jueves, 26 de enero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre dictaduras y lecturas. [Publicada el 16/03/2010]










Las dictaduras son dictaduras, a secas. No son de derechas ni de izquierdas, son dictaduras sin más. Sin adjetivos. Ni buenas ni malas, sino peores. Ya lo dijo Kelsen en los años 30 del pasado siglo: "Sólo hay dos tipos de estados, o democracias o autocracias". 
Yo también comulgué con ruedas de molino en mi juventud. Comulgué con el fervor del neófito, del converso; pero comulgué. Y como Saulo de Tarso un momento antes de convertirse en Pablo camino de Damasco, yo también me caí del caballo. No sabría decir en que momento me la pegué. Me caí yo solo; no me derribó ningún fulgor divino, ni escuché ningún "¿Quo vadis, HArendt?". No fue la mía una conversión a la democracia repentina ni fulminante; se produjo poco a poco, a base de inquietudes, de desasosiegos, de lecturas, de estudio, de ir conociendo otras verdades, de maduración personal. Ahora, creo, me siento vacunado contra las ruedas de molino. Pienso que no volveré a comulgar con ellas, pero nunca se sabe; hay que estar muy alerta para no caer en tentación...
Me maravilla la pasmosa credulidad de gentes y personas que se definen de izquierda con la dictadura castrista. No soy capaz de entenderlo. Ya he contado alguna que otra vez en el blog como viví, a mis trece años, la entrada de Fidel Castro y sus hombres en La Habana, el 1 de enero de 1959. No es cuestión de repetirlo. Y respecto a los logros de su "revolución", yo diría lo mismo que oí una vez a un ilustre profesor de Historia sobre los logros del franquismo: que se habían conseguido "no gracias a Franco, sino a pesar de Franco". ¿Qué hubiera sido de Cuba si Castro no hubiera triunfado? Pues no lo se, pero estoy absolutamente seguro que los cubanos  se habrían quitado a Batista de encima y hoy serían más libres y más felices que con Castro. Y lo mismo habría pasado en España si Franco no hubiera existido: nos habríamos ahorrado una guerra civil, una posguerra más atroz aún, y unas cuantas decenas de años de atraso y falta de civilidad que aún pesan como una losa sobre los españoles. Las dictaduras son malas siempre, sin excepciones, sin apellidos, sin colores ni banderas.
Cada vez me cuesta más ponerme ante el teclado del ordenador. No estoy justificándome. Se trata de una realidad insoslayable que más pronto que tarde, me temo, va a llevarme a abandonar por mera consunción este agradable pasatiempo que comencé va a hacer cuatro años sin saber muy bien ni el "por qué" ni el "para qué" lo iniciaba. Casi cuatro años y casi 1300 artículos, son mucho hablar. La verdad es que ya no tengo mucho que contar. O no se como contarlo, que es peor.
Dicen que la vida es maestra de la literatura. ¿O es al revés?... No lo tengo muy claro. Amo los libros casi tanto o más que a las personas. Hay excepciones, claro está. Hay libros y personas (o personas y libros) excepcionales en mi vida. 64 años dan para mucho en libros y personas (o personas y libros). Últimamente me refugio más en los libros que en las personas.
En estos días, sin dejar de cumplir con mi agradable función de abuelo a tiempo completo, que es una de las mayores alegrías de mi vida, he caído en una especie de lectura casi compulsiva (aunque seleccionada): Junto al "César o nada" de Pío Baroja, de la que ya hablé, he leído con fruición "El mundo es ansí" y "La sensualidad pervertida", que completan su trilogía titulada "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982). Y "Abierto toda la noche" (Anagrama, Barcelona, 2005) de David Trueba, una agridulce comedia regalo de mi amiga Ana. También sucumbí a "La velocidad de la luz" (Tusquets, Barcelona, 2005) de Javier Cercas , una espléndida novela sobre la amistad y el desencanto del éxito, y con algunas de las más afiladas y memorables páginas sobre lo que supuso la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana. Y ayer terminé de leer "Los libros arden mal" (Punto de Lectura, Madrid, 2007), de Manuel Rivas. Una novela sobre la guerra civil y la losa del franquismo, en la que la ciudad de La Coruña y sus gentes se erigen en auténticos protagonistas de una historia que transcurre entre julio de 1936 y el día de hoy.
Comencé a leerla el martes pasado en un banco de la plaza de Santa Ana, de Las Palmas, mientras esperaba la salida del colegio de mi nieto mayor. Encuadrada por el Ayuntamiento de la ciudad al oeste, la Catedral al este, el palacio episcopal y la Casa Regental -la sede del presidente de la Audiencia de Canarias desde hace cinco siglos- al norte, y edificios "civiles" al sur , la plaza de Santa Ana fue la primera "plaza mayor" española en tierra europea (la primera de todas fue en tierras americanas, la de la ciudad de Santo Domingo, en La Española, hoy República Dominicana) y su catedral, la Catedral de Canarias, la primera de África, de ahí su condición de Sede Primada del continente. Conmovido por sus primeras páginas envié un "sms" a una antigua y querida amiga de La Coruña, Luisa, compañera de fatigas, amores no correspondidos y andanzas universitarias. Aprovechaba para decirla que hacía siglos que no sabía nada de ella, que había comenzado a leer la novela de Rivas, con su querida La Coruña como protagonista, y para contarle la profunda desazón que su lectura me estaba ocasionando. Y es que a mi las guerras, las historias de guerras, por muy literarias que sean, me dejan profundamente desasosegado. No he tenido contestación, demasiadas cosas para un "sms", pero estoy seguro de que ha leído el libro, y también estoy seguro de que me contestará. Como dice en la contraportada del libro el periodista de El País Jordi Gracia "Los libros arden mal" es una historia para leer dos veces. Lo haré, sin duda, porque con desasosiego o sin él, es una novela fascinante.
Y con su lectura cierro el bucle temporal-espacial que ha tenido como protagonista de la semana a las dictaduras, las de izquierdas y las de derechas, a raíz de las declaraciones del actor (y gilipollas compulsivo), Guillermo (Willy) Toledo, sobre la muerte por huelga de hambre de Zapata, el disidente cubano en prisión. Comparto plenamente la opinión de la periodista Cristina Galindo en su artículo en El País del pasado día 11  titulado "Dictadura es siempre dictadura" sobre el susodicho impresentable y el régimen castrista
Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca pierdas las ganas de escribir, abro el correo esperando un comentario en este blog, y me apenaría mucho no tenerlo. No podrás nunca imaginar lo que aprendo de tus comentarios y sabias palabras, además del ejemplo que das. Entiendo que cuesta, pero te digo, que es admirable la pasión, y digo pasión, con la que tratas los temas, amén de la inteligencia, y eso es algo que cada vez es más difícil encontrar. Por ello, te animo para que no abandones esta tarea. Y gracias.

