cinco- para eludir una convocatoria el miércoles por la mañana.

La coerción no viene sólo del mundo de la empresa. En los últimos tiempos, un nuevo discurso intelectual pretendidamente feminista ha acrecentado la presión sobre las mujeres que trabajan, inoculándoles una calculada dosis de mala conciencia y empujándolas a regresar al hogar y vivir plenamente su maternidad. Indignada por esta deriva, la filósofa Elisabeth Badinter –de soltera, Bleustein-Blanchet- ha publicado un combativo ensayo –"El conflicto. La mujer y la madre"- en el que se subleva contra esta nueva tendencia, avalada por médicos, ligas en defensa de la lactancia materna y naturalistas de toda suerte, en la que ve un reflujo conservador. Badinter, madre de tres hijos, llama a las mujeres a defender con uñas y dientes su independencia económica.

En este combate, la lucha más dura no está entablada, sin embargo, en las oficinas, ni en los consejos de administración, ni en los bancos de la Asamblea Nacional. Sino en las calles y las escuelas de las barriadas populares, donde se concentra la mayor parte de la población de origen inmigrante. Ahí está la primera trinchera. En las banlieues, las chicas jóvenes se enfrentan a la doble tenaza del conservadurismo de sus mayores –anclados en una visión retrógrada de la religión y la tradición- y el machismo necio y brutal de los jóvenes. En pleno año 2010, en los barrios del norte de París, las relaciones entre chicas y chicos están marcadas por la coerción y la violencia como en los mejores tiempos del Paleolítico. Las muchachas, o bien se someten a un macho, o bien se enfrentan al repudio. "Estar en pareja es la primera condición para evitar los riesgos de ser colectivamente percibida como una perdida", constatan los autores de un estudio reciente realizado por el Ayuntamiento. O sumisas, o putas.

Fatma, 19 años, niñera y dependienta a tiempo parcial, vecina de la banlieue norte de la capital francesa, lo sabe de primera mano. Sabe lo que son las miradas aviesas de los muchachos. Sabe lo que es ser agredida en el metro por el hermano de un ex novio, decidido a hacerle pagar la osadía de haberle rechazado en matrimonio.

Un grupo de chicas de un centro de enseñanza media de Etrelles, en Bretaña, inició hace cuatro años una rebelión simbólica contra el diktat masculino organizando una "jornada de la falda". Todas ellas, o casi, dejaron por un día colgados en sus casas los pantalones para reivindicar su derecho a la feminidad, a la diferencia. El objetivo de tal iniciativa, seguida después en otros centros, era desafiar los estereotipos machistas y plantar cara a los insultos y groserías de sus reaccionarios compañeros. La idea venía de lejos -la asociación Ni putas ni sumisas fue la primera en reivindicar la falda como un derecho- y ha acabado prendiendo, como lo demuestra la película homónima realizada por Jean-Paul Lilienfeld y protagonizada por Isabelle Adjani. Hoy, en muchos rincones de Francia, vestir falda es un gesto de resistencia frente al oscurantismo. Un símbolo revolucionario.





Simone Veil, primera mujer en presidir el Parlamento Europeo




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"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

martes, 24 de noviembre de 2009

Suraya Pakzad, sólo una mujer




La activista afgana Suraya Pakzad




Mañana, 25 de noviembre, se celebra en todo el mundo el Día Internacional contra la Violencia de Género. Hay una violencia de género, machista, personal, que se ejerce contra mujeres concretas, con nombres y apellidos. Pero también hay otra violencia de género institucional que se ejerce en algunas sociedades contra todo mujer por el simple hecho de ser mujer.

Contra este segundo tipo de violencia de género, institucional, luchan muchas mujeres. Entre ellas, Suraya Pakzad, una afgana de 38 años, casada desde los 14 y madre de seis hijos, en la ciudad de Herat, a la que hoy entrevista el diario El País en Madrid.

Amenazada de muerte por los talibanes ha creado en Afganistán una red de albergues para mujeres víctimas de maltrato, convirtiéndose a juicio de la prestigiosa revista Time en una de las 100 personas más influyentes del mundo. Aunque podría hacerlo, no quiere abandonar su patria. "Cada día cambio de coche, de horarios, de camino para ir a la oficina", dice resignada. "Echo de menos ser una persona normal. Me gustaría ir de compras por las calles de Herat de la mano de mis niños", le cuenta al periodista que la entrevista en un Hotel madrileño.

