Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Manuel Jabois, va del humor como estategia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
No distinguir a Ingrid Bergman de Harpo Marx
MANUEL JABOIS
18 ENE 2023 - El País
Me llama una amiga que, hace muchos años, abortó por circunstancias tan penosas que dan ganas de tirar el teclado contra la pared y salir a la ventana a dictar el artículo para decirme que, si tuviese que hacerlo ahora (detrás del verbo abortar suele ir “tuvo que” o “se vio obligada a”, nunca “le apetecía” o “tuvo el capricho de”) le daría pánico ponerse el estetoscopio y escuchar, desde lo más profundo, pero muy nítidamente: “Una loba como yo no está pa tipas como túuuuuuu”.
La llamada es para que me anime a escribir del asunto. Pero ya han escrito en este diario mejor y con más autoridad (Latido, Lara Moreno, entre otras): nada que añadir. Aunque la llamada, que me hizo soltar una carcajada, me lleva a una cuestión más liviana. El humor –el absurdo, el negro, el blanco, el irreproducible– como vía de escape de las muchas tonterías, injusticias y sandeces que hay que aguantar ya no en la política, que también, sino en la vida diaria. La capacidad, muy presente en redes sociales y muy poco en medios y tribunas, para reciclar las gilipolleces en chistes. Que se necesita desarmar con argumentos, en el caso que nos ocupa, la mamarrachada de Vox es obvio; que se necesita al lado a gente que se limite a reírse y señalar, un poco al modo Nelson, también. Hay que tomarse en serio estas cosas, pero sin olvidar que su lugar natural debería de ser la comedia. Que es otra tragedia española, no menor: la de haber tomado en serio a este partido cuando tenía un escaño y ahora, con el PP abriéndole las puertas de los gobiernos, no poder tomárnoslo de otra manera.
En su correspondencia, publicada por Anagrama (Las cartas de Groucho Marx), el humorista recibe una carta destemplada de Warner Bros para disuadirlo de que ruede Una noche en Casablanca, pues los estudios habían rodado cinco años antes Casablanca (“estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprenderá oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo”, responde, en una larga respuesta, Groucho). El texto es una pequeña obra maestra de cómo desarmar a un adversario con ideas y, mejor, tomándoselo a chufla. “Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y mantenerla bajo el dominio propio”, dice. “¿Y qué me dicen de Warner Brothers? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, ¿pero el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos brothers mucho antes que ustedes”. Termina Groucho excusando a la compañía: ha sido engañada por “un picapleitos con hocico de hurón”. Pues bien, “ningún aventurero legal con la cara tiznada va a causar animosidad entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos debajo de nuestro pellejo y seguiremos siendo amigos hasta que el último rollo de Una noche en Casablanca esté metido en su bobina”. Ni que decir tiene que los abogados de Warner no entendieron nada de la carta de Groucho, y respondieron pidiendo, por favor, un adelanto del argumento. El delirio de película que les plantea Groucho los tumba por KO.
No hablamos de lo mismo, pero en cierta forma sí. En todas esas tertulias donde gente muy enfadada, políticos y periodistas, saltan al anzuelo grotesco de propuestas dirigidas exclusivamente a cabrearlos y marcar agenda, se echa de menos a alguien que recuerde, al espectador menos avisado, que hay muchos asuntos que terminan en el Congreso y nunca debieron salir de un gag de Noche de fiesta. Con sus responsables haciendo la misma escaleta que el director del programa.
MANUEL JABOIS
18 ENE 2023 - El País
Me llama una amiga que, hace muchos años, abortó por circunstancias tan penosas que dan ganas de tirar el teclado contra la pared y salir a la ventana a dictar el artículo para decirme que, si tuviese que hacerlo ahora (detrás del verbo abortar suele ir “tuvo que” o “se vio obligada a”, nunca “le apetecía” o “tuvo el capricho de”) le daría pánico ponerse el estetoscopio y escuchar, desde lo más profundo, pero muy nítidamente: “Una loba como yo no está pa tipas como túuuuuuu”.
La llamada es para que me anime a escribir del asunto. Pero ya han escrito en este diario mejor y con más autoridad (Latido, Lara Moreno, entre otras): nada que añadir. Aunque la llamada, que me hizo soltar una carcajada, me lleva a una cuestión más liviana. El humor –el absurdo, el negro, el blanco, el irreproducible– como vía de escape de las muchas tonterías, injusticias y sandeces que hay que aguantar ya no en la política, que también, sino en la vida diaria. La capacidad, muy presente en redes sociales y muy poco en medios y tribunas, para reciclar las gilipolleces en chistes. Que se necesita desarmar con argumentos, en el caso que nos ocupa, la mamarrachada de Vox es obvio; que se necesita al lado a gente que se limite a reírse y señalar, un poco al modo Nelson, también. Hay que tomarse en serio estas cosas, pero sin olvidar que su lugar natural debería de ser la comedia. Que es otra tragedia española, no menor: la de haber tomado en serio a este partido cuando tenía un escaño y ahora, con el PP abriéndole las puertas de los gobiernos, no poder tomárnoslo de otra manera.
En su correspondencia, publicada por Anagrama (Las cartas de Groucho Marx), el humorista recibe una carta destemplada de Warner Bros para disuadirlo de que ruede Una noche en Casablanca, pues los estudios habían rodado cinco años antes Casablanca (“estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprenderá oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo”, responde, en una larga respuesta, Groucho). El texto es una pequeña obra maestra de cómo desarmar a un adversario con ideas y, mejor, tomándoselo a chufla. “Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y mantenerla bajo el dominio propio”, dice. “¿Y qué me dicen de Warner Brothers? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, ¿pero el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos brothers mucho antes que ustedes”. Termina Groucho excusando a la compañía: ha sido engañada por “un picapleitos con hocico de hurón”. Pues bien, “ningún aventurero legal con la cara tiznada va a causar animosidad entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos debajo de nuestro pellejo y seguiremos siendo amigos hasta que el último rollo de Una noche en Casablanca esté metido en su bobina”. Ni que decir tiene que los abogados de Warner no entendieron nada de la carta de Groucho, y respondieron pidiendo, por favor, un adelanto del argumento. El delirio de película que les plantea Groucho los tumba por KO.
No hablamos de lo mismo, pero en cierta forma sí. En todas esas tertulias donde gente muy enfadada, políticos y periodistas, saltan al anzuelo grotesco de propuestas dirigidas exclusivamente a cabrearlos y marcar agenda, se echa de menos a alguien que recuerde, al espectador menos avisado, que hay muchos asuntos que terminan en el Congreso y nunca debieron salir de un gag de Noche de fiesta. Con sus responsables haciendo la misma escaleta que el director del programa.
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