Risueño

HArendt dijo...

Muchas gracias, querido amigo. Tus palabras son un indudable estímulo que no caen en saco roto.
Un saludo muy afectuoso.

Unknown dijo...

hola vecino!!! varias cosas:

-que me das una envidia de lo más insana porque últimamente no tengo tiempo para leer ni casi para nada (espero que sea una racha)
-que queda claro y patente que te gusta la palabra desasosiego, y eso nos causa sosiego.
-que me encanta la foto de portada
-que las dictaduras sólo pueden ser dictaduras porque, en caso contrario, tendrían que ser dictablandas, y entonces se gobernaría con mano blanda y eso sería como mínimo raro.
-que yo no sé si es porque es viernes pero se me está yendo la pinza mucho...

un abrazo y gracias de parte del sujo por la felicitación!!!

HArendt dijo...

Gracias a ti, vecina. Eres una mujer muy observadora, está claro. Sí, es cierto que le tengo querencia al desasosiego; me alegra saber que eso te sosiega a ti. No me tengas envidia por las lecturas, son más un lenitivo que otra cosa: me ayudan a "no pensar". Siendo viernes es normal que se te vaya la pinza un poco; no le des mucha importancia y disfruta de la compañía. Al final es lo único que cuenta.
Un beso. Y gracias de nuevo, vecina.