Me sumo al Día Internacional contra la Violencia de Género con mi sincero homenaje de respeto y admiración a la persona de Suraya Pakzad, y a la de tantas y tantas mujeres anónimas que luchan día a día no sólo por su dignidad como personas sino también por sus vidas ante la indiferencia más o menos cruda de la sociedad. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)




Portada de la revista Time




"ALGUIEN TIENE QUE ARRIESGAR SU VIDA POR LA LIBERTAD", por Fernando Peinado.
EL PAÍS - Última - 24-11-2009

El pañuelo que cubre la cabeza de Suraya Pakzad lleva ya un rato sobre sus hombros pero ella no se preocupa por devolverlo a su sitio. Este descuido, mientras desayuna con un periodista occidental, habría supuesto todo un desafío en Afganistán. Hace una década que esta activista de 38 años recibe amenazas de muerte; desde que abrió en su casa una escuela secreta para niñas cuando la educación para mujeres estaba prohibida por los talibanes. "Cada vez que viajo a Europa o Estados Unidos invitada por alguna ONG o Gobierno y veo la libertad que se disfruta pienso que en el pasado alguien tuvo que poner su vida en riesgo para conseguirla".

Pakzad desayuna una tostada con mantequilla y mermelada en el restaurante del hotel madrileño en que se aloja, antes de participar en un seminario organizado por la Fundación Ortega y Gasset. A unos 6.000 kilómetros de su casa de Herat, la tercera ciudad del país pero una de las más conservadoras, está a salvo de los extremistas que la quieren asesinar por empeñarse en que las afganas dejen de ser tratadas como ciudadanas de segunda. Sin embargo, sus seis hijos, de entre seis y 23 años, siguen al alcance de sus enemigos. "Mi mayor gasto en estos sitios tan preciosos que visito no son los regalos para mi familia, sino las llamadas internacionales para asegurarme de que están a salvo".

En Afganistán, donde ha creado una red de refugios para víctimas del maltrato, es una de las mujeres más conocidas. Este año ha sido nombrada por el semanario Time una de las 100 personas más influyentes del mundo. Está ilusionada con su nuevo proyecto financiado por EE UU: cuatro centros de formación en liderazgo. Las afganas necesitan este tipo de títulos para acceder a los altos cargos en la Administración. "En mi país hay muy pocas mujeres en puestos de responsabilidad. Espero que en dos años se hayan graduado 500 mujeres".

Para ella es suficiente recompensa por su sacrificio. "Recibo llamadas que me aterrorizan", asegura. "Me dicen: sabemos que has cambiado las cortinas de tu casa, o cuántas veces has estrechado la mano de extranjeros, aunque me dan la oportunidad de que cierre mis centros". Cuatro destacadas activistas afganas han sido asesinadas en los últimos años.

"Cada día cambio de coche, de horarios, de camino para ir a la oficina", dice resignada. "Echo de menos ser una persona normal. Me gustaría ir de compras por las calles de Herat de la mano de mis niños. A veces voy a un centro comercial que tiene más medidas de seguridad, pero es más caro".

Pakzad se considera muy afortunada por tener el apoyo de su marido. Se casó con 14 años por imposición de su familia. "Es un hombre abierto de mente que cree en los derechos de las mujeres. Hay otros matrimonios felices en Afganistán, pero muchos lo son sólo en privado porque los hombres no quieren que sus esposas participen en actividades sociales", dice antes de apurar su té. "Ahora, mientras estoy aquí, él se ha quedado a cargo de los niños".

Se despide, dando la mano y esbozando una sonrisa afectuosa.Dice que no piensa huir de Afganistán a pesar de que tiene los recursos para ello. "Estaría bien vivir a salvo, pero no he completado mi trabajo. Si abandono, el movimiento en defensa de las mujeres afganas sería más débil".




Viñeta del humorista Forges




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sábado, 28 de junio de 2008

Cuestión de género




María Emilia Casas


Día ajetreado el de ayer viernes a efectos informativos: La victoria de la selección española de fútbol sobre Rusia y su pase a la final de la Eurocopa-2008; la imparable marcha ascendente de la inflación en España, y el resto del mundo; el salto al vacío del gobierno autónomo vasco convocando un referéndum que divide en dos mitades irreconciliables a su país; el nuevo concepto de "flexiseguridad" laboral impulsado por la Unión Europea. Demasiadas cosas, demasiado tentadoras, todas importantes e interesantes... Pero sin ánimo de resultar original me quedo, como tantas otras veces, con la "Cuarta" de El País, en la que los profesores de la Universidad Pompeu Fabra, Alfred Font (Director del Curso de Postgrado de Negociación Estratégica del Instituto de Educación Continua) y Carmen García Rivas (Directora del Curso de Postgrado de Liderazgo Femenino de la Escuela Superior de Comercio Internacional), analizan el papel y las estrategias de la mujer en su función social de profesionales en el mundo de hoy. El artículo se titula "María Emilia y el lobo", y toma como excurso el reciente incidente en que se ha visto envuelta la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas. Sean felices, si les dejan; yo lo intento sin excesivo éxito casi todos los días... HArendt






