martes, 10 de enero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Los canallas de las buenas causas. [Publicada el 22/12/2019]











Hay mucho canalla en la defensa de las buenas causas, afirma el escritor Javier Cercas en el Especial dominical de esta semana, algo que ya dejó dicho Albert Camus mejor que nadie: “No es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin”.
"El 10 de enero de 1987 -comienza diciendo Cercas-, Leonardo Sciascia publicó en el Corriere della Sera un artículo, titulado “Los profesionales de la antimafia”, en el que denunciaba la perversión de que algunos políticos y magistrados estuvieran beneficiándose de su papel, más o menos real, de luchadores contra la Mafia. Fue una bomba: el escritor que había diseccionado como nadie, en algunas novelas magistrales, la naturaleza tóxica y esquiva de la Cosa Nostra pareció convertirse de un día para otro en el enemigo número uno de la batalla contra la Cosa Nostra, e Italia entera se dividió entre defensores y detractores de Sciascia. Éste aguantó a pie firme el vendaval, y el tiempo le dio la razón. Mejor dicho, el tiempo acabó mostrando que se quedó corto: no son sólo políticos y magistrados quienes han hecho carrera a costa de la lucha contra la Mafia, sino también empresarios, periodistas, funcionarios o prelados; y no se han beneficiado sólo de ascensos dudosos o blindajes políticos, sino de fechorías contantes y sonantes. No es extraño que algunos de los más enconados adversarios de ­Sciascia acabaran reconociendo con el tiempo su “lucidez profética”. Amén.
Hasta donde alcanzo, nadie ha contado la historia de aquella polémica; lástima: sería muy útil hacerlo. Quiero decir que la buena causa de la lucha contra la Mafia no es la única que tiene sus canallas; toda buena causa los tiene. La de la II República española, pongo por caso, fue una causa justísima, pero los republicanos que en la guerra asesinaron a sangre fría a casi 7.000 religiosos fueron unos canallas, igual que son unos pícaros y desaprensivos quienes ahora buscan prestigio y notoriedad a base de intentar monopolizar, banalizándola, la herencia de la II República, que es de todos. También es justísima la causa de las víctimas del Holocausto, pero tenía razón Norman Finkelstein al denunciar, en La industria del Holocausto, el uso del sufrimiento de los judíos por parte del Estado de Israel con el fin de acorazar sus políticas. El combate contra ETA y el islamismo radical son indispensables, pero el GAL y Guantánamo son una canallada. Salvo la de la preservación del planeta, no hay ahora mismo una causa más justa que la que propugna la igualdad entre hombres y mujeres, pero hay mujeres que se aprovechan de ella para usurpar posiciones de poder o privilegio (o simplemente para vengarse). Son sólo unos ejemplos, que podría multiplicar hasta el infinito, porque hay infinidad de buenas causas. La pregunta es: ¿por qué nadie o casi nadie se atreve a denunciar a sus canallas? La respuesta es: porque, igual que Sciascia fue acusado de mafioso por denunciar a los canallas de la lucha contra la Mafia (a pesar de que pocos combatieron a la Mafia como Sciascia), nadie osa arriesgarse a que le acusen de blanquear el fascismo (o el franquismo), de ser un enemigo de la llamada memoria histórica o un cómplice de ETA o el Estado Islámico o el machismo. Y no todo el mundo tiene el coraje de Sciascia.
Y, sin embargo, es una obligación denunciar a los canallas de las buenas causas, sobre todo para quienes creemos que son buenas. La razón es que, aunque una causa sigue siendo buena pese a que haya canallas que la defiendan, los canallas de las buenas causas pueden acabar convirtiendo en mala una buena causa. La razón es que una buena causa bien defendida es una buena causa, pero una buena causa mal defendida corre el riesgo de convertirse en una mala causa. La razón es que, como ocurre en arte, en política y moral forma y fondo son casi lo mismo. Nadie lo dijo mejor que Albert Camus —que pagó un alto precio por denunciar a los canallas de la buena causa de la izquierda—: “No es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin”. Es lo que intentó decir Sciascia —que tanto aprendió de Camus— cuando, en plena polémica sobre su artículo, definió así el núcleo de su postura: “Rechazar aquello que con desprecio se llama ‘garantismo’ —y que es una llamada al respeto de las reglas, del derecho, de la Constitución— como elemento debilitante de la lucha contra la Mafia es un error de incalculables consecuencias”. Amén". 
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









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