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Forges (Homenaje a la Mujer)




"María Emilia y el lobo", por Alfred Font y Carmen García Rivas


El percance de la presidenta del Tribunal Constitucional con una conversación grabada también puede leerse como un ejemplo de cómo la mujer ha sido educada para buscar la aceptación por encima de sus intereses. La calidad profesional y la integridad de María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, están fuera de duda para cuantos la conocen, empezando por sus no siempre fáciles compañeros de tribunal. Y, sin embargo, cuando una lejana relación le pide que se interese por el caso judicial de una desconocida -posible víctima de malos tratos-, en lugar de adoptar una actitud de cautela estratégica, decir, por ejemplo, "me encantaría poder ayudarla pero mi cargo no me lo permite" y facilitarle el teléfono de una abogada especializada, la señora Casas se siente obligada a estudiar el asunto, llamar personalmente por teléfono a la desconocida y mantener con ella una larga conversación en el curso de la cual acabará descubriendo que su interlocutora, entre otras inquietantes características, es sospechosa de haber inducido el asesinato de su marido. Como es natural, en ese momento se activan todas las alarmas que habían sido generosamente desconectadas, la señora Casas reintegra al instante su rol institucional y se retira como puede de la situación. Pero el mal estaba hecho. Meses después, con la interlocutora ya en prisión, la conversación, que fue grabada, sale a la luz.

Los estudiantes de estrategia saben que si uno empieza por colocarse mal, esto es, en la posición vulnerable de una estructura relacional, todo irá mal. El simple hecho de llamar uno por teléfono -a diferencia de ser llamado o de otro tipo de contacto- implica hacerse responsable de la conversación, conducirla y llenarla de contenido. No digamos ya si se trata de llamar a un desconocido. Uno tiene que explicar quién es y justificar la llamada, mientras que la otra parte, en su posición de solicitada, se limita a emitir desconfiados monosílabos. Además, si uno llama para cumplir un auto-impuesto deber compasivo y solidario tiene que hablar mucho -y por tanto exponerse mucho- para que el interlocutor se sienta bien atendido. Incluso la retirada es difícil cuando es uno el que ha llamado. Para cortar, para "quitármela de encima" como ha dicho la señora Casas y como sin duda es verdad, la presidenta del Tribunal Constitucional tuvo que decir algo que, visto luego por escrito y fuera de contexto, da, francamente, muy mala impresión: "Si recurres en amparo (esto es, al Tribunal Constitucional) vuelve a llamarme".

Como dicen los analistas norteamericanos de la teoría de juegos: ya que todos somos estrategas, más vale ser un buen estratega que uno malo. Estrategia es una palabra con mala prensa, porque suena a cálculo, a manipulación. Sin embargo, ser estratega consiste simplemente en tomar en cuenta por anticipado el conjunto de los incentivos que mueven a las personas en sus interacciones con nosotros. Prever y detectar a tiempo cómo se comportan, qué objetivos persiguen, cómo afectan sus movimientos a nuestras expectativas y cómo nos inducen a actuar en un sentido u otro. Nuestra vida personal, social y profesional es una sucesión de situaciones interactivas de este tipo. Reconocerlas y anticiparlas nos permite estar alerta, evitar entrar a ciegas en un terreno peligroso y también, sobre todo en ámbitos que involucran nuestra responsabilidad profesional, nos ayuda a diseñar preventivamente una estructura relacional que nos deje un margen amplio de seguridad.

Ser estratega no significa ser sistemáticamente desconfiado. Significa proceder objetivamente, con independencia de la confianza, para así poder discriminar a tiempo entre quienes merecen nuestra confianza y quienes deben ser mantenidos a distancia. Ser estratega no significa ser egoísta, porque si uno quiere ser altruista también necesita desplegar estrategias que eviten la explotación de la propia generosidad. Ser estratega no significa carecer de emociones; significa reconocerlas, gestionarlas y, singularmente, evitar la confusión de registros de comunicación. Ser estratega no significa mantenerse inaccesible, pero sí reservarse la facultad de graduar la proximidad, según las situaciones y las reglas del juego. En definitiva, ser estratega no es lo opuesto a ser decente, bueno o solidario. Es tan sólo lo opuesto a ser ingenuo.

Esa ingenuidad en la administración de las buenas intenciones aparece con frecuencia en el comportamiento de mujeres que ocupan cargos de alta responsabilidad. Son personas inteligentes, profesionalmente impecables, conocen las reglas del entorno y, sin embargo, como decía un grupo de ellas en un reciente seminario, "no saben detectar las amenazas". Actúan según expectativas ajenas, que racionalmente no comparten; de manera inconsciente, cumplen estereotipos sociales que las inducen a tener actitudes complacientes hacia cualquier persona, sin tener en cuenta las consecuencias.

Si uno cree que ha de orientar sus acciones a gustar, a complacer, a cuidar, será incapaz de autorizarse a actuar estratégicamente por temor a defraudar a quienes en realidad están esperando un comportamiento de sumisión. Y sobre esta base, ningún liderazgo es posible. Ya advertía Maquiavelo (El Príncipe, 1513) que "todo príncipe debe desear que le consideren piadoso y no cruel; sin embargo, tiene que procurar no usar mal la piedad".

A las mujeres se les suponen talentos emocionales refinados (acogida, escucha, compasión, etcétera) que, naturalmente, son un valor en sí mismos. Sin embargo, como cualquier otro talento, deben ubicarse en la estrategia personal y profesional de quien los posee. Para ello hay que transitar por un proceso de autorización interna que conduzca a una conclusión asertiva: se puede ser buena y estratégica. En ausencia de esa autorización, las mujeres, que desde niñas han recibido el mensaje de ser buenas, en su vida adulta siguen queriendo responder a lo que se espera de ellas. Esa voz interior, que permanece durante toda la vida, desactiva el natural instinto de autodefensa y les hace perder la capacidad de alerta ante situaciones de peligro real.

La sumisión, históricamente necesaria para conseguir la protección del varón, parece haber quedado escrita en la memoria genética de las mujeres y llevarlas a orientar su actividad a la búsqueda de los afectos, de la aceptación, por encima de sus intereses. Las mujeres que llegan a puestos de responsabilidad y de prestigio social se sienten a menudo impostoras, como si ocuparan un lugar que no les corresponde, porque pese a que han hecho un largo trayecto que las hace sobradamente merecedoras del cargo, su educación "en la bondad" las lleva a no querer destacar, a ser humildes y, sobre todo, "iguales" -tremenda palabra devastadora de la identidad-, y a una imprudente proximidad.

Una habilidad básica para ejercer la comunicación estratégica consiste en adecuar el registro al interlocutor, marcando la distancia emocional que nos coloque en situación de decidir lo que deseamos dar y obtener de la relación con el otro. Muchas mujeres suelen mostrar un único registro, la complicidad, especialmente si es otra mujer quien les plantea un problema para el que están sensibilizadas. Pero el registro amistoso es propio de la vida privada, no de la vida profesional, y aun en la vida privada debemos ser capaces de realizar esta adecuación porque también ahí se dan diferentes públicos que a su vez requieren diferentes registros, si no queremos llevarnos sorpresas desagradables.

El registro en la vida profesional viene marcado por factores variados, que además son fluidos y están en transformación, pero se apoya sobre todo en el reconocimiento compartido de las reglas de juego en cada caso. Los hombres parecen tenerlo bien asumido pero las mujeres que acceden a cargos directivos, formadas en la igualdad dentro del género, tienen quizás más dificultades para marcar las distancias, quién sabe si por temor a ser tildadas de arrogantes. La tendencia a la proximidad -en lugar de la ubicación preventiva a la distancia adecuada- no sólo las puede poner en situación de riesgo sino que genera confusión en sus interlocutores, desconcertados ante una cercanía que no esperaban merecer. La incapacidad para mantener la distancia estratégica supone también una devaluación de la propia actividad que puede ser percibida por el interlocutor como de escasa importancia.

Reconocer las reglas del juego que se está jugando, autorizarse internamente a ser y anticiparse estratégicamente a las situaciones amenazantes son tres pasos a seguir. De lo contrario, las mujeres profesionales continuarán sintiéndose intrusas en el mundo del éxito y expiando "la culpa" con movimientos de auto-sabotaje que arruinarán su esfuerzo y su talento. (El País, 27/06/08).